AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Petrichor → Privado
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Petrichor → Privado
“Expect sadness
like
you expect rain.
Both,
cleanse you.”
― Nayyirah Waheed
like
you expect rain.
Both,
cleanse you.”
― Nayyirah Waheed
Desde su lugar, detrás el mostrador de la biblioteca, tenía una vista perfecta del exterior a través de una ventana. De ese modo, se sentía seguro. Podía ver el movimiento de la ciudad, saber qué sucedía, pero no formar parte de la dinámica. Recargado sobre la barra, con el codo en la superficie y con la mano sosteniendo su cabeza, se sintió relajado de ese modo. La lluvia, fina y que no alcanzaba a crear un aguacero, impedía que los lectores habituales asistieran a su cita con las letras. Finn, que tenía una memoria que le impedía borrar cualquier dato de su mente, conocía muy bien la rutina de todos ellos. Sus horas de llegada y las de salida. Qué libros estaban leyendo, qué libros habían consultado. Qué temas eran los usuales en cada uno de ellos.
Y aunque era alguien amante de sus costumbre, alguien a quien el cambio no le sentaba bien, disfrutaba aún más de la soledad, sólo acompañada por ese ligero y arrullador sonido de las gotas contra los techos y los cristales. Decidió ponerse de pie y él mismo tomar algún libro. Desde que había conocido a Casstronaut, aquellos de anatomía llamaban poderosamente su atención. Apenas se encaminaba a la sección correspondiente, cuando la puerta se abrió. De aquel modo el frío y el ruido de la llovizna entraron de contrabando a la biblioteca, pero sobre todo el aroma del suelo mojado. Un perfume como ningún otro. Se quedó un segundo o dos disfrutando de aquello cuando reaccionó. Tenía un visitante y debía regresar a su lugar. Siendo Finn como era, no se molestó, ese era su trabajo y lo hacía muy bien a pesar de sus obvias limitantes.
Al encontrarse con el otro, su única compañía esa tarde, se dio cuenta que lo conocía. No lo conocía por haber cruzado palabras, sino porque Finn, con observar una sola vez un rostro podía recordarlo para toda su vida. Y asociaba el mismo con un nombre, porque lo había leído en la lista de registro a la entrada y en la de los préstamos. Se mordió un labio, apenado de saber tanto del que todavía era un desconocido para él.
Pudo apreciar sus hombros húmedos por la lluvia, así como el cabello mojado. Trató de esbozar una sonrisa, sin mucho éxito. Carraspeó y desvió la mirada, para no parecer un maldito loco.
—Ho-hola, bienvenido —se quedó pasmado como el gran tonto que era y retomó el hilo, forzándose a hacer más conversación—, ¿refugiándote de la lluvia? —Luchó todo lo que le fue posible para no delatarse, para no decir tácitamente que conocía su nombre y hasta sus hábitos de lectura. Maldijo esa mente privilegiada suya, la maldijo, una vez más.
Avanzó hasta rodear el mostrador y quedar detrás, en su sitio habitual. Sin hacer contacto visual, empujó el enorme libro donde todos los visitantes debían anotarse y también ofreció pluma fuente y tintero, haciendo de forma expedita su trabajo, diciéndose que dejara de intentar hacer algo que simplemente le salía tan mal: interactuar.
Finn Hooper- Humano Clase Media
- Mensajes : 77
Fecha de inscripción : 26/09/2015
Localización : París
Re: Petrichor → Privado
Si abres las puertas de tu corazón a los Sueños,
yo estaré alegre y tú lo estarás también.
—Bufo Soñador en la Galaxia de la Tristeza, Rafael Ábalos.
yo estaré alegre y tú lo estarás también.
—Bufo Soñador en la Galaxia de la Tristeza, Rafael Ábalos.
La madrugada lo había tomado desprevenido cerca de la chimenea, mientras jugaba largas partidas de ajedrez con su tío Hans. Conversaron sobre diversos temas, incluso, entraron en discusiones filosóficas, para luego terminar riendo por sentirse tan insignificantes ante el majestuoso poder del universo. Vladmiri admiraba muchísimo a su tío Hans, de él había aprendido casi todo lo que sabía, y más que nada, el apego a los libros. Era un hombre sabio y un pilar fundamental en la hermandad de Agartha, alguien a quien apreciaban y casi un doppelganger de Gwyddyon, el primer líder de la familia Mckennitt.
Fue ese el motivo de su desvelo, de estar casi durmiéndose en cualquier parte a la mañana siguiente, y como tenía responsabilidades durante las primeras horas del día, no pudo descansar como quería. También, para evitar las bromas de Loreena (que extrañamente no estaba rondándole cerca), decidió irse a la ciudad a leer un poco y a reposar. El centro de París lo acogió con uno de sus tantos parques, con el suelo cubierto por el césped de magnífico verde, y la maravillosa melodía de la primavera; sin duda, el lugar perfecto para recostarse a disfrutar de un buen libro. Pero estaba, nuevamente, tan cansado, que se quedó dormido con el libro en la cara. Fue un sueño profundo y reparador, tanto, que se ausentó, quizás demasiado, de la realidad, hasta que una gota fría cayó sobre el dorso de su mano y luego en su frente. La primera vez lo ignoró, sin embargo, cuando notó que el agua no cesaba, despertó sobresaltado, dándose cuenta de que la lluvia se cernía lentamente sobre él.
Se quedó pasmado observando el cielo gris y las gotas cayendo con velocidad aparente; por un momento creyó que todo aquello era una ilusión, hasta que él mismo se golpeó las mejillas para reaccionar y levantarse cual gato asustado para ir a buscar refugio. El sitio más próximo, en donde pudiera estar cómodo, era la biblioteca, sólo que ésta se encontraba a casi una cuadra de distancia. Su naturaleza podía darle ventaja, pero estando rodeado de personas comunes, que también huían del aguacero, descartó su nada común velocidad y simplemente corrió como un muchacho corriente, lo que hizo que terminara casi empapado.
Cruzó el amplio umbral del recinto y sacudió su cabeza, haciendo que el agua salpicara un poco a los lados. Se quedó observando el suelo algo avergonzado, pensado en que al dueño de la biblioteca no le iba a gustar para nada eso. Por suerte, al ser un visitante regular, la sanción podría ser menor o quizás sólo se ganaría una mala cara. Pudo haberse quedado sacando conclusiones sobre aquello, pero una voz lo distrajo. Reconoció de inmediato de quien se trataba, era el joven encargado de anotar a los visitantes; Vladmiri sólo lo observó, intentando recordar lo que le había dicho, pues, estaba tan concentrado en sus miles de disculpas, que igual no pudo evitar que alguna se le escapara.
—Sí, no se preocupe yo lo limp... Quise decir, sí, la lluvia, el refugio —frunció el ceño al verse a sí mismo como un idiota respondiendo. Sacudió suavemente la cabeza e hizo una ademán con las manos—. Lo lamento, ando distraído. Sí, bueno, las lluvias de primavera son algo sorpresivas y no me percaté que llovía hasta darme cuenta que estaba muy empapado. —Observó de soslayo la biblioteca y se rascó la cabeza—. No hay muchos visitantes... Supongo que las personas prefieren otras cosas que leer.
Vladmiri V. Mckennitt- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 23/05/2014
Localización : París
Re: Petrichor → Privado
“We forget we're
mostly water
till the rain falls
and every atom
in our body
starts to go home”
— Albert Huffstickler
mostly water
till the rain falls
and every atom
in our body
starts to go home”
— Albert Huffstickler
Por un segundo o dos, Finn se sintió abrumado. Algo en el chico lo desconcertaba… no de un mal modo, más bien como un acertijo que te llama para que trates de resolverlo sin secuelas graves si no lo consigues. Inofensivo, si se quería poner en palabras, pero no por ello menos interesante. Pensando en aquello, se embebió en sus cavilaciones y dio un respingo cuando su nuevo acompañante respondió. Sonrió taimado, sin verlo, desde luego, con la cabeza gacha y la mirada clavada en las hojas rayadas donde los muchos visitantes que entraban por esa puerta anotaban su nombre.
—Por limpiar no te preocupes —aclaró, viendo que esa era la preocupación mayor del otro—. Puede esperar —asintió. El recibidor de la antigua biblioteca había sido restaurado y el suelo ahora cerámico. Al interior de la biblioteca, ésta conservaba sus suelos de piedra, que resultaban más fáciles de limpiar.
—¿Qué? ¡Ah! —Al parecer ninguno de los dos estaba en el mismo canal y eso estaba provocando que la comunicación fuera algo torpe. Sin embargo, Finn sintió que a pesar de ello, era como si ambos hablaran el mismo idioma y era rara la ocasión en la que el joven inglés se sentía identificado con alguien. Estiró el cuello y alzó la cabeza como un suricato en la sabana, echó un vistazo a ese panorama que tan bien conocía—. Eso, tal vez. La verdad es que la lluvia no ayuda en nada. Hay personas que no faltan a su cita en este lugar, pero entiendo que prefieran la comodidad de sus casas —explicó, mirando fijamente un punto en la nada. Soltó con algo parecido a la añoranza. Quizá no porque extrañaba a sus visitantes —quizá sí—, sino porque eso, una vez más, le recordaba lo diferente que era.
Giró el rostro y como si un par de piezas embonaran, volvió a revalorar al joven. Vladmiri, sabía que se llamaba, pero no se atrevía a pronunciar su nombre. Sonrió y esta ocasión fue un intento más exitoso. Se movió detrás del mostrador y se fijó por la ventana. De a poco, la lluvia arreciaba, trayendo consigo el aroma de la tierra y la piedra mojadas.
—Parece que esto no va a parar en un rato —apuntó, mientras su aliento cálido empañaba el cristal. Con el puño de su suéter, lo limpió—. Estamos atrapados aquí. Pero si te soy sincero, si voy a estar atrapado en un lugar, me alegra que sea la biblioteca —se giró al fin, lo miró fugazmente, su cabello rubio y sus rasgos afilados como esculpidos por cuchillos.
Vaya, eso era más de lo que Finn acostumbraba hablar y de inmediato, comenzó a sentirse incómodo, así que agachó la mirada, directo a la punta de sus zapatos y jugó con los hilos sueltos de su viejo jersey. Se preguntó si Aishe estaría en casa, resguardada de la lluvia. Esperaba que así fuera. Se preguntó también por qué en caso de que el otro muchacho decidiera quedarse ahí; su presencia no fuera tan insoportable como para hacerlo huir después de un rato, pero a veces, no veía más allá de sus propias inseguridades.
Última edición por Finn Hooper el Miér Oct 19, 2016 8:51 pm, editado 1 vez
Finn Hooper- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 26/09/2015
Localización : París
Re: Petrichor → Privado
He pasado muchas horas (...)
entre los libros del Laboratorio del Saber
y ellos encierran todas las historias que uno pueda imaginar.
—Bufo Soñador en la Galaxia de la Tristeza, Rafael Ábalos.
entre los libros del Laboratorio del Saber
y ellos encierran todas las historias que uno pueda imaginar.
—Bufo Soñador en la Galaxia de la Tristeza, Rafael Ábalos.
Aunque Vladmiri fuera poseedor de una naturaleza afable y serena, no era para nada bueno creando lazos afectivos con otras personas. Ni siquiera con Chantry. Es más, con ella era mucho complicado todo, hasta hablar. Pero eso ya era otro asunto, algo que distaba de una simple amistad. A él, sencillamente, se le hacía un tanto difícil tener amigos cercanos; era algo que no se le daba para nada bien. Solía vivir metido entre sus libros, investigando una que otra cosa para la hermandad, o siguiendo, de muy mala gana, los inventos de Loreena. Podría decirse que era un joven bastante ocupado; sin embargo, eso no era excusa para rodearse de otras personas con las que pudiera tratar sin problema. Quizás, sólo necesitaba a un amigo con que el no tuviera que sentirse acomplejado por hablar mucho; o con quien pudiera abstraerse en extensos silencios. Podía resultar una grandiosa idea, a pesar de lo complejo del asunto, y más en su condición.
Pero ahora no estaba para pensar demasiado en ello. Estaba más preocupado en el desastre que había hecho al sacudirse las gotas de agua en su cabeza, que en otra cosa; eso era algo impropio de él y quería solucionarlo de alguna manera. Pudo haber ofrecido más disculpas y hasta proponerse la faena de limpiar, no obstante, fue interrumpido. El otro muchacho, quien se encargaba de la biblioteca, no prestó mucha atención en el insignificante accidente, hasta pareció intentar calmar la angustia absurda de Vladmiri; además de haber compartido un par de palabras con él, algo que lo sorprendió muchísimo. Aquel chico poco hablaba, hasta parecía mudo de lo silencioso que se mostraba siempre, algo que causaba curiosidad, en especial a un felino.
—No, en serio, es que yo… Bueno, es que a veces soy algo torpe —murmuró con vergüenza, recordando las veces en las que fue llamado de ese modo. Y no precisamente por Loreena, quien, a pesar de su impertinencia, solía elogiarlo—. ¿De verdad no hay problema? No quiero ser irrespetuoso ni causar malestar en tu trabajo. —Suspiró resignado y sonrió. Se rascó la cabeza y sencillamente se dirigió al recibidor para apuntarse en la lista—. Bueno, dejando a un lado mi tontería. Me pregunto si, ¿todavía conservan ese grandioso libro antiguo que hablaba sobre Bizancio? Apenas pude hojear algunas páginas hace ya varios días y me quedé con las ganas de terminarlo.
De no ser por su somnolencia, y por Chantry, hubiera podido leerlo; la historia era uno de sus temas favoritos y esperaba con ansías que ese ejemplar aún estuviera ahí. En su mente todavía se encontraba la imagen de aquella tapa antigua, con letras doradas desgatadas y sus inscripciones en latín. Casi podía sentir de nuevo ese olor a páginas viejas, corrompidas por la humedad.
—¿Alguna vez tuviste la oportunidad de leerlo? Lo que me agrada de este lugar es que llegan manuscritos antiguos y se pueden examinar. Claro, con el cuidado que ello requiere —agregó—, los textos antiguos suelen ser algo delicados si se exponen al viento. Bueno, también se debe conocer algunas lenguas antiguas; mi tío me enseñó algunas desde que estaba chico. —Al percatarse de que estaba hablando de más, se sintió idiota, y en vez de seguir en lo suyo, pensó en la manera de enmendar su comportamiento. Así que sólo extendió la mano en modo de presentación; era lo mejor que podía hacer—. Vladmiri Mckennitt, un placer. Ah, y gracias por no prestar demasiada atención a mi descuido con el agua.
Vladmiri V. Mckennitt- Cambiante Clase Alta
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Re: Petrichor → Privado
“So many books, so little time.”
― Frank Zappa
― Frank Zappa
Alzó el rostro sorprendido. Un par de ojos azules bien abiertos, como si quisiera capturar con ellos toda la realidad que lo rodeaba, a pesar de que, la mayoría de las veces, ésta lo agobiaba. Por un momento creyó que había escuchado mal. No podía decir que conocía al otro, fuera de las visitas que hacía a ese lugar, pero nunca le había parecido torpe, y por ello fue su desconcierto. Quiso decir algo, en lugar de ello, desvió la mirada y se mordió un labio; fue consciente que se le había quedado viendo como si se tratara de una quimera que de pronto se aparece frente a él.
Sin embargo, hubo algo en su insistencia que le caló hondo. Quizá al negarle la posibilidad de limpiar, le estaba coartando una necesidad. Como si a él lo jalaran a la fuerza a una muchedumbre. Los inadaptados se entendía, se identificaban, como si estuvieran marcados. Fue a decir algo, abrió la boca, pero lo que su acompañante dijo a continuación le pareció más relevante en ese momento. Lo escuchó atento, incluso lo miró. Le fascinó la facilidad que tenía para hablar y la pasión con la que hablaba del libro, mismo que recordaba bien; tenía una memoria implacable que no le permitía olvidar nada.
Sonrió, aunque no fue consciente de ello. ¿Habría sido muy obvio? ¿El otro lo habría notado? Se quedó un segundo o dos muy quieto, procesando todo lo que estaba sucediendo, fue entonces que Vladmiri confirmaba su nombre. Sacó la mano de la manga del suéter, pues lo había estado empuñando desde que había limpiado el cristal. Tardó más de lo que era correcto en corresponder; no por falta de educación (ser un Hooper, aunque fuera venido a menos como él, era sinónimo de distinción), sino por completo aturdimiento.
—Un placer —al fin estrechó la mano ajena—. Finn Hooper —respondió con su propio nombre, porque no había motivo para ocultarlo. Carraspeó—. Creo que sé de qué libro estás hablando. No he tenido oportunidad de leerlo porque… bueno, sólo mira este lugar, quisiera leerlos todos, pero no me alcanza la vida —rio, aunque fue un sonido más bien incómodo.
—Sé exactamente dónde está. Espera aquí —y no mentía. Cuando decía «exactamente» así era. Incluso podía decirle entre que otros libros estaba guardado. Para su trabajo, esa habilidad suya resultaba muy útil.
Pero no se dirigió hacia las estanterías. Fue a un pequeño cuarto detrás del mostrador, de donde sacó una escoba, un cubo de madera y un paño. Los cargó con dificultad y con un ademán le indicó que lo siguiera. Su primera parada fue donde aún estaba el agua que Vladmiri había regado. Para ello necesitaba aquellos utensilios. Se apresuró a limpiar. No era tan grave, de todos modos y de ese modo quería darle un poco de tranquilidad. Dejó la escoba recargada en un muro y tras exprimir el trapo en el cubo, lo acomodó encima de éste, para luego reanudar su marcha, esta ocasión sí, en dirección a los libros.
Con una seguridad que no tenía en ningún otro ámbito, Finn se desenvolvió entre libreros con una soltura envidiable. A veces pasaba la mano por los lomos de muchos, muchos tomos, unos más viejos que otros y al final, llegó a la sección de Arte, para luego avanzar en orden cronológico. Los más cercanos a ellos eran los más recientes, así que debía ir al fondo, para poder acceder a un libro tan antiguo. Cuando finalmente se detuvo, fue frente a un librero empotrado en la pared, y sin buscar en absoluto, estiró la mano y extrajo justo el libro que Vladmiri le había dicho.
—Es este, ¿cierto? —Preguntó, aunque ya sabía la respuesta.
Finn Hooper- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 26/09/2015
Localización : París
Re: Petrichor → Privado
Pocas veces solía entablar algún tipo de relación con alguien ajeno a Agartha, por lo que, su presentación ante el joven bibliotecario fue algo que hasta le sorprendió a sí mismo. Quizás se debía a su insana vergüenza, aquella que surgía cuando reconocía haber metido la pata en algo, o simplemente, haberse equivocado. No le gustaba, en lo absoluto, molestar a otros con sus acostumbrados descuidos, le apabullaba una terrible vergüenza. Sin embargo, ese joven sólo le dejó entrever que todo estaba bien. Le sorprendió en su momento, incluso cuando estrechó su mano, atendiendo a la repentina presentación. Era una de esas ocasiones en donde podía sentirse aliviado, sin un cargo de conciencia latente de haber sido un idiota, y hasta desconsiderado, con alguien. Bien sabía que aquel muchacho trabajaba duro para mantenerse en la sociedad del momento, que su nula capacidad para entablar conversaciones no debía ser motivo para aprovecharse. Vladmiri era un muchacho con principios bastante sustentados, a veces un poco descuidado, pero alguien que demostraba su queja ante el malestar ajeno. Por ello, tenía entre ceja y ceja, compensar al joven de algún modo.
«Finn Hopper». Anotó mentalmente ese nombre, para tenerlo siempre en cuenta. Había dado un gran paso, sin embargo, no podía cantar victoria aún.
—Oh, gracias. Pero no es necesario que —dejó la frase a medio completar, al ver como Finn se apresuraba a buscar algo más. No fue el libro, sino los utensilios para poder limpiar el desastre que él había hecho. Sintió la sangre subírsele hasta las mejillas—. ¿Ah? Oh, ya. Que te siga, claro.
Y de nuevo se expresaba de manera torpe. Volvió a mostrar esa incapacidad de conectar las palabras y los pensamientos cuando alguna emoción le aturdía de repente. ¿En qué lengua antigua, conocida y desconocida, iba a disculparse? No deseaba hacer trabajar de más al joven Hopper, de seguro ya tenía muchas cosas por hacer, y él le restaba tiempo. ¡Muy mal!
—Puedo ayudarte, no tendría ningún problema, en serio. Si eso al menos compensa mi falta de respeto —agregó. Luego se percató de que su insistencia podía ser fastidiosa, tal y como solía decírselo su prima—. Lo siento, soy muy terco. —Palabras más, palabras menos. Sólo tenía que esperar su libro, ese ejemplar magnífico a punto de ser devorado por sus hábiles hábitos de lectura—. Mejor cierro la boca.
¡Sí! Mejor dejaba de cacarear como gallina, así lo ayudaría mucho más. Pecar de insistente sólo iba a generar un venidero conflicto no deseado; era mejor esperar que el chico diera con la petición hecha minutos antes. Así que, con simpleza, respiró hondo y le dirigió una sonrisa ladina, como disculpándose por sus frases incoherentes. Vladmiri se mantuvo callado hasta que Finn se dirigió hacia los estantes, hallando, con sorprendente pericia, el libro indicado. Aquello le resultó grandioso; definitivamente ese muchacho tenía un don para su trabajo, sin duda alguna.
—¡Oh, claro! Ese es. Gracias —respondió, sonriendo como lo haría un chiquillo al ver un juguete nuevo—. Eres habilidoso en esto, ¿sabes? Aunque me parece a mí que es más de tener una memoria impecable que estar corriendo con agilidad entre los libreros —afirmó con entusiasmo—. No hay mucha gente hoy, y tal vez sea una falta de respeto de mi parte, pero si quieres podrías acompañarme en la lectura. Sé que a muchos les gusta disfrutar de un buen libro en soledad, pero a mí me agrada compartir ese momento con otras personas, como lo hacía con mi hermana menor, y a veces con mi prima. Por favor, no te sientas limitado, es una invitación.
«Finn Hopper». Anotó mentalmente ese nombre, para tenerlo siempre en cuenta. Había dado un gran paso, sin embargo, no podía cantar victoria aún.
—Oh, gracias. Pero no es necesario que —dejó la frase a medio completar, al ver como Finn se apresuraba a buscar algo más. No fue el libro, sino los utensilios para poder limpiar el desastre que él había hecho. Sintió la sangre subírsele hasta las mejillas—. ¿Ah? Oh, ya. Que te siga, claro.
Y de nuevo se expresaba de manera torpe. Volvió a mostrar esa incapacidad de conectar las palabras y los pensamientos cuando alguna emoción le aturdía de repente. ¿En qué lengua antigua, conocida y desconocida, iba a disculparse? No deseaba hacer trabajar de más al joven Hopper, de seguro ya tenía muchas cosas por hacer, y él le restaba tiempo. ¡Muy mal!
—Puedo ayudarte, no tendría ningún problema, en serio. Si eso al menos compensa mi falta de respeto —agregó. Luego se percató de que su insistencia podía ser fastidiosa, tal y como solía decírselo su prima—. Lo siento, soy muy terco. —Palabras más, palabras menos. Sólo tenía que esperar su libro, ese ejemplar magnífico a punto de ser devorado por sus hábiles hábitos de lectura—. Mejor cierro la boca.
¡Sí! Mejor dejaba de cacarear como gallina, así lo ayudaría mucho más. Pecar de insistente sólo iba a generar un venidero conflicto no deseado; era mejor esperar que el chico diera con la petición hecha minutos antes. Así que, con simpleza, respiró hondo y le dirigió una sonrisa ladina, como disculpándose por sus frases incoherentes. Vladmiri se mantuvo callado hasta que Finn se dirigió hacia los estantes, hallando, con sorprendente pericia, el libro indicado. Aquello le resultó grandioso; definitivamente ese muchacho tenía un don para su trabajo, sin duda alguna.
—¡Oh, claro! Ese es. Gracias —respondió, sonriendo como lo haría un chiquillo al ver un juguete nuevo—. Eres habilidoso en esto, ¿sabes? Aunque me parece a mí que es más de tener una memoria impecable que estar corriendo con agilidad entre los libreros —afirmó con entusiasmo—. No hay mucha gente hoy, y tal vez sea una falta de respeto de mi parte, pero si quieres podrías acompañarme en la lectura. Sé que a muchos les gusta disfrutar de un buen libro en soledad, pero a mí me agrada compartir ese momento con otras personas, como lo hacía con mi hermana menor, y a veces con mi prima. Por favor, no te sientas limitado, es una invitación.
Vladmiri V. Mckennitt- Cambiante Clase Alta
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Localización : París
Re: Petrichor → Privado
“All I want is blackness. Blackness and silence.”
― Sylvia Plath
― Sylvia Plath
Observó el semblante de Vladmiri al recibir el libro. Algo en el universo se acomodó en el interior de Finn, algo se sintió bien y completo. Como si esa fuera toda su misión en la vida. Sonrió, eso sí, sin mirarlo, más bien, con los ojos fijos en tremendo tomo con cientos de años a cuestas. Definitivamente ese era el trabajo ideal para él; no heredar nada de su padre, un emporio construido sobre la sangre de inocentes; no, lo suyo era juntar el libro indicado con el lector perfecto. Pensando en ello, se dejó llevar como si navegara en un estupor diurno, hasta que escuchó la voz ajena. Dio un súbito suspiro y levantó el mentón. Negó con la cabeza, como si respondiera tardíamente a algo más.
—Oh… eso… —pareció desconcertado. No solía hablar de su intelecto, mismo que los doctores le dijeron que sería más una carga que una bendición, ni de su memoria, misma que no necesitaba la voz de un experto para saber que era un lastre. Recordar cada mínimo detalle era un bagaje demasiado pesado para cualquiera, y para Finn, sobre todo—. Lo que sucede es que… tengo un problema, y no puedo olvidar nada. No estoy bromeando. Cada detalle se queda grabado en mi memoria. Por ello sé dónde está exactamente cada libro —quiso reír, sin éxito y se rascó la sien, mirando a otro lado para apartar la atención de lo que acababa de decir.
—¡Claro! Me encantaría acompañarte. No hay mucho trabajo hoy, como ves. De hecho, yo mismo estaba en medio de una lectura. Podríamos leer en calma, yo… —ya no supo cómo continuar. Había hablado más de lo que estaba acostumbrado y se agotó. Respiró un par de veces para recuperarse y se mordió un labio.
Había estado leyendo algo sobre anatomía, asunto que le interesaba desde aquel encuentro con Casstronaut, área de estudio que hasta entonces había pasado por alto. Pero debido a sus dones, había memorizado cada hueso, su ubicación, y su tamaño aproximado en un adulto promedio.
—Acepto tu invitación —al fin dijo, un tanto más tranquilo. Todo lo que se podía tratándose de él. Alzó el dedo índice, como si fuera a decir algo más, pero las palabras no llegaron, en cambio, dio media vuelta y se marchó, para regresar pronto con su propio libro bajo el brazo.
—Ven, a pesar de la lluvia, conozco el lugar perfecto con iluminación natural —sabía de memoria cada rincón de la biblioteca, no había que sorprenderse de nada. Y sin esperar por una réplica, se puso en marcha. Pasó de largo los escritorios al centro de los estantes que rodeaban esa rotonda como rayos a un sol. Y llegó hasta una enorme ventana con un rellano tan amplio, que uno podía sentarse perfectamente. Se notaba que era su sitio favorito en días como ese, pues había un par de viejos cojines para hacerse más cómodo el escondite.
Como había dicho, la luz natural era envidiable, a pesar de lo nublado del día.
—Entonces, Vladmiri —quiso iniciar una conversación de nuevo, mientras acomodaba los cojines para sentarse—, ¿tienes una hermana nada más? —Se irguió y se giró. Preguntó curioso, aunque una parte de él envidiaba al otro joven. Él no sólo no tenía hermanos (que supiera) sino que ahora no tenía familia alguna.
Última edición por Finn Hooper el Sáb Sep 23, 2017 10:47 pm, editado 1 vez
Finn Hooper- Humano Clase Media
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Localización : París
Re: Petrichor → Privado
Fue una suerte de alivio para él, quien se hallaba muy preocupado por el malestar que pudiera causar en terceros. Vladmiri era quizás un joven demasiado empático con los demás, claro, no era estúpido, sólo sabía perfectamente a quien ayudar y a quién. Estaba muy consciente de que no todas las personas eran dignas de confianza, y gracias a su instinto felino, podía darse la tarea de reconocerlas fácilmente. Por eso ese chico le agradaba, sentía esa curiosidad nata de cualquier gato, como queriendo saber más de él, pero tenía que controlar su lado animal (cosa que se le daba bastante bien, a decir verdad).
Tal vez consideraba su capacidad de recordar todo como una maldición, incluso, a él mismo le pasó en su momento. Sin embargo, ahora que cargaba una peculiar misión sobre sus hombros, Vladmiri sentía que aquello más le bien funcionaba. Aunque, debía reconocerlo, ya lo de Finn lo rebasaba muchísimo, pero le seguía pareciendo algo sumamente interesante. ¡Podía leer todos los libros que quisiera sin perder detalle alguno! La idea le era aún más atractiva, tan maravillosa como... una bola de estambre o la mismísima biblioteca de Alejandría, o la de Nínive, ¡o todo el conocimiento plasmado en papel que existiera en el mundo!
—¿Problema? ¿Quién te ha dicho eso? No, no. No lo creo, para mí es un don grandioso —explicó, muy º con la idea—. Mira, todos nacemos con dones, aunque hay algunos que suelen convertirse en una carga en un principio, pero si los llega a controlar, se convertirán en algo fantástico. —Aquello le recordó a su prima, quien siempre había luchado con la empatía como si se tratara de una bestia, pero ahora que la dominaba, había crecido mucho como persona. Quizás a Finn le hacía falta ese encanto hacia su propio talento—. Sería maravilloso poder recordar cada detalle de los libros que lees. Sería como tener una biblioteca en tu cabeza...
Sí, tuvo que obligarse a callar; estaba muy exaltado con lo que había descubierto, como cuando yacía entretenido con una bola de estambre en su forma felina. Vladmiri solía ser muy curioso y se dejaba llevar mucho en ciertas situaciones. Esa era una de esas situaciones. Pero tuvo que mantener la compostura, aunque, eso no iba a evitar que continuara animando al joven Hooper a interesarse más por esa habilidad tan particular.
—Me alegra que hayas aceptado mi invitación, Finn. De verdad, siempre es agradable tener compañía y poder compartir el comportamiento con otros —como buen aprendiz de Agartha que era, su misión recaía en la búsqueda interminable del conocimiento, de transmitir el legado de los antepasados; un ideal complejo, pero maravilloso—. Bien, entonces te sigo.
Y así lo hizo, como si se tratara de un niño pequeño. Hasta se le había olvidado el incidente anterior; bueno, no, simplemente hizo caso omiso a lo ocurrido. Se sintió cómodo con la respuesta del muchacho, comprendiendo que ya no habría ningún problema extra que interviniera en su actividad. Pero nuevamente todo ese pensamiento se dispersó al contemplar el lugar en donde podrían leer a gusto. ¡Cómo no lo había visto antes! Cierto, solía distraerse mucho.
—Oh —se quedó pasmado por unos segundos, sacudiendo la cabeza ligeramente—. Quise decir... sí. Bueno, no, pero sí —se tuvo que golpear la mejilla con la palma—. Bueno, en realidad, sí tenía. Pero ella ya —hizo una pausa algo extensa. Recordar a Amaltea siempre era motivo de nostalgia—, ella falleció hace unos años.
Tal vez consideraba su capacidad de recordar todo como una maldición, incluso, a él mismo le pasó en su momento. Sin embargo, ahora que cargaba una peculiar misión sobre sus hombros, Vladmiri sentía que aquello más le bien funcionaba. Aunque, debía reconocerlo, ya lo de Finn lo rebasaba muchísimo, pero le seguía pareciendo algo sumamente interesante. ¡Podía leer todos los libros que quisiera sin perder detalle alguno! La idea le era aún más atractiva, tan maravillosa como... una bola de estambre o la mismísima biblioteca de Alejandría, o la de Nínive, ¡o todo el conocimiento plasmado en papel que existiera en el mundo!
—¿Problema? ¿Quién te ha dicho eso? No, no. No lo creo, para mí es un don grandioso —explicó, muy º con la idea—. Mira, todos nacemos con dones, aunque hay algunos que suelen convertirse en una carga en un principio, pero si los llega a controlar, se convertirán en algo fantástico. —Aquello le recordó a su prima, quien siempre había luchado con la empatía como si se tratara de una bestia, pero ahora que la dominaba, había crecido mucho como persona. Quizás a Finn le hacía falta ese encanto hacia su propio talento—. Sería maravilloso poder recordar cada detalle de los libros que lees. Sería como tener una biblioteca en tu cabeza...
Sí, tuvo que obligarse a callar; estaba muy exaltado con lo que había descubierto, como cuando yacía entretenido con una bola de estambre en su forma felina. Vladmiri solía ser muy curioso y se dejaba llevar mucho en ciertas situaciones. Esa era una de esas situaciones. Pero tuvo que mantener la compostura, aunque, eso no iba a evitar que continuara animando al joven Hooper a interesarse más por esa habilidad tan particular.
—Me alegra que hayas aceptado mi invitación, Finn. De verdad, siempre es agradable tener compañía y poder compartir el comportamiento con otros —como buen aprendiz de Agartha que era, su misión recaía en la búsqueda interminable del conocimiento, de transmitir el legado de los antepasados; un ideal complejo, pero maravilloso—. Bien, entonces te sigo.
Y así lo hizo, como si se tratara de un niño pequeño. Hasta se le había olvidado el incidente anterior; bueno, no, simplemente hizo caso omiso a lo ocurrido. Se sintió cómodo con la respuesta del muchacho, comprendiendo que ya no habría ningún problema extra que interviniera en su actividad. Pero nuevamente todo ese pensamiento se dispersó al contemplar el lugar en donde podrían leer a gusto. ¡Cómo no lo había visto antes! Cierto, solía distraerse mucho.
—Oh —se quedó pasmado por unos segundos, sacudiendo la cabeza ligeramente—. Quise decir... sí. Bueno, no, pero sí —se tuvo que golpear la mejilla con la palma—. Bueno, en realidad, sí tenía. Pero ella ya —hizo una pausa algo extensa. Recordar a Amaltea siempre era motivo de nostalgia—, ella falleció hace unos años.
Vladmiri V. Mckennitt- Cambiante Clase Alta
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Localización : París
Re: Petrichor → Privado
Interiorizó las palabras de su acompañante, tenía razón, pensó, debía dominar esa habilidad suya, no dejar que fuera al revés, que su memoria privilegiada le supusiera una carga. Pero Finn no era precisamente el más sagaz en cuanto a inteligencia emocional se refería. Podía aprender con facilidad, memorizar cada detalle, hablar casi de cualquier tema con conocimiento de causa, pero no era bueno cuando se trataba de sí mismo. Había tratado toda su vida de parecerse lo menos que se pudiera a su padre, de no ser un tirano, que no se dio cuenta que en ese afán de no serlo para con los demás, se convirtió en uno para sí mismo.
Fue pensando en ello, se sentó en el recoveco de la ventana pensando en ello, se acomodó el libro que leía sobre el regazo pensando en ello, y sólo alzó la vista al escuchar las funestas palabras de Vladmiri. Si tuvo una epifanía, ésta pronto se diluyó en el vasto océano de la culpa. Era un idiota, se sintió tan estúpido. Las mejillas comenzaron a arderle. Miró al otro chico más de lo que miraba a cualquiera.
—Lo siento, yo… —«yo no sabía» fue a continuar, pero ya no lo hizo—. Lo siento —repitió de manera más calmada, dentro de lo que cabía, considerando la metida de pata que acababa de cometer. Se mordió un labio, y no dijo nada más por largo rato, aunque tampoco comenzó a leer, como si se le hubiera olvidado todo lo que podía hacer, o debía.
Carraspeó.
—Dime, yo puedo recordar cosas, y saberlas, a veces lo veo inútil, aunque muchos me dicen lo contrario —empezó y sonrió taimado, sin ver a Vladmiri—, ¿qué habilidades tienes tú? Seguro les sabes sacar más provecho que yo a las mías. —Quiso reír, sin éxito.
—Entiendo lo que dices, y agradezco no tener que consultar un libro más de una vez. Aunque no sé… —Se encogió de hombros—. Los libros que me han encantado ya no me vuelven a emocionar una segunda vez, porque ya los sé de memoria. Sí, suelo recordar personas y rostros, asociarlos con un momento y un lugar, pero tengo que fingir para no parecer un maniático. También… también recuerdo cada cosa horrible que he visto. Quizá veo el lado negativo de todo, pero es lo que más me pesa —confesó, y no supo porqué lo hizo de manera tan clara. Apenas si conocía a Vladmiri.
¿Entendería la magnitud? No sólo de lo que le estaba diciendo, sino del hecho de que se lo estaba diciendo. A él, de entre todas las personas. Quizá Finn no lo veía, pero estaba necesitado de ser escuchado y aunque con sus obvias diferencias, Vladmiri le pareció ese escucha ideal, parecido a él ahí donde importaba. De inmediato, comenzó a sentirse culpable porque eso era lo que él hacía: culparse de todo. Aunque le cayera bien, y el sentimiento fuera mutuo, el otro no merecía cargar con sus tristezas. Agachó la mirada y se asió de la gruesa pasta del libro en su regazo. Era una suerte que fuera un debilucho, pues así no maltrataba de más tremenda reliquia.
Suspiró. Clavó los ojos en las páginas del tomo que tenía, pero las palabras carecían de sentido para él.
—No eres de aquí —musitó—, ¿no es así? ¿De dónde eres? Es bueno también encontrar otros extranjeros. —Levantó la vista, brevemente nada más.
Última edición por Finn Hooper el Miér Feb 21, 2018 10:55 pm, editado 1 vez
Finn Hooper- Humano Clase Media
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Re: Petrichor → Privado
Por supuesto que recordar a su hermana menor, su querida Amaltea, era siempre motivo de nostalgia; de rememorar ese pasado, cuando aún sus padres estaban vivos. Cuando los largos viajes simplemente se convertían en una aventura más. Sin embargo, de un momento a otro, toda aquella felicidad se marchitó, y el único capullo que sobrevivió a la crueldad del invierno, fue él. ¿Y qué más podía hacer? Aferrarse al dolor, incluso al miedo, no era algo que sus parientes hubieran querido para él. De seguro su padre estaría muy orgulloso de ver en quien se había convertido hoy en día. Además, su tío y su vivaracha prima sumaron motivos para que siguiera de pie, a pesar de las adversidades; también entendió, de una vez por todas, que lo negativo sólo es parte fundamental de la esencia misma de cada criatura en este mundo, y que sólo se debe encontrar el esfuerzo adecuado para aprender a sobrevivir con lo malo.
Tal vez era eso lo que no terminaba de encajar en la mente de su interlocutor, quien incluso le había ofrecido una disculpa debido a la supuesta imprudencia de haberle recordado a su hermana fallecida. Pero Vladmiri no podía disgustarse por algo así. ¡Ni que fuera adivino! Un error como ese lo cometía cualquiera. No obstante, no pudo abrir la boca para pronunciar palabra alguna. A pesar de que se hallaba emocionado por explorar las páginas del libro que hacía tanto quería leer, no pudo evitar dejarlo a un lado para enfocarse en Finn. Llegó a observarlo con determinada curiosidad felina, como si quisiera encontrar algo más en sus palabras, para así él poder usar las justas y necesarias e invertir ese efecto negativo. Como solía hacerlo Loreena en muchas ocasiones... ¡Lástima que no estaba ahí para darle un empujoncito! Sobre todo porque no sabía cómo responderle que su talento recaía, justamente, en ser un sobrenatural. ¡No! Eso no podía contárselo.
—Eh, ¿yo? Bueno. Uhm... Es curioso, nunca me había centrado en pensar sobre eso. Sobre mis habilidades digo. Yo creo que sería mi paciencia. No entiendo de dónde saco tanta serenidad para superar el caos de esta ciudad, y de todo en general —respondió, finalmente, luego de un breve período de razonamiento. Quizá había algo que se le escapaba, pero él no solía ser tan atento a detalles de ese tipo, así que luego se rascó la nuca, un poco dubitativo ante aquellos pensamientos repentinos—. ¿Sabes? Ahora hasta me parece insólito que no haya prestado atención a esas cosas. Tal vez es porque me abstraigo demasiado en diversas cuestiones y descuido otras. No lo sé. Podría prestarse para un extenso debate, supongo.
Propuso, aunque no fue directo en un principio. Sin embargo, hubo una pequeña reprimenda interna de sí mismo por haber hecho ese ofrecimiento, tan impropio en un momento como ese. Se llegó a preguntar si Finn contaba con alguien cercano con quien poder explayarse; alguien con quien al menos pudiera conversar sin ninguna limitación. Y si no lo tenía, siempre estaba él dispuesto a tenderle una mano sin esperar nada a cambio, porque así de noble llegaba a ser en la gran mayoría de las veces.
—Pero, insisto, es algo que puedes llegar a controlar. Conozco personas que han tenido que lidiar hasta con empatía, y con el entrenamiento adecuado lo han superado. Es como tener un sentido excesivamente desarrollado. Vas a tener que enfrentarlo tarde o temprano —explicó, rememorando experiencias; hechos que, si bien no eran propios, consideraba apropiados reservarlos en su memoria—. Tal vez esté siendo muy optimista, aun así no puedo pretender desistir tan fácilmente de mi teoría. Es más, si necesitas ayuda, yo con gusto me ofrezco, no tengo mayor dilema en tenderte la mano, de verdad.
Luego cerró la boca. Estaba hablando de más, pero había llegado al punto en que, creía, que no podía parar, aunque una parte suya le gritaba que lo hiciera. ¿Cuál de las dos era la opción más adecuada para ese momento? Ya tendría tiempo para averiguarlo.
—Observador —susurró. Volvió a rascarse la nuca y sonrió—. Yo nací en Venecia, pero luego viví un tiempo en Rusia. Viajé incluso a Rumania, y terminé aquí. Sin embargo, no me siento como un extranjero. Me gusta creer que pertenezco a todas partes, sólo por el hecho de habitar este planeta. ¿No lo crees así?
Tal vez era eso lo que no terminaba de encajar en la mente de su interlocutor, quien incluso le había ofrecido una disculpa debido a la supuesta imprudencia de haberle recordado a su hermana fallecida. Pero Vladmiri no podía disgustarse por algo así. ¡Ni que fuera adivino! Un error como ese lo cometía cualquiera. No obstante, no pudo abrir la boca para pronunciar palabra alguna. A pesar de que se hallaba emocionado por explorar las páginas del libro que hacía tanto quería leer, no pudo evitar dejarlo a un lado para enfocarse en Finn. Llegó a observarlo con determinada curiosidad felina, como si quisiera encontrar algo más en sus palabras, para así él poder usar las justas y necesarias e invertir ese efecto negativo. Como solía hacerlo Loreena en muchas ocasiones... ¡Lástima que no estaba ahí para darle un empujoncito! Sobre todo porque no sabía cómo responderle que su talento recaía, justamente, en ser un sobrenatural. ¡No! Eso no podía contárselo.
—Eh, ¿yo? Bueno. Uhm... Es curioso, nunca me había centrado en pensar sobre eso. Sobre mis habilidades digo. Yo creo que sería mi paciencia. No entiendo de dónde saco tanta serenidad para superar el caos de esta ciudad, y de todo en general —respondió, finalmente, luego de un breve período de razonamiento. Quizá había algo que se le escapaba, pero él no solía ser tan atento a detalles de ese tipo, así que luego se rascó la nuca, un poco dubitativo ante aquellos pensamientos repentinos—. ¿Sabes? Ahora hasta me parece insólito que no haya prestado atención a esas cosas. Tal vez es porque me abstraigo demasiado en diversas cuestiones y descuido otras. No lo sé. Podría prestarse para un extenso debate, supongo.
Propuso, aunque no fue directo en un principio. Sin embargo, hubo una pequeña reprimenda interna de sí mismo por haber hecho ese ofrecimiento, tan impropio en un momento como ese. Se llegó a preguntar si Finn contaba con alguien cercano con quien poder explayarse; alguien con quien al menos pudiera conversar sin ninguna limitación. Y si no lo tenía, siempre estaba él dispuesto a tenderle una mano sin esperar nada a cambio, porque así de noble llegaba a ser en la gran mayoría de las veces.
—Pero, insisto, es algo que puedes llegar a controlar. Conozco personas que han tenido que lidiar hasta con empatía, y con el entrenamiento adecuado lo han superado. Es como tener un sentido excesivamente desarrollado. Vas a tener que enfrentarlo tarde o temprano —explicó, rememorando experiencias; hechos que, si bien no eran propios, consideraba apropiados reservarlos en su memoria—. Tal vez esté siendo muy optimista, aun así no puedo pretender desistir tan fácilmente de mi teoría. Es más, si necesitas ayuda, yo con gusto me ofrezco, no tengo mayor dilema en tenderte la mano, de verdad.
Luego cerró la boca. Estaba hablando de más, pero había llegado al punto en que, creía, que no podía parar, aunque una parte suya le gritaba que lo hiciera. ¿Cuál de las dos era la opción más adecuada para ese momento? Ya tendría tiempo para averiguarlo.
—Observador —susurró. Volvió a rascarse la nuca y sonrió—. Yo nací en Venecia, pero luego viví un tiempo en Rusia. Viajé incluso a Rumania, y terminé aquí. Sin embargo, no me siento como un extranjero. Me gusta creer que pertenezco a todas partes, sólo por el hecho de habitar este planeta. ¿No lo crees así?
Vladmiri V. Mckennitt- Cambiante Clase Alta
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Re: Petrichor → Privado
Finn vivía atormentado y esa era una verdad tan contundente como que el sol sale todas las mañanas. Y ni siquiera por algún trauma de la niñez, o algún pecado que hubiera cometido; no, estaba en su naturaleza, inherente a él, sentirse tan torturado todo el tiempo por sus propios pensamientos. Envuelto en esa realidad paralela y tan suya, no lograba ver muchas cosas a su alrededor, como en ese momento que Vladmiri parecía complementar huecos que no sabía que tenía, como dos piezas de un rompecabezas. El joven rubio llenaba los silencios que tan a menudo Finn dejaba, ponía el optimismo que era contrapeso a su pesimismo, y sin querer, estaban logrando un balance. No, no pudo percatarse de manera directa, pero lo sintió. Sintió esa comodidad de la compañía ajena que tan raramente se presentaba.
—Quizá es que yo paso tanto tiempo conmigo mismo que por eso he podido llegar a tantas conclusiones sobre eso, sobre mis talentos o lo que sea —apuntó y se mordió la parte interior de la mejilla—. Vaya, eso es conveniente, suelo creer que lo que otras personas más necesitan para lidiar conmigo es precisamente eso, paciencia. —Quiso reír, pero más bien soltó algo parecido a una tosecilla breve y ronca.
—Soy de la idea de que todos tenemos habilidades y talentos, no sólo los obvios como dibujar o cantar, sino algunos realmente absurdos, como sostener una cuchara en la nariz. —Esta vez rio de manera más clara, recordando que él mismo hacía esa tontería cuando era niño, sólo acompañado de su madre, quien finalmente fue la que siempre estuvo con él en todo momento y con quien podía ser todo lo tonto que quisiera.
—¿Tú crees que pueda… dominar mejor esto? —Alzó la vista al fin, ojos claros con pupilas contraídas causa de la luz que se colaba a raudales por la ventana que les estaba sirviendo de refugio—. He intentado de todo, aunque siempre solo. Como notará no soy del tipo que coseche muchas amistades —dijo, pero no sonó a autocompasión, fue sólo una descripción de su vida en la ciudad.
Guardó silencio una vez más, agachando el rostro y mordiéndose un labio. Escuchó atento. A veces parecía que no estaba prestando atención por esa manía suya de no mirar directo a su interlocutor, pero no era así; eso lo volvía escurridizo, cualquiera podía pasarlo por alto, era una lástima que no tuviera nada en mente para poner en uso esa destreza.
—Oh, esa es una gran manera de verlo —contestó—, jamás lo había pensado así, aunque claro, sólo he vivido en Londres y aquí, no he estado en tantos lugares como tú. Debe ser interesante, viajar y aprender, aunque supongo que eras muy pequeño cuando comenzaste a moverte por el mundo, ¿no? Lo digo porque eres joven —preguntó y se talló la frente. Se estaba quedando sin excusas para no mirarlo. Sabía que era una descortesía, pero ¿qué se suponía que hiciera?
—Vladmiri. —Alzó ligeramente la cabeza, pero sólo lo miró de soslayo, como si estuviera prohibido hacerlo—. Agradezco el ofrecimiento, ya no hay gente como tú, mucho menos en una ciudad como esta. Yo creo que… creo que podría tomarte la palabra. Créeme, he querido dominar mi memoria por mucho tiempo, y sólo he conseguido que ella me domine a mí —confesó y luego soltó aire en un suspiro.
—De todos los lugares en los que has estado —continuó, retomando un fragmento de conversación anterior—, ¿cuál ha sido tu favorito? Supongo que todos tienen algo maravilloso, pero… —Finalmente levantó la cara, aunque miró al techo y de ese modo sus ojos lucieron más azules todavía, zafiros recién pulidos, limpios y valiosos—. Es algo que me gustaría hacer, viajar, aprender, conocer lugares, no digo que gente porque eso no se me da, pero los lugares sí —dijo con un dejo de anhelo e incluso sonrió.
Finn Hooper- Humano Clase Media
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Re: Petrichor → Privado
Había recordado el período en que tuvo que estar bastante solo, justo luego de la muerte de sus padres y de su hermana. En ese entonces rechazó cualquier tipo de compañía, porque no le apetecía acercarse a nadie, ni mucho menos, que alguien se acercara a él, porque se había vuelto bastante esquivo y huraño, cuando él era alguien bastante simpático y educado. Pero el vacío dejado por su familia lo fue consumiendo, haciéndolo pasar más tiempo con sus propios demonios vestidos de soledad, que intentando hallar una solución en la poca bondad que el mundo le ofrecía. Fue entonces cuando apareció su tío Hans y le hizo ver el error en el que estaba metido, y de no ser por él, habría terminado hundido en sus propios miedos.
Quizá por es razón llegó a entender mucho a Finn. Sabía lo difícil que era lidiar con algo, y pensar que jamás podrás combatirlo, porque crees que no tienes la fortaleza suficiente para derrotarlo. Pero no, no era así. Su tío le había enseñado que, aunque todos tengan oscuridad en su interior, también existe luz, y mientras esa luz siga ahí, todo es posible. Sólo hay que aferrarse a hacerla brillar tanto, que las respuestas a los dilemas tormentosos irán apareciendo una tras otra. Era básicamente lo que quería demostrarle a Finn, que, a pesar de todo lo malo, él podría ganar si así se lo proponía. Vladmiri esperaba que de verdad el otro joven comprendiera aquello, o todo lo que le había dicho antes no obtendría el efecto deseado.
—Tengo un amigo que puede mover las orejas sin mayor esfuerzo, si eso te sirve. —Rió al unísono. Recordar aquello solía causarle gracia, pero también un poco de extrañeza, y hasta nervios. No se acostumbraba todavía a ver semejante cosa—. Pero sí existe algo tan absurdo como eso, lo de poder controlar a voluntad el movimiento de unas orejas, se puede conseguir con otras cosas. Por ejemplo los artistas... Nunca nacen con el conocimiento sobre color y técnicas, ni siquiera sobre perspectiva o forma. Su habilidad se funde con la práctica, y por eso hacen lo que hacen al final. Ponen su granito de arena en dominar algo técnico para dejar fluir su verdadero talento.
Explicó, sin levantar la mirada de lo que leía. Gracias a Loreena, él había aprendido a controlar lo que leía mientras hablaba. ¡Vaya! Pero si hasta estaba mostrando un claro ejemplo de lo dicho anteriormente.
—Tampoco necesitas rodearte de miles de amigos, porque al final, de esos mil, sólo uno será quien esté contigo en las buenas y en las malas. Solemos creer que rodearnos de muchas personas es sinónimo de tener amistades de verdad, pero sólo es una urgencia de llenar vacíos. Eso lo descubrí luego de que no tuve a mis padres a mi lado, y de que no los tendría nunca más. —Cerró el libro que leía, pero sin dejar de mantener fija la página en la que se hallaba entretenido—. Sin embargo, si alguien se ofrece a ayudarte en una tormenta, es porque está dispuesto a hacerlo. Yo me ofrecí y cumpliré mi palabra. Tal vez mi memoria no sea tan buena como la tuya, aun así, se puede lograr hacer que se vuelva tu amiga.
Finalmente giró la cabeza y lo observó con una sonrisa. Vladmiri era malo haciendo amigos por su constante timidez, no obstante, cuando conseguía alguno, se convertía en la persona más transparente que se podía llegar a conocer.
—Venecia —contestó finalmente—. Venecia la llevo en mi corazón, siempre. Es una ciudad hermosa, y difícil de olvidar. —Se quedó meditabundo un momento—. ¿Y por qué no lo haces? Lo de viajar, me refiero. Quizá sea lo que necesites. Es más, te encontraste con la persona indicada para sacarte del mismo lugar de siempre. Eso si estás de acuerdo, claro...
Quizá por es razón llegó a entender mucho a Finn. Sabía lo difícil que era lidiar con algo, y pensar que jamás podrás combatirlo, porque crees que no tienes la fortaleza suficiente para derrotarlo. Pero no, no era así. Su tío le había enseñado que, aunque todos tengan oscuridad en su interior, también existe luz, y mientras esa luz siga ahí, todo es posible. Sólo hay que aferrarse a hacerla brillar tanto, que las respuestas a los dilemas tormentosos irán apareciendo una tras otra. Era básicamente lo que quería demostrarle a Finn, que, a pesar de todo lo malo, él podría ganar si así se lo proponía. Vladmiri esperaba que de verdad el otro joven comprendiera aquello, o todo lo que le había dicho antes no obtendría el efecto deseado.
—Tengo un amigo que puede mover las orejas sin mayor esfuerzo, si eso te sirve. —Rió al unísono. Recordar aquello solía causarle gracia, pero también un poco de extrañeza, y hasta nervios. No se acostumbraba todavía a ver semejante cosa—. Pero sí existe algo tan absurdo como eso, lo de poder controlar a voluntad el movimiento de unas orejas, se puede conseguir con otras cosas. Por ejemplo los artistas... Nunca nacen con el conocimiento sobre color y técnicas, ni siquiera sobre perspectiva o forma. Su habilidad se funde con la práctica, y por eso hacen lo que hacen al final. Ponen su granito de arena en dominar algo técnico para dejar fluir su verdadero talento.
Explicó, sin levantar la mirada de lo que leía. Gracias a Loreena, él había aprendido a controlar lo que leía mientras hablaba. ¡Vaya! Pero si hasta estaba mostrando un claro ejemplo de lo dicho anteriormente.
—Tampoco necesitas rodearte de miles de amigos, porque al final, de esos mil, sólo uno será quien esté contigo en las buenas y en las malas. Solemos creer que rodearnos de muchas personas es sinónimo de tener amistades de verdad, pero sólo es una urgencia de llenar vacíos. Eso lo descubrí luego de que no tuve a mis padres a mi lado, y de que no los tendría nunca más. —Cerró el libro que leía, pero sin dejar de mantener fija la página en la que se hallaba entretenido—. Sin embargo, si alguien se ofrece a ayudarte en una tormenta, es porque está dispuesto a hacerlo. Yo me ofrecí y cumpliré mi palabra. Tal vez mi memoria no sea tan buena como la tuya, aun así, se puede lograr hacer que se vuelva tu amiga.
Finalmente giró la cabeza y lo observó con una sonrisa. Vladmiri era malo haciendo amigos por su constante timidez, no obstante, cuando conseguía alguno, se convertía en la persona más transparente que se podía llegar a conocer.
—Venecia —contestó finalmente—. Venecia la llevo en mi corazón, siempre. Es una ciudad hermosa, y difícil de olvidar. —Se quedó meditabundo un momento—. ¿Y por qué no lo haces? Lo de viajar, me refiero. Quizá sea lo que necesites. Es más, te encontraste con la persona indicada para sacarte del mismo lugar de siempre. Eso si estás de acuerdo, claro...
Vladmiri V. Mckennitt- Cambiante Clase Alta
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