AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Parlamentos vacios, telones que acogen. [Darius Argeneau]
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Parlamentos vacios, telones que acogen. [Darius Argeneau]
Dos, tres, cuatro...contarlos sería algo infinito para poder llegar a un número exacto de intentos entre las líneas que se me habían otorgado para la práctica apropiada, dos semanas exactas antes de la presentación. Gustav solía ser lo suficientemente inoportuno para crear un espectáculo en solo una semana, lo increíble de todo aquello era que terminaban con el éxito suficiente para que el cauce de los aires de Paris repitieran nuestros nombres sin cesar y fueran necesarias las repeticiones para complacer a los ojos que deseaban vernos sin importar exactamente la clase social de los que asistían.
Portaba tan solo un simple vestido de seda de un tenue color celeste, Madame Elizabeth se había tomado la molestia de crearlo para la actuación. Su trato hacia mí, semejante al de una madre a una hija, la hacía creer que las telas tras vestidores no eran lo suficientemente confiables para una buena apariencia, y más aun que podía crear cualquier reacción indeseada a mi piel blanquecina, había aceptado sin chistar, sin intervenir mientras me tomaba las medidas aun en la gran mansión donde trabajaba, le debía mucho, y era un gesto muy pobre para demostrarle el afecto que sentía por ella. En mis manos se hallaba un papel, una especie de pergamino donde una caligrafía perfecta amoldaba el parlamento que me correspondía, sonreí sin predecirlo al recordar los pensamientos anteriores y repasar con mi mirada el traje de largas mangas y hombros descubiertos donde podía sentir el suave roce de mi larga cabellera suelta en armónicas ondas. Mis ojos grises se fijaron una vez más en el gastado papel, dando una nueva lectura a cada línea, a cada frase a decir con excelencia, a cada movimiento para imitar con la suficiente excelencia a la joven Hermia
Si. Las miradas de los actores se habían cruzado claramente entre sí mientras Gustav nos narraba de la obra que deseaba proyectar, no muchos días antes como era de esperarse. Nos menciono lo suficiente puesto que era de imaginar que nuestros conocimientos como actores nos brindaban una información de la obra de antaño que no era más que ¨Sueño de una noche de verano¨. Había asignado los papeles totalmente seguro de nuestras capacidades y dotes para interpretar al personaje que el creía adecuado a nuestro ser, aun puedo recordar mi rostro al recibir mis líneas y mirarlas por segundos para saber que no sería más que la inocente y humilde Hermia, enamorada del joven Lisandro a quien juraba amor eterno hasta los confines del mundo. No me negué puesto que era uno de los trabajos más importantes que se me habían asignado, y a pesar de que no deseaba el resonar de mi nombre por los alrededores de Paris, esperaba más aun de lo que podía dar en una simple obra de teatro.
Día y noche había ensayado con esmero y paciencia, mi compañero lo notaba, y sonreía con amabilidad cuando los nervios me traicionaban, e incluso la misma búsqueda de la perfección, negaba e intentaba, una vez más, negaba e intentaba, y así seguía, negando e intentado hasta que mi cuerpo reclamaba con violencia y me obligaba a descansar por lo menos unos segundos. Justo ese día no había sido uno de los mejores, francamente los ensayos generales siempre terminaban siendo un completo fraude, los vestuarios y los completos escenarios hacían que nuestras emociones se confundieran de camino y así las palabras erraran al salir de nuestros labios, unas y otras entremezcladas entre si hacían que perdiéramos la concentración que tanto ansiaba el director y que nos reprochaba con creces al cometer errores. Al finalizar decidí quedarme, el planteamiento de una mejoría de mi personaje, de el cerrar del teatro y una posible paga adicional por eso, agrado ambas partes y por ello no dude al despedirme de mis compañeros y de los encargados de la obra, cerré algunas puertas por el frio nocturno y la entrada de los desconocidos y subí al escenario tomando un respiro antes de continuar -Pues si los verdaderos amantes siempre fueron contrariados ha de. Muy rápido, sin pausas y sin la lirica adecuada, entrecerré mis ojos mis ojos y negué con rapidez mientras veía a una de las decoraciones naturales del escenario, donde había de suponerse que estaría Lisandro -Pues si los verdaderos amantes siempre fueron contrariados, ha de ser por decreto del destino. Armemos...¡no!. Frustrada deje caer el papel al suelo de madera y me aleje de él mientras me reprochaba una y otra vez
¿Dónde estaba mi armonía interior?, aquella libertad que me sosegaba a la hora de actuar, de librar a un personaje inexistente y dejarlo aflorar como una rosa roja en la primavera abundante. Debía hacerlo, no por los demás, no por un buen público, sino por mí. Me voltee con decisión y deje el pergamino a un lado, mi mirada se dirigió hacia un punto alto de luz que causo una curvatura inocente en mis labios. Un jardín de margaritas se encontraba frente a mí y solo imagine que el mismo Shakespeare me observaba, imaginando su obra perfecta -Pues si los verdaderos amantes siempre fueron contrariados, ha de ser por decreto del destino. Mis manos se movían con naturalidad, como si acompañara una explicación a el reflejo de un joven enamorado Armémonos, pues, de paciencia en nuestra prueba, ya que esta no es sino una cruz habitual, tan propia del amor como los pensamientos, las ilusiones, los suspiros, los deseos y las lagrimas, triste sequito de fantasía. Di la espalda a mi escena imaginaria e ilusionista y sentí un rayo de satisfacción al ver que no había fallado, mis ojos recorrieron el lugar, los aplausos faltaban y la soledad era evidente, mi sonrisa disminuyo, tanta soledad me dejaba desnuda, sola, a merced de que mis tormentos me atacaran de nuevo -No. Un susurro, una súplica que se llevaría el viento.
Portaba tan solo un simple vestido de seda de un tenue color celeste, Madame Elizabeth se había tomado la molestia de crearlo para la actuación. Su trato hacia mí, semejante al de una madre a una hija, la hacía creer que las telas tras vestidores no eran lo suficientemente confiables para una buena apariencia, y más aun que podía crear cualquier reacción indeseada a mi piel blanquecina, había aceptado sin chistar, sin intervenir mientras me tomaba las medidas aun en la gran mansión donde trabajaba, le debía mucho, y era un gesto muy pobre para demostrarle el afecto que sentía por ella. En mis manos se hallaba un papel, una especie de pergamino donde una caligrafía perfecta amoldaba el parlamento que me correspondía, sonreí sin predecirlo al recordar los pensamientos anteriores y repasar con mi mirada el traje de largas mangas y hombros descubiertos donde podía sentir el suave roce de mi larga cabellera suelta en armónicas ondas. Mis ojos grises se fijaron una vez más en el gastado papel, dando una nueva lectura a cada línea, a cada frase a decir con excelencia, a cada movimiento para imitar con la suficiente excelencia a la joven Hermia
Si. Las miradas de los actores se habían cruzado claramente entre sí mientras Gustav nos narraba de la obra que deseaba proyectar, no muchos días antes como era de esperarse. Nos menciono lo suficiente puesto que era de imaginar que nuestros conocimientos como actores nos brindaban una información de la obra de antaño que no era más que ¨Sueño de una noche de verano¨. Había asignado los papeles totalmente seguro de nuestras capacidades y dotes para interpretar al personaje que el creía adecuado a nuestro ser, aun puedo recordar mi rostro al recibir mis líneas y mirarlas por segundos para saber que no sería más que la inocente y humilde Hermia, enamorada del joven Lisandro a quien juraba amor eterno hasta los confines del mundo. No me negué puesto que era uno de los trabajos más importantes que se me habían asignado, y a pesar de que no deseaba el resonar de mi nombre por los alrededores de Paris, esperaba más aun de lo que podía dar en una simple obra de teatro.
Día y noche había ensayado con esmero y paciencia, mi compañero lo notaba, y sonreía con amabilidad cuando los nervios me traicionaban, e incluso la misma búsqueda de la perfección, negaba e intentaba, una vez más, negaba e intentaba, y así seguía, negando e intentado hasta que mi cuerpo reclamaba con violencia y me obligaba a descansar por lo menos unos segundos. Justo ese día no había sido uno de los mejores, francamente los ensayos generales siempre terminaban siendo un completo fraude, los vestuarios y los completos escenarios hacían que nuestras emociones se confundieran de camino y así las palabras erraran al salir de nuestros labios, unas y otras entremezcladas entre si hacían que perdiéramos la concentración que tanto ansiaba el director y que nos reprochaba con creces al cometer errores. Al finalizar decidí quedarme, el planteamiento de una mejoría de mi personaje, de el cerrar del teatro y una posible paga adicional por eso, agrado ambas partes y por ello no dude al despedirme de mis compañeros y de los encargados de la obra, cerré algunas puertas por el frio nocturno y la entrada de los desconocidos y subí al escenario tomando un respiro antes de continuar -Pues si los verdaderos amantes siempre fueron contrariados ha de. Muy rápido, sin pausas y sin la lirica adecuada, entrecerré mis ojos mis ojos y negué con rapidez mientras veía a una de las decoraciones naturales del escenario, donde había de suponerse que estaría Lisandro -Pues si los verdaderos amantes siempre fueron contrariados, ha de ser por decreto del destino. Armemos...¡no!. Frustrada deje caer el papel al suelo de madera y me aleje de él mientras me reprochaba una y otra vez
¿Dónde estaba mi armonía interior?, aquella libertad que me sosegaba a la hora de actuar, de librar a un personaje inexistente y dejarlo aflorar como una rosa roja en la primavera abundante. Debía hacerlo, no por los demás, no por un buen público, sino por mí. Me voltee con decisión y deje el pergamino a un lado, mi mirada se dirigió hacia un punto alto de luz que causo una curvatura inocente en mis labios. Un jardín de margaritas se encontraba frente a mí y solo imagine que el mismo Shakespeare me observaba, imaginando su obra perfecta -Pues si los verdaderos amantes siempre fueron contrariados, ha de ser por decreto del destino. Mis manos se movían con naturalidad, como si acompañara una explicación a el reflejo de un joven enamorado Armémonos, pues, de paciencia en nuestra prueba, ya que esta no es sino una cruz habitual, tan propia del amor como los pensamientos, las ilusiones, los suspiros, los deseos y las lagrimas, triste sequito de fantasía. Di la espalda a mi escena imaginaria e ilusionista y sentí un rayo de satisfacción al ver que no había fallado, mis ojos recorrieron el lugar, los aplausos faltaban y la soledad era evidente, mi sonrisa disminuyo, tanta soledad me dejaba desnuda, sola, a merced de que mis tormentos me atacaran de nuevo -No. Un susurro, una súplica que se llevaría el viento.
Invitado- Invitado
Re: Parlamentos vacios, telones que acogen. [Darius Argeneau]
¡Maldita sea! Blasfemé, consciente de que nadie estaba observando. No por falta de curiosidad, sino por la soledad que caracterizaba a las calles parisinas pasada la media noche. Era extraño encontrarse con un alma errante. Las excepciones incluían, casi siempre, peligrosos encuentros entre enamorados que ponían a las normas de la alta sociedad a un lado; inconscientes de los personajes extraños y “míticos” que pasaban sus días entre ellos… los dueños de la noche… demonios que solo buscaban el medio para satisfacer cada uno de sus instintos más bajos. ¡Maldición! Una vez más, la palabra abandonó mis labios mientras mi espalda chocaba contra la pared de fondo. La sangre tiñó el concreto con manchas oscuras, unas que no se distinguían a menos de que fueras una criatura capaz de mirar entre las penumbras con la misma facilidad que los humanos veían en plena luz del día.
El vampiro con el que me había encontrado esa noche, me había tomado con la guardia baja. ¿Cómo me había permitido tal distracción? Un cazador de vampiros no podía dejar a un lado sus responsabilidades. Había sido la sangre de aquélla infeliz humana con el latir frenético de su corazón, el arma que el maldito chupasangre había utilizado… Afortunada o desafortunadamente, él no sabía hacer mi trabajo. La estaca que yo habría utilizado en contra suya, se encontraba en algún punto de mi espalda. Era imposible que yo pudiese sacarla y aunque odiaba pedir ayuda, alguien más tendría que hacerlo. El dolor se intensificó y fui consciente de que en ese segundo de debilidad, me había enterrado aún más aquél trozo de madera… escuchando ese pequeño crack de los huesos al romperse. Un limpio crack. ¡Demonios! Odiaba perder una batalla. Debí haber previsto la edad y los poderes de aquél vampiro. Pero era el parecido con mi creador el que me había dejado fuera de batalla.
Los sonidos a mi alrededor se intensificaron. La herida no sanaría hasta haberme deshecho de aquél artilugio. Me centré en la voz joven de una humana, aquél sonido armonioso que era la melodía perfecta para mis oídos en un momento como éste. Mi sed era innegable. Ahora el demonio que vagaba por las calles de Paris no era otro más que yo… Darius Argeneau. Caminé lentamente, permitiendo que la voz de la humana me guiara como un farol al barco perdido en altamar. Ella no sabía lo que estaba a punto de pasar. Ella era débil y yo… estaba deseoso de sentir el miedo recorriendo sus venas, su sangre bañando mi garganta. Pero eso sería en cuanto me quitara esa maldita estaca… ya habría tiempo para persuadirle a olvidar y servirme como vía de alimentación. Llegué hasta la puerta principal y ésta se encontraba cerrada. Golpeé con fuerza, esperando que ella acudiese a mi ayuda. No había nada que fingir y sin embargo, el plan era perfecto… No había cabida para fatales errores. La humana sería mía….
El vampiro con el que me había encontrado esa noche, me había tomado con la guardia baja. ¿Cómo me había permitido tal distracción? Un cazador de vampiros no podía dejar a un lado sus responsabilidades. Había sido la sangre de aquélla infeliz humana con el latir frenético de su corazón, el arma que el maldito chupasangre había utilizado… Afortunada o desafortunadamente, él no sabía hacer mi trabajo. La estaca que yo habría utilizado en contra suya, se encontraba en algún punto de mi espalda. Era imposible que yo pudiese sacarla y aunque odiaba pedir ayuda, alguien más tendría que hacerlo. El dolor se intensificó y fui consciente de que en ese segundo de debilidad, me había enterrado aún más aquél trozo de madera… escuchando ese pequeño crack de los huesos al romperse. Un limpio crack. ¡Demonios! Odiaba perder una batalla. Debí haber previsto la edad y los poderes de aquél vampiro. Pero era el parecido con mi creador el que me había dejado fuera de batalla.
Los sonidos a mi alrededor se intensificaron. La herida no sanaría hasta haberme deshecho de aquél artilugio. Me centré en la voz joven de una humana, aquél sonido armonioso que era la melodía perfecta para mis oídos en un momento como éste. Mi sed era innegable. Ahora el demonio que vagaba por las calles de Paris no era otro más que yo… Darius Argeneau. Caminé lentamente, permitiendo que la voz de la humana me guiara como un farol al barco perdido en altamar. Ella no sabía lo que estaba a punto de pasar. Ella era débil y yo… estaba deseoso de sentir el miedo recorriendo sus venas, su sangre bañando mi garganta. Pero eso sería en cuanto me quitara esa maldita estaca… ya habría tiempo para persuadirle a olvidar y servirme como vía de alimentación. Llegué hasta la puerta principal y ésta se encontraba cerrada. Golpeé con fuerza, esperando que ella acudiese a mi ayuda. No había nada que fingir y sin embargo, el plan era perfecto… No había cabida para fatales errores. La humana sería mía….
Darius Argeneau- Condenado/Hechicero/Clase Alta
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Re: Parlamentos vacios, telones que acogen. [Darius Argeneau]
Quise evitarlo a toda costa, antes de que volviera, antes de que azotaran mi cuerpo y mi mente como una ola de fuego que quema y carcome a cada tacto, que me hace recordar y ansiar con todas mi fuerzas el crear de una muralla para olvidar, para alejarme del mundo y que solo exista un rincón vacio y dedicado a mí, a mi soledad y a todo lo que quisiera alejar, a esos miedos que me perseguían como niños en la búsqueda de inocentes misterios, a los temores que me hacían sentirme como algo bajo e inútil en el gran mundo que me rodeaba, en los alrededores que había adoptado como mi nuevo hogar y al que intentaba tallar de alegrías así mi mente viviera sumida ante el miedo de la cercanía de las tristezas, de la igualdad que estás mantenían acunadas a mi felicidad, una que verdaderamente veía lejos, tanto que no podía describirla. Mis ojos recobraron la visión de mis alrededores con rapidez, los pensamientos me había devuelto de tal forma a mi realidad, e incluso lo preferí así, al parecer mi querer no me había traicionado esta vez. La escenografía de madera fina seguía intacta, y los vivos colores y decoraciones denotaban el amplio bosque de hadas y seres mitológicos que ampliaba el recorrido perfecto por la obra teatral, sin que un elemento quedara en el olvido. Me incline solo para tomar el pergamino que reposaba en el suelo y así continuar con las últimas líneas y concentrarme por otros medios. Un escalofrió recorrió mi espina dorsal, supuse que por lo acontecido hacia segundos, la tensión en el ambiente era más que obvia aunque lejos de mi pensaba que podría tratarse se algo mas, negué al instante y volví mi mirar al papel.
Tranquilice mi expresión al seguir la lectura con detalle y darme cuenta que posteriormente, al momento de presentar la obra, llegarían mas actores a escena y que no seriamos solo Viktor y mi persona. Debía admitir que el chico de orígenes rusos sufría de una extraña calificación de nervios puesta por el mismo director, y que me las impregnaba con solo una mirada o una palabra, por más que tratara de que así no fuera y que mantuviera mi propia calma intentado ayudarlo. No había más líneas para mí mientras seguía el transcurso de las escenas por lo que considere que la luna y el espectáculo nocturno ya eran suficientes señales como para advertirme que era hora de volver a mi hogar. Me tomaría unos minutos despojarme del largo vestido y retomar mi vestuario cotidiano para volver a casa, probablemente tendría que cerrar el lugar y ese sería el único causante de mi tardanza, tantas puertas y cerraduras eran las que aguardaban a un mundo de arte y fantasía tras de sí.
Me hallaba en la disposición para ir tras vestidores pero me sobresalté al oír, no muy lejos, el resonar de la puerta principal, un fuerte resonar. Sentí miedo por un futuro desconocido, por quien tocaba la puerta con tanta intención, pero pensé (quizás para no aumentar las dudas) que aun era relativamente temprano para una noche en Paris y la repetición del tocar de la entrada me aviso que podría ser cualquiera de mis compañeros del teatro, no sería la primera vez que ocurriera un olvido de su parte hacia sus pertenecías o cualquier cosa. Por ejemplo estaba Eline, ella siempre olvidaba cualquiera de sus amados libros, aquellos que pedía en la biblioteca y que tenía que cuidar con gran esmero. Aun llena de varias dudas me dirigí con rapidez a la puerta, dejando atrás el escenario y grandes docenas de asientos de tela rustica. Dude unos instantes al posar mi mano en el pomo dorado y abrirlo con lentitud, a la espera de cualquier visitante.
Mis ojos grises se abrieron de par en par y mis labios se entreabrieron al compas al ver de quien se trataba, de momento solo pude ver una figura alta y de ancha espalda que eran las señales que el cielo oscuro y la poca iluminación me brindaba, pero al recaer en cuenta pude percatarme que era un hombre, si, no había duda de ello. Quería hablar, inquirir el motivo de su visita antes que todo ya que mi voz gritaba por salir, pero estaba segura que no diría más que vagas tonterías entrecortadas, pero mi voz se quedo estática como si no fuera suficiente y no me dio tiempo para siquiera de analizar sus facciones, puesto que visualice un objeto en el, un material, algo que perforaba su fuerte pecho haciendo que hilos de sangre resbalaran con notorio misterio, el color rojo oscuro me lo avisaba, aquel que se adhería a sus ropas y las impreganaba hasta que se adjuntaran como una capa mas de piel, la fina tela no mentia y mis ojos lo comprobaron al ver de qué se trataba finalmente; una estaca -Usted…esta herido. No oculte mi sorpresa bajo ningún concepto y, torpemente, las oraciones tomaron poder sobre mi liberándose de mi apresamiento como un susurro , por lo que a mi mente no le dio tiempo de desencadenar quien sabe que pensamientos acostumbrados hacia el al estado de aquel caballero de ojos oscuros, un mirar acompañado de una extraña luz a pesar de la sombras.
-Pase por favor. Sugerí inocentemente, haciéndome a un lado para permitir su entrada sin ningún tropiezo o estorbo de mi parte si era su deseo entrar -Tenga...cuidado. Aun pasando por alto la severidad de sus facciones simétricas sumida a la vez en un lejano y extraño encanto, alce mi mano como si temiese que algo lo lastimara, que estuviera más que indefenso ante el dolor. Me avergoncé al instante y agradecí la oscuridad de las luces y el exterior para ocultar el rubor virginal y acostumbrado de mis mejillas. Quizás fuera lo contrario, quizás, tan solo quizás yo me sentía indefensa ante el contando tan solo con su presencia.
Tranquilice mi expresión al seguir la lectura con detalle y darme cuenta que posteriormente, al momento de presentar la obra, llegarían mas actores a escena y que no seriamos solo Viktor y mi persona. Debía admitir que el chico de orígenes rusos sufría de una extraña calificación de nervios puesta por el mismo director, y que me las impregnaba con solo una mirada o una palabra, por más que tratara de que así no fuera y que mantuviera mi propia calma intentado ayudarlo. No había más líneas para mí mientras seguía el transcurso de las escenas por lo que considere que la luna y el espectáculo nocturno ya eran suficientes señales como para advertirme que era hora de volver a mi hogar. Me tomaría unos minutos despojarme del largo vestido y retomar mi vestuario cotidiano para volver a casa, probablemente tendría que cerrar el lugar y ese sería el único causante de mi tardanza, tantas puertas y cerraduras eran las que aguardaban a un mundo de arte y fantasía tras de sí.
Me hallaba en la disposición para ir tras vestidores pero me sobresalté al oír, no muy lejos, el resonar de la puerta principal, un fuerte resonar. Sentí miedo por un futuro desconocido, por quien tocaba la puerta con tanta intención, pero pensé (quizás para no aumentar las dudas) que aun era relativamente temprano para una noche en Paris y la repetición del tocar de la entrada me aviso que podría ser cualquiera de mis compañeros del teatro, no sería la primera vez que ocurriera un olvido de su parte hacia sus pertenecías o cualquier cosa. Por ejemplo estaba Eline, ella siempre olvidaba cualquiera de sus amados libros, aquellos que pedía en la biblioteca y que tenía que cuidar con gran esmero. Aun llena de varias dudas me dirigí con rapidez a la puerta, dejando atrás el escenario y grandes docenas de asientos de tela rustica. Dude unos instantes al posar mi mano en el pomo dorado y abrirlo con lentitud, a la espera de cualquier visitante.
Mis ojos grises se abrieron de par en par y mis labios se entreabrieron al compas al ver de quien se trataba, de momento solo pude ver una figura alta y de ancha espalda que eran las señales que el cielo oscuro y la poca iluminación me brindaba, pero al recaer en cuenta pude percatarme que era un hombre, si, no había duda de ello. Quería hablar, inquirir el motivo de su visita antes que todo ya que mi voz gritaba por salir, pero estaba segura que no diría más que vagas tonterías entrecortadas, pero mi voz se quedo estática como si no fuera suficiente y no me dio tiempo para siquiera de analizar sus facciones, puesto que visualice un objeto en el, un material, algo que perforaba su fuerte pecho haciendo que hilos de sangre resbalaran con notorio misterio, el color rojo oscuro me lo avisaba, aquel que se adhería a sus ropas y las impreganaba hasta que se adjuntaran como una capa mas de piel, la fina tela no mentia y mis ojos lo comprobaron al ver de qué se trataba finalmente; una estaca -Usted…esta herido. No oculte mi sorpresa bajo ningún concepto y, torpemente, las oraciones tomaron poder sobre mi liberándose de mi apresamiento como un susurro , por lo que a mi mente no le dio tiempo de desencadenar quien sabe que pensamientos acostumbrados hacia el al estado de aquel caballero de ojos oscuros, un mirar acompañado de una extraña luz a pesar de la sombras.
-Pase por favor. Sugerí inocentemente, haciéndome a un lado para permitir su entrada sin ningún tropiezo o estorbo de mi parte si era su deseo entrar -Tenga...cuidado. Aun pasando por alto la severidad de sus facciones simétricas sumida a la vez en un lejano y extraño encanto, alce mi mano como si temiese que algo lo lastimara, que estuviera más que indefenso ante el dolor. Me avergoncé al instante y agradecí la oscuridad de las luces y el exterior para ocultar el rubor virginal y acostumbrado de mis mejillas. Quizás fuera lo contrario, quizás, tan solo quizás yo me sentía indefensa ante el contando tan solo con su presencia.
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