AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Miss me? [Katharina Von Hammersmark]
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Miss me? [Katharina Von Hammersmark]
”No puede ser cierto.”
Fueron las palabras que cruzaron la mente de Erin nada más reconocerla. Era ella. Sin duda alguna, era ella. Varios años después, seguía recordando a la perfección el rostro de aquella mujer. Todavía recordaba el día que la conoció en el prostíbulo. El día que, entre todas las mujeres que tenía para elegir, la escogió a ella. Resultaba increíble que la hubiera reconocido nada más verla salir de aquella casona, que no hubiera dudado ni un solo segundo, ¿verdad? Ni siquiera el hecho de que ahora luciera como una mujer más poderosa y adinerada logró despistar a Erin. Aunque, para qué engañarnos, la verdadera pregunta era: ¿Cómo no iba a recordarla?
La belleza de la que en su día fue India Labelle era indiscutible y Erin se sabía de memoria la posición exacta de los lunares de su cuerpo. Aquella maldita prostituta dejó huella en la cazadora. Nunca quiso que ella lo supiera, siempre fingió que el motivo de sus visitas era el mismo que el de la primera vez que pagó por ella, aunque las innumerables ocasiones en las que decidió repetir hablasen por sí solas. Y habría seguido haciéndolo de no ser porque un día, de repente, ella dejó de estar. Fue la Madame del prostíbulo quien le informó de que India Labelle ya no trabajaba allí. De un día para otro, dejó de saber de ella. Y aquello le marcó, sin duda alguna. Fue ese día cuando fue consciente realmente de que el motivo de sus visitas no era la mera búsqueda de placer, sino de que había algo más, cuando pasó de poder tocarla casi todos los días a echarla de menos. Le guardaba rencor, claro, pero mostrarlo sería una prueba más de lo que en su día sintió por ella. Y no estaba dispuesta a admitirlo.
¿Y qué hacía Erin allí? Londres era la ciudad en la que se crió y, de vez en cuando, consideraba necesario volver a sus raíces. El motivo por el cual se encontraba en esos momentos frente a la casona de la persona que menos esperaba encontrarse era bastante distinto. Básicamente, el terreno era de su agrado y había decidido adentrarse en aquel bosque sin permiso. Siempre podría decir que le pagaban por vigilar que no ocurriera nada sospechoso por los alrededores, acompañada de su revólver y ballesta a la espalda. Sus ropajes eran simples: botas negras, calzones negros y una camisola blanca debajo de su habitual chaqueta de cuero.
Tras varios segundos observando de lejos, procurando no ser vista, decidió acercarse. Con su característica forma de andar, aparentemente varonil y con cierta dejadez, siguió el camino hasta la entrada de la casona. Se detuvo junto a uno de los pilares que se encontraban frente a la puerta y se apoyó en éste, como si nada, aparentemente tranquila.
- ¿Ahora tus clientes pertenecen a la Corte? - porque un “Cuánto tiempo sin verte, te eché de menos” resultaba muy poco original para Erin. Esperó en silencio una respuesta, simplemente observándola, y seguramente de una forma bastante indiscreta.
Fueron las palabras que cruzaron la mente de Erin nada más reconocerla. Era ella. Sin duda alguna, era ella. Varios años después, seguía recordando a la perfección el rostro de aquella mujer. Todavía recordaba el día que la conoció en el prostíbulo. El día que, entre todas las mujeres que tenía para elegir, la escogió a ella. Resultaba increíble que la hubiera reconocido nada más verla salir de aquella casona, que no hubiera dudado ni un solo segundo, ¿verdad? Ni siquiera el hecho de que ahora luciera como una mujer más poderosa y adinerada logró despistar a Erin. Aunque, para qué engañarnos, la verdadera pregunta era: ¿Cómo no iba a recordarla?
La belleza de la que en su día fue India Labelle era indiscutible y Erin se sabía de memoria la posición exacta de los lunares de su cuerpo. Aquella maldita prostituta dejó huella en la cazadora. Nunca quiso que ella lo supiera, siempre fingió que el motivo de sus visitas era el mismo que el de la primera vez que pagó por ella, aunque las innumerables ocasiones en las que decidió repetir hablasen por sí solas. Y habría seguido haciéndolo de no ser porque un día, de repente, ella dejó de estar. Fue la Madame del prostíbulo quien le informó de que India Labelle ya no trabajaba allí. De un día para otro, dejó de saber de ella. Y aquello le marcó, sin duda alguna. Fue ese día cuando fue consciente realmente de que el motivo de sus visitas no era la mera búsqueda de placer, sino de que había algo más, cuando pasó de poder tocarla casi todos los días a echarla de menos. Le guardaba rencor, claro, pero mostrarlo sería una prueba más de lo que en su día sintió por ella. Y no estaba dispuesta a admitirlo.
¿Y qué hacía Erin allí? Londres era la ciudad en la que se crió y, de vez en cuando, consideraba necesario volver a sus raíces. El motivo por el cual se encontraba en esos momentos frente a la casona de la persona que menos esperaba encontrarse era bastante distinto. Básicamente, el terreno era de su agrado y había decidido adentrarse en aquel bosque sin permiso. Siempre podría decir que le pagaban por vigilar que no ocurriera nada sospechoso por los alrededores, acompañada de su revólver y ballesta a la espalda. Sus ropajes eran simples: botas negras, calzones negros y una camisola blanca debajo de su habitual chaqueta de cuero.
Tras varios segundos observando de lejos, procurando no ser vista, decidió acercarse. Con su característica forma de andar, aparentemente varonil y con cierta dejadez, siguió el camino hasta la entrada de la casona. Se detuvo junto a uno de los pilares que se encontraban frente a la puerta y se apoyó en éste, como si nada, aparentemente tranquila.
- ¿Ahora tus clientes pertenecen a la Corte? - porque un “Cuánto tiempo sin verte, te eché de menos” resultaba muy poco original para Erin. Esperó en silencio una respuesta, simplemente observándola, y seguramente de una forma bastante indiscreta.
Erin Maxwell- Cazador Clase Baja
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Re: Miss me? [Katharina Von Hammersmark]
Tras la decisión de vivir a medias entre Londres y París, Katharina debía comprar todo lo necesario para acabar de amueblar a su gusto la casona regalo de James, así como contratar el personal necesario para su mantenimiento y servicio. Llevaba varios días viviendo allí sola y realmente había disfrutado de ello pero, para qué engañarnos, la gata provenía de una familia noble y estaba acostumbrada a ciertas comodidades a las que no volvería a renunciar. Podría parecer extraño pero en Londres se arreglaba infinitamente menos que en la capital francesa, apenas usaba maquillaje o joyas y los ropajes –aunque de excelente calidad- carecían de bordados o florituras. Tan solo su forma de moverse, naturalmente elegante, y de hablar dejaba claro que se trataba de una mujer de alta posición social. Además su nombre comenzaba a escribirse en tinta a los diarios desde la apertura y claro éxito de su museo de ciencia natural, motivo básico por el que no se permitió el lujo de recaer en una depresión cuando volvió a ser abandonada por su pareja.
No conocía a nadie más que al rey en aquel país, por lo que ir a la ciudad era una verdadera aventura para ella, debería acertar con los sitios a visitar y preguntar a las personas correctas sobre la posibilidad de trabajar para ella. Una vez estuvo lista cogió una bolsita llena de monedas que guardó en un bolsillo de la falda y salió de la casona. Fue en cuanto cerró la puerta que vio una figura en el porche, por inercia su cuerpo se tensó; se suponía que nadie tenía acceso a esos terrenos, eran propiedad del rey y en ese caso de ella al ser dueña de la vivienda. Mierda. ¿En serio tenía que aparecer una ex-clienta allí? Rozaba lo surreal…
Casi desde el momento en que pisó el burdel de París Erin se convirtió en una habitual de sus noches, casi la totalidad de sus visitas al prostíbulo acababan en la habitación de Katharina –o India, como se hacía llamar-. Nunca habían mantenido grandes conversaciones, entre otras cosas porque la cazadora era –al menos en apariencia- ególatra y superficial, y porque Katharina no hablaba de sí misma con ningún cliente. Hubiera sido ridículo contar que pertenecía a una familia de nobles, que había perdido todo y huido de su país, acabando por tener que vender su cuerpo a quien quisiera pagar por ello. ¿Quién iba a querer tener sexo con una mujer que contaba dramas personales en vez de regalar gemidos de placer? No, no se conocían. Erin ni siquiera sabía la verdadera identidad de la cambiante, su naturaleza, su origen… Lo que había visto de ella era una joven, en apariencia sumisa, que la complacía por las noches, una joven sonriente y siempre agradable. Si esperaba encontrarse con la muchacha que recordaba, iba mal. -Buenos días a ti también, ¿te has perdido?-, ignoró su pregunta fuera de lugar y claramente ofensiva. -Esta vivienda es mía así como el terreno así que por favor vete de aquí, hay bosques por los que puedes pasear al sur de la ciudad-, no quería alterarse, de hacerlo era más que posible que cambiara de forma y ocuparse de un cadáver no entraba en su plan de vida tranquila. Su primer impulso fue contestar un simple ”sí, y como no perteneces a ella lárgate”, pero decidió optar por la versión más educada posible dentro del hecho de dejar claro que no la quería allí. A pesar de todo las preguntas se agolpaban en su mente, ¿la estaba buscando? La madame la informó cuando dejó el burdel de que había preguntado por ella varias veces, de que deseaba saber su paradero pero Katharina la había prohibido decírselo. ¿Sería posible que hubiera seguido su pista? Ahora Von Hammersmark era una mujer poderosa en la sociedad parisina… El museo le había abierto muchas puertas a círculos intelectuales antes cerrados a mujeres. Pero sobre todo, ¿qué quería?
No conocía a nadie más que al rey en aquel país, por lo que ir a la ciudad era una verdadera aventura para ella, debería acertar con los sitios a visitar y preguntar a las personas correctas sobre la posibilidad de trabajar para ella. Una vez estuvo lista cogió una bolsita llena de monedas que guardó en un bolsillo de la falda y salió de la casona. Fue en cuanto cerró la puerta que vio una figura en el porche, por inercia su cuerpo se tensó; se suponía que nadie tenía acceso a esos terrenos, eran propiedad del rey y en ese caso de ella al ser dueña de la vivienda. Mierda. ¿En serio tenía que aparecer una ex-clienta allí? Rozaba lo surreal…
Casi desde el momento en que pisó el burdel de París Erin se convirtió en una habitual de sus noches, casi la totalidad de sus visitas al prostíbulo acababan en la habitación de Katharina –o India, como se hacía llamar-. Nunca habían mantenido grandes conversaciones, entre otras cosas porque la cazadora era –al menos en apariencia- ególatra y superficial, y porque Katharina no hablaba de sí misma con ningún cliente. Hubiera sido ridículo contar que pertenecía a una familia de nobles, que había perdido todo y huido de su país, acabando por tener que vender su cuerpo a quien quisiera pagar por ello. ¿Quién iba a querer tener sexo con una mujer que contaba dramas personales en vez de regalar gemidos de placer? No, no se conocían. Erin ni siquiera sabía la verdadera identidad de la cambiante, su naturaleza, su origen… Lo que había visto de ella era una joven, en apariencia sumisa, que la complacía por las noches, una joven sonriente y siempre agradable. Si esperaba encontrarse con la muchacha que recordaba, iba mal. -Buenos días a ti también, ¿te has perdido?-, ignoró su pregunta fuera de lugar y claramente ofensiva. -Esta vivienda es mía así como el terreno así que por favor vete de aquí, hay bosques por los que puedes pasear al sur de la ciudad-, no quería alterarse, de hacerlo era más que posible que cambiara de forma y ocuparse de un cadáver no entraba en su plan de vida tranquila. Su primer impulso fue contestar un simple ”sí, y como no perteneces a ella lárgate”, pero decidió optar por la versión más educada posible dentro del hecho de dejar claro que no la quería allí. A pesar de todo las preguntas se agolpaban en su mente, ¿la estaba buscando? La madame la informó cuando dejó el burdel de que había preguntado por ella varias veces, de que deseaba saber su paradero pero Katharina la había prohibido decírselo. ¿Sería posible que hubiera seguido su pista? Ahora Von Hammersmark era una mujer poderosa en la sociedad parisina… El museo le había abierto muchas puertas a círculos intelectuales antes cerrados a mujeres. Pero sobre todo, ¿qué quería?
Katharina Von Hammersmark- Cambiante Clase Alta
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Re: Miss me? [Katharina Von Hammersmark]
¿Quién iba a querer tener sexo con una mujer que contaba dramas personales en vez de regalar gemidos de placer? Si aquella mujer era India Labelle -ahora Katharina- entonces la respuesta era sencilla: Erin. Sus visitas al prostíbulo siempre acababan del mismo modo, con ambas desnudas, la una sobre la otra; pero lo que la morena no sabía era que el simple hecho de verla ya cautivaba a la rubia. El simple hecho de verla le solucionaba el día. Se odió a sí misma por echarla de menos. Y pensaba que se había deshecho por completo de cualquier pequeño fragmento de India que se aferraba a ella, que ya no había rastro de cualquier tipo de sentimiento, después de tanto tiempo. Y ahora que la tenía delante se daba cuenta de que no era así. Y para Erin no existía sensación más demoledora que la de volver a sentir algo por una persona a quien se había obligado a olvidar.
Las palabras de la morena le sacaron de sus pensamientos, por suerte. ¿Si se había perdido? No. Pero no contestó, tardó en procesar que tanto aquella casona como los terrenos de alrededor eran de su propiedad. ¿Cómo podía haber pasado de vivir en un prostíbulo a vivir en aquel lugar? No conocía su historia, a decir verdad, no conocía nada de ella. Dudaba que en algún momento le hubiera contado algo real en lo que respectaba a su vida. Ni siquiera conocía su verdadero nombre.
- Vaya - consiguió decir, al fin. Un aplauso por tan inteligente contestación, pero en la cara, por favor - Escuché que se buscaba personal para vigilar los terrenos, vine a ofrecerme - fue la primera excusa que se le pasó por la cabeza. En un primer momento pensaba decir que ya trabajaba allí, ¿pero cómo iba a decirle eso a la propietaria del terreno? Suponía que llevaría algún tipo de control sobre sus propios empleados. O tal vez el control lo llevase su esposo u otra persona, pero prefería no arriesgarse. De todos modos, aunque para la dueña del lugar aquel tema de conversación fuera importante, para Erin no lo era. Tenía curiosidad por saber de ella, su nombre, para empezar, y después todo lo demás.
Despegó el hombro del pilar en el que estaba apoyada, dispuesta a acompañarla en el caso de que comenzase a andar. Ya había recorrido con la mirada, de arriba abajo, a la propietaria de aquella casona. Y no sólo una vez. - Veo que los años te han tratado bien, en todos los aspectos. La vivienda, los terrenos, tu aspecto… Tu belleza sigue siendo indiscutible, sin duda - sonrió, de esa forma tan canalla y despreocupada que tenía siempre de hacerlo. ¿Acaso trataba de ligar con ella? - Supongo que recuerdas mi nombre, por lo que deberíamos estar en igualdad de condiciones - acercó una mano a la mujer, a modo de presentación, fingiendo que se acababan de conocer tras decir un “Erin” a la espera del nombre real de la morena.
Las palabras de la morena le sacaron de sus pensamientos, por suerte. ¿Si se había perdido? No. Pero no contestó, tardó en procesar que tanto aquella casona como los terrenos de alrededor eran de su propiedad. ¿Cómo podía haber pasado de vivir en un prostíbulo a vivir en aquel lugar? No conocía su historia, a decir verdad, no conocía nada de ella. Dudaba que en algún momento le hubiera contado algo real en lo que respectaba a su vida. Ni siquiera conocía su verdadero nombre.
- Vaya - consiguió decir, al fin. Un aplauso por tan inteligente contestación, pero en la cara, por favor - Escuché que se buscaba personal para vigilar los terrenos, vine a ofrecerme - fue la primera excusa que se le pasó por la cabeza. En un primer momento pensaba decir que ya trabajaba allí, ¿pero cómo iba a decirle eso a la propietaria del terreno? Suponía que llevaría algún tipo de control sobre sus propios empleados. O tal vez el control lo llevase su esposo u otra persona, pero prefería no arriesgarse. De todos modos, aunque para la dueña del lugar aquel tema de conversación fuera importante, para Erin no lo era. Tenía curiosidad por saber de ella, su nombre, para empezar, y después todo lo demás.
Despegó el hombro del pilar en el que estaba apoyada, dispuesta a acompañarla en el caso de que comenzase a andar. Ya había recorrido con la mirada, de arriba abajo, a la propietaria de aquella casona. Y no sólo una vez. - Veo que los años te han tratado bien, en todos los aspectos. La vivienda, los terrenos, tu aspecto… Tu belleza sigue siendo indiscutible, sin duda - sonrió, de esa forma tan canalla y despreocupada que tenía siempre de hacerlo. ¿Acaso trataba de ligar con ella? - Supongo que recuerdas mi nombre, por lo que deberíamos estar en igualdad de condiciones - acercó una mano a la mujer, a modo de presentación, fingiendo que se acababan de conocer tras decir un “Erin” a la espera del nombre real de la morena.
Erin Maxwell- Cazador Clase Baja
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Re: Miss me? [Katharina Von Hammersmark]
Era prácticamente imposible que supiera que se dirigía al pueblo a buscar el personal que necesitaba para el cuidado de esa casa, a no ser que fuera James quien la enviara allí… cosa que dudaba pues no creía que fuera a tener tiempo de ocuparse de una nimiedad tal. -Voy a contratar servicio pero no necesito a nadie que vigile, es una zona bastante tranquila-, Erin no tenía conocimiento alguno de la naturaleza de Katharina y así sería mejor que continuara. La cambiante sí conocía la profesión de la rubia y no tenía la seguridad de que intentara matarla por lo que el secreto debía seguir oculto. No tenía intención de quedarse a charlar, pues ese encuentro era en cierta manera incómodo para ella, así que comenzó a caminar viendo que la rubia se mantenía en su posición, -no voy a dejar que te quedes en mi casa a solas así que empieza a mover los pies-.
Rodó los ojos por el comentario posterior, ¿en serio era igual en la calle que en el burdel? Alzó las cejas al mirarla de soslayo y suspiró con pesadez, -¿intentas conquistarme, ligar conmigo, llevarme a la cama…?-, le dio opciones para escoger aunque estaba casi segura de que la correcta era la última. -Pasaba mucha gente por mi cama, tendrás que refrescarme la memoria-, asintió cuando esta se presentó y tuvo que estrechar su mano -Katharina-. Para la cazadora sería un poco chocante conocerla con otra identidad, aunque la mayoría de las prostitutas trabajaban bajo un sobrenombre falso. No la apetecía hablar. Por muy bien que reflejara estar ante los demás, por dentro dolía demasiado volver a estar sola; o más que es, haber vuelto a ser abandonada. ¿Acaso es que ella hacía algo mal para que las mujeres a quienes quería se alejasen?
Por suerte, ya fuera porque Erin intuía que no estaba de humor o porque no tenía ninguna patochada más que decir, el resto del camino hasta el pueblo lo hicieron el silencio. Era la primera vez que lo visitaba, las anteriores veces en Londres siempre había ido directa al castillo por lo que no conocía ni a su gente ni la ciudad en sí misma. Erin seguía a su lado, no debía tener nada mejor que hacer, así que ambas se dirigieron a varios puestos del mercado. Buscó los mejores de verdura, carne, pescado… y se interesó por si los dueños de estos tenían alguna hija o hijo que quisieran que trabajara para ella, cuando tuvo a las personas adecuadas para ella acordó su salario y pidió que llevaran la compra a la casona. Poco a poco aquello iba tomando forma, -ya que parece que no te vas a ir, tomemos una cerveza y estamos en paz-, ese era el mejor trato que podía ofrecerla en ese momento y de verdad que la paciencia que estaba mostrando a Erin le costaba un esfuerzo.
En Inglaterra las cosas parecían estar un pelín más atrasadas que en París en cuanto al machismo, el mesero miró a la pareja de mujeres y valoró si acercarse a servirlas o no. -Si no lo haces vas a tener serios problemas-, podía tener paciencia con Erin pero que no la buscaran las cosquillas ese día… Cuando ambas tuvieron la bebida delante ignoraron al resto de machotes y se sentaron en las mesas exteriores del local –olía menos mal-. -Bien, hagamos algo. Tres preguntas cada una. Pregunta lo que quieras y yo haré lo mismo, así las dos sabremos lo que queremos y no habrá más juegos innecesarios ni comentarios absurdos.- Al tener el gesto afirmativo de Erin comenzó, -¿cómo llegaste a mi casa y qué quieres de mi? La tercera me la reservo para luego.-
Rodó los ojos por el comentario posterior, ¿en serio era igual en la calle que en el burdel? Alzó las cejas al mirarla de soslayo y suspiró con pesadez, -¿intentas conquistarme, ligar conmigo, llevarme a la cama…?-, le dio opciones para escoger aunque estaba casi segura de que la correcta era la última. -Pasaba mucha gente por mi cama, tendrás que refrescarme la memoria-, asintió cuando esta se presentó y tuvo que estrechar su mano -Katharina-. Para la cazadora sería un poco chocante conocerla con otra identidad, aunque la mayoría de las prostitutas trabajaban bajo un sobrenombre falso. No la apetecía hablar. Por muy bien que reflejara estar ante los demás, por dentro dolía demasiado volver a estar sola; o más que es, haber vuelto a ser abandonada. ¿Acaso es que ella hacía algo mal para que las mujeres a quienes quería se alejasen?
Por suerte, ya fuera porque Erin intuía que no estaba de humor o porque no tenía ninguna patochada más que decir, el resto del camino hasta el pueblo lo hicieron el silencio. Era la primera vez que lo visitaba, las anteriores veces en Londres siempre había ido directa al castillo por lo que no conocía ni a su gente ni la ciudad en sí misma. Erin seguía a su lado, no debía tener nada mejor que hacer, así que ambas se dirigieron a varios puestos del mercado. Buscó los mejores de verdura, carne, pescado… y se interesó por si los dueños de estos tenían alguna hija o hijo que quisieran que trabajara para ella, cuando tuvo a las personas adecuadas para ella acordó su salario y pidió que llevaran la compra a la casona. Poco a poco aquello iba tomando forma, -ya que parece que no te vas a ir, tomemos una cerveza y estamos en paz-, ese era el mejor trato que podía ofrecerla en ese momento y de verdad que la paciencia que estaba mostrando a Erin le costaba un esfuerzo.
En Inglaterra las cosas parecían estar un pelín más atrasadas que en París en cuanto al machismo, el mesero miró a la pareja de mujeres y valoró si acercarse a servirlas o no. -Si no lo haces vas a tener serios problemas-, podía tener paciencia con Erin pero que no la buscaran las cosquillas ese día… Cuando ambas tuvieron la bebida delante ignoraron al resto de machotes y se sentaron en las mesas exteriores del local –olía menos mal-. -Bien, hagamos algo. Tres preguntas cada una. Pregunta lo que quieras y yo haré lo mismo, así las dos sabremos lo que queremos y no habrá más juegos innecesarios ni comentarios absurdos.- Al tener el gesto afirmativo de Erin comenzó, -¿cómo llegaste a mi casa y qué quieres de mi? La tercera me la reservo para luego.-
Katharina Von Hammersmark- Cambiante Clase Alta
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Re: Miss me? [Katharina Von Hammersmark]
Le sorprendió que la morena dijera que no necesitaba a nadie para vigilar los terrenos. Debía ser la primera persona adinerada que conocía que no buscaba a nadie para una tarea similar - ¿Y qué clase de servicios quieres contratar? Tal vez encaje en alguno - propuso pues, aunque en un primer momento no hubiera ido hasta allí en busca de trabajo, en esos momentos le parecía buena idea. El dinero siempre le venía bien a la rubia, nunca le sobraba. Se ahorró un “No tenía intención de robarte” cuando la ya-no-prostituta mostró cierto descontento ante la idea de que Erin se quedase allí a solas. No sería la primera vez que, tal vez por su apariencia, le acusasen de ladrona. Fuera como fuese, decidió seguirla. Demasiados años sin verla como para perderla de vista tan fácilmente.
- Vamos por partes, ¿no? Primero ligarte, después conquistarte y ya vamos viendo lo de compartir aposentos. No le quites emoción a todo el procedimiento - bromeó, como siempre, manteniendo esa sonrisa tan particular. - ¿Refrescarte la memoria? Estoy segura de que con un solo beso me recordarías, pero no se me ocurre mejor forma de refrescarte la memoria que repitiendo alguna de las cosas que te hacía sobre esa cama que mencionas. A no ser que estés fingiendo que no te acuerdas de mí, claro - la rubia encantada de refrescar la memoria del modo que ha mencionado, para qué mentir.
Efectivamente, para Erin resultó extraño escuchar por primera vez el verdadero nombre de la morena. Katharina. Lo repitió mentalmente, queriendo retenerlo, como si realmente le costase retener información de alguien que le gustaba tanto. Pensaba que se había olvidado de cualquier sentimiento hacia ella pero, cuanto más tiempo pasaba junto a ella, más cuenta se daba que en absoluto había olvidado algo al respecto. Seguramente por eso, porque sentía que le era imposible alejarse de ella en esos momentos, la acompañó a hacer los recados. Por eso y porque quería volver a ganarse la confianza de la morena.
La parte de ir a tomar una cerveza ya le gustaba mucho más, así que accedió sin problema. No pasó por alto lo ocurrido con el mesero, y mucho menos la contestación de Katharina - Veo que sigues conservando carácter. Me gusta. - no pudo ahorrarse ese maravilloso comentario, no. Puede que la morena hubiera cambiado, ahora parecía mucho más distante y fría, pero seguía conservando ese algo que impedía que la rubia quisiera apartar la mirada de ella.
Una vez sentadas y servidas, Erin dio un trago a su cerveza, aceptando aquella especie de juego de preguntas. - Nunca supe dónde fuiste así que, tranquila, no te buscaba. Digamos que volver a encontrarnos ha sido una bonita casualidad. ¿Qué quiero de ti? ¿Quieres que sea sincera o que diga que una simple amistad? - respondía fácilmente con seguridad y tono travieso, como siempre. - Me toca. ¿Por qué te fuiste? ¿Era yo de los clientes con quienes más disfrutabas? Haz memoria, no me vale un “No me acuerdo”. Y me guardo la tercera pregunta también para luego.
- Vamos por partes, ¿no? Primero ligarte, después conquistarte y ya vamos viendo lo de compartir aposentos. No le quites emoción a todo el procedimiento - bromeó, como siempre, manteniendo esa sonrisa tan particular. - ¿Refrescarte la memoria? Estoy segura de que con un solo beso me recordarías, pero no se me ocurre mejor forma de refrescarte la memoria que repitiendo alguna de las cosas que te hacía sobre esa cama que mencionas. A no ser que estés fingiendo que no te acuerdas de mí, claro - la rubia encantada de refrescar la memoria del modo que ha mencionado, para qué mentir.
Efectivamente, para Erin resultó extraño escuchar por primera vez el verdadero nombre de la morena. Katharina. Lo repitió mentalmente, queriendo retenerlo, como si realmente le costase retener información de alguien que le gustaba tanto. Pensaba que se había olvidado de cualquier sentimiento hacia ella pero, cuanto más tiempo pasaba junto a ella, más cuenta se daba que en absoluto había olvidado algo al respecto. Seguramente por eso, porque sentía que le era imposible alejarse de ella en esos momentos, la acompañó a hacer los recados. Por eso y porque quería volver a ganarse la confianza de la morena.
La parte de ir a tomar una cerveza ya le gustaba mucho más, así que accedió sin problema. No pasó por alto lo ocurrido con el mesero, y mucho menos la contestación de Katharina - Veo que sigues conservando carácter. Me gusta. - no pudo ahorrarse ese maravilloso comentario, no. Puede que la morena hubiera cambiado, ahora parecía mucho más distante y fría, pero seguía conservando ese algo que impedía que la rubia quisiera apartar la mirada de ella.
Una vez sentadas y servidas, Erin dio un trago a su cerveza, aceptando aquella especie de juego de preguntas. - Nunca supe dónde fuiste así que, tranquila, no te buscaba. Digamos que volver a encontrarnos ha sido una bonita casualidad. ¿Qué quiero de ti? ¿Quieres que sea sincera o que diga que una simple amistad? - respondía fácilmente con seguridad y tono travieso, como siempre. - Me toca. ¿Por qué te fuiste? ¿Era yo de los clientes con quienes más disfrutabas? Haz memoria, no me vale un “No me acuerdo”. Y me guardo la tercera pregunta también para luego.
Erin Maxwell- Cazador Clase Baja
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