AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Like Dogs and Cats → Privado
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Like Dogs and Cats → Privado
“Cats are a mysterious kind of folk.”
― Walter Scott
― Walter Scott
—Clase terminada —Oleg anunció a sus estudiantes, mismos que comenzaron a recoger sus cosas. El grupo que aceptaba el profesor Borodin no sólo era reducido, sino muy selecto también. Debías tener algo muy especial para poder acceder a su clase y aunque era un tormento de principio a fin, los jóvenes se peleaban por un lugar ahí.
Y es que, a pesar de su exigencia casi imposible de satisfacer, haber estudiado con él significaba haber aprendido del mejor, y si sabías ganártelo, incluso una recomendación para algún periódico u otro medio impreso de interés en el futuro. En ese instante, el mismo Oleg se dispuso a recoger sus cosas, pero alzó el rostro como si hubiese recordado algo.
—Ah, antes de que se marchen —los rostros asustados de sus alumnos voltearon a verlo—, ¿quién les da clase antes que esta? —Su tono arrogante usual salió a relucir con especial fulgor. Los miró a todos, en busca de una respuesta inmediata, sabiendo que cuando ponía ese gesto, los jóvenes se congelaban, intimidados.
—El-el profesor Bonnet —al fin un valiente se atrevió a abrir la boca. Oleg le dedicó una mirada y luego asintió nada más. Claro que no le dio las gracias, porque para el ruso, todo mundo debía servirle, y agradecer era rebajarse.
Los chicos se fueron y Oleg tomó todas sus cosas. Salió a los atiborrados pasillos del colegio y sorteó estudiantes, tratando de que ninguno lo tocara. A veces se preguntaba qué hacía ahí, perdiendo su tiempo con mentes tan sencillas. Luego se decía que era mejor así, pues de aquel modo, su trabajo no intervenía con esa otra labor que tenía en París, la de cuidar a Evgeniya. El sólo pensamiento de ella le hizo hervir la sangre y lo distrajo. Su hombro chocó con fuerza contra el hombro de un hombre más fornido. En parte había sido su culpa, claro, ya que no debía dejar que esa chiquilla entrometida y pendenciera afectara así su concentración, sin embargo, para los adentros de Oleg, aquella opción no cabía.
—Fíjate… —espetó pero se detuvo a mitad de la frase cuando vio con quien se había topado—. Ah, Bonnet, justo a ti te andaba buscando —se irguió, enjuto y alto como era. Torció la boca en un gesto desagradable de altivez. Con elegancia felina se giró para quedar frente a su colega.
—Quería pedirte una cosa —su tono fue amable pero todo en Oleg sonaba y se veía arrogante, no importaba lo que hiciera—, deja de quitarle el tiempo a mis estudiantes. Es la tercera vez este periodo que llegan tarde y la clase que tienen antes que la mía es la tuya —algunos de ellos, al menos; sin embargo no había tiempo para los pormenores—. Aprecio mucho que quieras, ya sabes… enseñarles eso que se supone que enseñas —hizo un ademán con la mano de manera despectiva—, pero conmigo van a aprender cosas que en verdad son útiles. Tu clase está bien como recreo, la mía merece más seriedad de su parte. Y de la tuya, por qué no —conforme las lacerantes palabras brotaron de la boca del ruso, fue arqueando más y más una ceja hasta que pareció imposible.
Con gesto de suficiencia, se quedó dónde estaba, con expresión relajada, casi cínica. Con ambas manos sostenía el asa de su maletín repleto de libros demasiado complicados y que obligaba a sus alumnos a leer y re-leer hasta que pudieran darle conclusiones satisfactorias. Tampoco esperaba que Zéphyr fuera a agachar la cabeza y decirle que sí a todo. Había algo en la gracia y el estilo del ruso que era feroz y bravucón también.
Última edición por Oleg Borodin el Miér Mayo 25, 2016 9:15 pm, editado 1 vez
Oleg Borodin- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 04/03/2016
Localización : París
Re: Like Dogs and Cats → Privado
Llevar una doble vida, a veces, no es tan alentador como algunos piensan. Tener que actuar como dos personas diferentes puede resultar algo agotador, y Zéphyr, mejor que nadie, lo comprendía. Se cuestionaba porque continuaba dando clases en un lugar tan ilustre como el College de Francia y luego andaba encargándose de realizar otras faenas menos dignas. Le avergonzaba un poco, tenía que reconocerlo. Pero, la vida no siempre es perfecta y en su situación, no le quedaba más opción; además, su cargo en aquella institución era tan sólo una obra de teatro bien armada. Era un trabajo temporal que le había conseguido Ernest mientras tanto, y debía conservarlo hasta cierto momento. Por lo que hacía su mejor esfuerzo para comportarse a la altura, aunque, habían ocasiones en que la presión resultaba insoportable. Sin embargo, la compañía de aquellos muchachos le motivaba, de un modo extraño, pero así ocurría.
Se paseó por las caballerizas en la mañana, era parte de su rutina en los días que correspondía entrenar a los estudiantes en equitación. Ver a aquellos caballos le recordó a su hermano, a él le gustaban esos animales y pasaba horas contemplándolos. Se preguntó sobre el paradero de aquel; la ruptura entre ambos fue inminente y perdieron contacto desde hacía varios años atrás. Zéphyr se echaba gran parte de la culpa, pues, su temperamento hizo que se distanciaran, creyéndose el único que sufría por la pérdida de su madre. Exhaló y antes de salir huyendo del lugar, un estudiante muy cercano fue a buscarlo. Le miró con ambas cejas enarcadas; no se esperaba que Aidan fuese a quedarse luego de la clase.
—¿Magné? ¿Qué estás haciendo aquí? —Inquirió de inmediato, suponiendo el motivo de la presencia del chico.
—Necesito... Ya sabe. Quiero ser el mejor en esto, sólo así mi abuelo se sentiría orgulloso de mí. No me importan las otras clases, porque es innecesario ser culto cuando nuestro país necesita hombres valientes para la guerra —respondió el joven sin titubear.
Zéphyr le miró y negó varias veces antes de acercarse y colocarle una mano en el hombro. Aidan era un muchacho inteligente y dedicado, pero, quizás, un poco obsesionado con la guerra. Sabía por boca de él, que el abuelo era un importante miembro de la milicia francesa y Aidan se esforzaba para sobresalir entre todos sus primos.
—Entiendo, Magné, puedo ayudarte en ello. Pero no quiero que los demás profesores me culpen por tus ausencias en las clases. Bueno, no solamente las tuyas... No sé cómo le haces para convencer a tus compañeros —mencionó entre risas—. Mejor ve a clase... Ya hablaremos de esto con más calma.
Despidió al chico y se regresó al edificio de aulas al cabo de un rato, luego de organizar sus cosas. Estaba absorto en sus pensamientos, sabiendo sobre lo que le deparaba luego de salir de ahí. Fue entonces cuando tropezó con alguien más, pensó que se trataba de un estudiante, pero para su mala suerte, no. Zéphyr entornó los ojos cuando vio al susodicho Oleg Borodin frente a él, haciendo el esfuerzo de ignorar sus palabras. Pero no pudo hacerlo, no cuando lo criticaba de la manera en que lo hacía.
—Copete de cacatúa —murmuró al notar el peinado del otro hombre. Si Guillaume hubiera estado ahí, de seguro ya llevaría una lista de apodos nada agradables—. Mira, Borodin, o cómo sea que te apellides, te lo voy a dejar bastante claro... Los estudiantes son quienes deciden cuanto tiempo permanecer en mi clase o en las que quieran. Si quieres resolver algo, hazlo con ellos y deja de juzgar a los demás profesores, haciéndote el único importante. —Dijo con tono serio, ya no pudiendo aguantarse la arrogancia de aquel y las quejas que le llegaban por parte de los chicos, especialmente de Aidan—. Dices que aprender a leer y a escribir eso que dices "enseñar", los haría, ¿qué? Saber un poco más, saber un poco menos... ¿Y cuándo tengan que ir a la guerra qué? ¿Van a sacar los libros y golpearán a sus enemigos con estos? Vamos a sincerarnos, ellos necesitan fortalecer más sus emociones, mente y cuerpo, que aprender a hablar latín o griego.
El semblante de Zéphyr se matuvo rígido, sin expresión alguna, mientras miraba fijamente al otro hombre. No se le iba a quedar callado y menos por la manera en qué se expresó.
Se paseó por las caballerizas en la mañana, era parte de su rutina en los días que correspondía entrenar a los estudiantes en equitación. Ver a aquellos caballos le recordó a su hermano, a él le gustaban esos animales y pasaba horas contemplándolos. Se preguntó sobre el paradero de aquel; la ruptura entre ambos fue inminente y perdieron contacto desde hacía varios años atrás. Zéphyr se echaba gran parte de la culpa, pues, su temperamento hizo que se distanciaran, creyéndose el único que sufría por la pérdida de su madre. Exhaló y antes de salir huyendo del lugar, un estudiante muy cercano fue a buscarlo. Le miró con ambas cejas enarcadas; no se esperaba que Aidan fuese a quedarse luego de la clase.
—¿Magné? ¿Qué estás haciendo aquí? —Inquirió de inmediato, suponiendo el motivo de la presencia del chico.
—Necesito... Ya sabe. Quiero ser el mejor en esto, sólo así mi abuelo se sentiría orgulloso de mí. No me importan las otras clases, porque es innecesario ser culto cuando nuestro país necesita hombres valientes para la guerra —respondió el joven sin titubear.
Zéphyr le miró y negó varias veces antes de acercarse y colocarle una mano en el hombro. Aidan era un muchacho inteligente y dedicado, pero, quizás, un poco obsesionado con la guerra. Sabía por boca de él, que el abuelo era un importante miembro de la milicia francesa y Aidan se esforzaba para sobresalir entre todos sus primos.
—Entiendo, Magné, puedo ayudarte en ello. Pero no quiero que los demás profesores me culpen por tus ausencias en las clases. Bueno, no solamente las tuyas... No sé cómo le haces para convencer a tus compañeros —mencionó entre risas—. Mejor ve a clase... Ya hablaremos de esto con más calma.
Despidió al chico y se regresó al edificio de aulas al cabo de un rato, luego de organizar sus cosas. Estaba absorto en sus pensamientos, sabiendo sobre lo que le deparaba luego de salir de ahí. Fue entonces cuando tropezó con alguien más, pensó que se trataba de un estudiante, pero para su mala suerte, no. Zéphyr entornó los ojos cuando vio al susodicho Oleg Borodin frente a él, haciendo el esfuerzo de ignorar sus palabras. Pero no pudo hacerlo, no cuando lo criticaba de la manera en que lo hacía.
—Copete de cacatúa —murmuró al notar el peinado del otro hombre. Si Guillaume hubiera estado ahí, de seguro ya llevaría una lista de apodos nada agradables—. Mira, Borodin, o cómo sea que te apellides, te lo voy a dejar bastante claro... Los estudiantes son quienes deciden cuanto tiempo permanecer en mi clase o en las que quieran. Si quieres resolver algo, hazlo con ellos y deja de juzgar a los demás profesores, haciéndote el único importante. —Dijo con tono serio, ya no pudiendo aguantarse la arrogancia de aquel y las quejas que le llegaban por parte de los chicos, especialmente de Aidan—. Dices que aprender a leer y a escribir eso que dices "enseñar", los haría, ¿qué? Saber un poco más, saber un poco menos... ¿Y cuándo tengan que ir a la guerra qué? ¿Van a sacar los libros y golpearán a sus enemigos con estos? Vamos a sincerarnos, ellos necesitan fortalecer más sus emociones, mente y cuerpo, que aprender a hablar latín o griego.
El semblante de Zéphyr se matuvo rígido, sin expresión alguna, mientras miraba fijamente al otro hombre. No se le iba a quedar callado y menos por la manera en qué se expresó.
Zéphyr C. Bonnet- Licántropo Clase Media
- Mensajes : 48
Fecha de inscripción : 12/03/2015
Localización : París
Re: Like Dogs and Cats → Privado
“Words are pale shadows of forgotten names. As names have power, words have power. Words can light fires in the minds of men. Words can wring tears from the hardest hearts.”
― Patrick Rothfuss, The Name of the Wind
― Patrick Rothfuss, The Name of the Wind
No esperaba menos. Aunque si era sincero consigo mismo, le sorprendía que una institución como aquella diera una plaza a un hombre tan ordinario como Bonnet. Oleg entornó la mirada sin decir nada, ni demostrar nada más; su semblante era el mismo, destilaba arrogancia por los poros. No iba a rebajarse a intentar ponerle un apodo tan infantil al otro como éste había hecho con él; aunque con sus conocimientos en la palabra escrita, pensó en varios bastante ingeniosos. Al fin y luego de algunos segundos, torció la boca en un gesto que sí, era una sonrisa, pero también algo más… altanero, altivo, molesto.
—Oh, Bonnet —habló con condescendencia. Si bien no iba a ponerse a su nivel, tampoco se iba a quedar callado—. Creo que te has equivocado de lugar. La academia militar queda a unas calles de aquí. Estos chicos son privilegiados… económicamente, que no de mente y mucho menos si los distraes con tu… cátedra —la última palabra la soltó con un desdén atroz, como si fuera todo, menos como la había nombrado. La escupió como si le supiera mal. No era la primera vez que se expresaba así de sus alumnos tampoco, si lo hacía frente a ellos, cómo no iba a hacerlo frente a un colega—. Su destino es ser líderes, diplomáticos, no simple carne de cañón para la guerra —continuó y se asió con más fuerza del asa de su maletín.
Con su vista periférica y su oído más agudo de lo usual, se dio cuenta que poco a poco los pasillos se iban vaciando de gente. Ya fuera porque nuevas clases daban comienzo o porque muchos ya habían terminado su jornada.
—Te voy a explicar cómo funciona el mundo —alzó el índice derecho y lo sacudió—, todas tus balas y todas tus guerras… —se encogió de hombros—, pasan, se terminan, hay perdedores y vencedores. ¿Y sabes qué sucede? Las lecciones quedan plasmadas en tinta y papel, encuadernadas luego, vendidas como libros para que los analicemos —aunque proveyó de un tono indulgente a su voz, en una obvia burla, también se notó la pasión que aquello le despertaba. Oleg podía ser muchas cosas, y la mayoría nada buenas, sin embargo, no había nadie que pudiera negar su erudición en su materia y el amor que le profesaba—. No sé si me has entendido, o quizá de tanto cabalgar y de tan poco abrir un libro ya se te atrofió el cerebro, pero aquí va: cualquiera puede ir a la guerra, morir ahí, no cambiar nada; sólo los privilegiados, los que no poseen tan beligerante cortedad de visión, serán capaces de ganar o evitar la guerra, ¿sabes cómo? Leyendo, y no sólo eso, comprendiendo lo que leen, analizándolo, aprendiendo y escarmentando con los errores del pasado —giró los ojos—, suena idealista, lo sé y a mí no podría importarme menos, mis motivaciones para zambullirme en textos son otras; pero te guste o no Bonnet, el conocimiento es poder —sonrió, triunfal, aunque en sus ojos se reflejaba algo parecido al hastío.
Hace mucho, en cuanto Oleg comenzó a encontrar refugio en la literatura, supo por qué, supo qué lo motivaba a hacerlo cada vez con más vehemencia. Jamás había entendido a la raza humana, o a los que eran como él, constantemente se sintió fuera de lugar y fue a través de textos que logró tener una visión mejor del hombre y la humanidad.
Oleg Borodin- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 44
Fecha de inscripción : 04/03/2016
Localización : París
Re: Like Dogs and Cats → Privado
Cálmate. No pierdas los estribos tan fácilmente. Se repitió a sí mismo más de una vez. La situación lo empezaba a estresar, pero no podía dejar que su ira se desbocara en un simple arrebato. Zéphyr era un hombre de mundo, por así decirlo; había visto cosas que muchos no, y por si fuera poco, también tenía una doble vida. Conocía perfectamente el mal al que se exponían muchos jóvenes en aquella época falaz, y lo más probable que aquel, que ahora lo juzgaba, no fuera la excepción. Pensó que, quizás, lo más emocionante para Oleg Borodin, era estar metido en una biblioteca las veinticuatro horas al día; algo que, si bien no juzgó Zéphyr, le hizo sentir cierta pena. Por alguna extraña razón, toda aquella escena le hizo recordar fugazmente a Guillaume, pues él también era un apasionado feroz por la literatura e igual de aventurero y alegre que un niño. De en cambio Oleg... ¿En cambio Oleg qué?
Todo se derrumbó y aquello sólo le generó más molestia y frustración. Además, ¡él pretendía explicarle cómo funcionaba el mundo! ¡ÉL! Un completo arrogante que ni siquiera sabía que existía más allá de sus narices. ¡Era el colmo para Zéphyr! quien sólo se limitó a observarlo en silencio, con ambas cejas enarcadas y a punto de soltar una carcajada.
—El único que tiene el cerebro atrofiado por falta de oxígeno es otro —dijo con tono burlón, a pesar de su molestia—. ¿De verdad crees que así funcionan las cosas, Borodin? ¿Hablas en serio? Espero que sea una broma, porque si no lo es...
Y dejó la frase a medio acabar. Podía darle la razón en algunas cosas, porque Ernest se lo había mencionado en veces anteriores y tampoco era tan idiota; pero para él, un hombre que había contemplado y vivido parte de las miserias del mundo, conocer por medio de libros, no era algo práctico. ¿Por qué? Porque muchos estaban llenos de mentiras o simples teorías erradas para convencer a las mentes débiles de que así funcionaban las cosas. No negaba que aquellos que abogaban por el conocimiento fueran personas brillantes; personas que también poseían suficiente sensatez como para comprender el punto de vista de Zéphyr y de muchos otros. Sólo así podría llegarse a ganar muchas batallas. Ser intelectual no hacía a nadie poseedor de una mente abierta.
Exhaló y negó con la cabeza gacha.
—Te lo diré una vez más, Borodin y espero entiendas. Si tienes algún problema con mi cátedra, puedes hablarlo en la dirección y con los mismos estudiantes, yo simplemente cumplo con el programa de trabajo que se me ha dado. Si en mi clase se lee o no, es algo que no debería importarte, como tampoco me importan las tuyas. —Le dirigió una mirada fría, nada parecida a la anterior—. Si los estudiantes llegan retrasados, pues qué mal. Aún les falta más disciplina, ¿no? Y ya que eres un experto en eso, podrías llevarlo a la práctica. Digo, ya la teoría la debes saber de memoria —espetó—, supongo yo. Pero puede que esté errando, pues sigo siendo cualquier cosa para el refinadísimo e ilustre profesor Oleg, descendiente del mismísimo rey Salomón.
Terminó sonriendo del mismo modo que lo había hecho el otro hombre. Pero no había terminado su discurso, aún faltaba.
—Por cierto, ¿alguna vez has salido más allá de los límites de tu residencia? Una vida sedentaria es mala para la salud. No sé, podrías hacer investigaciones de campo, como lo haría cualquier científico brillante. El mundo no es tal y como nos los pintan en los libros, como tampoco lo es la guerra, o las personas —sentenció y se dio media vuelta para pretender continuar con su camino—. Ah, y no lo tomes a mal, sólo es un pequeño consejo que te da una persona que ha vivido lo suficiente. Y no lo relaciones con el tiempo, eso es algo completamente escatológico.
Avanzó un par de pasos, con cierta lentitud, sabiendo que aquello no terminaba ahí. Quería saber que tan bueno era Borodin debatiendo.
Todo se derrumbó y aquello sólo le generó más molestia y frustración. Además, ¡él pretendía explicarle cómo funcionaba el mundo! ¡ÉL! Un completo arrogante que ni siquiera sabía que existía más allá de sus narices. ¡Era el colmo para Zéphyr! quien sólo se limitó a observarlo en silencio, con ambas cejas enarcadas y a punto de soltar una carcajada.
—El único que tiene el cerebro atrofiado por falta de oxígeno es otro —dijo con tono burlón, a pesar de su molestia—. ¿De verdad crees que así funcionan las cosas, Borodin? ¿Hablas en serio? Espero que sea una broma, porque si no lo es...
Y dejó la frase a medio acabar. Podía darle la razón en algunas cosas, porque Ernest se lo había mencionado en veces anteriores y tampoco era tan idiota; pero para él, un hombre que había contemplado y vivido parte de las miserias del mundo, conocer por medio de libros, no era algo práctico. ¿Por qué? Porque muchos estaban llenos de mentiras o simples teorías erradas para convencer a las mentes débiles de que así funcionaban las cosas. No negaba que aquellos que abogaban por el conocimiento fueran personas brillantes; personas que también poseían suficiente sensatez como para comprender el punto de vista de Zéphyr y de muchos otros. Sólo así podría llegarse a ganar muchas batallas. Ser intelectual no hacía a nadie poseedor de una mente abierta.
Exhaló y negó con la cabeza gacha.
—Te lo diré una vez más, Borodin y espero entiendas. Si tienes algún problema con mi cátedra, puedes hablarlo en la dirección y con los mismos estudiantes, yo simplemente cumplo con el programa de trabajo que se me ha dado. Si en mi clase se lee o no, es algo que no debería importarte, como tampoco me importan las tuyas. —Le dirigió una mirada fría, nada parecida a la anterior—. Si los estudiantes llegan retrasados, pues qué mal. Aún les falta más disciplina, ¿no? Y ya que eres un experto en eso, podrías llevarlo a la práctica. Digo, ya la teoría la debes saber de memoria —espetó—, supongo yo. Pero puede que esté errando, pues sigo siendo cualquier cosa para el refinadísimo e ilustre profesor Oleg, descendiente del mismísimo rey Salomón.
Terminó sonriendo del mismo modo que lo había hecho el otro hombre. Pero no había terminado su discurso, aún faltaba.
—Por cierto, ¿alguna vez has salido más allá de los límites de tu residencia? Una vida sedentaria es mala para la salud. No sé, podrías hacer investigaciones de campo, como lo haría cualquier científico brillante. El mundo no es tal y como nos los pintan en los libros, como tampoco lo es la guerra, o las personas —sentenció y se dio media vuelta para pretender continuar con su camino—. Ah, y no lo tomes a mal, sólo es un pequeño consejo que te da una persona que ha vivido lo suficiente. Y no lo relaciones con el tiempo, eso es algo completamente escatológico.
Avanzó un par de pasos, con cierta lentitud, sabiendo que aquello no terminaba ahí. Quería saber que tan bueno era Borodin debatiendo.
Zéphyr C. Bonnet- Licántropo Clase Media
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Fecha de inscripción : 12/03/2015
Localización : París
Re: Like Dogs and Cats → Privado
“You wear your honor like a suit of armor... You think it keeps you safe, but all it does is weigh you down and make it hard for you to move.”
― George R.R. Martin, A Game of Thrones
― George R.R. Martin, A Game of Thrones
—No creo que así funcionen las cosas, Bonnet. Es la realidad, es así como funcionan —soltó como si en cada palabra sentenciara a muerte a su acompañante. Algo lento y lleno de inquina. No obstante, se calló luego, sin continuar. Quería ver hasta donde llegaba el otro, qué tanto podía refutar con argumentos serios más allá de sus insultos infantiles («Copete de cacatúa», pensó y bufó para sus adentros).
No valía la pena engañarse. A su modo, Zéphyr le parecía inteligente. Quizá demasiado físico para su gusto, pero sabía que no era tonto. En todo caso, si lo fuera no estaría dando clases ahí, por más inútil que encontrara la supuesta asignatura que impartía. Levantó el rostro y de ese modo, tuvo que descansar los párpados, dándole una expresión de aburrimiento. Era la máscara que ocultaba su verdadero interés. Tuvo que concederle que casi lo hace reír. Casi. Pero el autocontrol era uno de sus fuertes, sino hace mucho hubiera matado a Evgeniya, por ejemplo, o al mismo Bonnet.
Lo dejó terminar. El único cambio que hubo fue en su rostro. Una leve, casi imperceptible sonrisa se dibujó en una de las comisuras de sus labios. Algo burlón, pero aprobatorio también. Claro que Zéphyr hablaba desde su experiencia, como él también, no obstante, le pareció que le estaba dando muy poco crédito. ¿Dolía, no Oleg? Él iba por la vida menospreciando a la gente, dando por hecho que eran idiotas por antonomasia. Ahora, su colega hacia suposiciones sobre él y se dio cuenta de que era incómodo, en el mejor de los casos. E hiriente, en el peor.
—Ah, Bonnet —al fin habló cuando éste se giró. Oleg encontró divertido que amenazara con irse y al final no lo hiciera—. Hablas mucho, me pregunto si te crees la mitad de todo lo que dices —recargó el peso de su espigado cuerpo en su pierna derecha y estudió al otro profesor como si fuera la primera vez que lo veía—. Tú eres el que quiere instruirlos en el arte de la guerra, quizá la disciplina cae más en tu área, ¿no lo crees? Aunque, viéndote, no creo que sea algo en lo que tengas mucha experiencia. Típico rebelde… pero ¿contra qué te rebelas exactamente? En fin… primero, no soy un científico, no tendría por qué hacer trabajo de campo, sin embargo, aunque te sorprenda y a esa mente chiquita tuya no le quepa esta idea: salgo, y mucho —convertido en leopardo, pero esa parte la omitió. Se llevó el índice y el pulgar derechos al tabique nasal y lo masajeó—. Segundo, ¿acaso crees que no lo sé? Vamos Bonnet, sé que no te caigo bien, pero no me tomes por idiota. La historia la escriben los vencedores, eso es bien sabido. Eso no quita que la palabra escrita trasmita el mensaje. Está en cada persona saber discernir —se llevó entonces la misma mano a la sien, apuntando a la mente. Suspiró largamente.
—Creo que son conceptos demasiado elevados para ti. Tal vez te va mejor estar entre estiércol de caballo —se encogió de hombros—. Si hablamos de vidas… vividas, pienso que me estás subestimando. Pero está bien; la arrogancia es el arma del ignorante. No soy quien para romper tus ilusiones —se quedó en el mismo exacto lugar, observando fijamente a Zéphyr, como lo haría si estuviera convertido en irbis, algo predador, algo curioso y algo aburrido.
Si bien estaba acusando a su interlocutor de creer que lo sabía todo, Oleg mismo estaba cayendo en el mismo error. Sin embargo, en su caso, era simple cambio de juego. No quería tener esa pieza en su lado del tablero.
Oleg Borodin- Cambiante Clase Alta
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Localización : París
Re: Like Dogs and Cats → Privado
¿Qué había hecho para tropezar con semejante piedra? Ah, cierto. La vida se estaba cobrando todas las muertes que causó, y que todavía debía causar. Quizá lo hacía en modo de querer purgar al mundo de imbéciles, pero una cosa no justificaba la otra. Seguía siendo un asesino; lo creyera o no, lo era. El reconocer aquello fue amargo; y más terrible fue recordar por qué llegó a ese punto en su vida. Había conocido personas maravillosas, sin embargo, el modo en que llegó a éstas no era el más digno. Por eso debía mantener su postura dentro del College, adoptando un oficio que no le terminaba de gustar, y que, a pesar de ese pequeño malestar, hacía con gran pericia. Zéphyr tenía pedagogía; era un hombre brillante ayudando a los más jóvenes en el área que fuese. Y poco a poco, fue encariñándose con lo que hacía. Lo único malo, aparte de soportar al arrogante Oleg Borodin, era no poder abandonar su vida oculta.
Se sumergió de nuevo en ese mundo plagado de intrigas y oscuridad. Entonces la voz de Borodin le pareció lejana, carente de importancia. Le afectaba poco si le refutaba o no; si le daba la razón, aunque eso era muy difícil tratándose de alguien orgulloso de un ego que le empezaba a quedar muy grande. Zéphyr bajó la mirada y se detuvo, exhaló algo cansado, negando varias veces con la cabeza. Su vida no había sido fácil y aquellas palabras petulantes le recordaron a quien tanto odiaba, a la única culpable de la muerte de su madre. Y de quien se había vengado de una manera poco bondadosa.
—¿Eso fue todo? —preguntó con evidente cansancio—. ¡Ese fue tu brillante y acertado discurso! —exclamó, dándose vuelta de nuevo para encararlo. Lo observó con una sonrisa ladina y dio un par de aplausos—. Bravo, bravo. Estoy maravillado con toda la sabiduría que desbordas, hombre. Es más, no deberías estar aquí; tú tienes que estar en un apreciable grupo de intelectuales, no perdiendo tu valioso tiempo en un lugar como este. —Fueron palabras lacerantes, muy parecidas a las que había usado Oleg en su contra. Aunque no lo hirieron, despertaron una memoria que aún le causaba malestar—. ¿O al gatito le da miedo abandonar su caja de arena?. No lo ocultes, sé perfectamente lo que eres. Hay cosas de la naturaleza que no se pueden ocultar tan fácilmente.
Volvió sus pasos hacia Borodin. Esta vez lo hizo de manera firme, y hasta un poco amenazante, como si fuese a atacarle; pero no hizo tal cosa. Simplemente se detuvo a escasos centímetros del otro profesor y lo retó con la mirada, observándolo fijamente a los ojos, como si buscara de arrancarle el alma.
—No te subestimo, sabes perfectamente que tengo razón —aseguró—. Y si de arrogancia hablamos... Mírate a un espejo. O mucho mejor, pregúntale a los estudiantes, verás que sus voces se quebrarán y no tendrán el valor para hablarte con la verdad, ¿sabes por qué? Porque no les darás credibilidad a sus palabras, porque los harás quedar en ridículo. —Su tono se había tornado mucho más serio, muy diferente al que había usado minutos antes—. ¿Crees saberlo todo? ¿Piensas que eres mejor que cualquiera en este lugar por saber menos que tú? No Borodin. La vida real no está en un libro. El libro es sólo la memoria histórica, surgido de las experiencias humanas, de la necesidad de comunicar ideas y plasmar vivencias. Pero no todos fueron escritos por quienes participaron en grandes hazañas, sino, otros se encargaron de plasmar ese conocimiento en el papel, la piedra... llámalo como quieras. Y a ti te falta mucho por descubrir de ese conocimiento; es más, me atrevo a asegurar que el día menos pensado, debido a esa arrogancia que te cargas, serás llevado al abismo. No te preocupes, si tengo que ayudarte lo haré, aunque no me lo agradezcas. Porque al fin y al cabo, la humildad no es lo tuyo.
Se sumergió de nuevo en ese mundo plagado de intrigas y oscuridad. Entonces la voz de Borodin le pareció lejana, carente de importancia. Le afectaba poco si le refutaba o no; si le daba la razón, aunque eso era muy difícil tratándose de alguien orgulloso de un ego que le empezaba a quedar muy grande. Zéphyr bajó la mirada y se detuvo, exhaló algo cansado, negando varias veces con la cabeza. Su vida no había sido fácil y aquellas palabras petulantes le recordaron a quien tanto odiaba, a la única culpable de la muerte de su madre. Y de quien se había vengado de una manera poco bondadosa.
—¿Eso fue todo? —preguntó con evidente cansancio—. ¡Ese fue tu brillante y acertado discurso! —exclamó, dándose vuelta de nuevo para encararlo. Lo observó con una sonrisa ladina y dio un par de aplausos—. Bravo, bravo. Estoy maravillado con toda la sabiduría que desbordas, hombre. Es más, no deberías estar aquí; tú tienes que estar en un apreciable grupo de intelectuales, no perdiendo tu valioso tiempo en un lugar como este. —Fueron palabras lacerantes, muy parecidas a las que había usado Oleg en su contra. Aunque no lo hirieron, despertaron una memoria que aún le causaba malestar—. ¿O al gatito le da miedo abandonar su caja de arena?. No lo ocultes, sé perfectamente lo que eres. Hay cosas de la naturaleza que no se pueden ocultar tan fácilmente.
Volvió sus pasos hacia Borodin. Esta vez lo hizo de manera firme, y hasta un poco amenazante, como si fuese a atacarle; pero no hizo tal cosa. Simplemente se detuvo a escasos centímetros del otro profesor y lo retó con la mirada, observándolo fijamente a los ojos, como si buscara de arrancarle el alma.
—No te subestimo, sabes perfectamente que tengo razón —aseguró—. Y si de arrogancia hablamos... Mírate a un espejo. O mucho mejor, pregúntale a los estudiantes, verás que sus voces se quebrarán y no tendrán el valor para hablarte con la verdad, ¿sabes por qué? Porque no les darás credibilidad a sus palabras, porque los harás quedar en ridículo. —Su tono se había tornado mucho más serio, muy diferente al que había usado minutos antes—. ¿Crees saberlo todo? ¿Piensas que eres mejor que cualquiera en este lugar por saber menos que tú? No Borodin. La vida real no está en un libro. El libro es sólo la memoria histórica, surgido de las experiencias humanas, de la necesidad de comunicar ideas y plasmar vivencias. Pero no todos fueron escritos por quienes participaron en grandes hazañas, sino, otros se encargaron de plasmar ese conocimiento en el papel, la piedra... llámalo como quieras. Y a ti te falta mucho por descubrir de ese conocimiento; es más, me atrevo a asegurar que el día menos pensado, debido a esa arrogancia que te cargas, serás llevado al abismo. No te preocupes, si tengo que ayudarte lo haré, aunque no me lo agradezcas. Porque al fin y al cabo, la humildad no es lo tuyo.
Zéphyr C. Bonnet- Licántropo Clase Media
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Fecha de inscripción : 12/03/2015
Localización : París
Re: Like Dogs and Cats → Privado
“I ask you to judge me by the enemies I have made.”
― Franklin D. Roosevelt
― Franklin D. Roosevelt
Entornó la mirada con ganas de abalanzarse a golpes hacia el otro. Pero ese no era u estilo, para fortuna de los dos, más allá de quien pudiera ganar o perder, sino porque para montar una escenita de esas, se necesitaba no tener aprecio alguno por la institución que los empleaba. Y al menos él, apreciaba mucho su empleo. Lo que colmó el vaso fue que dijera de modo tan descarado que sabía lo que era; vamos, Oleg también estaba al tanto de la naturaleza de Zéphyr. Era la ventaja que tenían ambos, sus sentidos se agudizaban y eran capaces de reconocerse. Chasqueó por toda respuesta, como si juzgara a su colega; lo hacía, de cierto modo, aunque eso no era nuevo.
Si fue a contestar algo, tuvo que aguantarse, lo dejó terminar sin despegar la mirada aburrida de su carota arrogante. Ni siquiera si inmutó cuando Zéphyr se acercó de aquel modo tan amenazante. Había algo fuerte en él, siempre lo había creído. Era el perfecto contraste con él; poseía esa presencia de los perros, mientras que Oleg tenía la elegancia de los gatos. Y aún así, eran demasiado parecidos para su gusto. Una reflexión a la que había llegado tiempo atrás, muy para su desgracia.
—Ladras… como un perro —sonrió y dijo al fin—. No sé de dónde sacas tanta imaginación para decir todas esas cosas. Créeme, si un día necesito ayuda, serás al último al que acuda, no te preocupes por mi orgullo o lo malagradecido que pueda ser —mantuvo el gesto altanero en su rostro que de por sí, le daba ese aspecto desdeñoso.
—¿Ya acabaste? ¿Ya me diste esa gran lección de vida que tanto necesito? —Preguntó con sarcasmo, era retórico, desde luego aunque no dudaba que Zéphyr tuviera alguna de sus agudas respuestas preparadas.
Giró los ojos y del bolsillo de su saco extrajo un reloj de oro, lo abrió, ignorando deliberadamente al otro y tardó más de lo que era normal en simplemente revisar la hora. Lo cerró de golpe luego, lo guardó con calma y levantó el rostro, su expresión era casi sorprendida, como si no se esperara que él siguiera ahí. Suspiró de manera exagerada.
—Es tarde Bonnet, si ya acabaste, hay quienes sí tenemos cosas que hacer —le explicó lento, como lo haría con alguien que es medio sordo, o idiota—. Otro día, si te parece, podemos continuar, la verdad es que he perdido más tiempo del que tenía planeado dedicarte —condescendiente, inmodesto y mordaz. Uno podía ver perfectamente por qué a Zéphyr, y a otros, el profesor Borodin no les caía bien. ¿Le importaba? Desde luego que no.
Oleg Borodin- Cambiante Clase Alta
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Localización : París
Re: Like Dogs and Cats → Privado
Sí, Oleg era un perfecto cretino, no sólo por los comentarios que escuchaba de los muchos estudiantes que se quejaban de él, sino porque ahora era testigo de ello. Zéphyr sintió que todo en su interior se le revolvió, que en algún momento iba a propinarle un golpe que lo dejaría tirado en el suelo, pero no lo hizo, más bien se controló, no sólo por respeto a la institución, también por los alumnos y los demás profesores; una escenita de ese tipo era innecesaria. No iba a ceder tan rápido a las pretensiones de Borodin, si es que tenía alguna; el tipo era tan ególatra que ni siquiera debía esforzarse en querer perjudicar a los demás. En pocas palabras, nada iba a hacerlo cambiar, seguiría metido en su burbuja hasta que la vida misma se encargara de apalearlo como se merecía. Lo único que pedía Zéphyr era poder estar ahí como espectador, y no para burlarse, porque, aunque algunos no lo creyeran, él aún tenía principios, siendo un sujeto muy empático cuando veía a otros en dificultades.
Por eso, hizo acopio de toda su paciencia para contener su malestar. Odiaba que lo trataran de manera tan peyorativa por su naturaleza, ¡aquello era algo que ni siquiera había escogido! Pero, ¿cómo hacerle entender eso a alguien que se creía agua en el desierto? Era casi una odisea, y, para ser honesto consigo mismo, Zéphyr ya había perdido todas las esperanzas en Oleg, sus respuestas fueron suficientes para que dejara a un lado la disputa. Aun así, igual decidió replicarle, quizá porque su orgullo era más fuerte que su razón.
—Y tú..., tú parloteas como cacatúa, aunque digas ser un “feroz” felino —usó el mismo tono ofensivo en su contra, al menos le ayudaba a liberar un poco de tensión—. ¡Ah! Claro, es mi imaginación, según el pajarraco que no sale de su enorme jaula de oro, el mismo que se cree todo un tigre de bengala de circo. —Había sido directo, no quería quedarse con esa espinita clavada en la garganta—. ¿No te han contado del refrán? Ya sabes, el que dicta que no deberías escupir hacia arriba porque el escupitajo te caerá en la cara. No, no creo. Eres demasiado damita como para saber de esas cosas de gente pobre, ¿no es así?
Alzó la comisura de los labios, intuyendo lo muy molesto que era oír eso. Oleg y Zéphyr, aunque se vanagloriaban de adultos maduros, actuaban como críos, luchando por ser los más hirientes con las palabras.
—Oh, pero, ¿tú empezaste, no? Quisiste perder tu valiosísimo tiempo conmigo, así que no me culpes de nada. Fue tu decisión, aun así, no es algo que me halague, para ser honesto —replicó de manera tranquila, restándole importancia al tema del tiempo, pues él también tenía cosas pendientes—. Anda, ve a sacudirte las plumas y a parlotearles a las damas por la ventana. También podrías adornar un gran salón con tu piel. No, no, ¡ya sé! Que las señoras se hagan sombreros con tus plumas, quedarían encantadas.
Fue grosero, aun así, no quiso retractarse de sus comentarios, no cuando el otro no había sido un poco amable con él. Pero, mientras ambos discutían tonterías, alguien más a sus espaldas los observaba atento, con los ojos bien abiertos y con la consternación dibujada en el rostro. Y fue entonces, cuando Zéphyr se giró para retirarse, que se dio cuenta del joven que acaba de llegar, atendía al nombre Claude, un estudiante del primer año, y quien había nacido, para su desgracia, como un hechicero habilidoso.
—¿Eh? Claude, ¿escuchaste todo lo que...? Lo lamento —se disculpó. Era una vergüenza que un alumno los haya visto discutiendo de aquel modo—. ¿Claude? —le llamó al notar que el chico no reaccionaba, sino que miraba fijo al otro profesor.
—Profesor Borodin, debe cuidarse de una mujer, que no lo engañe su apariencia —advirtió Claude, antes de salir corriendo por el pasillo.
La reacción de Bonnet fue inesperada. Sabía de los poderes de los brujos, pero Claude lo dejó con un gran vacío, y extrañamente sintió un escalofrío en su espalda. ¿De qué estaba hablando el muchacho?
—Ya oíste, Borodin. Cuídate las espaldas, porque las apariencias engañan. Y por favor, nada de agarrarla con Claude o te las verás conmigo —sentenció, marchándose luego de aquella advertencia.
Por eso, hizo acopio de toda su paciencia para contener su malestar. Odiaba que lo trataran de manera tan peyorativa por su naturaleza, ¡aquello era algo que ni siquiera había escogido! Pero, ¿cómo hacerle entender eso a alguien que se creía agua en el desierto? Era casi una odisea, y, para ser honesto consigo mismo, Zéphyr ya había perdido todas las esperanzas en Oleg, sus respuestas fueron suficientes para que dejara a un lado la disputa. Aun así, igual decidió replicarle, quizá porque su orgullo era más fuerte que su razón.
—Y tú..., tú parloteas como cacatúa, aunque digas ser un “feroz” felino —usó el mismo tono ofensivo en su contra, al menos le ayudaba a liberar un poco de tensión—. ¡Ah! Claro, es mi imaginación, según el pajarraco que no sale de su enorme jaula de oro, el mismo que se cree todo un tigre de bengala de circo. —Había sido directo, no quería quedarse con esa espinita clavada en la garganta—. ¿No te han contado del refrán? Ya sabes, el que dicta que no deberías escupir hacia arriba porque el escupitajo te caerá en la cara. No, no creo. Eres demasiado damita como para saber de esas cosas de gente pobre, ¿no es así?
Alzó la comisura de los labios, intuyendo lo muy molesto que era oír eso. Oleg y Zéphyr, aunque se vanagloriaban de adultos maduros, actuaban como críos, luchando por ser los más hirientes con las palabras.
—Oh, pero, ¿tú empezaste, no? Quisiste perder tu valiosísimo tiempo conmigo, así que no me culpes de nada. Fue tu decisión, aun así, no es algo que me halague, para ser honesto —replicó de manera tranquila, restándole importancia al tema del tiempo, pues él también tenía cosas pendientes—. Anda, ve a sacudirte las plumas y a parlotearles a las damas por la ventana. También podrías adornar un gran salón con tu piel. No, no, ¡ya sé! Que las señoras se hagan sombreros con tus plumas, quedarían encantadas.
Fue grosero, aun así, no quiso retractarse de sus comentarios, no cuando el otro no había sido un poco amable con él. Pero, mientras ambos discutían tonterías, alguien más a sus espaldas los observaba atento, con los ojos bien abiertos y con la consternación dibujada en el rostro. Y fue entonces, cuando Zéphyr se giró para retirarse, que se dio cuenta del joven que acaba de llegar, atendía al nombre Claude, un estudiante del primer año, y quien había nacido, para su desgracia, como un hechicero habilidoso.
—¿Eh? Claude, ¿escuchaste todo lo que...? Lo lamento —se disculpó. Era una vergüenza que un alumno los haya visto discutiendo de aquel modo—. ¿Claude? —le llamó al notar que el chico no reaccionaba, sino que miraba fijo al otro profesor.
—Profesor Borodin, debe cuidarse de una mujer, que no lo engañe su apariencia —advirtió Claude, antes de salir corriendo por el pasillo.
La reacción de Bonnet fue inesperada. Sabía de los poderes de los brujos, pero Claude lo dejó con un gran vacío, y extrañamente sintió un escalofrío en su espalda. ¿De qué estaba hablando el muchacho?
—Ya oíste, Borodin. Cuídate las espaldas, porque las apariencias engañan. Y por favor, nada de agarrarla con Claude o te las verás conmigo —sentenció, marchándose luego de aquella advertencia.
TEMA FINALIZADO
Zéphyr C. Bonnet- Licántropo Clase Media
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