AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Dos monstruos y la cosecha [Privado]
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Dos monstruos y la cosecha [Privado]
París era una ciudad sucia. Él contribuía con su existencia.
Bénédicte ya estaba hambriento. Y como cada cena, quería disfrutarla, parte por parte. Si no, era como si no hubiese comido en lo absoluto.
No… no quería nada de la comida humana que le había ofrecido a la Baronesa Nadia hacía unas horas antes. Tampoco cometer la vulgaridad de tragar sangre sin siquiera saborearla. A eso le llamaba “comer como desesperado”. Entonces, ¿qué quería? Simple: dar un paseo por sus mazmorras y seleccionar a unos cuantos para jugar a la cacería, o el término que utilizaba en sus cartas para pasar inadvertido: cosechar. Nunca vaciaba por completo sus calabazos; quería mantener rostros de espanto, ojos vacíos, sapientes de que serían los siguientes. Por eso los guardaba cerca de su gran salón de muerte: para que oyeran los gritos de los demás.
Ordenó a sus sirvientes, varios de ellos esclavos de sangre, dominados por el miedo, a que sacaran veinte bocadillos y los llevaran a la que Bénédicte denominaba la arena, que no era más que un pozo circular de diez metros de profundidad y veinte de ancho. No albergaba agua, sino a las víctimas elegidas para devorar esa noche. Les daba el suficiente espacio para correr libremente, pero nunca para escapar. Algunas veces se ponía creativo y soltaba a un par de personas en el bosque para hacerles creer que tenían la oportunidad de salvar las vidas, pero siempre los secaba antes.
Pocas veces, como en esa noche, Bénédicte elegía una criatura predilecta para alimentarse, la que dejaba para el final. Y mientras ponían a las personas en su lugar, se detuvo frente a una de las celdas y localizó a su presa.
— Dile adiós a mami, querida. Vamos a jugar toda la noche. — era una infante cuya madre había intentado en vano ocultarla entre sus brazos. Podía engañar a la vista, pero al olfato de un vampiro nunca.
No tuvo ningún remordimiento el inmortal de levantar a la desesperada madre de su cuello y golpearla contra las rejas para que soltara a su hija. Eso sí, tuvo precaución de no hacerlo con fuerza desmedida; quería que estuviera consciente para ver que le arrancaban a su prole de los brazos. Su infelicidad, sus suplicios, eran para Bénédicte un elixir. Ninguno de sus lamentos le devolvió a su niña.
Entretanto, el vampiro tomaba a la muchacha en brazos y la arrullaba como si la llevase a dormir. Era de esas escenas que, si se le quitaban las intenciones que el asesino detentaba, derrochaban ternura.
— ¿Viste lo que hizo? No quería que vinieras a jugar conmigo. Qué mala es. Pero tranquila, chiquita, que yo seré bueno contigo. Vamos a divertirnos mucho. Jugaremos a las muñecas, pero para niños más grandes. Es algo muy especial, así como tú. Y para que veas lo especial que eres, te presentaré a mi invitada para esta ocasión. Ah, será inolvidable.
El rojo teñiría las piedras. Bénédicte sólo esperaba a alguien para comenzar. A una socia que compartía sus mismas raíces griegas, pero más importante: sus mismos putrefactos deseos.
Bénédicte ya estaba hambriento. Y como cada cena, quería disfrutarla, parte por parte. Si no, era como si no hubiese comido en lo absoluto.
No… no quería nada de la comida humana que le había ofrecido a la Baronesa Nadia hacía unas horas antes. Tampoco cometer la vulgaridad de tragar sangre sin siquiera saborearla. A eso le llamaba “comer como desesperado”. Entonces, ¿qué quería? Simple: dar un paseo por sus mazmorras y seleccionar a unos cuantos para jugar a la cacería, o el término que utilizaba en sus cartas para pasar inadvertido: cosechar. Nunca vaciaba por completo sus calabazos; quería mantener rostros de espanto, ojos vacíos, sapientes de que serían los siguientes. Por eso los guardaba cerca de su gran salón de muerte: para que oyeran los gritos de los demás.
Ordenó a sus sirvientes, varios de ellos esclavos de sangre, dominados por el miedo, a que sacaran veinte bocadillos y los llevaran a la que Bénédicte denominaba la arena, que no era más que un pozo circular de diez metros de profundidad y veinte de ancho. No albergaba agua, sino a las víctimas elegidas para devorar esa noche. Les daba el suficiente espacio para correr libremente, pero nunca para escapar. Algunas veces se ponía creativo y soltaba a un par de personas en el bosque para hacerles creer que tenían la oportunidad de salvar las vidas, pero siempre los secaba antes.
Pocas veces, como en esa noche, Bénédicte elegía una criatura predilecta para alimentarse, la que dejaba para el final. Y mientras ponían a las personas en su lugar, se detuvo frente a una de las celdas y localizó a su presa.
— Dile adiós a mami, querida. Vamos a jugar toda la noche. — era una infante cuya madre había intentado en vano ocultarla entre sus brazos. Podía engañar a la vista, pero al olfato de un vampiro nunca.
No tuvo ningún remordimiento el inmortal de levantar a la desesperada madre de su cuello y golpearla contra las rejas para que soltara a su hija. Eso sí, tuvo precaución de no hacerlo con fuerza desmedida; quería que estuviera consciente para ver que le arrancaban a su prole de los brazos. Su infelicidad, sus suplicios, eran para Bénédicte un elixir. Ninguno de sus lamentos le devolvió a su niña.
Entretanto, el vampiro tomaba a la muchacha en brazos y la arrullaba como si la llevase a dormir. Era de esas escenas que, si se le quitaban las intenciones que el asesino detentaba, derrochaban ternura.
— ¿Viste lo que hizo? No quería que vinieras a jugar conmigo. Qué mala es. Pero tranquila, chiquita, que yo seré bueno contigo. Vamos a divertirnos mucho. Jugaremos a las muñecas, pero para niños más grandes. Es algo muy especial, así como tú. Y para que veas lo especial que eres, te presentaré a mi invitada para esta ocasión. Ah, será inolvidable.
El rojo teñiría las piedras. Bénédicte sólo esperaba a alguien para comenzar. A una socia que compartía sus mismas raíces griegas, pero más importante: sus mismos putrefactos deseos.
Bénédicte Rivérieulx- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 190
Fecha de inscripción : 24/03/2016
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Re: Dos monstruos y la cosecha [Privado]
En las noches de lunas rojas, los demonios danzan
Esperando tener en la caza de una inocente alma.
Los monstruos buscan el vals
Que acabe con su agonía inmortal
Esperando tener en la caza de una inocente alma.
Los monstruos buscan el vals
Que acabe con su agonía inmortal
La danza del mal había comenzado en una mansión cuyos ocupantes parecían espíritus andantes, lo eran, lo son y siempre lo serán almas encadenadas a la asesina de sus cuerpos, una mujer, en cada historia siempre hay una fémina que acaba con todos en un momento pero en esta no cabe la palabra si no “una bestia en cuerpo de fémina”, un ser con un hambre tan voraz que no conoce el límite ni la saciedad, no está satisfecha con nada y a la vez los pocos momentos de “calma” que tiene son empañados por el añoro de la sangre. Pocos son sus amigos o aliados, pocos son lo que verdaderamente la conocen y a la vez muchos son los que hablan de ella sin saber si esos rumores son ciertos.
Un papel, sin remitente, sin aroma alguno que no sea el de la muerte impregnada con el perfume de su mayor extasis, la sangre; manos temblorosas y ojos clavados en el suelo de aquella habitación que en silencio aquel cuerpo delgado avanza sin tapujo en mostrar la blanquecina piel, sus dedos largos y finos sostienen aquella invitación, solo la sonrisa ante una frase “noche de cosecha”. Bella frase que la obliga a vestirse con sus galas más recurrentes, el vestido más oscuro como el de su aura y en su cuello marcado una cruz que resalta más esa palidez de la que se siente orgullosa. Sus zapatos de tacones igual de oscuros y cerrados, tan sobria, tan galante pero sobre todo tan alejada de las personas, sus cabellos recogidos completamente en un tocado que aparenta ser el sol con el color dorado de las hebras de aquellos rizos.
Caminar por su mansión solo es el placer más grato, en cada paso que da siente a aquellos que tuvieron la dicha de cruzarse con ella, cada uno de ellos, en cierta medida, forma parte de su mansión del horror y ni hablar de su sótano. Un lugar al que nadie accede si no es con la invitación de la bestia. El carruaje avanza mientras los empleados en silencio limpian la habitación blanquecina de su dueña que ahora terminó siento en tonos carmesís, con el reguero de cuerpos en el piso de aquello que se llamaría habitación.
El susurro al cochero le indica el camino a tomar, otra mansión, una visita a un amigo, uno muy viejo y similar que el tiempo ha olvidado pero que las costumbres los han unido. El tiempo le parece absurdamente largo, sus ansias la devoran, su apetito aún más, su mente ya va planeando los “frutos prohibidos” que pedirá en su momento, niñas o niños, jóvenes o vírgenes, quizás un hombre que intente darle una batalla digna de ser tomado como trofeo luego. Miles de posibilidades y todas tienen el mismo resuelto. El relinche de los caballos le indica que han llegado a su destino, su sonrisa se amplía, su mozo con delicadeza y miedo le ayuda a bajar a la dama oscura que camina con parsimonia hasta la puerta.
—Buena noche, el señor Rivérieulx está esperándome. Puede indicarle que Mademoiselle Cavelliet ha llegado—
Antes que le impidan el ingreso, se ha adelantado dejando que sus pasos resuenen en aquella mansión, que su aroma atraiga a su anfitrión.
Lumier Cavelliet- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 58
Fecha de inscripción : 07/07/2014
Re: Dos monstruos y la cosecha [Privado]
Qué divertidos podían ser los humanos cuando se los ubicaba en el lugar y momento propicio.
Bénédicte, con la niña en sus brazos, contemplaba dichoso a los humanos en el fondo del pozo. Cada uno reaccionaba a su manera: algunos gritaban, arañaban las paredes con sus inútiles uñas; otros se quedaban paralizados del miedo, en silencio; estaban los que hablaban solos; y finalmente los que se abrazaban, como despidiéndose. Asquerosamente adorables.
En cuanto a la menor que el vampiro cargaba, ella apenas se movía. No emitía palabra, no lloraba. No nada. Se había convencido a sí misma que se hallaba en medio de una pesadilla y que pronto su madre la despertaría, oyendo su clamor.
— Estos son mis juguetes, pero ya están tan desgastados. Es una pena despedirse de ellos, pero con mi amiga les daremos un último uso. Ya la conocerás. — le contaba cruelmente el inmortal a la niña, mientras le acariciaba su castaña cabellera.
Lumier estaba en el castillo ya; la sentía. Fue cuestión de un par de minutos verla frente a él, escoltada a duras penas por un par de esclavos de sangre de Bénédicte.
— Luce exquisita, madeimoselle Cavalliet. La esperábamos. — apreció el anfitrión, bajando a la mozuela en sus brazos y tomándola de la mano al tiempo que avanzaba a la vampiresa.
Con la mano que tenía libre, tomó la mano que la no-muerta le ofreció y la besó como saludo con sus labios helados. Puso a la niña entre los dos y se hincó a su altura para presentarle a Lumier.
— Mírala, ella es mi amiga. No te dije que era encantadora. Es madeimoselle Lumier Cavalliet. Si crees que se ve espléndida, espera a verla jugar. Ah, Lumier. Debes ver esto.
Con un gesto manual, le enseñó el pozo. Había tomado un puñado de la población de París: vagos y nobles, hombres y mujeres, vírgenes y rameras, ancianos y niños. ¿En dónde estaba la magia de la diversidad? En que recibirías un regalo diferente de cada uno de ellos. Un suplicio, una ira, pero a todos se les tomaría su sangre.
Bénédicte, con la niña en sus brazos, contemplaba dichoso a los humanos en el fondo del pozo. Cada uno reaccionaba a su manera: algunos gritaban, arañaban las paredes con sus inútiles uñas; otros se quedaban paralizados del miedo, en silencio; estaban los que hablaban solos; y finalmente los que se abrazaban, como despidiéndose. Asquerosamente adorables.
En cuanto a la menor que el vampiro cargaba, ella apenas se movía. No emitía palabra, no lloraba. No nada. Se había convencido a sí misma que se hallaba en medio de una pesadilla y que pronto su madre la despertaría, oyendo su clamor.
— Estos son mis juguetes, pero ya están tan desgastados. Es una pena despedirse de ellos, pero con mi amiga les daremos un último uso. Ya la conocerás. — le contaba cruelmente el inmortal a la niña, mientras le acariciaba su castaña cabellera.
Lumier estaba en el castillo ya; la sentía. Fue cuestión de un par de minutos verla frente a él, escoltada a duras penas por un par de esclavos de sangre de Bénédicte.
— Luce exquisita, madeimoselle Cavalliet. La esperábamos. — apreció el anfitrión, bajando a la mozuela en sus brazos y tomándola de la mano al tiempo que avanzaba a la vampiresa.
Con la mano que tenía libre, tomó la mano que la no-muerta le ofreció y la besó como saludo con sus labios helados. Puso a la niña entre los dos y se hincó a su altura para presentarle a Lumier.
— Mírala, ella es mi amiga. No te dije que era encantadora. Es madeimoselle Lumier Cavalliet. Si crees que se ve espléndida, espera a verla jugar. Ah, Lumier. Debes ver esto.
Con un gesto manual, le enseñó el pozo. Había tomado un puñado de la población de París: vagos y nobles, hombres y mujeres, vírgenes y rameras, ancianos y niños. ¿En dónde estaba la magia de la diversidad? En que recibirías un regalo diferente de cada uno de ellos. Un suplicio, una ira, pero a todos se les tomaría su sangre.
Bénédicte Rivérieulx- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 190
Fecha de inscripción : 24/03/2016
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Re: Dos monstruos y la cosecha [Privado]
Fuera de aquel lugar que se traduce como un cálido hogar yacen los gritos de aquellos que anhelan ingresar por las puertas en lo que se oculta en la dulce oscuridad, ser abrazados de aquella manera hasta tan cándida por la muerte como si fuera la ambrosía divina, pero todo queda fuera de la realidad cuando el dulce clamor real y agotador de quien suplica miserablemente por algo que jamás tendrán limitándose a recibir las sonrisas de la extrema maldad de las bestias sedientas de sangre. Una sonrisa que se trasluce en el engaño y la mentira en los rostros impávidos de porcelana.
El éxtasis del recibimiento que se queda marchito con el regalo que será la ofrenda especial de la noche, grita desesperadamente ante aquellos ojos que se abren admirando la belleza eterna y letal de quien toma su pequeña mano jugando con sus deditos y la sonrisa de la fingida amabilidad. Sus zapatos resuenan al estar frente a la pequeña, se inclina hasta estar a su frente con aquellas garras de demonio que surcan por la cálida piel de la mortal, cuyo destino está trazado en el coliseo que se oculta en aquellas paredes.
El rostro sin emoción pero con el mayor placer observa a su anfitrión reverenciándolo con un saludo de corte tan típico, pero más que nada acercándose a dejar el beso frio sobre la mejilla de quien ha extendido la invitación a que aquella despierte. Su sonrisa no se borra de su delicado y tallado rostro, mientras que toma la mano de la niña con un aura materno para que la presa confíe, sobre todo a quien entrega aquel casto ángel, si aquella odia a los niños y por eso los devora uno a uno.
—Bénédicte como siempre tienes bellos presentes aquí para jugar—
La pequeña no emite palabra pero comienza a temblar
—Con esta pequeña ha sido un éxtasis ¿acaso pretendes matarme con la selección de hoy? Mira que me he puesto las mejores galas para esta noche querido mio—
Carga a la pequeña a sus brazos, mientras esta extiende sus manitas para poder pedir auxilio, pero le es negado mientras chaquea la negación con aquellos labios rojos que pronto estarán sellando la vida efímera de la pequeña criatura
—Tranquila, solo vamos a jugar a las escondidas, mamá te está buscando en aquel juego, no verdad tío Bénédicte, no quieres que mami llore si su pequeña no juega con los tíos, ante todo tienes que ser una buena niña. Vamos, vamos es hora de conocer al resto de la familia de esta noche, no te preocupes prometo tratarte bien—
Aquellas palabras las susurra con sus colmillos siseando sobre la piel del cuello de la niña sin dejar de ver y sonreír a su anfitrión esperando que le guíe a donde comenzará el juego que tanto anhelan. .
El éxtasis del recibimiento que se queda marchito con el regalo que será la ofrenda especial de la noche, grita desesperadamente ante aquellos ojos que se abren admirando la belleza eterna y letal de quien toma su pequeña mano jugando con sus deditos y la sonrisa de la fingida amabilidad. Sus zapatos resuenan al estar frente a la pequeña, se inclina hasta estar a su frente con aquellas garras de demonio que surcan por la cálida piel de la mortal, cuyo destino está trazado en el coliseo que se oculta en aquellas paredes.
El rostro sin emoción pero con el mayor placer observa a su anfitrión reverenciándolo con un saludo de corte tan típico, pero más que nada acercándose a dejar el beso frio sobre la mejilla de quien ha extendido la invitación a que aquella despierte. Su sonrisa no se borra de su delicado y tallado rostro, mientras que toma la mano de la niña con un aura materno para que la presa confíe, sobre todo a quien entrega aquel casto ángel, si aquella odia a los niños y por eso los devora uno a uno.
—Bénédicte como siempre tienes bellos presentes aquí para jugar—
La pequeña no emite palabra pero comienza a temblar
—Con esta pequeña ha sido un éxtasis ¿acaso pretendes matarme con la selección de hoy? Mira que me he puesto las mejores galas para esta noche querido mio—
Carga a la pequeña a sus brazos, mientras esta extiende sus manitas para poder pedir auxilio, pero le es negado mientras chaquea la negación con aquellos labios rojos que pronto estarán sellando la vida efímera de la pequeña criatura
—Tranquila, solo vamos a jugar a las escondidas, mamá te está buscando en aquel juego, no verdad tío Bénédicte, no quieres que mami llore si su pequeña no juega con los tíos, ante todo tienes que ser una buena niña. Vamos, vamos es hora de conocer al resto de la familia de esta noche, no te preocupes prometo tratarte bien—
Aquellas palabras las susurra con sus colmillos siseando sobre la piel del cuello de la niña sin dejar de ver y sonreír a su anfitrión esperando que le guíe a donde comenzará el juego que tanto anhelan. .
Lumier Cavelliet- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 58
Fecha de inscripción : 07/07/2014
Re: Dos monstruos y la cosecha [Privado]
Ah, qué cosa tan maravillosa es la infancia. Bénédicte veía complacido cómo la aparente calma de la desgraciada niña se desmoronaba ante el aura de maldad de Lumier. Ni la esperanza de una tierna edad ni los espejismos que suscitaba la presencia de inmortales mitigaba la sensación de peligro. Eso era lo que detenía el corazón de la muchacha, aunque no lo comprendiera. Sin embargo, Lumier sí que lo entendía y gozaba con las consecuencias de ello. La complicidad con ella le hacía sentir que estaba de nuevo en Bizancio, junto con los hermanos Gorgion y Alector.
— Disolvería con gusto los retazos de humanidad remanentes en ti, pero los consumimos cada día hasta convertirnos en esto. No nos transformamos en vampiros cuando intercambiamos sangre, sino cuando nos autodestruimos. Sin humanidad que nos moleste, estamos muertos. Y los muertos no temen a la muerte. — dijo arrastrando la última frase, con los ojos inyectados en la pequeña que Lumier cargaba. Era un monstruo, pero no de sus pesadillas, no de una ficción. Él era real, muy real.
Volteó a ver a los humanos capturados, la cosecha. Triunfante, alzó los brazos y habló con omnipotencia.
— ¡Pero ustedes sí temen, vivas y frágiles criaturas! — gritó festivo a la audiencia — Háganlo ahora. Despídanse de su adicción a respirar, confiesen que no sienten remordimiento por arrancarle la mano al prójimo con tal de hacerse de carne y dinero, no una vez, sino las suficientes para matarse del asco.
Las reacciones fueron múltiples: desde ruegos e insultos hasta negaciones absolutas. No importaba a qué abismo fantasmal estuvieran cayendo, todos se metamorfoseaban en el último minuto, cuando las primeras cabezas caían.
Entonces, ¿cómo abriría la cosecha? Normalmente destrozaría la cabeza de un desafortunado con las manos y regaría con su sangre a los demás, o si la ansiedad lo fustigaba ingresaba al pozo como un torbellino, mutilando y destajando la carne como si su cuerpo fuera una máquina de guerra. Sin embargo, tenía una invitada. No podía cometer la vulgaridad de dar él el primer bocado, a menos que Lumier le concediera ese honor expresamente. Se giró a verla, sin moverse de su lugar frente al pozo. Estaba ansioso por comenzar y dejar a la escuincla al final, besar esos ojos sollozantes con maldad.
— ¿Ves a aquellos jóvenes altos y delgados? Son hermanos, ambos de Rusia. Apenas se hablaban cuando los encontré en el puerto y ahora son inseparables. Nada que ver con el matrimonio de campesinos. Ellos traían dos niños pequeños, pero ya son historia. Después de eso, ni una mirada. No sospecharías que son marido y mujer si no te lo dijera. Incluso ahora me cuesta creerlo. — dijo Bénédicte suspirando. El orgullo se posaba sobre su cabeza como una corona. Era el rey de sus muertes — Tantas historias tendrán aquí su fin. A todos los seleccioné, pero tú, Lumier, eres la luna de esta noche. Me complacería enormemente que hicieras los honores y que cortaras la hermosa cinta roja.
— Disolvería con gusto los retazos de humanidad remanentes en ti, pero los consumimos cada día hasta convertirnos en esto. No nos transformamos en vampiros cuando intercambiamos sangre, sino cuando nos autodestruimos. Sin humanidad que nos moleste, estamos muertos. Y los muertos no temen a la muerte. — dijo arrastrando la última frase, con los ojos inyectados en la pequeña que Lumier cargaba. Era un monstruo, pero no de sus pesadillas, no de una ficción. Él era real, muy real.
Volteó a ver a los humanos capturados, la cosecha. Triunfante, alzó los brazos y habló con omnipotencia.
— ¡Pero ustedes sí temen, vivas y frágiles criaturas! — gritó festivo a la audiencia — Háganlo ahora. Despídanse de su adicción a respirar, confiesen que no sienten remordimiento por arrancarle la mano al prójimo con tal de hacerse de carne y dinero, no una vez, sino las suficientes para matarse del asco.
Las reacciones fueron múltiples: desde ruegos e insultos hasta negaciones absolutas. No importaba a qué abismo fantasmal estuvieran cayendo, todos se metamorfoseaban en el último minuto, cuando las primeras cabezas caían.
Entonces, ¿cómo abriría la cosecha? Normalmente destrozaría la cabeza de un desafortunado con las manos y regaría con su sangre a los demás, o si la ansiedad lo fustigaba ingresaba al pozo como un torbellino, mutilando y destajando la carne como si su cuerpo fuera una máquina de guerra. Sin embargo, tenía una invitada. No podía cometer la vulgaridad de dar él el primer bocado, a menos que Lumier le concediera ese honor expresamente. Se giró a verla, sin moverse de su lugar frente al pozo. Estaba ansioso por comenzar y dejar a la escuincla al final, besar esos ojos sollozantes con maldad.
— ¿Ves a aquellos jóvenes altos y delgados? Son hermanos, ambos de Rusia. Apenas se hablaban cuando los encontré en el puerto y ahora son inseparables. Nada que ver con el matrimonio de campesinos. Ellos traían dos niños pequeños, pero ya son historia. Después de eso, ni una mirada. No sospecharías que son marido y mujer si no te lo dijera. Incluso ahora me cuesta creerlo. — dijo Bénédicte suspirando. El orgullo se posaba sobre su cabeza como una corona. Era el rey de sus muertes — Tantas historias tendrán aquí su fin. A todos los seleccioné, pero tú, Lumier, eres la luna de esta noche. Me complacería enormemente que hicieras los honores y que cortaras la hermosa cinta roja.
Bénédicte Rivérieulx- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 190
Fecha de inscripción : 24/03/2016
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Re: Dos monstruos y la cosecha [Privado]
Pasos lentos con un ángel en brazos como si fuera una pintura de esas tan antiguas y santas que ahora sería una blasfemia y profanación tan fuerte que arrancaría la sangre de los santos cuerpos de aquellos beatos. La sonrisa con esos colmillos al acercarse al rostro del dulce encanto de vida son la muestra de su preferencia, pero al ver los rostros asustadizos de los invitados especiales no duda en arrojar a la niña de sus brazos cayendo a sus pies con el deseo de huir, pero los demonios no están satisfechos con solo verlos huir quieren más y la reina dela muerte quiere los gritos de terror en sus víctimas.
Sapor de placer que se mezcla con su pie deteniendo a la chiquilla cual ratón anhela volver a los brazos de su madre, pero solo es arrancada con violencia. La mujer se agacha hasta donde la niña tomando sus cabellos acariciando el rostro de esta con sus dolorosas uñas.
—¿Dónde está tu mami, pequeña? Ella será el mejor plato de todos—
Camina dejando a la niña atrás, con una reverencia a su amigo, oh sí, su discurso e invitación solo logró que su corazón palpitara de emoción, que su cuerpo tomara el color del deseo y la pasión por ese éxtasis prohibido. Su mente ya estaba imaginando a cada uno de ellos gritando hasta terminar en huesos y así ser parte de su decoración privada en su sótano. Sus paredes necesitaban nuevas piezas de osamentas y que mejor que conseguirlas de la mejor fuente.
— Bénédicte, vamos querido, no seas tan cruel con ellos. Son solo animales y como tal solo son el alimento de dioses, no podemos pedir que se comporten refinadamente, sería como pedirnos misericordia por ellos, es imposible—
Una carcajada soltó aquella mujer, recordando su vieja vida, cuantas líricas en gritos no disfrutó en la soledad hasta ser perseguida por la mano de los que ahora se jactan de pureza y nobleza divina. Sus pasos resonaron acercándose a los bocados de la noche, pero antes de dar el paso final se detiene mirando sobre su hombro a su amigo
—Bénédicte , por qué no les dejamos correr. Que corran buscando su libertad pero con uno de sus ojos arrancados para que vean su muerte, en mi ilusión—
Tomó del cuello la mujer que era la madre de la niña, sus uñas se clavaron en el cuello de esta hasta sentir como la sangre corre en pequeñas hileras, la empuja a la pared no con tanta fuerza, ni quiere que esos gritos y espantos acaben. Son sus dedos los que toman el ojo diestro de la mujer arrancándolo y arrojándolo a los ojos de la niña que con horror y su rostro pequeño empalidecido llora y grita con la pierna de su madre siendo quebrada hasta salirse el hueso
—Corre mujer, si llegas hasta el jardín serás libre, si no morirás de la forma más horrible—
Su mayor habilidad, la ilusión crea en la mujer el sonido de perros nefastos con tres cabezas, como las leyendas del perro del infierno, el gran cancerbero, en frente de ella devorando las cabezas de los demás que solo la miran horrorizados. La mujer se arrastra tratando de escapar de su cruel destino pero más adelante otra ilusión de gusanos con colmillos como cuchillas que se incrustan en su cuerpo devorándolo mientras ella grita, viendo a su hija siendo despellejada y descuartizada por un hombre cuyo rostro está cubierto por una capucha. Las ilusiones arrancan los gritos de ella como las sonrisas de complacencia de la mujer
—¿Quién será el siguiente? Bénédicte—
Susurra acercándose a él miranda a la niña.
—Lo mejor para el final, de eso estoy segura—
Vuelve a tomar a la niña en brazos lamiendo esas lágrimas que son el mayor deseo de la vampira.
Sapor de placer que se mezcla con su pie deteniendo a la chiquilla cual ratón anhela volver a los brazos de su madre, pero solo es arrancada con violencia. La mujer se agacha hasta donde la niña tomando sus cabellos acariciando el rostro de esta con sus dolorosas uñas.
—¿Dónde está tu mami, pequeña? Ella será el mejor plato de todos—
Camina dejando a la niña atrás, con una reverencia a su amigo, oh sí, su discurso e invitación solo logró que su corazón palpitara de emoción, que su cuerpo tomara el color del deseo y la pasión por ese éxtasis prohibido. Su mente ya estaba imaginando a cada uno de ellos gritando hasta terminar en huesos y así ser parte de su decoración privada en su sótano. Sus paredes necesitaban nuevas piezas de osamentas y que mejor que conseguirlas de la mejor fuente.
— Bénédicte, vamos querido, no seas tan cruel con ellos. Son solo animales y como tal solo son el alimento de dioses, no podemos pedir que se comporten refinadamente, sería como pedirnos misericordia por ellos, es imposible—
Una carcajada soltó aquella mujer, recordando su vieja vida, cuantas líricas en gritos no disfrutó en la soledad hasta ser perseguida por la mano de los que ahora se jactan de pureza y nobleza divina. Sus pasos resonaron acercándose a los bocados de la noche, pero antes de dar el paso final se detiene mirando sobre su hombro a su amigo
—Bénédicte , por qué no les dejamos correr. Que corran buscando su libertad pero con uno de sus ojos arrancados para que vean su muerte, en mi ilusión—
Tomó del cuello la mujer que era la madre de la niña, sus uñas se clavaron en el cuello de esta hasta sentir como la sangre corre en pequeñas hileras, la empuja a la pared no con tanta fuerza, ni quiere que esos gritos y espantos acaben. Son sus dedos los que toman el ojo diestro de la mujer arrancándolo y arrojándolo a los ojos de la niña que con horror y su rostro pequeño empalidecido llora y grita con la pierna de su madre siendo quebrada hasta salirse el hueso
—Corre mujer, si llegas hasta el jardín serás libre, si no morirás de la forma más horrible—
Su mayor habilidad, la ilusión crea en la mujer el sonido de perros nefastos con tres cabezas, como las leyendas del perro del infierno, el gran cancerbero, en frente de ella devorando las cabezas de los demás que solo la miran horrorizados. La mujer se arrastra tratando de escapar de su cruel destino pero más adelante otra ilusión de gusanos con colmillos como cuchillas que se incrustan en su cuerpo devorándolo mientras ella grita, viendo a su hija siendo despellejada y descuartizada por un hombre cuyo rostro está cubierto por una capucha. Las ilusiones arrancan los gritos de ella como las sonrisas de complacencia de la mujer
—¿Quién será el siguiente? Bénédicte—
Susurra acercándose a él miranda a la niña.
—Lo mejor para el final, de eso estoy segura—
Vuelve a tomar a la niña en brazos lamiendo esas lágrimas que son el mayor deseo de la vampira.
Lumier Cavelliet- Vampiro Clase Alta
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Re: Dos monstruos y la cosecha [Privado]
En una asquerosa y turbia mueca, Bénédicte demostró su agrado con la inauguración de Lumier. Tanto así que juntó sus manos como si fuera a rezar y resistió ahí la tentación de morderse los dedos, experiencia tan dolorosa como estúpida. No dejaría que esos impulsos tan vulgares lo dominasen y menos frente a su destacada invitada, que con parsimonia pasaba del plato principal y en cambio saboreaba el postre con los dedos.
El vampiro dio tres pasos hacia atrás y se sentó en su silla, mueble que para estos efectos lo hacía sentir un rey, contemplando el espectáculo desde la primera fila. Fue testigo de que la primera víctima rogó piedad con la mirada cochina de llanto, pero lejos de convencerlo de dejarla en libertad, sonrió orgulloso, conocedor de que las cosechas eran perfectas.
Siguió los movimientos de Lumier como un felino a su inquieto blanco. Impaciente, pero reflexivo. No quería estropearlo, pues a metros podía degustar los miembros perdidos. Fue así como, sin querer, pasó la lengua por su labio superior, mientras la vida de la madre inexorablemente se extinguía. Sólo la vampiresa, aquel tornado demoníaco, pudo sacarlo del trance.
Bénédicte abandonó su asiento y avanzó segando el camino con pasos largos.
— Querida, arruinas tu apetito. — susurró, tomando una de las manos ensangrentadas de Lumier — Y aumentas el mío.
Se llevó los dedos bermejos a la boca y succionó hasta la última gota de sangre de la desgraciada humana. Cerrando los ojos, pudo ver la cara de pavor de la difunta otra vez, así como los últimos sentimientos que experimentó antes de partir.
— ¡Ah, qué gloria! Puedo sentir sus nostálgicos pensamientos. Cómo besaba a su cría sobre sus ojos cerrados, ayudándola a dormir. ¿No es así, tontuela? — preguntó a la niña, paralizada de pies a cabeza — Lumier, yo quiero replicar este rostro que esculpiste de fábula con la sangre de la madre. Los humanos tienen algo que nosotros olvidamos hace mucho, el combustible que da marcha a estas expresiones de pesadilla.
Dejó a las señoritas en paz y se giró al pozo sobándose las manos.
— ¡Lazos! — y se lanzó, propagando las llamas del averno.
Se dispersaron los prisioneros como hormigas. Eso eran a los ojos de Bénédicte: insectos. Unos muy entretenidos. Se encargó de mirarlos a todos, de inyectarse en sus ojos uno por uno, dejando un obsequio: la certeza de que no saldrían con vida de allí. Como demostración, tomó a uno de los desgraciados por el cráneo y lo destrozó contra el piso, destruyéndolo casi por completo. Era la cabeza del mayor de los hermanos rusos, al cual Bénédicte había identificado como el roble de los dos. El menor aulló como perra y desvió la mirada hacia Lumier, con la patética esperanza del perdido. El vampiro se mofó.
— ¿Qué, quieres ayuda? Oh, pues si quieres pídesela. Acaba de cegar a una fursia de ojos pequeños. Y los tuyos son bastante grandes. — sonrió sádico.
Aquellos humanos, regados de roja salpicadura, aprenderían algo terrible antes de morir: que Bénédicte podía devorar una ciudad entera y seguir teniendo hambre.
El vampiro dio tres pasos hacia atrás y se sentó en su silla, mueble que para estos efectos lo hacía sentir un rey, contemplando el espectáculo desde la primera fila. Fue testigo de que la primera víctima rogó piedad con la mirada cochina de llanto, pero lejos de convencerlo de dejarla en libertad, sonrió orgulloso, conocedor de que las cosechas eran perfectas.
Siguió los movimientos de Lumier como un felino a su inquieto blanco. Impaciente, pero reflexivo. No quería estropearlo, pues a metros podía degustar los miembros perdidos. Fue así como, sin querer, pasó la lengua por su labio superior, mientras la vida de la madre inexorablemente se extinguía. Sólo la vampiresa, aquel tornado demoníaco, pudo sacarlo del trance.
Bénédicte abandonó su asiento y avanzó segando el camino con pasos largos.
— Querida, arruinas tu apetito. — susurró, tomando una de las manos ensangrentadas de Lumier — Y aumentas el mío.
Se llevó los dedos bermejos a la boca y succionó hasta la última gota de sangre de la desgraciada humana. Cerrando los ojos, pudo ver la cara de pavor de la difunta otra vez, así como los últimos sentimientos que experimentó antes de partir.
— ¡Ah, qué gloria! Puedo sentir sus nostálgicos pensamientos. Cómo besaba a su cría sobre sus ojos cerrados, ayudándola a dormir. ¿No es así, tontuela? — preguntó a la niña, paralizada de pies a cabeza — Lumier, yo quiero replicar este rostro que esculpiste de fábula con la sangre de la madre. Los humanos tienen algo que nosotros olvidamos hace mucho, el combustible que da marcha a estas expresiones de pesadilla.
Dejó a las señoritas en paz y se giró al pozo sobándose las manos.
— ¡Lazos! — y se lanzó, propagando las llamas del averno.
Se dispersaron los prisioneros como hormigas. Eso eran a los ojos de Bénédicte: insectos. Unos muy entretenidos. Se encargó de mirarlos a todos, de inyectarse en sus ojos uno por uno, dejando un obsequio: la certeza de que no saldrían con vida de allí. Como demostración, tomó a uno de los desgraciados por el cráneo y lo destrozó contra el piso, destruyéndolo casi por completo. Era la cabeza del mayor de los hermanos rusos, al cual Bénédicte había identificado como el roble de los dos. El menor aulló como perra y desvió la mirada hacia Lumier, con la patética esperanza del perdido. El vampiro se mofó.
— ¿Qué, quieres ayuda? Oh, pues si quieres pídesela. Acaba de cegar a una fursia de ojos pequeños. Y los tuyos son bastante grandes. — sonrió sádico.
Aquellos humanos, regados de roja salpicadura, aprenderían algo terrible antes de morir: que Bénédicte podía devorar una ciudad entera y seguir teniendo hambre.
Bénédicte Rivérieulx- Vampiro Clase Alta
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Re: Dos monstruos y la cosecha [Privado]
La cruel sonrisa que se dibuja en el rostro de porcelana con manos finas acarician el pequeño y horrorizado rostro que inmaculada se pinta con las lágrimas y la suciedad humana; esas expresiones son el elixir, la excitación de quien abraza a la criatura haciendo que sus pequeños e inútiles huesos suenen suavemente como una fina cuerda de violín a punto de ser rota. Huele ese aroma exquisito de la comida servida, cada uno condimentando con aquello que más le agrada, el miedo en sus carnes, en sus ojos y en sus lenguas el grito final que abrirá las puertas del infierno.
Se estremece ante ese placer que le es brindado por su único amigo y con quien comparte ese deleitoso gusto y apetito, le observa con sus atenciones en sus dedos manchados de la sangre ajena contestando ante ello con sonrisas fieras que desean arrancar vidas con mayor ahínco y deseo. Su apetito se abre aún más voraz y letal relamiéndose los labios con el deseo perdido de arrancar más gritos de terror de aquellos infelices inútiles.
Sangre que salta contra su vestido marcando el inicio de su ira así como su hambre por ver todo aquel delicioso néctar sumergido en el suelo desperdiciado, sonriendo ampliamente ante la declaración de arte más sublime.
—¡Oh, mi querido Bénédicte!, Mi apetito se abrirá solo con un bocado, aunque con lo que has hecho, si dices que despierto tu apetito, tu ahora estás llamando a gritos un deseo tan peligroso como insaciable que ni el fuego podría calmar—
Se acerca al alma desagraciada que ruega por ayuda del otro monstruo, Lumier mira a la niña rozando sus frías mejillas contra su calidez obligándola a ver como tiraba del brazo de aquel pobre humano hasta arrancárselo con los gritos agudos y las maldiciones así como los rezos a los cielos invocando a un dios que los ha abandonado. Sus ojos visualizan a su amigo, acariciando con la mano arrancada a la pequeña que se desmaya por la sangre que salta sobre ella y su cruel servidora de muerte.
—Estos no son humanos, Bénédicte. Son solo escorias, ganado, inútiles seres que nos sirven para matar el aburrimiento, ah sí porque ni para calmar nuestra hambre servirían. Son solo los juguetes pasajeros de esta noche. Que espero puedan durar más o de lo contrario me enojaré mucho con ellos y haré que sus entrañas ardan para quedar en el olvido—
Sonríe siniestramente al dejar a la pequeña a un lado, sobre el sillón que había estado el otro vampiro arrullándola como si fuera una madre, como si lo fuera porque solo es el ángel de la muerte. Camina hasta aquel hombre que se ha atrevido a pedir ayuda. Sus labios rojos se acercando a los de él besándole con una pasión devoradora, su lengua y sus dientes toman aquella lengua tirándola, cortándola y bañándose de la sangre que bebe al tomar la lengua en sus manos arrojándolas a los otros que quedan atónitos de tanta monstruosidad.
—Muy apasionado con las mujeres así como con las palabras, puedo sentir el calor de su lengua por todo el cuerpo deseando más, anhelando ese deseo oculto ¡Oh!, que cruel y mentiroso ha sido este hombre, su lengua no solo ha tocado a las féminas—
Murmuró mirando a sus próximas víctimas, sus pasos tan lentos se acercan a la espalda de su amigo a ver su lo que quedaba del cuerpo
—Bénédicte , no destruyas sus cráneos, se pueden usar para remodelar mi sótano algunos ya están muy viejos, necesito nuevos y así de destruidos no me sirven ni para hacer una copa—
La mirada se dirige al resto de humanos que huyen por el jardín oculto cual laberinto en aquella noche con luna llena y los monstruos bañados en sangre que se miran cómplices con sonrisas de satisfacción y éxtasis.
—Creo que es justo una apuesta por el premio mayor. Quien logre colectar más ojos y lenguas se llevará el deleite de tomar esa vida frágil e inocente ¿Qué dices? ¿quieres recordar lo que hemos olvidado en estos animales?—
Lamió sus dedos uno a uno suspirando ante su ambrosía perfecta regocijándose con la mirada en el dulce y dorado premio de la pequeña que yacía desmayada.
—Esto aumentará nuestro apetito, al menos hasta la próxima cosecha—
Acaricia el mentón de su amigo mostrando el despertar de su lujuria, gula y deseo de destruir a cada uno de esos seres.
Se estremece ante ese placer que le es brindado por su único amigo y con quien comparte ese deleitoso gusto y apetito, le observa con sus atenciones en sus dedos manchados de la sangre ajena contestando ante ello con sonrisas fieras que desean arrancar vidas con mayor ahínco y deseo. Su apetito se abre aún más voraz y letal relamiéndose los labios con el deseo perdido de arrancar más gritos de terror de aquellos infelices inútiles.
Sangre que salta contra su vestido marcando el inicio de su ira así como su hambre por ver todo aquel delicioso néctar sumergido en el suelo desperdiciado, sonriendo ampliamente ante la declaración de arte más sublime.
—¡Oh, mi querido Bénédicte!, Mi apetito se abrirá solo con un bocado, aunque con lo que has hecho, si dices que despierto tu apetito, tu ahora estás llamando a gritos un deseo tan peligroso como insaciable que ni el fuego podría calmar—
Se acerca al alma desagraciada que ruega por ayuda del otro monstruo, Lumier mira a la niña rozando sus frías mejillas contra su calidez obligándola a ver como tiraba del brazo de aquel pobre humano hasta arrancárselo con los gritos agudos y las maldiciones así como los rezos a los cielos invocando a un dios que los ha abandonado. Sus ojos visualizan a su amigo, acariciando con la mano arrancada a la pequeña que se desmaya por la sangre que salta sobre ella y su cruel servidora de muerte.
—Estos no son humanos, Bénédicte. Son solo escorias, ganado, inútiles seres que nos sirven para matar el aburrimiento, ah sí porque ni para calmar nuestra hambre servirían. Son solo los juguetes pasajeros de esta noche. Que espero puedan durar más o de lo contrario me enojaré mucho con ellos y haré que sus entrañas ardan para quedar en el olvido—
Sonríe siniestramente al dejar a la pequeña a un lado, sobre el sillón que había estado el otro vampiro arrullándola como si fuera una madre, como si lo fuera porque solo es el ángel de la muerte. Camina hasta aquel hombre que se ha atrevido a pedir ayuda. Sus labios rojos se acercando a los de él besándole con una pasión devoradora, su lengua y sus dientes toman aquella lengua tirándola, cortándola y bañándose de la sangre que bebe al tomar la lengua en sus manos arrojándolas a los otros que quedan atónitos de tanta monstruosidad.
—Muy apasionado con las mujeres así como con las palabras, puedo sentir el calor de su lengua por todo el cuerpo deseando más, anhelando ese deseo oculto ¡Oh!, que cruel y mentiroso ha sido este hombre, su lengua no solo ha tocado a las féminas—
Murmuró mirando a sus próximas víctimas, sus pasos tan lentos se acercan a la espalda de su amigo a ver su lo que quedaba del cuerpo
—Bénédicte , no destruyas sus cráneos, se pueden usar para remodelar mi sótano algunos ya están muy viejos, necesito nuevos y así de destruidos no me sirven ni para hacer una copa—
La mirada se dirige al resto de humanos que huyen por el jardín oculto cual laberinto en aquella noche con luna llena y los monstruos bañados en sangre que se miran cómplices con sonrisas de satisfacción y éxtasis.
—Creo que es justo una apuesta por el premio mayor. Quien logre colectar más ojos y lenguas se llevará el deleite de tomar esa vida frágil e inocente ¿Qué dices? ¿quieres recordar lo que hemos olvidado en estos animales?—
Lamió sus dedos uno a uno suspirando ante su ambrosía perfecta regocijándose con la mirada en el dulce y dorado premio de la pequeña que yacía desmayada.
—Esto aumentará nuestro apetito, al menos hasta la próxima cosecha—
Acaricia el mentón de su amigo mostrando el despertar de su lujuria, gula y deseo de destruir a cada uno de esos seres.
Lumier Cavelliet- Vampiro Clase Alta
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Re: Dos monstruos y la cosecha [Privado]
Demetrius nunca supo si los caídos gritaban con dolor o con rabia. Aullaban, golpeaban con sus puños el aire inútilmente, mientras Lumier literalmente los engullía desde lo que tuviera enfrente. Arrobamiento colectivo, potenciado, demacrado. Si los vampiros no se vieran como humanos, nadie adivinaría que tras ellos serpenteaba un ser racional, con sentimientos y deseos. Tampoco dirían que eran animales. Más en común tenían con una planta carnívora.
— Qué desconsiderado soy. Un cuervo tragaldabas que no tiene contemplación por la ornamentación de otras playas. — expresó Bénédicte con su tono hipócritamente conmovedor, sacudiendo la misma mano con la que había aplastado aquel cráneo. Es que reventar humanos se le daba tan bien que para él se trataba de un deporte. — Pero con gusto te compensaré. ¡Mira cuántos voluntarios! Qué dispuestos, estos corderos. Quieren vivir para siempre en tus aposentos. ¿No? Curioso; por vanidad están dispuestos a disponer sobre lo ajeno, incluyendo vidas, pero no de lo propio. Ah, pero qué egoístas. ¿No les enseñaron a no tomar nada que no pudieran reemplazar? Pues yo lo haré. Sólo pudieron haber llegado hasta aquí a costa de los demás. Ahora seremos nosotros los que recuperaremos lo que han robado.
Tras ese breve discurso, Bénédicte pensó mejor en el siguiente paso y, haciendo un lado su obsesión con aniquilar lentamente a sus víctimas, se dijo que sería bondadoso con su invitada y que accedería a su idea de competencia. Se lo debía, tras haberlo deleitado con tan preciosa vista. Y como un ateniense cualquiera, odiaba la deuda. Primero estaba su honra, su retorcido concepto de honra.
— Muy bien, Lumier. Acepto el desafío. ¿Accederías a darles unos segundos de ventaja? Aunque sería otorgarles mucho. Han sido unos groseros esta noche. Y yo que los he guarecido del frío, del hambre y de… oh, vaya, ¡de ustedes mismos! ¿Quién fue ese que dijo que el hombre es un lobo para el hombre? Hobbes, creo. Brillante, para un mortal. — opinó como si nada, antes de voltear a su amiga — Como soy un caballero, tú tendrás la última palabra. Si estás de acuerdo, que empiece el juego.
— Qué desconsiderado soy. Un cuervo tragaldabas que no tiene contemplación por la ornamentación de otras playas. — expresó Bénédicte con su tono hipócritamente conmovedor, sacudiendo la misma mano con la que había aplastado aquel cráneo. Es que reventar humanos se le daba tan bien que para él se trataba de un deporte. — Pero con gusto te compensaré. ¡Mira cuántos voluntarios! Qué dispuestos, estos corderos. Quieren vivir para siempre en tus aposentos. ¿No? Curioso; por vanidad están dispuestos a disponer sobre lo ajeno, incluyendo vidas, pero no de lo propio. Ah, pero qué egoístas. ¿No les enseñaron a no tomar nada que no pudieran reemplazar? Pues yo lo haré. Sólo pudieron haber llegado hasta aquí a costa de los demás. Ahora seremos nosotros los que recuperaremos lo que han robado.
Tras ese breve discurso, Bénédicte pensó mejor en el siguiente paso y, haciendo un lado su obsesión con aniquilar lentamente a sus víctimas, se dijo que sería bondadoso con su invitada y que accedería a su idea de competencia. Se lo debía, tras haberlo deleitado con tan preciosa vista. Y como un ateniense cualquiera, odiaba la deuda. Primero estaba su honra, su retorcido concepto de honra.
— Muy bien, Lumier. Acepto el desafío. ¿Accederías a darles unos segundos de ventaja? Aunque sería otorgarles mucho. Han sido unos groseros esta noche. Y yo que los he guarecido del frío, del hambre y de… oh, vaya, ¡de ustedes mismos! ¿Quién fue ese que dijo que el hombre es un lobo para el hombre? Hobbes, creo. Brillante, para un mortal. — opinó como si nada, antes de voltear a su amiga — Como soy un caballero, tú tendrás la última palabra. Si estás de acuerdo, que empiece el juego.
Bénédicte Rivérieulx- Vampiro Clase Alta
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Re: Dos monstruos y la cosecha [Privado]
Nuevamente la luz de aquella maldad se refleja en los ojos claros de la reina, una sonrisa aparece en esos labios manchados de sangre tan bella como para asustar más a los dementes humanos; sus gritos eran el auge de la música que la acompañaba deleitándola en un invitación a un danza mortal. Se aleja de su amigo pasando por encima de los cadáveres que han dejado ambos en el suelo, casi destruidos que hacen la mejor obra para los ojos de aquellos monstruos.
Su sonrisa se perfila más al entrecerrar la mirada calculando cuál de los bastardos será su cena, con cual comenzar primero, pero todos se veían apetitosos a sus ojos. Su mano se extiende cálida pero algo áspera por la sangre seca de su víctima. Toca los cabellos de una de las muchachas del grupo tirando con fuerza siendo rechazada enseguida por la multitud que buscaba con ello poder salvarse. La risa que azotó el lugar ante el gesto fue lo que los aterro, una risa macabra con sus ojos abiertos al tomar el cuello de la frágil mujer para que viera atenta lo que hacían sus congéneres como explicación de lo que su amigo había expresado y que al parecer ellos no habían entendido.
—Es su justificación de seguir vivos. El fuerte manda el débil es devorado o quizás como el de mi viejo amigo “El fin justifica los medios” estar vivos es su meta y para eso no importa si tienen que sacrificar a inocentes corderos como esa niña y esta muchacha con tal de tener unos minutos de aire. Pero tranquilos— su mirada se dirigió tan vacía hacia el grupo —Ni uno de ustedes saldrá con vida de aquí o quizás si, saldrán con sus huesos a mi disposición para adornar mi cálido hogar—.
Levantó la mirada a su amigo sonriéndole satisfactoriamente. Alegre podría decirse que estaba la muñeca del mal con la idea de darles algo de tiempo, un tiempo que haría el alicante perfecto para su sangre siendo la mejor bebida, pero ella no tenía hambre si no un deseo abrazador como las llamas del infierno.
—Dejemos correr al ganado, es hora de que hagan su ejercicio final. Oh pero antes el que no grite se morirá primero. Adoro el sonido de los gritos al cenar son la mejor música— sus dedos acariciaban el cuello tembloroso de la chica que mantenía cerrados los ojos rezando.
Sus dedos entraron por la piel de la joven salpicando la sangre sobre el grupo que gritaba al punto de tener rasposo y ronca la voz hasta pronto caer en el silencio que era lo que ella imaginaba.Volteo a su amigo regalándole unas lindas cuerdas vocales, una tráquea en perfecto estado con sus dedos llenos de sangre y el cuerpo de la joven cayendo a sus pies para ser destrozado por aquellos zapatos que pasan sobre ella como si fuera un tapete.
—Un presente para ti, mi querido, un presente fresco para que lo guardes con la pequeño corderito rubio—.
Sonríe y ve como corren aterrados los otros internándose de lleno en la desesperación por encontrar una salida.
—Me darás el honor de ser la primera, o serás tú Bénédicte— sus ojos se posan en el premio que es el mejor de todos, relamiéndose los labios como si ya la probara en su juego.
—Sin reglas, ¿verdad?. Serán cazados sin ninguna regla moral ni social, tal como nos gusta o habrá alguna limitación—
Su mente ya ingeniaba varias torturas para cada uno de ellos.
Su sonrisa se perfila más al entrecerrar la mirada calculando cuál de los bastardos será su cena, con cual comenzar primero, pero todos se veían apetitosos a sus ojos. Su mano se extiende cálida pero algo áspera por la sangre seca de su víctima. Toca los cabellos de una de las muchachas del grupo tirando con fuerza siendo rechazada enseguida por la multitud que buscaba con ello poder salvarse. La risa que azotó el lugar ante el gesto fue lo que los aterro, una risa macabra con sus ojos abiertos al tomar el cuello de la frágil mujer para que viera atenta lo que hacían sus congéneres como explicación de lo que su amigo había expresado y que al parecer ellos no habían entendido.
—Es su justificación de seguir vivos. El fuerte manda el débil es devorado o quizás como el de mi viejo amigo “El fin justifica los medios” estar vivos es su meta y para eso no importa si tienen que sacrificar a inocentes corderos como esa niña y esta muchacha con tal de tener unos minutos de aire. Pero tranquilos— su mirada se dirigió tan vacía hacia el grupo —Ni uno de ustedes saldrá con vida de aquí o quizás si, saldrán con sus huesos a mi disposición para adornar mi cálido hogar—.
Levantó la mirada a su amigo sonriéndole satisfactoriamente. Alegre podría decirse que estaba la muñeca del mal con la idea de darles algo de tiempo, un tiempo que haría el alicante perfecto para su sangre siendo la mejor bebida, pero ella no tenía hambre si no un deseo abrazador como las llamas del infierno.
—Dejemos correr al ganado, es hora de que hagan su ejercicio final. Oh pero antes el que no grite se morirá primero. Adoro el sonido de los gritos al cenar son la mejor música— sus dedos acariciaban el cuello tembloroso de la chica que mantenía cerrados los ojos rezando.
Sus dedos entraron por la piel de la joven salpicando la sangre sobre el grupo que gritaba al punto de tener rasposo y ronca la voz hasta pronto caer en el silencio que era lo que ella imaginaba.Volteo a su amigo regalándole unas lindas cuerdas vocales, una tráquea en perfecto estado con sus dedos llenos de sangre y el cuerpo de la joven cayendo a sus pies para ser destrozado por aquellos zapatos que pasan sobre ella como si fuera un tapete.
—Un presente para ti, mi querido, un presente fresco para que lo guardes con la pequeño corderito rubio—.
Sonríe y ve como corren aterrados los otros internándose de lleno en la desesperación por encontrar una salida.
—Me darás el honor de ser la primera, o serás tú Bénédicte— sus ojos se posan en el premio que es el mejor de todos, relamiéndose los labios como si ya la probara en su juego.
—Sin reglas, ¿verdad?. Serán cazados sin ninguna regla moral ni social, tal como nos gusta o habrá alguna limitación—
Su mente ya ingeniaba varias torturas para cada uno de ellos.
Lumier Cavelliet- Vampiro Clase Alta
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Re: Dos monstruos y la cosecha [Privado]
Grititos, grititos, temblorosos de miedo. Que les escurriera, que se los pudiera chupar de la cara, así como lo hizo con las gotas de sangre que generosamente llegaron a su faz. Al mismo tiempo, miraba a Lumier, la devoraba a lo largo y a lo ancho, con los ojos fijos en ella. A Bénédicte le pareció que ningún precio era excesivo pagar por ese delicioso bocado de los sentidos.
El vampiro pasó por encima de los cadáveres como si fueran rosas a sus pies. Tomó la mano de quien ya no conocía la piedad y, con una sonrisa incitante la besó en el dorso.
— Tú no necesitas instrucción alguna, mi artífice de la lluvia roja. En cuanto a ellos… — suspiró — …les explicaría las reglas a los desdichados, pero ¿no las aplican ya? Eso de hacer lo que sea para sobrevivir. Treparse unos a otros, pisotear a quien tienes al lado para llegar arriba, denigrar al prójimo para sentirse mejor ellos mismos. Oh no, no hace falta. Son unos expertos. Sólo estaría divagando, dándoles unos segundos nada más para seguir siendo despreciables.
Como un espectro penando las almas, volvió a moverse, esta vez junto a la pared de arriba del foso, para girar la manivela que sobresalía. Había decidido la modalidad de juego. Otro vampiro más prudente, celoso del peligro, no se hubiera atrevido a tocar el instrumento ni con la punta del menique, pero él ya no era. Si había sido alguna vez, esos tiempos se habían desvanecido junto con la carne de quienes lo habían traído al mundo.
Se abrió una salida para los prisioneros, hacia las penumbras de la noche. La noche de los demonios, donde la vida se apagaba. Perfecto escondite, si no fuera por los rastreadores más letales del planeta.
— A campo abierto. Esa será la peculiaridad de esta competencia. Quien coseche más, gana. Podemos usar cabezas para contabilizar, o lenguas, ya que te gustan tanto. — arqueó la ceja.
Las futuras víctimas estaban estupefactas mirando hacia la salida, como ratas expuestas a la luz. Nadie quería ser quien diera el primer paso. Podían pagarlo con algo más que sus vidas.
Pero Bénédicte no tenía paciencia ni tiempo para estupideces. En un parpadeo, se ubicó frente a un muchacho, un bobo quinceañero, y le acarició el rostro. Parecía casi una escena de ternura inefable, hasta que la misma mejilla que palpaba sirvió para despellejar vivo al pobre infeliz.
— Excusez-moi. Se me olvidaron los modales.
El vampiro pasó por encima de los cadáveres como si fueran rosas a sus pies. Tomó la mano de quien ya no conocía la piedad y, con una sonrisa incitante la besó en el dorso.
— Tú no necesitas instrucción alguna, mi artífice de la lluvia roja. En cuanto a ellos… — suspiró — …les explicaría las reglas a los desdichados, pero ¿no las aplican ya? Eso de hacer lo que sea para sobrevivir. Treparse unos a otros, pisotear a quien tienes al lado para llegar arriba, denigrar al prójimo para sentirse mejor ellos mismos. Oh no, no hace falta. Son unos expertos. Sólo estaría divagando, dándoles unos segundos nada más para seguir siendo despreciables.
Como un espectro penando las almas, volvió a moverse, esta vez junto a la pared de arriba del foso, para girar la manivela que sobresalía. Había decidido la modalidad de juego. Otro vampiro más prudente, celoso del peligro, no se hubiera atrevido a tocar el instrumento ni con la punta del menique, pero él ya no era. Si había sido alguna vez, esos tiempos se habían desvanecido junto con la carne de quienes lo habían traído al mundo.
Se abrió una salida para los prisioneros, hacia las penumbras de la noche. La noche de los demonios, donde la vida se apagaba. Perfecto escondite, si no fuera por los rastreadores más letales del planeta.
— A campo abierto. Esa será la peculiaridad de esta competencia. Quien coseche más, gana. Podemos usar cabezas para contabilizar, o lenguas, ya que te gustan tanto. — arqueó la ceja.
Las futuras víctimas estaban estupefactas mirando hacia la salida, como ratas expuestas a la luz. Nadie quería ser quien diera el primer paso. Podían pagarlo con algo más que sus vidas.
Pero Bénédicte no tenía paciencia ni tiempo para estupideces. En un parpadeo, se ubicó frente a un muchacho, un bobo quinceañero, y le acarició el rostro. Parecía casi una escena de ternura inefable, hasta que la misma mejilla que palpaba sirvió para despellejar vivo al pobre infeliz.
— Excusez-moi. Se me olvidaron los modales.
Bénédicte Rivérieulx- Vampiro Clase Alta
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Re: Dos monstruos y la cosecha [Privado]
Ojos que se niegan absorber la luz, se cierran deleitándose con el placentero sonido de los corazones que retumban como caballos sin tropel, esos ecos que logran arrancar el suspiro más siniestro del ángel demoniaco encarnado; sus ojos se clavan en los de su amigo y con quien comparte el mayor de los gustos por el deseo ferviente de ver a sus pies un mar de sangre con cadáveres flotando y ellos sentados sobre la pila de huesos bebiendo de cada uno de los tributos que tendrán en fila deseando sentir el horror de sus mentes perversas.
Sonríe ampliamente mostrando sus grandes colmillos que ansían desgarrar a cada uno de ellos, sus ojos saltan entre cada humano que al encontrase con esos ojos temían considerablemente como para ponerlos a temblar logrando que ella se enorgulleciera de ellos por asustarse más y más, si es que podían. Entre ambos demonios se cierra el trato con un beso y la sonrisa de aprobación; se acercó a su amigo rodeándole hasta la espalda susurrando entre las sombras disfrutando del espectáculo que su amigo había recreado. El correr de la sangre por la mejilla mezclándose con lágrimas y un deseo refrenado de escapar pero con el horror de la muerte en esos ojos por la visión del mal entre ambos seres.
—Mi querido amigo, para eso estamos nosotros para sacarlos de su despreciable vida y enviarlos al infierno, este es su infierno y nosotros sus dioses que lo liberaran de su mal para llevarlos al más grande tormento— sin esperar y con una mirada hacia ellos que tronaron en un grito conjunto por la mirada de la mujer, por verla avanzar hasta el pobre chico que gritaba, que suplicaba clemencia y perdón. Sus dedos tocan los labios subiendo por el rostro sin apartar la mirada de su amigo, de aquellos como los de ella hasta que sus uñas encontraron los ojos del desdichado clavándose hasta que estos explotaron y la sangre corrió entre el pobre rostro que afónico iba quedando. Tomó uno de los ojos arrojándolo al resto de ganado humano con su severa mirada —O huyen ahora, o les arrancamos no solo ojos y lenguas si no sus pieles, sus extremidades hasta dejarlos desangrar, ¿quieren eso? —.
Lamió sus dedos sonriendo a su amigo —No solo las lenguas son parte de mi gusto, pero no puedo negar que el verlos desear gritar o suplicar sin tener lengua es un mayor placer, así como el andar sin ojos o sin alguna extremidad, verlos arrastrarse rezando a su dios por salvación hasta que se encuentran conmigo y entonces su momento llega para convertirse en partes de mi trono— lame sus dedos con sangre con una sonrisa directa al púlpito que comienza a correr todos juntos a la salida ofrecida —Así se estimula al ganado, aunque seguro no llegan ni a mitad del camino, por mi adelante destroza a ese inútil y muéstrame tus modales— sus ojos regresan a la niña relamiéndose los labios
Sobre su hombro mira a los humanos desesperados huyendo por su única salida pero con el rostro lleno de desesperanza —Este será el mejor banquete— camina a la puerta tan lento como si fuera un paseo nocturno casual con la perfecta presentación del demonio al estar cubierta de sangre seca y esa presencia oscura tras ella dispuesta a comenzar el juego hasta ganar.
Sonríe ampliamente mostrando sus grandes colmillos que ansían desgarrar a cada uno de ellos, sus ojos saltan entre cada humano que al encontrase con esos ojos temían considerablemente como para ponerlos a temblar logrando que ella se enorgulleciera de ellos por asustarse más y más, si es que podían. Entre ambos demonios se cierra el trato con un beso y la sonrisa de aprobación; se acercó a su amigo rodeándole hasta la espalda susurrando entre las sombras disfrutando del espectáculo que su amigo había recreado. El correr de la sangre por la mejilla mezclándose con lágrimas y un deseo refrenado de escapar pero con el horror de la muerte en esos ojos por la visión del mal entre ambos seres.
—Mi querido amigo, para eso estamos nosotros para sacarlos de su despreciable vida y enviarlos al infierno, este es su infierno y nosotros sus dioses que lo liberaran de su mal para llevarlos al más grande tormento— sin esperar y con una mirada hacia ellos que tronaron en un grito conjunto por la mirada de la mujer, por verla avanzar hasta el pobre chico que gritaba, que suplicaba clemencia y perdón. Sus dedos tocan los labios subiendo por el rostro sin apartar la mirada de su amigo, de aquellos como los de ella hasta que sus uñas encontraron los ojos del desdichado clavándose hasta que estos explotaron y la sangre corrió entre el pobre rostro que afónico iba quedando. Tomó uno de los ojos arrojándolo al resto de ganado humano con su severa mirada —O huyen ahora, o les arrancamos no solo ojos y lenguas si no sus pieles, sus extremidades hasta dejarlos desangrar, ¿quieren eso? —.
Lamió sus dedos sonriendo a su amigo —No solo las lenguas son parte de mi gusto, pero no puedo negar que el verlos desear gritar o suplicar sin tener lengua es un mayor placer, así como el andar sin ojos o sin alguna extremidad, verlos arrastrarse rezando a su dios por salvación hasta que se encuentran conmigo y entonces su momento llega para convertirse en partes de mi trono— lame sus dedos con sangre con una sonrisa directa al púlpito que comienza a correr todos juntos a la salida ofrecida —Así se estimula al ganado, aunque seguro no llegan ni a mitad del camino, por mi adelante destroza a ese inútil y muéstrame tus modales— sus ojos regresan a la niña relamiéndose los labios
Sobre su hombro mira a los humanos desesperados huyendo por su única salida pero con el rostro lleno de desesperanza —Este será el mejor banquete— camina a la puerta tan lento como si fuera un paseo nocturno casual con la perfecta presentación del demonio al estar cubierta de sangre seca y esa presencia oscura tras ella dispuesta a comenzar el juego hasta ganar.
Lumier Cavelliet- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/07/2014
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