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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Invitado Mar Feb 09, 2016 11:04 am

Las cenizas volaban por el ambiente, la zona abandonada ahora estaba más solitaria que nunca, incluso los inmortales se habían marchado. Nuestros corazones detenidos en el tiempo empezaban a vibrar conforme unos besos suaves se deslizaban por las pieles pálidas. ¡Cuánta belleza era la que podía ver en el rostro de Nicolás! Sufriendo y compadeciéndose por mí, por él y por todo a nuestro alrededor. Mis brazos, como patas de araña, delgados, huesudos y largos, abrazaban a aquel violinista en su totalidad, hundiéndome en su pecho, sintiendo el despojo del sexo en mi interior, que como una droga provocaron que un rápido cansancio me recorriera por completo. Suspiré, sobre sus labios, su cuello y al final el silencio redundó. Caminamos tan cerca, tan infinitamente pegados que no sabía dónde terminaba mi cuerpo y donde comenzaba el suyo. ¿Siempre había sido tan brillante el celeste de su ojo? ¿Desde cuándo sus labios tan finos se habían vuelto carnosos y lustrosos? Mi mirada le penetraba, insolentemente tenía el cuello arqueado para verle fijo, sin perderme ni un solo rastro de sus detalles. Trastabillaba cada tanto, sujetándome con fuerza a su saco que estaba roído en partes. — Ostentas un aura hermosa, ¿será quizá la pronta aparición del Sol, la que te da el reflejo de candelas? — Le miraba, inequívocamente, profundizando en sus cabellos enmarañados hasta que nos encontramos con el hotel más conocido de la ciudad frente a frente. No tenía miedo, ya no había nada por lo que temer.

Con la emoción y la obvia dulzura de siempre fue que pedí la habitación más cara; y también la más oscura y alejada de todas. El joven que atendía parecía querer preguntar qué nos había pasado, no obstante la seducción con la que había nacido vampiro le imposibilitó cualquier palabra que no fuera de mi agrado. Y tironeé de la mano del ave oscura hasta poder llegar rumbo a la sala que nos esperaba. Mi mente divagaba, estaba en un lapsus de felicidad que pronto se rompería en miles de pedazos como si nunca antes hubiese existido. Advertí la hermosa habitación con la cama real y corrí a cerrar todas las ventanas que estaban en el salón, ubicando las sabanas y frazadas de emergencia sobre el apoyo de madera para que la oscuridad se mantuviera presente. — Ah, prenderé una vela, vamos a bañarnos. Quiero enjuagar tu cabello hermoso y me contarás cosas, ¿quieres contarme todo? Me encantaría saber. — Había ya prendido la cerilla y un pequeño candelabro estaba iluminando el ambiente. Caminé al baño con rapidez, agachándome para disponerme a prender los carbones que estaban debajo de la bañera grande. Quería un agua tibia, que pudiera relajar la mugre interior y exterior hasta que nada quedara del pasado. Era quizá que estaba empezando a reprimir todo, pero lo sentía, iba a explotar en cualquier instante, estaba poniendo toda mi voluntad para aguantar. Esperar hasta que el agua terminara de amarme para dejar salir todo el dolor que me había empezado a carcomer los recuerdos. ¿Incluso mi propio yo quedaría hecho cenizas? — Ya casi está, pondré unas lindas sales, ¿por qué no vienes a mi lado? Ah… mi cabello luce tan horrible, necesito arreglarlo, ¿cómo pudiste mirarme tan hermosamente si estaba tan feo? ¿Acaso me amas tanto? — Me dejaba fluir, rompiendo el silencio una y otra vez, no me gustaba, jamás me había agradado ese momento en el que solo los pensamientos son los que hablan en el interior. Ellos te saturan, quieren enloquecernos a todos y era mi propia garganta la que luchaba contra ellos una y otra vez.

Esperamos entonces a que las burbujas estuvieran en el piso de madera, los carbones empezaban a deshacerse manteniendo el agua tibia, pero sin subir ni bajar la temperatura. La desnudez me abrazó una vez más, me sacudí la sangre dura del lienzo blanco, intentando dejar lo más presentable posible mi cuerpo, no quería ensuciar demasiado el agua y apenas terminé metí mi raquítico saco de huesos en la bañera, hundiéndome por completo, sintiendo los temblores viajar por los músculos muertos. Enjaboné mi rostro en principio, lo sentía duro, seco y sucio. Froté hasta que la blancura se hizo presente una vez más y sonreí buscando al cuervo negro, alzando la mano para tocarlo. — Fregaré tu espalda, ven, aún no tengo tanto sueño, aunque me duele el cuerpo, me duele mucho. — Agonicé en esa expresión entre sollozante y melancólica, una que hacía solo para él.
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Mensaje por Nicolás D' Lenfent Lun Mar 14, 2016 8:27 pm

Las llamas incendiaron el lugar, completamente se extingue todo poco a poco, era pesaroso presenciar aquella escena donde los amantes copulaban hasta despertar de ese trance generado por el pasado, por el presente y el futuro que les deparaba. Tan trágico lo era, que hubiese sido un hermoso momento el incinerarse juntos y desaparecer. Más el hechizo, y las pócimas pudieron protegerlos de ese fuego arrasador. Descubriendo remembranzas que abrieron otra brecha en esa bruma, fijando anhelos tristes que jamás dejarán de permanecer entre navajas de la agonía de la vida. Rodeando a su amante con una aprehensión a protegerlo, cerrarle los ojos y dejar que durmiera después de ser herido por quien se juró a sí mismo no volver a ser una pasión su sufrimiento. Así era cómo se enamoró de él, le gustaba dañarlo más amo ser el único en hacerlo. Y lo cubrió con lo que quedó de sus sedas, manchadas de sangre, rasgadas y sobre todo, apestaban a homicidio.

...Caminando descalzo, pisando la tierra, el pasto que trataba de ocultar sus pisadas, era un camino muy silencioso, reflexionando de la catástrofe que ha creado y el resultado de este era aquel pequeño que entre sus brazos sujeta, dormido. Era un largo camino, y la noche ocultaba sus estados, la apariencia terrorífica que poseían. Finalmente era él, finalmente era sí mismo, finalmente la causa frente al efecto, la redención frente a la rebelión, el odio frente al amor. El, y su pequeño que en poco se unió a la caminata, había despertado que no pudo decir palabra alguna, no tenía palabras para él, para confrontar el suceso, para decirle que no mirara hacia atrás. Que no vea hacia atrás… Y ¡oh, sorpresa! Sus palabras le dieron el aliento para mirarle, observar sus pupilas, y retener sus caricias. — Tus ojos te engañan, no te dejes cegar por los sentimientos...—murmuró. Avanzando, encontrándose al Hotel después del camino emprendido.

Su conciencia maldita le jugaba una trampa, era tan perversa que ni el cadavérico y tétrico semblante le ocultaba la realidad. No le permitían formular las palabras, parecía querer permanecer callado. ¡Tan callado! Que no regaño a su acompañante por la fechoría de su belleza que usa, le molestaba, le repudia observar cómo la emplea para otros. ¿Más que quedó? Nada, no hizo nada. Al contrario, fue jaloneado, obligado a seguir los pasos. ¿Que podría hacer? Si lo único que necesitaba era estar junto a él, a solas, mirándolo. Sin importar en qué tipo de habitación estuvieran, eso no tenía valor, más sus actos eran acogedores.

Y ahí estaba, alegre, aunque Nicolás aprendió a conocerlo, y sabía que si no continuaba con sus actos, él se derrumbaría. Por lo que caminó hacia él, yendo al baño, miro como prendía la bañera, espero a que terminara, hasta que lo atrajo de una mano. Apoderándose de sus labios, pues su consciente le decía que lo consintiera. — Está por demás hablar, había creído que todo lo sabías más hoy me doy cuenta que al fin, has desnudado mi existencia, la conoces a la perfección que temo que a que no soportes esto.

Le abandonó en lento, permitiéndole desnudarse, ¿Cómo responder que, su amor es la totalidad de lo que es? Que no podía ni guardar un poco, lo entregaba todo, no solo por su belleza, sino por lo que ha representado en su vida. — Mi amor me ciega al igual que a ti.

Quiso entonar en una complicidad entre ellos, sonreír para tomar esa mano, y avanzó hacia la bañera, destruyendo las burbujas en el suelo, marcando sus desnudos pies con estas. —Lamento volver a herirte de esta manera —recorrió su espalda con la mirada, sentándose a una orilla de esta, frente a él, para que pudiera verle mientras se iba despojando de sus prendas y lavaba sus pies para no ensuciar el agua que el menor cuidaba.

Terminó, alzando la pierna para ir a su lado, adentrándose a la tibieza, ofreciendo su espalda al querubín, al posar la cabeza en su hombro, bajando un poco para quedar a su altura. — ¿Aún queda un poco de fuerza para que bañes a tu compañero? —consulto, sin movimiento alguno, más que de sus manos que comenzaban a masajear las piernas de su amante.

Su necesidad por sentir sus manos, calmar el sentimiento de culpa y no acudir a un arrepentimiento. Porque era abandonar el cariño, a él. Fue su única opción.
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Mensaje por Invitado Vie Mar 18, 2016 9:59 am

¿Qué podía hacer si no era sonreírle? Toda la energía que, evidentemente, no tenía, se apuntaba en los hoyuelos de mi sonrisa, negando, implorando que aquel ser de maldad superior pudiera notar lo mucho que me enceguecía amarlo, tanto, que no podía decir la palabra “engaño”. Era una certeza, mí autenticidad, y por supuesto, la única importante en ese instante efímero de ambos dos. El cuerpo dolía, sentía como las vibraciones de mi columna vertebral querían reponerse y los pasos hacían mella en destruir la regeneración, dejando un chato jadeo oscurecerse entre mis dientes. ¿Incómodo? Quizá un poco, me aferraba al inmortal a mi lado buscando alguna especie de sostén para mi cuerpo y alma. Al final no pude responderle a su estúpida respuesta. De haber estado un poco más cuerdo le replicaría que no entendía nada, que obviamente era un tonto y que no podía creer como siendo tan inteligente podía blasfemar todo mi amor y dulzura así como así. Pero tenía miedo, siempre tenía miedo con él a un lado, podía ser una bestia cuando se lo proponía y también jugaba con la ternura y suavidad cuando el regocijo de la maldad se encandilaba. Ofuscado y con recelos repasé el pasado a tientas. Claro, la montaña estaba sujetándose con un libro acostado y todo estaba a segundos de caerse enteramente. Tirité de rabia unos momentos y me escondí en la máscara que me engañaba a mí mismo. Esa tan emocionada y alegre que cada tanto llegaba a representarme. Era una sensación ligera, tal como si me sujetaran el peso de los hombros por un rato. Aunque luego, cuando lo dejaban caer, parecía hacerse diez veces más pesado. — ¿Q-qué? No, yo puedo, puedo soportar cualquier cosa. Lo sabes mejor que nadie. —

Había anunciado cuando supe que sus manos ásperas se acercaban a hundirme en él y así mismo en la melancolía que conllevaba todo aquel desbordante camino de lágrimas de sangre. Gimoteé obcecado y negando, saboreando sus ribetes rosados que parecían pedir anhelantemente mis besos y caricias. No había razón por la cual no darle todo lo que quería y subí mis brazos a su cuello. ¡Cuánta hermosura que podía ver en todo ese ser desquebrajado por la soledad! Y yo quería abrazar esa oscuridad porque era mía. Me pertenecía. Yo le había dado todo y ahora le estaba robando lo mismo o más, para quedármelo por siempre. ¿Egoísta? Claro que sí, siempre lo había sido, ¡pero me lo merecía ahora más que nunca! — ¿Te deja ciego? Entonces mírame más profundamente, tócame para no necesitar los ojos para saber quién soy. Yo podría reconocerte tan solo con una pestaña tuya. ¿Acaso el lienzo que intenta cubrir mi mirada no es más que una vestimenta de desmedida verdad? Pienso que en realidad veo todo tan claro que no hay nada como, ver o no ver. — El libro que estaba en medio de la construcción del risco estaba siendo sacado lentamente y podía sentir los granos de tierra cayendo desde arriba. Mis orbes negros como un ónix se abrían, podía verle desnudarse y cada pulgada se volvía deseo de destrucción y excitación. Mis manos temblaron, piel con piel, una perla se escapaba de los lagrimales y antes de poder fregar su espalda, me rompí.

Las estillas eran un rompecabezas imposible de armar, como látigos me aferré a su espalda y pecho, hundiendo las uñas para que no pudiera voltearse a mirar y dejé salir un grito lastimoso y precario. Parecía que todo me estaba apuñalando en segundos. Su vida, mi vida, ambas vidas que eran tan desafortunadas como el agua caída en un pantano. ¿Dónde estaba la flor de loto cuando uno la necesitaba? Imploré entre balbuceos su nombre, Nicolás, ¿quién eres tú Nicolás? ¿Qué es lo que ha quedado de ti? ¿Cuáles son las migajas, tuyas, que me pertenecen? “Arriba, arriba, basta, no lo hagas tener miedo, se irá, se irá volando si no detienes tu demencia en éste preciso instante” Mi expresión se mantuvo estática y apreté los dientes al borde de romperlos. — Quédate por siempre a mi lado. Puedo reconstruirte, lo haré lentamente para que todo ese dolor se consuma en mí. No te vayas nunca. Te perseguiré a donde quiera que intentes huir. — Al final terminé amenazando, aminorando el agarre de mis zarpas, que como las de un gato, volvían a ser blandas y dúctiles pasando por su tapiz transparente. Alzando mi nariz me hundí en su cuello, olisqueando unos cabellos desmedidamente harapientos. Volvía a la normalidad una vez más. Buscando el champú entre las sales de baño de un costado. — ¿Me contarás cómo hiciste lo que hiciste? Pensé que ya estaba perdido. Es que soy demasiado bonito, deberías cuidarme más. La gente quiere robarme. — Aludí con una infinitésima risa, negando al mismo tiempo para mis adentros. ¿Cómo había quedado la montaña? Aún no le encuentro forma.
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Mensaje por Nicolás D' Lenfent Dom Mar 27, 2016 9:34 am

¿Cómo decirle que duele? ¿Que está doliendo verlo? No podía comprender la magnitud de lo que era, de lo que se había descubierto en esos recuerdos, no podía hablar, ni gritar, estaba encerrado, pensando, colapsando sus sentires por la preocupación profunda que percibe, que le altera ese pequeño. No era más que una culpa, una traición que claramente le apuñalaba. ¿Cómo decirle que no es el dueño de su congoja, de una agonía que le enloquece? Por eso, no debía hacerlo sufrir, decirle palabras que no acepta el violinista, más es víctima de estas. Por eso, se refugia en su pecho, sentir su calor, reposar en esa agua con la esperanza de que fuese arrojado todo lo descubierto. Confiando en que es fuerte, pero por dentro está destruido. No quería dañarlo más, no necesitaba volver a saber el pasado, solo que lo necesitaba, que lo protegerá y sobre todo, lo amaría. Más que el pasado, más que en el presente y mucho más en un futuro, aunque ya desde un inicio lo esté dando todo.

— Lo sé, así como sé que con ojos o sin ojos eres una belleza perfecta, no es ceguera de la que todos hablan, siempre he vivido entre sombras, oscuridades que no diferencian entre ver o no ver, no necesito tocarte, con tu fragancia sé quién eres, con tu olor es que sé que eres mío. —hablaba con una precisión a pesar de su estado. Masajeando sus piernas, presionando para decirle que estaba ahí.

Pero finalmente, se dejó ver sobre la máscara que había forjado, su pequeño estaba padeciendo. En su espalda cae todo el peso de las consecuencias, en el pensamiento está, lo que Nicolás creía. Destruido totalmente, la alegría de su existencia. Y sus lágrimas de cristal se desbordaron, tras escucharlo, derramó la pureza de su llanto. Sin mancha alguna de sangre, sin ser siniestra su tristeza. El dolor se tatúa, sus garras hicieron que se produjera dulce, anhelante, un dolor que no teme sentirlo. Pues lo ocasionaron sus manos, sus caricias.

De ese modo, Apaciguando la fragilidad, estaba a punto de destruirse, de desquiciar su mente. Pero sus palabras, el tacto emanado, su cariño le salvaba una vez más. Era incapaz de hablar, dejaba que la fragancia del champú arropara un instante, dejando que sus manos extrajeran una tranquilidad y que su nariz le brinda ese amor hasta que necesitaba ver su rostro ante aquella risa, necesitaba unirse a ese sentimiento. Tomando sus manos, se giró, mirándolo fijamente, no podía confundirse sus lágrimas hermosas con el champú. Posando los pies su sus nalgas al elevar las falanges y tomar el detergente para lavar los cabellos de su muñeca una vez más. —Mi más preciado querubín, mírame mi amor tallaba con una delicadeza sus cabellos, envolvía los dedos en ellos con una sensibilidad. — Siempre he sido tu Nicolás, no temas al pronunciar mi nombre, no importa los nombres que se me conozcan, todos y cada uno de ellos me pertenecen, y que ahora solo son tuyos. Estamos aquí, juntos, eres el que se ha ganado mi templo y alma, no temas en aclamar la tuya, tienes el poder de decir que soy tuyo. No puedo irme sin ti, quiero que construyas todo, quiero devolverte la paz, la alegría a este hermoso rostro, no tomes mi dolor, ese deja que se desvanezca con tus caricias, con tu encanto. Sonríe siempre, que eso es lo único que necesitas, traerte los tiempos que amaste, ofrecerte más alegrías que penas, más risas que llanto, más amor que odio. Poco a poco, lentamente volveré a embellecerte, no temas y abrázame — Confrontarlo, amarlo, cuidarlo es lo que hacía, su voz podría ser un engaño de lo que está sintiendo, pero haría todo para devolverle la vida.

Estira su brazo, tomando la esponja junto con el jabón, frotando uno con el otro al humedecerlos, haciendo espuma con estos que dirige la esponja a su espalda, acariciando en forma circular su piel al tallarla delicadamente. —Tenía miedo de perderte, de que olvidaras nuestros recuerdos, de que existo. Temía a eso, que me desespere, actúe con rabia, con dolor, con toda emoción que me causa al saber que te perdería. Que alguien más seria dueño de ti. Enloquecí que esta vez volví a venderme al diablo, pero a través de ese hechicero, él fue quien hizo todo posible cuando yo lo vi acabado. Si actuaba por mi cuenta, te volverías loco, perderías lo que conoces por humanidad.

Sonrió, inclinando un poco su cuerpo, deslizando la esponja por su pecho. — Por eso es que no permito que salgas sin mí, ¿Ahora puedes entender mi enojo cuando me desobedeces?.—Cuestionó, manteniendo dos caras, la interior que esconde los peores y horrendos sentires, y la exterior que sólo reluce con los hermosos sentimientos hacia él.

Dejando que la esponja lavará su cuerpo, encelándose de esta por no ser su mano quien le brinde esa satisfacción, lavando su cuello que aprovecha en posar mordidas suaves que terminan con el sonido de un beso.
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Mensaje por Invitado Miér Jun 08, 2016 1:06 pm

No titubeaba demasiado, solo asentía un poco ridícula y graciosamente, como si en realidad supiera con obviedad que lo que decía el inmortal era cierto. ¡Por supuesto que éramos inexplicablemente hermosos! Le acurruque con pereza entre mi pecho, sintiendo la debilidad de Nicolás en su cuerpo, la demacración y el terror que él tenía. Sus sentimientos salían tan fácilmente sobre mí, tal cual si estuvieran tatuados en su ojo y eso solo hacía que lo amara más. ¡Una clara y enferma relación, todavía besarlo ya no era suficiente! Tenía que tocarlo por dentro, sus órganos, su garganta, quería poseerlo todo y aún más que eso. Y así mismo le miraba, como una reliquia única entre mis brazos, con deseos y con el egoísmo que lo había visto la primera vez en el teatro, siendo impetuoso y descolocado. Él rayaba todas mis ganas de existir y me volvía un ser más estúpido y materialista que nunca. Y al hablar de materialista, nada tenía que ver con el dinero, sino que lo quería a él, todo y cada pedazo que tuviese su aura y alma.

— ¿Recuerdas cuando no pude encontrarte? No volveré a cometer el mismo error otra vez… Así que no lo intentes tampoco, no subestimes mi amor por ti. — Se escuchaba perturbadoramente demencial, pero al mismo tiempo, era un amor desquiciado y eterno. Una fuente inagotable para mí, jamás me había pasado sentir tanto, por tanto tiempo, en tanta cantidad y calidad. ¡Se renovaba continuamente y se profundizaba más y más! Alguna vez fue su cuerpo estilizado y huesudo, luego pasé a querer tener su mente, su alma, su corazón entero, hasta buscar usufructuar las reencarnaciones futuras, los ochenta años, la eternidad a la cual estábamos confinados. Mis pequeños deditos hundidos en su carne intentaban salir, no quería lastimarlo, es que simplemente necesitaba saber que estaba allí y que no había nadie que me quisiera arrancar de él. Como un maldito piojo que chupaba su sangre, yo necesitaba succionar hasta el último pétalo de su alma. — Te estoy mirando… ¿Sabes? Aún cuando no te miro, te sigo viendo. Apareciste tantas veces aún cuando no estabas, pero ahora es fácil distinguirte, tienes ese ojo tan bonito… —

La respuesta anhelante se despachó antes de que el otro pudiera terminar de hablar. Es que dolía, era tan doloroso el mismo sentir que rompía mi alma muerta un poco más, yo quería a ese Luthier, a esas muchas vidas que habían sido masacradas una y otra vez. ¿Cómo podía yo arreglar el desastre de miles de años? ¿Cómo podía siquiera existir eso? La sobrenaturalidad se escapaba de mis manos, era inevitable pensar que el tiempo era demasiado infinito para que yo siquiera pudiera comprenderlo. — ¿Acaso insinúas que no soy bello diciéndome que volverás a embellecerme? ¿Quieres que te mate? Seguro que sí quieres… ¡No lo haré! ¿Deberíamos? ¿Deberíamos hacerlo ahora que estamos limpios? — Pensar lo que decía no era en absoluto una de mis cualidades, simplemente escupía mis pensamientos como si se tratara de un infinito caudal de sentimientos, oscuros, rosados, inimaginables, todos mezclados y sin ninguna clase de lógica. ¡Nuestra historia era tan similar! ¡Pero la suya era tan insufrible! Verlo intentar calmarme siendo que él era el más dañado, solo me hacía enojar. ¡Y no podía enojarme! Es que lo estaba amando con demasiada locura, también su torpeza me hacía temblar del deseo de lamerlo, de sentirle hasta el más recóndito lugar del cuerpo con las papilas gustativas. — ¿Y cómo tienes que pagar eso? No me gusta, quizá hubieses sido más feliz sin mí… Ah, pero yo estaba dormido. Estaba dentro de mí mismo, encarcelado, me recuerdo golpeando las paredes en mi interior intentando salir. ¿Debería trabajar en eso? ¿Conseguir la manera de bloquear mi mente para que no puedan jugar con ella? La gente es descarada, hacen lo que no les gustaría que les hagan sin ninguna clase de arrepentimiento. — Tomé su muñeca, deteniendo las caricias con la esponja, sonriéndole lo más dulcemente que podía, mostrando los dientes romos y blanquecinos. Y me acerqué a tomar sus labios, mordisqueándolos con cuidado, buscando su lengua con algo de desesperación, masticándola, estirándome para hacer más presión en él. Ignorando sus siguientes palabras por el momento, negándole seguir la conversación, pasando mi mano libre por su cuello, lo sujetaba como si sintiera que se me escapaba, resbalándose entre el champú. — Entonces sal conmigo, veámoslo todo y hagamos que todo sea nuestro. Tu hermosura es tan mía, supongo que este cuerpo final que te dieron es el mejor de todos, es el perfecto, irreal en todas su formas. ¿Alguna vez te diste cuenta qué tan apacible eres? Hasta sin un ojo y con esa dulce cicatriz… — Radiante y deseoso, le observaba fijo, tanto que parecía chistosa la manera en la que mi mirar se ponía bizco e hipnótico. Me paseé por su piel, hasta hundir mi rostro en su pecho, frotándome inquietante, parecía que absorbía energías del mismo aire por la manera en la que cambiaba de emociones tan rápida y descuidadamente. No había cosa que me importara menos que clamar mi cordura, era lo último en mi lista de prioridades. — ¿Alguna vez te diste cuenta que gané? Cuando te dije que me las pagarías por todo lo que me hiciste, siempre supe que ganaría. Yo siempre gano, ¿no ves que sí? — Asentí, irreconocible a mi llanto caudaloso de hacía un instante, como si un shock de vitalidad hubiese inundado mi cuerpo.
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Mensaje por Nicolás D' Lenfent Vie Jun 24, 2016 10:47 pm

¿Cómo pudo una sublime remembranza equilibrar el sentimiento? Lo habían abrazado con un infinito júbilo, uno que a pesar de las tétricas evocaciones existentes en el tuerto, se podía percibir, descifrar de su melancolía, del terror emanado en sus irises, en la profundidad en la que se veía un recelo inexplicable. Porque era claro, que recordaba los viejos tiempos, y dichoso el que presenció ante su auténtica derrota, ante la confesión del amor inmaculado. —Recuerdo cada momento que hemos pasado juntos y aquellos en los que no estabas presente y que en algunos ibas en mi memoria.

Al fin descubierta la bruma de oscuridades aterradoras, de secretos y maravillas que comenzaban a ser, pues los anhelos que se escondían en su pesarosa melancolía, continuaban entre las navajas de la agonía de la existencia. Y que, aclaraban todo. Estaban ahí, juntos, amándose uno al otro con una inmensidad. Deseando que jamás se terminara la espuma, que el aroma perdurará en su templo, y que en sus manos jamás se alejara. Era una salvación y maldición a su vez permanecer entre esos brazos, el recorrer su templo y sobre todo. Mirarlo, el unir las miradas y entregarse en un solo instante.

Y selló sus carnosos labios, ya no habían réplicas ante su confesión, y estaba venturoso de escucharlo de entre sus labios, que su voz fluyera con una bestialidad que solo quedo el movimiento de sus labios, un suave beso que continuaba aumentando la intensidad. Lo amaba con demencia, lo amaba con un hambre insuperable, incontrolable hasta querer devorarlo. Así, como estaba dispuesto a morir para que ni la inmortalidad lo separara.

—Finalmente soy yo, finalmente eres tú… —sonrió para él, murmurando entre sus labios, envolviéndolo. Mordiendo con delicadeza su labio inferior. En definitiva, era la causa frente al efecto, la rebeldía frente a la redención, el odio frente al amor. Como espejos sin forma, la inmensidad de las dudas entre la cordura, así es él, así era el... — […] sería un desperdicio si morimos esta misma noche, y más teniéndote de esta forma, y peor, que me niegues la muerte después de tanta ausencia tuya. —No se quejó, pero si protestó aquellos malditos días que padecía, cada día, cada noche pensando en salvarlo, en traerlo a su lado, detestables horas de calvario, réprobos pensamientos que lo golpeaban.

—Sabes que jamás sucederá eso, recuerda que tú eres al único que necesito. Y te enseñaré a fortalecer tu mente, a que bloquees a todos, menos a mí, soy muy descarado que no puedo darme el lujo de dejar de escuchar tu mente. Hay cosas que me gustan y que pierden el encanto cuando tratas de cambiarlas. Así mismo, me ayudas a controlarme cuando te tenga cerca.

Sin responder el pago de aquel pacto, era mejor no enterarlo, al fin de cuentas, salía sobrando ya, ya lo tenía que era lo importante. Por lo que su lengua comenzó a jugar entre su comisura, retorneando sus labios. Distrayendo, sumergiéndolo en el beso brindado, entre abriendo la boca que le entregó la lengua en un movimiento dulce, sujetándolo de entre sus costados, manteniéndolo en su pecho, deslizando las palmas ya en su espalda. Hasta que detuvo su beso, y lo miró fijamente. —Solo quiero tenerte a mi lado, no te separes más de mí. Te seguiré a donde quiera que vayas.

Se le salió una fría risa, comenzaba a liberarse aquel violinista enamorado.

Al fin, todo al fin estaba siendo como lo esperaba, lo había calmado, que continuara de esa forma. No lo quería ver destruido, y sin luz alguna. Ya que, solo eso debía cargar en una sola parte, y no le importaba si era él. —Reconozco que lo hiciste, a pesar de que aquel día me negué a aceptarlo. Cuando te dije que si te amaba era porque así lo quería, quería entrar a un nuevo juego. —La razón era esa.

—Eres lo único apreciado que tengo, has superado mi amor hacia la oscuridad, ya no quiero estar solo… Y te diré un secreto…

Abría las puertas de su oscuridad al único que solo lo podía herir. – […] tengo miedo de aquello que una vez ame, —confeso, refugiando el calor con el propio, depositando un beso en su frente— nunca me hagas sentir más miedo. —Pidió, suplico antes de que la última burbuja explotara y quedara solo la transparencia del agua, quizás sucia pero esta quedo en la base.

Como la conciencia maldita, silenciosa y perversa que permanecía, así era uno contra la violencia mental de espasmos demenciales que paralizaban la realidad. Aunque, ¿Quién tiene el control ahora? ¿Quién es el culpable de la caída? Interrogativas que iban más allá del sufrimiento escondido, y que ahora eran aceptados, en la sangre seguirá esa maldición, fluyendo y cubriendo de velos negros la congoja, tras el espejo que se encuentra un espíritu, y en su cadavérico y tétrico semblante su verdadero rostro. Nicolás, no cabía duda que era él.

El único tuerto adorando a un querubín. Y no un cualquiera, al más hermoso que pudo haber encontrado. Y disfruto. Como si se tratara de un cielo, lo tenía todo, y no lo iba a dejar. Ni hasta para dormir, que era el siguiente paso, lo arrullaría sin perderlo de entre su regazo.
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Mensaje por Invitado Dom Jul 31, 2016 9:18 pm

Me estaba engullendo tal cual lo hace un animal salvaje con su presa, devorándome e intentando no dejar nada de mí. Lo consideraba un juego, uno maligno. El celeste del ojo que le quedaba a Nicolás me perforaba y con ello, amenazaba con hacerme sonreír, retorcerme sobre sus brazos, dejando que el disfrute de la lisa y delicada piel que tenía se palpara en su existencia. No podía concebir el hecho de que él supiera más que yo sobre mí mismo. Y egoísta como siempre lo había sido, me apresuré a agarrarme, a fundirme en su pecho mientras degustaba la dulzura de las marcadas clavículas que salían desde lo alto de su pecho. No tenía remordimiento alguno, el corazón palpitaba, temblaba en mi interior. — Sí, soy el único. Te hago feliz. ¿O no? Te dejaré amarme todo lo que quieras entonces. — Asentí de manera descarada, riendo muy suave, muy bellamente, era un juego tan inocente, que se notaba que caía en las tinieblas hasta volverse tóxico. Pero nada de eso nos importaba, a ninguno de los dos. Éramos seres que solo tenían una tentación y conseguida ésta, la liberación era absoluta. Sentía las yemas pasando por mi cuerpo y no pude más que seguirle el movimiento, esperando a que nuestra investidura fuese destrozada por completo. — No necesitas controlarte. ¿Para qué querría controlarte? Siempre que sea a mí a quien necesites, tu felicidad estará. Puedes disfrutarme como más quieras. —

Apoyando ambas palmas contra sus hombros, me dediqué a levantarme, parándome en la bañera en lo que deslicé mis cabellos largos y negros hacia atrás, no tardaría demasiado tiempo en hacerlos desaparecer y brillar en un intenso rojizo, pero por el momento no podía pensar en eso, ver al violinista me apasionaba y no me tardé en apoyar un pie sobre el torso de aquel que había pasado milenios viajando con su alma de un lado al otro. — No se necesita de una secta de brujos para que te enamores. Conmigo es más que suficiente. No tengas miedo. ¡Yo te protegeré! — En algún punto, mis ojos de un oscuro obsceno, brillaron y se fundieron con toda esa pasión que había tenido antes. Era la debilidad del cuervo la que me volvía más fuerte o al menos eso creía. Pues verlo temeroso me obligaba a fortalecerme, notarlo con dudas hacía que se me aclaren las mías. No necesitaba otra cosa que no fuese él para saber la verdadera voluntad que tenía adentro para seguir existiendo. Y fui bajando el pie, dejándolo sobre el muslo. Las burbujas habían terminado y con eso las ganas de estar en el agua, que por arriba parecía transparente, pero en el fondo la tierra y la sangre se hallaba, como un claro signo de que nada había sido una mentira, como las marcas que teníamos que hacer desaparecer. — Nunca vas a estar solo, es decir, no importa lo que quieras, igual no te iba a dejar. Porque si te quedas solo tú, yo también lo hago. Sácame de ésta bañera, lánzame a una cama de sábanas limpias y deja que descanse en tu cuerpo. ¿Lo harás? — Busqué sus mejillas, alzando su rostro en tanto me acercaba a besarle la frente y lamer cuidadosamente el perfil de su nariz. Temblaba de las ganas de hacerle el amor, sin embargo, el peso del estrés y la carga que sentía en mi pecho era tan abrumadora que los párpados se ponían más achinados de lo habitual, obligándome a retenerme despierto. Probablemente sería la felicidad que sentía la que me estaba cansando, me había robado todas mis energías, por haber tenido tanto abismo dentro durante el tiempo en que me habían arrebatado. Como un dulce a un niño.

Estiré mi espalda, apoyando antes la frente sobre la ajena, bostezando contra sus labios, mordiendo su mejilla, untándome como miel en un panal, extendiendo las piernas, haciendo que los huesos hagan ruido, como una descontractura total hacia todo lo que me rodeaba. Podría haberme parecido a un delicado animal de no ser por el brillante de la piel. No había nada, ni nadie, en ese momento, que pudieran distraerme de la dicha que había obtenido. — Me hubiese encantado saber qué tanto me extrañaste cuando no estuve. ¿Habrás enloquecido tanto como yo lo hice contigo? No creo, al final, tu eres siempre el que me busca, yo caigo y no me puedo levantar. Soy realmente patético. No volverá a pasar, no lo permitiré nunca más. — Aseguré en tanto esperaba que él mismo me moviera, como lo hacía antes, cuando me paseaba por la casa alzado entre sus brazos.
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