AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Encuentro inesperado con sabor a manzana [Privado- Ezequiel O'Claude]
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Encuentro inesperado con sabor a manzana [Privado- Ezequiel O'Claude]
Recuerdo del primer mensaje :
Nadie se podía imaginar lo mucho que le costó aguantar tres largos días con sus respectivas horas, minutos y segundos. Tres días en los que se comportó como esa señorita que debía de ser. Y todo por una recompensa deliciosa, una tarde libre, a parte de la del Jueves. Dos días en los que podía hacer lo que desease siempre y cuando no diese de que hablar, quizás eso sería mucho más complicado que hacer caso a la señora Gilbert.
El señor Milles, ese hombre entrado en años que seguía los pasos de la joven de los Appleby, estaba de muy buen humor esa mañana ¿la razón? ¡no tendría que estar tras ella durante toda la tarde! O eso creía. La joven no podía ir sola a ninguna parte, órdenes específicas de su padre, así que al hombre, se le borró la sonrisa de golpe ¿ni un día de paz? Esa chica le condenaba y a ella, le encantaba condenarlo, hacerle perder la paciencia y los estribos.
-Señor Milles, estaba mejor sonriendo pero le comprendo ¿lidiar con una muchacha que corre más que una liebre a darle caza? Como hoy estoy de muy buen humor, vamos a hacer una cosa… -carraspeó por lo bajo, acercándose al hombre y susurrar para que solo él la oyese -No saldré corriendo si me da cierta distancia, más de la permitida. Me he ganado el día, quiero aprovecharlo… por fin podré ir a ese sitio que vi de lejos cuando hacíamos las compras el otro día -juntó los labios, un delicioso gesto de lo más conmovedor, solo para salirse con la suya y aunque a ese hombre le perdiese, le tenía hasta cierto aprecio…no tuvo otra que ceder -Bien, señorita Appleby pero a las nueve volvemos ni un minuto más y ni uno menos -el entusiasmo de la rubia, lo demostró pellizcando la barba del hombre junto con una risa de lo más traviesa.
Blanco, ese fue el color elegido para esa tarde, pureza e inocencia pero la verdadera razón de porqué eligió ese vestido era porque sin duda, lo más parecido a esos camisones que solía llevar, un vestido sencillo pero cómodo, perfecto para esa tarde. Le prometió al señor Milles no huir así que no llevó complemento alguno, trastos por todas partes era lo que menos necesitaba para una tarde relajada en la que solo estaría ella y su tarta de manzana.
El hombre, la seguía a cierta distancia, el trato lo estaba cumpliendo a rajatabla y ella , más relajada, caminaba despreocupadamente, con esos movimientos elegantes pero acechantes al mismo tiempo, como un felino que busca su presa, en este caso esa tarta deliciosa que no se había podido quitar de la cabeza por muchos dulces que hubiese en aquella casa endemoniada.
Sonrió de medio lado al ver de lejos la cafetería, aceleró el paso para llegar lo antes posible, solo tenía que cruzar la calle y por fin saborearía aquello con lo que tanto deseó esa semana.
Sus ojos azules, se desviaron del edificio hacia alguien que se encontraba justo en la esquina. Entrecerró los ojos, ¿podía ser? Solo había una forma de averiguarlo. Se acercó con paso más pausado para asegurarse e inevitablemente, sonrió de medio lado, algo más ampliamente a lo que solía hacerlo. Ambas manos, se entrelazaron tras su espalda, como una niña curiosa que se acerca a algo que le llamaba la atención, miró por encima lo que hacía, quizás no se acordaba de ello.
-Buenas tardes. Las musas no le abandonan nunca, señor O’ Claude y a mí como siempre, tampoco me abandona la gula… -sonrió mirando hacia la cafetería en cuestión, dándole a entender a qué se refería -Me dirijo hacia la cafetería de la esquina, especialistas en tartas pero… es de manzana me perdió frente al escaparate la otra tarde…por eso me porté bien en la residencia de señoritas para que me dejasen salir, a medias, claro…el señor Milles me vigila a lo lejos…como si fuese a portarme mal -rió por lo bajo, mordiéndose el labio inferior como toda niña inocente -Es divertido portarse mal pero también saborear esa tarta, ¿me acompaña? Le invito, no le di nada que una simple manzana y merece más, por su retrato y así me acompaña esta tarde, si gusta…claro, prometo ser yo mismo ante todo aunque eso no hace falta que lo diga -esperó su respuesta, aquel reencuentro no podía ser más grato.
Nadie se podía imaginar lo mucho que le costó aguantar tres largos días con sus respectivas horas, minutos y segundos. Tres días en los que se comportó como esa señorita que debía de ser. Y todo por una recompensa deliciosa, una tarde libre, a parte de la del Jueves. Dos días en los que podía hacer lo que desease siempre y cuando no diese de que hablar, quizás eso sería mucho más complicado que hacer caso a la señora Gilbert.
El señor Milles, ese hombre entrado en años que seguía los pasos de la joven de los Appleby, estaba de muy buen humor esa mañana ¿la razón? ¡no tendría que estar tras ella durante toda la tarde! O eso creía. La joven no podía ir sola a ninguna parte, órdenes específicas de su padre, así que al hombre, se le borró la sonrisa de golpe ¿ni un día de paz? Esa chica le condenaba y a ella, le encantaba condenarlo, hacerle perder la paciencia y los estribos.
-Señor Milles, estaba mejor sonriendo pero le comprendo ¿lidiar con una muchacha que corre más que una liebre a darle caza? Como hoy estoy de muy buen humor, vamos a hacer una cosa… -carraspeó por lo bajo, acercándose al hombre y susurrar para que solo él la oyese -No saldré corriendo si me da cierta distancia, más de la permitida. Me he ganado el día, quiero aprovecharlo… por fin podré ir a ese sitio que vi de lejos cuando hacíamos las compras el otro día -juntó los labios, un delicioso gesto de lo más conmovedor, solo para salirse con la suya y aunque a ese hombre le perdiese, le tenía hasta cierto aprecio…no tuvo otra que ceder -Bien, señorita Appleby pero a las nueve volvemos ni un minuto más y ni uno menos -el entusiasmo de la rubia, lo demostró pellizcando la barba del hombre junto con una risa de lo más traviesa.
Blanco, ese fue el color elegido para esa tarde, pureza e inocencia pero la verdadera razón de porqué eligió ese vestido era porque sin duda, lo más parecido a esos camisones que solía llevar, un vestido sencillo pero cómodo, perfecto para esa tarde. Le prometió al señor Milles no huir así que no llevó complemento alguno, trastos por todas partes era lo que menos necesitaba para una tarde relajada en la que solo estaría ella y su tarta de manzana.
El hombre, la seguía a cierta distancia, el trato lo estaba cumpliendo a rajatabla y ella , más relajada, caminaba despreocupadamente, con esos movimientos elegantes pero acechantes al mismo tiempo, como un felino que busca su presa, en este caso esa tarta deliciosa que no se había podido quitar de la cabeza por muchos dulces que hubiese en aquella casa endemoniada.
Sonrió de medio lado al ver de lejos la cafetería, aceleró el paso para llegar lo antes posible, solo tenía que cruzar la calle y por fin saborearía aquello con lo que tanto deseó esa semana.
Sus ojos azules, se desviaron del edificio hacia alguien que se encontraba justo en la esquina. Entrecerró los ojos, ¿podía ser? Solo había una forma de averiguarlo. Se acercó con paso más pausado para asegurarse e inevitablemente, sonrió de medio lado, algo más ampliamente a lo que solía hacerlo. Ambas manos, se entrelazaron tras su espalda, como una niña curiosa que se acerca a algo que le llamaba la atención, miró por encima lo que hacía, quizás no se acordaba de ello.
-Buenas tardes. Las musas no le abandonan nunca, señor O’ Claude y a mí como siempre, tampoco me abandona la gula… -sonrió mirando hacia la cafetería en cuestión, dándole a entender a qué se refería -Me dirijo hacia la cafetería de la esquina, especialistas en tartas pero… es de manzana me perdió frente al escaparate la otra tarde…por eso me porté bien en la residencia de señoritas para que me dejasen salir, a medias, claro…el señor Milles me vigila a lo lejos…como si fuese a portarme mal -rió por lo bajo, mordiéndose el labio inferior como toda niña inocente -Es divertido portarse mal pero también saborear esa tarta, ¿me acompaña? Le invito, no le di nada que una simple manzana y merece más, por su retrato y así me acompaña esta tarde, si gusta…claro, prometo ser yo mismo ante todo aunque eso no hace falta que lo diga -esperó su respuesta, aquel reencuentro no podía ser más grato.
- Spoiler:
Abbey Appleby- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 505
Fecha de inscripción : 23/03/2011
Localización : París-Londres
DATOS DEL PERSONAJE
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Re: Encuentro inesperado con sabor a manzana [Privado- Ezequiel O'Claude]
“Te dejaría en esta cama, toda mi alma”
El silencio de la madrugada, era interrumpido por aquellos susurros que no llegaban a tener fin y se mezclaban con ambas respiraciones, dos corazones que en algún momento, habían latido al unísono. Y oírle decir su nombre, “Abbey”, la hizo estremecerse entre sus brazos pues algo tan simple como eso, fue el mejor regalo que nunca nadie le había hecho. Sonrió, sonrisa que solo tuvo un dueño, él. Una sonrisa amplia, feliz, tierna y dulce al mismo tiempo. La felicidad era un sentimiento relativo, sin sentido , hasta ese instante en el que sintió como su piel se erizó con el recuerdo de aquel susurro que aún llevaba su nombre.
Sus orbes azules, se deleitaron en esa sonrisa que le regalaba sin proponérselo. Nunca se cansaría de verle sonreír, le causaba un sentimiento tan puro que fue inevitable no acompañarle en el gesto. La sonrisa de la rubia no desapareció, permanecía intacta mientras lo miraba, intentando averiguar demasiadas cosas y evitar al mismo tiempo conocerlas. Sabía lo que era el miedo, lo supo cuando vio a su amigo partir pero el miedo que sentía ahora mismo, era uno muy distinto. “Jamás me había sentido así con nadie”. ¡Maldita frase! La revolucionó de tal manera que su corazón latió desbocado, sin poder controlarlo…él era el culpable de que sintiese todas esas cosas.
El egoísmo era uno de sus muchos defectos pero en este caso, ser egoísta fue la mejor opción para asegurarse que él no desaparecería sin más. Quería oírlo, saber que pese a todo, volverían a verse. Pero…¿a quién pretendía engañar? No podía prometérselo, ni siquiera podía saber si esa noche sería la última o la primera de muchas. Y en silencio, deseó con todas sus fuerzas que la retuviese allí, no la dejase marchar ¿por qué? tras esa puerta no le esperaba nada más que obligaciones y deberes, un mundo en el que él debía de estar en el último escalón y ella en el más alto. ¿Era egoísta si le pedía que eligiese la opción de retenerla?
Suspiró largamente, en silencio, uno tal que asustaba viniendo de ella pues ambos sabían que siempre tenía algo que decir…menos en ese momento. Disfrutaba estar entre sus brazos, él le daba paz, calma y tranquilidad…y por esa noche, se había olvidado quién debía de ser hasta ahora. Abbey, no dejaba de mirarlo en ningún instante, sus ojos azules como el cielo se negaban a cerrarse y dormir, no le importaba no hacerlo esa noche. El tacto de su piel, cálida y atrayente, su voz varonil y melodiosa, aquellos labios que le habían regalado los besos más dulces, a la par que apasionados y una promesa que ambos sabían que no podía cumplirse, no podía ser jamás… la libertad en alguien como ella no estaba asegurada.
-Te protegeré ahora y siempre. Buenas noches, artista…-sonrió con los ojos cerrados, dejándose vencer por la intensidad del momento y los sentimientos. Se aferró a su cuerpo, dejando descansar su cabeza en su pecho y sumergirse en un sueño profundo, descansando por fin y no solo su cuerpo, también su alma, una que había dejado en aquella cama.
Fue la primera en despertarse, la luz entraba por una de las ventanas, indicando que la noche había dado a su fin. Seguían abrazados, como un puzle perfecto. Solo con aspirar su aroma, supo que no fue un sueño, él seguía allí. Despacio, alzó la mirada, buscando ver su rostro…su expresión mientras dormía. Algo dentro de ella, volvió a removerse, haciéndola sonreír y pedir interiormente que el tiempo se detuviese en ese mismo instante. Tenía que irse, ya era de día y si volvía a la residencia y la señora Gilbert no la veía en la mesa, estaría más que castigada pero ¿quién pensaba ahora en eso? cuando tenía esa imagen que rozaba la perfección.
Nadie, jamás, sería como él y eso, era lo que más asustaba a Abbey. Ezequiel era especial, lo supo desde el primer segundo y cada vez, costaba más despedirse, dejando la interrogante si habría una próxima vez. No podía despertarlo, tampoco decirle adiós…solo quería recordarlo así por si era la última vez. No supo cuánto, tampoco importaba, sus ojos azules no podían dejar de observarle dormir, jamás había visto algo tan hermoso como la imagen del joven durmiendo de cara a ella.
Tenía que dejarle allí, volver a ser quien odiaba ser, regresar a aquel mundo que no le pertenecía. Sabía que él se abandonó a los brazos de Morfeo, dormía tranquilo y profundamente por lo que se dio el capricho de acariciarle el cabello, apenas fue perceptible para el joven pero muy intenso para Abbey quien se inclinó, dejando un beso en su frente, temblando de pura impotencia. Dolía, claro que dolía, un nuevo sentimiento que no le permitía casi respirar pero ¿acaso era mejor quedarse, saltarle las normas y crearle problemas? Sonrió tristemente, incorporándose en la cama, apartando la mirada de él como si le costase respirar finalmente…¿qué era esa sensación de faltarte el aire, de saber que ibas a dejar aquello que tanto te hacía feliz?
-Eres mi manzana favorita, Ezequiel O’Claude -susurró, ¿había algo más inocente e intenso que esa frase? levantándose de la cama sin hacer ruido, armándose de valor para no volver la vista a atrás y…quedarse. No lo hizo, cada vez más sus pasos eran más rápidos y su respiración. Corría por las calles de Paris , huyendo de la felicidad, de la oportunidad de ser libre, de ser quien verdaderamente era cuando estaba a su lado… su vestido, ondeaba como esas lágrimas que se escondieron en lo más profundo de su interior.
El silencio de la madrugada, era interrumpido por aquellos susurros que no llegaban a tener fin y se mezclaban con ambas respiraciones, dos corazones que en algún momento, habían latido al unísono. Y oírle decir su nombre, “Abbey”, la hizo estremecerse entre sus brazos pues algo tan simple como eso, fue el mejor regalo que nunca nadie le había hecho. Sonrió, sonrisa que solo tuvo un dueño, él. Una sonrisa amplia, feliz, tierna y dulce al mismo tiempo. La felicidad era un sentimiento relativo, sin sentido , hasta ese instante en el que sintió como su piel se erizó con el recuerdo de aquel susurro que aún llevaba su nombre.
Sus orbes azules, se deleitaron en esa sonrisa que le regalaba sin proponérselo. Nunca se cansaría de verle sonreír, le causaba un sentimiento tan puro que fue inevitable no acompañarle en el gesto. La sonrisa de la rubia no desapareció, permanecía intacta mientras lo miraba, intentando averiguar demasiadas cosas y evitar al mismo tiempo conocerlas. Sabía lo que era el miedo, lo supo cuando vio a su amigo partir pero el miedo que sentía ahora mismo, era uno muy distinto. “Jamás me había sentido así con nadie”. ¡Maldita frase! La revolucionó de tal manera que su corazón latió desbocado, sin poder controlarlo…él era el culpable de que sintiese todas esas cosas.
El egoísmo era uno de sus muchos defectos pero en este caso, ser egoísta fue la mejor opción para asegurarse que él no desaparecería sin más. Quería oírlo, saber que pese a todo, volverían a verse. Pero…¿a quién pretendía engañar? No podía prometérselo, ni siquiera podía saber si esa noche sería la última o la primera de muchas. Y en silencio, deseó con todas sus fuerzas que la retuviese allí, no la dejase marchar ¿por qué? tras esa puerta no le esperaba nada más que obligaciones y deberes, un mundo en el que él debía de estar en el último escalón y ella en el más alto. ¿Era egoísta si le pedía que eligiese la opción de retenerla?
Suspiró largamente, en silencio, uno tal que asustaba viniendo de ella pues ambos sabían que siempre tenía algo que decir…menos en ese momento. Disfrutaba estar entre sus brazos, él le daba paz, calma y tranquilidad…y por esa noche, se había olvidado quién debía de ser hasta ahora. Abbey, no dejaba de mirarlo en ningún instante, sus ojos azules como el cielo se negaban a cerrarse y dormir, no le importaba no hacerlo esa noche. El tacto de su piel, cálida y atrayente, su voz varonil y melodiosa, aquellos labios que le habían regalado los besos más dulces, a la par que apasionados y una promesa que ambos sabían que no podía cumplirse, no podía ser jamás… la libertad en alguien como ella no estaba asegurada.
-Te protegeré ahora y siempre. Buenas noches, artista…-sonrió con los ojos cerrados, dejándose vencer por la intensidad del momento y los sentimientos. Se aferró a su cuerpo, dejando descansar su cabeza en su pecho y sumergirse en un sueño profundo, descansando por fin y no solo su cuerpo, también su alma, una que había dejado en aquella cama.
Fue la primera en despertarse, la luz entraba por una de las ventanas, indicando que la noche había dado a su fin. Seguían abrazados, como un puzle perfecto. Solo con aspirar su aroma, supo que no fue un sueño, él seguía allí. Despacio, alzó la mirada, buscando ver su rostro…su expresión mientras dormía. Algo dentro de ella, volvió a removerse, haciéndola sonreír y pedir interiormente que el tiempo se detuviese en ese mismo instante. Tenía que irse, ya era de día y si volvía a la residencia y la señora Gilbert no la veía en la mesa, estaría más que castigada pero ¿quién pensaba ahora en eso? cuando tenía esa imagen que rozaba la perfección.
Nadie, jamás, sería como él y eso, era lo que más asustaba a Abbey. Ezequiel era especial, lo supo desde el primer segundo y cada vez, costaba más despedirse, dejando la interrogante si habría una próxima vez. No podía despertarlo, tampoco decirle adiós…solo quería recordarlo así por si era la última vez. No supo cuánto, tampoco importaba, sus ojos azules no podían dejar de observarle dormir, jamás había visto algo tan hermoso como la imagen del joven durmiendo de cara a ella.
Tenía que dejarle allí, volver a ser quien odiaba ser, regresar a aquel mundo que no le pertenecía. Sabía que él se abandonó a los brazos de Morfeo, dormía tranquilo y profundamente por lo que se dio el capricho de acariciarle el cabello, apenas fue perceptible para el joven pero muy intenso para Abbey quien se inclinó, dejando un beso en su frente, temblando de pura impotencia. Dolía, claro que dolía, un nuevo sentimiento que no le permitía casi respirar pero ¿acaso era mejor quedarse, saltarle las normas y crearle problemas? Sonrió tristemente, incorporándose en la cama, apartando la mirada de él como si le costase respirar finalmente…¿qué era esa sensación de faltarte el aire, de saber que ibas a dejar aquello que tanto te hacía feliz?
-Eres mi manzana favorita, Ezequiel O’Claude -susurró, ¿había algo más inocente e intenso que esa frase? levantándose de la cama sin hacer ruido, armándose de valor para no volver la vista a atrás y…quedarse. No lo hizo, cada vez más sus pasos eran más rápidos y su respiración. Corría por las calles de Paris , huyendo de la felicidad, de la oportunidad de ser libre, de ser quien verdaderamente era cuando estaba a su lado… su vestido, ondeaba como esas lágrimas que se escondieron en lo más profundo de su interior.
Abbey Appleby- Cazador Clase Alta
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