Hello Adrenaline [Priv-Erlend Cannif]

Tan solo llevaba unas semanas en aquella ciudad y ya empezaba a convertirse en monótona, aparte de beber, matar y follar nada complacía a mi vil existencia.
Algunos trabajos de mercenario, desde hace siglos mi oficio y unas monedas permitirían que continuase mi viaje en busca de nuevas guerras que afrontar, nuevas batallas que ganar y nuevas heridas que cerrar.

Hasta aquel día en el que la vi, mi vida estaba tan vacía como el vaso de whisky que ahora portaba mi mano, casi podría asegurar que capte su presencia incluso antes de entrar en aquella cochambrosa taberna de mala muerte.
El olor de su sangre era adictivo y mis ojos oscurecidos, pronto buscaron entre la multitud a la dueña de aquella fragancia indómita y familiar a su vez.

No fue hasta el mismísimo momento en que la vi cuando me percate de la mas sombría de las realidades, mi cuerpo se paralizo casi al tiempo que el mismísimo tiempo con él.
Sentí un regreso a un oscuro y a su vez ansiado pasado. Increíble lo que veían mis ojos, pestañee varias veces por si era un fantasma, o por el contrario una de las innumerables pesadillas que me asolaban día y noche.
Aquella mujer era la viva imagen de ella, Katherina, la dama que de humano me maldijo para la eternidad, la única a la que había amado.

Se acerco a mi, como si el mismo destino atrajera sus pasos, y no se llevado por que razón, nuestras conversaciones pasaron de triviales a algo mas profundo, era una sensación extraña, esa que une a dos personas, como si sus almas fueran una, como si siempre hubieran estado unidas y de pronto todo encaja, la soledad se termina y la felicidad te envuelve de un modo que asusta.

Si algo podía sentir frente a ella, era aquella sensación de frenesí, una que conocía bien, una que desataba mis demonios fruto del miedo, miedo a que al despertar ya no estuviera, y a su vez el conocimiento de saber que todo terminaría en sangre, sudor y lagrimas.

Pronto descubrí lo que su cuerpo producía frente al mio, mi sed era insaciable y tras probarla por primera vez me di cuenta que mi felicidad tenia nombre de mujer Ariyne, y a su vez esa seria mi maldición a partes iguales. Incapaz de dejar de beberla, como si de la droga más potente jamas probada se tratase, conseguía embriagarme, excitarme, y jamas saciarme. La deseaba, pero mi deseo tenia un precio y pronto averigüe cual era.

Precio que se sello en un pacto de reglas sencillas que asegurarían su vida, y posiblemente mi destrucción, más que podía hacer, para ese entonces ya no era dueño de mi mismo, aquella mujer parecía poseer mi voluntad y poder doblegarla a su placer.

Adrenalina era mi promesa, y adrenalina le daría cuando el galope del caballo marcaba el ritmo de nuestros cuerpos ahora pegados como ascua y fuego.


Y frente al acantilado llegamos, yo con la seguridad que me caracterizaban en aquellos actos, ella con el miedo que empujaba el latir constante de un corazón rítmico que era mi música mas deseada.
Ambos con los pies en el aire que llenaba el vacio de aquel precipicio y los talones aun sobre el suelo.
La mire para decirle que no tenia porque lanzarse, mas poco tiempo me dejo para ello
－jajajaja ¡voy a morirrrrr! jajajajajajajajaja

Eso fue cuanto oía al ver a mi dama lanzarse al vació, de nuevo aquella sensación de pánico, miedo por que se hiciera tan solo un rasguño, me lance tras ella, aferrando su cuerpo y pegándolo al mio, ahora mas tranquilo sabiendo que yo seria su escudo.

Mentiría si dijera que el golpe de las rocas y el impacto del agua no fue doloroso, más poco me importaba eso en aquel mismísimo instante.
-¿Estáis bien? -susurre mirando sus labios morados mientras la tomaba entre mis brazos.

Tome a la dama entre mis brazos, sosteniéndola con suavidad mientras luchaba por sacarla de aquella agua salada, que parecía con su corriente y con la violencia de sus olas querer engullirnos para siempre.
La idea se me antojaba romántica, mas no muy practica. Al principio a nado, y luego pisando con firmeza sobre rocas resbaladizas y algas que atrapaban mis botas, logre alcanzar la costa.

Su ropa completamente empapada, calaba sus huesos haciéndola temblar como una hoja en otoño, mas su color en vez de amarillento teñía hacia un azul amoratado, hubiera deseado que mi cuerpo albergara el calor que necesitaba, y en ese momento odie mi inmortalidad como nunca antes lo había echo.

La deposite sobre la arena y busque en las alforjas del caballo una manta, que solía usar para cubrir cualquier resquicio de luz que entrara por los distintos lechos que encontraba de forma errante por el camino.
La envolví con ella, y volví atareado en busca de un poco de leña, que por suerte no encontré demasiado lejos. Con la yesca y pedernal no tardo en formarse una llama que azuzada por la suave brisa marina pronto se convirtió en una esplendida hoguera.

Fogata hecha, sabia que mi lobita pronto entraría en calor, sonreí satisfecho mientras me quitaba la camisola y la lanzaba a un lado del fuego para que se secara.
-Deberíais hacer lo mismo mi señora -sugerí con picardia -os prometo no mirar.

Mas quien creía la promesa de un inmortal, sinceramente y en esa situación ni yo mismo, no mentiré, anhelaba ver su cuerpo al descubierto, era obvio que su rostro era idéntico al de Katherina, más también lo seria su cuerpo. El deseo y porque no también la curiosidad me devoraba por dentro.

Me acerque a ella y frote sus brazos para calentarla, mis ojos no pudieron evitar bailar por aquel rostro de facciones perfectas y detenerse en unos labios que me volvía loco por besar.
No era la primera ni seria la ultima que su boca despertaba en mi los instintos mas básicos.
Solo había un pequeño detalle que resaltar, y este era, que yo jamás besaba, para mi, un beso tenia un significado. Follar se podía hacer con todas, no había nada más que complacer un cuerpo necesitado de desfogarse, más un beso, aquello implicaba un sentimiento puro que bien conocía “el amor”

Maldito sentimiento que te arrastra hasta el mismísimo infierno, te devora y cuando crees que rozas el cielo, te escupe dejándote tan vació, como yo lo estaba por ese entonces.
¡No!, no quería enamorarme, más ¿y si ya lo estaba?
Desde Kath nunca bese a otra mujer, no diré que no yací en el lecho de muchas, más jamas paso del rollo de una noche en la que no me quede para conversar al alba.
Si, era un cobarde, nunca me permití amar desde entonces ¿porque permitirlo ahora?

Sus labios calientes rozaron los míos fríos como témpanos de hielo. Mis ojos se abrieron por la sorpresa, se cerraron por el deseo y temblé por el miedo.
Incapaz de explicar los mil sentimientos y uno que rondaron por mi cuerpo en ese instante y como los demonios asolaban mi interior devorándome por dentro ,me deje llevar.
Que aquello era una locura, lo sabia, que no saldría bien ,también, que aquel primer beso que sabia a agua salada y que entreabrió mis labios sedientos de más cuando se aparto marcaría mi futuro, era un echo.

Quizás hubiera debido salir corriendo en ese instante, más como hacer eso, si lo único que quería era volver a sentir aquello que no me había permitido sentir en siglos. Mi mano se deslizo por su nuca con suavidad y la atrajo hacia mi con pasión, para ahora si, devolverle un beso necesitado, lleno de fuego. E infinitamente mas cálido que las mismas ascuas que nos calentaban en ese preciso instante en el que el tiempo se detuvo.
Nuestros labios acoplaron como ya antes lo habían hecho, y  nuestras lenguas se buscaran primero inseguras, más luego sedientas del otro.
Así quedo sellado su primer beso con un desconocido y mi beso con el amor eterno, que con distinto nombre y mismo rostro volvía a mi.

Una charla frente al fuego, risas aplacadas por el ruido de las olas y su mirada hundida en la mía, reflejando las llamas del fuego que poco a poco encendían nuevamente las ascuas de un corazón herido si no muerto.

Y de nuevo esa sed, esa necesidad de sentir su sangre circulando por mi interior, mis ojos oscurecidos que marcaban la diferencia de nuestras razas y su gesto siempre alegre de un cuello al descubierto, lo hacia todo muy facil.
Ni siquiera sabia como podía convertir algo tan inhumano en algo sensual para ambos, o al menos para mi.
Hundí mis dientes en su cuello nuevamente, embriagándome de ella, más mis deseos no quedaban aquí, y mis manos se deslizaron por su cuerpo fruto del mismo subidón que la droga de su sangre me producía.
Con la respiración agitada y algún otro gemido aplacado contra su clavícula fui detenido por sus manos y un cuerpo tembloroso que obviamente no buscaba ese acercamiento con un extraño.

Me detuve, no sin esfuerzo, pues nada deseaba más en ese instante que hacerla mía con suavidad sobre la fina arena de aquella playa, testigo de nuestro primer beso y acunada por la brisa de un mar embravecido.