AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Puedes mostrar tu lealtad siendo fuerte - Privado.
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Puedes mostrar tu lealtad siendo fuerte - Privado.
El tiempo avanzaba lento y doloroso, era como una herida pequeña pero molesta, una de esas que sangran pero no son letales, de esas que sólo hacen mucho daño. Tanto daño que de todas formas pueden terminar haciendo que se debilite hasta quebrarse. El tiempo es entonces quien la ha debilitado hasta dejarla como está ahora: confundida, molesta, dolida, solitaria, quebrada. Claire puede notar el sol sobre la piel de sus manos pero no es capaz de sentir el calor. El carruaje avanza y ella sólo se dedica a mirar por la ventana, sin comprender qué es lo que está haciendo ahí, por qué envió las cartas que la llevaron hasta ese lugar. ¿Por qué eligió la soleada España y no la frialdad de su hogar en Paris? La respuesta para todo era la misma persona que la había despedido antes de partir. El corazón se le contrae y sin embargo aún persiste en ella la idea de que todo ha sido una buena decisión, todo es momentáneo, no es más que un respiro para evitar seguir ahogándose.
Hace sólo unas semanas había dejado atrás su casa, su país, su esposo, su hijo y hasta la certeza de que lo que estaba haciendo era lo correcto. El corazón de Claire latía desbocado, tal como los caballos que la transportaban, preguntándose si de verdad podría seguir adelante durante todo ese tiempo. A pesar de todas las dudas, la corona invisible (e inservible) le colgaba de la cabeza abriéndole puertas y permitiéndole encontrar el refugio perfecto para poder pensar y llegar a alguna solución definitiva. La muchacha que la acompañaba era la misma que estuvo junto a ella en su encierro y quien siempre mantuvo silencio frente a lo que ocurría al interior de su habitación. Sabía que podía contar con su total lealtad y discreción, y también que era el recordatorio de que en Francia es donde estaba lo que ella de todos modos llamaba hogar.
—Hemos llegado, su majestad. —dijo una voz masculina desde el frente del coche. El chofer era alguien a quien ella no conocía y cuyo nombre tampoco sabía, tenía un rostro familiar porque quizás eso pasaba cuando asocias todo lo nuevo a algo que se hace sentir cómoda. La recepción al lugar que había rentado fue tan esperada como puede serlo lo que indica el protocolo. Las reverencias aún la hacían sentir extraña y los acentos diferentes sólo le causaban curiosidad, ninguno de los dos idiomas que sabe puede ayudarle a comunicarse con la mayoría de las personas ahí presentes. Sería un lío intentar conseguir algo a menos que gesticulara o pudiera dibujarlo, era una fortuna que el silencio fuera fácil de interpretar.
Al interior, tal como ella lo había pedido, aún no habían quitado las telas blancas que cubrían los muebles. Claire necesitaba estar sola y ser ella quien pusiera a funcionar la casa, quizás como un acto reparador o tal vez como el único método de liberarse del pasado. Caminó lento y fue descubriendo las antigüedades que decoraban la mansión, recordó aquellos meses que pasó marchitándose y dejando que el polvo se acumulara en el suelo del hogar donde esperó a su esposo desaparecido. Un esposo que sólo había vuelto para causarle dolor. En España el sol parecía ser el protagonista incluso en esa época del año, aún así ella se sentía helada, congelada por dentro, repleta del hielo que provoca el daño y la distancia. ¿Cuándo dijo que no podría volver a amarlo hablaba desde la ira o realmente lo sentía así? Alguien golpeó la puerta y la trajo de vuelta a la realidad. Estaba sola, sola por elección en un país distinto, sola porque quizás si sólo vivía de recuerdos podría comenzar a vivir de verdad.
—¿Las cartas ya están enviadas? —preguntó luego de dejar entrar a la misma doncella que serviría de traductora. —Esperemos entonces que las historias sobre mi vida no llegaran tan lejos y alguien responda —intentaba ser graciosa pero la sonrisa de Claire nunca llegó a sus ojos, se detuvo sólo en sus labios y desapareció rápido como lo hacen los suspiros. Sentía aún la duda en el fondo de su estómago, el dolor le apretaba el pecho y pese a todo eso, sabía que no era hora de volver, sabía que necesitaba tiempo antes de comenzar a perdonarlo —Estaré en mi habitación hasta mañana, ya pueden terminar de acomodar esta… —caminó rápido y se encerró, quizás dormir ayudaría, tal vez, sólo tal vez, el sueño sería su aliado esta noche.
Hace sólo unas semanas había dejado atrás su casa, su país, su esposo, su hijo y hasta la certeza de que lo que estaba haciendo era lo correcto. El corazón de Claire latía desbocado, tal como los caballos que la transportaban, preguntándose si de verdad podría seguir adelante durante todo ese tiempo. A pesar de todas las dudas, la corona invisible (e inservible) le colgaba de la cabeza abriéndole puertas y permitiéndole encontrar el refugio perfecto para poder pensar y llegar a alguna solución definitiva. La muchacha que la acompañaba era la misma que estuvo junto a ella en su encierro y quien siempre mantuvo silencio frente a lo que ocurría al interior de su habitación. Sabía que podía contar con su total lealtad y discreción, y también que era el recordatorio de que en Francia es donde estaba lo que ella de todos modos llamaba hogar.
—Hemos llegado, su majestad. —dijo una voz masculina desde el frente del coche. El chofer era alguien a quien ella no conocía y cuyo nombre tampoco sabía, tenía un rostro familiar porque quizás eso pasaba cuando asocias todo lo nuevo a algo que se hace sentir cómoda. La recepción al lugar que había rentado fue tan esperada como puede serlo lo que indica el protocolo. Las reverencias aún la hacían sentir extraña y los acentos diferentes sólo le causaban curiosidad, ninguno de los dos idiomas que sabe puede ayudarle a comunicarse con la mayoría de las personas ahí presentes. Sería un lío intentar conseguir algo a menos que gesticulara o pudiera dibujarlo, era una fortuna que el silencio fuera fácil de interpretar.
Al interior, tal como ella lo había pedido, aún no habían quitado las telas blancas que cubrían los muebles. Claire necesitaba estar sola y ser ella quien pusiera a funcionar la casa, quizás como un acto reparador o tal vez como el único método de liberarse del pasado. Caminó lento y fue descubriendo las antigüedades que decoraban la mansión, recordó aquellos meses que pasó marchitándose y dejando que el polvo se acumulara en el suelo del hogar donde esperó a su esposo desaparecido. Un esposo que sólo había vuelto para causarle dolor. En España el sol parecía ser el protagonista incluso en esa época del año, aún así ella se sentía helada, congelada por dentro, repleta del hielo que provoca el daño y la distancia. ¿Cuándo dijo que no podría volver a amarlo hablaba desde la ira o realmente lo sentía así? Alguien golpeó la puerta y la trajo de vuelta a la realidad. Estaba sola, sola por elección en un país distinto, sola porque quizás si sólo vivía de recuerdos podría comenzar a vivir de verdad.
—¿Las cartas ya están enviadas? —preguntó luego de dejar entrar a la misma doncella que serviría de traductora. —Esperemos entonces que las historias sobre mi vida no llegaran tan lejos y alguien responda —intentaba ser graciosa pero la sonrisa de Claire nunca llegó a sus ojos, se detuvo sólo en sus labios y desapareció rápido como lo hacen los suspiros. Sentía aún la duda en el fondo de su estómago, el dolor le apretaba el pecho y pese a todo eso, sabía que no era hora de volver, sabía que necesitaba tiempo antes de comenzar a perdonarlo —Estaré en mi habitación hasta mañana, ya pueden terminar de acomodar esta… —caminó rápido y se encerró, quizás dormir ayudaría, tal vez, sólo tal vez, el sueño sería su aliado esta noche.
Claire Quartermane- Realeza Francesa
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Fecha de inscripción : 24/05/2010
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Re: Puedes mostrar tu lealtad siendo fuerte - Privado.
Los días pasaban, uno tras otro, dentro de una rutina que con el tiempo había llegado a tomar como propia haciendo que la gran mayoría de estos los pasara sumida ente los libros, absorbiendo cualquier conocimiento que éstos pudieran brindarme y entre el orfanato de la ciudad al que le dedicaba gran parte de mi tiempo. A pesar de la burbuja que había creado a mi alrededor no era que no estuviera al tanto de todo aquello que pasaba en mi hogar y por sus alrededores, de la misma manera que la gran mayoría de los rumores y chismes que se oían y pasaban de boca en boca algo que siempre había tomado como algo carente de valor; las habladurías en los altos círculos sociales en los que me movía eran muchas veces producto de la envidia y las malas intenciones, el producto de algo que se había corrompido hasta el punto de que no se pudiera distinguir dónde terminaba la realidad y dónde empezaban las mentiras.
Dejando escapar un leve suspiro, le eché una mirada a la carta que apenas había llegado el día anterior antes de tomar una decisión al respecto sobre que hacer. A pesar que evitara las fiestas y eventos sociales, lugar en dónde inevitablemente, los rumores no dejaban de fluir, sabía bien lo que se decía al respecto a la reina de Francia, motivo que me hacía creer que serían muy pocos los que responderían a dicha carta, a no ser que les moviera la avaricia o la enfermiza intención de tener mas rumores frescos que difundir; por suerte, yo no era ni sería nunca como ninguno de ellos. Con esos pensamientos en mente, me dispuse a responder a la carta, poniendo en manifiesto cuando llegaría teniendo en cuenta el tiempo que tardaría en llegar mi respuesta y el cerca que estaba la ubicación en la que se encontraba. Llegado el día, y a pesar de que perfectamente hubiera podido llegar al lugar por mi misma a caballo, dispuse el carruaje para un viaje que iba a resultar bastante corto. El sol ya brillaba en lo alto del firmamento cuando llegué a mi destino y sin decir nada, dejé que me condujeran hasta la sala de la mansión en dónde se iba a realizar el encuentro.
Después de que anunciaran mi llegada sin decir nada me acerqué con paso tranquilo y firme hasta dónde se encontraba, parando a una distancia adecuada —bienvenida a España, su majestad —dije en un fluido francés tras realizar la pertinente y adecuada reverencia— espero que su estancia aquí sea de su agrado —me aparté un mechón de cabello del rostro mientras me quedaba en silencio, sin decir nada mas, era cierto que no podía evitar sentir cierta curiosidad, pero también sabía que, fuera o no cierto eso no iba a ser algo que tuviera peso en torno a la opinión que tuviera, no cuando me negaba a juzgar a nadie ni por su pasado ni por las habladurías que pudieran haber en torno de ese alguien, si no que me basaría única y exclusivamente a aquello que yo misma pudiera ver y conocer, intentando ser siempre lo mas justa e imparcial con aquellos que acababa de conocer o no conocía lo suficiente cómo para tener ya una opinión ya formada y justificada.
Dejando escapar un leve suspiro, le eché una mirada a la carta que apenas había llegado el día anterior antes de tomar una decisión al respecto sobre que hacer. A pesar que evitara las fiestas y eventos sociales, lugar en dónde inevitablemente, los rumores no dejaban de fluir, sabía bien lo que se decía al respecto a la reina de Francia, motivo que me hacía creer que serían muy pocos los que responderían a dicha carta, a no ser que les moviera la avaricia o la enfermiza intención de tener mas rumores frescos que difundir; por suerte, yo no era ni sería nunca como ninguno de ellos. Con esos pensamientos en mente, me dispuse a responder a la carta, poniendo en manifiesto cuando llegaría teniendo en cuenta el tiempo que tardaría en llegar mi respuesta y el cerca que estaba la ubicación en la que se encontraba. Llegado el día, y a pesar de que perfectamente hubiera podido llegar al lugar por mi misma a caballo, dispuse el carruaje para un viaje que iba a resultar bastante corto. El sol ya brillaba en lo alto del firmamento cuando llegué a mi destino y sin decir nada, dejé que me condujeran hasta la sala de la mansión en dónde se iba a realizar el encuentro.
Después de que anunciaran mi llegada sin decir nada me acerqué con paso tranquilo y firme hasta dónde se encontraba, parando a una distancia adecuada —bienvenida a España, su majestad —dije en un fluido francés tras realizar la pertinente y adecuada reverencia— espero que su estancia aquí sea de su agrado —me aparté un mechón de cabello del rostro mientras me quedaba en silencio, sin decir nada mas, era cierto que no podía evitar sentir cierta curiosidad, pero también sabía que, fuera o no cierto eso no iba a ser algo que tuviera peso en torno a la opinión que tuviera, no cuando me negaba a juzgar a nadie ni por su pasado ni por las habladurías que pudieran haber en torno de ese alguien, si no que me basaría única y exclusivamente a aquello que yo misma pudiera ver y conocer, intentando ser siempre lo mas justa e imparcial con aquellos que acababa de conocer o no conocía lo suficiente cómo para tener ya una opinión ya formada y justificada.
Alondra de Castilla- Realeza Española
- Mensajes : 62
Fecha de inscripción : 24/08/2015
Re: Puedes mostrar tu lealtad siendo fuerte - Privado.
Quien estaba frente a ella era una niña, no específicamente una niña como tal, pero sin dudas tenía varios años menos que ella. Claire se acercó y la saludó con una sonrisa, agradecía que la muchacha pudiera hablar francés de forma fluida y que aquella reunión no se llevara a cabo con una traductora en medio que podría malinterpretar algo de lo que dijeran. Era la primera conversación real que mantenía desde que había llegado hace unos tres días, intentó hablar con la gente de la casa o con la doncella que se encargaba de sus cosas, pero ellos solían mirarla como si fuera un bicho raro y luego la dejaban con las ideas a medias y arrancaban con una mirada entre sorprendida e incómoda en el rostro. En todos lados solía ser lo mismo y en parte Claire estaba acostumbrada, esa soledad la había acompañado gran parte de su vida y ahora se acrecentaba aún más con la distancia que la separaba de su casa.
—Muchas gracias —dijo invitándola a sentarse y llamando a uno de los empleados que esperaba junto a la puerta, —agradezco que respondiera tan rápido a mi carta, sólo llegué hace un par de días y aún estoy acostumbrándome a este clima —
Las ventanas estaban abiertas de par en par, por lo que el sol entraba a raudales al mismo tiempo que podían mirar los jardines que rodeaban aquel lugar. Claire realmente no podía entender cómo alguien pudiera vivir así todo el año, no es que le molestara el calor o la falta de nubes, era sólo que sentía que tanto color iba a terminar dañándole los ojos o quizás que era el gris de Paris lo que asociaba a esa extraña familia que ahora conformaba. España hasta ahora le había parecido un lugar fascinante, diferente pero absolutamente cautivante. Tenía todo lo bueno que andaba buscando cuando decidió hacer aquel viaje y que además, ahora apareciera alguien que pudiera mostrarle cómo era realmente la ciudad, era aún más grandioso.
—He pedido que nos sirvan el té… ha sido un poco difícil que entiendan mis requerimientos, pero supongo que estará todo lo necesario. De todos modos si deseas algo más no dudes en pedirlo, estoy segura que a ti te entenderán mucho mejor. —La joven doncella volvió a aparecer y le indicó al empleado lo que Claire deseaba beber, los pastelillos lucían diferentes a lo que ella solía probar en Francia, pero no por eso menos deliciosos. —¿Cómo se llaman estos? Creo que nunca los he visto en la vida… —rió mientras le preguntaba a Alondra. Conocía el nombre de la muchacha frente a ella por la respuesta que había recibido a su carta, sin embargo no se atrevía a intentar pronunciarlo en voz alta. No es primera vez que trata con españoles, es verdad, pero siempre ha sido algo quisquillosa cuando se refiere a los nombres de las personas. Quizás se deba al constante murmullo que le susurra en el oído que no es lo suficientemente buena, que no está preparada para ser reina, que quizás la muchacha con la que comparte el té también sabe todo eso y tampoco le perdona que hubiese sido una prostituta que ahora intenta encajar en la realeza.
—Muchas gracias —dijo invitándola a sentarse y llamando a uno de los empleados que esperaba junto a la puerta, —agradezco que respondiera tan rápido a mi carta, sólo llegué hace un par de días y aún estoy acostumbrándome a este clima —
Las ventanas estaban abiertas de par en par, por lo que el sol entraba a raudales al mismo tiempo que podían mirar los jardines que rodeaban aquel lugar. Claire realmente no podía entender cómo alguien pudiera vivir así todo el año, no es que le molestara el calor o la falta de nubes, era sólo que sentía que tanto color iba a terminar dañándole los ojos o quizás que era el gris de Paris lo que asociaba a esa extraña familia que ahora conformaba. España hasta ahora le había parecido un lugar fascinante, diferente pero absolutamente cautivante. Tenía todo lo bueno que andaba buscando cuando decidió hacer aquel viaje y que además, ahora apareciera alguien que pudiera mostrarle cómo era realmente la ciudad, era aún más grandioso.
—He pedido que nos sirvan el té… ha sido un poco difícil que entiendan mis requerimientos, pero supongo que estará todo lo necesario. De todos modos si deseas algo más no dudes en pedirlo, estoy segura que a ti te entenderán mucho mejor. —La joven doncella volvió a aparecer y le indicó al empleado lo que Claire deseaba beber, los pastelillos lucían diferentes a lo que ella solía probar en Francia, pero no por eso menos deliciosos. —¿Cómo se llaman estos? Creo que nunca los he visto en la vida… —rió mientras le preguntaba a Alondra. Conocía el nombre de la muchacha frente a ella por la respuesta que había recibido a su carta, sin embargo no se atrevía a intentar pronunciarlo en voz alta. No es primera vez que trata con españoles, es verdad, pero siempre ha sido algo quisquillosa cuando se refiere a los nombres de las personas. Quizás se deba al constante murmullo que le susurra en el oído que no es lo suficientemente buena, que no está preparada para ser reina, que quizás la muchacha con la que comparte el té también sabe todo eso y tampoco le perdona que hubiese sido una prostituta que ahora intenta encajar en la realeza.
Claire Quartermane- Realeza Francesa
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Fecha de inscripción : 24/05/2010
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Re: Puedes mostrar tu lealtad siendo fuerte - Privado.
Ante sus palabras, negué delicadamente con la cabeza mientras una sonrisa gentil y sincera se formaba en mis labios a la vez que me acercaba y tomaba asiento arreglando cuidadosamente la falda de mi vestido. —En realidad, no hay nada que agradecer, su Majestad —dije con suavidad y con un tono que indicaba que para mi no resultaba ser una molestia el haber hecho y organizado el viaje en el momento en que había recibido la carta— dispongo de mucho tiempo libre y siempre es un gusto conocer a alguien nuevo. —Esbozando una sonrisa completamente sincera, mi mirada se desvió por un momento hacia la ventana que se encontraba abierta y, sin que pudiera evitarlo, mi sonrisa se acrecentó ligeramente mas— comprendo que el clima pueda resultarle distinto al de París —musité mirándola de nuevo mientras mis dedos se enredaron por un momento en mi pelo y la imagen nítida del clima que había podido observar las veces que había estado en dicho lugar se formaba en mi mente cómo si hubiera estado ahí pocos días atrás— por suerte, este año el clima esta siendo agradable, hay años que tiende a ser bastante mas caluroso.
Con la entrada de la doncella y la pregunta de la reina al respecto de los pastelillos, mi mirada se fijó en estos, reconociéndolos prácticamente al momento; no hacía mucho que el pastelero que los hacía había tenido la idea que les había dado forma, pero se habían llegado a hacer populares con bastante facilidad. Una nueva sonrisa se formó en mis labios y negué con suavidad con la cabeza— no me extraña que no los conozca; éstos son la última creación del pastelero mas conocido de la zona, quién también es conocido por romper con todos los conceptos clásicos de la pastelería. Al parecer ya no le basta con limitarse a la crema y al chocolate —negué ligeramente con la cabeza—, ahora que el procedimiento para conservar la fruta, añadiendo azúcar proveniente de las colonias ha dado paso a las mermeladas y las jaleas, éste ha empezado a rellenar algunas de sus creaciones con éstas. El sabor resulta completamente distinto si se trata de fruta fresca, endulzada con miel a las jaleas endulzadas con el azúcar. Esa es, en realidad, la única diferencia que puede considerarse, notable en ellos. —Terminé de explicar antes de que, desviando mi mirada de ella y de los pasteles, alisara los pliegues de mi vestido de forma ausente y mi mente vagara, sin que pudiera evitarlo, entre todos los rumores y habladurías que había ido oyendo sobre ella.
Mordiéndome ligeramente el labio recordé hasta que punto, en la gran mayoría de las ocasiones, las cortes eran crueles y lo mucho que algunos de ellos disfrutaban del hecho de hacer daño, de usar el mas mínimo detalle con tal de darse el gusto de, simplemente, sentirse superiores al otro, en su despiadado afán de sobresalir y ganar protagonismo. Levantando de nuevo la mirada, la volví a mirar mientras la comprensión brillaba de forma indudable en mi mirada—; no se lo han puesto fácil ¿verdad? —musité, mi voz carecía de reproche o molestia alguna si no que seguía teniendo el mismo tono tranquilo y apacible que momentos atrás—. Si me acepta un consejo, le diré que no debe dejar que la hundan, que le afecten sus habladurías; eso lo que esperan que suceda, quieren verla tropezar y caer para poder regordeárse en su desgracia ya que sus vidas son tan huecas y superficiales que necesitan llenarlas con algo, sea lo que sea. Si, tal vez su pasado sea el que es, pero ése solo debería afectarle e importarle a usted y a su marido, no a nadie mas. —Dejé escapar un leve suspiro antes de esbozar una sonrisa leve pero sincera— no me importa lo mas mínimo lo que fuera en el pasado, para mi es mas importante cómo es alguien que no cómo fue o quién fue; a fin de cuentas son nuestros errores, nuestras heridas y nuestro pasado el que nos hace crecer y aprender tanto de nosotros mismos como de aquello que vivimos a lo largo de nuestra vida —por un momento, el pensamiento de que tal vez me hubiera sobrepasado cruzó por mi mente, pero éste fue rápidamente silenciado por el recuerdo de todo lo que había oído sobre ella y dejando en mi la sensación de que probablemente se sintiera sola a pesar de que pudiera encontrarse rodeada de gente que solo veía su pasado y la juzgaba por ello sin consideración ni compasión alguna.
Con la entrada de la doncella y la pregunta de la reina al respecto de los pastelillos, mi mirada se fijó en estos, reconociéndolos prácticamente al momento; no hacía mucho que el pastelero que los hacía había tenido la idea que les había dado forma, pero se habían llegado a hacer populares con bastante facilidad. Una nueva sonrisa se formó en mis labios y negué con suavidad con la cabeza— no me extraña que no los conozca; éstos son la última creación del pastelero mas conocido de la zona, quién también es conocido por romper con todos los conceptos clásicos de la pastelería. Al parecer ya no le basta con limitarse a la crema y al chocolate —negué ligeramente con la cabeza—, ahora que el procedimiento para conservar la fruta, añadiendo azúcar proveniente de las colonias ha dado paso a las mermeladas y las jaleas, éste ha empezado a rellenar algunas de sus creaciones con éstas. El sabor resulta completamente distinto si se trata de fruta fresca, endulzada con miel a las jaleas endulzadas con el azúcar. Esa es, en realidad, la única diferencia que puede considerarse, notable en ellos. —Terminé de explicar antes de que, desviando mi mirada de ella y de los pasteles, alisara los pliegues de mi vestido de forma ausente y mi mente vagara, sin que pudiera evitarlo, entre todos los rumores y habladurías que había ido oyendo sobre ella.
Mordiéndome ligeramente el labio recordé hasta que punto, en la gran mayoría de las ocasiones, las cortes eran crueles y lo mucho que algunos de ellos disfrutaban del hecho de hacer daño, de usar el mas mínimo detalle con tal de darse el gusto de, simplemente, sentirse superiores al otro, en su despiadado afán de sobresalir y ganar protagonismo. Levantando de nuevo la mirada, la volví a mirar mientras la comprensión brillaba de forma indudable en mi mirada—; no se lo han puesto fácil ¿verdad? —musité, mi voz carecía de reproche o molestia alguna si no que seguía teniendo el mismo tono tranquilo y apacible que momentos atrás—. Si me acepta un consejo, le diré que no debe dejar que la hundan, que le afecten sus habladurías; eso lo que esperan que suceda, quieren verla tropezar y caer para poder regordeárse en su desgracia ya que sus vidas son tan huecas y superficiales que necesitan llenarlas con algo, sea lo que sea. Si, tal vez su pasado sea el que es, pero ése solo debería afectarle e importarle a usted y a su marido, no a nadie mas. —Dejé escapar un leve suspiro antes de esbozar una sonrisa leve pero sincera— no me importa lo mas mínimo lo que fuera en el pasado, para mi es mas importante cómo es alguien que no cómo fue o quién fue; a fin de cuentas son nuestros errores, nuestras heridas y nuestro pasado el que nos hace crecer y aprender tanto de nosotros mismos como de aquello que vivimos a lo largo de nuestra vida —por un momento, el pensamiento de que tal vez me hubiera sobrepasado cruzó por mi mente, pero éste fue rápidamente silenciado por el recuerdo de todo lo que había oído sobre ella y dejando en mi la sensación de que probablemente se sintiera sola a pesar de que pudiera encontrarse rodeada de gente que solo veía su pasado y la juzgaba por ello sin consideración ni compasión alguna.
Alondra de Castilla- Realeza Española
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