Madness psychologue [Julien]

¿Las alas? Bueno, sí, era una manera de decirlo. Más bien me habían cortado los colmillos de una manera en la que no volvían a nacer. No sabía cómo habían hecho, la herida era imposible de curar, al menos por el momento. Subí los hombros, sin decir eso mismo que pensaba, ya había pasado, no tenía que recordarlo a cada segundo, aunque sí lo hacía en mi inestable cabeza. Pero era por el mero hecho de que dolía todo el tiempo, básicamente yo mismo me había abierto más la herida para poder incrustar los dientes romos, quejarme no era una opción. Debía decir que no se lo habían tomado en absoluto a la ligera cuando me condenaron a sufrir. Y sin embargo, le sonreí a Julien como quien descubre algo nuevo, pues, en mi caso, descubría lo que podría ser un nuevo amigo y eso me llenaba de emoción. — Supongo… Aunque todavía tengo una eternidad por delante, quizá, si simplemente me lanzo a hacerlo ahora, termine muerto. No quiero eso. ¿Sabes? Yo no quiero morir. Me gusta mi inmortalidad.— Había nacido como un vampiro, aunque ahora podía recordar mi humanidad y era algo muy lejano, impalpable y borroso. ¡No me interesaba! Es que esos recuerdos se golpeaban en mi visión y no me dejaban en paz. ¿Acaso no entendía mi propio yo que no había nada para hacer al respecto? Era evidente que viajar en el tiempo no era posible, la venganza siempre me había sabido a sumidero, no me iba a devolver nada y para peor, tenía chances de perder. Así que, ¿por qué razón mi mente seguía intentando, implícitamente, que sufriera?

Busqué entonces la mirada del sociable vampiro, curioso porque su apariencia y vestimenta era un antítesis de lo que resultaba ser en realidad, mientras que no fuese un ser monstruoso y aterrador, no me guiaba demasiado por las apariencias. Me hundí en el sillón, abriendo un poco la boca, inexplicable. ¿Había sido un sacerdote? ¿Con esa cara, esos pelos y la entera fachada de un ser de las tinieblas? Mi rostro era imposible de esconder la risilla y se infló en un rosado pálido. — No puedo… ¿Sacerdote? ¿En serio? ¿Y nadie corrió de tus ojos raros y que parecen malvados? Yo no me iría a confesar con-… Oh. Lo estoy haciendo. ¡Qué ironía! Bueno, me alegro que lo hayas entendido, usualmente nadie lo hace. — Sentencié sin inmutarme, en verdad, siquiera Nicolás solía entenderme, a él lo amaba, tanto como él a mí, pero nuestros pensamientos siempre habían chocado y las conversaciones o discusiones de diferencias terminaban en gritos y un desquiciado deseo de romperle todos los bienes materiales a mi alrededor. Mi nariz se frunció por el recuerdo y bramé, hasta volverlo a escuchar y parar mis orejas tal cual lo haría un animal. Confesarme con aquel inmortal había sido la única buena decisión de la semana. — Pero ese chico no es tan viejo. Si mal no cuento creo que tiene poco más de, ¿mil años? Los Nosferatus… Los que quedan tienen más de seis mil. Creo que la maldición que tienen no es tan fácil de contagiar o no suelen querer hacerlo. Aparte que se les rompe la piel y la mayoría pierde toda apariencia humana. Entonces se quedan escondidos y no salen como lo hacemos nosotros. Busqué a uno porque quería matar a unos inquisidores. Después me di cuenta que no me hacía feliz matarlos. Iba con la idea de ver a alguien feo, primero apareció muy bonita y me relajé. ¡Ellos usan como una ilusión o transformación! — En ese entonces, hablé algo rápido, tomando todas mis memorias y soltándolas al aire completamente dominado por mi buen humor. Contar todas las cosas peligrosas y divertidas que había hecho me hacía tan feliz como así escucharlo hablar de su propio creador. Que me hizo apoyar el codo sobre mi rodilla, depositando mi mentón en la mano. Me había sentado ante la especulación de una historia nueva.

— ¿Así que buscaste la inmortalidad? Debe ser lindo elegir. ¿Entonces ahora estudias la mente humana y vampírica? ¿Qué estudiaste antes? Hoyt se llama el señor que me creó. Hablamos cada tanto, ahora no mucho porque me enteré de cosas que hizo que no son muy agradables. Siempre lo consideré mi padre. Ahora me abandonó por una bruja reencarnada. Mejor, de todas maneras no quería verlo. ¿Alguna vez convertiste a alguien? Creo que eso es lo que nos cambia. Cuando matamos y cuando convertimos. Para mi vamos perdiendo pedazos con eso. ¿No crees? — Sí, todos los que había conocido de personalidad corrompida habían asesinado y la sangre fresca corría por sus almas. Yo no era diferente, no había podido controlar el hambre en los primeros días de inmortalidad, algo que me había olvidado hasta hace unos años. Aun así luego había vuelto a matar, por deseos de venganza. Eso tampoco me había hecho ningún bien. Y aunque a mi punto de vista no me consideraba estar completamente roto, sí podía sentir la tristeza y el mismo habla de a quienes había asesinado en mi cabeza, voces insultantes y adoloridas que probablemente nunca podrían perdonarme.