AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Grita cuanto quieras, nadie va a escucharte
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Grita cuanto quieras, nadie va a escucharte
Observarla desde tan cerca, con los ojos entornados para poder ver mejor en la oscuridad, con los labios entreabiertos a causa del miedo que agita y hace palpitar de forma desbocada su corazón, provoca en mi ser una extraña mezcla de satisfacción y curiosidad. Puede que al principio de recibir el encargo para mi no fuera más que una humana más, aburrida, simple y atormentada, pero ahora es más que eso. Mucho más que eso. Su reencuentro con la licántropa me hizo darme cuenta de algo curioso. Más allá de lo ridículo de su "acaramelado" abrazo, esta humana, esta joven reina, esconde mucho más bajo esa piel pálida que me deja ver sus venas y arterias casi como si fuera de papel, de lo que parece a simple vista. Mala suerte la suya. Cuando algo me llama la atención, no lo dejo escapar tan fácilmente. Por mucho que ese estúpido fantasma me haya pagado por ella. Ahora está aquí, en mi poder. Y no puedo evitar esa que surja sensación de superioridad que siempre me invade cuando consigo aquello que me propongo. Aunque visto desde fuera probablemente no parezca que tenga mucho mérito. ¿Qué podría haber hecho contra mi? Soy una criatura nocturna. Un demonio. ¡Ah! Me muero por saborear la sangre de esta chiquilla, sangre roja, que no azul... Pero eso será más tarde. Ahora mismo, tengo otros planes. Normalmente bucear en los recuerdos de los mortales, en sus momentos más oscuros, no supone mayor reto que simplemente quedarme mirándolos e ir sacándolos uno a uno. Pero hay un dique en su memoria, un bloqueo que me impide acceder a ellos. Sea lo que sea lo que se oculta tras él, pienso averiguarlo. Aunque eso la destruya en el proceso. La sangre de aquellos que se ahogan en su propio sufrimiento siempre me ha resultado más sabrosa.
La miro con fijeza, centrándome en cada rasgo, en cada pequeño matiz, en ese "algo" que me ha cautivado, que la hace distinta y deliciosamente única. Se retuerce mientras está inconsciente, y no puedo evitar preguntarme con qué estará soñando. No es que los sueños de los humanos normalmente despierten mucho interés en mi, pero con ella es diferente. Casi puedo notar el calor del Sol sobre su piel joven. Casi puedo tocarlo yo mismo, con mis propias manos. También puedo percibir desde la distancia su frustración, su miedo, lo quebrada que está su alma... Y a pesar de ello, aún quedan resquicios de esperanza que la hacen más atractiva si cabe. Porque ese es mi mayor hobby, lo que más placer me causa en mis largas noches vacías. Romper aquello que aún está intacto. Esa parte del alma de las personas que aún tiene pureza e inocencia, y convertirlo en algo terrible, con suprema crueldad. No es algo que pueda ni quiera evitar. Hacerles daño forma parte de mi plan, de mi razón de ser en el mundo. En una realidad que debería ser caos, las cosas hermosas y delicadas, como ella, no tienen cabida. Porque a pesar de los muchos sufrimientos a los que la vida la ha sometido, aún cree que puede cambiar el mundo simplemente con bondad. Se equivoca.
Le mostraré la peor cara de la maldad, una cara que sé con certeza que jamás habrá imaginado siquiera, a pesar de todo lo sucedido. Y luego... Luego la dejaré ir. Rota por la crudeza de la realidad. Para que regrese a un mundo que no reconocerá. Un mundo que le parecerá incluso más hostil, y grotesco. Comenzará a cambiar. Su piel pálida adquirirá un tono amoratado. Dejará de sonreír, o al menos, de intentarlo. Y sus cabellos dorados dejarán de reflejar la luz del astro rey. Se apagará, lenta, paulatinamente. Y se convertirá en un fantasma de lo que es ahora. Un ente hueco, vacío, incapaz de sentir otra cosa que no sea desprecio. Vivirá simplemente porque ese es su instinto primario, y nada más. Su reino morirá. Ella morirá. O será una muerta en vida.
Pero antes, oh, antes... antes tengo que probarla. Cuando parpadea y mira a su alrededor mi sed de su sangre se reaviva con más fuerza incluso que antes. Parece desorientada, ida, como si acabase de despertar desde un sueño maravilloso, al interior de su peor pesadilla. En realidad, le estoy haciendo un favor. Al traerla aquí, lejos de todo, lejos de ese lobo que la persigue, al planear su tortura, al fantasear con su muerte, con su degradación desde un ser luminoso y brillante a poco menos que un cuerpo sin alma. Como ya he dicho, los seres débiles, como ella, no pueden sobrevivir mucho tiempo en un mundo como este. Ese es mi motivo, a pesar de que el placer que me produce destruir desde cero un alma humana, desde luego, mi mayor motivación para haberla traído. De pronto se da cuenta de que no está donde debería estar, y de sus ojos brotan esas deseadas y esperadas lágrimas. Empieza la función, por fin. Cuando parece calmarse un poco, entonces, dejo que mi figura, oculta entre las sombras, justo frente a ella, se haga visible. - Vaya, vaya, por fin... Parece que su majestad ha decidido despertar. -Me agacho hasta quedar a su altura y la miro directamente a los ojos. - ¿Me recuerdas? Soy aquel con el que bailaste hace unas horas, aquel por el que abandonaste a esa amiga tan especial tuya... Aquel al que recordarás para siempre. Mi rostro te perseguirá en tus pesadillas, y también cuando estés despierta... Y además parece ser que no soy el único, Irïna de Hanover. Rhaegar manda recuerdos. -Dejo caer la bomba como si nada, para luego acariciar su rostro con una mezcla de lascivia y malicia. Sé con bastante seguridad lo poco que a las presas les gusta que las toquen. A la comida no le gusta que jueguen con ella.
La miro con fijeza, centrándome en cada rasgo, en cada pequeño matiz, en ese "algo" que me ha cautivado, que la hace distinta y deliciosamente única. Se retuerce mientras está inconsciente, y no puedo evitar preguntarme con qué estará soñando. No es que los sueños de los humanos normalmente despierten mucho interés en mi, pero con ella es diferente. Casi puedo notar el calor del Sol sobre su piel joven. Casi puedo tocarlo yo mismo, con mis propias manos. También puedo percibir desde la distancia su frustración, su miedo, lo quebrada que está su alma... Y a pesar de ello, aún quedan resquicios de esperanza que la hacen más atractiva si cabe. Porque ese es mi mayor hobby, lo que más placer me causa en mis largas noches vacías. Romper aquello que aún está intacto. Esa parte del alma de las personas que aún tiene pureza e inocencia, y convertirlo en algo terrible, con suprema crueldad. No es algo que pueda ni quiera evitar. Hacerles daño forma parte de mi plan, de mi razón de ser en el mundo. En una realidad que debería ser caos, las cosas hermosas y delicadas, como ella, no tienen cabida. Porque a pesar de los muchos sufrimientos a los que la vida la ha sometido, aún cree que puede cambiar el mundo simplemente con bondad. Se equivoca.
Le mostraré la peor cara de la maldad, una cara que sé con certeza que jamás habrá imaginado siquiera, a pesar de todo lo sucedido. Y luego... Luego la dejaré ir. Rota por la crudeza de la realidad. Para que regrese a un mundo que no reconocerá. Un mundo que le parecerá incluso más hostil, y grotesco. Comenzará a cambiar. Su piel pálida adquirirá un tono amoratado. Dejará de sonreír, o al menos, de intentarlo. Y sus cabellos dorados dejarán de reflejar la luz del astro rey. Se apagará, lenta, paulatinamente. Y se convertirá en un fantasma de lo que es ahora. Un ente hueco, vacío, incapaz de sentir otra cosa que no sea desprecio. Vivirá simplemente porque ese es su instinto primario, y nada más. Su reino morirá. Ella morirá. O será una muerta en vida.
Pero antes, oh, antes... antes tengo que probarla. Cuando parpadea y mira a su alrededor mi sed de su sangre se reaviva con más fuerza incluso que antes. Parece desorientada, ida, como si acabase de despertar desde un sueño maravilloso, al interior de su peor pesadilla. En realidad, le estoy haciendo un favor. Al traerla aquí, lejos de todo, lejos de ese lobo que la persigue, al planear su tortura, al fantasear con su muerte, con su degradación desde un ser luminoso y brillante a poco menos que un cuerpo sin alma. Como ya he dicho, los seres débiles, como ella, no pueden sobrevivir mucho tiempo en un mundo como este. Ese es mi motivo, a pesar de que el placer que me produce destruir desde cero un alma humana, desde luego, mi mayor motivación para haberla traído. De pronto se da cuenta de que no está donde debería estar, y de sus ojos brotan esas deseadas y esperadas lágrimas. Empieza la función, por fin. Cuando parece calmarse un poco, entonces, dejo que mi figura, oculta entre las sombras, justo frente a ella, se haga visible. - Vaya, vaya, por fin... Parece que su majestad ha decidido despertar. -Me agacho hasta quedar a su altura y la miro directamente a los ojos. - ¿Me recuerdas? Soy aquel con el que bailaste hace unas horas, aquel por el que abandonaste a esa amiga tan especial tuya... Aquel al que recordarás para siempre. Mi rostro te perseguirá en tus pesadillas, y también cuando estés despierta... Y además parece ser que no soy el único, Irïna de Hanover. Rhaegar manda recuerdos. -Dejo caer la bomba como si nada, para luego acariciar su rostro con una mezcla de lascivia y malicia. Sé con bastante seguridad lo poco que a las presas les gusta que las toquen. A la comida no le gusta que jueguen con ella.
Friðþjófr Yngvarr- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 122
Fecha de inscripción : 04/01/2014
Localización : Bajo tierra
Re: Grita cuanto quieras, nadie va a escucharte
La música aún resonaba en sus oídos. La melodía de aquella canción, aquella dichosa canción que se repetía incesantemente en su confundida cabeza. Sus pensamientos eran inconsistentes, inconexos, probablemente debido al fuerte golpe que aquel hombre, que ahora comprendía que no era el mismo que en sus recuerdos, le había propinado justo antes de llevársela a cuestas fuera del palacio. Lejos de Danna, lejos, de nuevo, de la única "familia" que le quedaba. ¿Quién demonios era? ¿Qué diablos quería? Las preguntas flotaban lentamente en su subconsciente, aunque probablemente conocía las respuestas a todas ellas. El odio hacia su persona había sido una constante a lo largo de los últimos años. El odio hacia todo lo que ella representaba. El progreso, las oportunidades. El peligro al modo de vida propio de las clases altas y del clero. Sólo con eso, podía hacer una larga lista de nombres, o de grupos, que querían verla muerta, o destruida, o probablemente ambas. Después de todo, ese era el motivo por el que se había marchado de Escocia. Había sido demasiado ilusa al creer que los problemas no la seguirían allí donde fuera.
La realidad, su realidad, era mucho más complicada de lo que normalmente le gustaría creer. De lo que a Lorick, su siempre eterno guardián, le gustaría creer. Incluso Danna tenía una idea equivocada de lo que realmente estaba sucediendo a su alrededor, con su vida, con la misión que se suponía que debía haber comenzado cuando sus padres, al morir, le cedieron la corona. Aún así, y pese a ser consciente de todo ello aunque prefiriera olvidarlo, no podía evitar que le pillara por sorpresa cada vez. En realidad, ¿era tan diferente lo que ella quería hacer con su reino, a lo que su padre en su momento quiso hacer con el mismo? No, no realmente, de hecho, las decisiones, las ideas que ella albergaba en sí misma eran las que él le había inculcado. El respeto por la nación y todos los habitantes, el rechazo a confiar el cuidado del reino a las clases nobles o al clero, que tanto daño habían hecho desde un principio. Todo eso lo había vivido y escuchado desde su infancia. Esas palabras habían marcado su camino, su carácter. Su destino.
Y allí estaba, encadenada en alguna mugrienta mazmorra que apestaba a humedad y a otras sustancias que realmente no se sentía muy inclinada a querer identificar. Antes de abrir los ojos, apenas un instante antes, fue capaz de recordar con total nitidez lo que acababa de suceder. Un ser, una criatura, la había manipulado, la había hecho creer que estaba reviviendo un recuerdo, y ella misma había accedido a marcharse con aquel individuo... Para proteger a Danna. No sabía cómo era consciente de ello, sin embargo, pero lo supo. Justo después, abrió los ojos de par en par, sin mostrar miedo, duda, o confusión. Su mente estaba en blanco. Se sentía hueca, vacía, especialmente porque las palabras de aquel hombre comenzaban a tener sentido. Rhaegar. Ese nombre que creyó que nunca volvería a escuchar. Por un lado, tenía sentido, incluso cuando ambos se llevaban bien -más que bien, según se mirara- siempre había disfrutado con esa clase de juegos, de manipulaciones. Utilizar a otros para conseguir sus objetivos. El motivo por el que su padre lo había exiliado, junto con el resto de su familia. Luego... luego aquella tragedia acabó con las vidas de todos los Frimost... Nunca pudieron disculparse, nunca pudieron arreglarlo.
La rabia lo había consumido. Aunque nunca habría imaginado cuánto.
- ¿Y por qué no los manda él mismo? No sería la primera vez que lo intenta. Ha perdido un poco el "toque". La última vez que se apareció ante mi era igualmente con intenciones hostiles, pero al menos lo hizo él mismo. -Su voz denotaba un profundo cansancio, y si eras capaz de prestarle mayor atención, sonaba igualmente herida, dolorida en una forma difícil de expresar. Quizá todo el odio que recibía no era demasiado bien acogido, después de todo. Cuando finalmente fue capaz de mirar directamente a los ojos de su secuestrador, se topó con la mirada de una bestia, y no de un hombre. Pero no tembló. Aceptó que aquella podría ser su última noche en la tierra... Y no le importó.
La realidad, su realidad, era mucho más complicada de lo que normalmente le gustaría creer. De lo que a Lorick, su siempre eterno guardián, le gustaría creer. Incluso Danna tenía una idea equivocada de lo que realmente estaba sucediendo a su alrededor, con su vida, con la misión que se suponía que debía haber comenzado cuando sus padres, al morir, le cedieron la corona. Aún así, y pese a ser consciente de todo ello aunque prefiriera olvidarlo, no podía evitar que le pillara por sorpresa cada vez. En realidad, ¿era tan diferente lo que ella quería hacer con su reino, a lo que su padre en su momento quiso hacer con el mismo? No, no realmente, de hecho, las decisiones, las ideas que ella albergaba en sí misma eran las que él le había inculcado. El respeto por la nación y todos los habitantes, el rechazo a confiar el cuidado del reino a las clases nobles o al clero, que tanto daño habían hecho desde un principio. Todo eso lo había vivido y escuchado desde su infancia. Esas palabras habían marcado su camino, su carácter. Su destino.
Y allí estaba, encadenada en alguna mugrienta mazmorra que apestaba a humedad y a otras sustancias que realmente no se sentía muy inclinada a querer identificar. Antes de abrir los ojos, apenas un instante antes, fue capaz de recordar con total nitidez lo que acababa de suceder. Un ser, una criatura, la había manipulado, la había hecho creer que estaba reviviendo un recuerdo, y ella misma había accedido a marcharse con aquel individuo... Para proteger a Danna. No sabía cómo era consciente de ello, sin embargo, pero lo supo. Justo después, abrió los ojos de par en par, sin mostrar miedo, duda, o confusión. Su mente estaba en blanco. Se sentía hueca, vacía, especialmente porque las palabras de aquel hombre comenzaban a tener sentido. Rhaegar. Ese nombre que creyó que nunca volvería a escuchar. Por un lado, tenía sentido, incluso cuando ambos se llevaban bien -más que bien, según se mirara- siempre había disfrutado con esa clase de juegos, de manipulaciones. Utilizar a otros para conseguir sus objetivos. El motivo por el que su padre lo había exiliado, junto con el resto de su familia. Luego... luego aquella tragedia acabó con las vidas de todos los Frimost... Nunca pudieron disculparse, nunca pudieron arreglarlo.
La rabia lo había consumido. Aunque nunca habría imaginado cuánto.
- ¿Y por qué no los manda él mismo? No sería la primera vez que lo intenta. Ha perdido un poco el "toque". La última vez que se apareció ante mi era igualmente con intenciones hostiles, pero al menos lo hizo él mismo. -Su voz denotaba un profundo cansancio, y si eras capaz de prestarle mayor atención, sonaba igualmente herida, dolorida en una forma difícil de expresar. Quizá todo el odio que recibía no era demasiado bien acogido, después de todo. Cuando finalmente fue capaz de mirar directamente a los ojos de su secuestrador, se topó con la mirada de una bestia, y no de un hombre. Pero no tembló. Aceptó que aquella podría ser su última noche en la tierra... Y no le importó.
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
- Mensajes : 172
Fecha de inscripción : 17/10/2013
Re: Grita cuanto quieras, nadie va a escucharte
A decir verdad, no es que su falta de reacción me pille de improvisto, pero me frustra lo bastante como para hacerme alzar la mano y abofetearla, con una fuerza tal que sus delicados labios se quiebran levemente. Observo la sangre que brota desde ellos con la mirada cargada del deseo que la sed me produce. Dulce. Muy dulce. Tan dulce que casi resulta embriagador, aunque todavía ni siquiera la he probado. La mujer gimotea levemente debido al dolor, y puedo sentir como sus pensamientos se dispersan aún más que antes. El golpe ha surgido el efecto deseado, gracias a la confusión que le produce soy capaz de ahondar más en sus recuerdos, acercándome lentamente a esa "muralla" artificialmente construida que alguien ha creado dentro de su cabeza. Una buena forma de mantener a raya recuerdos dolorosos, pero no es un remedio definitivo, y quien lo puso, debió haberlo sabido. Sonrío satisfecho. El encargo me llevará menos de lo planeado, así que no pasa nada si entre medias me entretengo un poco jugando con tan suculento aperitivo.
- Probablemente haya pensado que en esta ocasión necesita de un especialista... ¿Por qué si no ibas a estar aquí, atada de pies y manos, y en un lugar como este? No es que a ninguno de los dos os falten los lujos, y él puede hacerse invisible, así que, ¿para qué necesitaría un monstruo como él, a un demonio como yo? Creo que la respuesta a esa pregunta es lo que verdaderamente debería darte miedo... -Aventuro con la voz sombría, como queriendo mostrar una empatía hacia ella y su situación que evidentemente no siento en absoluto. Mis ojos llevan muchos milenios muertos, incapaces de mostrar nada más que las llamas de un infierno lleno de violencia y sed de destrucción. No hay cabida para ridiculeces como bondad o simpatía. Ella es una presa más, en una lista interminable. De hecho, de no ser alguien tan importante, o mejor dicho, de no ser porque gano mucho más -dinero y diversión- al dejarla suelta, que al matarla aquí mismo, su destino sería morir retorciéndose de dolor mientras la desangro lentamente tras una larga y excitante noche de tortura.
- Te voy a decir lo que va a ocurrir: Mientras me entretengo haciéndote gritar y llorar de formas varias, voy a irme adentrando poco a poco en tu mente hasta acceder al rincón más recóndito, para ir, uno a uno, destapando tus recuerdos. Recuerdos que no te gustarán, porque alguien ha escondido con cuidado a fin de que no pierdas la cordura. Te haré revivir tus pesadillas más terribles una, y otra, y otra vez, y no podrás escapar, porque todo estará en tu mente... ¿Qué te parece? -Me relamo para fijar la vista nuevamente en sus labios, aún tintados con aquel delicioso néctar color escarlata. Lo recorro con uno de mis pulgares, sonriendo macabramente al notar cómo el cuerpo de la joven monarca se estremece a causa del roce. Su temperatura, tan cálida, tan llena de vida, se contrasta violentamente con la frialdad absoluta de la mía. Maravilloso. Tiembla, gime y se estremece, petrificada a causa del miedo y de la confusión. Lo puedo ver en sus ojos, el eterno debate. Si rendirse y llorar pidiendo clemencia, o aguantar y seguir mostrando fiera oposición a todo cuanto está aconteciendo. Sea cual sea su decisión, yo sé, que al final, sólo sus gritos se oirán a lo largo de la estancia. Ese es el destino de todas mis presas.
- Probablemente haya pensado que en esta ocasión necesita de un especialista... ¿Por qué si no ibas a estar aquí, atada de pies y manos, y en un lugar como este? No es que a ninguno de los dos os falten los lujos, y él puede hacerse invisible, así que, ¿para qué necesitaría un monstruo como él, a un demonio como yo? Creo que la respuesta a esa pregunta es lo que verdaderamente debería darte miedo... -Aventuro con la voz sombría, como queriendo mostrar una empatía hacia ella y su situación que evidentemente no siento en absoluto. Mis ojos llevan muchos milenios muertos, incapaces de mostrar nada más que las llamas de un infierno lleno de violencia y sed de destrucción. No hay cabida para ridiculeces como bondad o simpatía. Ella es una presa más, en una lista interminable. De hecho, de no ser alguien tan importante, o mejor dicho, de no ser porque gano mucho más -dinero y diversión- al dejarla suelta, que al matarla aquí mismo, su destino sería morir retorciéndose de dolor mientras la desangro lentamente tras una larga y excitante noche de tortura.
- Te voy a decir lo que va a ocurrir: Mientras me entretengo haciéndote gritar y llorar de formas varias, voy a irme adentrando poco a poco en tu mente hasta acceder al rincón más recóndito, para ir, uno a uno, destapando tus recuerdos. Recuerdos que no te gustarán, porque alguien ha escondido con cuidado a fin de que no pierdas la cordura. Te haré revivir tus pesadillas más terribles una, y otra, y otra vez, y no podrás escapar, porque todo estará en tu mente... ¿Qué te parece? -Me relamo para fijar la vista nuevamente en sus labios, aún tintados con aquel delicioso néctar color escarlata. Lo recorro con uno de mis pulgares, sonriendo macabramente al notar cómo el cuerpo de la joven monarca se estremece a causa del roce. Su temperatura, tan cálida, tan llena de vida, se contrasta violentamente con la frialdad absoluta de la mía. Maravilloso. Tiembla, gime y se estremece, petrificada a causa del miedo y de la confusión. Lo puedo ver en sus ojos, el eterno debate. Si rendirse y llorar pidiendo clemencia, o aguantar y seguir mostrando fiera oposición a todo cuanto está aconteciendo. Sea cual sea su decisión, yo sé, que al final, sólo sus gritos se oirán a lo largo de la estancia. Ese es el destino de todas mis presas.
Friðþjófr Yngvarr- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 122
Fecha de inscripción : 04/01/2014
Localización : Bajo tierra
Re: Grita cuanto quieras, nadie va a escucharte
No había nada de nuevo en el hecho de que intentaran matarla. De hecho, desde que fuese coronada, las amenazas se habían convertido en algo constante, casi tanto que ya habían dejado de sorprenderla. La mitad de su pueblo, la mitad más poderosa y pudiente, se oponía a su reinado fervientemente, considerando que su visión de un país igualitario era absurda, típica de una niña sin conocimiento del mundo, e incapaz de realizar con los medios disponibles. Los poderosos no querían ver cómo los sueños del Rey fallecido se hacían realidad bajo el mando de una cría que poco o nada sabía del mundo. No podía negar muchas de aquellas afirmaciones. Después de todo, ella nunca había sido dada a participar en las frivolidades propias de los nobles elitistas. Su aparición en fiestas o reuniones de estado eran escasas, porque nunca había querido verse involucrada en nada de eso. Su espíritu libre siempre se había interpuesto en los deseo de su madre de que se convirtiese en una verdadera princesa. Sabía lo que sabía gracias al estudio, pero desenvolverse entre aquellos que gobernaban la sociedad bajo su bando nunca había sido su fuerte. Después de todo, alguien que quiere deshacerse de los injustos privilegios no puede llevarse bien con aquellos que quieren mantenerlos a toda costa. Su padre había mantenido el control de la nación a base de fuerza militar, alianzas poderosas, y habilidad de persuasión. Pero Irïna carecía de todo aquello, además de no tener ninguna clase de experiencia.
Así que no, que la quisieran ver bajo tierra distaba mucho de ser algo novedoso, pero mentiría si dijera que alguna vez había sufrido un trato tan crudo como el que estaba recibiendo en aquellos momentos. La sutileza de los nobles a la hora de planear un asesinato era hartamente reconocida, pero si bien los modales que aquel monstruo había mostrado antes en el baile eran exquisitos, con aquella bofetada la joven monarca se dio cuenta de la clara diferencia entre aquel hombre que se había acuclillado frente a ella y el resto de la gente que quería atentar contra su vida. Mientras los segundos lo hacían por miedo, por defenderse, aquel hombre quería hacerla sufrir para su propio disfrute. El sufrimiento de ella le producía placer, esa era la clase de bestia de que se trataba. El golpe hizo que su cabeza impactara de lleno y con fuerza contra la pared que estaba a su espalda. El mundo se volvió borroso durante largos minutos, momentos en los que únicamente fue capaz de mirar atónitamente a su captor, sin ser capaz de dar sentido a sus palabras en un primer momento.
- De qué demonios... estáis hablando... -Farfulló la monarca, repentinamente exhausta. No daba crédito a lo que estaba oyendo. ¿Un especialista? ¿Y cuál era su especialidad? ¿Qué podría hacerle que fuera peor a lo que el propio Rhaegar pudiera hacerle por sí mismo? Sabía que el odio de aquella persona hacia ella era enorme, pero nunca pensó que llegara al grado de precisar de mediadores externos para hacer valer su venganza. Al cabo de un rato, su mente volvió a recuperar la compostura, aunque los oídos seguían emitiendo una especie de zumbido a causa del golpe, y pudo notar cómo el sabor a óxido de su propia sangre le llenaba la boca. Lo que no se esperaba era aquel roce, casi delicado, que aquella criatura le ofreció. Un gesto tan antinatural como absurdo dada la situación, algo que hizo que se estremeciera de pies a cabeza. Aquel hombre estaba frío, tan frío como el mármol, y tan firme como éste, como si más que un hombre se tratara de una estatua. Ahora comprendía por qué una simple bofetada había causado semejante dolor. Entonces el miedo comenzó a fluir por su cuerpo en oleadas. Los ojos, llenos de lágrimas, se clavaron en los ajenos, y pudo darse cuenta de que a pesar de que podía verse reflejada, ninguna luz era devuelta. Un muerto. Era un muerto que caminaba, hablaba, y le decía que la destruiría. Y ella lo creyó...
Pero a pesar de creerlo, no mostró cambio en su expresión. A pesar de que su cuerpo y sus reacciones la traicionaran, jamás lo harían ni su mente, ni su espíritu, ni sus palabras. A pesar del pánico, Irïna era mucho más fuerte de lo que la mayoría de gente se creía. - Me parece que me subestimáis. Por mucho dolor que me infrinjáis, no conseguiréis minar mi espíritu con algo tan burdo como la violencia. Si no me he rendido a pesar de las dificultades, no lo haré ante alguien que sirve como verdugo para otras personas. Causar daño a otros por dinero os convierte en un títere. Y si lo disfrutáis, sois un monstruo. Y yo siempre he confiado en que, al final, el bien gana sobre el mal. -Logró decir sin que su voz temblara, para luego escupir a un lado una bocanada de saliva llena de sangre.
Así que no, que la quisieran ver bajo tierra distaba mucho de ser algo novedoso, pero mentiría si dijera que alguna vez había sufrido un trato tan crudo como el que estaba recibiendo en aquellos momentos. La sutileza de los nobles a la hora de planear un asesinato era hartamente reconocida, pero si bien los modales que aquel monstruo había mostrado antes en el baile eran exquisitos, con aquella bofetada la joven monarca se dio cuenta de la clara diferencia entre aquel hombre que se había acuclillado frente a ella y el resto de la gente que quería atentar contra su vida. Mientras los segundos lo hacían por miedo, por defenderse, aquel hombre quería hacerla sufrir para su propio disfrute. El sufrimiento de ella le producía placer, esa era la clase de bestia de que se trataba. El golpe hizo que su cabeza impactara de lleno y con fuerza contra la pared que estaba a su espalda. El mundo se volvió borroso durante largos minutos, momentos en los que únicamente fue capaz de mirar atónitamente a su captor, sin ser capaz de dar sentido a sus palabras en un primer momento.
- De qué demonios... estáis hablando... -Farfulló la monarca, repentinamente exhausta. No daba crédito a lo que estaba oyendo. ¿Un especialista? ¿Y cuál era su especialidad? ¿Qué podría hacerle que fuera peor a lo que el propio Rhaegar pudiera hacerle por sí mismo? Sabía que el odio de aquella persona hacia ella era enorme, pero nunca pensó que llegara al grado de precisar de mediadores externos para hacer valer su venganza. Al cabo de un rato, su mente volvió a recuperar la compostura, aunque los oídos seguían emitiendo una especie de zumbido a causa del golpe, y pudo notar cómo el sabor a óxido de su propia sangre le llenaba la boca. Lo que no se esperaba era aquel roce, casi delicado, que aquella criatura le ofreció. Un gesto tan antinatural como absurdo dada la situación, algo que hizo que se estremeciera de pies a cabeza. Aquel hombre estaba frío, tan frío como el mármol, y tan firme como éste, como si más que un hombre se tratara de una estatua. Ahora comprendía por qué una simple bofetada había causado semejante dolor. Entonces el miedo comenzó a fluir por su cuerpo en oleadas. Los ojos, llenos de lágrimas, se clavaron en los ajenos, y pudo darse cuenta de que a pesar de que podía verse reflejada, ninguna luz era devuelta. Un muerto. Era un muerto que caminaba, hablaba, y le decía que la destruiría. Y ella lo creyó...
Pero a pesar de creerlo, no mostró cambio en su expresión. A pesar de que su cuerpo y sus reacciones la traicionaran, jamás lo harían ni su mente, ni su espíritu, ni sus palabras. A pesar del pánico, Irïna era mucho más fuerte de lo que la mayoría de gente se creía. - Me parece que me subestimáis. Por mucho dolor que me infrinjáis, no conseguiréis minar mi espíritu con algo tan burdo como la violencia. Si no me he rendido a pesar de las dificultades, no lo haré ante alguien que sirve como verdugo para otras personas. Causar daño a otros por dinero os convierte en un títere. Y si lo disfrutáis, sois un monstruo. Y yo siempre he confiado en que, al final, el bien gana sobre el mal. -Logró decir sin que su voz temblara, para luego escupir a un lado una bocanada de saliva llena de sangre.
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
- Mensajes : 172
Fecha de inscripción : 17/10/2013
Re: Grita cuanto quieras, nadie va a escucharte
Empiezo a estar bastante molesto ante la actitud altiva y el semblante hechido de valentía que me ofrece la reina. Mientras más la escucho, más ganas siento de aplastar su corazón, sus ideales, sus principios, hasta que de ellos no quede nada más que el recuerdo de lo que una vez fue. ¿Acaso no es consciente de lo que está sucediendo? No, precisamente es bastante consciente, y ese es el problema. Que aunque es consciente, aunque el miedo es palpable en su cuerpo, visible ante sus reacciones, y su corazón está latiendo a un ritmo demasiado elevado, aún tiene la bastante fortaleza mental para ser capaz de decir semejantes palabras. Chasqueo la lengua y me la quedo observando detenidamente, con una expresión acechante en mi rostro, y con la sensación de entumecimiento característica en mis encías, propia de cuando la sed despierta. Me llevo el dedo que antes tocó sus labios, para así probar esa sangre que tanto me está incitando. Pronto me doy cuenta de que no es una buena idea. Me levanto de un salto y me alejo de ella un par de pasos, sin dejar de observarla detenidamente. ¿Qué es ese sabor? Tan dulce y embriagador, casi tanto como lo era su simple aroma, pero mucho más intenso. ¿A qué se debe? No es la primera vez que pruebo a un noble, pero sí la primera ocasión en que la sangre de éste me sorprende tanto que me resulta aterradora.
Después de todo, para mi, beber, no es más que, o bien algo necesario para sobrevivir, o un simple divertimento. Cazar me produce emoción, me hace sentir pletórico, y además me proporciona un tentempié de lo más sabroso. Pero nunca he llegado a perderme a mí mismo a causa de una sed incontrolada, al menos no desde mis años como neófito, y de eso hace más de seis milenios. - Parece que guardas muchos más sorpresas de lo que aparentas. No sólo tienes una lengua afilada y las ideas demasiado claras para tu propio bien, sino que también posees una sangre de una calidad excepcional... Sin embargo, Majestad, ambas cosas juegan en tu contra cuando a quien te estás enfrentando es a mi. -Dejo que mis instintos tomen forma, ya no tengo nada que esconder. De todas formas, después de que acabe con ella, lo que menos querrá será volver a ponerse en contacto conmigo. Mis colmillos aparecen, amenazantes, dándome un aspecto aún más fiero. Mis orbes se tiñen de color escarlata, refulgen como un fuego recién prendido. Entonces, vuelvo a acercarme a ella. El cambio en su expresión me lo dice todo.
- Verás, si hay algo que odio es que seres inferiores, como el bastardo que me emplea, y como tú misma, es que os creáis más de lo que sois; y mucho peor, que tengáis la desfachatez de llegar a suponer que somos parecidos. No te equivoques. Pronto tus palabras serán gritos, y el espíritu del que tanto te enorgulleces no será más que un recuerdo. Un demonio no puede ser un títere, jamás. No te atrevas a suponer que hago esto por la simple razón de obedecer las órdenes de alguien que no me importa. Disfruto haciendo esto, lo que me convierte en un monstruo, y a veces se da el caso de que alguien que necesita dañar a otro alguien solicita mis... ¿servicios? Es una transacción de lo más normal, ¿no te parece? -Comento de forma casual, para luego sujetarla del cuello e ir apretando lentamente, desde un suave agarre hasta notar cómo le falta el aliento, para luego mantenerlo así. - Pero, ¿sabes? Tu sangre es demasiado deliciosa, así que puede que ni siquiera lleguemos al final de ese trato, porque francamente, lo que más me apetece en este instante es clavar estos colmillos en tu cuello, y succionar hasta que suspires tu último aliento, rota, entre mis brazos. -Suelto el agarre para luego tomarla por el mentón, y sin más, volver a estampar su cabeza contra la pared a su espalda. A veces la fuerza bruta es una buena aliada para remover las interferencias que me impiden acceder al control completo de los recuerdos de mis presas.
Después de todo, para mi, beber, no es más que, o bien algo necesario para sobrevivir, o un simple divertimento. Cazar me produce emoción, me hace sentir pletórico, y además me proporciona un tentempié de lo más sabroso. Pero nunca he llegado a perderme a mí mismo a causa de una sed incontrolada, al menos no desde mis años como neófito, y de eso hace más de seis milenios. - Parece que guardas muchos más sorpresas de lo que aparentas. No sólo tienes una lengua afilada y las ideas demasiado claras para tu propio bien, sino que también posees una sangre de una calidad excepcional... Sin embargo, Majestad, ambas cosas juegan en tu contra cuando a quien te estás enfrentando es a mi. -Dejo que mis instintos tomen forma, ya no tengo nada que esconder. De todas formas, después de que acabe con ella, lo que menos querrá será volver a ponerse en contacto conmigo. Mis colmillos aparecen, amenazantes, dándome un aspecto aún más fiero. Mis orbes se tiñen de color escarlata, refulgen como un fuego recién prendido. Entonces, vuelvo a acercarme a ella. El cambio en su expresión me lo dice todo.
- Verás, si hay algo que odio es que seres inferiores, como el bastardo que me emplea, y como tú misma, es que os creáis más de lo que sois; y mucho peor, que tengáis la desfachatez de llegar a suponer que somos parecidos. No te equivoques. Pronto tus palabras serán gritos, y el espíritu del que tanto te enorgulleces no será más que un recuerdo. Un demonio no puede ser un títere, jamás. No te atrevas a suponer que hago esto por la simple razón de obedecer las órdenes de alguien que no me importa. Disfruto haciendo esto, lo que me convierte en un monstruo, y a veces se da el caso de que alguien que necesita dañar a otro alguien solicita mis... ¿servicios? Es una transacción de lo más normal, ¿no te parece? -Comento de forma casual, para luego sujetarla del cuello e ir apretando lentamente, desde un suave agarre hasta notar cómo le falta el aliento, para luego mantenerlo así. - Pero, ¿sabes? Tu sangre es demasiado deliciosa, así que puede que ni siquiera lleguemos al final de ese trato, porque francamente, lo que más me apetece en este instante es clavar estos colmillos en tu cuello, y succionar hasta que suspires tu último aliento, rota, entre mis brazos. -Suelto el agarre para luego tomarla por el mentón, y sin más, volver a estampar su cabeza contra la pared a su espalda. A veces la fuerza bruta es una buena aliada para remover las interferencias que me impiden acceder al control completo de los recuerdos de mis presas.
Friðþjófr Yngvarr- Vampiro Clase Alta
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Re: Grita cuanto quieras, nadie va a escucharte
La palabra "patético" resumía perfectamente lo banal de sus intentos por liberarse de las cadenas que la mantenían sujeta por muñecas y tobillos. El acero oxidado había comenzado a arañar su piel, provocando un continuo y molesto escozor, cuya intensidad se iba incrementando a medida que ella forcejeaba, como intentando pelear contra su mala suerte con uñas y dientes. De haber estado en pleno uso de sus facultades, habría comprendido que todo aquello únicamente serviría para provocarse un daño aún mayor, pero cuando estamos ante el peligro, nuestros instintos no atienden a razones. Y lo que antes era un simple temor al estar frente a alguien cruel, se convirtió en auténtico pavor al comprender lo que significaba el gesto de lamer su sangre. Ya no era una teoría, aquel hombre, poco o nada tenía de humano más allá de la apariencia. Era un auténtico monstruo, y no lo decía por lo terrible de sus acciones, sino porque ahora sabía que se trataba de un vampiro. Gimoteó al ver como se acercaba nuevamente, después de haber retrocedido abruptamente para escupir aquella sarta de sandeces sin sentido. Ella sólo quería salir de allí, era todo cuanto ocupaba su mente, la necesidad de escapar, de recuperar su mundana vida. Fuera lo que fuese lo que aquel hombre tenía planeado para ella, ahora comprendía lo mucho que no le interesaba que lo llevase a cabo. Estaba preparada para enfrentarse a humanos, por muy malas intenciones que éstos estuvieran, pero no para plantar cara a una criatura de la que lo único que sabía, era que se valía de la sangre de otros para poder sobrevivir.
- ¡Monstruo! ¡No te acerques a mi! -Los gritos frutos del pánico, evidentemente, no surtieron el efecto deseado, sino más bien lo opuesto, ya que pronto pudo sentir las manos de aquel ser cerrarse cuan apretados grilletes alrededor de su fino y delicado cuello. Por si la falta de aire fuese poco, el repentino crujido de sus cervicales y el dolor punzante que ésto produjo, casi la lleva al borde de la inconsciencia. Apenas si lograba comprender lo que el hombre le estaba diciendo, aunque supuso que fuera lo que fuera, seguía significando que ella estaba a su merced y que en los siguientes minutos, horas, o días, se dedicaría a dañarla tanto como le fuera posible. Si es que no la desangraba antes a causa de la sed. - N-no se trata de ser m-mejor o peor... Ni s-superior... o inferior... Se t-trata del bien y del m-mal... Los seres malignos como t-tú no tienen c-cabida en este mundo... -Farfulló, no sin cierta dificultad, notando cómo la falta de oxígeno iba haciendo que su cuerpo se fuera notando cada vez más pesado, y su mente más liviana. A pesar de todo el miedo, de la inminente sensación de estar a punto de perder la vida, nunca perdería sus principios, porque éstos eran lo único que le quedaba.
Se dio cuenta de lo errada que había estado al alzar la voz cuando, tras mencionarle como quien no quiere la cosa que bebería de ella como si fuese simple ganado, volvió a hacer que se golpease fuertemente con la pared de piedra. El antes difuso zumbido en sus oídos se hizo más acusado. Su vista se nubló, y por un momento todo se hizo negro. La respiración se le había cortado un instante, para luego reaparecer en forma de una tos brusca que la hizo escupir sangre. Justo lo que menos deseaba, provocar un nuevo ataque. Pero no tenía tiempo para pensar en eso, de hecho, apenas si podía pensar en nada. Cuando quiso darse cuenta no era capaz de controlar sus propios pensamientos, y fue entonces cuando lo percibió. Una presencia dentro de su mente, que rebuscaba entre sus recuerdos sin que ella pudiera hacer nada para detenerlo. Pudo reconocer aquella voz como la del vampiro. ¿Acaso era esa su habilidad? ¿Qué querría un inmortal con sus memorias? ¿Qué era lo que Rhaegar estaba tramando? ¿No era más sencillo matarla? Torturarla era innecesario, su cuerpo era frágil, no soportaría mucho, y su mente era inalterable, así que no merecía la pena... O así debería ser. Pero los continuos golpes la habían debilitado y le habían permitido entrar. Se sentía perdida dentro de si misma. Había caído en la trampa de su captor.
- ¡Monstruo! ¡No te acerques a mi! -Los gritos frutos del pánico, evidentemente, no surtieron el efecto deseado, sino más bien lo opuesto, ya que pronto pudo sentir las manos de aquel ser cerrarse cuan apretados grilletes alrededor de su fino y delicado cuello. Por si la falta de aire fuese poco, el repentino crujido de sus cervicales y el dolor punzante que ésto produjo, casi la lleva al borde de la inconsciencia. Apenas si lograba comprender lo que el hombre le estaba diciendo, aunque supuso que fuera lo que fuera, seguía significando que ella estaba a su merced y que en los siguientes minutos, horas, o días, se dedicaría a dañarla tanto como le fuera posible. Si es que no la desangraba antes a causa de la sed. - N-no se trata de ser m-mejor o peor... Ni s-superior... o inferior... Se t-trata del bien y del m-mal... Los seres malignos como t-tú no tienen c-cabida en este mundo... -Farfulló, no sin cierta dificultad, notando cómo la falta de oxígeno iba haciendo que su cuerpo se fuera notando cada vez más pesado, y su mente más liviana. A pesar de todo el miedo, de la inminente sensación de estar a punto de perder la vida, nunca perdería sus principios, porque éstos eran lo único que le quedaba.
Se dio cuenta de lo errada que había estado al alzar la voz cuando, tras mencionarle como quien no quiere la cosa que bebería de ella como si fuese simple ganado, volvió a hacer que se golpease fuertemente con la pared de piedra. El antes difuso zumbido en sus oídos se hizo más acusado. Su vista se nubló, y por un momento todo se hizo negro. La respiración se le había cortado un instante, para luego reaparecer en forma de una tos brusca que la hizo escupir sangre. Justo lo que menos deseaba, provocar un nuevo ataque. Pero no tenía tiempo para pensar en eso, de hecho, apenas si podía pensar en nada. Cuando quiso darse cuenta no era capaz de controlar sus propios pensamientos, y fue entonces cuando lo percibió. Una presencia dentro de su mente, que rebuscaba entre sus recuerdos sin que ella pudiera hacer nada para detenerlo. Pudo reconocer aquella voz como la del vampiro. ¿Acaso era esa su habilidad? ¿Qué querría un inmortal con sus memorias? ¿Qué era lo que Rhaegar estaba tramando? ¿No era más sencillo matarla? Torturarla era innecesario, su cuerpo era frágil, no soportaría mucho, y su mente era inalterable, así que no merecía la pena... O así debería ser. Pero los continuos golpes la habían debilitado y le habían permitido entrar. Se sentía perdida dentro de si misma. Había caído en la trampa de su captor.
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
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Fecha de inscripción : 17/10/2013
Re: Grita cuanto quieras, nadie va a escucharte
Sonrío de forma macabra cuando finalmente percibo que su mente, así como su cuerpo, está a mi merced. Ya es mía. Acaricio su rostro, sus labios nuevamente ensangrentados, y siento como mi bestia interior se estremece en excitación. Un manjar como este no se presenta ante mis narices todos los días, y ya he decidido que antes de devolverla al mundo exterior, una vez cumplido el encargo de acabar con su psique, voy a divertirme a su costa tanto como pueda. Un festín bien merecido, sobre todo teniendo en cuenta que esta muchacha ya me ha insultado de todas las formas posibles. Es un tanto ridículo que sus palabras me afecten, después de todo, es ella quien está maniatada y no es más que una patética y frágil humana, pero la convicción con la que lo dice remueve algo en mi interior, Algo que no me gusta. Ser llamado monstruo es algo común, y además no se aleja de la realidad, pero ser acusado de ser movido por algo tan patético como las órdenes ajenas me ha fastidiado más de lo que pensaba. ¿Será alguna especie de rencor residual, de mis días como humano? Aunque hace tanto de aquello que apenas tengo memorias de por ese entonces, así que supongo que la respuesta a esa pregunta jamás será respondida. Poco importa. Ahora tengo algo más interesante en lo que centrar mi tiempo y atención, y son las barreras invisibles que ocupan la mente de la monarca, que van cayendo una tras otra en una rápida sucesión, ante la presión que ejerce mi propia consciencia, que va tomando forma dentro de la suya.
El desenlace de esta "pelea" interna está decidido desde el primer momento, desde que su debilidad, causada por mis continuos golpes, me conceden la posibilidad de entrar. Al final, por muy fuerte que sea una persona, no es físicamente posible que se resistan a mi intrusión. Después de todo, llevo seis milenios perfeccionando mis habilidades, entrenándome, buceando en innumerables mentes, buscando cambiarlas, destruirlas, o causarles eterno dolor. Por mucha fortaleza que caracterice a la reina, y a su personalidad, no es un oponente ni remotamente digno para mi. Acaricio su rostro con parsimonia, a sabiendas que mi toque le produce malestar, miedo, y una sensación de infinita frialdad, pero ya no importa. Está encerrada, presa dentro de sí misma y de mi hechizo. - Tengo que darte la razón en una cosa, y es que mi existencia es puramente maliciosa, cuanto menos. Pero te equivocas, nuevamente, en algo, y es que en este mundo el bien no es siempre lo que gana. Y te lo puedo demostrar de muchas formas, pero déjame ponerte un simple ejemplo. La muerte de niños inocentes en el fuego cruzado de una guerra, la maldad humana los destruye, pero son los propios humanos quien luego los lloran y juran buscar venganza. La maldad, así como la bondad, forma parte del mundo, pero sólo aquellos que somos consistentemente malvados reconocemos sin ningún ápice de duda que nuestras acciones no son buenas. ¿Qué es peor, ser un hipócrita, o ser fiel a ti mismo? Yo hago honor a mi título de "demonio". ¿Y tú? ¿Haces honor al tuyo de "heredera"? -Dentro de su cabeza, me centro en un recuerdo en concreto, en una noche en la que la princesa, visiblemente más joven, escapaba del castillo para partir en un largo viaje. Qué atrevida. Daba más importancia a su libertad que a la preocupación de sus padres, de todo el reino. Le demostraré que no merece lo que tiene, que su existencia se basa en mentiras. Y luego, ¿qué quedará de su expresión altiva?
- ¿Lo notas? ¿Siente como tu conciencia te oprime, y te grita lo errada que estabas en esas ocasiones? Odiabas tu vida, y la carga que tus odiosos padres habían depositado sobre tus hombros sin preguntarte. En el fondo los resentías, ¿verdad? Ellos querían quitarte tu libertad, querían oprimirte, cortar tus alas, encadenarte a aquel país y a un cargo que no querías, tal y como ahora estás encadenada en esta mazmorra. -Mi voz resuena desde el interior de sus propios recuerdos, honda, etérea, como si se tratase de un mantra, de algo que un demonio que forma parte de sí misma le está diciendo. Noto como su cuerpo se relaja, a medida que su mente sigue cayendo en espiral, completamente a mi merced. - Querías que te dejasen en paz, que murieran, o que simplemente dejaran de verte como un mero títere, como una herramienta para garantizar el futuro de una nación que en el fondo no te interesaba. -Me carcajeo de forma siniestra, al ver que de sus ojos, carentes de brillo, comienzan a rodar lágrimas sin que ella sea consciente siquiera. - De hecho, te alegraste de que murieran, pero por desgracia para ti te convirtieron en reina. Y tú no quieres serlo, ¿verdad? -Busco envenenarla, hacerla dudar de sí misma, de todo en lo que siempre había creído. Eso es lo que se esconde tras el éxito de mi poder. Cuando rompes los cimientos que sustentan a una persona, que ésta se derrumbe por completo sólo es cuestión de tiempo.
El desenlace de esta "pelea" interna está decidido desde el primer momento, desde que su debilidad, causada por mis continuos golpes, me conceden la posibilidad de entrar. Al final, por muy fuerte que sea una persona, no es físicamente posible que se resistan a mi intrusión. Después de todo, llevo seis milenios perfeccionando mis habilidades, entrenándome, buceando en innumerables mentes, buscando cambiarlas, destruirlas, o causarles eterno dolor. Por mucha fortaleza que caracterice a la reina, y a su personalidad, no es un oponente ni remotamente digno para mi. Acaricio su rostro con parsimonia, a sabiendas que mi toque le produce malestar, miedo, y una sensación de infinita frialdad, pero ya no importa. Está encerrada, presa dentro de sí misma y de mi hechizo. - Tengo que darte la razón en una cosa, y es que mi existencia es puramente maliciosa, cuanto menos. Pero te equivocas, nuevamente, en algo, y es que en este mundo el bien no es siempre lo que gana. Y te lo puedo demostrar de muchas formas, pero déjame ponerte un simple ejemplo. La muerte de niños inocentes en el fuego cruzado de una guerra, la maldad humana los destruye, pero son los propios humanos quien luego los lloran y juran buscar venganza. La maldad, así como la bondad, forma parte del mundo, pero sólo aquellos que somos consistentemente malvados reconocemos sin ningún ápice de duda que nuestras acciones no son buenas. ¿Qué es peor, ser un hipócrita, o ser fiel a ti mismo? Yo hago honor a mi título de "demonio". ¿Y tú? ¿Haces honor al tuyo de "heredera"? -Dentro de su cabeza, me centro en un recuerdo en concreto, en una noche en la que la princesa, visiblemente más joven, escapaba del castillo para partir en un largo viaje. Qué atrevida. Daba más importancia a su libertad que a la preocupación de sus padres, de todo el reino. Le demostraré que no merece lo que tiene, que su existencia se basa en mentiras. Y luego, ¿qué quedará de su expresión altiva?
- ¿Lo notas? ¿Siente como tu conciencia te oprime, y te grita lo errada que estabas en esas ocasiones? Odiabas tu vida, y la carga que tus odiosos padres habían depositado sobre tus hombros sin preguntarte. En el fondo los resentías, ¿verdad? Ellos querían quitarte tu libertad, querían oprimirte, cortar tus alas, encadenarte a aquel país y a un cargo que no querías, tal y como ahora estás encadenada en esta mazmorra. -Mi voz resuena desde el interior de sus propios recuerdos, honda, etérea, como si se tratase de un mantra, de algo que un demonio que forma parte de sí misma le está diciendo. Noto como su cuerpo se relaja, a medida que su mente sigue cayendo en espiral, completamente a mi merced. - Querías que te dejasen en paz, que murieran, o que simplemente dejaran de verte como un mero títere, como una herramienta para garantizar el futuro de una nación que en el fondo no te interesaba. -Me carcajeo de forma siniestra, al ver que de sus ojos, carentes de brillo, comienzan a rodar lágrimas sin que ella sea consciente siquiera. - De hecho, te alegraste de que murieran, pero por desgracia para ti te convirtieron en reina. Y tú no quieres serlo, ¿verdad? -Busco envenenarla, hacerla dudar de sí misma, de todo en lo que siempre había creído. Eso es lo que se esconde tras el éxito de mi poder. Cuando rompes los cimientos que sustentan a una persona, que ésta se derrumbe por completo sólo es cuestión de tiempo.
Friðþjófr Yngvarr- Vampiro Clase Alta
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Re: Grita cuanto quieras, nadie va a escucharte
Poco a poco, a medida que aquella sensación de intromisión dentro de su propia cabeza se iba haciendo más y más fuerte, pudo notar como sus músculos se relajaban sin que ella tuviera control sobre ellos. Sabía que estaba inconsciente, pero no conseguía adivinar si era a causa de aquel último y fuerte golpe, o por el "poder" del monstruo que estaba, de nuevo, frente a ella. Desde su inconsciencia, podía notar el gélido aliento sobre su cara, así como el nuevo roce de aquellos dedos helados. Su cuerpo se estremeció involuntariamente. Rechazaba su toque, incluso sin estar en pleno uso de sus facultades. Supuso que aquello era buena señal, y muestra de que su cuerpo, pese a no responder como debía, no estaba completamente a la merced del otro, incluso sin estar consciente, pelearía. Pero eso no era todo. A medida que sus recuerdos iban tomando forma a modo de imágenes, sonidos, y olores, tan vívidos que casi parecía que se había transportado al momento en que fueron grabados en su memoria, la presión sobre sus sienes, el zumbido de sus oídos y el dolor generalizado se fueron haciendo más intensos. Quería gritar, pedir ayuda, rogar que parara, pero las palabras no le salían, y de no haber sido así, hubiera dudado que su orgullo se lo hubiese permitido de todas formas.
Lo peor vendría después, cuando la voz del vampiro comenzó a resonar desde su interior, como si más que proceder de alguien externo, fuera su propia conciencia, hablándose a sí misma. Volvió a sentirse asustada, atrapada, especialmente cuando los recuerdos comenzaron a detenerse y centrarse en algunos pocos, los más relevantes, aquellos que habían supuesto, de algún modo, un cambio en su vida. Al escuchar sus palabras, no pudo evitar retorcerse. Quiso negar todo aquello, pero las palabras no le salían. No era cierto, ¡no era cierto! Ella jamás había pensado semejante barbaridad, y lo sabía. Pero aquella voz era más fuerte, más intensa, más envolvente que ninguna otra cosa que ella hubiera sentido antes. ¿De dónde salía? Sabía que pertenecía a aquel vampiro, pero a aquellas alturas ya no era capaz de distinguirla de entre sus propios pensamientos. ¿Se estaba volviendo loca, o realmente todo aquello no era más que ella misma, escupiendo sus verdaderos sentimientos? ¡No podía ser! Se negaba a creerlo... No... Eso era exactamente lo que él quería, confundirla, convencerla de que aquello era la verdad, despojarla de su identidad, de sus auténticas ideas y sentimientos. ¡No lo lograría! O eso se juró a sí misma, pero para su desgracia, sabía que no sonaba demasiado convincente.
Si bien era cierto que siempre había resentido que sus padres, y todos aquellos que la conocían, impusieran sus ideales y tomaran decisiones importantes por ella sin siquiera consultárselo. No podía negarlo, era la verdad. Pero siempre supo que lo único que tenían en mente al hacerlo era su bienestar, y la seguridad del país que todos amaban. Ella incluida. Sí, amaba Escocia. Quería ayudar a sus gentes y protegerlas de la tiranía de aquellos de la élite, ese siempre había sido su sueño, sueño que compartía con su padre, pero la forma de lograr aquello siempre había diferido entre ambos. Ella pensaba que descubrir cosas nuevas, bañarse en conocimiento, era la clave para que la nación prosperase. No quería ser reina, ni princesa, pero quería lograr tener ideas, planes, que hicieran más plausible aquel lejano objetivo. Usar la fuerza no iba a servirle, porque ni en un millón de años podría lograr ser más fuerte que su padre, o de lo que lo fue su abuelo. No los odiaba. ¡Aquello no eran más que falacias! Tomando el control, por un momento, de su mente, reprodujo uno de los mejores recuerdos que tenía de su adolescencia. Su padre y ella habían salido a galopar por los terrenos que rodeaban el castillo. Saludando a los aldeanos, y planificando las mejoras que podían lograr una mejor calidad de vida para los habitantes. Esos eran sus verdaderos deseos. La chica sonrió, aún inconsciente, pero nuevamente en control de su cabeza.
- Admito que tus trucos son increíbles, y que por un momento, casi logras engañarme, pero no lo conseguirás... No con algo tan patético como intentarme hacer creer que odio a quienes me dieron la vida. -Murmuró con un hilillo de voz. Sus ojos comenzaron a moverse rápidamente bajo los párpados cerrados. Por muy poderoso que fuera, no podía hacerla olvidar el profundo dolor que sintió cuando se enteró de que sus padres, ambos, habían muerto. Que nunca más los vería, ni volvería a contrastas opiniones acaloradamente durante sus cenas, ni reírse ni llorar con ellos. Por mucho que sus recuerdos se vieran alterados, o que aquella voz intrusa quisiera hacerle creer lo contrario, la pérdida provoca un sufrimiento que no sólo se siente con la mente, sino también con el cuerpo. Y éste último, no podía ser engañado con trucos psíquicos. - Únicamente alguien que no tiene sentimientos, un monstruo, creería que el odio y resentimiento a los tuyos es algo aceptable. -Finalmente, recuperó la consciencia y clavó la mirada en la ajena, dibujando una leve sonrisa. Tenía miedo, mucho más miedo del que hubiera experimentado nunca, pero a pesar del temor, a pesar del pánico, y a pesar de saber que no saldría de aquel sitio bien parada, comenzaba a dudar que el objetivo de aquel demonio fuera posible. No le quitaría su identidad. No creía que pudiese.
Se equivocaba.
Lo peor vendría después, cuando la voz del vampiro comenzó a resonar desde su interior, como si más que proceder de alguien externo, fuera su propia conciencia, hablándose a sí misma. Volvió a sentirse asustada, atrapada, especialmente cuando los recuerdos comenzaron a detenerse y centrarse en algunos pocos, los más relevantes, aquellos que habían supuesto, de algún modo, un cambio en su vida. Al escuchar sus palabras, no pudo evitar retorcerse. Quiso negar todo aquello, pero las palabras no le salían. No era cierto, ¡no era cierto! Ella jamás había pensado semejante barbaridad, y lo sabía. Pero aquella voz era más fuerte, más intensa, más envolvente que ninguna otra cosa que ella hubiera sentido antes. ¿De dónde salía? Sabía que pertenecía a aquel vampiro, pero a aquellas alturas ya no era capaz de distinguirla de entre sus propios pensamientos. ¿Se estaba volviendo loca, o realmente todo aquello no era más que ella misma, escupiendo sus verdaderos sentimientos? ¡No podía ser! Se negaba a creerlo... No... Eso era exactamente lo que él quería, confundirla, convencerla de que aquello era la verdad, despojarla de su identidad, de sus auténticas ideas y sentimientos. ¡No lo lograría! O eso se juró a sí misma, pero para su desgracia, sabía que no sonaba demasiado convincente.
Si bien era cierto que siempre había resentido que sus padres, y todos aquellos que la conocían, impusieran sus ideales y tomaran decisiones importantes por ella sin siquiera consultárselo. No podía negarlo, era la verdad. Pero siempre supo que lo único que tenían en mente al hacerlo era su bienestar, y la seguridad del país que todos amaban. Ella incluida. Sí, amaba Escocia. Quería ayudar a sus gentes y protegerlas de la tiranía de aquellos de la élite, ese siempre había sido su sueño, sueño que compartía con su padre, pero la forma de lograr aquello siempre había diferido entre ambos. Ella pensaba que descubrir cosas nuevas, bañarse en conocimiento, era la clave para que la nación prosperase. No quería ser reina, ni princesa, pero quería lograr tener ideas, planes, que hicieran más plausible aquel lejano objetivo. Usar la fuerza no iba a servirle, porque ni en un millón de años podría lograr ser más fuerte que su padre, o de lo que lo fue su abuelo. No los odiaba. ¡Aquello no eran más que falacias! Tomando el control, por un momento, de su mente, reprodujo uno de los mejores recuerdos que tenía de su adolescencia. Su padre y ella habían salido a galopar por los terrenos que rodeaban el castillo. Saludando a los aldeanos, y planificando las mejoras que podían lograr una mejor calidad de vida para los habitantes. Esos eran sus verdaderos deseos. La chica sonrió, aún inconsciente, pero nuevamente en control de su cabeza.
- Admito que tus trucos son increíbles, y que por un momento, casi logras engañarme, pero no lo conseguirás... No con algo tan patético como intentarme hacer creer que odio a quienes me dieron la vida. -Murmuró con un hilillo de voz. Sus ojos comenzaron a moverse rápidamente bajo los párpados cerrados. Por muy poderoso que fuera, no podía hacerla olvidar el profundo dolor que sintió cuando se enteró de que sus padres, ambos, habían muerto. Que nunca más los vería, ni volvería a contrastas opiniones acaloradamente durante sus cenas, ni reírse ni llorar con ellos. Por mucho que sus recuerdos se vieran alterados, o que aquella voz intrusa quisiera hacerle creer lo contrario, la pérdida provoca un sufrimiento que no sólo se siente con la mente, sino también con el cuerpo. Y éste último, no podía ser engañado con trucos psíquicos. - Únicamente alguien que no tiene sentimientos, un monstruo, creería que el odio y resentimiento a los tuyos es algo aceptable. -Finalmente, recuperó la consciencia y clavó la mirada en la ajena, dibujando una leve sonrisa. Tenía miedo, mucho más miedo del que hubiera experimentado nunca, pero a pesar del temor, a pesar del pánico, y a pesar de saber que no saldría de aquel sitio bien parada, comenzaba a dudar que el objetivo de aquel demonio fuera posible. No le quitaría su identidad. No creía que pudiese.
Se equivocaba.
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
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Re: Grita cuanto quieras, nadie va a escucharte
Me quedo boquiabierto cuando, a pesar de seguir bajo el control de mi habilidad, encuentra las fuerzas necesarias para elegir ella misma un recuerdo, y éste inunda mi cabeza, sin que yo pueda hacer nada para remediarlo. Quizá la he subestimado por su aspecto, o por la facilidad con la que suelta lágrimas desde esos ojos azules, pero tal y como noté la primera vez que la vi, durante la fiesta, la reina de Escocia no tiene nada de común ni de corriente, aunque probablemente, ni siquiera ella lo sepa. Las apariencias engañan, y aunque pensaba que yo soy la excepción, parece ser que no es así. Sin embargo, me recupero rápido de la sorpresa. Eso no cambia el hecho de que siga encadenada en una mazmorra. Tengo todo el tiempo del mundo para conseguir mi objetivo. La haré gritar, y nadie vendrá a rescatarla. - Valientes palabras para alguien en tan mal estado... Pero, oh... te confundes si crees que este es mi único truco. Ni siquiera es el mejor. Reconozco que te he subestimado. Muchos, a estas alturas, hubieran comenzado a perder la cordura, pero no sólo no lo has hecho, sino que además has recuperado el control. Sin embargo, no será suficiente. El odio y el dolor son sentimientos muy fuertes,
aunque no lo creas. Y tú no eres inmune -Dicho esto, vuelvo a apretar mis manos en torno a su cuello, la forma más rápida y eficiente de hacerle perder el conocimiento. Cuando el cerebro nota la falta de oxígeno, todo el sistema se debilita. Puedo sentirlo, la confusión creciendo en el interior de su mente, su vista nublándose, sus pensamientos cada vez más y más difusos.
Me concentro en otra de sus muchas memorias, esta vez, centrándome en su punto débil, aprovechando el dolor concentrado en su recuerdo, incrementándolo, haciéndolo más notable mediante la inclusión de tanto detalle como me es posible. Esta vez se trata de la muerte de su abuelo. Una persona con la que no había tenido mucho trato porque siempre había tratado a su madre de forma hostil y se negaba a aceptarla a ella como futura heredera, por el simple hecho de ser mujer, y sobretodo, por ser hija de una extranjera. Escuchó a hurtadillas la conversación que tenía, en su lecho de muerte, con su padre. Sus palabras se le quedarían grabadas a fuego para siempre. - Si hubiera muerto cuando aún estaba en el vientre, o nada más nacer, podrías haberte librado de esa esposa inútil que te trajiste desde Rusia en uno de tus viajes. Podrías haberte casado con una noble escocesa, o de cualquier otro sitio, pero una noble, y concebir a un auténtico heredero. Me has decepcionado. Si no fueras mi primogénito, y si tu madre no me hubiera hecho jurar en su último aliento que te dejaría reinar, te hubiera mandado al exilio por desobedecerme. Sal de mi vista. No quiero que lo último que vea sea tu ceño fruncido, cuando ni siquiera eres capaz de defender a tu propia familia. -La princesa salió corriendo al escuchar los pasos de su padre, y sintió que su corazón se encogía cuando lo escuchó llorando. Aquella noche su abuelo, el antiguo Rey -ya que su padre llevaba diez años como monarca-, moriría. Y ella no fue capaz de derramar ni una sola lágrima.
- A él tampoco lo odiabas, ¿verdad? Pero nunca te aceptó, ni te trató con aprecio. Te trató como si fueras un error, una mancha en la vida de tu padre, y un peligro para el futuro del reino. Tú lo querías y respetabas hasta aquella noche, pero después, en ese instante, dejaste de hacerlo. ¿Quieres saber cómo murió? Lo cierto es que tu padre lo había estado envenenando, harto como estaba de escucharle insultar a su hija y esposa. Se lo merecía, en realidad, pero eso no quita que las manos de tu padre estén llenas de sangre. -La realidad es diferente, pero ella no lo sabe. Ese es un rumor que había escuchado y que, gracias a la influencia de mis ilusiones, cobra sentido dentro de su cabeza. La noto retorcerse, queriéndolo negar. ¿La hace ser mala persona no sentir rechazo hacia su padre, a pesar de ser un asesino? ¿O en el fondo cree que su abuelo lo merecía, y que ella habría hecho lo mismo? La hago ver, una tras una, las peores memorias de aquel hombre; los continuos desplantes, la forma de ignorarla o de tratarla como si fuera poco menos que un insecto. Tal vez acabe odiándolo, o tal vez no, pero sea cual sea la emoción que la embarga, ahora sé que no puede escapar. Entonces me centro en otro recuerdo, uno que nos llevará hasta el centro del problema que nos ocupa, el momento en que conoció al que me ha empleado para torturarla.
aunque no lo creas. Y tú no eres inmune -Dicho esto, vuelvo a apretar mis manos en torno a su cuello, la forma más rápida y eficiente de hacerle perder el conocimiento. Cuando el cerebro nota la falta de oxígeno, todo el sistema se debilita. Puedo sentirlo, la confusión creciendo en el interior de su mente, su vista nublándose, sus pensamientos cada vez más y más difusos.
Me concentro en otra de sus muchas memorias, esta vez, centrándome en su punto débil, aprovechando el dolor concentrado en su recuerdo, incrementándolo, haciéndolo más notable mediante la inclusión de tanto detalle como me es posible. Esta vez se trata de la muerte de su abuelo. Una persona con la que no había tenido mucho trato porque siempre había tratado a su madre de forma hostil y se negaba a aceptarla a ella como futura heredera, por el simple hecho de ser mujer, y sobretodo, por ser hija de una extranjera. Escuchó a hurtadillas la conversación que tenía, en su lecho de muerte, con su padre. Sus palabras se le quedarían grabadas a fuego para siempre. - Si hubiera muerto cuando aún estaba en el vientre, o nada más nacer, podrías haberte librado de esa esposa inútil que te trajiste desde Rusia en uno de tus viajes. Podrías haberte casado con una noble escocesa, o de cualquier otro sitio, pero una noble, y concebir a un auténtico heredero. Me has decepcionado. Si no fueras mi primogénito, y si tu madre no me hubiera hecho jurar en su último aliento que te dejaría reinar, te hubiera mandado al exilio por desobedecerme. Sal de mi vista. No quiero que lo último que vea sea tu ceño fruncido, cuando ni siquiera eres capaz de defender a tu propia familia. -La princesa salió corriendo al escuchar los pasos de su padre, y sintió que su corazón se encogía cuando lo escuchó llorando. Aquella noche su abuelo, el antiguo Rey -ya que su padre llevaba diez años como monarca-, moriría. Y ella no fue capaz de derramar ni una sola lágrima.
- A él tampoco lo odiabas, ¿verdad? Pero nunca te aceptó, ni te trató con aprecio. Te trató como si fueras un error, una mancha en la vida de tu padre, y un peligro para el futuro del reino. Tú lo querías y respetabas hasta aquella noche, pero después, en ese instante, dejaste de hacerlo. ¿Quieres saber cómo murió? Lo cierto es que tu padre lo había estado envenenando, harto como estaba de escucharle insultar a su hija y esposa. Se lo merecía, en realidad, pero eso no quita que las manos de tu padre estén llenas de sangre. -La realidad es diferente, pero ella no lo sabe. Ese es un rumor que había escuchado y que, gracias a la influencia de mis ilusiones, cobra sentido dentro de su cabeza. La noto retorcerse, queriéndolo negar. ¿La hace ser mala persona no sentir rechazo hacia su padre, a pesar de ser un asesino? ¿O en el fondo cree que su abuelo lo merecía, y que ella habría hecho lo mismo? La hago ver, una tras una, las peores memorias de aquel hombre; los continuos desplantes, la forma de ignorarla o de tratarla como si fuera poco menos que un insecto. Tal vez acabe odiándolo, o tal vez no, pero sea cual sea la emoción que la embarga, ahora sé que no puede escapar. Entonces me centro en otro recuerdo, uno que nos llevará hasta el centro del problema que nos ocupa, el momento en que conoció al que me ha empleado para torturarla.
Friðþjófr Yngvarr- Vampiro Clase Alta
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Localización : Bajo tierra
Re: Grita cuanto quieras, nadie va a escucharte
La verdad era que aquellas palabras fueron el desencadenante de los muchos rumores que la joven princesa escucharía después. Al parecer, ella no era la única que había escuchado a hurtadillas la que sería la última conversación entre el rey y su padre. La gente siempre había visto mal el trato que su abuelo tenía para con su madre. A pesar de que, en efecto, no era originaria de la clase alta, y que había nacido en un país tan lejano como era Rusia, nadie podía negar el gran desempeño que había llevado a cabo en sus labores como reina, ni lo mucho que amaba al pueblo escocés. La mentalidad tan cerrada de su abuelo contrastaba con sus ideales justos, y es que era una contradicción que nadie entendía. Especialmente el padre de Irïna, quien según muchos, veía al antiguo rey casi como un enemigo. Claro que nadie tenía forma de comprobar si eso era cierto. Si algo caracterizaba al actual rey, era su benevolencia, así que se encontraban divididos entre creerse aquellos rumores o aceptar que eran falacias. Lo mismo ocurrió con los pensamientos de que el padre del rey había sido asesinado por éste mismo. Eran acusaciones terribles, que hubieran llevado fácilmente a la horca a aquellos que las mencionaran, pero se extendieron rápidamente, llegando a los oídos de la propia Irïna. Quien, a pesar de no creer que su padre pudiera llevar a esos extremos, tampoco se hubiera sentido sorprendida si en efecto lo hubiese hecho, porque nada valoraba más su amado padre que a su familia, y el antiguo rey la insultaba continuamente.
Al recordar aquello, y cómo se sintió, casi aliviada, cuando el anciano falleció, comprendió por qué le había enseñado ese recuerdo en concreto, y a qué se refería con la fortaleza que llevaban el rencor y el odio. Si bien no guardaba tales emociones hacia sus padres, sí que lo hacía contra los valores inculcados por aquel hombre, que habían arraigado hondamente en los pensamientos de muchas de las familias nobles, que ahora se volvían contra ella. Era despreciable, y aunque no llegaba a odiarlo, sí que le guardaba un profundo rencor. Un rencor que para ella podría llegar a justificar un crimen. Se sintió la peor persona del mundo. Muchas de las características de su carácter se habían desarrollado a partir de ese suceso. La desconfianza hacia todos los que le rodeaban, la necesidad de desaparecer durante largos periodos de tiempo, de aprender cosas nuevas que la hicieran diferente a aquellas gentes de mentes cerrada y pensamientos machistas e injustos. El conocimiento era el único arma contra la ignorancia.
Fue en uno de esos viajes, donde lo conoció. Ella apenas había cumplido catorce años, y al llegar a Berlín se percató de que habían muchas cosas que no tenía oportunidad de hacer si no se hacía pasar por un hombre. El acceso a la educación superior estaba y sigue estando muy restringida para las mujeres. Las de clase baja, porque no podían acceder a ella por falta de medios, y las de clase alta, porque las normas sociales lo impedían. Pero a pesar de su frustración, no se dio por vencida. Se estuvo vistiendo de hombre durante meses, hasta que una vez ganado el reconocimiento de profesores y otros alumnos, se reveló como lo que realmente era, una mujer. Mas mantuvo sus orígenes como un secreto, usando, de hecho, el apellido de su madre. Rhaegar fue el primer y mejor amigo que hizo, y al que le reveló que era una chica antes incluso de decírselo a nadie más. Él era el ayudante del profesor, y miembro de la nobleza de Escocia, para su desgracia. La familia Frimost nunca se había llevado bien con los Hanover, así que mantuvo eso también en secreto. Irïna ya sabía de las tretas y traiciones que rodeaban a su familia, pero su personalidad le resultaba agradable, y al ver que no hacía nada sospechoso, simplemente lo trató como si fuera uno más, manteniendo siempre aquella mentira mentira, escondiéndose su verdadera identidad, para así no perder a la única persona que la había aceptado como simplemente "Katya Vasilíèva".
Ese fue el peor error que la muchacha pudo cometer.
Al recordar aquello, y cómo se sintió, casi aliviada, cuando el anciano falleció, comprendió por qué le había enseñado ese recuerdo en concreto, y a qué se refería con la fortaleza que llevaban el rencor y el odio. Si bien no guardaba tales emociones hacia sus padres, sí que lo hacía contra los valores inculcados por aquel hombre, que habían arraigado hondamente en los pensamientos de muchas de las familias nobles, que ahora se volvían contra ella. Era despreciable, y aunque no llegaba a odiarlo, sí que le guardaba un profundo rencor. Un rencor que para ella podría llegar a justificar un crimen. Se sintió la peor persona del mundo. Muchas de las características de su carácter se habían desarrollado a partir de ese suceso. La desconfianza hacia todos los que le rodeaban, la necesidad de desaparecer durante largos periodos de tiempo, de aprender cosas nuevas que la hicieran diferente a aquellas gentes de mentes cerrada y pensamientos machistas e injustos. El conocimiento era el único arma contra la ignorancia.
Fue en uno de esos viajes, donde lo conoció. Ella apenas había cumplido catorce años, y al llegar a Berlín se percató de que habían muchas cosas que no tenía oportunidad de hacer si no se hacía pasar por un hombre. El acceso a la educación superior estaba y sigue estando muy restringida para las mujeres. Las de clase baja, porque no podían acceder a ella por falta de medios, y las de clase alta, porque las normas sociales lo impedían. Pero a pesar de su frustración, no se dio por vencida. Se estuvo vistiendo de hombre durante meses, hasta que una vez ganado el reconocimiento de profesores y otros alumnos, se reveló como lo que realmente era, una mujer. Mas mantuvo sus orígenes como un secreto, usando, de hecho, el apellido de su madre. Rhaegar fue el primer y mejor amigo que hizo, y al que le reveló que era una chica antes incluso de decírselo a nadie más. Él era el ayudante del profesor, y miembro de la nobleza de Escocia, para su desgracia. La familia Frimost nunca se había llevado bien con los Hanover, así que mantuvo eso también en secreto. Irïna ya sabía de las tretas y traiciones que rodeaban a su familia, pero su personalidad le resultaba agradable, y al ver que no hacía nada sospechoso, simplemente lo trató como si fuera uno más, manteniendo siempre aquella mentira mentira, escondiéndose su verdadera identidad, para así no perder a la única persona que la había aceptado como simplemente "Katya Vasilíèva".
Ese fue el peor error que la muchacha pudo cometer.
Última edición por Irïna K.V. of Hanover el Dom Oct 29, 2017 2:51 am, editado 1 vez
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
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Re: Grita cuanto quieras, nadie va a escucharte
Hay un dicho que versa "las mentiras tienen las piernas muy cortas", algo que viene a decir que el tiempo que se puede mantener una mentira es limitado. Ella debía saberlo, que llegaría el momento en el que no pudiera mantener su tapadera, y también debió pensar lo que parecería a ojos ajenos el hecho de que hubiera mentiro. Yo no estoy familiarizado ni con la familia Hanover ni con los problemas causados por la Frimost, pero por lo que veo en sus recuerdos eran muchos y muy variados. Buscó la amistad de un Frimost, de Rhaegar, a sabiendas de que su propia familia los tenía en la mira, ¿de veras pensó que todo podría salir bien, y que podrían simplemente ser amigos y comprenderse el uno al otro? Eso me muestra de nuevo lo inocente e ignorante que realmente es esta chica. Cargada de buenas intenciones, a pesar de la desconfianza que la caracteriza, sigue pensando que mediante el diálogo y el entendimiento mutuos es posible salvar cualquier situación. Se equivoca. ¿Qué mejor ejemplo que lo que le está pasando ahora? Esa misma persona que una vez consideró cercana, un amigo, me ha contratado para hacerla recordar algo que probablemente la destrozaría. Y el hecho de que haya acudido a mi en lugar de a cualquier hechicero, me hace pensar que tampoco le importa mucho el dolor que yo le provoque a la joven. Es evidente que eso va a pasar. Yo soy un vampiro, uno cruel, de hecho, y ella está cargada de una sangre más que deliciosa. Decir que no va a salir bien parada es quedarse corto.
Me la quedo mirando fijamente, y sonrío de forma maliciosa. Su respiración es pesada, entrecortada, su pecho sube y baja con dificultad, tal es el esfuerzo que necesita para mantenerse medio consciente a pesar de estar bajo el yugo de mi manipulación. Es mucho más fuerte de lo que aparenta, pero también mucho más estúpida. Que se resista sólo hace que las cosas tengan que ser hechas por las malas. La tomo del mentón y levanto su rostro. Sus párpados están amoratados, tal es la fuerza con la que los aprieta. Las cuencas de sus ojos se notan desde afuera, moviéndose bajo los párpados cerrados de forma agónica, incesante. Poco a poco nos acercamos al culmen, al punto de inflexión, al momento en que le muestre cuáles son las consecuencias reales de las mentiras que ha contado, a pesar de saber que mentir no es algo que cualquiera sea capaz de hacer con precisión. Yo mismo, o los seres como yo, somos expertos en no ser cazados en nuestros embustes, pero es porque llevamos miles de años perfeccionándonos en ese arte. No es algo que cualquiera pueda hacer. Y es algo que, está claro, ella no sabe hacer.
Me centro en los momentos en los que tuvo que enfrentarse a las consecuencias de haber mentido. El hombre a quien había engañado le reclamaba explicaciones, y ella, guardando silencio, se limitó a dejar que pensara lo que quisiera. Craso error. Ese fue precisamente el problema. Si le hubiera asegurado que no había sido su intención, quizá la rabia no hubiera sido tan intensa. Pero no lo hizo, por miedo, por vergüenza. Y aquí estamos ahora. - Te engañas a ti misma si piensas que no le dijiste la verdad solamente para proteger vuestra relación. La verdad es que querías confundirlo, no querías traicionar la confianza de tu padre, y por eso decidiste traicionarlo a él. Seguir con tu mentira hasta que todo explotó, y él supo que lo estabas espiando. -Susurro cerca de su oído, retorciendo la verdad, exprimiéndola y jugando con ella a mi antojo. - Tal vez esa no fue tu intención al principio, y realmente simplemente querías mantener el estatus de amistad. ¿Pero acaso no informaste a tu padre de que los Frimost estaban haciendo operaciones de contrabando, cuando él te lo confió? Tu sentido de la justicia era más acentuado que el de lealtad hacia un amigo. -Después de decir eso, le enseño los muchos atentados que Rhaegar había provocado contra su vida, la frustración que éste sintió a fallar, y cómo todo eso supuso la caída en desgracia de su familia. Ella se retuerce, sollozando, y yo no puedo detener más el deseo, la ansiedad por probarla. Hundo mis colmillos en la suave y tersa piel de su delicado cuello. Ella grita, se estremece, y yo sigo succionando. Dolorosamente despacio. El sabor me llena de vitalidad, de fortaleza. Es exquisito. Y mucho más ahora que bebo directamente de la fuente.
Me la quedo mirando fijamente, y sonrío de forma maliciosa. Su respiración es pesada, entrecortada, su pecho sube y baja con dificultad, tal es el esfuerzo que necesita para mantenerse medio consciente a pesar de estar bajo el yugo de mi manipulación. Es mucho más fuerte de lo que aparenta, pero también mucho más estúpida. Que se resista sólo hace que las cosas tengan que ser hechas por las malas. La tomo del mentón y levanto su rostro. Sus párpados están amoratados, tal es la fuerza con la que los aprieta. Las cuencas de sus ojos se notan desde afuera, moviéndose bajo los párpados cerrados de forma agónica, incesante. Poco a poco nos acercamos al culmen, al punto de inflexión, al momento en que le muestre cuáles son las consecuencias reales de las mentiras que ha contado, a pesar de saber que mentir no es algo que cualquiera sea capaz de hacer con precisión. Yo mismo, o los seres como yo, somos expertos en no ser cazados en nuestros embustes, pero es porque llevamos miles de años perfeccionándonos en ese arte. No es algo que cualquiera pueda hacer. Y es algo que, está claro, ella no sabe hacer.
Me centro en los momentos en los que tuvo que enfrentarse a las consecuencias de haber mentido. El hombre a quien había engañado le reclamaba explicaciones, y ella, guardando silencio, se limitó a dejar que pensara lo que quisiera. Craso error. Ese fue precisamente el problema. Si le hubiera asegurado que no había sido su intención, quizá la rabia no hubiera sido tan intensa. Pero no lo hizo, por miedo, por vergüenza. Y aquí estamos ahora. - Te engañas a ti misma si piensas que no le dijiste la verdad solamente para proteger vuestra relación. La verdad es que querías confundirlo, no querías traicionar la confianza de tu padre, y por eso decidiste traicionarlo a él. Seguir con tu mentira hasta que todo explotó, y él supo que lo estabas espiando. -Susurro cerca de su oído, retorciendo la verdad, exprimiéndola y jugando con ella a mi antojo. - Tal vez esa no fue tu intención al principio, y realmente simplemente querías mantener el estatus de amistad. ¿Pero acaso no informaste a tu padre de que los Frimost estaban haciendo operaciones de contrabando, cuando él te lo confió? Tu sentido de la justicia era más acentuado que el de lealtad hacia un amigo. -Después de decir eso, le enseño los muchos atentados que Rhaegar había provocado contra su vida, la frustración que éste sintió a fallar, y cómo todo eso supuso la caída en desgracia de su familia. Ella se retuerce, sollozando, y yo no puedo detener más el deseo, la ansiedad por probarla. Hundo mis colmillos en la suave y tersa piel de su delicado cuello. Ella grita, se estremece, y yo sigo succionando. Dolorosamente despacio. El sabor me llena de vitalidad, de fortaleza. Es exquisito. Y mucho más ahora que bebo directamente de la fuente.
Friðþjófr Yngvarr- Vampiro Clase Alta
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Localización : Bajo tierra
Re: Grita cuanto quieras, nadie va a escucharte
Odiaba reconocerlo. Odiaba tener que darle la razón a aquel monstruo que jugueteaba con sus emociones, pero sus palabras sonaban certeras. No podía contradecirlas. No se equivocaba. A pesar de que siempre deseó que las relaciones entre ambas familias mejoraran, no le tembló el pulso a la hora de traicionar la confianza ajena cuando eso significó hacer lo que creía correcto. Por mucho que Rhaegar fuera un amigo, por mucho que deseara que todo estuviera bien, cuando éste confesó estar traficando con esclavos y opio, no pudo mantenerse callada y se lo contó todo, en secreto, a su padre, al que enviaba cartas de vez en cuando para confirmar que se encontraba bien. Sin embargo, no podía decir que su conciencia se hubiera sentido limpia al ir en contra de su amigo. De quien pronto se convirtió, de hecho, en algo más que un amigo, cuando éste se le confesó apenas un año después de que se conocieran. Si bien en su relación únicamente compartieron un par de besos, antes que todo se resquebrajara, aquellos momentos fueron sumamente importantes para ella, ya que le ayudaron a comprender que su corazón, su alma, estaba en otro sitio. Y esto mismo había sido el detonante más concreto del desastre que siguió. Al verse engañado, no solamente por las filtraciones de información, sino también en el plano amoroso, el noble no había podido perdonarla. Y ella misma tampoco encontró en su interior el modo de explicar sus acciones sin que sonaran a meras excusas. Hizo lo que hizo por un motivo que creía justo. A pesar de lo que significaba.
La punzada de culpabilidad estaba allí, presente, latente, siempre presente en sus pensamientos, pero en el pasado no pudo concederle la importancia necesaria. ¡Sólo era una niña! ¡Por supuesto que el amor a su familia y su pueblo era más intenso que el que sentía por su amigo! ¿Acaso podían culparla por ello? La respuesta se la habían dado las acciones emprendidas por el joven. Él no podía perdonarla. Que fuese mucho más joven que él mismo, o que las responsabilidades que tenía al ser una princesa fueran muchas y variadas, no excusaban lo que le había hecho. El vampiro le estaba mostrando cosas, sucesos, pensamientos, que ella nunca había ni imaginado, lo que hizo más evidente lo que ya sabía: todo lo que le estaba pasando, y lo que le pasaría, estaba siendo orquestado por aquel a quien ya había enterrado antes. Era su venganza. Venganza por haberle mentido, por haber interferido en los asuntos de su familia, por haberle roto el corazón y, sobre todo, por no haber sucumbido ante sus intentos por hundirla. Sí. Si algo estaba claro era que Rhaegar la odiaba porque aún seguía con vida. Si él había perdido a su familia por culpa de Irïna, ¿por qué ella había sobrevivido? No lo merecía. Y en el fondo, muy en el fondo, la propia muchacha también creía que así era. Esa fue su debilidad, y lo que le permitió al vampiro introducirse aún más en sus recuerdos más íntimos.
En ellos, el miedo, la confusión y sobre todo, la frustración, se entremezclaban. Cada vez que habían atentado contra su vida se había preguntado si su crimen realmente había sido tan malo. Tenía miedo a morir, pero creía que esa sería una forma de impartir justicia. Había privado de su futuro a una familia entera, aunque fuese indirectamente, ya que las acciones de los miembros de ésta habían enfurecido a aquellos que solo ansiaban protegerla. Pero el fin no justifica los medios. Ella lo sabía, y lo predicaba. Así que se encontraba dividida entre el pánico y deseo de seguir con vida, y la certeza de que si moría sería porque ese era el castigo merecido...
Sin embargo no fue capaz de seguir con el hilo de sus pensamientos, porque súbitamente, un agudo dolor comenzó en su cuello, para luego propagarse por su cuerpo rápidamente. Entonces volvió a la realidad, a una realidad en la que el vampiro estaba succionando su sangre, su esencia vital, a un ritmo alarmantemente rápido. Se aferró a los hombros ajenos con todas las fuerzas de las que pudo hacer acopio. Inútilmente. Sus forcejeos sólo hicieron más rápido el avance de la náusea, de la sensación de mareo que caracteriza a la pérdida de sangre. - ¡No! ¡¡NO!! ¡¡Detente!! -No sabía si sus gritos se asemejaban más a una orden o a una súplica, pero nada le importaba. Quería huir. Necesitaba huir. Necesitaba salir de allí. Que alguien la salvara. Pero sus gritos no atraerían la atención de nadie, sino que simplemente alimentaron el sadismo del monstruo que se estaba cebando a su costa.
La punzada de culpabilidad estaba allí, presente, latente, siempre presente en sus pensamientos, pero en el pasado no pudo concederle la importancia necesaria. ¡Sólo era una niña! ¡Por supuesto que el amor a su familia y su pueblo era más intenso que el que sentía por su amigo! ¿Acaso podían culparla por ello? La respuesta se la habían dado las acciones emprendidas por el joven. Él no podía perdonarla. Que fuese mucho más joven que él mismo, o que las responsabilidades que tenía al ser una princesa fueran muchas y variadas, no excusaban lo que le había hecho. El vampiro le estaba mostrando cosas, sucesos, pensamientos, que ella nunca había ni imaginado, lo que hizo más evidente lo que ya sabía: todo lo que le estaba pasando, y lo que le pasaría, estaba siendo orquestado por aquel a quien ya había enterrado antes. Era su venganza. Venganza por haberle mentido, por haber interferido en los asuntos de su familia, por haberle roto el corazón y, sobre todo, por no haber sucumbido ante sus intentos por hundirla. Sí. Si algo estaba claro era que Rhaegar la odiaba porque aún seguía con vida. Si él había perdido a su familia por culpa de Irïna, ¿por qué ella había sobrevivido? No lo merecía. Y en el fondo, muy en el fondo, la propia muchacha también creía que así era. Esa fue su debilidad, y lo que le permitió al vampiro introducirse aún más en sus recuerdos más íntimos.
En ellos, el miedo, la confusión y sobre todo, la frustración, se entremezclaban. Cada vez que habían atentado contra su vida se había preguntado si su crimen realmente había sido tan malo. Tenía miedo a morir, pero creía que esa sería una forma de impartir justicia. Había privado de su futuro a una familia entera, aunque fuese indirectamente, ya que las acciones de los miembros de ésta habían enfurecido a aquellos que solo ansiaban protegerla. Pero el fin no justifica los medios. Ella lo sabía, y lo predicaba. Así que se encontraba dividida entre el pánico y deseo de seguir con vida, y la certeza de que si moría sería porque ese era el castigo merecido...
Sin embargo no fue capaz de seguir con el hilo de sus pensamientos, porque súbitamente, un agudo dolor comenzó en su cuello, para luego propagarse por su cuerpo rápidamente. Entonces volvió a la realidad, a una realidad en la que el vampiro estaba succionando su sangre, su esencia vital, a un ritmo alarmantemente rápido. Se aferró a los hombros ajenos con todas las fuerzas de las que pudo hacer acopio. Inútilmente. Sus forcejeos sólo hicieron más rápido el avance de la náusea, de la sensación de mareo que caracteriza a la pérdida de sangre. - ¡No! ¡¡NO!! ¡¡Detente!! -No sabía si sus gritos se asemejaban más a una orden o a una súplica, pero nada le importaba. Quería huir. Necesitaba huir. Necesitaba salir de allí. Que alguien la salvara. Pero sus gritos no atraerían la atención de nadie, sino que simplemente alimentaron el sadismo del monstruo que se estaba cebando a su costa.
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
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Re: Grita cuanto quieras, nadie va a escucharte
La sangre de las presas se vuelve mucho más deliciosa cuando éstas comienzan a entrar en pánico. Es algo que no muchos saben ni son capaces de apreciar, pero que es tan cierto como que el Sol sale cada mañana. A medida que la joven comienza a recuperar la consciencia, a volver al presente, al aquí y ahora, comienza a forcejear, a golpearme de forma torpe y repetitiva contra el pecho. Yo me limito a sonreír sádicamente, aún con los colmillos hundidos en su carne, mientras mi mente se adentra en la suya lenta pero inexorablemente. Delicioso. Magnífico. Noto cómo su sangre es bombeada por ese corazón que corre de forma frenética. Ni siquiera al borde de la muerte se rinde y deja de pelear. ¿Es esta la verdadera naturaleza de un ser humano, o es simplemente que ella es tan especial como parece? Sea como sea, a medida que bebo me entra aún más sed. Estoy a punto de perder el control, lo sé, puedo notarlo, en la fuerza que pongo en mis manos para sujetar su cuerpo tembloroso, o en la intensidad de la succión sobre su cuello. No quiero parar, aunque sé que debo hacerlo antes de acabar con su vida. Aunque la misión ya no me importe nada en absoluto, aún quiero divertirme un poco más a su costa, y matarla acabaría súbitamente con ese propósito.
- Tranquila, no es mi intención acabar contigo bebiéndome tu sangre. Esa sería una muerte de lo más aburrida y predecible, ¿no? -Murmuro alejando un poco el rostro de ella, suspirando un tanto decepcionado. Me gustaría seguir bebiendo pero la languidez de su cuerpo me indica que está llegando a su límite. Haberla golpeado tanto tiene este efecto. Retiro los cabellos que se le han enmarañado alrededor de la cara, mojados por el sudor que pela su rostro y frente. Respira de forma entrecortada, superficial, y sus ojos están vidriosos, en parte a causa del llanto, pero sobre todo por el esfuerzo que está haciendo para mantenerse despierta. - Estás aguantando mejor de lo que yo me esperaba. Aunque bueno, también influye el hecho de que me he estado conteniendo para no acabar contigo demasiado rápido. Aún no te he mostrado lo más importante, aquello que te hicieron olvidar para protegerte y que yo debo mostrarte para así dar por cumplida mi parte del trato. -Le beso la mejilla sutilmente, casi delicadamente, para luego acariciar su piel aterciopelada. Está tan pálida, y más ahora a causa de la falta de sangre. Eso la hace verse aún más hermosa.
- Según parece, te dijeron que tus padres habían muerto en un incendio accidental mientras estabas de viaje. La realidad, sin embargo, es esta. -Dentro de su mente aparecen una serie de recuerdos dolorosos que tenía deprimidos, y que se deshacen de la magia que los mantenía ocultos con una especie de chasquido. Recuerdos de las llamas, llamas que ella vio y presenció, porque cuando ocurrió no estaba de viaje, sino presente en la propia tragedia. El fuego no había sido en las cocinas, donde le habían dicho, sino en la habitación que por aquel entonces ocupaba ella, la princesa. Y entre las llamas y los gritos de auxilio de sus padres, que estaban quemándose lentamente, estaba él. El hombre al que ha traicionado y que quiere verla hundida. No parecía contento, porque el objetivo no era matarlos a ellos. Sino a ella. Ella debería haber estado en aquella habitación, y no los reyes. Así, la historia hubiera sido distinta. - Te ocultaron la verdad, majestad. Te dijeron que la muerte había sido un accidente cuando en realidad fue fruto de una planeada venganza. Un ataque que iba dirigido realmente a ti, y del que tú te salvaste gracias a tu "guardián". Fue él quien te lo ocultó. Fue él quien te negó el derecho a saber que tus padres murieron por tu culpa. -Ahora, mi misión está completa. La quietud de la joven entre mis brazos es absoluta. La sangre se le ha helado en las venas.
- Tranquila, no es mi intención acabar contigo bebiéndome tu sangre. Esa sería una muerte de lo más aburrida y predecible, ¿no? -Murmuro alejando un poco el rostro de ella, suspirando un tanto decepcionado. Me gustaría seguir bebiendo pero la languidez de su cuerpo me indica que está llegando a su límite. Haberla golpeado tanto tiene este efecto. Retiro los cabellos que se le han enmarañado alrededor de la cara, mojados por el sudor que pela su rostro y frente. Respira de forma entrecortada, superficial, y sus ojos están vidriosos, en parte a causa del llanto, pero sobre todo por el esfuerzo que está haciendo para mantenerse despierta. - Estás aguantando mejor de lo que yo me esperaba. Aunque bueno, también influye el hecho de que me he estado conteniendo para no acabar contigo demasiado rápido. Aún no te he mostrado lo más importante, aquello que te hicieron olvidar para protegerte y que yo debo mostrarte para así dar por cumplida mi parte del trato. -Le beso la mejilla sutilmente, casi delicadamente, para luego acariciar su piel aterciopelada. Está tan pálida, y más ahora a causa de la falta de sangre. Eso la hace verse aún más hermosa.
- Según parece, te dijeron que tus padres habían muerto en un incendio accidental mientras estabas de viaje. La realidad, sin embargo, es esta. -Dentro de su mente aparecen una serie de recuerdos dolorosos que tenía deprimidos, y que se deshacen de la magia que los mantenía ocultos con una especie de chasquido. Recuerdos de las llamas, llamas que ella vio y presenció, porque cuando ocurrió no estaba de viaje, sino presente en la propia tragedia. El fuego no había sido en las cocinas, donde le habían dicho, sino en la habitación que por aquel entonces ocupaba ella, la princesa. Y entre las llamas y los gritos de auxilio de sus padres, que estaban quemándose lentamente, estaba él. El hombre al que ha traicionado y que quiere verla hundida. No parecía contento, porque el objetivo no era matarlos a ellos. Sino a ella. Ella debería haber estado en aquella habitación, y no los reyes. Así, la historia hubiera sido distinta. - Te ocultaron la verdad, majestad. Te dijeron que la muerte había sido un accidente cuando en realidad fue fruto de una planeada venganza. Un ataque que iba dirigido realmente a ti, y del que tú te salvaste gracias a tu "guardián". Fue él quien te lo ocultó. Fue él quien te negó el derecho a saber que tus padres murieron por tu culpa. -Ahora, mi misión está completa. La quietud de la joven entre mis brazos es absoluta. La sangre se le ha helado en las venas.
Friðþjófr Yngvarr- Vampiro Clase Alta
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Re: Grita cuanto quieras, nadie va a escucharte
De no ser porque sus latidos eran tan ruidosos como para ser capaz de escucharlos claramente, la joven reina habría afirmado sin asomo de duda que estaba muerta. El dolor era insoportable. No sólo el que procedía de su cuello, de las heridas abiertas que aquel monstruo le había provocado, sino también el que venía de su cabeza. A medida que notaba la consciencia ajena invadiendo la suya propia, notaba como si un millar de afiladas agujas estuvieran tratando de atravesar su carne furiosamente rápido. Desde su interior hacia el exterior. Jamás había experimentado nada como eso, y suplicaba a todos los dioses que conocía que por favor así fuera. Si por algún milagro no moría aquella noche, esperaba jamás volver a sentir nada parecido, o no sería capaz de soportarlo. El dolor físico y el psíquico se entremezclaron tanto que era incapaz de diferenciar uno de otro. Lo que sí notó fue la calidez de la sangre que comenzó a brotarle de ambos orificios nasales, probablemente a causa de la presión que aquella habilidad del vampiro estaba ejerciendo sobre su cerebro. Estaba aterrorizada, y el miedo que antes la hacía patalear y quejarse, ahora la tenía totalmente paralizada. ¿Eso era todo? ¿Aquel sería el final de su vida? ¿Qué había hecho, al final, que fuera digno de ser alabado? Acabaría sus días siendo una reina en el exilio y habiéndole fallado no solamente a su pueblo, sino a la memoria y al legado encomendado por sus padres. ¿Qué dirían de ellas las historias futuras? ¿Sería recordada como una trágica chiquilla, o el hazmerreír de una Escocia que siempre se había enorgullecido de ser fuerte? Patético.
Sin embargo, no tuvo tiempo para ahondar en tales preocupaciones, porque algo parecía haberse roto en su cabeza con un sonoro "crack". Un dique de recuerdos que se habían quedado oprimidos, ocultos, por obra de alguien que era mucho más hábil que ella misma. Lo que vio a continuación, lo que aquellos recuerdos le mostraron, cambiaría para siempre el curso de su vida, la percepción que tenía del mundo, y sobre todo, la confianza que tenía en aquellos que le rodeaban. Al principio, no podía creerlo. ¿Por qué un incendio en su recámara, y qué hacían sus padres allí dentro, precisamente? ¿Por qué estaba Rhaegar, de forma medio translúcida, ante las puertas cerradas de las que se escapaban los gritos de auxilio emitidos por sus progenitores? Tenía que ser mentira. ¡Debía serlo! ¿Cómo iba a olvidar algo así, un evento tan traumático?... Quería pensar que era mentira. Lo deseaba más que nada en el mundo. Pero poco a poco, memoria a memoria, pieza a pieza, todo comenzó a tener sentido.
Recordaba el baile. Recordaba la pelea. Recordaba haber huido a la habitación de Lorick buscando consuelo. Recordaba el bullicio, a la gente diciendo que los reyes estaban buscándola, pero a partir de ahí, todo se había quedado en blanco. Durante mucho tiempo pensó que simplemente había olvidado lo sucedido aquella noche porque nada fuera de lo común había tenido lugar. Tras ese baile fue mandada al extranjero, como había deseado, y tras esto la noticia de la muerte de los reyes le había llegado como carta oficial del capitán de la guardia. Pero ahora que se lo planteaba, ¿cuándo estuvieron sus padres de acuerdo con su partida? ¿Por qué no la despidieron, como tenían por costumbre? ¿Por qué no supo nada de ellos hasta meses más tarde, cuando su muerte fue anunciada? Y sobre todo, ¿por qué nunca se preguntó qué había sido de sus cuerpos, o por qué el entierro había tenido lugar antes incluso de que ella regresara? Ahora lo entendía. Ahora lo sabía. Ahora lo recordaba. Su muerte la había golpeado tan duramente que había perdido todo el sentido del rumbo, del mundo, del tiempo. Se sumió en un pozo del que no podía salir. Apenas pudo decir unas palabras en el funeral, antes de perder el conocimiento. Y sobre todo, sabía quién había hecho que todo aquel sufrimiento desapareciera como por arte de magia. Aquel al que durante noches suplicó que acabara con su angustia, que la dejara marchar con ellos, que la dejara olvidar.
Lorick.
Lorick había decidido cumplir con su petición de la forma más terrible posible. Le había mentido. Le había ahorrado la pena y el dolor a costa de ocultar su culpabilidad. Y todo aquello la estaba golpeando, ahora, de golpe. Ya no le importaba la frialdad de su cuerpo después de perder tanta sangre. No sabía si seguía viva, ni siquiera sentía dolor. De lo único que estaba segura era de que estaba llorando, porque sus gemidos retumbaban en las paredes de aquella mazmorra. Penosos. Lastimeros. Inacabables.
Sin embargo, no tuvo tiempo para ahondar en tales preocupaciones, porque algo parecía haberse roto en su cabeza con un sonoro "crack". Un dique de recuerdos que se habían quedado oprimidos, ocultos, por obra de alguien que era mucho más hábil que ella misma. Lo que vio a continuación, lo que aquellos recuerdos le mostraron, cambiaría para siempre el curso de su vida, la percepción que tenía del mundo, y sobre todo, la confianza que tenía en aquellos que le rodeaban. Al principio, no podía creerlo. ¿Por qué un incendio en su recámara, y qué hacían sus padres allí dentro, precisamente? ¿Por qué estaba Rhaegar, de forma medio translúcida, ante las puertas cerradas de las que se escapaban los gritos de auxilio emitidos por sus progenitores? Tenía que ser mentira. ¡Debía serlo! ¿Cómo iba a olvidar algo así, un evento tan traumático?... Quería pensar que era mentira. Lo deseaba más que nada en el mundo. Pero poco a poco, memoria a memoria, pieza a pieza, todo comenzó a tener sentido.
Recordaba el baile. Recordaba la pelea. Recordaba haber huido a la habitación de Lorick buscando consuelo. Recordaba el bullicio, a la gente diciendo que los reyes estaban buscándola, pero a partir de ahí, todo se había quedado en blanco. Durante mucho tiempo pensó que simplemente había olvidado lo sucedido aquella noche porque nada fuera de lo común había tenido lugar. Tras ese baile fue mandada al extranjero, como había deseado, y tras esto la noticia de la muerte de los reyes le había llegado como carta oficial del capitán de la guardia. Pero ahora que se lo planteaba, ¿cuándo estuvieron sus padres de acuerdo con su partida? ¿Por qué no la despidieron, como tenían por costumbre? ¿Por qué no supo nada de ellos hasta meses más tarde, cuando su muerte fue anunciada? Y sobre todo, ¿por qué nunca se preguntó qué había sido de sus cuerpos, o por qué el entierro había tenido lugar antes incluso de que ella regresara? Ahora lo entendía. Ahora lo sabía. Ahora lo recordaba. Su muerte la había golpeado tan duramente que había perdido todo el sentido del rumbo, del mundo, del tiempo. Se sumió en un pozo del que no podía salir. Apenas pudo decir unas palabras en el funeral, antes de perder el conocimiento. Y sobre todo, sabía quién había hecho que todo aquel sufrimiento desapareciera como por arte de magia. Aquel al que durante noches suplicó que acabara con su angustia, que la dejara marchar con ellos, que la dejara olvidar.
Lorick.
Lorick había decidido cumplir con su petición de la forma más terrible posible. Le había mentido. Le había ahorrado la pena y el dolor a costa de ocultar su culpabilidad. Y todo aquello la estaba golpeando, ahora, de golpe. Ya no le importaba la frialdad de su cuerpo después de perder tanta sangre. No sabía si seguía viva, ni siquiera sentía dolor. De lo único que estaba segura era de que estaba llorando, porque sus gemidos retumbaban en las paredes de aquella mazmorra. Penosos. Lastimeros. Inacabables.
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
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Re: Grita cuanto quieras, nadie va a escucharte
La tomo por los hombros para acercarla a mi cuando finalmente ha perdido el sentido de la realidad, como tratando de consolarla. Nada de eso. Mis malas intenciones son como una neblina venenosa que me rodea, de la que cualquiera es plenamente consciente. Yo no tengo sentimientos, y verla así, llorar de forma tan desesperada, susurrando incoherencias, no sólo no me produce ternura, sino que excita esa parte sádica de la que soy tan consciente. ¡Maravilloso! ¡Exquisito! ¡Espléndido! Ahora está en el clímax de su sufrimiento, y el aroma que procede de su cuerpo, el de su sangre al ser bombeada frenéticamente, es mucho más intenso de lo que lo ha sido hasta ahora. No puedo evitarlo. Mis labios recorren el cuello ajeno con parsimonia, como saboreándolo. Ella ahora yace lánguida, como una muñeca de trapo incapaz de resistirse a mis intentos. Vuelvo a hundir mis colmillos en la piel pálida y delicada, y los pétalos de ese líquido escarlata comienzan a llenar mi boca, mi garganta. Me estremezco. ¡Exquisito! ¡Nunca he probado un manjar semejante!
Su sangre fluye desde la arteria que tengo atrapada entre los colmillos hacia mi interior de forma apresurada, motivada por el todavía alterado palpitar del corazón ajeno. Me siento al límite, a punto de perder el control y terminar por desangrarla. Necesito de toda mi fuerza de voluntad para separarme de ella y de mi banquete. El cuerpo de la joven reina cae, inmóvil, hacia delante, pero a pesar de lo brusco del golpe ni siquiera parece tener fuerzas suficientes como para quejarse o sentir dolor. No soy el único que está al límite, ella también lo ha sobrepasado, y con creces. Aparto con una delicadeza impropias de mi los cabellos de su rostro y me la quedo mirando desde arriba. Tan hermosa. Tan pálida como un cadáver, y con la respiración tan superficial, casi parece ser de porcelana. Me vuelvo a estremecer. Es mía. La quiero para mi. No puedo detenerme ahora, no sabiendo lo placentero que me resulta disfrutar de ella. ¿Por cuánto tiempo seré capaz de mantenerla viva? ¿Cuántos días sobrevivirá si no la alimento? ¿Cómo fluctuará el sabor de su sangre a medida que su hora se vaya acercando? ¡No puedo esperar más! ¡Necesito comprobarlo!
Movido por mis instintos más primarios, vuelvo a acercarme a su silueta inmóvil. Su frialdad y la mía parecen ahora incluso similares. Y sin poder remediarlo, la tomo de la muñeca y vuelvo a buscar saborear su sangre con anhelo. No puedo evitarlo, estoy extasiado con el sabor. El sufrimiento psíquico que he provocado en su mente se está traduciendo en una sangre llena de diferentes tipos de sustancias producidas por su maltratado cerebro. Ni siquiera yo he imaginado que iba a ser tan efectivo. Sé que no voy a poder detenerme, que no quiero detenerme. ¿A quién le importa el dinero cuando puede disfrutar de un regalo que se le ha servido en bandeja? ¡Al cuerno con el encargo de aquel maldito fantasma! Ahora entiendo por qué está tan obsesionado con ella. Yo también la deseo, de una forma que sobrepasa toda lógica. - Qué pena que seas tan frágil, majestet, o te habrías convertido probablemente en mi siguiente juguete favorito después de Eszti... Bueno, casi. -Dibujo una sonrisa maliciosa antes de detenerme del todo y limpiarme las comisuras de los labios. Sospecho que no despertará en al menos dos días, y el alba se acerca, así que es hora de marcharme. Me envuelvo en el manto y la dejo allí tirada, solamente acompañada por el tétrico gritar de las ratas. Si sigue viva cuando regrese, volveré a jugar con ella.
Su sangre fluye desde la arteria que tengo atrapada entre los colmillos hacia mi interior de forma apresurada, motivada por el todavía alterado palpitar del corazón ajeno. Me siento al límite, a punto de perder el control y terminar por desangrarla. Necesito de toda mi fuerza de voluntad para separarme de ella y de mi banquete. El cuerpo de la joven reina cae, inmóvil, hacia delante, pero a pesar de lo brusco del golpe ni siquiera parece tener fuerzas suficientes como para quejarse o sentir dolor. No soy el único que está al límite, ella también lo ha sobrepasado, y con creces. Aparto con una delicadeza impropias de mi los cabellos de su rostro y me la quedo mirando desde arriba. Tan hermosa. Tan pálida como un cadáver, y con la respiración tan superficial, casi parece ser de porcelana. Me vuelvo a estremecer. Es mía. La quiero para mi. No puedo detenerme ahora, no sabiendo lo placentero que me resulta disfrutar de ella. ¿Por cuánto tiempo seré capaz de mantenerla viva? ¿Cuántos días sobrevivirá si no la alimento? ¿Cómo fluctuará el sabor de su sangre a medida que su hora se vaya acercando? ¡No puedo esperar más! ¡Necesito comprobarlo!
Movido por mis instintos más primarios, vuelvo a acercarme a su silueta inmóvil. Su frialdad y la mía parecen ahora incluso similares. Y sin poder remediarlo, la tomo de la muñeca y vuelvo a buscar saborear su sangre con anhelo. No puedo evitarlo, estoy extasiado con el sabor. El sufrimiento psíquico que he provocado en su mente se está traduciendo en una sangre llena de diferentes tipos de sustancias producidas por su maltratado cerebro. Ni siquiera yo he imaginado que iba a ser tan efectivo. Sé que no voy a poder detenerme, que no quiero detenerme. ¿A quién le importa el dinero cuando puede disfrutar de un regalo que se le ha servido en bandeja? ¡Al cuerno con el encargo de aquel maldito fantasma! Ahora entiendo por qué está tan obsesionado con ella. Yo también la deseo, de una forma que sobrepasa toda lógica. - Qué pena que seas tan frágil, majestet, o te habrías convertido probablemente en mi siguiente juguete favorito después de Eszti... Bueno, casi. -Dibujo una sonrisa maliciosa antes de detenerme del todo y limpiarme las comisuras de los labios. Sospecho que no despertará en al menos dos días, y el alba se acerca, así que es hora de marcharme. Me envuelvo en el manto y la dejo allí tirada, solamente acompañada por el tétrico gritar de las ratas. Si sigue viva cuando regrese, volveré a jugar con ella.
Última edición por Friðþjófr Yngvarr el Vie Abr 27, 2018 12:16 pm, editado 1 vez
Friðþjófr Yngvarr- Vampiro Clase Alta
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Re: Grita cuanto quieras, nadie va a escucharte
Las siguientes horas, ¿o eran días?, en aquella mazmorra, transcurrieron sin que ella fueran realmente capaz de recuperar la consciencia. Ahora que el dique que contenía aquellos recuerdos oprimidos en su subconsciente había sido derribado, el pasado más lejano y el más reciente se entremezclaban sin ningún tipo de orden, dejándola aún más confusa. El caos la consumía, la mantienía despierta y agitada, a pesar de que exteriormente el cuerpo de la joven permanecía inerte en todo momento. O casi. El temblor causado por el frío y la humedad de la catacumba era constante, pero aún así, no era capaz de recuperar la consciencia, así de débil la había dejado el ataque psíquico causado por aquel monstruo quien, además, había bebido su sangre de forma tan agresiva. Sinceramente, nada de eso le importaba a aquellas alturas. Se sentía rota, quebrada, agotada, exhausta. Lo único que quería era descansar, dormir y no despertarse, pero la frenética actividad de sus recuerdos no se lo permitía.
Sus momentos como niña le resultaban lejanos pero alegres. A pesar de lo estricto de su educación, no podía negar que había sido feliz. Sus padres no eran propensos a hacer caso de sus caprichos, pero tampoco le negaban aquello que realmente deseaba y que sabían que iba a cuidar con empeño. Caballos, libros, lienzos... Cosas que perdurarían en el tiempo, y que ella juraba por su vida proteger con cariño y esmero. En su adolescencia las cosas se habían ido complicando, ya que sus deseos por aprender y estudiar en el extranjero chocaban de frente con sus obligaciones como la heredera. Ahora que lo pensaba, todo lo malo que había ocurrido después había sido culpa de eso. Ahora lo comprendía, y se culpaba por ello. Conocer a Rhaegar, y la traición que siguió a aquel encuentro, desencadenó el desastre que azotó las vidas de ambos, y que terminó con el trágico asesinato de sus padres.
Habían muerto en su lugar. Y por si el dolor de ese hecho no fuera poco, ahora sabía que Lorick, la persona en la que siempre había creído poder confiar, era quien se lo había ocultado. Quien le había mentido. Quien la hizo olvidar la verdad a fin de que pudiera salir adelante. Algo que en otro momento, y en otras circunstancias, podría considerarse como un acto noble, pero que en realidad no era más que una decisión egoísta. Una decisión que había traicionado la memoria de los monarcas que habían perdido la vida en lugar de una hija que se lo había agradecido escapando de sus obligaciones. Abandonando el reino por el que ellos lucharon. Si realmente iba a morir en aquellas catacumbas, como las ratas, no podía decir que no fuera merecido.
Sus momentos como niña le resultaban lejanos pero alegres. A pesar de lo estricto de su educación, no podía negar que había sido feliz. Sus padres no eran propensos a hacer caso de sus caprichos, pero tampoco le negaban aquello que realmente deseaba y que sabían que iba a cuidar con empeño. Caballos, libros, lienzos... Cosas que perdurarían en el tiempo, y que ella juraba por su vida proteger con cariño y esmero. En su adolescencia las cosas se habían ido complicando, ya que sus deseos por aprender y estudiar en el extranjero chocaban de frente con sus obligaciones como la heredera. Ahora que lo pensaba, todo lo malo que había ocurrido después había sido culpa de eso. Ahora lo comprendía, y se culpaba por ello. Conocer a Rhaegar, y la traición que siguió a aquel encuentro, desencadenó el desastre que azotó las vidas de ambos, y que terminó con el trágico asesinato de sus padres.
Habían muerto en su lugar. Y por si el dolor de ese hecho no fuera poco, ahora sabía que Lorick, la persona en la que siempre había creído poder confiar, era quien se lo había ocultado. Quien le había mentido. Quien la hizo olvidar la verdad a fin de que pudiera salir adelante. Algo que en otro momento, y en otras circunstancias, podría considerarse como un acto noble, pero que en realidad no era más que una decisión egoísta. Una decisión que había traicionado la memoria de los monarcas que habían perdido la vida en lugar de una hija que se lo había agradecido escapando de sus obligaciones. Abandonando el reino por el que ellos lucharon. Si realmente iba a morir en aquellas catacumbas, como las ratas, no podía decir que no fuera merecido.
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
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Re: Grita cuanto quieras, nadie va a escucharte
Las siguientes dos noches ni siquiera me tomo la molestia en ir a visitarla. Sé que es imposible que haya despertado: después de perder tanta sangre, y de verse bombardeada con todos aquellos recuerdos, su cuerpo estará tan sumido en el shock que incluso sus reacciones serán aburridas. Me contento con saborear la sangre de un par de maleantes con los que me topo en uno de mis paseos por los barrios bajos de la ciudad. Sin embargo, la sangre de mala calidad, como de costumbre, me produce mal humor. Las toxinas causadas por la mala alimentación, las drogas y la insalubridad no hacen la sangre precisamente apetitosa. En seguida me arrepiento de la decisión tomada. Dos días tomando "comida basura" y ya vuelvo a necesitar otra dosis de ese elixir tan puro que tengo escondido bajo la superficie de esta ciudad decadente. Al tercer día me rindo, y decido regresar a ver a la reina. Ni siquiera se ha movido. Su cuerpo tiembla, en el piso, retorciéndose de vez en cuando a causa del dolor y del frío. Francamente, me sorprende que no haya muerto, pero también me congratula saber que puedo volver a probarla. No siempre es fácil toparse con comida de semejante calidad, y mucho menos cuando la has encontrado por un encargo.
La agito a fin de que recobre el sentido, solamente para volver a excitarme al ver el miedo, el pavor, brillando en sus ojos nuevamente. Al principio parece perdida, como si no lograra recordar dónde se encuentra, pero luego vuelve en sí lo suficiente como para ponerse a gritar y tratar de apartarme usando las pocas fuerzas que todavía le quedan. Le digo varias veces que es inútil que luche, que se resista, pero no parece estar escuchando. De sus labios salen incoherencias, seguidos de distintos sinónimos de la palabra monstruo, e incluso ésta misma en otros idiomas. ¡Já! Los insultos no son algo contra lo que no pueda hacer frente. Más bien al contrario, alimentan mi ego y mis deseos de destrozar la poca cordura y espíritu que le quedan.
- Vamos, vamos, tampoco es para tanto. Deberías estarme agradecida en realidad: te he dejado descansar durante dos días enteros, y además, hoy te he traído un poco de comida. -Dicho esto saco el mendrugo de pan duro que tengo guardado dentro de la chaqueta. Me resulta sumamente entretenido ver cómo aquellos que alguna vez lo tuvieron todo deben rebajarse a comer prácticamente basura cuando se encuentran en necesidad. La mujer, sin embargo, no parece dispuesta a querer complacerme. A pesar de que su forcejeo no produce nada más que cosquillas para alguien como yo, comienza a sacarme de quicio. Finalmente, opto por la solución más rápida. Tras tomarla por el cuello con fuerza, obligo a que se me quede mirando y le relleno la boca con el trozo de pan reseco, cortándole así la respiración. Es curioso ver los distintos efectos que la falta de oxígeno tiene en los mortales. Su piel, primero, se va volviendo amoratada, y sus músculos se ponen más y más rígidos... No puedo resistirlo: cuando me quiero dar cuenta, mis colmillos ya están hundidos en el mismo cuello que hasta hace unos segundos estaba sujetando.
La agito a fin de que recobre el sentido, solamente para volver a excitarme al ver el miedo, el pavor, brillando en sus ojos nuevamente. Al principio parece perdida, como si no lograra recordar dónde se encuentra, pero luego vuelve en sí lo suficiente como para ponerse a gritar y tratar de apartarme usando las pocas fuerzas que todavía le quedan. Le digo varias veces que es inútil que luche, que se resista, pero no parece estar escuchando. De sus labios salen incoherencias, seguidos de distintos sinónimos de la palabra monstruo, e incluso ésta misma en otros idiomas. ¡Já! Los insultos no son algo contra lo que no pueda hacer frente. Más bien al contrario, alimentan mi ego y mis deseos de destrozar la poca cordura y espíritu que le quedan.
- Vamos, vamos, tampoco es para tanto. Deberías estarme agradecida en realidad: te he dejado descansar durante dos días enteros, y además, hoy te he traído un poco de comida. -Dicho esto saco el mendrugo de pan duro que tengo guardado dentro de la chaqueta. Me resulta sumamente entretenido ver cómo aquellos que alguna vez lo tuvieron todo deben rebajarse a comer prácticamente basura cuando se encuentran en necesidad. La mujer, sin embargo, no parece dispuesta a querer complacerme. A pesar de que su forcejeo no produce nada más que cosquillas para alguien como yo, comienza a sacarme de quicio. Finalmente, opto por la solución más rápida. Tras tomarla por el cuello con fuerza, obligo a que se me quede mirando y le relleno la boca con el trozo de pan reseco, cortándole así la respiración. Es curioso ver los distintos efectos que la falta de oxígeno tiene en los mortales. Su piel, primero, se va volviendo amoratada, y sus músculos se ponen más y más rígidos... No puedo resistirlo: cuando me quiero dar cuenta, mis colmillos ya están hundidos en el mismo cuello que hasta hace unos segundos estaba sujetando.
Friðþjófr Yngvarr- Vampiro Clase Alta
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Re: Grita cuanto quieras, nadie va a escucharte
Siempre he dicho que la venganza es un plato que se sirve mejor frío, y con el paso de los años, no es algo en lo que haya cambiado de parecer. Desde el momento en que empecé a planear su caída hasta el presente, cuando finalmente estoy empezando a ver los frutos de mis actos desde la muerte de los antiguos reyes, si bien el plan ha tenido tiempo para enfriarse, mi odio hacia ella, hacia su familia y dinastía, no ha hecho más que incrementarse. Por fin puedo regocijarme con el inicio de su caída en desgracia. Contratar los servicios de ese chupasangres fue pan comido. Los sujetos como él hacen cualquier cosa si se les promete una suma cuantiosa de dinero y la posibilidad de dar rienda suelta a sus deseos más sádicos. Aunque lo segundo no fuera parte de mi plan precisamente, necesitaba de alguien con sus dones a fin de hacerle recordar lo que otros la habían forzado a olvidar, la verdad acerca de lo que hice, de cómo asesiné a sus padres en su lugar. Ella está viva a causa de la muerte de los que le dieron la vida. Saber eso la llevaría hasta el fondo, siempre lo supe. Pero con eso no me bastaba. También quería verla sufrir físicamente, psíquicamente, de todas las formas posibles.
Pero nunca pensé que era su momento de morir. No, Irïna de Hanover necesitaba descender a un infierno aún más profundo antes de abandonar este mundo, y cuando lo hiciera, su muerte vendría de mi mano, no de parte de un completo desconocido que simplemente quiere acabar con ella para satisfacer su sed de sangre. Por eso mismo no dejé de observarlos a ambos durante el tiempo que duró su cautiverio. Debo reconocer que me excitó sobremanera verla maltratada de un modo tan visceral, pero también me causó una profunda sensación de celos. Al fin y al cabo, ni siquiera yo mismo había estado en contacto tan directo con aquella piel. con aquella carne que el vampiro se había encargado de profanar. Quizá fueron mis celos precisamente lo que me llevaron a detenerlo antes de que la reina expirase su último aliento.
- Ya es suficiente. ¿Qué cree que hace, señor Yngvarr? Creí decirle que únicamente debía asustarla, y a juzgar por el estado en que se encuentra, ha hecho mucho más que eso. -Mi presencia no pareció sorprenderle en absoluto. Era normal, a una criatura tan antigua como lo era él, probablemente no hubiera forma de ocultarle nada. Apartándolo de un manotazo, me dirigí a la monarca que, inconsciente, seguía encadenada a la pared. Deshice sus ataduras sin molestarme en fijarme en la expresión de enfado del vampiro. A pesar de que su simple existencia provocara el terror en otros seres, ya no había nada que yo pudiera temer. Los muertos no pueden morir una segunda vez. - Un trato es un trato. Dado que ha cumplido con su palabra, yo haré lo propio y le daré la información necesaria para que encuentre a su progenie. En estos documentos está la localización completa de la señorita Haborym. Como podrá ver, la última vez fue vista en Rumanía... Dicho esto, procederé a llevarme a la reina a otro lugar. Si me disculpa... -Dicho aquello, me marché con Irïna en brazos, para finalmente llevarla hasta la profundidad del bosque. A juzgar por su respiración, ya más normalizada, no tardaría mucho en despertarse.
- No os confiéis, majestad. Vuestra pesadilla no ha hecho más que comenzar... -Mi silueta se fue difuminando en el ambiente a medida que sus párpados se abrían.
Pero nunca pensé que era su momento de morir. No, Irïna de Hanover necesitaba descender a un infierno aún más profundo antes de abandonar este mundo, y cuando lo hiciera, su muerte vendría de mi mano, no de parte de un completo desconocido que simplemente quiere acabar con ella para satisfacer su sed de sangre. Por eso mismo no dejé de observarlos a ambos durante el tiempo que duró su cautiverio. Debo reconocer que me excitó sobremanera verla maltratada de un modo tan visceral, pero también me causó una profunda sensación de celos. Al fin y al cabo, ni siquiera yo mismo había estado en contacto tan directo con aquella piel. con aquella carne que el vampiro se había encargado de profanar. Quizá fueron mis celos precisamente lo que me llevaron a detenerlo antes de que la reina expirase su último aliento.
- Ya es suficiente. ¿Qué cree que hace, señor Yngvarr? Creí decirle que únicamente debía asustarla, y a juzgar por el estado en que se encuentra, ha hecho mucho más que eso. -Mi presencia no pareció sorprenderle en absoluto. Era normal, a una criatura tan antigua como lo era él, probablemente no hubiera forma de ocultarle nada. Apartándolo de un manotazo, me dirigí a la monarca que, inconsciente, seguía encadenada a la pared. Deshice sus ataduras sin molestarme en fijarme en la expresión de enfado del vampiro. A pesar de que su simple existencia provocara el terror en otros seres, ya no había nada que yo pudiera temer. Los muertos no pueden morir una segunda vez. - Un trato es un trato. Dado que ha cumplido con su palabra, yo haré lo propio y le daré la información necesaria para que encuentre a su progenie. En estos documentos está la localización completa de la señorita Haborym. Como podrá ver, la última vez fue vista en Rumanía... Dicho esto, procederé a llevarme a la reina a otro lugar. Si me disculpa... -Dicho aquello, me marché con Irïna en brazos, para finalmente llevarla hasta la profundidad del bosque. A juzgar por su respiración, ya más normalizada, no tardaría mucho en despertarse.
- No os confiéis, majestad. Vuestra pesadilla no ha hecho más que comenzar... -Mi silueta se fue difuminando en el ambiente a medida que sus párpados se abrían.
Rhaegar W. Frimost- Fantasma
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Fecha de inscripción : 08/07/2014
Re: Grita cuanto quieras, nadie va a escucharte
Cuando sus ojos se abrieron finalmente, lo primero que pudo apreciar fue la silenciosa silueta de los árboles al moverse, bailando al son del viento. Ante semejante imagen, tan distinta a lo último que recordaba antes de perder el conocimiento, no pudo evitar preguntarse si lo que había vivido en los últimos días, las últimas semanas, no había sido fruto de su imaginación, un mal sueño del que finalmente se había despertado. Al intentar incorporarse, y sentir el profundo dolor que le recorría todo el cuerpo, fue consciente de que se trataba de la realidad. No hacía demasiado desde que descubriera que en el mundo habían criaturas distintas a los seres humanos. Rhaegar había regresado de la muerte para atormentarla, y Lorick... Lorick escondía otra naturaleza en su interior. Ahora, además, sabía que los vampiros no eran simplemente criaturas salidas de los cuentos o las fábulas. Eran reales. Y ella había sido cautiva de uno de ellos por lo que le parecía una eternidad.
Quizá lo más extraño fuera pensar en cómo demonios había escapado de su "cárcel" y había acabado en medio de un bosque. ¿Qué demonios había sucedido? ¿Realmente la había liberado, o había muerto y ascendido al paraíso? No. Sabía que esto último no podía ser cierto. Alguien como ella ya no podía entrar en el cielo, no después de saber lo que su supervivencia había implicado para sus padres. Como pudo, se levantó y comenzó a caminar, a trompicones, en dirección a una zona que conocía demasiado bien, por la cantidad de veces en que la había frecuentado desde que llegase a París.
La muerte de sus padres, había sido culpa suya. Culpa de esa miserable niña asustada, sucia y rota que ahora lloraba, ante sí, devolviéndole la mirada desde las sucias aguas del pantano. La habían obligado a olvidar algo tan importante, pensando que así su mente se despejaría, pero no había surtido efecto. Después de quién sabía cuántas noches, aquel monstruo la había dejado salir, una vez se había cerciorado de que las memorias que había recuperado desde detrás de aquel muro que le habían impuesto eran firmes. Cuando la vio lo bastante perdida en su propio dolor como para saber que no podría levantarse de nuevo. Ni siquiera las heridas que decoraban sus brazos, de colmillos, de garras y de grilletes, dolían lo bastante como para opacar el nudo que tenía en la garganta, o el hueco en su corazón. Si antes tenía la fortaleza mentar para creer que incluso sola sería capaz de tomar las riendas de su vida, ahora dudaba poder llegar a un mañana. Mentiras. Tantas y tantas mentiras. Para hacer que sobreviviera le habían ocultado la verdad: que los reyes murieron en su lugar. Que lo que los mató fue un alguien, no un algo. Que quien los mató siempre quiso matarla a ella, y había fallado. Que ella estaba viva por error. Todo su sentido de identidad se había esfumado.
Porque después de todo, una persona sin pasado, y sin futuro, ¿sigue siendo una persona?
La daga brilló en su mano, y sus ojos, de repente, dejaron de emitir lágrimas.
- Father, mother... I've missed you... -El viento silbaba a través de los árboles.
Quizá lo más extraño fuera pensar en cómo demonios había escapado de su "cárcel" y había acabado en medio de un bosque. ¿Qué demonios había sucedido? ¿Realmente la había liberado, o había muerto y ascendido al paraíso? No. Sabía que esto último no podía ser cierto. Alguien como ella ya no podía entrar en el cielo, no después de saber lo que su supervivencia había implicado para sus padres. Como pudo, se levantó y comenzó a caminar, a trompicones, en dirección a una zona que conocía demasiado bien, por la cantidad de veces en que la había frecuentado desde que llegase a París.
***
La muerte de sus padres, había sido culpa suya. Culpa de esa miserable niña asustada, sucia y rota que ahora lloraba, ante sí, devolviéndole la mirada desde las sucias aguas del pantano. La habían obligado a olvidar algo tan importante, pensando que así su mente se despejaría, pero no había surtido efecto. Después de quién sabía cuántas noches, aquel monstruo la había dejado salir, una vez se había cerciorado de que las memorias que había recuperado desde detrás de aquel muro que le habían impuesto eran firmes. Cuando la vio lo bastante perdida en su propio dolor como para saber que no podría levantarse de nuevo. Ni siquiera las heridas que decoraban sus brazos, de colmillos, de garras y de grilletes, dolían lo bastante como para opacar el nudo que tenía en la garganta, o el hueco en su corazón. Si antes tenía la fortaleza mentar para creer que incluso sola sería capaz de tomar las riendas de su vida, ahora dudaba poder llegar a un mañana. Mentiras. Tantas y tantas mentiras. Para hacer que sobreviviera le habían ocultado la verdad: que los reyes murieron en su lugar. Que lo que los mató fue un alguien, no un algo. Que quien los mató siempre quiso matarla a ella, y había fallado. Que ella estaba viva por error. Todo su sentido de identidad se había esfumado.
Porque después de todo, una persona sin pasado, y sin futuro, ¿sigue siendo una persona?
La daga brilló en su mano, y sus ojos, de repente, dejaron de emitir lágrimas.
- Father, mother... I've missed you... -El viento silbaba a través de los árboles.
TEMA FINALIZADO
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
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