AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Its raining cats! {Isaura}
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Its raining cats! {Isaura}
Cuando uno es un animal, un ser creado con un objetivo sencillo en la vida, un modesto ser del que nadie sospecha, pues pese a la picarda que expresan sus ojos, nada puede hacer un pequeño ser peludo de cuatro garras, por mucho que arañando sea el peor de los enemigos, se cree invisible. Los niños te acarician, las féminas de tu misma raza, se rinden a ti sin ningún tipo de impedimento. Inclusive tu piensas de una forma diferente. La razón no esta en ti, pero si los sentidos, tus pensamientos se desarrollan a partir de olores, de sensaciones que relampageantes, pasan por tu cabeza en milisegundos, trasmitiendo la información necesaria para saber que hacer. Eso, ocurre cuando eres un animal cualquiera, si...
Pero, ¿que ocurre cuando eres un gato, un felino? Oh, amigo, puede que nosotros no seamos los mejores amigos del hombre, si... Y es por que no nos hace falta. Saltando de edificio en edificio, noto como mi suave bigote animalesco se mueve con violencia ante la potencia de mi salto, que, eso si, tampoco va falto de elegancia. Estaba huyendo. ¿De que? De la monotonía, del destino, de las injusticias personales, de un sinfín de... Vale, puede que de todo eso, no. Acaba de vislumbrar un policía que estuvo en mi ultimo golpe, y me había mirado de una manera que no me hacia santa gracia. Estaba de espaldas, y eso quería decir que no había reconocido mi cara, lo cual era bueno. Pero mi sentido felino se disparo de la peor de las maneras cuando giro el rostro y me observo de manera indirecta, y oye, mas vale prevenir que curar.
Así pues, por eso estaba saltando por los edificios de la preciosa Paris, que merecían ser saltados. ¿Por que lo merecían? Os preguntareis vosotros. Oh, de lo sencillo que es, abruma. Por que todos, absolutamente todos, eran una autentica preciosidad, una oda a la perfección hecha de ladrillos y cemento, y para colmo lo decía yo, que ahora mismo era un gato extranjero. Incluso un gato de Egipto -con lo feos que son- se daría cuenta de la magnificencia de esta ciudad, de Pars. La ciudad del amor. Paghis, como diría un paisano.
Fue en medio de estas reflexiones tan profundas, cuando decidí mirar abajo en uno de mis saltos. ¿Recordáis el dicho de “No mires abajo”? Es una rotunda estupidez. Te informas de cosas, a veces, incluso ves a conocidos. Esto en el caso de que seas capaz de transformarte en felino y humano a partes iguales, por lo que en tal caso tendrías una inteligencia superior entre los gatos. En mi caso, vislumbre a Lady Isaura, la que era, en mis ratos libres, mi dueña.
Oh, por dios, borrad esa sucias sonrisas traviesas de vuestras caras, no es como pensáis, Sencillamente, esa mujer cuida de mi cuando tengo hambre o frío, tengo que huir por quehaceres del destino, e incluso, cuando me pica detrás de la oreja. He de admitir, que aparte de su despampanante belleza Inglesa, y su femenino sentimiento de romanticismo, mi dueña rasca en la oreja de maravilla. Maravilla os digo, todos los demás rascamientos que hayáis vivido en vuestra vida serán puras desfachateces. En cualquier caso, en un afán de protagonismo gatuno, salte al vacío, apoyándome en el marco de una ventana con mis cuatro patas, cedí mi peso hacia delante hasta llegar a un árbol con otro ágil brinco, donde, para llamar la atención de mi dueña, maullaría de forma cantaríba. Esa forma cantarína que ella conocía tan bien.
Off: Espero que este correcto. Hace tiempo que no abro un post... ^^U
Pero, ¿que ocurre cuando eres un gato, un felino? Oh, amigo, puede que nosotros no seamos los mejores amigos del hombre, si... Y es por que no nos hace falta. Saltando de edificio en edificio, noto como mi suave bigote animalesco se mueve con violencia ante la potencia de mi salto, que, eso si, tampoco va falto de elegancia. Estaba huyendo. ¿De que? De la monotonía, del destino, de las injusticias personales, de un sinfín de... Vale, puede que de todo eso, no. Acaba de vislumbrar un policía que estuvo en mi ultimo golpe, y me había mirado de una manera que no me hacia santa gracia. Estaba de espaldas, y eso quería decir que no había reconocido mi cara, lo cual era bueno. Pero mi sentido felino se disparo de la peor de las maneras cuando giro el rostro y me observo de manera indirecta, y oye, mas vale prevenir que curar.
Así pues, por eso estaba saltando por los edificios de la preciosa Paris, que merecían ser saltados. ¿Por que lo merecían? Os preguntareis vosotros. Oh, de lo sencillo que es, abruma. Por que todos, absolutamente todos, eran una autentica preciosidad, una oda a la perfección hecha de ladrillos y cemento, y para colmo lo decía yo, que ahora mismo era un gato extranjero. Incluso un gato de Egipto -con lo feos que son- se daría cuenta de la magnificencia de esta ciudad, de Pars. La ciudad del amor. Paghis, como diría un paisano.
Fue en medio de estas reflexiones tan profundas, cuando decidí mirar abajo en uno de mis saltos. ¿Recordáis el dicho de “No mires abajo”? Es una rotunda estupidez. Te informas de cosas, a veces, incluso ves a conocidos. Esto en el caso de que seas capaz de transformarte en felino y humano a partes iguales, por lo que en tal caso tendrías una inteligencia superior entre los gatos. En mi caso, vislumbre a Lady Isaura, la que era, en mis ratos libres, mi dueña.
Oh, por dios, borrad esa sucias sonrisas traviesas de vuestras caras, no es como pensáis, Sencillamente, esa mujer cuida de mi cuando tengo hambre o frío, tengo que huir por quehaceres del destino, e incluso, cuando me pica detrás de la oreja. He de admitir, que aparte de su despampanante belleza Inglesa, y su femenino sentimiento de romanticismo, mi dueña rasca en la oreja de maravilla. Maravilla os digo, todos los demás rascamientos que hayáis vivido en vuestra vida serán puras desfachateces. En cualquier caso, en un afán de protagonismo gatuno, salte al vacío, apoyándome en el marco de una ventana con mis cuatro patas, cedí mi peso hacia delante hasta llegar a un árbol con otro ágil brinco, donde, para llamar la atención de mi dueña, maullaría de forma cantaríba. Esa forma cantarína que ella conocía tan bien.
Off: Espero que este correcto. Hace tiempo que no abro un post... ^^U
Chace S. Locke- Mensajes : 162
Fecha de inscripción : 04/12/2010
Edad : 32
Localización : No se sabe~!
Re: Its raining cats! {Isaura}
La tarde noche se podía apreciar mejor desde el palacete, que con sus balcones ofrecía una fantástica vista de la puesta del Sol. Las primeras estrellas ya brillaban y se me ocurrió que una escapada por las calles no sería una mala idea. La noche no estaría del todo fría, serían sólo unos minutos para distenderme y luego seguiría con el papelerío. Nada fuera de lo normal, sólo un par de cuentas de los sembradíos y revisar los informes sobre el estado de los caballos, era bastante entretenido si se lo hacía con la mente relajada. Me miré en el gran espejo que tenía en la alcoba y acomodé los pliegues de la amplísima falda y los puños de puntillas. El rosado pálido lucía excelente haciendo resaltar mi cabello que se encontraba trenzado y ubicado sobre uno de mis hombros. Pellizqué suavemente mis mejillas para darles color y eché sobre mi espalda una de las mantillas más gruesas que poseía en color blanco. Perfume, infaltable. El aroma a rosas que desprendía refrescaba mi andar sereno y seguro. Los guantes de encaje hacían juego con el abrigo y tuve un pequeño debate interior entre llevar o no un abanico, pero concluí que si era en horario nocturno y en otoño, no sería lo más conveniente si no, que terminaría por ser un estorbo.
Evadí los controles de rigor de mi institutriz y le pedí a uno de los empleados de mayor confianza que me acompañara desde lejos en caso de que algún ladronzuelo, de esos que nunca faltaban, me eligiera como víctima. Él, gustoso, con su cutis curtido por los trabajos de campo a la intemperie, esbozó una sonrisa tan sincera que me infló el pecho de algarabía, ¿cómo era posible que un gesto tan simple lo emocionara tanto? Era asombrosa la sencillez con las que se manejaban ese tipo de personas, muchos deberían aprender de ello, definitivamente. Salimos por la puerta trasera, y usamos el carruaje menos llamativo, el que no poseía la insignia familiar. La diligencia nos dejó en la zona céntrica, donde comenzó el paseo. El hombre, que no superaba los cincuenta años, espero que me adelantara para seguirme. Recordé que esa noche había sido invitada a una tertulia en lo de José Bonaparte, un hombre bastante detestable si se me permitía la opinión. La rechacé excusando “una gran cantidad de trabajo impostergable”, y aunque la Señora Lemacks insistió para que fuera, que todo indicaba que hasta el mismo Napoleón asistiría, la negativa se mantuvo en pie. Era obvio que el menor de los Bonaparte tenía asuntos más importantes que atender que las fiestas que realizaban sus parientes.
La visión parisina entregaba coches despampanantes y pomposos, los faroles que se levantaban de las calles empedradas daban una espléndida iluminación. Grupos de niños correteaban por allí y los negocios ya colocaban en sus puertas los carteles de “cerrado”. Al pasar por un puesto de frutas, un simpático anciano me habló en perfecto inglés y con su sonrisa desdentada me regaló una manzana que brillaba por lo colorada. Le agradecí y seguí mi rumbo, relamiéndome antes de probar el alimento que, al morderlo, me endulzó la boca. Era jugosa, de esas que traían de las Indias, las reconocería a la perfección en cualquier sitio en el que me encontrase. La tranquilidad que ostentaba desde hacía varios minutos si vio interrumpida cuando un policía se acercó a mí. Suspiré profundo cuando comenzó con sus advertencias, pero muy amablemente le expliqué que me encontraba custodiada, y el señor que venía conmigo, apareció de la nada, dándole un buen susto al agente y provocando mi sutil risa, que ahogué en un mordisco. El guardia se dirigió en francés a mi acompañante, creyendo que no le entendería. ¿A caso el ser inglesa significaba no conocer el idioma local?
Miré hacia un edificio y vi como una larga esbelta figura ¿gatuna? saltaba desde la cornisa hasta una ventana y luego a la vereda. Quizá él no se percató de mí, pero mi atención se fijó en sus movimientos tan elegantes. Luego trepó a un árbol y comenzó con su maullido, lo que me hizo quitarme las últimas dudas que me quedaban sobre su identidad. Era el pequeño y adorable Sir Lancelout, un gatito que había conocido hacía unos meses, en mis primeros días en París. Él se había aparecido en mi ventana con algunas heridas y, a pesar de tener a mis canes en mi alcoba, ese fue su día de suerte y todos ellos estaban correteando en los campos aledaños. Curé sus golpes, quizá una riña por alguna gata en celo o quizá lo habían golpeado por haber ingresado a algún comercio. Cuestión que me encariñé con él, aunque sus visitas eran esporádicas, él siempre llegaba a mi cuando más lo necesitaba. Se había convertido en un gran amigo, y mis perros se terminaron acostumbrando a su presencia, así que dejaron de gruñirle o querer descuartizarlo. Me acerqué lentamente para no asustarlo y le extendí mis brazos, hacía bastante tiempo que se encontraba ausente —Sir Lancelout, ven, ven conmigo, soy Isaura —le hablé esbozando una amplia sonrisa y dejando ver en mis ojos el brillo de la alegría de volver a verlo.
Evadí los controles de rigor de mi institutriz y le pedí a uno de los empleados de mayor confianza que me acompañara desde lejos en caso de que algún ladronzuelo, de esos que nunca faltaban, me eligiera como víctima. Él, gustoso, con su cutis curtido por los trabajos de campo a la intemperie, esbozó una sonrisa tan sincera que me infló el pecho de algarabía, ¿cómo era posible que un gesto tan simple lo emocionara tanto? Era asombrosa la sencillez con las que se manejaban ese tipo de personas, muchos deberían aprender de ello, definitivamente. Salimos por la puerta trasera, y usamos el carruaje menos llamativo, el que no poseía la insignia familiar. La diligencia nos dejó en la zona céntrica, donde comenzó el paseo. El hombre, que no superaba los cincuenta años, espero que me adelantara para seguirme. Recordé que esa noche había sido invitada a una tertulia en lo de José Bonaparte, un hombre bastante detestable si se me permitía la opinión. La rechacé excusando “una gran cantidad de trabajo impostergable”, y aunque la Señora Lemacks insistió para que fuera, que todo indicaba que hasta el mismo Napoleón asistiría, la negativa se mantuvo en pie. Era obvio que el menor de los Bonaparte tenía asuntos más importantes que atender que las fiestas que realizaban sus parientes.
La visión parisina entregaba coches despampanantes y pomposos, los faroles que se levantaban de las calles empedradas daban una espléndida iluminación. Grupos de niños correteaban por allí y los negocios ya colocaban en sus puertas los carteles de “cerrado”. Al pasar por un puesto de frutas, un simpático anciano me habló en perfecto inglés y con su sonrisa desdentada me regaló una manzana que brillaba por lo colorada. Le agradecí y seguí mi rumbo, relamiéndome antes de probar el alimento que, al morderlo, me endulzó la boca. Era jugosa, de esas que traían de las Indias, las reconocería a la perfección en cualquier sitio en el que me encontrase. La tranquilidad que ostentaba desde hacía varios minutos si vio interrumpida cuando un policía se acercó a mí. Suspiré profundo cuando comenzó con sus advertencias, pero muy amablemente le expliqué que me encontraba custodiada, y el señor que venía conmigo, apareció de la nada, dándole un buen susto al agente y provocando mi sutil risa, que ahogué en un mordisco. El guardia se dirigió en francés a mi acompañante, creyendo que no le entendería. ¿A caso el ser inglesa significaba no conocer el idioma local?
Miré hacia un edificio y vi como una larga esbelta figura ¿gatuna? saltaba desde la cornisa hasta una ventana y luego a la vereda. Quizá él no se percató de mí, pero mi atención se fijó en sus movimientos tan elegantes. Luego trepó a un árbol y comenzó con su maullido, lo que me hizo quitarme las últimas dudas que me quedaban sobre su identidad. Era el pequeño y adorable Sir Lancelout, un gatito que había conocido hacía unos meses, en mis primeros días en París. Él se había aparecido en mi ventana con algunas heridas y, a pesar de tener a mis canes en mi alcoba, ese fue su día de suerte y todos ellos estaban correteando en los campos aledaños. Curé sus golpes, quizá una riña por alguna gata en celo o quizá lo habían golpeado por haber ingresado a algún comercio. Cuestión que me encariñé con él, aunque sus visitas eran esporádicas, él siempre llegaba a mi cuando más lo necesitaba. Se había convertido en un gran amigo, y mis perros se terminaron acostumbrando a su presencia, así que dejaron de gruñirle o querer descuartizarlo. Me acerqué lentamente para no asustarlo y le extendí mis brazos, hacía bastante tiempo que se encontraba ausente —Sir Lancelout, ven, ven conmigo, soy Isaura —le hablé esbozando una amplia sonrisa y dejando ver en mis ojos el brillo de la alegría de volver a verlo.
Isaura Blackraven- Realeza Inglesa
- Mensajes : 362
Fecha de inscripción : 22/10/2010
Localización : Where the oaks and stars could die for sorrow
Re: Its raining cats! {Isaura}
Vale, creo que por la mañana, convertirme en gato no era tan útil como pudiera parecer por la noche. Cuando cae el manto oscuro, mi pelaje rojizo de tonalidad claras permanece invisible en las tinieblas de la indiferencia. Pero por la mañana, canto mas que un pavo real. Así pues, mientras bajaba del tejado, pude observar como Isaura ya me había detectado, y sonreía contenta por mi presencia, pues bien es cierto que hacia un tiempo que no la visitaba, eso era únicamente por que mis obligaciones... Bueno, mi otra personalidad mas conflictiva había estado mas ocupada de lo normal. Ademas, un joyero amigo mio me había hecho unas falsificaciones perfectas, por lo que tardarían un poco en darse cuenta de que les faltaban algunas joyas en sus estantes. Al posarme en la rama, cante con mi voz felina para ser escuchado por mi dueña.
Y en efecto, fui escuchado, o visto mejor dicho, pues en seguida se giro hacia mi alzando los brazos, exigiendo que me tirara a sus brazos. Ha. Cabria sonreído en mi forma humana, al escuchar de nuevo el nombre que me había puesto la joven Isaura. Eso solo la hacia mas adorable, esperaba que lo supiera. Sir. Lancelot. Caballero de la mesa redonda, amigo personal del rey Arturo, y uno de los mejores caballeros que haya tenido nunca este. Era todo un honor ser apodado así, creedme, pues en mi infancia me habían contado miles de veces las diversas historias de este caballero, y sin duda, era mi favorito. Lastima que fuera desterrado... Pero en fin, todo caballero tiene cosas malas, no es perfecto. Mira yo, por ejemplo.
De un ágil salto, caí al suelo del árbol, y como si la gravedad no surtiera efecto para mi, caí sutil y suavemente, sin impacto alguno. Era lo bueno de ser un gato de ciudad, eso para mi era coser y cantar. Me acerque ronroneante a Isaura, que me levanto rápidamente, colocándome en sus brazos como dueña cariñosa que era. Lo primero que hizo ya mereció el esfuerzo de haber bajado aerobicamente; empezó a rascarme detrás de la oreja, lugar que era para mi, cuanto menos, una gozada. Ronronee de nuevo sin poder evitarlo, entrecerrando los ojos, mientras mis orejas se colocaban en una posición mas adelantada, señal inequívoca de que me tenia ganado.
Off: no es mucho, lo se, pero con mis acciones poco mas podía hacer.
Y en efecto, fui escuchado, o visto mejor dicho, pues en seguida se giro hacia mi alzando los brazos, exigiendo que me tirara a sus brazos. Ha. Cabria sonreído en mi forma humana, al escuchar de nuevo el nombre que me había puesto la joven Isaura. Eso solo la hacia mas adorable, esperaba que lo supiera. Sir. Lancelot. Caballero de la mesa redonda, amigo personal del rey Arturo, y uno de los mejores caballeros que haya tenido nunca este. Era todo un honor ser apodado así, creedme, pues en mi infancia me habían contado miles de veces las diversas historias de este caballero, y sin duda, era mi favorito. Lastima que fuera desterrado... Pero en fin, todo caballero tiene cosas malas, no es perfecto. Mira yo, por ejemplo.
De un ágil salto, caí al suelo del árbol, y como si la gravedad no surtiera efecto para mi, caí sutil y suavemente, sin impacto alguno. Era lo bueno de ser un gato de ciudad, eso para mi era coser y cantar. Me acerque ronroneante a Isaura, que me levanto rápidamente, colocándome en sus brazos como dueña cariñosa que era. Lo primero que hizo ya mereció el esfuerzo de haber bajado aerobicamente; empezó a rascarme detrás de la oreja, lugar que era para mi, cuanto menos, una gozada. Ronronee de nuevo sin poder evitarlo, entrecerrando los ojos, mientras mis orejas se colocaban en una posición mas adelantada, señal inequívoca de que me tenia ganado.
Off: no es mucho, lo se, pero con mis acciones poco mas podía hacer.
Chace S. Locke- Mensajes : 162
Fecha de inscripción : 04/12/2010
Edad : 32
Localización : No se sabe~!
Re: Its raining cats! {Isaura}
Las voces masculinas se habían convertido en parte del pintoresco decorado. Ellos conversaban sobre algo que había perdido el hilo y que me interesaba poco y nada. La esplendorosa luna cuarto menguante iluminaba ese sector de la calle y me enriquecía con la visión enternecedora del felino que con sus ojos como cristales me observaron antes de dar ese salto que culminó entre mis brazos. Los acuné por unos segundos como si se tratara de un bebé. Seguía siendo poseedor de esa capacidad de alejar mis pensamientos para ocuparlos sólo en él. Le di un beso en su cabecita y pude percibir en él un perfume de hombre —Que rápido me cambiaste —dije en un tono dramático pero dejando notar mi sonrisa de picardía. Tenías la leve impresión de que él jamás me abandonaría y que siempre volvería a aparecer en mi ventana o en mi vida. Sir Lancelout era sumamente fiel, lo había comprobado en varias oportunidades y ésta, era otra de ellas.
Lo acomodé sobre mi pecho y tras delinear su lomo con mi dedo índice, terminé acariciando sus orejas y detrás de ellas. Ronroneaba, lo que me hacía soltar una leve una carcajada. Era claro que disfrutaba de esos mimos, y yo adoraba sentir su suave pelaje deslizándose entre mis dedos. No era muy adepta a los gatos, en realidad, los perros eran mi debilidad pero, sin duda, ése pequeño regalón había entrado en mi corazón. Observé de reojo la calle y los dos hombres habían desaparecido. Ni el policía ni mi acompañante estaban allí, seguro, luego de una acalorada conversación, terminaron por volver cada uno a sus puestos, resignándose a que yo iba a quedarme allí bajo la tutela del empleado de confianza. No había que temer, además, algo en mi pequeño amigo me hacía tener seguridad, que nada pasaría mientras estuviese conmigo.
Observe que a pocos metros había un banco, sorpresivamente muy bien iluminado por un farol. El manto nocturno estaba en su auge, el azulado intenso del cielo le daba la pizca que necesitaban las estrellas para contrastar con su magnífico brillo. Suspiré profundo antes de tomar asiento y color a Sir Lancelout entre mi falda. Me quité la mantilla que llevaba sobre los hombros y lo envolví, se me hizo tan simpática su expresión que le di un casi imperceptible golpe en la nariz. —Me siento muy sola, ¿sabes? —dije en un hilo de voz y perdí mi mirada en algún punto fijo en la eternidad —Mi prometido está en la ciudad, es un obsesivo, un desgraciado, un atrevido —jamás me imaginé que fuera capaz de pronunciar palabras tan agresivas en mi característico tono tranquilo, como si eso fuera algo normal —Tengo mucho miedo… Me aterra tener que compartir mi vida con él —confesé por fin y fijé mis ojos en los del felino, como si él fuese capaz de responderme.
Lo acomodé sobre mi pecho y tras delinear su lomo con mi dedo índice, terminé acariciando sus orejas y detrás de ellas. Ronroneaba, lo que me hacía soltar una leve una carcajada. Era claro que disfrutaba de esos mimos, y yo adoraba sentir su suave pelaje deslizándose entre mis dedos. No era muy adepta a los gatos, en realidad, los perros eran mi debilidad pero, sin duda, ése pequeño regalón había entrado en mi corazón. Observé de reojo la calle y los dos hombres habían desaparecido. Ni el policía ni mi acompañante estaban allí, seguro, luego de una acalorada conversación, terminaron por volver cada uno a sus puestos, resignándose a que yo iba a quedarme allí bajo la tutela del empleado de confianza. No había que temer, además, algo en mi pequeño amigo me hacía tener seguridad, que nada pasaría mientras estuviese conmigo.
Observe que a pocos metros había un banco, sorpresivamente muy bien iluminado por un farol. El manto nocturno estaba en su auge, el azulado intenso del cielo le daba la pizca que necesitaban las estrellas para contrastar con su magnífico brillo. Suspiré profundo antes de tomar asiento y color a Sir Lancelout entre mi falda. Me quité la mantilla que llevaba sobre los hombros y lo envolví, se me hizo tan simpática su expresión que le di un casi imperceptible golpe en la nariz. —Me siento muy sola, ¿sabes? —dije en un hilo de voz y perdí mi mirada en algún punto fijo en la eternidad —Mi prometido está en la ciudad, es un obsesivo, un desgraciado, un atrevido —jamás me imaginé que fuera capaz de pronunciar palabras tan agresivas en mi característico tono tranquilo, como si eso fuera algo normal —Tengo mucho miedo… Me aterra tener que compartir mi vida con él —confesé por fin y fijé mis ojos en los del felino, como si él fuese capaz de responderme.
Off: Perdón por demorar u_u La inspiración está de vacaciones y el estudio está a full!
Isaura Blackraven- Realeza Inglesa
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Fecha de inscripción : 22/10/2010
Localización : Where the oaks and stars could die for sorrow
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