Madding Crowd [Arabella de Léance]

Brillaba un sol justiciero e invernal en París aquel medio día, los hombres habían dejado las herramientas junto a un gran fardo de paja que les daba una sombra suave. A pesar del frío que se quedaba para recordarle a la primavera que no era su turno, hacía un tiempo perfecto para trabajar al aire libre. Las mujeres se remangaron los vestidos para caminar por las bastas extensiones del campo y todo el ambiente, todo olía a hierba fresca recién cortada. Samuel que era el capataz descansaba lejos de los demás, él solo sacó de su estuche el viejo violín que poseía y empezó a tocar una melodía alegre y suave. Samuel la había escuchado muchas veces y de eso sacó la melodía por oído y sin partitura, era autodidacta en la música pero pocas veces componía algo propio, era algo muy íntimo y no tocaba el violín a nadie salvo a sí mismo, era su refugio y muy poca gente por no decir ninguna persona estaría invitada a acompañarle.

Cerró los ojos dejándose llevar por el arco equilibrado, mientras las cuerdas de tripas descargan en las del violín un movimiento leve haciendo que vibrará hasta el último pelo del cuerpo de Samuel. Sonrió por esa sensación y recargó la energía que podía. Sus pasos le llevaron lejos de sus compañeros, lejos de la linde del corte que las hoces hacían a los pastos y se detuvo. Se quedó quieto una vez terminó agachando la cabeza sonriendo para sí mismo y feliz de encontrarse entre aquella naturaleza y su música. Sin embargo de entre la alta maleza verde cerca del bosque profundo aparecieron los aplausos de una niña pequeña, vitoreando la interpretación que Samuel había hecho. Se quedó perplejo al no haber percibido a aquella niña risueña y sonriente. Elevó la mirada contrariado de encontrarse ahí solo con una niña de unos 7 u 8 años de edad aproximada y se arrodilló para quedar a su altura- No debería estar aquí Señorita- por suerte para ella y para él, al ser una niña no entendía lo que la música significaba para Samuel y no podía hacer que la niña olvidara lo visto, pero lo mejor sería no sacar el tema o no volver a hacerlo en el futuro. Parecía valiente, de buena familia a juzgar por su vestido y llevaba en las manos una ramo diminuto de flores. La niña giró la cabeza para señalar detrás suyo la figura emergente de la que parecía su madre. Unos labios carnosos, unas piernas largas y una melena oscura fueron la primer presentación que le dio a Samuel, pero todo ello no podía eclipsar aquellos ojos verdes y relucientes, algo escondidos por el sol de aquella mañana.

Samuel se quedó ensimismado, llevó la mano hasta la sien para zafarse del sol y ver con claridad a esa mujer que se encontraba con la niña. “Espero que no haya escuchado nada” pensó para sí mismo pero después cayó en la cuenta de sus fachas frente aquella mujer. Su piel estaba entre bronceada y rojiza y su torso estaba desnudo por el trabajo bajo el sol. El pantalón beige estaba metido por las botas que llevaba y los tirantes del pantalón caían a los lados de su pierna. Se peinó como pudo el pelo corto que tenía, sacó del bolsillo un pañuelo blanco y se lavó las manos ajadas de haber estar cortando el heno- Bonjour, me llamo Samuel Oak, soy el capataz de la finca. ¿Puedo ayudaros en algo?- se presentó y después de mirar a la joven, se olvidó completamente de la niña que estaba entre los dos. ¿Qué hacían en el bosque y en la periferia de parís, solo había extensiones de tierras y bosques para la caza. ¿Se habrían perdido? se preguntó así mismo esperando la contestación de la mujer morena y alta. Aún sostenía en su otra mano el violín y el arco, que por un momento se le había olvidado - ¿Se han perdido?- preguntó preocupado por la situación, ya que lo más cercano era la casa de la señora y quizás a unas cinco millas estaría la primera posada del camino.

La situación se quedó pausada, parecía que los ojos de Samuel recorrían el cuerpo de la chica con avidez, como un buen lector de los que se quedan con cada palabra, con el tacto de la hoja y el olor de los libros nuevos.  Sonrió para transmitirles confianza y después cayó en la cuenta- Oh- se puso la mano en el pecho- siento abordarlas así, estaba descansando- señaló con el pulgar por encima del hombro- Ruego que me perdone- se disculpó. Maldito gañan. Si un hombre ligero de ropa asaltara a una mujer en el bosque, sería apresado y sentenciado a la guillotina por lo menos. Y más aún si se enterara su señora de que una mujer de alta cuna, como parecía esa, se presentó en su finca y fue recibida por un mamarracho en cueros.