AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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DeLa fuite éternelle finit dans cette ville [Privado]
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DeLa fuite éternelle finit dans cette ville [Privado]
París era una ciudad como otra cualquiera para alguien que tenía el mundo a su disposición, como ocurría con Víktor. Un destino al que había llegado por casualidad y que esperaba que le sirviera para encontrar algo de entretenimiento. Una ardua tarea que no todas las ciudades que había visitado habían servido para tal fin. La oscuridad de la noche era siempre la misma, aunque el escenario cambiara. Vivir entre las sombras, presenciar todos los cambios del mundo, podía despertar cierta apatía en cualquiera, pero el vampiro no era de los que se rendía ante nada. Sí, la eternidad le pertenecía y combatiría el aburrimiento fuera como fuera. Una buena copa no sería un mal comienzo.
Le gustaban esos sitios sucios, aquellos en los que nadie con un mínimo de decencia pondría un pie. Mejor, él no era decente. Allí estaría con los suyos y puede que, incluso, disfrutara de un poco de sangre exótica. Se relamió, pensando en alguna prostituta de piel de color canela que le dejara rasgar su cuello con sus colmillos y beber su preciada sangre. Pagando, por supuesto, y tal vez una cantidad considerable, pero hacía mucho que se había cansado de jugar y en París no disponía de una persona de confianza que le sirviera de cena cada vez que la sed se hiciera patente en él, cada vez que la necesidad de sangre mermara sus capacidades.
Caminó por las calles parisinas con parsimonia, no tenía prisa alguna, aunque tampoco se puede decir que estuviera observando con detenimiento a su alrededor. No, los pocos transeúntes que habían decidido despedir el día con un paseo nocturno no eran de su interés. Tan solo quería una buena copa del licor más fuerte que tuvieran, un cigarro y algo de distracción. No buscaba hacer amigos, estaba bien como estaba. La soledad era, sin duda alguna, lo que más le gustaba, puesto que su paciencia tenía un límite demasiado débil y le asqueaban las conversaciones sin sentido en las que simples conocidos solían involucrarse para convertir el silencio y el encontrarse solo. Él no se encontraba así, todo lo contrario. Disfrutaba de no tener que soportar ese tipo de comportamiento.
Alguien echó del local al que se dirigía a un borracho y el vampiro tuvo que contener una carcajada al observar al elemento que intentaba erguirse sin demasiado éxito. Desde allí podía oler como su cuerpo entero estaba impregnado de lo que supuso que sería coñac e hizo una mueca de asco, a causa de la bebida y a causa de lo patético de ese hombre a partes iguales. Pasó por su lado sin detenerse, como si allí no hubiera nadie tirado en el suelo, y volvió a cerrar la puerta tras de sí. Buscó con la mirada una mesa apartada, oscura, una en la que poder hacer y deshacer a su antojo sin ser molestado, pero sus ojos se detuvieron en una figura femenina que reconocería en cualquier lugar. Su cuerpo se tensó. De forma inconsciente apretó los puños y, durante un instante, pensó en largarse de allí, pero sus pies tenían vida propia y antes de darse cuenta de lo que hacía estaba caminando hacia ella, hasta quedar a su espalda. Solo fue capaz de una cosa, y eso fue pronunciar su nombre, de forma ronca.─Milenka.
Le gustaban esos sitios sucios, aquellos en los que nadie con un mínimo de decencia pondría un pie. Mejor, él no era decente. Allí estaría con los suyos y puede que, incluso, disfrutara de un poco de sangre exótica. Se relamió, pensando en alguna prostituta de piel de color canela que le dejara rasgar su cuello con sus colmillos y beber su preciada sangre. Pagando, por supuesto, y tal vez una cantidad considerable, pero hacía mucho que se había cansado de jugar y en París no disponía de una persona de confianza que le sirviera de cena cada vez que la sed se hiciera patente en él, cada vez que la necesidad de sangre mermara sus capacidades.
Caminó por las calles parisinas con parsimonia, no tenía prisa alguna, aunque tampoco se puede decir que estuviera observando con detenimiento a su alrededor. No, los pocos transeúntes que habían decidido despedir el día con un paseo nocturno no eran de su interés. Tan solo quería una buena copa del licor más fuerte que tuvieran, un cigarro y algo de distracción. No buscaba hacer amigos, estaba bien como estaba. La soledad era, sin duda alguna, lo que más le gustaba, puesto que su paciencia tenía un límite demasiado débil y le asqueaban las conversaciones sin sentido en las que simples conocidos solían involucrarse para convertir el silencio y el encontrarse solo. Él no se encontraba así, todo lo contrario. Disfrutaba de no tener que soportar ese tipo de comportamiento.
Alguien echó del local al que se dirigía a un borracho y el vampiro tuvo que contener una carcajada al observar al elemento que intentaba erguirse sin demasiado éxito. Desde allí podía oler como su cuerpo entero estaba impregnado de lo que supuso que sería coñac e hizo una mueca de asco, a causa de la bebida y a causa de lo patético de ese hombre a partes iguales. Pasó por su lado sin detenerse, como si allí no hubiera nadie tirado en el suelo, y volvió a cerrar la puerta tras de sí. Buscó con la mirada una mesa apartada, oscura, una en la que poder hacer y deshacer a su antojo sin ser molestado, pero sus ojos se detuvieron en una figura femenina que reconocería en cualquier lugar. Su cuerpo se tensó. De forma inconsciente apretó los puños y, durante un instante, pensó en largarse de allí, pero sus pies tenían vida propia y antes de darse cuenta de lo que hacía estaba caminando hacia ella, hasta quedar a su espalda. Solo fue capaz de una cosa, y eso fue pronunciar su nombre, de forma ronca.─Milenka.
Víktor Von Kleist- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 10
Fecha de inscripción : 24/03/2016
Re: DeLa fuite éternelle finit dans cette ville [Privado]
Los lugares alejados no eran por norma común el sitio al que Milenka se iba a cazar aunque en alguna ocasión hubiera recurrido a ello, esa noche no era una de ellas. No se encontraba de humor como para tener que alejarse de la muchedumbre para conseguirse un bocado que llevarse a la boca, caminaría –sola como acostumbraba a estar- hasta que un olor le llamara la atención como para comenzar la cacería. Así actuaba, los impulsos movían su vida salvo en momentos en que algo merecía todo el control de la situación que pudiera tener, ocasiones en que la vampiresa se convertía en la maestra de la manipulación. No conocía persona alguna que pudiera decir de ella que era buena o caritativa pero, ¿cómo culparla? Milenka no se imaginaba la vida eterna teniendo que valorar la opción buena y la mala, teniendo que tener en cuenta los sentimientos y necesidades de los demás. No… la eternidad era demasiado tiempo como andar por la vida complicándose por culpa de quienes le rodeaban. El mal humor no mejoró a medida que paseaba por el centro de la ciudad, no había un solo rastro de sangre que le hiciera sentir sus colmillos afilados, ni una sola persona despertaba su apetito y eso les hacía aún más insignificantes de lo que ya de por sí eran para ella. Enderezó su paseo hacia una de las tabernas en las que de vez en cuando bebía hasta la saciedad, mucho debía ser el alcohol que esta ingiriera para notarse ebria por lo que de vez en cuando era divertido desplumar y ridiculizar a los insectos que se hacían llamar hombres. Pocos hombres reales había conocido en su vida, tal vez cuatro, como mucho cinco y por supuesto todos seres de la noche como ella.
Al llegar a la taberna lo primero que hizo fue controlar a quien ya se encontraba allí. Todos humanos, perfecto. Al contrario que otras veces en que buscaba un lugar más apartado, en esta ocasión se acercó a la barra y tomó asiento en uno de los taburetes altos que había, -el mejor whisky que tengas, la botella-, el tono empleado rozaba el insulto, mas nadie en su sano juicio osaría protestarle, ya no por su condición –pues todos ignoraban ese pequeño detalle- sino por su posición social. Milenka dejaba claro constantemente que estaba en un escalafón superior a todo quien le rodeaba, no cabía duda de que se trataba de una mujer con poder y dinero. Sus ropajes tan exquisitos y suntuosos como caros, no eran nada en comparación con las joyas que acostumbraba a lucir. Tenía varias joyas con un diamante negro engastado que dejaban claro su pertenencia al clan de los cuatro hijos de Adán, en esa ocasión era un anillo; así como un sello con el escudo Ducado Mayfair. Golpeó la barra con la palma dos veces cansada de esperar su bebida mientras el camarero se dedicaba a hablar con el que parecía ser un cliente habitual. -Si no quieres problemas te recomiendo que me sirvas con rapidez cada vez que te ordene algo-, aunque para los demás no fuera así, la duquesa estaba manifestando una paciencia fuera de lo común pues por ganas estaría destripando, degollando y torturando a cada uno de los hombres allí presentes. Alzó la mano cuando este fue a protestar y señaló la botella que quería, no fue hasta que la tuvo ante ella que consiguió relajarse.
Con el primer trago del vaso ancho vino el olor. Ese olor sería completamente familiar para ella por muchos años que pasaran pero estaba preparada para él.
No tuvo siquiera que girarse para saber que era él. Los pasos del vampiro se aventuraron en su dirección haciendo así saber a Milenka que él también la había reconocido. La tensión de su cuerpo la preparó para cualquier cosa, su relación con Viktor, con su creador, había acabado con la misma rapidez con que comenzó. En lo que tardó el milenario en colocarse tras ella, Milenka recordó toda su relación desde el comienzo hasta el final. El dolor de la transformación, su primera presa y el goce que le supuso ir descubriendo sus poderes, la unión mental y física que sentía junto a él y el momento en que decidió que estaría mejor sola. No le avisó, no le escribió, simplemente desapareció y ahora volvían a juntarse. Despacio giró sobre sí misma para enfrentarse a su pasado, a su familia. -Viktor…-, mientras la voz de su sire se le había antojado demasiado ronca, la propia salió siseante. Parecía que ninguno de los dos sabían a que se estaban exponiendo al encararse por lo que decidió señalar el asiento junto a ella y alzar la mano hacia el camarero, -¡otro vaso!-, exclamó para que la escuchara por encima de los vociferantes borrachos. -Bien, ¿qué haces en París… padre?-, era consciente de que Viktor odiaba que le llamara así pues nunca actuó como tal, y quizás por eso mismo lo hacía, la mejor defensa era un buen ataque. Era él el único hombre con el que no se sentía totalmente segura, a quien más respeto podía decir tener y aún así a quien más se había revelado. Podía decirse que le quería a su manera, pues el corazón de Milenka no albergaba sitio para un amor tradicional y fiel, pero le debía a ese hombre curtido todo lo que era aunque no le diera las gracias jamás.
Al llegar a la taberna lo primero que hizo fue controlar a quien ya se encontraba allí. Todos humanos, perfecto. Al contrario que otras veces en que buscaba un lugar más apartado, en esta ocasión se acercó a la barra y tomó asiento en uno de los taburetes altos que había, -el mejor whisky que tengas, la botella-, el tono empleado rozaba el insulto, mas nadie en su sano juicio osaría protestarle, ya no por su condición –pues todos ignoraban ese pequeño detalle- sino por su posición social. Milenka dejaba claro constantemente que estaba en un escalafón superior a todo quien le rodeaba, no cabía duda de que se trataba de una mujer con poder y dinero. Sus ropajes tan exquisitos y suntuosos como caros, no eran nada en comparación con las joyas que acostumbraba a lucir. Tenía varias joyas con un diamante negro engastado que dejaban claro su pertenencia al clan de los cuatro hijos de Adán, en esa ocasión era un anillo; así como un sello con el escudo Ducado Mayfair. Golpeó la barra con la palma dos veces cansada de esperar su bebida mientras el camarero se dedicaba a hablar con el que parecía ser un cliente habitual. -Si no quieres problemas te recomiendo que me sirvas con rapidez cada vez que te ordene algo-, aunque para los demás no fuera así, la duquesa estaba manifestando una paciencia fuera de lo común pues por ganas estaría destripando, degollando y torturando a cada uno de los hombres allí presentes. Alzó la mano cuando este fue a protestar y señaló la botella que quería, no fue hasta que la tuvo ante ella que consiguió relajarse.
Con el primer trago del vaso ancho vino el olor. Ese olor sería completamente familiar para ella por muchos años que pasaran pero estaba preparada para él.
No tuvo siquiera que girarse para saber que era él. Los pasos del vampiro se aventuraron en su dirección haciendo así saber a Milenka que él también la había reconocido. La tensión de su cuerpo la preparó para cualquier cosa, su relación con Viktor, con su creador, había acabado con la misma rapidez con que comenzó. En lo que tardó el milenario en colocarse tras ella, Milenka recordó toda su relación desde el comienzo hasta el final. El dolor de la transformación, su primera presa y el goce que le supuso ir descubriendo sus poderes, la unión mental y física que sentía junto a él y el momento en que decidió que estaría mejor sola. No le avisó, no le escribió, simplemente desapareció y ahora volvían a juntarse. Despacio giró sobre sí misma para enfrentarse a su pasado, a su familia. -Viktor…-, mientras la voz de su sire se le había antojado demasiado ronca, la propia salió siseante. Parecía que ninguno de los dos sabían a que se estaban exponiendo al encararse por lo que decidió señalar el asiento junto a ella y alzar la mano hacia el camarero, -¡otro vaso!-, exclamó para que la escuchara por encima de los vociferantes borrachos. -Bien, ¿qué haces en París… padre?-, era consciente de que Viktor odiaba que le llamara así pues nunca actuó como tal, y quizás por eso mismo lo hacía, la mejor defensa era un buen ataque. Era él el único hombre con el que no se sentía totalmente segura, a quien más respeto podía decir tener y aún así a quien más se había revelado. Podía decirse que le quería a su manera, pues el corazón de Milenka no albergaba sitio para un amor tradicional y fiel, pero le debía a ese hombre curtido todo lo que era aunque no le diera las gracias jamás.
Milenka Mayfair- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 86
Fecha de inscripción : 11/06/2015
Re: DeLa fuite éternelle finit dans cette ville [Privado]
Los olores eran algo que fascinaba al vampiro. Estaba claro que los hijos de la noche estaban más que acostumbrados a dejarse llevar por un aroma que los cautivara, pero Víktor iba más allá. Le gustaba saborear, por así decirlo, los distintos olores que impregnaban el aire, caminar siguiendo alguno que le llamara especialmente la atención y clavar sus colmillos en el frágil cuello de la inocente víctima escogida, que no tenía más culpa que la de poseer un aroma que pudiera, incluso, llegar a enloquecer al vampiro. El hombre entrecerró los ojos unos segundos. Nunca se había vuelto tan loco como para acabar convirtiendo a alguien. Tan solo una vez. Una muchacha despertó su curiosidad y avivó su deseo, hasta el punto de que consideró que era casi una obligación entregarle la inmortalidad. Sintió el deseo de ser él la persona que le otorgara ese regalo, si es que a alguien como él se le podía considerar persona y si el regalo puede ser visto como tal y no como una maldición. Fuera como fuera, y aunque sus caminos se separaron hacía ya bastante, no se arrepentía de lo que había hecho y su imagen y su olor seguían persiguiéndolo. No la había olvidado, en absoluto, y sabía que no la iba a olvidar, por mucho que decidiera transformar a alguien más. Algo que, por otra parte, no iba a ocurrir.
Era por ese motivo, porque todavía tenía su olor grabado a fuego sobre su piel, que la identificó nada más entrar en la taberna. Al principio pensó que era una broma pesada que su propia mente le estaba brindando, pero una voz en su interior le dijo que no era así, por lo que deslizó su mirada por ese local de mala muerte y no tardó mucho en dar con ella. Sería imposible no fijarse en su cabello, en su espalda y, sobre todo, en el magnetismo que toda ella desprendía. Se mordió el labio inferior y apretó los puños, nervioso y cabreado. No sabía si habría preferido no volver a verla en toda su vida o, por el contrario, se alegraba de saber que estaba bien, que esta allí, cerca de él. Carraspeó y se revolvió el cabello. Necesitaba una buena copa. O tal vez dos. Un whisky con muchos años o un aguardiente que le quemara la garganta y le hiciera estremecerse. Optó por quedarse unos segundos observándola, estudiándola. Tal vez pudiera ver algo que delatara su presencia allí o que le indicara que ella se había dado cuenta de la suya. Sin embargo, no encontró nada sobre eso, más bien se dio cuenta de la cantidad de ojos que estaban pendientes de la vampiresa. Algo que hizo que él recorriera la distancias que los separaba y se colocara justo detrás de ella, hasta que se diera la vuelta y lo observara con esos penetrantes ojos que tan bien recordaba.
Contuvo un gruñido que pugnaba por escapar de sus labios al escucharle llamarlo padre y se sentó a su lado, aceptando sin palabras su ofrecimiento. Miró por el rabillo del ojo como pedía otra copa, pero continuó sin decir nada durante unos minutos que se le asemejaron más largos que todo lo que había vivido hasta ahora. Cuando el camarero trajo la nueva copa se la arrebató y se la bebió de un trago, pidiendo otras dos de inmediato, ya que intuía, por no decir que estaba casi completamente seguro, que Milenka se iba a enfadar con su pequeño gesto. Eso era una de las cosas que le gustaban de ella, que habían llamado su atención: su carácter, su genio.-¿Qué hago en París?-repitió, sopesando su respuesta unos segundos-Nada en particular, es una ciudad como otra cualquiera. Y no es bueno quedarse mucho tiempo en una en concreto. La gente como nosotros podemos llamar la atención sin pretenderlo-dijo-Además-añadió, acercándose a ella para susurrarle en el oído y que nadie escuchara lo siguiente que iba a decir-Hay que aprovechar la eternidad que tenemos y que somos libres como el viento para ir de un lado a otro, creo que tú sabes mucho de eso-comentó y dio un pequeño trago a una de las dos nuevas copas que el camarero acababa de dejar justo delante de ellos.-¿Y tú, encanto? ¿Qué te trae por esta ciudad?
Era por ese motivo, porque todavía tenía su olor grabado a fuego sobre su piel, que la identificó nada más entrar en la taberna. Al principio pensó que era una broma pesada que su propia mente le estaba brindando, pero una voz en su interior le dijo que no era así, por lo que deslizó su mirada por ese local de mala muerte y no tardó mucho en dar con ella. Sería imposible no fijarse en su cabello, en su espalda y, sobre todo, en el magnetismo que toda ella desprendía. Se mordió el labio inferior y apretó los puños, nervioso y cabreado. No sabía si habría preferido no volver a verla en toda su vida o, por el contrario, se alegraba de saber que estaba bien, que esta allí, cerca de él. Carraspeó y se revolvió el cabello. Necesitaba una buena copa. O tal vez dos. Un whisky con muchos años o un aguardiente que le quemara la garganta y le hiciera estremecerse. Optó por quedarse unos segundos observándola, estudiándola. Tal vez pudiera ver algo que delatara su presencia allí o que le indicara que ella se había dado cuenta de la suya. Sin embargo, no encontró nada sobre eso, más bien se dio cuenta de la cantidad de ojos que estaban pendientes de la vampiresa. Algo que hizo que él recorriera la distancias que los separaba y se colocara justo detrás de ella, hasta que se diera la vuelta y lo observara con esos penetrantes ojos que tan bien recordaba.
Contuvo un gruñido que pugnaba por escapar de sus labios al escucharle llamarlo padre y se sentó a su lado, aceptando sin palabras su ofrecimiento. Miró por el rabillo del ojo como pedía otra copa, pero continuó sin decir nada durante unos minutos que se le asemejaron más largos que todo lo que había vivido hasta ahora. Cuando el camarero trajo la nueva copa se la arrebató y se la bebió de un trago, pidiendo otras dos de inmediato, ya que intuía, por no decir que estaba casi completamente seguro, que Milenka se iba a enfadar con su pequeño gesto. Eso era una de las cosas que le gustaban de ella, que habían llamado su atención: su carácter, su genio.-¿Qué hago en París?-repitió, sopesando su respuesta unos segundos-Nada en particular, es una ciudad como otra cualquiera. Y no es bueno quedarse mucho tiempo en una en concreto. La gente como nosotros podemos llamar la atención sin pretenderlo-dijo-Además-añadió, acercándose a ella para susurrarle en el oído y que nadie escuchara lo siguiente que iba a decir-Hay que aprovechar la eternidad que tenemos y que somos libres como el viento para ir de un lado a otro, creo que tú sabes mucho de eso-comentó y dio un pequeño trago a una de las dos nuevas copas que el camarero acababa de dejar justo delante de ellos.-¿Y tú, encanto? ¿Qué te trae por esta ciudad?
Víktor Von Kleist- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 10
Fecha de inscripción : 24/03/2016
Re: DeLa fuite éternelle finit dans cette ville [Privado]
Le dieron ganas de reír, o era imaginación suya o Viktor estaba incómodo en su presencia. ¡Punto para mi!, pensó mientras analizaba sus gestos y movimientos. Se movía demasiado deprisa para parecer normal, había necesitado la bebida más que querer tomar un trago por diversión y por si eso fuera poco, trataba de esquivar tanto la mirada como las preguntas de su creación, de su hija. -Entonces deduzco que te vas a ir pronto de aquí, no me gustaría que te causaran problemas mis salidas nocturnas padre. Ya sabes que siempre fui un poco rebelde…-, sin haberlo pedido se la había presentado un juego delicioso al que se moría por jugar. Viktor se estaba conteniendo y cuál iba a ser el deseo de Milenka sino hacer florecer al verdadero von Kleist.
-No sabía que ahora te importara lo que los insectos opinaran sobre nosotros-, frunció los labios con gesto de clara decepción por sus palabras. Los humanos nunca serían importantes para ella y parecía que su sire había cambiado de opinión respecto a ellos. -Por supuesto, se lo que me enseñaste-, le sonrió como haría una abnegada hija mirando a su adorado padre. -Por cierto… creo que se me olvidó dejarte una nota cuando decidí que no quería seguir a tu lado. Me aburría, no te lo tomes como algo personal-, acarició las duras facciones del vampiro con esa sonrisa que avecinaba tormenta.
Tomó la copa entre sus dedos y vació el contenido en sus labios antes de acercarse para depositarlo en la boca ajena. Vertió hasta la última gota del whiskey entre los labios de Viktor, notó esa conexión que habían tenido en el pasado y por ello mismo sonrió como si nada pasara, relamiéndose las gotas que caían por sus comisuras. -Me trajo mi hijo, después de crearle le abandoné-, notó el gesto de Viktor al escuchar hablar de una creación de Milenka, -me enteré de que estaba en esta ciudad y vine a buscarle, a partir de ahí la historia se complicó y ahora espero paciente a que se muera su esposa y aprenda la lección de juntarse con quien no debe.- Lo resumió lo mejor que pudo sin dar nombre o datos que le indicaran como encontrar a James, no iba a darle libertad para matarle pero ese era un triángulo peligroso entre los tres vampiros. Milenka siempre estaría atada a Viktor por ser su sire, tal y como le pasaba a James con ella; sin embargo ambos hombres desearían la muerte del contrario por la posesividad que sentían hacia Milenka. Aquello no podía salir bien.
-No sabía que ahora te importara lo que los insectos opinaran sobre nosotros-, frunció los labios con gesto de clara decepción por sus palabras. Los humanos nunca serían importantes para ella y parecía que su sire había cambiado de opinión respecto a ellos. -Por supuesto, se lo que me enseñaste-, le sonrió como haría una abnegada hija mirando a su adorado padre. -Por cierto… creo que se me olvidó dejarte una nota cuando decidí que no quería seguir a tu lado. Me aburría, no te lo tomes como algo personal-, acarició las duras facciones del vampiro con esa sonrisa que avecinaba tormenta.
Tomó la copa entre sus dedos y vació el contenido en sus labios antes de acercarse para depositarlo en la boca ajena. Vertió hasta la última gota del whiskey entre los labios de Viktor, notó esa conexión que habían tenido en el pasado y por ello mismo sonrió como si nada pasara, relamiéndose las gotas que caían por sus comisuras. -Me trajo mi hijo, después de crearle le abandoné-, notó el gesto de Viktor al escuchar hablar de una creación de Milenka, -me enteré de que estaba en esta ciudad y vine a buscarle, a partir de ahí la historia se complicó y ahora espero paciente a que se muera su esposa y aprenda la lección de juntarse con quien no debe.- Lo resumió lo mejor que pudo sin dar nombre o datos que le indicaran como encontrar a James, no iba a darle libertad para matarle pero ese era un triángulo peligroso entre los tres vampiros. Milenka siempre estaría atada a Viktor por ser su sire, tal y como le pasaba a James con ella; sin embargo ambos hombres desearían la muerte del contrario por la posesividad que sentían hacia Milenka. Aquello no podía salir bien.
Milenka Mayfair- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 11/06/2015
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