I am rooted, but I flow - [Libre]

por **Rianne Coleridge** Vie Mar 04, 2016 1:16 pm

Los pasos que suele dar Rianne son seguros y confiados, ella cree firmemente en el poder de sus propios pies para llevarla a cualquier lugar sin que eso represente algún peligro. Está acostumbrada a estar sola, a caminar sola, a moverse sola por una ciudad que ahora ya conoce como a la palma de su mano. Ni siquiera es capaz de recordar los años que lleva viviendo ahí, sabe que le vendría bien quizás salir una temporada, volver a Londres e intentar encontrar restos de una familia que ha envejecido mientras ella aún no lo hace. Pero no se atreve, tiene miedo de que alguien pueda reconocer que por su rostro no ha pasado el tiempo. Y por lo mismo que es que siempre se está moviendo, siempre cambia de lugar de residencia incluso dentro de la capital de aquel país que tan pocas alegrías le ha entregado. Nadie puede recordar su rostro… nadie quiere recordar su rostro.

Una de sus rodillas le tiembla a medida que avanza, aún tiene algunos huesos resentidos de la última pelea. ¿Acaso creen que ella buscó esa maldición? ¿Acaso creen que disfruta viendo como es incapaz de controlar lo que hace? Pese a que ya no es tanto como al comienzo, muchas veces culpa a la licantropía por sus arranques agresivos, aunque bien sabe que se debe más a un corazón roto que a la capacidad de convertirse en loba. Rianne tiene el pelo ordenado en una cola y los ojos enrojecidos por la falta de sueño, el estómago le ruge porque prefirió salir temprano de casa que comer la última ración de pan que le quedaba. Por lo general no suele estar tan escasa de comida ya que puede conseguirla fácilmente en el bosque o en las montañas. Pero ahora lleva tanto tiempo en la ciudad que no puede simplemente volver con un animal muerto al hombro como lo habría hecho en el pueblo donde nació.

La punzada se acrecienta a medida que recuerda el rostro moreno de su madre y el cabello claro de su padre. ¿Cómo es que una pareja tan distinta pudo amarse tanto? ¿Cómo es que dio resultado en ellos pero nunca ha podido funcionar para ella? Porque al único hombre que ha amado en la vida es al único al que le ha transmitido aquella maldición. Es normal entonces que la odie, después de todo no sólo le arruinó la existencia, también le desfiguró el rostro. Ahora, en cambio, su mente se traslada a la figura de quien la busca y no precisamente para pasar los días sonriendo a su lado. El inquisidor quiere verla muerta, quiere destrozarla y no en noches de pasión desenfrenado. Él quiere deshacerse de ella y ella sólo desea deshacerse del nudo en su estómago y de los bolsillos vacíos. Golpeó la puerta y un rostro serio le dio la bienvenida, —Me han dicho que requieren de alguien aquí…— se alisó la falda negra y sonrió pese a que no se le daba muy bien. —Estoy a vuestro servicio. —

por **Rupert Wyndam-Pryce** Miér Mar 09, 2016 1:14 pm

Neverland parecía un sueño lejano. París no había recibido a Albert con los modales adecuados y respiraba la soledad de un duro oficio que no parecía dar sus frutos en aquella ciudad de desagradecidos. Un día, dos, tres… cada uno más plúmbeo que el anterior. Emprender un negocio en una gran ciudad, buscando poder admirar la grandeza de dicha ciudad por encima del propio hombro de la prosperidad. Una utopía que comenzaba a hacer mella en el juguetero.

Rupert Wyndam-Pryce era un hombre constante y dedicado. Minucioso, detallista. Todo ello apreciable a simple vista en el amor con que impregnaba cada una de sus creaciones, amantes caprichosos que requerían de algún que otro esfuerzo. Esfuerzos que podían ser tachados de inhumanos cuando se trataba de algo tan banal como la fabricación de muñecos –o como Albert pensaba a menudo: traer a la vida a sus preciadas creaciones-. ¡Qué sabrán ellos!-gruñía para si el juguetero- Me tienen envidia. Envidia, si. Ratas de alcantarilla que se pavonean como reyes en un baile de disfraces confeccionados con prejuicios, e hipocresía por máscaras. Yo tengo un sueño. Sé lo que quiero, sé como conseguirlo, trabajo en ello. Más de lo que muchos tienen o llegarán a tener nunca. ¿De qué vale nadar en francos cuando tú mismo nadas en ignorancia o en la amargura del vacío que aporta cualquier insulsa vida? –asentía mientras continuaba autoconvenciéndose- Sí, eso. ¿De qué vale?

La capacidad del inglés para dar sorprendentes acabados a sus obras le limitaba sin embargo en su asignatura pendiente: la fuerza bruta. Acostumbrado como estaba a tratar con sus amigos de mentira y atender las necesidades de éstos para que resplandecieran tanto como el talento del juguetero, la parte dedicada a hacerse con las materias primas con que fabricar a sus hijos era lo que más cuesta arriba se le hacía. Derrotado ante tal situación tomó la decisión de buscar un cómplice que librara sus espaldas de tamaña carga para poder dedicarse a otra cosa. Su sorpresa fue de todo menos grata cuando, buscando un hombre de complexión fuerte, ante su puerta apareció el espectro de una joven mujer.

- Bienvenida a Neverland, madame. El lugar donde sus sueños pueden convertirse en realidad. Sólo dígame qué se le presenta y haré lo que pueda por complacerla.

La amabilidad en el rostro del hombre se desvaneció al escuchar las intenciones de la joven, buscando ocupar el lugar vacante dentro de la juguetería.

- Si… lamentablemente requiero de alguien de género masculino. Estoy seguro de que una mujer tan hermosa como usted no querría mancharse las manos con la clase de trabajos que oferto. Se lo agradezco, pero…

Pryce no comprendía la naturaleza de la mujer. Él, al fin y al cabo, era humano y poco sabía sobre seres sobrenaturales. Menos aún captar dicha esencia de un vistazo u olisqueo.
Así pues, en primera instancia, rechazó a una mujer que acabaría haciéndose con el puesto quisiera Rupert o no.

por **Rianne Coleridge** Lun Jun 20, 2016 4:05 am

Lo que Rianne acababa de escuchar la hizo alzar una de sus cejas tan alto que creyó se encontraría con el borde que separaba su frente del nacimiento de su cabello. Podía comprenderlo, es cierto, a simple vista ella lucía como una mujer común y corriente, quizás más corriente que común, pero bastante alejada de lo que al parecer él andaba buscando. Allí donde deberían existir grandes músculos capaces de levantar cargas impensadas, ella sólo tenía fibras que se asemejaban más a las de un felino que a la del animal perteneciente a su otra mitad. Y eso sin considerar que últimamente había perdido algo de peso debido a la paupérrima alimentación que estaba recibiendo.

Es por esto que, utilizando toda la fuerza de voluntad que un gesto tan distinto de ella necesitaba, le sonrió intentando parecer amable y suspiró para lucir algo “preocupada”. —Disculpe señor… el anuncio sólo precisaba que usted requería de ayuda en su local… y es cierto que me veo algo debilucha pero puedo asegurarle que no es primera vez que trabajo, mis manos han estado manchadas desde que pude ponerme en pie y ser útil para mi familia… —dijo casi sin dejar tiempo para que el hombre pudiera responderle. Rianne necesitaba el trabajo, necesitaba sentirse útil y también ser capaz de pagar sus cuentas que ya comenzarían a acumularse de un momento a otro. No podía seguir debiéndole al hombre del puesto de carnes o este mandaría a alguien a golpearla y ahí tendría que arrancar otra vez. No es fácil fingir que no sabes pelear.

Por ahora el lugar donde vivía le gustaba, incluso esa cama que era más dura que dormir en el suelo, pero esa habitación era todo lo que podía costear y también algo a lo que llamar hogar después de un día largo y como siempre solitario. Poniendo algo de atención a las palabras del señor que ahora tenía enfrente pudo captar algo de un acento en él que sería fácilmente identificable si ella le hubiese puesto más empeño a las letras que a los puños. —Disculpe que pregunte esto, quizás pueda sonar como una locura… pero por si acaso ¿es usted inglés? —era casi como saltar al vacío, recurrir a una estrategia muchas otras veces usada pero por lo demás siempre muy eficaz. Rianne volvió a sonreír pero ahora quería lucir cercana, apacible, como una planta inofensiva que expulsa un olor que te recuerda a casa.

—Yo también lo soy, por eso lo pregunto… creí reconocer en usted algo de mi tierra, perdóneme si no es así… —y siguiendo con la actuación dio un paso atrás. Le picaba un poco la falda y le molestaba tener que andar con medias, hubiese preferido poder usar el pantalón siempre que siempre suele llevar, pero para ocasiones como esa debía lucir como lo que la sociedad espera de ella. Hablaba de un modo atropellado a causa de los nervios, aquello era real, tanto como su estómago a punto de rugir o el mal humor incipiente a causa de lo mismo. No podía arruinarlo, tenía que encontrar de algún modo cómo lograr que aquel hombre de aspecto tan extraño le diera trabajo. Tal vez podría ofrecerle trabajar una semana sin paga o podría volver disfrazada de hombre si eso es lo que él necesita, pero de todos modos sería inútil, como hombre sólo parecería un muchachito recién salido del seno de su madre.

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