AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Atardecer en la playa (libre)
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Atardecer en la playa (libre)
Se sentó sobre la arena suave, sus pies descalzos se enterraron en aquella superficie, una sonrisa se ancló en su rostro infantil. ¿porque se encontraba tan lejos de su hogar? ¿como un niño de unos ocho años, aunque pareciera de doce, se encontraba en la playa, pasadas la cinco de la tarde? seguramente era lo que pensaban los paseantes que recorrían la playa. Mas como todavía quedaban algunas familias rezagadas, poco les podían parecer extraño. A no ser el hecho que Østen, no parecía preocupado por estar solo, y que cargaba un morral, que cuidaba posesivo, como si temiera que alguien se lo arrebatara.
Se había pasado la mañana, ejercitando sus habilidades, en especial la que le parecía la mas divertida, pero a la vez la que lo podía dejar en evidencia. Buscó un lugar donde esconderse, y desde allí, eligió unos niños que se empeñaban en crear un castillo de arena, en cuanto lo conseguían y corrían a buscar a sus padres. él intentaba que una ráfaga de viento se lo destruyera. Cuando los pequeños volvían con su padre, cogido de la mano y emocionados para mostrarle su trabajo, se encontraban con un motón de arena informe. Los pequeños lloraban desconsolados, y el padre intentaba consolarlos prometiendo quedarse cerca de ellos, para ver como lo armaban. Entonces, un sentimiento de envidio llenaba el corazón del pequeño brujo y unas nubes, se formaban sobre el padre y los niños. En pocos segundos una lluvia que parecía salir de la nada, les comenzó a caer, inundando el lugar. Pronto la familia se apresuró a tomar sus cosas y dejar aquel lugar, el día estaba demasiando raro y los padres decidieron volver a casa. Ofuscado y sin saber porqué aquello le hacía llorar, se dedicó a intentar reconstruir el castillo. Las nubes, apenas él dejó su escondite, comenzaron a abrirse, dejando un cielo despejado y totalmente azul, el sol calentaba la arena, y allí se quedó por unas horas hasta que decidió que era tiempo de volver.
Tomó su morral, y caminó por la orilla de la playa, sintiendo como las olas lamían sus pies, el sol, en pocas horas se pondría, y la ciudad, la mansión de sus padres adoptivos, estaban muy lejos de allí. Esperaba encontrar algún adulto que le acercara hasta la ciudad.
Se había pasado la mañana, ejercitando sus habilidades, en especial la que le parecía la mas divertida, pero a la vez la que lo podía dejar en evidencia. Buscó un lugar donde esconderse, y desde allí, eligió unos niños que se empeñaban en crear un castillo de arena, en cuanto lo conseguían y corrían a buscar a sus padres. él intentaba que una ráfaga de viento se lo destruyera. Cuando los pequeños volvían con su padre, cogido de la mano y emocionados para mostrarle su trabajo, se encontraban con un motón de arena informe. Los pequeños lloraban desconsolados, y el padre intentaba consolarlos prometiendo quedarse cerca de ellos, para ver como lo armaban. Entonces, un sentimiento de envidio llenaba el corazón del pequeño brujo y unas nubes, se formaban sobre el padre y los niños. En pocos segundos una lluvia que parecía salir de la nada, les comenzó a caer, inundando el lugar. Pronto la familia se apresuró a tomar sus cosas y dejar aquel lugar, el día estaba demasiando raro y los padres decidieron volver a casa. Ofuscado y sin saber porqué aquello le hacía llorar, se dedicó a intentar reconstruir el castillo. Las nubes, apenas él dejó su escondite, comenzaron a abrirse, dejando un cielo despejado y totalmente azul, el sol calentaba la arena, y allí se quedó por unas horas hasta que decidió que era tiempo de volver.
Tomó su morral, y caminó por la orilla de la playa, sintiendo como las olas lamían sus pies, el sol, en pocas horas se pondría, y la ciudad, la mansión de sus padres adoptivos, estaban muy lejos de allí. Esperaba encontrar algún adulto que le acercara hasta la ciudad.
Raffaello Di Fiorenza- Humano Clase Alta
- Mensajes : 66
Fecha de inscripción : 13/04/2015
Re: Atardecer en la playa (libre)
Bien, ¿qué es lo que hacía aquí? Puede que aquello que comenzara como una caminata ligera por la mañana se hubiera transformado en una larga caminata que me llevó hasta una de las zonas en las que menos me gustaba estar. Hacía calor, y había arena. Dos razones de peso como para justificarme ¿no?, ¿No? Bueno… No importa mucho de todas maneras.
Como solía hacer cuando tenía la oportunidad de pasar un rato como este, fuera del contexto que la propia sociedad me había impuesto, me descalzaba, e incluso está vez fui un poco más allá recogiendo un poco el borde de mi pantalón para poder mojar los pies un rato. Me había escapado del trabajo, del protocolo, de lo que era la rutina constante de trabajo. Paseé tranquilamente, sosteniendo mis calcetines y mis zapatos con una mano, recorriendo la playa, observando con curiosidad, a falta de una palabra más apropiada, como los castillos de arena se destruían por un travieso viento. Me quedé allí, reposando sobre una de esas piedras gigantes que separaban una playa de otra. Me tendí y permití que el sol recorriera el cuello y la mañana se comenzara a volver noche.
No estoy seguro si me quedé dormido o no; puede que hubiera estado dormitando o sólo profundizando en mis pensamientos, pero intenté dejar de lado las cosas en las que no deseaba pensar y me concentré en la brisa, en el sonido constante del mar. Desaparecieron los papeles sobre el escritorio, las juntas y las caras largas de los clientes desagradecidos, incluso el declive del sol ocurrieron sin notarlo. Cuando desperté, con las primeras gotas cayendo en mi cara, me sentía mucho más relajado y despejado, más tranquilo, aunque la maraña de esos cabellos no desapareció de mi mente. Disfruté la lluvia y me senté, apoyando mi espalda en uno de los bordes de la piedra. La gente poco a poco comenzó a marcharse, dejando un lugar silencioso detrás suyo y más natural. Me empapé y no me desagrado para nada. Menos mal que no olía como perro mojado o no lo habría soportado.
Pero la lluvia no duró demasiado, poco a poco el cielo se fue despejando y la lluvia acabo, aunque el sol de la tarde había declinado lo necesario para no sentir el calor directamente contra la piel o la ropa mojada. Fue entonces que lo vi. Era poco más que un niño, saliendo de un escondite que yo tenía cerca de donde me la había asado tumbado. Era un niño pero no era un niño normal. Lo miré durante un rato, pero nadie se le acercó. Por fin me decidí y bajé de un salto al suelo. La arena evitó que hiciera ruido, aunque mi intención no era estar escondido de él. Caminé lentamente por la orilla, hasta que descendí lo suficiente y patee las olas que se iban interponiendo en mi camino. Deseaba que anocheciera pronto.
—¿A dónde se supone que vas, chico? —pregunté en voz baja, mirando su espalda un momento antes de volver al vista al mar, hasta el horizonte. No me consideraba paternal en absoluto, pero tampoco iba a dejar que un niño anduviera por allí solo, por muy diferente que fuera a un humano normal.
Como solía hacer cuando tenía la oportunidad de pasar un rato como este, fuera del contexto que la propia sociedad me había impuesto, me descalzaba, e incluso está vez fui un poco más allá recogiendo un poco el borde de mi pantalón para poder mojar los pies un rato. Me había escapado del trabajo, del protocolo, de lo que era la rutina constante de trabajo. Paseé tranquilamente, sosteniendo mis calcetines y mis zapatos con una mano, recorriendo la playa, observando con curiosidad, a falta de una palabra más apropiada, como los castillos de arena se destruían por un travieso viento. Me quedé allí, reposando sobre una de esas piedras gigantes que separaban una playa de otra. Me tendí y permití que el sol recorriera el cuello y la mañana se comenzara a volver noche.
No estoy seguro si me quedé dormido o no; puede que hubiera estado dormitando o sólo profundizando en mis pensamientos, pero intenté dejar de lado las cosas en las que no deseaba pensar y me concentré en la brisa, en el sonido constante del mar. Desaparecieron los papeles sobre el escritorio, las juntas y las caras largas de los clientes desagradecidos, incluso el declive del sol ocurrieron sin notarlo. Cuando desperté, con las primeras gotas cayendo en mi cara, me sentía mucho más relajado y despejado, más tranquilo, aunque la maraña de esos cabellos no desapareció de mi mente. Disfruté la lluvia y me senté, apoyando mi espalda en uno de los bordes de la piedra. La gente poco a poco comenzó a marcharse, dejando un lugar silencioso detrás suyo y más natural. Me empapé y no me desagrado para nada. Menos mal que no olía como perro mojado o no lo habría soportado.
Pero la lluvia no duró demasiado, poco a poco el cielo se fue despejando y la lluvia acabo, aunque el sol de la tarde había declinado lo necesario para no sentir el calor directamente contra la piel o la ropa mojada. Fue entonces que lo vi. Era poco más que un niño, saliendo de un escondite que yo tenía cerca de donde me la había asado tumbado. Era un niño pero no era un niño normal. Lo miré durante un rato, pero nadie se le acercó. Por fin me decidí y bajé de un salto al suelo. La arena evitó que hiciera ruido, aunque mi intención no era estar escondido de él. Caminé lentamente por la orilla, hasta que descendí lo suficiente y patee las olas que se iban interponiendo en mi camino. Deseaba que anocheciera pronto.
—¿A dónde se supone que vas, chico? —pregunté en voz baja, mirando su espalda un momento antes de volver al vista al mar, hasta el horizonte. No me consideraba paternal en absoluto, pero tampoco iba a dejar que un niño anduviera por allí solo, por muy diferente que fuera a un humano normal.
Drazel Sarbu- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 59
Fecha de inscripción : 21/04/2015
Localización : Por aquí, por allá
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