El libro de los Muertos.-[Privado]

Tras el “accidente” en el cual había terminado gravemente herida, la frustración de la bruja no tenía límites. ¿Se podía ser más torcuata? estaba aprendiendo a base de ensayo y error, porque lo que su madre le enseñó no era suficiente para controlar el mundo espiritual que percibía sin problema. Lo malo del ensayo y error en brujería es que el error podía causar estragos, y esta vez casi se mata a ella misma. Ni qué decir tenía que además había quedado como una imbécil a ojos del cazador. Qué vergüenza. Tenía claro que jamás se iba a interesar en ella tras ese episodio.

La herida todavía escocía en el costado, donde el jirón de carne le recordaba que por mucha magia que fluyera en sus venas, su carne sangraba, envejecía y no era distinta de la del resto de humanos. Y el deseo. El deseo ardía en su interior como una brasa incandescente. Deseaba controlar esos dones. Deseaba una vida mejor que la miseria de vida que tenía ahora. Sabía que podía hacerlo, pero no sabía cómo. No ansiaba la venganza, ni estaba consumida por el odio como su madre, pero tener esos dones y no poder usarlos la amargaba hasta la saciedad.

La vieja Brisienne la había reñido por estar incapacitada para trabajar durante una semana. A la mierda la vieja zorra. Estaba moribunda, que se buscase las castañas que por una semana no pasaba nada. Al volver al tajo, le cayeron más broncas y más reproches; estaba hasta las narices de la dueña de la tienda. Por ese motivo, aunque todavía no estaba repuesta, al terminar su turno, hacía el esfuerzo de ir a la biblioteca a tratar de buscar más información sobre el mundo de los muertos, porque no pensaba acabar sus días languideciendo en aquella tienducha de la Rue Saint Severin.

Ocupó una silla en una de las mesas más recónditas de la enorme biblioteca, en un rincón. No había necesidad de que nadie se incomodara cuando viese el tomo que acababa de sacar. El lomo decía “Inventario de las guerras de las Galias”,a todas luces un libro que a nadie le interesaba lo más mínimo. Pero era un ejemplar protegido con un conjuro de ilusión, en realidad se trataba del Necronomicon.

Acercó una lamparita y un trozo de papel, sobre el cual iba tomando notas, dibujando los símbolos arcanos que correspondían a los Primigenios, y al lenguaje de comunicación con los Antiguos, las entidades espirituales más poderosas. No tenía intención de invocar a los moradores de las tinieblas, no al menos hasta dominar un puto hechizo básico de invocación, pero todo saber era una piedrecita que iba haciendo su pared.

“Más allá de la Puerta moran ahora los Antiguos; no en los espacios conocidos por los hombres, sino en los rincones que hay entre ellos. Ellos vagabundean fuera de la superficie de la Tierra y esperan siempre el momento de Su vuelta; porque la Tierra Los ha conocido y Los conocerá en el tiempo a venir. Y los Antiguos tienen al horrible e informe Azathoth por Su Dueño y esperan con El en la negra caverna donde roe vorazmente en el caos final, en medio del loco batir de recónditos tambores, del discordante sonido de horribles flautas y de incesantes bramidos de ciegos dioses idiotas, que andan arrastrando los pies y gesticulan por siempre, mas sin propósito alguno.”

Maaaadre del amor hermoso. Aquello era terriblemente críptico. Muy épico todo, sí, pero no veía la forma en que aquello pudiera ayudarla a comprender mejor el don que tenía. Se pellizcó el puente de la nariz, agotada. Ojalá su madre estuviera allí. {Pero no lo está, así que deja de lamentarte y sigue estudiando.} Pensó.
Estaba tan abstraída que no se percató de que alguien más rondaba por aquellas dependencias de la biblioteca.

Elora levantó los ojos del libro y miró al extraño entornando los ojos. Ya era tarde para ocultar el tipo de lectura que tenía entre manos, era obvio que él se había dado cuenta de que la chica no estaba precisamente, leyendo recetas para hacer croissants.

Tyler. Ajá. ¿Y qué? No era más que otro ratón de biblioteca de esos que se creen que saben mucho, Pero no tienen ni puta idea de lo que hay al otro lado de las paredes de esa institución. ¿Qué iba a saber él de las almas, los entes, el mundo espiritual? Si tenía pinta de pijo relamido de esos cuyos padres forrados de dinero le habían conseguido una plaza para enseñar a otros pijos relamidos para que el mundo siguiese en el orden establecido.

— no hay secretos imposibles de desentrañar, tan sólo mentes que se rinden fácil, señor.— El tono con el que contestó a Tyler iba cargado de ironía manifiesta. Era tarde, estaba exhausta, estaba hasta los huevos del mundo en el que vivía. En su realidad los pobres trabajaban hasta desplomarse, sin posibilidad alguna de ganar la partida. ¿Y para qué seguir en pie? si aquello era una miseria de vida. Había decidido marcar la diferencia aprovechándose de sus dones. Hasta ahora los había enterrado a un lado intentando integrarse en la sociedad, alcanzar un nivel superior solo con trabajo honrado y los supuestos valores sobre los que se fundamentaba la República: libertad, igualdad y fraternidad. Preciosos valores que no servían para nada, sólo le servían a quienes tenían la sartén por el mango.

Pero eso iba a cambiar, había sido bendecida o mal decida, según se mirase, con aquellos dones. Ya era ahora de aprovechar esa diferencia para hacer algo con su vida. Cuando se fijó mejoren su aura, ya que Elora tenía el don de la Empatía y la percepción de auras, se percató de que aquel hombre era un hechicero; su aura era cambiante y la energía era poderosa en él. Interesante. Ahora sí que le suponía un desafío.

— Ilumíneme pues, si tanto sabe de espíritus bromistas. ¿Quiere apostar algo a que los que ahora mismo deambulan por esta biblioteca me cuentan algunos de sus secretos? ¡Ah! quizás es que usted no puede hablar con ellos. Debería hacerlo a menudo, algunos tienen historias increíbles.— esbozó una sonrisa de medio lado entornando los ojos en ese gesto que tenía tan parecido al de su padre.— le propongo una apuesta. Adivine mi nombre y yo le contestaré a las preguntas que quiere hacerme. Porque tiene un enorme signo de interrogación flotando sobre la cabeza. Quid pro quo..— Sí, eso era latín, que no es que fuese su segundo idioma, pero su madre algo le había enseñado.

Seguramente la bruja estuviese siendo un poco chula e imprudente. Pero no se podía pedir otra cosa alguien con tal genética, además de que ella estaba completamente segura de sus capacidades como Nigromante. Quizás no supiera muchos hechizos o no fuera una erudita de la magia; apenas controlaba los que su madre le había enseñado y los que había conseguido recopilar por ella misma. Pero de lo que sí estaba segura era de su capacidad de tránsito por el mundo espiritual y de su propia voluntad, que permanecía férrea cuando se concentraba, hasta el punto de poder encerrar a un ente espiritual y atarlo a un objeto. Eso ya lo había conseguido hacer y se lo había regalado a Gael, un espíritu atado a un botón para que le protegiese en la medida de sus posiblidades. Su madre había sido muy poderosa, había sido capaz de maldecir a Paine hasta hacerlo convertirse en una bestia, en un licántropo. Ella también sería capaz de muchas cosas cuando supiese cómo.

El reto estaba en el aire, y algo le decía que aquello era un choque entre la magia “de libro” y la magia “de instinto”. Ninguna de ellas era mejor que la otra, eran complementarias, y desde luego eran interesantes por igual. Además, desde que su madre desapareciese, no había entablado contacto con ningún brujo o hechicero. Tenía curiosidad por saber de qué pasta estaba hecho aquel hombre entrado en años con pinta de viudo galán al que se le había pasado el arroz llorando sobre la tumba de su adorada esposa.

La bruja no estaba por la labor de jugar a los enigmas. Se le acababa el tiempo y necesitaba aprender demasiadas cosas, y no sabía ni por dónde empezar. Ladeó la cabeza un segundo, como si estuviera percibiendo algo inaudible que flotase en el aire. Murmuró.

— Ajá…¿Se llama Fausten de apellido? ¿Estás seguro? de acuerdo.— elevó la voz de nuevo.— Señor Fausten, dejémonos de acertijos. Nada de lo que me ha dicho me viene de nuevo. Sé que necesito aprender, y que tengo que canalizar mi poder si quiero que sirva para algo. Pero verá, no puedo poner un anuncio en el periódico solicitando un tutor de magia. Ni tampoco puedo ir preguntando por ahí si existe alguna Logia donde enseñen a encantamientos o invocar, sin que me tomen por loca o lo que es peor, que me crean y me ahorquen por bruja.

El tono ácido y sarcástico era la marca de la casa, que iba a juego con sus ojos rasgados y oscuros, que se achinaba en los cantos laterales de los párpados. Cerró el Necronomicón y lo devolvió al estante haciendo un gesto con los dedos para restablecer la salvaguarda que tenía puesta. Lentamente se giró hacia él y lo observó; parecía un hombre cabal. Pero bueno, todos los psicópatas lo parecían. Sin embargo su aura era tranquila y brillante. No, no era un psicópata, sólo un pijo acomodado muy pagado de sí mismo.

—¿Conoce a alguien que pueda enseñarme? no puedo pagar con dinero. Tampoco voy a pagar con carne, si es lo que estaba pensando que iba a sugerir. Puedo pagar con trabajo, y a eso estoy dispuesta.— se retiró un mechón del flequillo que le caía sobre la frente.— Tiene razón en que un poder tan grande debe ser controlado, y es evidente que yo no lo controlo. Pero se lo advierto, si me va a recomendar a un amigo suyo, piénselo bien, porque no seré una alumna dócil, no me trago los dogmas, la fe ciega es un don que no poseo y cuestiono todo aquello que me parece cuestionable.— Sacó otro libro del estante, éste tenía en la cubierta “Los deberes y derechos” de Cicerón, pero en realidad era un libro sobre los fundamentos de la materia mágica. Ya lo había leído, pero quería repasar un capítulo en el que se especificaba la transmutación y la materialización.

Se sentó de nuevo en la silla abriéndolo y después mirando de nuevo a Tyler. Estaba tan seguro de sí mismo, que se permitía el lujo de ser condescendiente con ella. No le gustaba la caridad de nadie, ni la lástima, odiaba ver eso en la cara de la gente. Prefería que le tuvieran asco que lástima.

– Supongo que usted está muy mayor para un reto tan duro.— Sonrió entre dientes, provocándolo y devolvió la mirada a las páginas del libro. ¿Qué esperaba? ¿Que le rogase? no iba a hacerlo, sería pobre cual rata y muerta de hambre, pero era tan bruja como él, y de las buenas, y nadie con la sangre de Paine se arrastraría y se humillaría a rogar. Pagaría su instrucción con trabajo o de algún modo conveniente, porque no le gustaba deberle nada a nadie.