Victorian Vampires
KAPITEL I -  Katharina Von Hammersmark 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Sara Ascarlani Vie Mayo 20, 2016 7:06 am



KAPITEL I

22:00 · Théatre Des Vampires · Primavera · Katharina Von Hammersmark


Flashback.


Los infortunios de los artistas.
Esclava ante la inmensidad de un imperio bañado en sangre, traiciones y política, absorta en abolengos y festines atiborrados de descontrol y pecados imperdonables. La tristeza embriagaba su alma. El arte que tanto amaba, tuvo que dejarlo atrás, empolvándose lentamente con el tiempo. No recordaba la ultima vez que había tenido las perfectas curvas de su cello entre sus piernas y la fricción de las cuerdas sobre sus finos y gélidos dedos. La pasión que brotaba de sus ojos no era la misma, tan solo era su sexo que en noches de lujuria incesante con damas prohibidas que clandestinamente se colaban a sus aposentos, le enardecían el vestigio de lo que era una verdadera pasión. Los demonios se apoderaron de su cuerpo y la volvieron demente, letal y maldita; como esas que los gitanos cuentan bajo la luz de la luna para atormentar a los transeúntes. Tal vez, por eso dejó al Sacro Imperio junto con sus títulos, y el trazo infinito de sangre, que brotaba de la cabeza de la gran reina, la cual maldijo y degolló en los jardines, justo después de saciarse de su sexo. Encontró un gusto morboso en matar a una dama después de desgarrar sus adentros, y aunque constantemente le atormentan los fantasmas de quienes han terminado su vida en sus manos, más de una noche ha sido testigo de tal profanación, que la culmina con un ligero suspiro, como si pudiera arrebatarles el alma. Aún tiene esa daga maldita, su confidente que guarda con recelo y la carga con ella entre sus piernas.
Sara volvió a París en búsqueda de redención, o quizás de más víctimas. Había pasado mucho tiempo desde que pisó sus adoquines. Paseó por los burdeles dejando su trazo de sangre, y volvió a su empolvada mansión, donde encendió la luz tenue de los candelabros desgastados y se encontró con su nuevo amor nuevamente: la música. De ella solo salían melodías melancólicos y llenos de amargura, pero de gran genialidad para el período romántico que abrazaba París. Los grandes compositores supieron de su regreso, sin tener conocimiento de sus pecados, y tal es el miedo y admiración que ha causado la vampiresa, que recibió una invitación formal desde el Teatro "Des Vampires", para una velada inolvidable, siendo ella la protagonista de la noche. Esa iba a ser la noche de su tan esperada redención, absorta en su musicalidad.


23:00
Theatre Des Vampires
París, Francia.






Las luces paulatinamente morían, tan solo se veían los músicos detrás de la protección de los instrumentos, y una pequeña luz, iluminaba el asiento exclusivo de la concertina: Sara Ascarlani y su violonchelo, su arma letal. La vampiresa esperaba pacientemente detrás del escenario. El vestido negro, que caía como cascada sobre su gélida piel, cubrían parte de sus largas piernas. El corsé acentuaba su silueta, casi para alimentar el morbo del espectador. Sus abultados pechos sobresalían y fueron decorados con un collar de rubí, ese que tanto le fascinaba. Perdida en sus pensamientos, Sara recordaba la primera vez que se mostró indefensa delante del público amenazante y discriminador en aquella época de gladiadores y guerras. Su cuerpo se estremecía como aquella vez. Los artistas se desnudan frente a las personas, dejando su alma en el escenario a merced de quien la tome y la acribille, en forma de críticas baratas y sin fundamento, pero hoy se cuestionaba si tal alma aún existía dentro de ella, y si podría ser capaz de liberar a todos los demonios que la acompañaban al son de la música que emana de la fricción de sus gélidos dedos y las cuerdas malditas. Sara esbozó un suspiro, y tomó su instrumento delicadamente. El concierto estaba por comenzar. El director de la orquesta afinaba rápidamente, el unísono característico embriagaba a los espectadores, dejando un silencio sepulcral en el teatro, cuando el taconeo de Sara nació progresivamente desde la nada , hasta llegar al sillón que la esperaba.
El silencio sepulcral fue interrumpido por los aplausos del público. Las energías danzaban en todo el sitio, Sara los observó fijamente, y con una ligera sonrisa ladeada, cerró sus ojos, y se sentó en el sillón. Con un suspiro certero por parte de la vampiresa, y una mirada confidente entre ella y el director, la orquesta empezó la coreografía maldita. Los vientos retumbaron el salón con acordes disonantes y melodías amargas que callaron de una maldita vez los aplausos y los pensamientos del público. Todos concentrados, con la mirada fija en la vampiresa. De una arcada, Sara empieza a tocar, y su mente dejó de pertenecerle, se había entregado al amor verdadero, la música.

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Última edición por Sara Ascarlani el Lun Mayo 23, 2016 11:06 am, editado 4 veces
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Mensaje por Katharina Von Hammersmark Vie Mayo 20, 2016 4:45 pm

No había regresado hacía mucho a París. Había pasado meses fuera de la capital francesa  y todo parecía estar distinto, ¿o es que ella lo apreciaba de otra manera? Había de ser esa segunda opción, Katharina ya no era la misma que meses atrás dejara París, la vida había regresado a su cuerpo, la carne cubría ahora los huesos que tiempo atrás afilaban su cuerpo consumido por la pena. La repentina desaparición de Olenna había ahogado a Kath en un sufrimiento que jamás había llegado a sentir antes, la vida no parecía merecer la pena, no tenía apetito o sed, no luchaba contra La Parca que egoísta llamaba a su puerta. Había recurrido a doctores que decían estar especializados en la mente humana, había aceptado tener un nuevo ayudante en la finca que James había enviado con el objetivo de ilusionarla de nuevo… Nada había servido para arrancar sus ansias de dejar de existir, nada salvo su propia mente o más bien su salvaje mente. Fue su parte animal quien luchó en el interior de la joven para sobrevivir y lo que logró que la cambiante saliera de su recién adquirido y reformado palacete. Sin avisar a nadie y recogiendo lo más básico se embarcó en un viaje que la llevó por países tales como India, Egipto o Marruecos, países que tenían un ritmo de vida totalmente diferente a lo que ella conocía. Por primera vez se dedicó tiempo a sí misma de una manera sana, se perdonó por todos y cada uno de sus pecados y empezó su nueva vida. Todo el pasado quedaba atrás, todo el dolor enterrado y el único miedo que tenía era a sus propios recuerdos pues era lo único de sí misma que no era capaz de controlar. Así pues, el regreso a la sociedad parisina había sido tan duro como agradable. Pisar de nuevo aquel palacete que compró para darle una sorpresa a su amor siempre se le antojaría complicado y despertaría en ella una sensación de anhelo y desesperación, la diferencia es que ahora sabía mantener la calma y aplacar cada sentimiento negativo respecto a ese tema.  


*******************



Llevaba días en París cuando paseando por sus calles pasó por aquel lugar, no solía caminar por allí tiempo atrás, pero ahora poco le temía a los vampiros. El cartel anunciaba un concierto esa misma noche, la música clásica con instrumento de cuerda como guinda del pastel. Asintió acordando consigo misma que regresaría horas después al teatro dispuesta a escuchar la mejor de las músicas. Si algo sabía de los vampiros es que si eran tenaces tenían sencillo ser los mejores en cada uno de los artes y facetas de la vida, por lo que aquella mujer que encabezaba el cartel esperaba no defraudara. Así se preparó concienzudamente en su alcoba. El baño con aceites aromáticos del norte de África dejó su piel tan dulce y sedosa como no había estado jamás, el vestido de un color verde oscuro hacía resaltar sus ojos oscuros, así como el collar de esmeraldas. El pelo recogido dejaba tanto su cuello con la clavícula dando así un toque sensual a su atuendo de otra manera recatado y poco llamativo.

El coche de caballos la dejó en la misma puerta de entrada al teatro por lo que no tuvo más que pagar su entrada y buscar un lugar en el que tomar asiento. No quedaba mucho para que el concierto comenzara y los sitios ya escaseaban por lo que tuvo suerte de conseguir uno en la segunda fila junto al pasillo que formaban las hileras de butacas. Cuando el silenció reinó, la mirada de los presentes se centraron en la violonchelista y el director de orquesta, ambas figuras resaltaban sobre las demás como empezaba a hacer la melodía que Sara arrancaba de sus cuerdas. La respiración de la cambiante variaba junto a la música que escuchaba, la música siempre había sido para ella un placer, un entretenimiento… Pero no había calado en ella como estaba ocurriendo esa noche. Había algo en la manera de tocar de Sara que parecía hacer llorar al cello, como si este tuviera vida propia y  lo único que hiciera la vampiresa fuera darle voz. Era embaucador y no podía ocultar su fascinación pues se pasó todo el concierto con la espalda tan recta que no tocó el respaldo de la butaca, reviviendo múltiples sentimientos y emociones con tan solo el sonido de aquel instrumento. Desgarrador y romántico, esas serían las palabras más apropiadas para la manera en que Sara tenía de entregarse al público y regalar su música.

Como no podía ser de otra manera, todos y cada uno de los presentes se pusieron en pie entre aplausos cuando el concierto llegó a su fin, mas ella no deseaba irse de allí sin felicitar en persona a la vampiresa.  Con cautela –dada la naturaleza de todos los que merodeaban por allí- se acercó a uno de los vampiros que custodiaban el escenario, -Buenas noches, me gustaría hablar con ella un segundo si es posible-, solicitó señalando con la mirada a la artista, que asintió al hombre. Recogiendo su vestido, Kath ascendió las escaleras del escenario y extendió su mano hacia Sara, -señorita Ascarlani…-, inclinó su cabeza en señal de respeto y continuó, -tan solo deseaba felicitarla por su actuación de hoy, me ha parecido soberbia y creía justo que alguien se lo dijera.- Había algo en ella, algo intenso que no podía aún saber si era positivo o negativo, algo que le recordó a Olenna y el tipo de mujer que fue, -Disculpe mis modales, no me he presentado. Soy Kataharina Von Hammersmark.-
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Mensaje por Sara Ascarlani Dom Mayo 22, 2016 7:32 pm



KAPITEL I


22:00 · Théâtre Des Vampires · Primavera · Katharina Von Hammersmark






"Tengo esta noche las manos negras, el corazón sudado
como después de luchar hasta el olvido con los ciempiés del humo.
Todo ha quedado allá, las botellas, el barco,
no sé si me querían, y si esperaban verme" - Cortázar.


El último fortissimo retumbó las paredes del teatro, y la onda magnética se rompió a causa de los aplausos del público. Sara, triunfante aunque hiperventilando, se levantó delicadamente de su sillón, y dedicó una ligera venia hacia la audiencia. Su mente aún no le pertenecía, seguía inmersa en las disonancias del instrumento que tenía a su lado. Su gélido cuerpo se estremecía como si una gran carga energética hubiese golpeado su ser con toda su fuerza. Sus labios temblaban, demarcaban un ligero color carmesí. Sus caninos jugaron con ellos, y no percató que se había mordido en medio de su actuación, y finalmente, su mirada se perdió en las luces que rápidamente, encandilaban los avellanados orbes de la vampiresa.  Entre ovaciones y el típico protocolo del ramo de rosas que se entrega a la concretiza, Sara vislumbró a lo lejos unos ojos penetrantes que la miraban fijamente con una sonrisa demarcada y amplia. Ella sonrió de vuelta,  pero el ambiente abrumador que la invadía, le distrajo varias veces. Saludos, besos, abrazos y más flores aparecían de la nada. Músicos regalando sonrisas venenosas y llenas de envidia, y otros ingenuos rogando por verla nuevamente en teatros extranjeros. Nada que le pueda interesar a Sara, ya que su arte no lo mide en aplausos y palabras complacientes de terceros. Sabía lo que hacía, y claramente, lo hacía muy bien. Cada tanto intentaba atropellarse con la mirada oscura de la damisela, pero con el pasar de los minutos, esa única sonrisa, y esos únicos ojos se esfumaron de ella, como si fuese una alucinación que buscaba atormentarle esa noche. Una fruncida de ceño, y el ligero suspiro que emanó de sus fauces, revelaron la frustración que le causó todo esto, aunque un poco extraño; pero tan profundo como sus ojos.

Sara no soportaba el contacto físico de absolutamente nadie. Los impulsos de querer aniquilar a quien pretenda acercarse, precisamente después de un momento tan sublime como éste, palpitaban más fuertes en sus adentros. Sabía que tenía su daga, y sabía que podía acabar con todo en este mismo instante, pero trató como pudo en controlarse, y huyó de la muchedumbre con la excusa de ir a preparar su instrumento. -Suficiente. Me voy. Buona Notte, signore- exclamó casi que ordenando, mientras observaba fijamente al director de orquesta. Su silueta fue desapareciendo, dejando el vestigio de su fragancia oscura, al son del contoneo de sus caderas. Detrás del escenario, dejó su instrumento y buscó un momento para ella, y descargar la avalancha de emociones que envenenaban su alma. No tocaba desde ésa época maldita, llena de infortunios y desamores. Esa noche en el que ella murió, y que optó por dedicar ese concierto que tanto amaba; a la que fue dueña de sus noches y uno que otro día. Un obligado y fuerte suspiro sacó a la vampiresa de esa manía de envolverse en pasado y dolores. Solo le carcomía la mente, y llenaba sus ojos de ira y desdén. La maldita música y su fin de revolver el pasado y convertirlo en pasión, en acordes, en -Ella, y sus malditas ganas de no irse de este cuerpo desgarrado.- Susurró amargamente. Entonces, golpeó su rodilla izquierda, y arrugó su vestido con ira; pero lentamente fue cediendo, al igual que su respiración acelerada, hasta quedar serena... vacía.  Se levantó de allí, y procuró acercarse a su instrumento, para guardarlo con cautela. Limpiaba la curvatura de su violonchelo, cuando se acordó de esa dama, y esa sonrisa. La esculpía en su mente, y detallaba cada imagen grabada. Quería volver al escenario a buscar esos ojos que le cautivaron, y ya la multitud se había ido. Pocas personas quedaban en él. Se quedó con el arco entre sus dedos, y taconeó hacia éste, lentamente; rogándole estúpidamente a sus demonios que no la dejaran ir, por lo menos hasta saber quién era, y demandarle respuestas de preguntas capciosas que merodeaban en la mente de Sara.

***
Nadie. Absolutamente nadie estaba allí. Oscuridad absoluta, su corazón ampliado y tres trabajadores custodiando el escenario, pero sin señales de ella. O eso imaginaba Sara, al ver el vacío y el silencio que ensordecían sus oídos. Derrotada y molesta, dio la vuelta hacia su suerte cuando un suave taconeo y una suave y cálida voz, con un acento característico pero muy agradable, sonorizaron el oscuro teatro La llamó por su apellido, como si la conociese o fuese dueña de él. Sara respiró profundo, intentando mantener la calma, pues podía ser cualquier otra persona, una cortesana, o una vampiro obsesionada; así, pesimista e incrédula, con la mirada más déspota, buscó los ojos de quien le había llamado, sin importarle la maravilla que había causado esa voz en los adentros de la vampiresa.

Sus ojos enardecieron cuando se topó con los suyos. Eran más hermosos de lo que pudo haber imaginado. Estática, observó detenidamente cómo se acercaba a ella y extendía su mano. Todo parecía más lento, sus gestos, sus intenciones, las ondas de su cabello cayendo como cascada sobre sus hombros, el contoneo de sus caderas, y la mirada profunda, que penetraba los orbes de Sara. Así sin más, sin temerle, sin respetar su espacio, y sin importarle un franco el arma letal que saludaba. Su sonrisa la desarmó a cuentagotas, y sólo le quedaba estar frente a ella, con el rostro parco, y los ojos delatores. No tuvo que acercarse a ella, su aroma ya la había embriagado -No me gustan las venias, madame.-

No pudo decir otra estupidez. Sara respiró lentamente, tratando de mantener la calma. Se suponía que los vampiros eran muertos y condenados, no sensibles a un tacto, una caricia o un aroma; su aroma. De ella solo salían palabras de elogio pero no tan ornamentado. Era sobrio, simple, al punto. Como le gusta a Sara. Ella sonrió, aunque sus labios no se movieron. -El placer es mío, madame. ¿Sabe qué sería verdaderamente injusto?, que precisamente usted, haya sido la primera en irse de este escenario- Expresó, acomodando nerviosamente las ondas de su cabello. -Sara Ascarlani, aunque usted ya sabe mi nombre- Musitó. Entonces tomó la mano de la damisela, y le otorgó un suave beso, haciendo ella la venia, como acto irónico. Esbozó una ligera sonrisa y se dejó llevar por un instante de la grata compañía que tenía. Internamente desbordaba de felicidad, sin saber un por qué o un cómo, pero esas preguntas, se las iba a hacer su daga, cuando el sueño de esta noche fatídica termine..

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Última edición por Sara Ascarlani el Jue Mayo 26, 2016 11:17 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Katharina Von Hammersmark Mar Mayo 24, 2016 4:48 am

En ese momento de su vida había ocasiones –como aquella- en que le costaba un abismo diferenciar entre lo que ella captaba de los demás y lo que estos realmente decían. Trataba siempre de mantenerse alerta, de tener todos los sentidos dispuestos para captar no solo las palabras sino los gestos y el tono con que se dirigían a ella. Había aprendido con el tiempo que las personas decían mucho más con su forma de moverse que con sus propios labios y le parecía así con Sara. Sara, sonaba bien en su mente. Su voz era firme y contundente, incluso se podría tildar de soberbia y afilada, cosa que hizo sonreír aún más a Katharina. Ella misma pecaba de tales cosas con quien no conocía o de quien no se fiaba por lo que lo pasó por alto y le dio pie a que continuara hablando. -También he sido la única en regresar, ¿no es así?-, ladeó la cabeza sabiendo que había ganado esa pequeña batalla dialéctica entre ambas. No estaba segura de cuál era el motivo por el que se sentía atraída hacia aquella vampira, había algo más que un físico, algo que aún no lograba captar del todo pero que le hacía sentir una conexión de nuevo con alguien y no lo iba a dejar pasar de largo. En su anterior relación perdió mucho tiempo con las dudas y los miedos a una sociedad que no aceptaba lo que sentía, ahora no cometería el mismo fallo. ¡Oh! Se estaba adelantando a los acontecimientos, en ningún momento había podido confirmar si Sara estaba interesada en ella o tan solo se mostraba nerviosa ante las felicitaciones del alguien del público. ¿O quizás no? El beso en el dorso de su mano jamás lo hubiera hecho una mujer común y corriente, ese nimio detalle le dio el valor de continuar con aquella cita improvisada.

-Me disponía a cenar y dar un paseo antes de retirarme a descansar, ¿le gustaría acompañarme?-. Aquel bendito viaje de meses atrás la había cambiado por completo, ¡bentido él! Si la hubiera conocido antes de partir, Sara se habría encontrado a una mujer hundida por el dolor, a un saco de huesos sin vida… Y ahora tenía delante a una fiera camuflada en cuerpo de mujer. Ambas sabían la condición natural de la otra. El aura delataba a las dos mujeres que parecían estar midiéndose en el escenario ante los ojos más que atónitos de los pocos que quedaban por allí. Katharina era demasiado consciente de que si la situación no se hubiera dado tan a su favor ahora mismo estaría en peligro en aquel lugar, no había más mortales y su sangre por experiencia era bien valorada por los vampiros. Su única salida era que Sara decidiera acompañarla fuera o empezarían los problemas. La confirmación por parte de esta hizo que los músculos del cuerpo de la cambiante se relajaran, al menos en parte y descendió los escalones del escenario esperando a que Sara la acompañase una vez hubiera recogido todas sus pertenencias. Estando sola sus ojos se desmarcaron analizando la posición de todas y cada una de las sombras que la observaban tras los pilares del teatro, no fueron más de dos minutos pero la tensión era palpable y la incomodidad de Katharina no mayor que la de aquellos depredadores natos que deseaban que se fuera o acabar con ella. La presencia nuevamente de la violonchelista junto a ella calmó los ánimos de los demás que acabaron por desaparecer arrancando una risa de Kath. -Parece que sus propios hermanos la temen, ¿debería yo hacerlo también?-. Ocultó su sonrisa al iniciar el camino entre las butacas delante de ella hacia la puerta.

Las calles estaban especialmente bonitas esa noche, o era simplemente que el humor de la cambiante estaba en apogeo, pero todo a su alrededor se le antojaba delicado y sutil. A pesar de que Sara no iba a probar bocado guió sus pasos por el suelo empedrado hasta uno de sus rincones favoritos en París. Se trataba de un local más bien pequeño con las paredes pintadas en granate y cuadros de nuevos artistas por todas partes, tales como Jean Auguste Dominique Ingres, Théodore Géricault o Gustave Coubert… La mirada de Sara parecía no dar crédito a la cantidad de obras de arte que se encontraban en aquel local, -exponen aquí esperando dar a conocer su obra, en ocasiones se hacen pujas-, le explicó antes de continuar por el estrecho pasillo y salir a un jardín tapiado. Los candelabros iluminaban de una manera especial cada mesa y de las ramas de los árboles colgaban lámparas de aceite haciendo de ese rincón algo casi mágico. Cuando hubieron escogido una mesa Katharina sonrió a uno de los camareros que solían servirle la cena cuando iba  -Veo que hoy viene bien acompañada, espero que disfruten de la cena-, comentó devolviéndole la sonrisa cuando se hubo ido con los platos apuntados. Como guiño a Sara había pedido dos platos a compartir, no sería así tan violento para ella decir que no quería cenar nada y esperaba que en algún punto lograra relajarse con ella. -El vino escójalo usted, seguramente tiene mejor paladar que yo-, le cedió ahora. El tiempo que esta se tomó para ojear la carta de vinos Kath lo empleó en observarla más detenidamente, el aire fiero que vio en un principio había menguado de manera notable y ahora tan solo podía contemplar a una mujer menuda, de dedos finos y gestos livianos. Se descubrió sonriendo de una manera que hacía tanto no notaba… Tosió esperando recuperar la compostura y se recostó en su asiento con los dedos entrelazados sobre el mantel blanco.
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Mensaje por Sara Ascarlani Jue Mayo 26, 2016 11:15 pm



KAPITEL I


22:00 · Théâtre Des Vampires · Primavera · Katharina Von Hammersmark





"Y el público creerá en los sueños del teatro, si los acepta realmente como sueños y no como copia servil de la realidad, si le permiten liberar en él mismo la libertad mágica del sueño, que sólo puede reconocer impregnada de crueldad y terror." - Artaud.





-Usted sabía que su presencia era la única que me importaba-. Exclamó suavemente, declarándose la fatal culpable de lo que el destino ordene que suceda esa noche. Los artistas como Sara huyen al final de un concierto. Las emociones de los de su especie laten en carne viva y sus demonios salen de sus jaulas a merodear y a hipnotizar a la audiencia que busca absorber sus energías, su misticismo. Quizás la cambiaformas llegó de manera fortuita a cambiar la fatídica suerte de la vampiresa. Sus gestos y ese porte tan bien elaborado, y esa naturaleza que tenía para esconder sus miedos al estar en un sitio donde podría morir, le conmovían. Sus nervios eran prominentes y no temía en mostrarlos frente a ella; en sus ojos se reflejaban los pecados de su pasado, y la fiera que guarda con recelo en lo más recóndito de su alma. El alma que Ascarlani quería tener para ella; aún sin saber para qué usarla. El amor es para el que no ha muerto; y el muerto ya no puede volver a morir.

Acercarse a ella sería caer en un infierno y pecar. Si bien entendía las capacidades de la cambiaformas sin tenerla en un lugar donde pueda dejarse morir, tenía presente que esta podía ser un arma letal, que hasta podría acabar con los presentes; solo que ella no lo sabía. Y así, con su genuino desparpajo y autenticidad, tuvo la insolencia de invitarla a salir. Salir después de la hora crepuscular, a un lugar no tan concurrido, con la dama la cual ha fantaseado todo su concierto. La  mujer víctima perfecta para Sara. Con una amplia sonrisa, casi tornando a cínica, asintió sin titubear, o sin pensar en qué dejaría en el teatro. -¿Temerme? Siempre.- Exclamó de manera certera, pero entre risas. Katharina no sabía con qué se había topado, y mucho menos había dimensionado el peligro que corría, pero Sara, como un animal instintivo, prefirió que su presa no oliera amenazas, para hacer la cacería mucho más fácil.  –Voy donde a usted le plazca, madame. Donde sus ojos me guíen.- Musitó sonriente, sedienta, ávida de su cuerpo.

Sara respiró profundamente y volvió en sí. La miró a los ojos. Ella se alejaba de su presencia, y le llamaba suavemente para que la siguiese hasta el sitio que con cautela escogió. A Sara no le gustaba merodear por las calles parisinas, y mucho menos ser reconocida como una “vampiro”.  Pudo haberse negado, pero nuevamente esta mujer la hipnotizaba de a momentos, y la volvía imbécil, una desgracia para los de su especie, incluso para ella misma. Pero no la podía evitar, su olor eran los adoquines, su cabello los paisajes y sus ojos la naturaleza misma.

No le importó salir y mezclarse con los transeúntes. La llevó a un precario sitio donde aficionados al arte dibujaban retazos de rostros y garabatos, y los vendían a precios insultantes. -¿Estos son los artistas?- Pensaba aterrorizada de la mediocridad que inundaba las calles parisinas. ¿Acaso ésta era una salida para atormentarla, o para qué otra maldita razón? Sara no estaba contenta, y definitivamente no debió haber accedido a este tipo de aberraciones, pero debía concentrarse en ella. Algo tenía entre manos.  - ¿Pujas? ¿Y con eso qué hacen? ¿Les alcanza para comer?- Musitó, sin esconder su disgusto por el entorno que le rodeaba.

Katharina buscaba la manera de encontrar contrastes en las cosas que Sara repudiaba, con los ambientes simples que tanto amaba: un velón, el viento, el vestigio de las lluvias primaverales. Remembranzas de su juventud como mortal, cosas prácticamente invisibles, pero significativas para ella.
Se sentaron en un pequeño restaurante, exactamente el que estaba lleno de los “artistas” y sus garabatos. Intentó ignorar el tema del arte y trató de concentrarse en ella, sin omitir el disgusto que le causó quien les atendía. Le ofreció una mirada amenazante y letal. –Vino de “los artistas”, o el de la casa, per favore. Puede irse, signore. Estuvo muy cerca de ella, y sus comentarios insolentes le irritaron. –Katharina, ¿qué es este sitio?- Exclamó, preocupada y molesta.

***



¿Prepotencia o ingenuidad?. Una hermosa dama, decidió colocarse el mejor vestido y entregarse en bandeja de plata ante las bestias más temidas a lo largo de la historia. Imposible imaginar que detrás de la silueta delicada y rostro elegante de Ascarlani, existiera un demonio ambulante, fascinado por la sangre de sus víctimas. Un vampiro, a secas; instintivo y mortal. Ensimismada en los orbes de la cambiaformas, la amplia sonrisa de Sara se desfiguró internamente, como si un espectro poseyese su cuerpo y le demandara saciar la sed de su sexo, y de su néctar carmesí. La dulce y suave voz de Katharina se interponía en los estruendosos gritos de sus demonios internos. Una mordida sería el principio de su fin, y su sangre sería una ornamentación invisible en ese escenario endemoniado, testigo de obras magnánimas, y de pecados a puerta cerrada. Maldita sea la hora en que se conocieron. Malditas las dos, y ojalá se calcinen en el infierno que se les avecina.







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Sara Ascarlani
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