AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Una noche de noviembre.... <Montserrat Vasari >
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Una noche de noviembre.... <Montserrat Vasari >
Los colores que París tenía aquella noche en su cielo era de un azul muy claro, las estrellas podían vislumbrarse sin demasiado esfuerzo y la luna brillaba mucho más de lo que estaba acostumbrado a ver en Londres, por algo supongo le decían a estos territorios la Ciudad Luz… las tierras y sus paisajes eran brillantes y la iluminación de los astros celestes hacia la tierra hablaban por si mismos.
Creo que no podía haber escogido una noche mejor para una reunión que por un momento no tuviera nada en absoluto que ver con asesinatos o con los “Eternos”, por un solo instante pensé que podríamos reunirnos como dos personas normales que no tenían problemas más graves que lo típico y cotidiano que la vida podía ofrecer aunque nosotros, como mortales e inmortales aceptábamos a regañadientes.
La gente por otro lado pasaba sin reparo por mi lado, cada quien inmerso en sus propios problemas, en sus complejos conflictos, había algunos que los disimulaban bastante bien, otros que se les notaba bastante afligidos y tan destrozados por dentro que lo reflejaban en el semblante. Era una mirada cansada y enfermiza que no tardaba mucho tiempo en ocupar la atención de todo cuantos voltearan a verlos. Me pregunté si en algún momento lucía así y si lo seguía haciendo, la ansiedad que sufría y la depresión que hasta antes de las de máscaras de la noche me carcomía no eran precisamente las mejores compañeras, por el contrario, ellas, solo me llevaban a lucir tan cansado quizás, como los hombres y mujeres que pasaban a mi lado.
Yo estaba sentado en una de las mesas que daban a las aceras en una cafetería que solía visitar con regularidad desde que volví a arribar a París, era un lugar con presencia y bastante quietud, fácilmente podías pasar las horas sin que llegaran a ser una carga realmente, era tal la tranquilidad que podía percatarme de todo lo que ya he narrado. Pero no debe mal interpretarse mi observación a las cosas que me rodean mientras desesperado sigo golpeando con los dedos fríos y nerviosos la mesa impacientemente. Espero a alguien, espero a una vieja amiga.
Montserrat, a quien yo conocí por accidente en una biblioteca en el norte de París fue también por coincidencia o quizás por el destino manipulado por Leviathán, una de las personas que estuvo implicada en ese complejo enredo, en algún momento me enamoré de ella y no puedo negarlo pero la última vez me dejó en claro que yo era una especie de hermano para ella. En aquel momento no podía entender su proceder, a pesar de que me había contado parte de su vida durante muchas noches después de tomar clases de defensa con Solomon, yo me decía “¿Pero si Stefano esta muerto y Alessandro aunque vivo no te hace el mínimo caso?”, pronto recordé que una conocida en Londres me dijo que a las jovencitas le gustaban los patanes y Montserrat parecía ser una de aquella estadística. Por lo que me rendí, sabía que nunca llegaría a ser un bravucón, por lo que termine resignándome. Me fui a Londres queriéndola de una forma y regresé apreciándola de otra, al final yo también logre verla como hermana, me enamoré de otra en mis tierras.
Quería contarle y que ella me contará, ¿Quien era Darkness Severaux? ¿Porque no me llamó cuando la desesperación le gano a la cordura? ¿Porque no me llamó cuando perdió la vista?… ¿Porque? y más allá de dolerme su desconfianza o quizá su reserva, me dolía saber que nunca volvería a verme, a ella que le gustaba tanto la lectura, no podría volver a apreciar la caligrafía de los libros que tanto amaba. Shakespeare, Poe, Dante… se quedarían únicamente en su recuerdo.
Yo había estado investigando un poco además de la pista de los “Eternos”, supe que en Francia un hombre llamado Louis Braille ideó un sistema con puntos que podía traducirse en el equivalente de la letra para nosotros. Eran unos puntos marcados en las hojas y que en su conjunto armaban palabras, frases, un texto entero, quizás le sirviera, quizás le devolviera un poco el amor que ella profesaba por la literatura, aunque todavía estaba en prueba yo había visto su efectividad al armar con ello una carta, sería quizás una esperanza en el futuro para los que no podían ver, seria un aliciente para ella si le enseñaba a leerlo. Era lista, seguro aprendería rápido y para ello teníamos toda la noche.
<< ¿Le sirvo algo de café Monseuir? >> Preguntó una amable jovencita, yo la mire nervioso y titubee -Y-Y-Yo estoy esp-p-erando a alguien. Muchas gracias- respondí tratando de no sonar alarmado, sonreí con esfuerzo y la chica asintió. Al retirarse su silueta pude ver, a lo lejos una que me hacia muy familiar, pero no veía sola. Montserrat no venía sola y mi corazón sintió desbocarse de pánico ¿Que iba a hacer, si Darkness me aterraba con solo mirarlo?
Creo que no podía haber escogido una noche mejor para una reunión que por un momento no tuviera nada en absoluto que ver con asesinatos o con los “Eternos”, por un solo instante pensé que podríamos reunirnos como dos personas normales que no tenían problemas más graves que lo típico y cotidiano que la vida podía ofrecer aunque nosotros, como mortales e inmortales aceptábamos a regañadientes.
La gente por otro lado pasaba sin reparo por mi lado, cada quien inmerso en sus propios problemas, en sus complejos conflictos, había algunos que los disimulaban bastante bien, otros que se les notaba bastante afligidos y tan destrozados por dentro que lo reflejaban en el semblante. Era una mirada cansada y enfermiza que no tardaba mucho tiempo en ocupar la atención de todo cuantos voltearan a verlos. Me pregunté si en algún momento lucía así y si lo seguía haciendo, la ansiedad que sufría y la depresión que hasta antes de las de máscaras de la noche me carcomía no eran precisamente las mejores compañeras, por el contrario, ellas, solo me llevaban a lucir tan cansado quizás, como los hombres y mujeres que pasaban a mi lado.
Yo estaba sentado en una de las mesas que daban a las aceras en una cafetería que solía visitar con regularidad desde que volví a arribar a París, era un lugar con presencia y bastante quietud, fácilmente podías pasar las horas sin que llegaran a ser una carga realmente, era tal la tranquilidad que podía percatarme de todo lo que ya he narrado. Pero no debe mal interpretarse mi observación a las cosas que me rodean mientras desesperado sigo golpeando con los dedos fríos y nerviosos la mesa impacientemente. Espero a alguien, espero a una vieja amiga.
Montserrat, a quien yo conocí por accidente en una biblioteca en el norte de París fue también por coincidencia o quizás por el destino manipulado por Leviathán, una de las personas que estuvo implicada en ese complejo enredo, en algún momento me enamoré de ella y no puedo negarlo pero la última vez me dejó en claro que yo era una especie de hermano para ella. En aquel momento no podía entender su proceder, a pesar de que me había contado parte de su vida durante muchas noches después de tomar clases de defensa con Solomon, yo me decía “¿Pero si Stefano esta muerto y Alessandro aunque vivo no te hace el mínimo caso?”, pronto recordé que una conocida en Londres me dijo que a las jovencitas le gustaban los patanes y Montserrat parecía ser una de aquella estadística. Por lo que me rendí, sabía que nunca llegaría a ser un bravucón, por lo que termine resignándome. Me fui a Londres queriéndola de una forma y regresé apreciándola de otra, al final yo también logre verla como hermana, me enamoré de otra en mis tierras.
Quería contarle y que ella me contará, ¿Quien era Darkness Severaux? ¿Porque no me llamó cuando la desesperación le gano a la cordura? ¿Porque no me llamó cuando perdió la vista?… ¿Porque? y más allá de dolerme su desconfianza o quizá su reserva, me dolía saber que nunca volvería a verme, a ella que le gustaba tanto la lectura, no podría volver a apreciar la caligrafía de los libros que tanto amaba. Shakespeare, Poe, Dante… se quedarían únicamente en su recuerdo.
Yo había estado investigando un poco además de la pista de los “Eternos”, supe que en Francia un hombre llamado Louis Braille ideó un sistema con puntos que podía traducirse en el equivalente de la letra para nosotros. Eran unos puntos marcados en las hojas y que en su conjunto armaban palabras, frases, un texto entero, quizás le sirviera, quizás le devolviera un poco el amor que ella profesaba por la literatura, aunque todavía estaba en prueba yo había visto su efectividad al armar con ello una carta, sería quizás una esperanza en el futuro para los que no podían ver, seria un aliciente para ella si le enseñaba a leerlo. Era lista, seguro aprendería rápido y para ello teníamos toda la noche.
<< ¿Le sirvo algo de café Monseuir? >> Preguntó una amable jovencita, yo la mire nervioso y titubee -Y-Y-Yo estoy esp-p-erando a alguien. Muchas gracias- respondí tratando de no sonar alarmado, sonreí con esfuerzo y la chica asintió. Al retirarse su silueta pude ver, a lo lejos una que me hacia muy familiar, pero no veía sola. Montserrat no venía sola y mi corazón sintió desbocarse de pánico ¿Que iba a hacer, si Darkness me aterraba con solo mirarlo?
- Nota:
- P.D: Aunque el sistema Braille fue publicado en 1825, se me hizo una buena modificarlo un poco para fines del tema.
¡Saludos!
Spencer Reid- Humano Clase Media
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Re: Una noche de noviembre.... <Montserrat Vasari >
Después de las reuniones que Los Caídos habíamos tenido sorpresivamente, un poco de tranquilidad no parecía tan mala idea. Darkness, el hombre al que yo más amaba resultaba ser el perfecto ideal para cumplir ese deseo en cualquier momento, poco importaba su carácter o la actitud tan fría y huraña en que ocasiones parecía tener, al final el siempre cedía a lo que me había jurado desde el mismo momento en se sincero conmigo y yo... también aprendí que el amor puede tener distintas formas de manifestarse, incluso esta noche en que cedía su lugar a mi lado para que yo pudiera volver a charlar junto con el que quizás, era mi único amigo que en esta vida eterna me quedaba con vida: Spencer.
Él sabía de Reid porque muchas veces había charlado sobre su ingenio, su inseguridad y esa sensibilidad que lo hacia el más humano entre todos los caídos, ese muchacho al que la vida lo había tratado a base de puntapiés y que sin embargo allí estaba de pie, luchando día tras día por ser en la medida de lo posible feliz, lo posible por vivir y no por morir. Aún me parecía imposible que entrara a mi vida por accidente, que lo haya conocido en una biblioteca una noche como esta, una noche de noviembre.
Darkness me llevó hasta los cafés donde hablamos concertado la cita aquella noche, el sitio no era más tranquilo que la biblioteca, el bullicio apenas llenaba los huecos donde el sonido era solo de la fauna nocturna que se hallan hasta el rincón más oscuro de las aceras en el centro. La música de un acordeón se escuchaba lejana y el pasar de las ruedas tiradas por caballos de los ricos también hacia su aparición muy de vez en cuando, era más la luz de las farolas que la presencia de estos y era más su brillo que el de las estrellas y la luna en conjunto.
Era una noche despejada según Darkness y según mis ojos que apenas si veían entre la bruma permanente de mis ojos, lo besé antes de que me dejará marchar y luego fui en dirección de donde me había indicado la posición de la mesa tranquilamente, aparentado como cada noche que tenía la visión de cualquier otro sano sobre el planeta.
Me guié por el oído y el olfato, Spence, siempre había usado una colonia francesa indiscutible y característica, veía sus cabellos color del oro a lo lejos de forma apenas clara, pero sabía que él era, no había la mínima posibilidad de que hubiese en el café otro rubio y completamente mortal, con algo que parecían ser libros sobre la mesa.
-Buenas noches caballero- salude tan pronto sentí la cercanía de una silla y la presencia de su mortalidad -¿Me permite sentarme esta agradable noche con usted y charlar un poco?- sonreí y al parecer el también lo hizo -¿Cómo has estado Spencer?- respondí amablemente, él suspiro o al menos creí escuchar un exhalo de alivio -¿Te encuentras bien?- le pregunté alarmada, creo que el hecho de que otra vez este en líos mucho más serios que la vez anterior me volvieron en cierto sentido el doble de paranóica de lo que era.
Él sabía de Reid porque muchas veces había charlado sobre su ingenio, su inseguridad y esa sensibilidad que lo hacia el más humano entre todos los caídos, ese muchacho al que la vida lo había tratado a base de puntapiés y que sin embargo allí estaba de pie, luchando día tras día por ser en la medida de lo posible feliz, lo posible por vivir y no por morir. Aún me parecía imposible que entrara a mi vida por accidente, que lo haya conocido en una biblioteca una noche como esta, una noche de noviembre.
Darkness me llevó hasta los cafés donde hablamos concertado la cita aquella noche, el sitio no era más tranquilo que la biblioteca, el bullicio apenas llenaba los huecos donde el sonido era solo de la fauna nocturna que se hallan hasta el rincón más oscuro de las aceras en el centro. La música de un acordeón se escuchaba lejana y el pasar de las ruedas tiradas por caballos de los ricos también hacia su aparición muy de vez en cuando, era más la luz de las farolas que la presencia de estos y era más su brillo que el de las estrellas y la luna en conjunto.
Era una noche despejada según Darkness y según mis ojos que apenas si veían entre la bruma permanente de mis ojos, lo besé antes de que me dejará marchar y luego fui en dirección de donde me había indicado la posición de la mesa tranquilamente, aparentado como cada noche que tenía la visión de cualquier otro sano sobre el planeta.
Me guié por el oído y el olfato, Spence, siempre había usado una colonia francesa indiscutible y característica, veía sus cabellos color del oro a lo lejos de forma apenas clara, pero sabía que él era, no había la mínima posibilidad de que hubiese en el café otro rubio y completamente mortal, con algo que parecían ser libros sobre la mesa.
-Buenas noches caballero- salude tan pronto sentí la cercanía de una silla y la presencia de su mortalidad -¿Me permite sentarme esta agradable noche con usted y charlar un poco?- sonreí y al parecer el también lo hizo -¿Cómo has estado Spencer?- respondí amablemente, él suspiro o al menos creí escuchar un exhalo de alivio -¿Te encuentras bien?- le pregunté alarmada, creo que el hecho de que otra vez este en líos mucho más serios que la vez anterior me volvieron en cierto sentido el doble de paranóica de lo que era.
Montserrat Vasari- Vampiro Clase Media
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Re: Una noche de noviembre.... <Montserrat Vasari >
La vi acercarse despacio y dejando con mucho dolor a Darkness atrás. Era la primera vez que veía en su expresión la necesidad de permanecer junto a alguien por mucho tiempo pues hasta donde yo recordaba ella era más parecida a mí, prefería aislarse, mantenerse alejada para no resultar lastimada por enésima vez.
Quizás era porque en algún momento la vi con ojos diferentes a los que ahora dirigía, pero su gracia al caminar era única, no importaba que viera muy poco, ella caminaba como si fuera una persona del escaso común que había a los alrededores para ese entonces. La veía pequeña, la veía inocente y aún en su semblante conservaba parte de esa mirada triste y apagada, pero ahora apenas se era marcado, me alegraba que por lo menos aquel hombre la tratara tan diferente al resto de los que hablamos convivido aunque fuese dos segundos con él en la reunión de los Caídos.
Él se retiró de mi campo de visión apenas Montserrat llegó a la orilla de la acera, me miró de una forma bastante hostil y se dio media vuelta sin que me diera oportunidad a interpretar su mirada. De cualquier modo ella ahora acaparaba el resto de mi atención, me hizo reír cuando ni siquiera acaba de asimilar lo que allí había sucedido, reí, supongo como un mecanismo de defensa activado ante el pánico y luego antes de levantarme del asiento suspire con alivio -Y..y...yo estoy mu... muy bien pequeña, solo un poco ammm.. bueno- moví negativamente la cabeza -No sé si asustado es el termino correcto-.
Nervioso me puse en pie, seguía siendo más alto que ella y completamente torpe, casi tiro la silla, el mantel blanco y el florero diminuto y blanco que reposaba en el centro con una flor de Lila en medio -Lo siento, volveré a ver después de tanto tiempo... e...e..s es demasiado abrumador y como ves muchas de mis manías nerviosas siguen despiertas... no deberían pero allí están- repuse sacando la silla que tenía al frente mío, la guíe y delicadamente me asegure que tomará asiento. Sin duda no se notaba en sus ojos ningún tipo de debilidad, era tal y como la recordaba.
-Yo estoy bien Montserrat, bueno... eso es lo que creo, pero ya sabes... Los Eternos- suspire con pesadez -Tal parece que nunca podremos vivir en paz al final del día, del año o del siglo- me encogí de hombros -Cuantas cosas han pasado en estos tiempos, tú con él... hacen una pareja única- me separé, corriendo a la mesa para poder reposar y verla con mayor detenimiento -Pero no entiendo... qui... quizás soy un poco ignorante en esas cosas- dije mientras mi mano rascaba con fuerza el cabello que cubría mi nuca -¿Que paso con Leviathán?-.
Quizás era porque en algún momento la vi con ojos diferentes a los que ahora dirigía, pero su gracia al caminar era única, no importaba que viera muy poco, ella caminaba como si fuera una persona del escaso común que había a los alrededores para ese entonces. La veía pequeña, la veía inocente y aún en su semblante conservaba parte de esa mirada triste y apagada, pero ahora apenas se era marcado, me alegraba que por lo menos aquel hombre la tratara tan diferente al resto de los que hablamos convivido aunque fuese dos segundos con él en la reunión de los Caídos.
Él se retiró de mi campo de visión apenas Montserrat llegó a la orilla de la acera, me miró de una forma bastante hostil y se dio media vuelta sin que me diera oportunidad a interpretar su mirada. De cualquier modo ella ahora acaparaba el resto de mi atención, me hizo reír cuando ni siquiera acaba de asimilar lo que allí había sucedido, reí, supongo como un mecanismo de defensa activado ante el pánico y luego antes de levantarme del asiento suspire con alivio -Y..y...yo estoy mu... muy bien pequeña, solo un poco ammm.. bueno- moví negativamente la cabeza -No sé si asustado es el termino correcto-.
Nervioso me puse en pie, seguía siendo más alto que ella y completamente torpe, casi tiro la silla, el mantel blanco y el florero diminuto y blanco que reposaba en el centro con una flor de Lila en medio -Lo siento, volveré a ver después de tanto tiempo... e...e..s es demasiado abrumador y como ves muchas de mis manías nerviosas siguen despiertas... no deberían pero allí están- repuse sacando la silla que tenía al frente mío, la guíe y delicadamente me asegure que tomará asiento. Sin duda no se notaba en sus ojos ningún tipo de debilidad, era tal y como la recordaba.
-Yo estoy bien Montserrat, bueno... eso es lo que creo, pero ya sabes... Los Eternos- suspire con pesadez -Tal parece que nunca podremos vivir en paz al final del día, del año o del siglo- me encogí de hombros -Cuantas cosas han pasado en estos tiempos, tú con él... hacen una pareja única- me separé, corriendo a la mesa para poder reposar y verla con mayor detenimiento -Pero no entiendo... qui... quizás soy un poco ignorante en esas cosas- dije mientras mi mano rascaba con fuerza el cabello que cubría mi nuca -¿Que paso con Leviathán?-.
Spencer Reid- Humano Clase Media
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