AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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The Calm Before The Storm — Privado
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The Calm Before The Storm — Privado
Solo en soledad se siente
la sed de la verdad.
—Maria Zambrano
la sed de la verdad.
—Maria Zambrano
Las vivas notas de una sinfonía, eran arrancadas con especial sutileza del viejo piano que decoraba el amplio salón de la residencia que tenía la familia Wittelsbach en París. La pieza musical se podía escuchar por toda la estancia; era alegre, con tonos efusivos y agradables. Los dedos de Garland se movían con gracia sobre las teclas; era envidiable su tenacidad a la hora de interpretar las más bellas melodías en piano, tenía un talento inigualable para ello desde que era un niño. Pero las otras obligaciones lo distrayeron de su pasión por la música, así que no le quedaba de otra que resignarse a aceptar su pasión como algo pasajero y un simple hobby. Se acostumbró a la obediencia y era excesivamente moralista en determinados aspectos; lo que lo hacía ver como un completo aguafiestas, y no se quejaba de ello, a Garland, más bien, le agradaba que las personas se alejaran de él, pues aborrecía estar rodeado de personas.
Cuando decidió tomar unas pequeñas vacaciones en París, lo hizo con la intención de estar solo, de poder disfrutar de sus actividades de rutina sin interrupciones. Desde que estaba comprometido con aquella muchachita extraña, Garland solía ofuscarse con mayor frecuencia y terminaba a veces tan molesto, que ni la placentera lectura de un libro parecía aliviar su malestar.
La soledad no era un mal para alguien como él, acostumbrado a encerrarse en sí mismo sin tener que tomar en cuenta a otros. Sus familiares solían pensar que algo malo pasaba, pues no era común que un jovencito prefiriera estar sumergido en las páginas de un viejo libro de Historia Universal, que haciendo amistades con otros de su edad, y menos él, el heredero del prestigioso ducado de Baviera. Por lo que algunos cuestionaron su capacidad para asumir tal responsabilidad; si esas actitudes inapropiadas continuaban, ¿cómo iba a desenvolverse cuando fuese nombrado duque? Podría avergonzar a la familia y eso era lo que menos querían. Garland se vio obligado a acallar aquellas críticas sin sentido antes de que fuese demasiado tarde. Lo había logrado con éxito, pero eso no evitó que lo comprometieran con alguien que él no quería.
En todo ese proceso de adaptación, si bien no era el hombre más amistoso, conoció a personas con las que se la llevaba medianamente bien y entre esos pocos estaba Maximilien Grimaldi. Las personalidades de ambos solían chocar, pero de eso se trataba la extraña amistad que ambos forjaron; Maximilien al igual que Garland, también estaba relacionado con la vida de los nobles, aunque, los entretejes del destino lo llevaron a tomar un rumbo diferente. Lo envidiaba por eso, porque él nunca se animó a dejar sus obligaciones como heredero de los Wittelsbach por el amor que sentía hacia su prima y ahora estaba atado a una mujer que no le simpatizaba del todo.
Aquel recuerdo triste hizo que los sonidos alegres del piano se volvieran pausados; de un momento a otro, la preciosa sinfonía que interpretaba se convirtió en una tonada lóbrega, como lo estaba su mente en esos momentos. Pero poco antes de continuar hiriéndose más con la música, su mayordomo lo distrajo, anunciándole que alguien lo esperaba en el salón principal. Garland observó con mirada ausente a su sirviente y tras un bufido, se puso de pie, abandonando al amado instrumento.
Acudió, sin decir una sola palabra, hacia donde se encontraba el invitado que había sido motivo de interrupción. Cuando descubrió a la figura masculina, de pie y cerca a uno de los amplios ventanales de la estancia, Garland frunció el ceño aclarándose de inmediato la garganta.
—Vaya, la primavera trae consigo particulares sorpresas —dijo de manera tranquila, acortando un poco más la distancia—. No me complacen las visitas, pero haré una excepción contigo, Maximilien.
Garland de Wittelsbach- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/03/2016
Localización : De vacaciones en París(?)
Re: The Calm Before The Storm — Privado
“If curiosity killed the cat, it was satisfaction that brought it back.”
― Holly Black, Tithe
― Holly Black, Tithe
Estrategia. Maximilien tenía la asombrosa capacidad de ver todo como si se tratara de un mapa de guerra, donde tenía que mover sus piezas con la cautela y el aplomo de un tirano. No le molestaba el papel, en absoluto, alguien tenía que hacerlo y su hermano definitivamente no iba a ser ese hombre. Asombrosa, sí, pero lo alienaba también. Si quería regresar el trono de Mónaco a su familia, debía tomar las riendas de la situación. Y fue así que conoció al joven de Wittelsbach, heredero al ducado bávaro. Su curiosidad había sido motivada por eso que lo movía: el beneficio para su causa; sin embargo, al conocer a Garland hubo mucho más que eso. El joven, con sus excentricidades y todo, le pareció sumamente interesante, más allá de lo que su título y su sitial pudieran darle a cambio. Le recordaba un poco a Sébastien, aunque su hermano mayor carecía de la agudeza de mente que el germano sí poseía.
Había tenido unos días de locos. Sébastien se había retractado de una visita que tenían planeada a un noble que podía ayudarles. Enojado, él se había largado a cabalgar y había conocido a aquella mujer en su paseo. Después vinieron nuevos compromisos y desde entonces no había podido darse un respiro, hasta ese momento. Su motivo de ir a ver a Garland no era político. No del todo, al menos.
Arribó y fue recibido con la pompa usual. Lo hicieron esperar en aquel salón y mientras pudo escuchar a la lejanía la melodía que su amigo interpretaba. Sonrió de lado. Él mismo apreciaba el arte, la música en especial, y tocaba violonchelo, no obstante, hasta ese momento la idea de hacer un dueto cruzó su cabeza. Quizá algún día se lo propondría.
Miró por la ventana mientras esperaba. Manos entrelazadas en la espalda. Mentón en alto. De ese modo, regio y terrible, lucía como un rey más digno que su hermano, aunque él en realidad no tuviera sangre azul. Había gente que simplemente nacía para esas cosas, y otra, como Sébastien, y Garland tal vez, que estaban destinados a otro tipo de grandeza. Se giró al escuchar cómo se aclaraban la garganta, tan sólo unos segundos antes la melodía que inundaba la casa había dejado de escucharse. Sonrió y arqueó una ceja. Salvó la distancia que ahora lo separaba del muchacho.
—Siempre tan amable conmigo, Garland —expresó en un tono jovial y despreocupado que no muchas veces se le escuchaba, debido a que siempre estaba tramando y atando cabos. Era un cambio refrescante—. Si hablamos de sorpresas, yo soy el más sorprendido. Me enteré hace poco que te comprometieron, no me explico cómo no ha muerto nadie —era mordaz porque sabía que el otro también lo era y sabría diferenciar.
Ese era el meollo de todo el asunto. Maximilien quería saber los detalles, porque Garland le caía bien, y porque era heredero a tremendo título, debía conocer muy bien las alianzas que se forjaban en Europa, para poder continuar él con su lance.
Maximilien Grimaldi- Humano Clase Alta
- Mensajes : 43
Fecha de inscripción : 31/01/2016
Localización : París
Re: The Calm Before The Storm — Privado
No lo demostró, pero bien sabía que la presencia de Maximilien no era para nada buena. Lo conocía bastante bien, después de todo lo consideraba un amigo, a pesar de que eran polos opuestos; y precisamente por eso, tenía el ligero presentimiento de que la visita no era por pura cortesía. A diferencia de Maximilien, Garland si había decidido cargar con las responsabilidades de su linaje. Su ancestro era Otón I de Wittelsbach; su familia había contado con demasiadas influencias dentro del Imperio y hasta algunos se habían hecho monarcas importantes. Garland sencillamente no podía defraudar a sus padres por seguir un sueño infantil. Esperaban mucho de él, y aunque la presión estuviera arruinando su humor, no iba a desertar así como así. En eso se diferenciaba de su amigo, pero no dejaba de comprenderlo. Sólo que era muy orgulloso para reconocerlo.
Lo observó en silencio durante largos segundos. No había cambiado mucho en todo el tiempo en el que no habían coincidido; tal vez eso era bueno, o no. Él, en cambio, se había vuelto un tipo más huraño, reservado y la amargura en su semblante era algo poco digno de apreciar. ¿Así se sentían todos los gobernantes? ¿Tenían que someterse a una amargura constante sólo por su nación? Al parecer, esa era la única salida que tenía todo aquel comprometido con tan importante cargo.
—Uhm, aún conservo mi amabilidad, supongo. O quizás sean simples etiquetas —respondió con amargura, intentando sonreír, pero no lo hizo—.Tú en cambio sigues igual. Tal vez sean ideas mías, o es que no suelo prestar tanta atención a los detalles.
Suspiró con pesadumbre y desvió su atención de Maximilien. No quería hablar sobre aquel compromiso; el tema lo ponía de peor humor. Y más si él estaba al tanto de todo, lo que no alivió para nada su malestar. Y es que, para ser honesto, no podría esperar menos; en la nobleza todo se sabía, y eso lo disgustaba enormemente. ¿Acaso esas personas no tenían más cosas que hacer que estar repartiendo chismes de un lado a otro? Aunque tenía que reconocer que su compromiso no era un simple rumor de pasillo. Se trataba de la alianza de dos familias poderosas; la unión de sus herederos representaba un bien económico y político sustancial. Por eso lo divulgaban a los cuatro vientos, sin ningún tipo de moderación.
—Veo que te han contado —dijo finalmente, sin ocultar su descontento—, no saben guardar un secreto. —Se frotó el rostro y fue a sentarse en uno de los sillones que estaban en el salón—. Es la heredera de los Lothringen. A mis padres les pareció una magnífica idea que ella fuera mi esposa. ¡Qué tontería! Como si un monarca dependiera de una pareja para… —Se mordió la lengua; sabía que iba a decir una verdadera tontería—. Al menos me hubieran dejado elegir a mí. Después de todo, es la persona con la que voy a compartir el resto de mi vida. No es que me haga falta, pero, ya sabes, cuando decidí hacerme cargo de mis responsabilidades, elegí una vida sedentaria y aburrida, cargada de deberes un tanto absurdos. Es una vida muy diferente a la que, supongo, estás llevando ahora.
Le miró, y por primera vez en todo ese rato, sonrió con sinceridad. A veces envidiaba a Maximilien; si tan sólo él mismo hubiera gozado con ese destino, no estuviera en las condiciones actuales. Se podría a ver dedicado a la música sin ningún problema. Pero no, el destino no quiso que fuese de esa manera y lo detestaba.
Lo observó en silencio durante largos segundos. No había cambiado mucho en todo el tiempo en el que no habían coincidido; tal vez eso era bueno, o no. Él, en cambio, se había vuelto un tipo más huraño, reservado y la amargura en su semblante era algo poco digno de apreciar. ¿Así se sentían todos los gobernantes? ¿Tenían que someterse a una amargura constante sólo por su nación? Al parecer, esa era la única salida que tenía todo aquel comprometido con tan importante cargo.
—Uhm, aún conservo mi amabilidad, supongo. O quizás sean simples etiquetas —respondió con amargura, intentando sonreír, pero no lo hizo—.Tú en cambio sigues igual. Tal vez sean ideas mías, o es que no suelo prestar tanta atención a los detalles.
Suspiró con pesadumbre y desvió su atención de Maximilien. No quería hablar sobre aquel compromiso; el tema lo ponía de peor humor. Y más si él estaba al tanto de todo, lo que no alivió para nada su malestar. Y es que, para ser honesto, no podría esperar menos; en la nobleza todo se sabía, y eso lo disgustaba enormemente. ¿Acaso esas personas no tenían más cosas que hacer que estar repartiendo chismes de un lado a otro? Aunque tenía que reconocer que su compromiso no era un simple rumor de pasillo. Se trataba de la alianza de dos familias poderosas; la unión de sus herederos representaba un bien económico y político sustancial. Por eso lo divulgaban a los cuatro vientos, sin ningún tipo de moderación.
—Veo que te han contado —dijo finalmente, sin ocultar su descontento—, no saben guardar un secreto. —Se frotó el rostro y fue a sentarse en uno de los sillones que estaban en el salón—. Es la heredera de los Lothringen. A mis padres les pareció una magnífica idea que ella fuera mi esposa. ¡Qué tontería! Como si un monarca dependiera de una pareja para… —Se mordió la lengua; sabía que iba a decir una verdadera tontería—. Al menos me hubieran dejado elegir a mí. Después de todo, es la persona con la que voy a compartir el resto de mi vida. No es que me haga falta, pero, ya sabes, cuando decidí hacerme cargo de mis responsabilidades, elegí una vida sedentaria y aburrida, cargada de deberes un tanto absurdos. Es una vida muy diferente a la que, supongo, estás llevando ahora.
Le miró, y por primera vez en todo ese rato, sonrió con sinceridad. A veces envidiaba a Maximilien; si tan sólo él mismo hubiera gozado con ese destino, no estuviera en las condiciones actuales. Se podría a ver dedicado a la música sin ningún problema. Pero no, el destino no quiso que fuese de esa manera y lo detestaba.
Garland de Wittelsbach- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/03/2016
Localización : De vacaciones en París(?)
Re: The Calm Before The Storm — Privado
“To get what you want, you have to know exactly how much you are willing to give up.”
— C. S. Pacat, Captive Prince
— C. S. Pacat, Captive Prince
Rio quedamente pero no dijo nada. Se cruzó de brazos y escuchó con atención. A pesar de lo que Garland pudiera decir, la verdad es que a él le parecía que seguía bastante igual. Lo siguió con la mirada cuando fue a sentarse y luego de unos segundos, hizo lo mismo. Avanzó con paso resuelto y tomó un lugar frente a su anfitrión. Sonrió de lado.
—Todo se sabe. Ya deberías haberte acostumbrado. Y no es mi asunto, eso es claro, pero no es que tú dependas de una pareja como líder, sino que el pueblo siempre ve a un hombre casado como alguien más estable, y la unión de dos familias del poder de la tuya y la de tu prometida, siempre significa afianzar la autoridad —dio un pedazo de consejo. Nunca había sido fanático de sermonear a las personas, suficiente ya tenía con su hermano mayor.
—¿Qué? —Rio con incredulidad—, ¿yo? Yo… yo no llevo una vida muy tranquila precisamente —pausó, no le gustaba hablar de sus planes. Entornó la mirada, conocía a Garland, pero aún así tuvo sus reservas—. No voy a negar que no ser el heredero tiene sus ventajas, ya lo ves, a Sébastien, mi hermano, lo casaron con una mujer que mis padres consideraron ideal para él. Por fortuna parece llevarse bien con su esposa. Por otro lado, por desgracia, si los Grimaldi no estamos llevando una vida política muy activa no es por nuestra voluntad. Francia está ocupando nuestro territorio y nos exiliaron… aunque eso ya debes saberlo —se quedó pensando sin continuar o no. Se acomodó en su lugar, echando el cuerpo al frente.
—No me envidies, Garland —dijo a modo de confesión—, Baviera es tuya, y de tu familia. Mónaco, en cambio, nos fue arrebatado. Y mi vida no es un lecho de rosas, podría serlo, dedicarme a los placeres que el mundo tiene por ofrecer. Grimaldi y Aramburuzabala tienen dinero para vivir mil vidas sin carencias, pero esa no es mi meta, mi meta es… —tragó saliva—, quiero ver a mi hermano en el trono que por derecho es suyo, y busco regresárselo —dijo muy serio.
—¿O qué? ¿Creías que me gustaba visitarte por tu encanto? ¡No, hombre! Si es porque eres un aliado poderoso —entonces se recargó en su asiento y dijo a modo de broma, sólo para molestar al otro—. No, mentira, aunque no niego que para mi empresa, gente como tú es valiosa. Sin embargo, en tu caso, también me caes bien —rio otro poco.
—En fin, en fin… —quiso dar por terminado el tema—. ¿Ya tienes fecha de boda? —Regresó a ese otro tópico porque sabía que molestaba a Garland. Al menos ahora ya sabía con quién iba a casarse. Bien pudo enterarse por terceros, pero quería escucharlo de la propia voz de su amigo. Con esta nueva información, sólo confirmaba que le convenía tenerlo a su lado. Llegado el momento, iba a necesitar todo el apoyo necesario.
Entonces era cuando dudaba. No de él, jamás de él. En su mente el recuperar Mónaco era un hecho. Dudaba de su hermano, que no diera el ancho, que decepcionara a sus aliados. Pero ahí estaría él, para hacerse cargo desde atrás, aconsejando y ejecutando. Haciendo el trabajo sucio de la corona monegasca.
Maximilien Grimaldi- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 31/01/2016
Localización : París
Re: The Calm Before The Storm — Privado
Garland a veces soñaba despierto. Soñaba con su música, la única compañía verdadera para alguien como él; era ésta la única capaz de calmar su descontento con la vida que ahora tenía. Si tan sólo hubiera nacido en el seno de una familia más humilde, las cosas serían diferentes; podría sentirse libre, lejos del mundo superficial de la aristocracia. Si tan sólo, aunque no tuviera elección de pertenecer a otro lugar, sus padres le hubieran permitido elegir parte de su vida, no se sentiría tan miserable y tan enojado consigo mismo. ¿Por qué tenían que ser ellos los que dictaran su destino y no él? Era precisamente por eso que envidiaba, y admiraba, a Maximilien. Aunque al hombre no le hubiera salido tan bien todo, tenía derecho a hacer elecciones con su vida, y eso era algo que Garland deseaba. Ahora estaba atrapado en un laberinto sin salida; el mismo que estaba consumiendo gran parte de su juventud.
—¿Autoridad dices? Jah, si supieras, Maximilien —alegó con amargura. Le daba la razón, por una parte, pero por otra, sencillamente no podía—. Mira, entiendo esto de que el pueblo admira a los líderes estables y para tú de contar. Pero, si un monarca va a tener una esposa, lo mínimo que se espera es que ella sea una persona de mente estable. No cualquier niña caprichosa. Eso es lo único que yo pedía. Tenía muchas opciones buenas; no es que estuviera interesado por alguna, era lo que menos me preocupaba.
Exhaló, recargándose del respaldo del sillón. Fijó su atención en el techo, intentando hallar alguna respuesta lógica a lo que le estaba ocurriendo.
—Dichoso tu hermano. Yo en cambio estoy maldito —refutó—; es que no podía estar peor. —Respiró hondo. Sabía que había dicho semejante tontería; él conocía la situación política de Mónaco, no era ningún idiota—. Lo siento —respondió al cabo de unos minutos—, me he dejado llevar por mi molestia personal. —Intentó sonreír, al menos quería demostrar su apoyo a la única persona que le agradaba—. Estoy al tanto de la situación actual de tu tierra. Mi padre me platicó de ello hace poco, pero no se sabe qué postura tomará el rey del Sacro Imperio con respecto a ello. Parece que está más pendiente de su propia vanidad que en hacer algo bueno, y muchas familias poderosas se están molestando un poco.
Dejó escapar un suspiro y no pudo evitar reír al volver repetir en su mente lo anterior dicho por su acompañante.
—Eres un truhán. Ya me parecía raro que me visitaras tan temprano —respondió de buena gana, negando con la cabeza—. Esfuérzate en ocultar mejor las cosas para la próxima. Tengo cara de idiota, pero no lo soy. —Continuó bromeando, siguiéndole el juego al otro. Aunque, bien sabía, que entre broma y broma, la verdad siempre se asomaba—. Y la verdad, no sé en qué podría ayudarte. Ahora debo ser el prometido más odioso y amargado entre las chismosas de la aristocracia germana. Pero, como bien dices, Baviera igual me pertenece. Aunque, eso es a riesgo de que quieran cortarme la cabeza. ¿Te conté que están buscando la manera de destruirme? Ah, sí, por eso tengo que lidiar con una futura esposa cabeza hueca. —Frunció los labios y aguardó un par de segundos antes de continuar con la conversación—. Quizás en un par de meses me case con esa niñita, justo cuando, para malestar de mis envidiosos familiares, tenga acceso a mi título.
—¿Autoridad dices? Jah, si supieras, Maximilien —alegó con amargura. Le daba la razón, por una parte, pero por otra, sencillamente no podía—. Mira, entiendo esto de que el pueblo admira a los líderes estables y para tú de contar. Pero, si un monarca va a tener una esposa, lo mínimo que se espera es que ella sea una persona de mente estable. No cualquier niña caprichosa. Eso es lo único que yo pedía. Tenía muchas opciones buenas; no es que estuviera interesado por alguna, era lo que menos me preocupaba.
Exhaló, recargándose del respaldo del sillón. Fijó su atención en el techo, intentando hallar alguna respuesta lógica a lo que le estaba ocurriendo.
—Dichoso tu hermano. Yo en cambio estoy maldito —refutó—; es que no podía estar peor. —Respiró hondo. Sabía que había dicho semejante tontería; él conocía la situación política de Mónaco, no era ningún idiota—. Lo siento —respondió al cabo de unos minutos—, me he dejado llevar por mi molestia personal. —Intentó sonreír, al menos quería demostrar su apoyo a la única persona que le agradaba—. Estoy al tanto de la situación actual de tu tierra. Mi padre me platicó de ello hace poco, pero no se sabe qué postura tomará el rey del Sacro Imperio con respecto a ello. Parece que está más pendiente de su propia vanidad que en hacer algo bueno, y muchas familias poderosas se están molestando un poco.
Dejó escapar un suspiro y no pudo evitar reír al volver repetir en su mente lo anterior dicho por su acompañante.
—Eres un truhán. Ya me parecía raro que me visitaras tan temprano —respondió de buena gana, negando con la cabeza—. Esfuérzate en ocultar mejor las cosas para la próxima. Tengo cara de idiota, pero no lo soy. —Continuó bromeando, siguiéndole el juego al otro. Aunque, bien sabía, que entre broma y broma, la verdad siempre se asomaba—. Y la verdad, no sé en qué podría ayudarte. Ahora debo ser el prometido más odioso y amargado entre las chismosas de la aristocracia germana. Pero, como bien dices, Baviera igual me pertenece. Aunque, eso es a riesgo de que quieran cortarme la cabeza. ¿Te conté que están buscando la manera de destruirme? Ah, sí, por eso tengo que lidiar con una futura esposa cabeza hueca. —Frunció los labios y aguardó un par de segundos antes de continuar con la conversación—. Quizás en un par de meses me case con esa niñita, justo cuando, para malestar de mis envidiosos familiares, tenga acceso a mi título.
Garland de Wittelsbach- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/03/2016
Localización : De vacaciones en París(?)
Re: The Calm Before The Storm — Privado
“There is only one thing worse than fighting with allies, and that is fighting without them”
― Winston S. Churchill
― Winston S. Churchill
Podía notar que su amigo estaba verdaderamente molesto con su situación. Lo que no podía era ni siquiera imaginarlo, saber cómo era estar en esa posición. Aunque nunca había aprovechado su rango, o incluso su físico, para conquistar a cuanta mujer se le pusiera enfrente (coqueteaba con ellas, que era distinto), saberse con la libertad de poder elegir a la que quisiera era simplemente un peso menos para él, y provocaba que no se distrajera de su meta de regresarle el trono de Mónaco a su familia. Eso, claro, si tuviera contemplado casarse, pero no lo consideraba, ni siquiera cruzaba su cabeza. Suspiró, pensando en qué podía decirle a Garland.
—Tendrás que explicarme mejor —arqueó una ceja—. Conozco a la familia Lothringen, pero no a tu prometida. No puede ser tan horrible, ¿o sí? —Arqueó aún más la ceja y lo miró con curiosidad. Conocía a Garland y no sabía qué tanto era verdad y qué tanto exageración de su parte. No lo criticaba, de hecho eran sus excentricidades lo que lo hacía tan peculiar y tan diferente al grado de haber llamado su atención, pero no iba a negar lo evidente. El joven heredero era bastante difícil.
—Sobre la ayuda, ya veremos. Creo que subestimas la importancia de tu cargo —chasqueó—. En realidad me preocupa más que quieras huir para no casarte y de paso eches por tierra mis planes —rio—. ¡Agradece! Al menos las damas de tu tierra ya no están especulando con quien te vas a casar. Ahora lo saben y sólo están al tanto del nuevo desplante que le hagas a tu prometida. A decir verdad, la compadezco un poco —continuó con la broma, y pudo haber seguido pero no quería desatar la furia de Garland.
Se quedó unos momentos en silencio, contemplando la habitación y luego regresando su atención al joven bávaro. Al menos, pensó, esperaba haberle alegrado un poco el día. Y es que Garland era de esas contadísimas personas que de hecho, importaban para Maximilien, mucho más allá del beneficio político del que había hablado.
—¿Sabes? Que tu futura esposa sea cabeza hueca quizá juegue a tu favor. No lo sé, ¡no la conozco! Ya te dije, pero si en verdad lo es, será casi como si no existiera. Bueno, supongo que tendrás que cumplir algunas funciones de esposo, pero vamos… no puede ser tan terrible. Si es una Lothringen no será tan fea, ¿no? No lo sé. Tendrás que hacer sacrificios, pero piensa que puede salir algo bueno de esto. En tu caso creo que es reafirmar a tu familia en tu territorio —pausó—. ¿O me dirás que es a eso precisamente a lo que le tienes tanto repelús? ¿A tus funciones maritales? ¿No me dirás que… ya sabes… no te gustan las chicas? —Aunque la idea empezó como una broma en su cabeza, comenzó a tornarse seria conforme la iba soltando.
Maximilien Grimaldi- Humano Clase Alta
- Mensajes : 43
Fecha de inscripción : 31/01/2016
Localización : París
Re: The Calm Before The Storm — Privado
"La verdad muere
y grito
que la verdad miente."
—Georges Bataille.
y grito
que la verdad miente."
—Georges Bataille.
¡Era una víctima del imperio! Bueno, no tan así, pero sí, se sentía ligeramente burlado por todo lo que le estaba ocurriendo. En su mente, tan racional como de costumbre, no hallaba una respuesta realmente alentadora, algo que justificara los hechos recientes. Conocía a sus padres, había heredado la testarudez de ellos, desde luego; sin embargo, no cabía en sí cuando le propusieron aquello que no podía hacer a un lado. Era como estar en un callejón sin salida, mientras te perseguía un asesino, pensaba. Sin embargo, si algo caracterizaba a Garland, era precisamente su inteligencia; había conseguido salir ileso de diferentes situaciones, así que debía hacer uso de su ingenio para lograr zafarse de ese dolor de cabeza que lo atosigaba. Aunque, de momento, sólo prefería estar solo, hallando consuelo en la música y en el sosiego de ese viaje tan inesperado. Tan improvisto, incluso, como la visita de Maximilien, que, de no ser por su voz, habría podido ignorar como cualquier cosa, pues ya se había quedado aislado nuevamente en sus pensamientos.
—¿Decías? —Sacudió ligeramente la cabeza al percatarse de su grosería—. Perdona, si te oí. Ya sabes que tengo la insana costumbre de... pensar mucho —admitió, dejando escapar una risa breve, muy breve—. Y no, no se trata de su físico, porque, debo admitirlo, es muy simpática. Lo que me desagrada es su actitud. Jah, ¿has de creer? Se comporta tan extraño, que me es imposible aguantarla. ¡Imagínatela como mi esposa! No puedo, sencillamente, no puedo. No llegaré a viejo a este paso.
Se llevó los dedos al puente de la nariz, exhalando con hastío. Recordar a la muchacha no era algo que le resultara agradable; incluso creyó acordarse de su prima, de su querida prima. ¿Qué estaría pensando ella ahora? De seguro que era un reverendo idiota, así, sin anestesia. Se sintió derrotado, al menos por unos escasos segundos. Si tan sólo gozara de un carácter más dócil, pero no, sus padres engendraron a la criatura más terca, extraña y solitaria de toda Baviera.
Respiró hondo; luego apoyó su mejilla sobre su diestra, dirigiéndole una mirada apagada a Maximilien. Por primera vez, estaba agradecido con contar con un amigo como él, alguien que iba a ser siempre franco, aunque solía disimularlo. Existía una extraña relación entre ambos; eran completamente diferentes, pero igualmente cercanos, y no por el hecho de sus conexiones con la aristocracia. No, aquello iba más allá de las simples convivencias humanas, las mismas que al heredero de los Wittelsbach no se le daban muy bien.
—¡Oye! Sería el novio fugitivo, un nuevo dolor de cabeza para mis padres —dijo con tono burlón, rememorando las veces en que, debido a su excentricidad, los hacía quedar mal parados—. Bueno, no. Eso no. Pero, ¡si la conocieras! Me dieras la razón; ni siquiera mi abuelo la soporta, de verdad. —Hizo una breve pausa—. Si es por cuestiones políticas, podría yo mismo interesarme en...
Abrió los ojos como platos, también enmudeció. Su consternación fue mayúscula, a decir verdad. ¿Cómo se atrevía a cuestionarle sobre si...? ¡Era una tontería! Garland entrecerró la mirada, reprochándole por aquella idea.
—¿Qué no me gustan las chicas? ¡Por favor! Cómo se... —Inhaló, exhaló. Repitió la acción un par de veces más para sosegarse—. No es eso. Obvio no, desde luego que no. —Entornó la mirada, porque esforzarse en responder le seguía pareciendo ridículo—. Si fuera eso, no seguiría pensando en ella. Lástima que nuestra sangre es un impedimento.
Garland de Wittelsbach- Humano Clase Alta
- Mensajes : 29
Fecha de inscripción : 07/03/2016
Localización : De vacaciones en París(?)
Re: The Calm Before The Storm — Privado
Constantemente, Maximilien equiparaba a Garland con un anti héroe romántico. Lo era en muchos sentidos, ensimismado y taciturno la mayor parte del tiempo. Y aunque eran muy, muy diferentes, el príncipe de Mónaco lograba entender algunas de sus honduras, no todas, y no a profundidad. Jamás pretendería que lo conocía a ese nivel; sólo uno mismo es capaz de conocerse, y eso a veces, no obstante, alcanzaba a ver las preocupaciones del bávaro, y dónde se originaban éstas.
Lo dejó continuar, mirándolo con ojo crítico. No podía evitar ver las flaquezas en los demás, sobre todo en gente como Garland, miembro de senda familia aristocrática. Estaba destinado a ser un líder, y el más joven de los Grimaldi se había prometido derrocarlos a todos, de ser necesario, con tal de regresarle el trono de Mónaco a su familia. Aunque los Wittelsbach no estaban en su camino (por ahora), le era inevitable. Entonces, de esa manera, llegó a la conclusión de que, a pesar de la tozudez de Garland, su constante divagar en pensamientos e ideas poco terrenales, lo convertían en un líder débil. No incapaz, o malo, sólo demasiado perfectible, de manera muy evidente.
Como artista, e incluso como hombre, esas características lo convertían en alguien deseable, atractivo, interesante, pero no como cabeza de su casa y de su tierra; para esa labor se necesitaba más certeza y más contundencia.
—No serías el primero, ni el último, Garland —rio—, no te lo tomes tan a pecho —se encogió de hombres. No sería raro que Garland prefiriera la compañía masculina, pues varios nobles ocultaban esa parte de ellos. Aunque bueno, el joven dejó muy en claro que no era el caso.
—Estás en una posición complicada, y me temo que las únicas opciones de huir no son bonitas. Garland, saca provecho de la situación —lo miró a los ojos, azul contra azul, y arqueó una ceja. Maximilien era alguien utilitario, que aprovechaba cada mínima situación para sacar ganancia a su favor. Y ese era el mejor consejo que podía ofrecerle al otro.
No pedía que se traicionara, o que doblara las manos. A veces luchar cansaba más, y cuando la verdadera batalla llegaba, ya no quedaban fuerzas, ni ganas. Eso era: Garland debía elegir mejor sus batallas.
—Prométeme mantenerme al tanto. Quiero saber cómo sigue esa situación. Y si huyes, sólo dime a dónde te fuiste, prometo no delatarte —se puso de pie y habló con todo desenfadado. Sin embargo, ambas peticiones iban en serio. La primera: porque Europa era un bloque, y lo que se hacía aquí, afectaba allá, y eso siempre necesitaba saberlo para mover su siguiente pieza en el tablero. La segunda: porque Garland verdaderamente le caía bien, era de esos poquísimos nobles que lo hacían.
Era un joven complicado, no iba a negarlo; pero era precisamente eso lo que lo hacía tan preciso, tan llamativo. A su modo, no ocultaba lo que su corazón deseaba, ya fuera en arte o en cualquier otro ámbito, Maximilien siempre vio sinceridad envuelta en misterio. Y entendía porqué.
—Como siempre, ha sido grato verte. Lamento que haya sido en tan desventurosas circunstancias —sonrió y tomó por el hombro al otro, más delgado y espigado como el trigo. Lo sacudió un poco e hizo una ligera reverencia con la cabeza.
Maximilien Grimaldi- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 31/01/2016
Localización : París
Re: The Calm Before The Storm — Privado
¿Qué se supone que ocultaba...? Oh, aquello lo sacó de órbita por unos segundos, los suficientes como para divagar de nuevo en sus cosas, como solía hacerlo. Nada extraño en él, a decir verdad. Pero, y aunque Maximilien tuviera razón en muchas cosas, ¡en esa no! El simple hecho de no querer casarse o estar atado no era por su orientación sexual, sino, más bien, por su complicada personalidad, la misma que incluso a él mismo le fastidiaba. ¡Y lo que más le fastidiaba era estar comprometido con esa salvaje! Lo que pasaba es que Maximilien no la conocía, y si lo hiciera, de seguro se arrepentiría a los pocos minutos, o al menos se aseguraba Garland. No creía en la mala suerte, sin embargo, con todo lo que le ocurría, pues, quizá sí que existía algo así.
¡Que no! No era mala suerte, ni nada de esas tonterías. Era una situación complicada, tal y como se lo había recalcado su amigo. ¡Enhorabuena! Al fin salió victorioso de la ofuscación mental por la que estaba pasando. Es que ni siquiera en los momentos serios paraba de darle vueltas a todo, tan sólo por una nimia palabra, o cualquier comentario fuera de lugar. ¿Cómo a convivir con alguien el resto de su vida? No estaba en condiciones, simplemente no.
—¡Ya, hombre! Sabes que no es por eso... Soy extraño y complicado, ni yo mismo me entiendo. Es más, hasta a mí se me hace difícil lidiar conmigo mismo. Así de grande es mi problema —expresó, con los ojos bien abiertos y las cejas enarcadas. Un gesto completamente gracioso en él, porque ya se tomaba todo aquel asunto con humor, luego de haber viajado por el laberinto de sus eternas dudas existenciales—. Aunque, es mejor eso que estar casado con esa muchachita.
Rió, sí, pero lo hizo con amargura. ¡Todo él era un todo amargado! ¿Y qué más podía hacer? Así nació, así iba a ser siempre, amén. Bueno, no, tampoco podía excusarse con eso como si fuera un niño, porque no lo era en lo más mínimo. Tenía un gran compromiso y no estaba bien ponerse con actitudes nada sensatas, debía hallar alguna salida. Huir no representaba una alternativa positiva, porque eso sólo lo dejaría como un cobarde, y la familia Wittelsbach no toleraba a los que huían de sus problemas como pávidos. Y él, Garland, podía ser un raro, pero nunca un cobarde.
—Tienes razón, de nuevo, para mi disgusto —agregó, poniéndose de pie igualmente. Aquello no lo dijo como si fuera un reproche, quizá sonó algo raro viniendo de él, pero lo cierto es que le agradecía internamente por sus palabras—. Huir no está en mis planes, podría hacerlo, sí. Aunque eso me dejaría muy mal parado ante todos, y se supone que si me regodeo de ser un líder, contemplar semejantes alternativas no es lo más idóneo. —Soltó una exhalación, después se dedicó a acomodar las mangas de su camisa, como si fuera una tarea de lo más interesante—. Voy a encontrar la manera de acabar con ese compromiso. Si me tengo que casar, será con otra persona con neuronas funcionales, no con una niña descerebrada. Necesito a una mujer con carácter a mi lado, no a una niña que hace berrinches por todo. ¿Me entiendes?
Aunque sus palabras pudieron haber sonado duras, tenía razón. Y era lo mínimo que pedía a cambio de su libertad; él no iba a dejar a un lado su gran responsabilidad con Baviera, porque desde niño asumió ese papel. La conversación con Maximilien se lo dio a entender mejor que nadie antes, y eso podría considerarlo un gran paso.
—Gracias por todo, en serio. No lo digo en broma. Me da gusto saber que puedo tener estas pláticas con alguien que no sea mi almohada —reconoció, esbozando una sonrisa ladina—. Te mantendré al tanto de todo, lo prometo. Espero que tú hagas lo mismo, a ver si dejas un poco lo nómada —bromeó, justo cuando lo acompañaba hasta la salida—. No vayas a olvidarte de tu amigo “el rarito”. Espero que las cosas vayan bien para ti igual. Como siempre, ha sido un placer.
¡Que no! No era mala suerte, ni nada de esas tonterías. Era una situación complicada, tal y como se lo había recalcado su amigo. ¡Enhorabuena! Al fin salió victorioso de la ofuscación mental por la que estaba pasando. Es que ni siquiera en los momentos serios paraba de darle vueltas a todo, tan sólo por una nimia palabra, o cualquier comentario fuera de lugar. ¿Cómo a convivir con alguien el resto de su vida? No estaba en condiciones, simplemente no.
—¡Ya, hombre! Sabes que no es por eso... Soy extraño y complicado, ni yo mismo me entiendo. Es más, hasta a mí se me hace difícil lidiar conmigo mismo. Así de grande es mi problema —expresó, con los ojos bien abiertos y las cejas enarcadas. Un gesto completamente gracioso en él, porque ya se tomaba todo aquel asunto con humor, luego de haber viajado por el laberinto de sus eternas dudas existenciales—. Aunque, es mejor eso que estar casado con esa muchachita.
Rió, sí, pero lo hizo con amargura. ¡Todo él era un todo amargado! ¿Y qué más podía hacer? Así nació, así iba a ser siempre, amén. Bueno, no, tampoco podía excusarse con eso como si fuera un niño, porque no lo era en lo más mínimo. Tenía un gran compromiso y no estaba bien ponerse con actitudes nada sensatas, debía hallar alguna salida. Huir no representaba una alternativa positiva, porque eso sólo lo dejaría como un cobarde, y la familia Wittelsbach no toleraba a los que huían de sus problemas como pávidos. Y él, Garland, podía ser un raro, pero nunca un cobarde.
—Tienes razón, de nuevo, para mi disgusto —agregó, poniéndose de pie igualmente. Aquello no lo dijo como si fuera un reproche, quizá sonó algo raro viniendo de él, pero lo cierto es que le agradecía internamente por sus palabras—. Huir no está en mis planes, podría hacerlo, sí. Aunque eso me dejaría muy mal parado ante todos, y se supone que si me regodeo de ser un líder, contemplar semejantes alternativas no es lo más idóneo. —Soltó una exhalación, después se dedicó a acomodar las mangas de su camisa, como si fuera una tarea de lo más interesante—. Voy a encontrar la manera de acabar con ese compromiso. Si me tengo que casar, será con otra persona con neuronas funcionales, no con una niña descerebrada. Necesito a una mujer con carácter a mi lado, no a una niña que hace berrinches por todo. ¿Me entiendes?
Aunque sus palabras pudieron haber sonado duras, tenía razón. Y era lo mínimo que pedía a cambio de su libertad; él no iba a dejar a un lado su gran responsabilidad con Baviera, porque desde niño asumió ese papel. La conversación con Maximilien se lo dio a entender mejor que nadie antes, y eso podría considerarlo un gran paso.
—Gracias por todo, en serio. No lo digo en broma. Me da gusto saber que puedo tener estas pláticas con alguien que no sea mi almohada —reconoció, esbozando una sonrisa ladina—. Te mantendré al tanto de todo, lo prometo. Espero que tú hagas lo mismo, a ver si dejas un poco lo nómada —bromeó, justo cuando lo acompañaba hasta la salida—. No vayas a olvidarte de tu amigo “el rarito”. Espero que las cosas vayan bien para ti igual. Como siempre, ha sido un placer.
Garland de Wittelsbach- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/03/2016
Localización : De vacaciones en París(?)
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