Devant moi , sous le soleil [privado]

Soñé con athair como si estuviera realmente de vuelta en mis años mozos, y fuese nuevamente una pequeña mocosa a quien él alzaba y llevaba sobre sus hombros. No había sensación más sublime que encontrarme sentada sobre ellos, con los brazos extendidos a los lados sintiendo como la suave brisa agitaba mi cabello rojizo que contrastaba con los colores de la hoguera que los pobladores de los sembradíos habían encendido para celebrar la llegada del año nuevo.

Solía reír a carcajadas con una felicidad para nada fingida, viendo a los trabajadores bailar vivazmente el ceilidh, con la sensación de que la verde tierra era mi reino y los hombros de athair mi trono. Era él un hombre robusto y alto, que al bajarme me balanceaba rápidamente sobre el suelo, provocándome una euforia infantil que muchas veces añoro con nostalgia, tal y como añoro a athair, a quien nunca he de volver a ver.

El contraste entre el recuerdo revivido en sueños y la realidad de las duras tablas de madera debajo de mi mejilla no tardó en hacerse presente tan pronto abrí los ojos bajo los rayos del alba que calentaban mi blanca tez salpicada de pequeñas pecas rojas que se hicieron más notorias cuando fruncí levemente la nariz al llegar a mis fosas nasales el olor salado que acarreaban las aguas que golpeaban el pequeño barco en el cual me había colado durante la noche previa para dormir en el.

Carecía de un lugar fijo para dormir por lo cual usualmente iba adonde me llevase la fortuna, y en ese momento me había parecido una bendición trepar en la nave que se encontraba anclada en el puerto y dormir sobre las tablas bajo las numerosas estrellas que eran las únicas testigos de mi audacia. Sabía de sobra que de ser descubierta me metería en un nuevo lío por lo que tan pronto comencé a despertar al nuevo día me incorporé, estirando con lentitud mis brazos por encima de mi cabeza.

Me enderecé sobre mis pies y caminé con cautela, deteniéndome con un sobresalto en cuanto escuché el sonido de voces que se aproximaban. Volteé frenéticamente hacia uno y otro lado para cerciorarme de que no me hubiesen descubierto y corrí para descender del barco de un solo salto, cayendo así sobre el suelo exterior a él. Con las rodillas aún flexionadas logré percibir dos cosas, una: el olor a pescado que inundaba mis fosas nasales y exacerbaba el hambre que anunció el sonido nada sutil proveniente de mi estómago. Y dos: muy cerca de donde acababa de aterrizar podía distinguir un par de piernas, asunto nada favorable, teniendo en cuenta que acababa de salir ilícitamente del barco lateral a ambos. Por un momento no atiné a realizar ni un solo movimiento, ya bastante tenía con escuchar el ritmo de mi propio corazón que desbordaba de rapidez con cada latido, por lo que elevar la mirada para avistar a quien tenía enfrente tomó más de unos segundos y bastante entereza por mi parte.

Aún así lo hice, me puse de pie rápidamente, parpadeando un par de veces para poder distinguir la silueta bajo el efecto brillante que le proporcionaban los rayos matutinos al derramarse sobre ella. -Buenos días.- emití, a escasos pies de distancia.

Con bastante rapidez mis ojos oscuros de cambiante se acostumbraron a la brillantez del sol y pude entonces ver con claridad que quien se encontraba frente a mi era una mujer joven. Si tenía alguna esperanza de que no hubiese visto de adonde acababa de salir o de que la buena fortuna hubiera impedido que dedujese mis actividades de inmediato estas se desmoronaron al escuchar sus palabras.

-Eh... yo... la verdad es que este es un buen lugar para dormir como cualquier otro.- respondí con rapidez, manteniendo deliberadamente la ambigüedad en mi respuesta. De ninguna manera podía ponerme en evidencia y terminar de confirmar que me había colado en uno de los barcos anclados. A pesar de las palabras de la joven, debía mantener las apariencias y fingir todo desconocimiento que pudiera inculparme. Especialmente porque tras el despertar de los primeros rayos del sol, muchos marineros habían hecho acto de aparición en el puerto, el cual comenzaba a llenarse de actividad y mucho movimiento.

En un principio incluso asumí que podía estar hablando con alguna de las mujeres que se dedicaban a vender pescado en los puestos de comida cercanos pero deseché inmediatamente la idea en cuanto reparé en su ropa. Estaba frente a una joven mujer de cabello oscuro y vestuario muy fino que a las claras indicaba su posición social y el contraste tan grande entre su posición y la mía. Mi ropa era descolorida de tanto uso y con su aspecto gritaba el deterioro al que había estado sujeta debido al paso del tiempo. Aunque a mi no me importaba demasiado, para mi era funcional y cumplía con su propósito, cubrirme cuando me encontraba deambulando en mi forma humana.

A medida que pasaba el tiempo lo pasaba mayormente sobre cuatro patas. Era más útil por las ventajas que presentaba pero también lo adoraba. Cuando llamaba a mi forma de border collie podía correr, saltar y rodar todo lo que quisiera sin que nadie voltease a verme con extrañeza, como lo hacían las personas que veían a una chica de cabello rojo emprendiendo semejantes rarezas. Aunque si era honesta conmigo misma, poco me preocupaba lo que pensaran otros de mi al verme haciendo lo que disfrutaba hacer.

-Las estrellas tienen un encanto innegable, y si a ello se le añade el olor que acarrea el vaivén de las olas que mueren en la costa trayendo consigo el agua salada, resulta realmente fascinante encontrarse tan cerca...- dicho eso, dirigí una mirada hacia el océano que se encontraba a prudente distancia de ambas. -Aunque a decir verdad prefiero observar las rebeldes aguas desde lejos...- No añadí más a esa última observación aunque esta sonó críptica y me vi inmersa en pensamientos que otorgaron una cierta inquietud a mi semblante que usualmente se mostraba efervescente y alegre.

-¿Qué?- Observé boquiabierta la bolsa que la joven acababa de depositar en mis manos ya que mi sentido del olfato había detectado que había en su interior antes de observar el contenido. La visión de las fresas me dejó boquiabierta. Se veían deliciosas. -Gracias.- Contemplé a la joven un momento, primero con desconfianza, intentando deducir si lo decía en serio o estaba jugándome una broma pero su rostro sereno me hizo creer que el ofrecimiento era verdadero. Tomé entonces una fresa entre los dedos y sonreí con verdadero deleite antes de morder casi la totalidad de ella. Dios... en verdad tenía hambre.

-No creo haberla visto antes mademoiselle.- dije, tras sentir como la fresa se derretía en mi paladar inundándome de una sensación muy dulce. Hice entonces una reverencia al mirarla porque me percataba de que estaba hablando con una dama y desde pequeña athair me había enseñado de modales. -Soy uh...- ¿Debía decirle mi nombre? ¿Y si me delataba con los marineros por haber dormido en su barco? Siempre podía conocerles... Pero, por otro lado, me había obsequiado fresas. Era una dama generosa que se estaba presentando tras tener un gesto noble. -Soy Kenna.- Volví a sonreír mientras comía una segunda fresa y luego una idea cruzó rápidamente por mi cabeza. -No tengo como pagarle las fresas mademoiselle.- Con eso quería darle a entender que no tenía monedas o dinero en caso de que esperara que yo le pagara de alguna forma. -No llevo nada conmigo más que lo que llevo puesto...-

Un regalo... me sentí aliviada al escuchar aquello, pues en realidad no se sabía nunca qué tipo de remuneración podían esperar de una. Si lo sabría yo, que llevaba ya mucho tiempo durmiendo adonde fuera que me fuese posible y que me había topado con todo tipo de personajes que no siempre tenían las mejores intenciones. Sin embargo había sido afortunada, había sobrevivido hasta ahora en parte gracias a la intrepidez de la que gozaba y que me permitía escapar de las situaciones más peliagudas, y en parte porque tenía una mente rápida que también me permitía acompañar a mis instintos de la forma en la que preveía que se inclinaría más a mi favor.

Mi instinto precisamente fue el que me indicó, tras unos minutos, que podía serenarme en cuanto a las intenciones de la joven dama, a quien observé mientras engullía otra fresa más con deleite. La misma parecía unos cuantos años mayor que yo y en nuestro breve intercambio me pareció que era alguien de buenos modales. Irradiaba un aura tranquila en ese momento en que el viento proveniente del mar hacía ondear su cabello oscuro que enmarcaba unos ojos rasgados que me parecieron exóticos, diferentes a los de las mujeres francesas que observaba a menudo transitar por las calles de la ciudad.

-Es usted muy amable.- dije, aún masticando una fresa. Me pregunté que andaría haciendo una dama de alcurnia en esa zona del puerto, en la que abundaban las vendedoras y esposas de pescadores. Parecía de demasiada categoría como para interesarse en las chucherías que se vendían en los puestos cercanos. Mastiqué lentamente pensando en ello y alcé una ceja al escuchar su nombre, que inició de una forma y terminó de otra.

-Unos cuantos años señorita...- precisamente al encontrarme tan cerca del océano y debido a la pregunta volvía a mi memoria la manera en la cual había llegado por primera vez a tierra francesa, lo cual no dejaba de estremecerme, por lo cual procuré desviarme de los lúgubres recuerdos. -De forma intermitente... Voy y vengo a lo largo del territorio francés dependiendo de las situaciones y de las necesidades con las que me tope, pero actualmente supongo que acá me quedaré hasta que mis pies decidan que es momento de conducirme de vuelta a otro lugar.- Me encogí levemente de hombros. A mi parecer la capital francesa era un buen lugar para establecerse, había variedad de lugares adonde dormir, callejones, porches, jardines, patios traseros... Con algo de suerte incluso llegaban a tener un trozo de techo en los días lluviosos, y como solía deambular en mi forma canina mi pelaje me servía de resguardo contra el frío.

-Disculpe la curiosidad, ¿no es parisina o si?- Algo había en la joven que llamaba mi atención, un aire similar al que poseía cuando recién había llegado a París y observaba todo por primera vez. Aunque en ello paraban las similitudes porque la joven que se había detenido a hablarme parecía algo así como una princesa salida de un cuento de un país incluso más lejano que Escocia, que por alguna misteriosa razón había ido a dar a París.

Sonreí de medio lado al imaginar aquello, aunque claro, probablemente ya me estaba dejando llevar por mi activa imaginación otra vez. -¿Lleva mucho tiempo en la capital?- Y sin embargo, qué chiste tenía la vida si no te dejabas llevar por tu imaginación de vez en cuando. Si mantenías una mente abierta a menudo podías toparte con alguna que otra sorpresa...