Conscience || James Ruthven

Había pasado la mañana durmiendo entre sábanas de seda oscuras. Las cortinas de los ventanales producían una oscuridad en la instancia que le ayudaba a descansar mejor. Escuchaba el bullicio de la gente del palacio, el ir y venir de la corte y de los lacayos. El sonido de la música en el salón principal y el olor que subía por las cocinas. Se levantó de la cama cuando ya anochecía, sería bien tarde, antes de la cena y su rutina consistía en pasarse por el despacho del secretario que le ofrecía los decretos de leí, peticiones y otros proyectos que requerían su atención y su firma. No sin antes leerlo todo y se sopesar las consecuencias futuras de todos ellos, firmaba o los denegaba. Tras ese trámite burocrático debía ir al salón del trono, en ausencia de su reina, vestido con sus ropajes austeros y oscuros entre los que esa noche destacaba el color burdeos, color de la nobleza, y se dirigió con la corona en su cabeza al trono dispuesto a recibir audiencias.

Se sentó de forma poco correcta, dando sensación de aburrimiento y en el reposabrazos de su trono, descansaba su mano diestra alrededor de un cáliz, regalo de su esposa, cargado del mejor Whisky de Gran Bretaña. Fruncía el ceño ante la gente y de vez en cuando dedicaba una sonrisa o una ligera reverencia con el rostro a los que se presentaban. Sin embargo aquella noche monótona parecía evolucionar a una velada más que interesante. Los fantasmas del pasado volvían y cómo no podía ser de otra forma en la vida de James, volvían transformados en mujer. Ante él el olor salvaje, la tez tostada y morena de una vieja amiga hacía una reverencia que le hizo perder la fuerza de la mano. Al chocar con los ojos de Katharina, el cáliz cayó al suelo y se levantó como movido por un resorte al verla. Al acercarse ella también vio a los guardias yaomen custodios, acercarse alarmados por la proximidad de la joven, y James alargó una mano hacia ellos sin apartar la mirada de ella. Una sonrisa amplia se dibujó en su rostro al escuchar la voz ajena y cuando ella se abrazó y el la contestó el abrazo. Escondió su nariz en el cuello ajeno y aspiró el aroma antes tan conocido de Kath- Pensé que te habías ido a dar la vuelta al mundo. O que vagarías por algún desierto reinando- le guiñó el ojo y le enseñó el camino hacia una habitación continua- Pasa por ahí, ahí estaremos más tranquilos. Tienes mucho que contarme- le dijo pasando de largo mientras los guardias volvían a sus posiciones y cerraban el doble portón de las audiencias dejándoles en la sala contigua, intimidad.

Cuando se giró para ella vio el pequeño presente que le estaba ofreciendo y James lo tomó algo nervioso- Creo que ambos sabemos que es más que suficiente el hecho de que estés aquí. Iba a ir a buscarte, pero pensé que si huiste de París, fue precisamente para no tener conexión con nadie y empezar de nuevo. Me alegra que haya sido yo el primer punto de conexión con quien eras, Katharina- le dijo abriendo el paquete y viendo en su interior una gran piedra roja, brillante y tallada de forma espectacular- ¿Te había comentado alguna vez que el rubí era mi piedra?- dijo mirando el tamaño considerable de su regalo y mirando el sello engarzado que tenía en su dedo. Cuando se dio cuenta de la diferencia de tamaño elevó una ceja y se echó a reír junto a Katharina. Se sacó el anillo de su dedo y se lo entregó a ella- Llévalo tú, como seña de mi protección y respeto hacia a ti. Así ambos tendremos algo del otro- le dijo guardando el rubí a un lado- ¿Quieres algo de comer?¿De beber?¿Vienes a quedarte?- dijo como una metralleta que disparaba preguntas sin descanso. Le conmovía volver a ver aquella mujer que había significado tanto para él. Además de la tracción mutua y el amor filial que se profesaban, se tenían respeto y consideración y habían labrado una buena amistad.

Después de toda esa conversación, James se quedó en silencio recordando los momentos que había pasado con aquella mujer y la miró con una mueca en los labios- Mandé buscar, removí cielo y tierra para encontrar algo, un atisbo de información. Algo para aliviar tu dolor. Pero no encontré nada- le dijo antes de que ella preguntara. La miró en silencio un momento antes de acercarse a ella y elevar su rostro con su dedo índice para que le mirara a los ojos- Lo siento.