AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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There is no day or why [Miklos]
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There is no day or why [Miklos]
Las claves de éxito son sencillas, progresar, tener un objetivo claro, no caer en la tentación de dejarse llevar por el tiempo, por las personas o cualquier cosa que aparente ser una salida fácil, siempre son falsas. Y no hacer acciones sin antes pensarlas.
¿Qué pasaba cuando lo único que una persona quiere esta muerto?
La venganza es lo que te hace seguir existiendo. Una manera tan patética que solo los excesos te dan un verdadero placer, una irrealidad bastante simple de alcanzar, de sensaciones explosivas pero tiempos cortos. Para Imara no había peor cosa que esa. No podía emborracharse, no podía perder la conciencia. ¿La razón? El suicidio estaba a la vuelta de la esquina y su cordura no le permitía tal tranquilidad ni estupidez. No iba a morir sin pelear antes, sin ver caer la desgracia sobre aquellos que alguna vez hicieron de su entorno un infierno negro y profundo, como una cueva de la cual era incapaz de salir, llena de púas que intentaban lavarle la memoria. ¿Pero saben qué? No se lo esperarían. Ella vive en el infierno ahora, sin embargo es uno que puede controlar. Las llamas le lamen la piel y sus ojos -de un celeste tan vivo que podrían quebrar cristales- relucen entre el dolor y la necedad. Mucha gente podría apiadarse de ella si se contara su historia, no obstante ella no se lo permitía y caminaba con la cabeza en alto, pensando en que quizá su hermano desde el cielo, estaría orgulloso. Sí, tenía al retorcida idea de que Dios podía llegar a existir en algún lado o quizá el karma, o un ciclo infinito donde todo vuelve y todo se va. ¡Algo tenía que ser real para dejarla aferrándose a la vida tan desesperadamente!
Se consumía la noche, pasaban las horas y no había nada para hacer, nada que la distraiga de sus horribles pensamientos. Éstos la llevaban a querer matar o fornicar, donde la segunda siempre terminaba en la primera, ese círculo vicioso como el de una serpiente mordiéndose la cola, clavándose el mismo veneno con el que sobrevive. Y entonces se percató de que la opción más correcta sería la del final -no, no existe una tercera- y no dudó en girar en la primera calle a la derecha. Se dirigía al sector que daba a las tabernas y burdeles. Cerca de las zonas abandonadas, donde no había policías, ni gente de buen calibre que paseara siquiera a cinco cuadras a la redonda. Todos eran pobres diablos en busca de lo mismo que ella. Éxtasis momentáneo. Su ropa constaba de corset de tela de algodón blanda y ajustada, haciendo que sus pechos se elevaran pero quedaran cómodos al mismo tiempo. Una pollera simple que estaba un poco por arriba de los talones y una capa de espeso cuero la escondía del frío y la llovizna de primavera. Llevaba los cabellos teñidos de un rubio completamente brilloso, casi blanco a contraluz. Su maquillaje era sencillo, sabía que no necesitaba de él para meter hombres a la cama. Aún cuando éstos siempre tenían algo similar a su hermoso e idolatrado hermano. Lo que significaba, en sencillas palabras, que eran siempre apuestos.
Perimetreó el lugar, había varios bares, en su mayoría sin demasiada gente, los ruidos eran secos y con eco. Por lo que incluso los jadeos de las prostitutas del burdel barato se dejaban oír. Estiró su cuello bruscamente y en un simple vistazo hacia uno de los costados notó un vagabundo de extraña aura en un costado de la entrada de un local. Se quedó estática, siquiera un músculo se le movió, de modo que la posición de estirada se transformó en una tensa como el hierro fundido y mojado por agua helada. Su rostro tosco, la mandíbula apretada, unos ojos que se perdían por los narcóticos, cabello rubio y de un dulce aroma.
Un grito sordo se escuchó en su cabeza, pareciendo un muñeco cayó al suelo y se tomó los cabellos cenizas de un costado, apretándolos en tanto sus ojos se abrían, la cordura de Imara se iba por la borda de maneras tan drásticas y horribles que cuando se dio cuenta que estaba a punto de autoflagelarse para dejarse una nueva cicatriz frente a personas, -aún cuando estas no le importaban- se detuvo. La sonrisa traviesa se escapó para volver a su rostro y con cuidado se levantó, tambaleándose muy ligeramente hasta acercarse al tipo que estaba descuadrado en el lugar. Apretó lo labios y pronto los mordió por dentro. Había encontrado una presa que sería digna de matar. ¡Como osaba querer llevar una cara tan similar! ¡Lo maldijo tanto, que sus ojos parecían brotar rabia! Iba a terminar por hablarle de una vez, pero no era tan estúpida, necesitaba más que simples palabras para hacerlo caer. Se adentró al lugar para buscar una botella de vino, simple, sencilla, no demasiado lujosa, no pretendía aparentar. A los hombres ebrios no les gustaba sentirse inferiores. Los vasos eran igual de toscos que todo el lugar. Imara tenía dinero, tenía poder que había robado de su padre de sangre, podía tener tantos lujos como quisiera, sin embargo, vivía tan o más miserablemente que cuando era pequeña. — ¿El aire no te despierta de ésta? Morirse no es tan fácil, ¿no?— Consultó de una vez cuando salió nuevamente al callejón al que daba la puerta, en realidad era una pregunta sincera, ella quería saber si valía la pena estar así, si no era mejor estar sobrio y enfrentar el horror de existir en vez de ser tan cobarde como para dejarse matar por la droga. No podía siquiera tomarlo como una idea.
¿Qué pasaba cuando lo único que una persona quiere esta muerto?
La venganza es lo que te hace seguir existiendo. Una manera tan patética que solo los excesos te dan un verdadero placer, una irrealidad bastante simple de alcanzar, de sensaciones explosivas pero tiempos cortos. Para Imara no había peor cosa que esa. No podía emborracharse, no podía perder la conciencia. ¿La razón? El suicidio estaba a la vuelta de la esquina y su cordura no le permitía tal tranquilidad ni estupidez. No iba a morir sin pelear antes, sin ver caer la desgracia sobre aquellos que alguna vez hicieron de su entorno un infierno negro y profundo, como una cueva de la cual era incapaz de salir, llena de púas que intentaban lavarle la memoria. ¿Pero saben qué? No se lo esperarían. Ella vive en el infierno ahora, sin embargo es uno que puede controlar. Las llamas le lamen la piel y sus ojos -de un celeste tan vivo que podrían quebrar cristales- relucen entre el dolor y la necedad. Mucha gente podría apiadarse de ella si se contara su historia, no obstante ella no se lo permitía y caminaba con la cabeza en alto, pensando en que quizá su hermano desde el cielo, estaría orgulloso. Sí, tenía al retorcida idea de que Dios podía llegar a existir en algún lado o quizá el karma, o un ciclo infinito donde todo vuelve y todo se va. ¡Algo tenía que ser real para dejarla aferrándose a la vida tan desesperadamente!
Se consumía la noche, pasaban las horas y no había nada para hacer, nada que la distraiga de sus horribles pensamientos. Éstos la llevaban a querer matar o fornicar, donde la segunda siempre terminaba en la primera, ese círculo vicioso como el de una serpiente mordiéndose la cola, clavándose el mismo veneno con el que sobrevive. Y entonces se percató de que la opción más correcta sería la del final -no, no existe una tercera- y no dudó en girar en la primera calle a la derecha. Se dirigía al sector que daba a las tabernas y burdeles. Cerca de las zonas abandonadas, donde no había policías, ni gente de buen calibre que paseara siquiera a cinco cuadras a la redonda. Todos eran pobres diablos en busca de lo mismo que ella. Éxtasis momentáneo. Su ropa constaba de corset de tela de algodón blanda y ajustada, haciendo que sus pechos se elevaran pero quedaran cómodos al mismo tiempo. Una pollera simple que estaba un poco por arriba de los talones y una capa de espeso cuero la escondía del frío y la llovizna de primavera. Llevaba los cabellos teñidos de un rubio completamente brilloso, casi blanco a contraluz. Su maquillaje era sencillo, sabía que no necesitaba de él para meter hombres a la cama. Aún cuando éstos siempre tenían algo similar a su hermoso e idolatrado hermano. Lo que significaba, en sencillas palabras, que eran siempre apuestos.
Perimetreó el lugar, había varios bares, en su mayoría sin demasiada gente, los ruidos eran secos y con eco. Por lo que incluso los jadeos de las prostitutas del burdel barato se dejaban oír. Estiró su cuello bruscamente y en un simple vistazo hacia uno de los costados notó un vagabundo de extraña aura en un costado de la entrada de un local. Se quedó estática, siquiera un músculo se le movió, de modo que la posición de estirada se transformó en una tensa como el hierro fundido y mojado por agua helada. Su rostro tosco, la mandíbula apretada, unos ojos que se perdían por los narcóticos, cabello rubio y de un dulce aroma.
Un grito sordo se escuchó en su cabeza, pareciendo un muñeco cayó al suelo y se tomó los cabellos cenizas de un costado, apretándolos en tanto sus ojos se abrían, la cordura de Imara se iba por la borda de maneras tan drásticas y horribles que cuando se dio cuenta que estaba a punto de autoflagelarse para dejarse una nueva cicatriz frente a personas, -aún cuando estas no le importaban- se detuvo. La sonrisa traviesa se escapó para volver a su rostro y con cuidado se levantó, tambaleándose muy ligeramente hasta acercarse al tipo que estaba descuadrado en el lugar. Apretó lo labios y pronto los mordió por dentro. Había encontrado una presa que sería digna de matar. ¡Como osaba querer llevar una cara tan similar! ¡Lo maldijo tanto, que sus ojos parecían brotar rabia! Iba a terminar por hablarle de una vez, pero no era tan estúpida, necesitaba más que simples palabras para hacerlo caer. Se adentró al lugar para buscar una botella de vino, simple, sencilla, no demasiado lujosa, no pretendía aparentar. A los hombres ebrios no les gustaba sentirse inferiores. Los vasos eran igual de toscos que todo el lugar. Imara tenía dinero, tenía poder que había robado de su padre de sangre, podía tener tantos lujos como quisiera, sin embargo, vivía tan o más miserablemente que cuando era pequeña. — ¿El aire no te despierta de ésta? Morirse no es tan fácil, ¿no?— Consultó de una vez cuando salió nuevamente al callejón al que daba la puerta, en realidad era una pregunta sincera, ella quería saber si valía la pena estar así, si no era mejor estar sobrio y enfrentar el horror de existir en vez de ser tan cobarde como para dejarse matar por la droga. No podía siquiera tomarlo como una idea.
Imara Rákóczi- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 22/12/2012
Edad : 28
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Re: There is no day or why [Miklos]
Miklós estaba cansado. El suyo no era un agotamiento físico, que se pudiera traducir en las piernas pesadas y los miembros, laxos, palpitantes de dolor y sin la fuerza suficiente para hacer los movimientos básicos, como moverse o, incluso, dar señales de vida. No, lo que al húngaro le sucedía era que estaba mentalmente agotado, y eso era algo a lo que, desde luego, no estaba acostumbrado. Había alcanzado un equilibrio extrañamente impropio en su existencia, con su afán para crearse enemigos a raya y al mismo tiempo ocupándose de realizar una actividad por la que recibía un sustento considerablemente generoso, pero no podía esperarse menos si arriesgaba su vida una vez al mes, coincidiendo con la luna llena. Sí, efectivamente: ¡Miklós había encontrado un trabajo! Si Eszter levantara la cabeza, se reiría con desdén ante lo comodón que se había vuelto su Laborc, quien había renunciado a la vida agitada y de un lado para otro que siempre habían llevado ambos para conformarse con ser un matasanos profesional de una licántropa comatosa que, ocasionalmente, intentaba matarlo. Si bien su tarea no estaba exenta por completo de riesgo, por lo que la apreciación de la comodidad que Miklós escuchaba a su santa madre repetirle con retintín en su cabeza era errónea, lo cierto era que con ese día de acción no compensaba en absoluto los otros en los que, simple y llanamente, se aburría. Y no poco, además. Hacía algún tiempo que había decidido salir en ocasiones de su cautiverio voluntario, con consecuencias extrañas porque se había reencontrado con alguien de su pasado más salvaje (especialmente lo había sido para sus rivales, por cierto...), pero había salido ¿más o menos? indemne de aquello, o todo lo que podía hacerlo sin que su vida cambiara lo más mínimo. Y por eso, precisamente por eso mismito, Miklós quería desencadenarse de una senda de tedio y hastío que se volvía tan presente como la respiración de Gianna Castiglione, frente a él.
No es que tuviera que mantener en secreto sus escapadas ante nadie que no fuera la responsable de haber terminado allí metido, pero prefería callarse la boca porque, francamente, ¿qué diría de él que se escapara del cuidado de la enferma para embriagarse y muy probablemente consumir opio hasta agotarse? Si bien habían investigado su identidad y sus vicios antes de contactarlo siquiera para la función que le habían asignado, no podían saber hasta qué punto Miklós disfrutaba del alcohol abrasándole el cuerpo y despertando en él un fuego que ni siquiera los contactos carnales incendiaban con facilidad. Era muy fácil leer que era pendenciero, mujeriego y borracho que imaginar lo que realmente significaba tal triunvirato: violencia, vicio y... embriaguez. Absoluta y completa embriaguez, como la que Miklós estaba dispuesto a alcanzar aquella noche. Sin despedirse siquiera de Gianna (bueno, no más de lo normal, un simple adiós, Castiglione, volveré a tiempo de medicarte un poco más), salió del sancta sanctorum donde habían decidido depositar a la inquisidora, como si se tratara de un secreto bochornoso y horrible (¡se escandalizarían si supieran alguno de los suyos, si Gianna les parecía algo que sólo podía ocultarse...!), y se encaminó, envuelto en una capa vieja, hacia las tabernas de peor calaña de París. Ah, él las conocía todas, en cada local al que acudía lo recibían como a un viejo amigo, pues cada franco que solía ganar lo gastaba en alcohol barato y en opio nada barato, la combinación más adecuada para aquellos momentos de autodestrucción suyos de los que finalmente había huido. Para aquella noche, decidió pedir el licor más fuerte que tuvieran en alguna de las tabernas, no había prestado mucha atención a cuál, y convirtió en su empeño y misión terminárselo rápida, angustiosamente. Ni siquiera llegó a disfrutarlo, pero era consciente de que así el alcohol se le subiría a los pensamientos más rápido, y se evitaría pensar en el todo y en la nada con la fluidez de siempre, propia del hombre inteligente que el húngaro sabía que era.
Con lo que Miklós no contó en su odisea por la autodestrucción era que el alcohol tenía sus propias ideas, y que al embriagarlo lo condujo a pensamientos de confort, que tenían un rostro y un nombre propios: Imara Rákóczi. Ah, cómo la añoraba... No lo suficiente para obsesionarse, pero no lo suficientemente poco para olvidarla: ella se había clavado en su mente como un clavo ardiendo, que iba profundizándose poco a poco e infectando la herida de forma que al principio no se notaba, pero al final dolía. Con los pensamientos clavados en ella, Miklós abandonó el local y se apoyó en la puerta, en el exterior, con la capa ajada envolviéndolo y entorpeciendo su huida, ya de por sí inútil porque de donde quería marcharse era de sí mismo, no de aquel lugar. Sin embargo, ¿a dónde pensaba ir con la cabeza dándole vueltas? No había forma ni lugar para ello; clavado en el suelo, el húngaro sonrió un instante por la ironía de la situación, pues ¡la autodestrucción se le había vuelto en contra! Y como si esa sonrisa la hubiera invocado, una voz familiar y a un tiempo diferente atrajo su maltrecha atención, lo suficiente para mirar a la mujer burlona que se esfumó ante sus ojos sólo para volver a aparecer, con una botella del peor vino posible pero que Miklós recibió como si fuera un maravilloso regalo. – Si morirse fuera fácil, lo habría conseguido hace tiempo, no han dejado de intentarlo desde hace años y aquí estoy. – replicó, mordaz, y procedió a continuación a arrancar de cuajo el corcho de la botella con los dientes para darle un trago que le supo... francamente, mal, pero tenía la suficiente cantidad de alcohol, especialmente sin diluir el líquido en agua, para que le diera igual. – Esto no es más que un divertimento, ¿no tienes tú los tuyos, acaso? – inquirió, burlón, y en ese momento la miró.
Únicamente sus reflejos impidieron que tirara la botella al suelo por la impresión. Sus recuerdos debían de estar mal, tenían que haberse desgastado por el tiempo, porque la mujer que tenía delante era su Imara... Y, si no, alguien tan parecido que la diferencia poco importaba.
No es que tuviera que mantener en secreto sus escapadas ante nadie que no fuera la responsable de haber terminado allí metido, pero prefería callarse la boca porque, francamente, ¿qué diría de él que se escapara del cuidado de la enferma para embriagarse y muy probablemente consumir opio hasta agotarse? Si bien habían investigado su identidad y sus vicios antes de contactarlo siquiera para la función que le habían asignado, no podían saber hasta qué punto Miklós disfrutaba del alcohol abrasándole el cuerpo y despertando en él un fuego que ni siquiera los contactos carnales incendiaban con facilidad. Era muy fácil leer que era pendenciero, mujeriego y borracho que imaginar lo que realmente significaba tal triunvirato: violencia, vicio y... embriaguez. Absoluta y completa embriaguez, como la que Miklós estaba dispuesto a alcanzar aquella noche. Sin despedirse siquiera de Gianna (bueno, no más de lo normal, un simple adiós, Castiglione, volveré a tiempo de medicarte un poco más), salió del sancta sanctorum donde habían decidido depositar a la inquisidora, como si se tratara de un secreto bochornoso y horrible (¡se escandalizarían si supieran alguno de los suyos, si Gianna les parecía algo que sólo podía ocultarse...!), y se encaminó, envuelto en una capa vieja, hacia las tabernas de peor calaña de París. Ah, él las conocía todas, en cada local al que acudía lo recibían como a un viejo amigo, pues cada franco que solía ganar lo gastaba en alcohol barato y en opio nada barato, la combinación más adecuada para aquellos momentos de autodestrucción suyos de los que finalmente había huido. Para aquella noche, decidió pedir el licor más fuerte que tuvieran en alguna de las tabernas, no había prestado mucha atención a cuál, y convirtió en su empeño y misión terminárselo rápida, angustiosamente. Ni siquiera llegó a disfrutarlo, pero era consciente de que así el alcohol se le subiría a los pensamientos más rápido, y se evitaría pensar en el todo y en la nada con la fluidez de siempre, propia del hombre inteligente que el húngaro sabía que era.
Con lo que Miklós no contó en su odisea por la autodestrucción era que el alcohol tenía sus propias ideas, y que al embriagarlo lo condujo a pensamientos de confort, que tenían un rostro y un nombre propios: Imara Rákóczi. Ah, cómo la añoraba... No lo suficiente para obsesionarse, pero no lo suficientemente poco para olvidarla: ella se había clavado en su mente como un clavo ardiendo, que iba profundizándose poco a poco e infectando la herida de forma que al principio no se notaba, pero al final dolía. Con los pensamientos clavados en ella, Miklós abandonó el local y se apoyó en la puerta, en el exterior, con la capa ajada envolviéndolo y entorpeciendo su huida, ya de por sí inútil porque de donde quería marcharse era de sí mismo, no de aquel lugar. Sin embargo, ¿a dónde pensaba ir con la cabeza dándole vueltas? No había forma ni lugar para ello; clavado en el suelo, el húngaro sonrió un instante por la ironía de la situación, pues ¡la autodestrucción se le había vuelto en contra! Y como si esa sonrisa la hubiera invocado, una voz familiar y a un tiempo diferente atrajo su maltrecha atención, lo suficiente para mirar a la mujer burlona que se esfumó ante sus ojos sólo para volver a aparecer, con una botella del peor vino posible pero que Miklós recibió como si fuera un maravilloso regalo. – Si morirse fuera fácil, lo habría conseguido hace tiempo, no han dejado de intentarlo desde hace años y aquí estoy. – replicó, mordaz, y procedió a continuación a arrancar de cuajo el corcho de la botella con los dientes para darle un trago que le supo... francamente, mal, pero tenía la suficiente cantidad de alcohol, especialmente sin diluir el líquido en agua, para que le diera igual. – Esto no es más que un divertimento, ¿no tienes tú los tuyos, acaso? – inquirió, burlón, y en ese momento la miró.
Únicamente sus reflejos impidieron que tirara la botella al suelo por la impresión. Sus recuerdos debían de estar mal, tenían que haberse desgastado por el tiempo, porque la mujer que tenía delante era su Imara... Y, si no, alguien tan parecido que la diferencia poco importaba.
Invitado- Invitado
Re: There is no day or why [Miklos]
¿Cuánto tiempo puede buscar alguien la muerte sin tener éxito? O la mala suerte lo perseguía o quizá simplemente no quería hacerlo y buscaba vivir patéticamente, intentando dar lástima a su propia existencia. Eso pensaba la chica que había puesto el ojo en él, sumado a muchos más adjetivos calificativos sobre su bello rostro torneado lleno de cicatrices y sus pómulos sobresalidos, incluyendo la manera de llevar el camino y el eterno recordatorio de que su hermano era igual. Así que, básicamente, Imara no se inmutó en absoluto por lo que aquel sujeto dijo. La cazadora sentía tanta ira que podía escuchar las palpitaciones de su sangre corriendo por las venas hasta el corazón. Directamente escuchaba el propio chirrido en su cabeza, como si tuviese un amplificador de voz que le taladrara los sesos. Sin embargo, ¿por qué no pasar una grata velada lamiendo cada sector de la probable víctima antes de hacerla añicos? Sí, esa siempre era una buena opción para ella y esa vez no sería la excepción. Aunque debía admitir, Imara jamás había encontrado a nadie tan similar en toda su vida, que a pesar de ser corta era bastante variable y llena de posibilidades. Le vio beber, molestarse por el sabor. Era obvio que se trataba de un drogadicto, enfermo. ¿Su hermano nunca podrá haber caído tan, tan, tan bajo, no? No importaba, estaba muerto para ese entonces, seguramente ya comido por los cuervos del pueblo mendigo en el que habían vivido por años, solos y amándose en secreto, sin llegar a nada más que sonrisas. Él, quizá como un hermano a una hermana, ella por otro lado lo adoraba como una unión de todo lo bueno y perfecto que se podía hallar en esa vida y quizá en las siguientes, hasta la eternidad.
— ¿No te gustó mi regalo? Te ves tan ridículamente apuesto, así que no podía evitar venir a hablarte. — Así era ella, tan directa que en realidad debería haber nacido como un hombre, quizá así su hermano le hubiese dado más atención. Porque, para ser sinceros, su cuerpo no era demasiado alucinante, no para la época al menos, pero podía hacerlo funcionar y lo lograba, con su rostro, con sus ojos claros y sus labios exóticos. Se agachó un poco, apoyada sobre la pared para verlo mejor. Estaba esperanzada que cuando él la mirara fijamente, encontraría la obvia diferencia. ¡Y ahí se sentiría victoriosa! Después de todo, era imposible que su hermano estuviese vivo y que ella no se diera cuenta, ¿no? Lo debería de sentir, en su corazón. Eso quería creer.
Se quiso quemar las retinas de la cara cuando la miró. Tan encantadoramente burdo y descarado. Las mujeres parisinas no solían ir directo a los hombres, esperaban educadamente a ser invitadas. Y él, que parecía tan arrogante como lo había sido su linaje, estaba actuando casi como una réplica. La única diferencia era la aureola de ojeras a su alrededor, el dolor inmutable que parecía sentir todo el tiempo. Con Miklós frente a ella nada era igual, todo se volvía como una casa de juguetes de niñas. Ahora, el infierno se podía pensar muy similar. Era sinónimo a ser asesinada, lástima que no lo estaba, ni tampoco a un paso, siquiera ebria o drogada. Nada de eso podía relajarla, siempre estaba consciente y eso, no hacía más que darle más agonía. Pero, ¿una venganza no se puede planear con alcohol en sangre, no es así? Ahora mismo no se iba a vengar, solo iba a disfrutar. Tanto, que la expresión que partió en dos a Imara solo la hizo sentarse a su lado, casi con tanto anhelo como un vampiro hambriento a un tarro de sangre. — Mira mi rostro y adivina con qué me divierto. No lo creerías. Pero te aseguro que tus labios dicen más que los míos. — Pasé entonces el dedo pulgar por mi labio inferior, prácticamente me relamía de las ganas que tenía de relamerlo a él. ¿Complicado, no? Podía experimentar la sangre de su corazón en mano, el sexo seguramente no podía compensar el hecho de mandar al averno a un impostor de la peor calaña. Directamente, nadie tendría que tener la oportunidad de ser así. Los pensamientos de Imara bombeaban distorsionados, si había algo que no podía evitar era estar excitada por esa presencia masculina. ¿Hacía cuánto tiempo que no se sentía así por un hombre? Demasiado. Siquiera era capaz de soportarlo. Obviamente lo hacía para salir ganando, no había mejor manera que esa, el sexo masculino también necesitaba caricias y halagos para meterlos en la cama. Aunque muchos se pensaban todos unos machos alfas, la cazadora había practicado ese juego con un centenar. Nunca era fácil y eso era parte de la diversión, un juego de caza y rebelión.
— ¿No te gustó mi regalo? Te ves tan ridículamente apuesto, así que no podía evitar venir a hablarte. — Así era ella, tan directa que en realidad debería haber nacido como un hombre, quizá así su hermano le hubiese dado más atención. Porque, para ser sinceros, su cuerpo no era demasiado alucinante, no para la época al menos, pero podía hacerlo funcionar y lo lograba, con su rostro, con sus ojos claros y sus labios exóticos. Se agachó un poco, apoyada sobre la pared para verlo mejor. Estaba esperanzada que cuando él la mirara fijamente, encontraría la obvia diferencia. ¡Y ahí se sentiría victoriosa! Después de todo, era imposible que su hermano estuviese vivo y que ella no se diera cuenta, ¿no? Lo debería de sentir, en su corazón. Eso quería creer.
Se quiso quemar las retinas de la cara cuando la miró. Tan encantadoramente burdo y descarado. Las mujeres parisinas no solían ir directo a los hombres, esperaban educadamente a ser invitadas. Y él, que parecía tan arrogante como lo había sido su linaje, estaba actuando casi como una réplica. La única diferencia era la aureola de ojeras a su alrededor, el dolor inmutable que parecía sentir todo el tiempo. Con Miklós frente a ella nada era igual, todo se volvía como una casa de juguetes de niñas. Ahora, el infierno se podía pensar muy similar. Era sinónimo a ser asesinada, lástima que no lo estaba, ni tampoco a un paso, siquiera ebria o drogada. Nada de eso podía relajarla, siempre estaba consciente y eso, no hacía más que darle más agonía. Pero, ¿una venganza no se puede planear con alcohol en sangre, no es así? Ahora mismo no se iba a vengar, solo iba a disfrutar. Tanto, que la expresión que partió en dos a Imara solo la hizo sentarse a su lado, casi con tanto anhelo como un vampiro hambriento a un tarro de sangre. — Mira mi rostro y adivina con qué me divierto. No lo creerías. Pero te aseguro que tus labios dicen más que los míos. — Pasé entonces el dedo pulgar por mi labio inferior, prácticamente me relamía de las ganas que tenía de relamerlo a él. ¿Complicado, no? Podía experimentar la sangre de su corazón en mano, el sexo seguramente no podía compensar el hecho de mandar al averno a un impostor de la peor calaña. Directamente, nadie tendría que tener la oportunidad de ser así. Los pensamientos de Imara bombeaban distorsionados, si había algo que no podía evitar era estar excitada por esa presencia masculina. ¿Hacía cuánto tiempo que no se sentía así por un hombre? Demasiado. Siquiera era capaz de soportarlo. Obviamente lo hacía para salir ganando, no había mejor manera que esa, el sexo masculino también necesitaba caricias y halagos para meterlos en la cama. Aunque muchos se pensaban todos unos machos alfas, la cazadora había practicado ese juego con un centenar. Nunca era fácil y eso era parte de la diversión, un juego de caza y rebelión.
Imara Rákóczi- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 22/12/2012
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Re: There is no day or why [Miklos]
Ella hablaba, tonteaba, seducía y lo tentaba con la mirada, mientras que el atónito Miklós, muchísimo más Rákóczi que DeGrasso en aquel preciso instante, se preguntaba, no por primera vez en la noche (y eso no lo intuía, simplemente lo sabía), si era posible que ante él se encontrara Imara. Su Imara. La hermana que le habían arrancado de su lado como si realmente la hubiera parido él, y aunque no lo había hecho sí se había encargado de convertirse a la vez en padre y hermano para ella, para una joven que... No, no podía ser la mujer que tenía delante. Culpó, instantáneamente, al alcohol por aquella alucinación, ignorando deliberadamente a la vocecita impaciente de su cabeza que le decía que confiara en sus instintos, porque no solían errar demasiado. Miklós no era muy amigo de la voz de su propia consciencia, de un arraigo cristiano innegable, porque se sabía un pecador; había, por ello, adoptado como costumbre ignorarla, enmudecerla y hacer lo contrario a lo que le decía, porque puesto a pecar, por lo menos lo hacía a lo grande, y no se andaba con medias tintas. Por ello, volvió a beber del brebaje infumable que ella le había ofrecido, con el objetivo de embriagarse tanto que todo dejara de importarle, pero con la certeza (y esta no la podía esconder por mucho que lo intentara) de que la mujer que tenía delante no era una cualquiera, ni tampoco su parecido con Imara era accidental. Obligándose a ello, la miró de nuevo, y sus ojos claros, herencia materna y del grupo de asquenazíes al que había pertenecido por parte de la rama no Rákóczi de Eszter, la recorrieron de forma casi sensual, por la pura intensidad que se escondía en los glaciares de la mirada del húngaro. ¿El resultado de tan atento examen? Miklós cada vez estaba más convencido de que aquella muchachita maltrecha, llena de heridas, demasiado delgada y quebradiza hasta cierto punto era demasiado parecida a Imara para ser una coincidencia.
– Tienes pinta de que te excita ver sufrir. Dolor, seguramente sangre, y quizá hasta la muerte, como si fueras una maldita mantis religiosa, sólo que nadie en sus cabales te dejaría arrancarle la cabeza sin presentarte batalla antes. – replicó, despacio y embriagado, apoyándose de hecho en los efectos de la bebida que aún sostenía entre las manos para justificar que no apartara la mirada en ningún momento de ella. ¿Cuánto hacía que no veía a su hermana? ¿Cuatro, cinco años? Cuando te pasas la vida en los bajos fondos, Miklós suponía, el tiempo pasa de forma extraña: un minuto puede ser como un día, pero una semana apenas pueden ser tres segundos. Ella tenía quince, de eso estaba seguro, pues los acababa de cumplir cuando se la quitaron (y ni por un momento se le pasaba por la cabeza pensar que ella no era propiedad de nadie, que nadie le había quitado nada, porque Imara no le pertenecía: él sabía que sí, y punto), y la joven de delante de él... ¿En torno a veinte? Probablemente, pero era difícil deducirlo por el cabello oxigenado y por la piel marcada por cicatrices similares a las suyas (o eso creía) y tatuajes que no le gustaba mirar, pues mancillaban su recuerdo. – Qué caprichosa, ¿es que nunca te han enseñado que no siempre puedes tener lo que quieres? – preguntó, más para él mismo que para ella, pues inconscientemente creía que ella era Imara, y el ataque se lo autodirigía por todos los pecados de su pasado, especialmente por haber dejado que se la llevaran de su lado, como si haber casi muerto no hubiera sido precio suficiente por ello. Lo cierto era que, dado el poco respeto que Miklós mostraba por su vida, no creía realmente que hubiera pagado un precio justo, pues había sobrevivido, pero ¿a qué coste?
– Maleducada, malvada, enferma, infantil, ¿es que lo tienes todo? – se burló, esta vez llegó a hacerlo, y se incorporó mucho más rápido y mucho más equilibrado de lo que había dado a entender su tono ebrio de antes, de forma que sin duda la había pillado por sorpresa. No contento con ello, Miklós decidió inmovilizarla y tirar la botella a un lado para estudiarla, con el objetivo en su mente aún alcoholizada de ver si de verdad era ella, pero intenciones muy distintas en su cuerpo, como descubrió cuando la tuvo apoyada contra él. El felino que llevaba dentro, el depredador que había desdeñado el licor que había ingerido el humano y lo había vuelto ágil e incluso grácil, tomó la iniciativa, y antes de que ella pudiera defenderse él la había cogido de la barbilla para girarle el rostro y que no lo mirara mientras él le hablaba. – Así que ridículamente apuesto, ¿eh? ¿Estás segura de que no me confundes con otro? No sería la primera vez. – espetó, directamente en su oído, y tuvo que hacer únicamente un pequeño esfuerzo para no continuar susurrándole nada con su sensual acento húngaro al oído, pues en cuanto vio el tatuaje que se extendía detrás de su lóbulo, volvió a girarle la cara casi con asco. Al menos en el rostro de ángel, casi todo ángulos (aunque no tantos como en el suyo), de la mujer no había ninguna de esas aberraciones hechas con tinta, de las que él no tenía ni una, ni tampoco ganas de hacerlas. – Dime tu nombre. Porque tendrás uno, ¿no? ¿O algo con lo que llamarte? Siempre puedo optar por los insultos, si lo prefieres; probablemente yo sí. – ordenó, mientras su mano bajaba por el cuerpo de ella, siguiendo el esternón, hasta que se clavó en la pared de justo detrás, manteniéndola bajo su control pero sin llegar a hacer nada más.
Podía culpar al alcohol, al felino, al mismísimo Papa, o a la difunta Eszter Rákóczi, pero lo cierto era que Miklós se estaba comportando de una forma que ni él mismo comprendía ni podía prever, y eso era, probablemente, lo más peligroso de toda la situación, más incluso que ella.
– Tienes pinta de que te excita ver sufrir. Dolor, seguramente sangre, y quizá hasta la muerte, como si fueras una maldita mantis religiosa, sólo que nadie en sus cabales te dejaría arrancarle la cabeza sin presentarte batalla antes. – replicó, despacio y embriagado, apoyándose de hecho en los efectos de la bebida que aún sostenía entre las manos para justificar que no apartara la mirada en ningún momento de ella. ¿Cuánto hacía que no veía a su hermana? ¿Cuatro, cinco años? Cuando te pasas la vida en los bajos fondos, Miklós suponía, el tiempo pasa de forma extraña: un minuto puede ser como un día, pero una semana apenas pueden ser tres segundos. Ella tenía quince, de eso estaba seguro, pues los acababa de cumplir cuando se la quitaron (y ni por un momento se le pasaba por la cabeza pensar que ella no era propiedad de nadie, que nadie le había quitado nada, porque Imara no le pertenecía: él sabía que sí, y punto), y la joven de delante de él... ¿En torno a veinte? Probablemente, pero era difícil deducirlo por el cabello oxigenado y por la piel marcada por cicatrices similares a las suyas (o eso creía) y tatuajes que no le gustaba mirar, pues mancillaban su recuerdo. – Qué caprichosa, ¿es que nunca te han enseñado que no siempre puedes tener lo que quieres? – preguntó, más para él mismo que para ella, pues inconscientemente creía que ella era Imara, y el ataque se lo autodirigía por todos los pecados de su pasado, especialmente por haber dejado que se la llevaran de su lado, como si haber casi muerto no hubiera sido precio suficiente por ello. Lo cierto era que, dado el poco respeto que Miklós mostraba por su vida, no creía realmente que hubiera pagado un precio justo, pues había sobrevivido, pero ¿a qué coste?
– Maleducada, malvada, enferma, infantil, ¿es que lo tienes todo? – se burló, esta vez llegó a hacerlo, y se incorporó mucho más rápido y mucho más equilibrado de lo que había dado a entender su tono ebrio de antes, de forma que sin duda la había pillado por sorpresa. No contento con ello, Miklós decidió inmovilizarla y tirar la botella a un lado para estudiarla, con el objetivo en su mente aún alcoholizada de ver si de verdad era ella, pero intenciones muy distintas en su cuerpo, como descubrió cuando la tuvo apoyada contra él. El felino que llevaba dentro, el depredador que había desdeñado el licor que había ingerido el humano y lo había vuelto ágil e incluso grácil, tomó la iniciativa, y antes de que ella pudiera defenderse él la había cogido de la barbilla para girarle el rostro y que no lo mirara mientras él le hablaba. – Así que ridículamente apuesto, ¿eh? ¿Estás segura de que no me confundes con otro? No sería la primera vez. – espetó, directamente en su oído, y tuvo que hacer únicamente un pequeño esfuerzo para no continuar susurrándole nada con su sensual acento húngaro al oído, pues en cuanto vio el tatuaje que se extendía detrás de su lóbulo, volvió a girarle la cara casi con asco. Al menos en el rostro de ángel, casi todo ángulos (aunque no tantos como en el suyo), de la mujer no había ninguna de esas aberraciones hechas con tinta, de las que él no tenía ni una, ni tampoco ganas de hacerlas. – Dime tu nombre. Porque tendrás uno, ¿no? ¿O algo con lo que llamarte? Siempre puedo optar por los insultos, si lo prefieres; probablemente yo sí. – ordenó, mientras su mano bajaba por el cuerpo de ella, siguiendo el esternón, hasta que se clavó en la pared de justo detrás, manteniéndola bajo su control pero sin llegar a hacer nada más.
Podía culpar al alcohol, al felino, al mismísimo Papa, o a la difunta Eszter Rákóczi, pero lo cierto era que Miklós se estaba comportando de una forma que ni él mismo comprendía ni podía prever, y eso era, probablemente, lo más peligroso de toda la situación, más incluso que ella.
Invitado- Invitado
Re: There is no day or why [Miklos]
A ella no le importaba en lo más mínimo que la insultaran o bromearan con su personalidad. ¿Acaso estaba mintiendo? ¿Era un descarado? Cualquier mujer podría asustarse y salir huyendo. O quizá encabronarse porque no imaginaron que el tipo podía decirles eso. En cambio Imara estaba anonadada por completo ante su actuar. Y quería ver rodar la cabeza del macho fuera de su cuerpo de una forma nunca antes vista, prácticamente como si se tratara del arte abstracto que aún no existía. Destrozarlo hasta que esa bonita cara no pudiera volver a existir. Es que por su mente no se pasaba la idea de que él podía estar vivo. Sí, su hermano. Jamás podría digerir que él mantenía un corazón latente, pues la llevaba a un camino de traición más pura y dolorosa que ninguna. Miklos había desaparecido, siquiera había podido velar su cadáver cuando se la llevaron a los jalones a un mundo desconocido. Solo por tener la sangre de un cazador. Ahora parecía que todo volvía a querer irse hacia atrás. Algo que era inaceptable para la sanidad mental de la joven. — ¿Tú crees? No sé, no puedo opinar de mí mismo. Pero no te creo. — Sus cabellos plateados terminaron por caer un poco contra sus ojos, ¿qué tanto había cambiado en esos años? Su pelo, sus tatuajes, quizá había perdido algo de peso. Las folladas que había tenido y la sangre que había esparcido, aunque claro, eso se supone que no se nota. Solo en sus ojos, vacíos pero anhelantes en cada instante. Buscando algo que estaba frente a ella, una mediocre ilusión que solo la hacía enojar más y más. ¿Por qué no había aceptado el amor de su hermano cuando había tenido la oportunidad? Quizá, en algún rincón de su desesperada mente, pensaba que si lo veía feliz se le pasaría. Ni siquiera llegó a comprobarlo.
— Algunas veces, pero odio eso. ¿Por qué no puedo tener lo que quiero? Si no hice nada malo… Me lo merezco. ¿Mmm? Eso me recordó a alguien. ¡Bueno! No es para tanto. No luzco enferma~ — Con el dedo índice, de larga uña, se acercó al hombro del muchacho, probablemente para ese punto Imara ya estaba cayendo en tal odio que podría no necesitar follarlo antes de matarlo. ¡Estaba siendo tan indigno! Tan similar en sus tonadas de salvaje húngaro que la rubia se machacaba por dentro. Rabiando y destilando veneno como si éste se le saliera por los ojos. Fue a tal punto su distracción que cuando el joven se levantó, ella saltó del susto y no pudo buscar en lo más mínimo incorporarse cuando le tuvo en la cercanía. Sus labios se apretujaron hasta marcar los retazos de piel y se quedó escuchándolo, aunque al principio no hablara, su respiración era suficiente. Era ver una película repetida. Sus dientes exagerados y su mandíbula estrecha, Imara se excitó con una tristeza casi indisimulable, como si los propios fluidos de su cuerpo se hubiesen dado a entender. Intentaba no mostrarlo, ni siquiera una sola expresión. ¡Incluso si su hermano estaba bien muerto y comido por las lombrices no iba a amar ni adular a nadie más en esa tierra! — Nunca podría confundirme. Es imposible que lo haga. ¿Por qué me lo preguntas? — En el preciso instante en donde sus manos la guiaron para ver el cielo, se sujetó fuertemente a una de sus armas. Luchaba contra el instinto asesino y contra esa doble moral de no saber en dónde rayos estaba parada en el mundo. Ahora no podía saberlo, solo veía estrellas y nubes. Solo él estaba mirando, ¿disfrutando la vista quizá? Podía ser, aunque a ella le gustaba pensar que la gente amaba su voz y no su cuerpo. Por unos segundos cerró sus ojos, imaginó que era su verdadero hermano y se permitió encantar. Terminado el tiempo volvió y bajó la cabeza, casi tan molesta que le era difícil disimular su amargura. Había cosas que entendía y cuando se trataba de sobrenaturales contra cazadores, más aún. En la cercanía, tal como esa que estaba viviendo justo ahora, ella estaba en completa desventaja. No solo era un hombre contra una mujer de pequeño tamaño, sino un cambiante contra un humano. No le importaba resultar patética, mas sí era importante vivir. — No te puedo contar como me gusta que me insulten. Pero en la cama, ¿quieres que te invite a una? Quiero verte a los ojos, así que suelta y déjame verte. — Casi como si fuese una broma o un juego fue que se lo preguntó. Sin decirle su nombre y tampoco preguntando el suyo, como una tradición a seguir.
Al instante siguiente se vio alzando un poco la mano, sintiendo sus pseudo-caricias mal hechas que terminaban dándole una especie de cosquillas. Cosa que hacía por lo menos cinco años que no sentía. Inevitablemente sonrió de lado, moviendo la cadera a un costado y el otro para luego buscar la vista del hombre y fruncir el entrecejo tan profundamente como si le hubiesen roto un vidrio en el rostro. ¡Seguía siendo la visión de un muerto! Deseó escupir sangre, sin embargo siendo eso imposible, apuntó a uno de los establecimientos lleno de putas de esa inmunda zona. No le importaba nada, a ese punto solo quería terminar con lo que se le había puesto en mente y dejar de sufrir con recuerdos de su pasado. Hasta los tatuajes de sus momentos felices le latían. Como si se manifestaran contra ella. Quizá intentando avisarle que ese comportamiento era realmente frente a su sangre. Sus labios se fruncieron una vez más y volvió a apuntar, ahora con la cabeza, como si se estuviese desesperando –aunque no necesitaba disimular tanto para ello-.
— Algunas veces, pero odio eso. ¿Por qué no puedo tener lo que quiero? Si no hice nada malo… Me lo merezco. ¿Mmm? Eso me recordó a alguien. ¡Bueno! No es para tanto. No luzco enferma~ — Con el dedo índice, de larga uña, se acercó al hombro del muchacho, probablemente para ese punto Imara ya estaba cayendo en tal odio que podría no necesitar follarlo antes de matarlo. ¡Estaba siendo tan indigno! Tan similar en sus tonadas de salvaje húngaro que la rubia se machacaba por dentro. Rabiando y destilando veneno como si éste se le saliera por los ojos. Fue a tal punto su distracción que cuando el joven se levantó, ella saltó del susto y no pudo buscar en lo más mínimo incorporarse cuando le tuvo en la cercanía. Sus labios se apretujaron hasta marcar los retazos de piel y se quedó escuchándolo, aunque al principio no hablara, su respiración era suficiente. Era ver una película repetida. Sus dientes exagerados y su mandíbula estrecha, Imara se excitó con una tristeza casi indisimulable, como si los propios fluidos de su cuerpo se hubiesen dado a entender. Intentaba no mostrarlo, ni siquiera una sola expresión. ¡Incluso si su hermano estaba bien muerto y comido por las lombrices no iba a amar ni adular a nadie más en esa tierra! — Nunca podría confundirme. Es imposible que lo haga. ¿Por qué me lo preguntas? — En el preciso instante en donde sus manos la guiaron para ver el cielo, se sujetó fuertemente a una de sus armas. Luchaba contra el instinto asesino y contra esa doble moral de no saber en dónde rayos estaba parada en el mundo. Ahora no podía saberlo, solo veía estrellas y nubes. Solo él estaba mirando, ¿disfrutando la vista quizá? Podía ser, aunque a ella le gustaba pensar que la gente amaba su voz y no su cuerpo. Por unos segundos cerró sus ojos, imaginó que era su verdadero hermano y se permitió encantar. Terminado el tiempo volvió y bajó la cabeza, casi tan molesta que le era difícil disimular su amargura. Había cosas que entendía y cuando se trataba de sobrenaturales contra cazadores, más aún. En la cercanía, tal como esa que estaba viviendo justo ahora, ella estaba en completa desventaja. No solo era un hombre contra una mujer de pequeño tamaño, sino un cambiante contra un humano. No le importaba resultar patética, mas sí era importante vivir. — No te puedo contar como me gusta que me insulten. Pero en la cama, ¿quieres que te invite a una? Quiero verte a los ojos, así que suelta y déjame verte. — Casi como si fuese una broma o un juego fue que se lo preguntó. Sin decirle su nombre y tampoco preguntando el suyo, como una tradición a seguir.
Al instante siguiente se vio alzando un poco la mano, sintiendo sus pseudo-caricias mal hechas que terminaban dándole una especie de cosquillas. Cosa que hacía por lo menos cinco años que no sentía. Inevitablemente sonrió de lado, moviendo la cadera a un costado y el otro para luego buscar la vista del hombre y fruncir el entrecejo tan profundamente como si le hubiesen roto un vidrio en el rostro. ¡Seguía siendo la visión de un muerto! Deseó escupir sangre, sin embargo siendo eso imposible, apuntó a uno de los establecimientos lleno de putas de esa inmunda zona. No le importaba nada, a ese punto solo quería terminar con lo que se le había puesto en mente y dejar de sufrir con recuerdos de su pasado. Hasta los tatuajes de sus momentos felices le latían. Como si se manifestaran contra ella. Quizá intentando avisarle que ese comportamiento era realmente frente a su sangre. Sus labios se fruncieron una vez más y volvió a apuntar, ahora con la cabeza, como si se estuviese desesperando –aunque no necesitaba disimular tanto para ello-.
Imara Rákóczi- Cazador Clase Alta
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Re: There is no day or why [Miklos]
Todo lo que Miklós sabía de aquella mujer podía resumirse en un pensamiento, pero, ¡ay qué insistente era el maldito recordatorio de lo similares que eran aquella mujer y su hermana Imara! La cazadora, anónima ante los ojos del húngaro aunque en su interior se refiriera a ella con el nombre de su amada hermana, jugaba con él exactamente como él lo estaba haciendo con ella, mas carecía del talento del que disponía él para torcer situaciones adversas, y por eso ignoraba que, pasara lo que pasase, el gato aterrizaría siempre de pie. Tal vez por eso Miklós no moría, aunque muchos hubieran intentado acabar con él y él mismo se dedicara a algo que podía matarlo si se distraía sólo un poquito; el gato en él reinaba, aún más que cuando vivía en Széksard, en un escaso tiempo en el que fue feliz y sintió algo más que apatía existencial. Mas tal afirmación no era del todo cierta: fuese o no su Imara, lo cierto era que aquella mujer lo estaba haciendo sentir bastante, especialmente en comparación con, por ejemplo, el mismo día anterior. Entre otras cosas, Miklós se sentía particularmente pérfido y dominante con ella, y en cuanto los efluvios que se imaginó escurriéndosele por los muslos llegaron a su olfato de cambiante, también se sintió satisfecho, enfermo y agradablemente sucio por provocar tal reacción en una mujer como su hermana. Parte de su mente, ese extremo al que le daba igual ya absolutamente todo, se preguntaba ¿por qué no tomarla como ella estaba deseando hacer? La otra parte, no obstante, y es importante porque si tuviera un nombre sería conciencia, lo frenaba y lo mantenía a la defensiva, a sabiendas de que cazadora parecía y cazadora era, y en esos seres no se podía confiar. En cierto modo, Miklós estaba seguro de que hasta si ella se salía con la suya y lo montaba, al final terminaría matándolo, y ese era el principal motivo por el que se controlaba tanto como lo hacía. En eso, al menos.
– Ah, ¿no puedes confundirte nunca? ¿Es que no has cometido errores? Me encontraré delante de una deidad y yo lo ignoraba, ¿quién eres acaso, la Virgen? No, no tienes pinta de no haber sido tocada nunca. Entonces, dime, ¿a quién se supone que tengo delante? – insistía en algo que ella ya había abandonado, insistía porque su maldita mente no podía dejar pasar el maldito parecido, y aunque ella había elegido actuar como si simplemente quisiera seducirlo y atraparlo en sus redes, él no era tan fácil de convencer como su comportamiento sugería. Y, hablando de eso, siguió aprovechándose de la situación en la que la tenía, totalmente acorralada; volvió a reducir la distancia que existía entre ellos, para que la cazadora se encontrara entre Miklós y la pared, una situación bastante más peligrosa que una espada en esas mismas circunstancias, aunque ella no pudiera saberlo todavía. – Yo opino que te equivocas y que me confundes con otro. Qué curioso, tal vez a mí me pase lo mismo contigo, eres insoportablemente parecida a alguien que me importa más que nadie. Así que, claro, estoy en un dilema, preciosa. ¿Acercarme supondría honrar su recuerdo o pisotearlo y echarlo al fango? – preguntó, con voz tan suave que su acento húngaro se convirtió en una melodía que incitaba a ser acunado, acariciado y querido, a diferencia de su lenguaje corporal, que aludía a una barrera tan sólida como la muralla más fuerte de todas y a una bestia apenas contenida por un cuerpo que, aun siendo grande y musculoso, parecía insuficiente. Así era: Miklós era dueño de muchas contradicciones, la mayoría de ellas entre su comportamiento y sus pensamientos, pero en considerables ocasiones la contradicción se encontraba en su propio cuerpo, entre las distintas naturalezas que lo componían y las facetas que mostraba el diamante apenas pulido que era el salvaje, deslenguado, soberbio y arrogante húngaro abalanzado sobre ella como una jauría de perros salvajes.
– Tú no puedes tener lo que quieres porque nadie tiene nunca lo que quiere. La vida es una prostituta cruel que se ríe de nosotros, los que intentamos entenderla, disfrutarla y batallarla, dándonos más dolor del que creíamos capaces de soportar. La vida no es justa, cazadora, así que no esperes que yo lo sea tampoco. – advirtió, y de golpe y plumazo el relativamente tranquilo Miklós se activó y de un movimiento rápido la clavó en la pared, valiéndose para ello de sus manos apoyadas en los hombros de la criatura que se hallaba frente a él y de su rodilla, clavada entre las de ella para que ni siquiera así pudiera escaparse. – Mírame. A los ojos, a la boca, al miembro, me es indiferente. Mírame aquí y ahora, porque no te pienso llevar a ningún lecho aunque tu cuerpo me esté suplicando que lo haga y tu lengua traviesa intente convencerme. – ordenó, y su tono no admitía ni dudas ni réplicas, pues era soberbio y autoritario como la sangre Rákóczi que corría por sus venas y, tal vez, por las de la joven. Cuanto más se acercaba a ella, más seguro estaba, y a un tiempo más se convencía de que no podía ser, porque ¿qué posibilidades había realmente de que se tratara de su hermana Imara? Se la habían arrancado para convertirla en una “mujer de bien”, pensando que tal vez vivía en una orgía de pecado constante con su hermano mayor, y esa mujer era exactamente lo que se habían temido que Imara fuera cuando vivía con él… absolutamente lo opuesto a lo que había sido su Imara cuando aún la había podido reclamar como suya. Así pues, ante la duda, Miklós había optado por la fuerza, por sostenerla y domarla, ya que solamente de ese modo podía estarse quietecita mientras él hundía el rostro en su cuello e inspiraba profundamente, guiándose por el sentido que menos le fallaba: el olfato. Sin embargo, ni por esas parecía que resolvería el misterio. – Te lo repetiré: ¿cuál es tu nombre?
Qué curioso resultaba, no obstante, que pese a que se estuviera repitiendo constantemente que no deseaba meterla en ninguna cama, Miklós estuviera siguiendo todos los pasos necesarios para seducirla y conseguir, precisamente, que solamente quisiera ir a la suya.
– Ah, ¿no puedes confundirte nunca? ¿Es que no has cometido errores? Me encontraré delante de una deidad y yo lo ignoraba, ¿quién eres acaso, la Virgen? No, no tienes pinta de no haber sido tocada nunca. Entonces, dime, ¿a quién se supone que tengo delante? – insistía en algo que ella ya había abandonado, insistía porque su maldita mente no podía dejar pasar el maldito parecido, y aunque ella había elegido actuar como si simplemente quisiera seducirlo y atraparlo en sus redes, él no era tan fácil de convencer como su comportamiento sugería. Y, hablando de eso, siguió aprovechándose de la situación en la que la tenía, totalmente acorralada; volvió a reducir la distancia que existía entre ellos, para que la cazadora se encontrara entre Miklós y la pared, una situación bastante más peligrosa que una espada en esas mismas circunstancias, aunque ella no pudiera saberlo todavía. – Yo opino que te equivocas y que me confundes con otro. Qué curioso, tal vez a mí me pase lo mismo contigo, eres insoportablemente parecida a alguien que me importa más que nadie. Así que, claro, estoy en un dilema, preciosa. ¿Acercarme supondría honrar su recuerdo o pisotearlo y echarlo al fango? – preguntó, con voz tan suave que su acento húngaro se convirtió en una melodía que incitaba a ser acunado, acariciado y querido, a diferencia de su lenguaje corporal, que aludía a una barrera tan sólida como la muralla más fuerte de todas y a una bestia apenas contenida por un cuerpo que, aun siendo grande y musculoso, parecía insuficiente. Así era: Miklós era dueño de muchas contradicciones, la mayoría de ellas entre su comportamiento y sus pensamientos, pero en considerables ocasiones la contradicción se encontraba en su propio cuerpo, entre las distintas naturalezas que lo componían y las facetas que mostraba el diamante apenas pulido que era el salvaje, deslenguado, soberbio y arrogante húngaro abalanzado sobre ella como una jauría de perros salvajes.
– Tú no puedes tener lo que quieres porque nadie tiene nunca lo que quiere. La vida es una prostituta cruel que se ríe de nosotros, los que intentamos entenderla, disfrutarla y batallarla, dándonos más dolor del que creíamos capaces de soportar. La vida no es justa, cazadora, así que no esperes que yo lo sea tampoco. – advirtió, y de golpe y plumazo el relativamente tranquilo Miklós se activó y de un movimiento rápido la clavó en la pared, valiéndose para ello de sus manos apoyadas en los hombros de la criatura que se hallaba frente a él y de su rodilla, clavada entre las de ella para que ni siquiera así pudiera escaparse. – Mírame. A los ojos, a la boca, al miembro, me es indiferente. Mírame aquí y ahora, porque no te pienso llevar a ningún lecho aunque tu cuerpo me esté suplicando que lo haga y tu lengua traviesa intente convencerme. – ordenó, y su tono no admitía ni dudas ni réplicas, pues era soberbio y autoritario como la sangre Rákóczi que corría por sus venas y, tal vez, por las de la joven. Cuanto más se acercaba a ella, más seguro estaba, y a un tiempo más se convencía de que no podía ser, porque ¿qué posibilidades había realmente de que se tratara de su hermana Imara? Se la habían arrancado para convertirla en una “mujer de bien”, pensando que tal vez vivía en una orgía de pecado constante con su hermano mayor, y esa mujer era exactamente lo que se habían temido que Imara fuera cuando vivía con él… absolutamente lo opuesto a lo que había sido su Imara cuando aún la había podido reclamar como suya. Así pues, ante la duda, Miklós había optado por la fuerza, por sostenerla y domarla, ya que solamente de ese modo podía estarse quietecita mientras él hundía el rostro en su cuello e inspiraba profundamente, guiándose por el sentido que menos le fallaba: el olfato. Sin embargo, ni por esas parecía que resolvería el misterio. – Te lo repetiré: ¿cuál es tu nombre?
Qué curioso resultaba, no obstante, que pese a que se estuviera repitiendo constantemente que no deseaba meterla en ninguna cama, Miklós estuviera siguiendo todos los pasos necesarios para seducirla y conseguir, precisamente, que solamente quisiera ir a la suya.
Invitado- Invitado
Re: There is no day or why [Miklos]
De alguna estúpida manera ese hombre estaba provocando que su ira se acumulara por todos lados, tocaba la parte más delicada de Imara y la hacía enloquecer. A todo esto su parte más famélica y retorcida se divertía como nunca antes, estirándose y disfrutando de su acercamiento, derritiéndose como lo haría un helado con el sol. Se trataba de una conversación que la hacía deleitar, ¿por qué? Porque se estaba divirtiendo, como las charlas antipáticas que tenía con su hermano varios años atrás. Lo cual causaba un cierto recelo odioso por su parte provocando que sus parpados se le caigan y empiece a odiar. Simple y llanamente. ¿No eran puras contradicciones? — La virgen cometió muchos errores, no me podrías comparar con ella. Yo cometí uno solo, pero es un secreto, ¿quieres que te lo cuente? — Buscaba sus ojos en gran parte de mis movimientos, sufriendo por desear sus labios tanto así como su rostro entero, padeciendo con cada anhelo que él despertaba. Lo interesante es que sentía tanto deseo como así tristeza por recordar ese único y estúpido error: haber sido débil en el momento en donde tenía que ser más fuerte. No había podido despedazar a los cazadores cuando la agarraron, sus músculos habían sido frágiles al igual que todos sus estúpidos intentos de pataleos y gritos. Luego no podía recordar otro, ¿Cómo tener errores cuando solo te importa una cosa en el mundo? En su propia avaricia jamás cometía una falta, después de todo estaba lista para morir en cualquier instante.
— ¿Acaso importa a quien tienes adelante? — Su cuerpo, igual que una pared intentando ensamblarse con otra, se acercaba hasta atraparla y divertidamente terminó apoyando una mano en su hombro, casi como un instinto suicida de parte de la cazadora. Al final, como la viuda negra que era, mordió uno de sus labios y se la pasó negando. Dos segundos más tarde, al ver sus ojos entre enfurecidos y desesperados se le aflojaron hasta las piernas y se hubiese caído de no ser por estar agarrada a la pared. Tomó aire tan disimuladamente como podría ser posible e hizo reinar el silencio como si no estuvieran al lado de bares gritones de mala muerte. No quería pensar en nada de lo que le decía. — No estoy segura… Dependerá de cómo lo hagas. — Una risa quebrada se escuchó y era más bien algo roto y maltrecho lo que se le escapaba y la hacía querer llorar a gritos. Ella nunca, jamás en su vida, podría comparar a alguien con su hermano, simplemente porque no había tenido nada con él más que sonrisas y abrazos. Pero, ¿cómo podía decir eso si solía ser su pasaje a la gloria? Ningún hombre en su sano juicio podía retenerse ante semejante invitación y aun así, ¿él lo estaba haciendo? Eso la enfureció y tuvo que esconderlo reteniéndose contra él hasta que ya empezaba a cansarse. No estaba hecha para ser dominada, simplemente empezaba a aburrirle el juego y aunque tenía muchas ganas de encamarlo hasta succionarle la vida, matarlo por tener esa cara podía ser suficiente. — ¿Quién dice que la vida es justa? Aparentemente está hecha para disfrutar todos los momentos que nos da el tiempo y tú lo desperdicias. No importa, ahora ya es muy tarde. —
El rostro antipático de Imara se alumbró cuando el cambiaformas que realmente era su hermano y único amor, se abanicó contra ella hasta hacerla retumbar en la pared. Sus hombros se rasparon apenas y alzó la vista, mostrando las sombras debajo de sus ojos escrupulosamente, odiando su insistencia como así la vida misma. Pues bien, él tenía tantos deseos de morir que lo haría ahí mismo, frente a los demás. De todas maneras era una zona tan inmunda que no importaba cuantos cadáveres aparecieran, nadie protestaría por él. Con su rodilla estando entre sus piernas solo atinó a alzar la que estaba afuera, enrollándola, hasta abrazar su cuello y apuntarse sobre él casi como una dulce dama, dejando que oliera, que sintiera y si quería podía romper un pedazo de su cuello, no iba a ser suficiente para matarla. — ¿Tanto así quieres terminar éste encuentro? Está bien… Vas a poder escuchar mi nombre. — Asentía igual que lo haría una chica buena acurrucándose y refregándose hasta sacar un pequeño cuchillo de entre las muñequeras que llevaba. Si había algo que era constante era decir su nombre antes de la muerte de los hombres que le gustaban. Ésta parecía que iba a ser más rápida que las demás, pues entre más se le parecían, menos quería verlos. — Me llamo Imara, será el último nombre que escuches. Por tener esa cara te regalo la muerte. — Antes de terminar de hablar alzó el cuchillo bañado en plata, atinando a hundirlo en la espalda del hombre, aplastada en el hombro ajeno, era todo tan incomprensible que no llegó a notar en qué momento sus lágrimas habían empezado a caer. No recordaba la última vez que le había pasado y el disgusto era igual que cuando vio a su hermano muriendo en la tierra.
— ¿Acaso importa a quien tienes adelante? — Su cuerpo, igual que una pared intentando ensamblarse con otra, se acercaba hasta atraparla y divertidamente terminó apoyando una mano en su hombro, casi como un instinto suicida de parte de la cazadora. Al final, como la viuda negra que era, mordió uno de sus labios y se la pasó negando. Dos segundos más tarde, al ver sus ojos entre enfurecidos y desesperados se le aflojaron hasta las piernas y se hubiese caído de no ser por estar agarrada a la pared. Tomó aire tan disimuladamente como podría ser posible e hizo reinar el silencio como si no estuvieran al lado de bares gritones de mala muerte. No quería pensar en nada de lo que le decía. — No estoy segura… Dependerá de cómo lo hagas. — Una risa quebrada se escuchó y era más bien algo roto y maltrecho lo que se le escapaba y la hacía querer llorar a gritos. Ella nunca, jamás en su vida, podría comparar a alguien con su hermano, simplemente porque no había tenido nada con él más que sonrisas y abrazos. Pero, ¿cómo podía decir eso si solía ser su pasaje a la gloria? Ningún hombre en su sano juicio podía retenerse ante semejante invitación y aun así, ¿él lo estaba haciendo? Eso la enfureció y tuvo que esconderlo reteniéndose contra él hasta que ya empezaba a cansarse. No estaba hecha para ser dominada, simplemente empezaba a aburrirle el juego y aunque tenía muchas ganas de encamarlo hasta succionarle la vida, matarlo por tener esa cara podía ser suficiente. — ¿Quién dice que la vida es justa? Aparentemente está hecha para disfrutar todos los momentos que nos da el tiempo y tú lo desperdicias. No importa, ahora ya es muy tarde. —
El rostro antipático de Imara se alumbró cuando el cambiaformas que realmente era su hermano y único amor, se abanicó contra ella hasta hacerla retumbar en la pared. Sus hombros se rasparon apenas y alzó la vista, mostrando las sombras debajo de sus ojos escrupulosamente, odiando su insistencia como así la vida misma. Pues bien, él tenía tantos deseos de morir que lo haría ahí mismo, frente a los demás. De todas maneras era una zona tan inmunda que no importaba cuantos cadáveres aparecieran, nadie protestaría por él. Con su rodilla estando entre sus piernas solo atinó a alzar la que estaba afuera, enrollándola, hasta abrazar su cuello y apuntarse sobre él casi como una dulce dama, dejando que oliera, que sintiera y si quería podía romper un pedazo de su cuello, no iba a ser suficiente para matarla. — ¿Tanto así quieres terminar éste encuentro? Está bien… Vas a poder escuchar mi nombre. — Asentía igual que lo haría una chica buena acurrucándose y refregándose hasta sacar un pequeño cuchillo de entre las muñequeras que llevaba. Si había algo que era constante era decir su nombre antes de la muerte de los hombres que le gustaban. Ésta parecía que iba a ser más rápida que las demás, pues entre más se le parecían, menos quería verlos. — Me llamo Imara, será el último nombre que escuches. Por tener esa cara te regalo la muerte. — Antes de terminar de hablar alzó el cuchillo bañado en plata, atinando a hundirlo en la espalda del hombre, aplastada en el hombro ajeno, era todo tan incomprensible que no llegó a notar en qué momento sus lágrimas habían empezado a caer. No recordaba la última vez que le había pasado y el disgusto era igual que cuando vio a su hermano muriendo en la tierra.
Imara Rákóczi- Cazador Clase Alta
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Re: There is no day or why [Miklos]
Toda su vida se quebró en el instante en que los labios, hinchados, rojos y apetecibles labios, de la mujer expulsaron su nombre con esa tonada magyar que él amaba, y que no le había traído más que engaños con ella hasta aquel instante. Aunque la herida le había dolido, por una vez ese dolor no era lo que Miklós, sobresaturado de sensaciones de todos los tipos, estaba buscando; la plata le quemaba y la sentía ramificarse, como la ponzoña, por cada una de las venas de su cuerpo musculoso e inmóvil. Los espasmos involuntarios se habían terminado, e incluso el rictus se le había tatuado permanentemente en el rostro como la viva muestra, casi una máscara, de tantas cosas que tal expresividad por su parte era una anormalidad infinita. Miklós no sabía cómo sentirse, precisamente porque estaba sintiendo tanto a la vez que estaba abrumado y no conseguía ni siquiera identificar las emociones. Por un lado, estaba sorprendido, ¡cómo no si le acababa de confirmar que ella era Imara, su Imara! Por otro, receloso: la mujer se llamaba Imara, era húngara, poseía semejantes rasgos que era la copia de su hermana, pero ¿y si no era? Precisamente ese ¿y si? era el desencadenante de todo lo demás: rabia hacia sí mismo por dudar, desprecio hacia ella por provocarlo y hacia sí mismo por no haberla identificado, odio añejo hacia sí mismo por no haber sido capaz de protegerla… Y, entre todo ello, un anhelo tan doloroso como la herida del cuchillo de plata, un deseo físico de atraparla en sus brazos y volver a asegurarse de que ella era real, estaba viva, y seguía siendo suya, aunque tratara de escurrírsele de todos sus patéticos intentos de dominarla y someterla como si se tratara de una amante. Oh, ello lo obligaba a añadir un nuevo sentimiento: vergüenza por haberla visto como una mujer, y no como la hermana a la que había criado como si él mismo fuera su padre…
– Imara Rákóczi. – musitó Miklós, y no dio más explicaciones, ni siquiera aquellas que ella podría considerar necesarias como por qué demonios sabía su apellido, o por qué había pronunciado su nombre con la máxima adoración en el tono, mas no en la mirada. No, los ojos almendrados de Miklós refulgían de rabia, era lo que había conseguido subir más allá del dolor de garganta de los sentimientos acumulados dentro, y era la rabia de quien se sabe desobedecido y exige que se le paguen las consecuencias. Sin pensarlo, pues de hacerlo seguramente habría retrocedido y se habría largado, Miklós se bajó la manga de la camisa ajada para cubrirse la palma de la mano con la tela; así, con la debida protección, se arrancó el cuchillo, sin molestarse en hacerlo de la manera menos dolorosa, por lo que se le escapó un gemido de dolor de los labios entreabiertos que sonó incluso sugerente, dada la situación. A continuación, con desprecio, tiró el arma al suelo y la apartó de una patada, para después sostener a su hermana, a su Imara, e inmovilizarla con su propio cuerpo. Si bien la plata lo estaba destrozando, como no podía ser de otra manera, Miklós se las apañó para aprisionarla contra su torso y sostener sus brazos y piernas con los suyos propios, de forma que no se moviera si él no deseaba que lo hiciera. Con la fierecilla, por fin, domada, Miklós cambió de lengua y optó por la magyar; sabía que ella la comprendería, porque en el fondo tenía la certeza de que ella era efectivamente Imara, pero necesitaba saberlo… necesitaba confirmarlo. – Hija de Eszter Rákóczi y de ese bastardo de Finnegan, hermana de Miklós, natural de Székszard, veinte años de edad. – lo recitó despacio, y sintió cada verdad clavarse en él como si fueran el cuchillo del que ya se había librado, así que no le quedó más remedio que mirar su propio cuerpo para asegurarse de que no le hubiera hincado ninguno más en la dura piel de cambiante.
– Lo que no entiendo es qué haces en París… Pensaba que habrías seguido en Székszard, con ellos, ¿o ni siquiera eso te permitió esa familia de cazadores? Panda de bastardos arrogantes, todos y cada uno de ellos… – para esas alturas, Miklós hablaba más hacia sí mismo que hacia ella, e Imara era afortunada de que ninguna de las frases de Miklós hicieran referencia a la autodestrucción en la que se había sumido desde que ella había sido robada y arrancada de sus amantísimos brazos, a los que había vuelto de la forma más extraña y probablemente impúdica posible. ¡Qué vueltas daba el destino! Casi le parecía justicia poética, al húngaro, que se encontraran en una situación tan favorable para él, pues el olor de Imara lo abrumaba, su belleza (que ahora veía más allá de los tatuajes, con ese punto sentimental que siempre le había despertado ella y no cualquier otra mujer) lo extasiaba, y su cercanía le resultaba tan increíble que se pellizcaría si no supiera que ella lo aprovecharía para escaparse. Ah, y luego la fiera era él, ¿no? – Estás hecha una fierecilla. Cuéntamelo, Imara, cuéntame cuál fue tu gran error, ese que cargas hasta el día de hoy y que te dobla como si fuera el peso del mundo y tú, pobre Atlas, te vieras obligada a afrontar más de lo que puedes soportar. – pidió, aunque no suplicó, y algo en su tono de voz dio claramente a entender que no se refería del todo a ella aunque estuviera hablándole a Imara. Efectivamente, Miklós estaba hablando de sí mismo, y su peso era su propia vida después de todos los errores que había cometido y por los que ni se había perdonado ni sentía la menor tentación de hacerlo todavía.
Qué curioso que hubiera sido necesario que ella llegara de nuevo a su vida para que Miklós, por fin, admitiera que efectivamente se odiaba… y que, efectivamente, buscaba matarse de la forma más dolorosa posible para acabar con lo que sus enemigos habían empezado hacía ya demasiado tiempo.
– Imara Rákóczi. – musitó Miklós, y no dio más explicaciones, ni siquiera aquellas que ella podría considerar necesarias como por qué demonios sabía su apellido, o por qué había pronunciado su nombre con la máxima adoración en el tono, mas no en la mirada. No, los ojos almendrados de Miklós refulgían de rabia, era lo que había conseguido subir más allá del dolor de garganta de los sentimientos acumulados dentro, y era la rabia de quien se sabe desobedecido y exige que se le paguen las consecuencias. Sin pensarlo, pues de hacerlo seguramente habría retrocedido y se habría largado, Miklós se bajó la manga de la camisa ajada para cubrirse la palma de la mano con la tela; así, con la debida protección, se arrancó el cuchillo, sin molestarse en hacerlo de la manera menos dolorosa, por lo que se le escapó un gemido de dolor de los labios entreabiertos que sonó incluso sugerente, dada la situación. A continuación, con desprecio, tiró el arma al suelo y la apartó de una patada, para después sostener a su hermana, a su Imara, e inmovilizarla con su propio cuerpo. Si bien la plata lo estaba destrozando, como no podía ser de otra manera, Miklós se las apañó para aprisionarla contra su torso y sostener sus brazos y piernas con los suyos propios, de forma que no se moviera si él no deseaba que lo hiciera. Con la fierecilla, por fin, domada, Miklós cambió de lengua y optó por la magyar; sabía que ella la comprendería, porque en el fondo tenía la certeza de que ella era efectivamente Imara, pero necesitaba saberlo… necesitaba confirmarlo. – Hija de Eszter Rákóczi y de ese bastardo de Finnegan, hermana de Miklós, natural de Székszard, veinte años de edad. – lo recitó despacio, y sintió cada verdad clavarse en él como si fueran el cuchillo del que ya se había librado, así que no le quedó más remedio que mirar su propio cuerpo para asegurarse de que no le hubiera hincado ninguno más en la dura piel de cambiante.
– Lo que no entiendo es qué haces en París… Pensaba que habrías seguido en Székszard, con ellos, ¿o ni siquiera eso te permitió esa familia de cazadores? Panda de bastardos arrogantes, todos y cada uno de ellos… – para esas alturas, Miklós hablaba más hacia sí mismo que hacia ella, e Imara era afortunada de que ninguna de las frases de Miklós hicieran referencia a la autodestrucción en la que se había sumido desde que ella había sido robada y arrancada de sus amantísimos brazos, a los que había vuelto de la forma más extraña y probablemente impúdica posible. ¡Qué vueltas daba el destino! Casi le parecía justicia poética, al húngaro, que se encontraran en una situación tan favorable para él, pues el olor de Imara lo abrumaba, su belleza (que ahora veía más allá de los tatuajes, con ese punto sentimental que siempre le había despertado ella y no cualquier otra mujer) lo extasiaba, y su cercanía le resultaba tan increíble que se pellizcaría si no supiera que ella lo aprovecharía para escaparse. Ah, y luego la fiera era él, ¿no? – Estás hecha una fierecilla. Cuéntamelo, Imara, cuéntame cuál fue tu gran error, ese que cargas hasta el día de hoy y que te dobla como si fuera el peso del mundo y tú, pobre Atlas, te vieras obligada a afrontar más de lo que puedes soportar. – pidió, aunque no suplicó, y algo en su tono de voz dio claramente a entender que no se refería del todo a ella aunque estuviera hablándole a Imara. Efectivamente, Miklós estaba hablando de sí mismo, y su peso era su propia vida después de todos los errores que había cometido y por los que ni se había perdonado ni sentía la menor tentación de hacerlo todavía.
Qué curioso que hubiera sido necesario que ella llegara de nuevo a su vida para que Miklós, por fin, admitiera que efectivamente se odiaba… y que, efectivamente, buscaba matarse de la forma más dolorosa posible para acabar con lo que sus enemigos habían empezado hacía ya demasiado tiempo.
Invitado- Invitado
Re: There is no day or why [Miklos]
Rákóczi. No había persona que la llamara con ese apellido y viviera para contarlo. Sí, así se presentaba ante los hombres que terminaba por matar, pues amaba su apellido, lastimosamente ya no le pertenecía, se lo habían robado y decirlo era buscar la muerte. “Finnegan” escuchaba todo el tiempo, como si tuviese que estar orgullosa de él, ¡de quien la había secuestrado a cuestas de su hermano! Algo dentro de Imara hizo implosión y subió como sangre a la garganta, burbujeando hasta aprisionarse y casi hiperventilar. Por supuesto que su habilidad para la actuación nunca había sido tan buena como lo que había aprendido en los últimos años, hasta podía llorar a gritos si así lo quisiera. Sin embargo, había secado todas sus lágrimas varios años atrás, en la tierra húngara de su madre, todo lo demás era tan falso como pobre con lingote de oro. Así que sí, la mirada de la muchacha hacia el estúpido hombre que acababa de haber repetido su nombre era tan fría y maciza que parecía ser un mármol recién hecho. ¿Por qué razón ella no había atinado a clavar el cuchillo en la columna para quebrársela y darle una muerte simple? Quizá instinto, quizá por dentro realmente había sabido que se trataba de su hermano y quería protegerlo de sí misma. Esa locura que la había perseguido por tantos años. Claro que eso era algo que Imara nunca podría aceptar: porque su hermano estaba muerto y ella vivía para vengarlo. Verlo sacándose la plata había sido bastante sorprendente, la cazadora se calentaba como así podría hacerlo una virgen viendo sexo. Y tembló igual que una maldita rama siendo azotada. ¡Iban a caerle lágrimas de verdad si eso seguía así! ¿Cómo es que no encontraba enojo? Después de todo si su hermano realmente estaba vivo no había ido en su búsqueda. ¡Debería estar furiosa por verlo con el corazón latente! Pero había una cosa especial, Imara no solo sentía la relación de hermanos, sino que estaba tan perdidamente enamorada que la mitad de las cosas podía simplemente ignorarlas si se trataba de complacer al húngaro de diferente padre.
— Mmgh. ¿Hermana de Miklós? — Obviamente, en ningún momento notó el cambio de la lengua que había utilizado el masculino pues el estrés había cegado tanto a la cazadora que difícilmente podía notar la trampa que le había puesto para hacerla caer. Y siquiera segundos después lo notó, sino que por el contrario quedó ensimismada en sus pensamientos. “¿Entonces él no era? ¿Quién era? Sí, tenía que ser. Pero, ¿por qué?” La atosigaban sus incógnitas mientras se ponía tan roja entre el enojo y la vergüenza que al alzar la visión no pudo más que mostrarse insatisfecha. Apretó los puños y en un ataque casi de locura golpeó la parte alta del estómago ajeno, varias veces y con fuerzas, aunque no eran las de siempre. Básicamente los músculos de Imara se habían debilitado del estrés y la falta de control que estaba teniendo sobre sí misma. Le recordaba a las épocas viejas, cuando no podía parar de odiar, sin poder concentrarse ni lograr sus cometidos. Los golpes pronto empezaron a decaer ahora buscaba alejarlo, separarlo. Siempre había sido así, una ruleta que no se estabilizaba. Del amor al odio y tristeza no había más que un milímetro de distancia y ella solía pasar para ambos lados desesperadamente. — ¡Estás vivo! ¡Tú! ¡Aléjate! ¡Por qué? — Desde hacía rato Imara había notado su voz partida, había evitado hablar pero ante la falta de razonamiento los gritos salían partidos y como astillas, los dedos habían comenzado a hundirse en el torso del húngaro hasta sentir las uñas encarnándose, su cuerpo temblaba y parecía que su blancura se contrastaba cada vez más con los huecos de sus tatuajes. Apenas y podía escuchar lo que hablaba su hermano, no lo terminaba de entender. Esos bastardos que los habían alejado y él un maldito que no la había buscado. — ¡Qué clase de broma es ésta? Yo debería preguntarte cosas. No quiero responderte. — A regañadientes y sintiendo como se le escapaban los gestos penosos en sus lágrimas casi secas, se intentó ir para abajo, torciéndose para removerse de allí. Eso es lo que solía pasar cuando le rompen los ideales a una persona. Imara por sobre todos, estaba segura de que tenía tanta conexión con su hermano que le era imposible imaginarse que él estaría vivo. Ahora entraba en una bastarda locura. En lo profundo de su corazón quería responder sus preguntas, contarle lo que había pasado, pero habían sido demasiados años de soledad y penas. De reformarse hasta convertirse en una retrógrada maldita. Y los cimientos sobre los que se había construido eran la muerte de su hermano: Sí, ahora mismo se estaban rompiendo y con ello su maldita cordura. Las lágrimas se le escaparon por los bordes de los ojos y se dejó caer. Si él quería mantenerla parada tendría que usar su propia fuerza, porque Imara estaba perfectamente colgada y buscando caerse. — No me viniste a buscar… — Difícilmente podría escucharlo, era más bien un movimiento de labios, pensamientos que se le escapaban con tristeza y a la vez se preguntaba. ¿Por qué? ¿Qué tanto mal había hecho para merecer el castigo de vivir en un maldito secuestro por tantos años?
— Mmgh. ¿Hermana de Miklós? — Obviamente, en ningún momento notó el cambio de la lengua que había utilizado el masculino pues el estrés había cegado tanto a la cazadora que difícilmente podía notar la trampa que le había puesto para hacerla caer. Y siquiera segundos después lo notó, sino que por el contrario quedó ensimismada en sus pensamientos. “¿Entonces él no era? ¿Quién era? Sí, tenía que ser. Pero, ¿por qué?” La atosigaban sus incógnitas mientras se ponía tan roja entre el enojo y la vergüenza que al alzar la visión no pudo más que mostrarse insatisfecha. Apretó los puños y en un ataque casi de locura golpeó la parte alta del estómago ajeno, varias veces y con fuerzas, aunque no eran las de siempre. Básicamente los músculos de Imara se habían debilitado del estrés y la falta de control que estaba teniendo sobre sí misma. Le recordaba a las épocas viejas, cuando no podía parar de odiar, sin poder concentrarse ni lograr sus cometidos. Los golpes pronto empezaron a decaer ahora buscaba alejarlo, separarlo. Siempre había sido así, una ruleta que no se estabilizaba. Del amor al odio y tristeza no había más que un milímetro de distancia y ella solía pasar para ambos lados desesperadamente. — ¡Estás vivo! ¡Tú! ¡Aléjate! ¡Por qué? — Desde hacía rato Imara había notado su voz partida, había evitado hablar pero ante la falta de razonamiento los gritos salían partidos y como astillas, los dedos habían comenzado a hundirse en el torso del húngaro hasta sentir las uñas encarnándose, su cuerpo temblaba y parecía que su blancura se contrastaba cada vez más con los huecos de sus tatuajes. Apenas y podía escuchar lo que hablaba su hermano, no lo terminaba de entender. Esos bastardos que los habían alejado y él un maldito que no la había buscado. — ¡Qué clase de broma es ésta? Yo debería preguntarte cosas. No quiero responderte. — A regañadientes y sintiendo como se le escapaban los gestos penosos en sus lágrimas casi secas, se intentó ir para abajo, torciéndose para removerse de allí. Eso es lo que solía pasar cuando le rompen los ideales a una persona. Imara por sobre todos, estaba segura de que tenía tanta conexión con su hermano que le era imposible imaginarse que él estaría vivo. Ahora entraba en una bastarda locura. En lo profundo de su corazón quería responder sus preguntas, contarle lo que había pasado, pero habían sido demasiados años de soledad y penas. De reformarse hasta convertirse en una retrógrada maldita. Y los cimientos sobre los que se había construido eran la muerte de su hermano: Sí, ahora mismo se estaban rompiendo y con ello su maldita cordura. Las lágrimas se le escaparon por los bordes de los ojos y se dejó caer. Si él quería mantenerla parada tendría que usar su propia fuerza, porque Imara estaba perfectamente colgada y buscando caerse. — No me viniste a buscar… — Difícilmente podría escucharlo, era más bien un movimiento de labios, pensamientos que se le escapaban con tristeza y a la vez se preguntaba. ¿Por qué? ¿Qué tanto mal había hecho para merecer el castigo de vivir en un maldito secuestro por tantos años?
Imara Rákóczi- Cazador Clase Alta
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Re: There is no day or why [Miklos]
Miklós estaba fuera de control. No podía creerse, y al mismo tiempo no podía creer lo contrario, que hubiera dicho tantas cosas de su hermana y no se hubiera derrumbado de la pura impotencia que sentía al recordar que se la habían robado. Totalmente sin pretenderlo, el húngaro se había topado de bruces con el río bravo de emociones que no sentía desde hacía años, los mismos que llevaba sin verla hasta aquella noche, y de entre toda esa maraña él ya solamente reconocía algunos: rabia, ira, frustración, vergüenza… y, sobre todo, alegría. La felicidad aún llevaría tiempo encontrarla de nuevo, pero el hecho de no sentirse atrapado por una avalancha que le impedía hacerlo todo salvo sobrevivir penosamente le daba ciertas esperanzas, no demasiadas porque no quería ilusionarse. No, Miklós estaba curtido, y no solamente por la vida en la calle, sino también por las enseñanzas de Eszter Rákóczi, la madre que ambos tenían en común y que, inteligente hasta la saciedad, le había obligado durante toda su vida a no precipitarse cuando las cosas parecían demasiado buenas. Así, frente a esa maraña que lo estaba haciendo temblar de forma incluso literal, Miklós decidió actuar con cautela, y ello fue lo único que impidió que se le rompiera el corazón cuando ella empezó a golpearlo en el estómago, con cada vez menos fuerza. Si bien el primer golpe le robó el escaso aliento que tenía (no había tomado una bocanada de aire profunda desde antes de verla, de eso estaba seguro), los demás no hicieron sino redundar en la herida que le estaba haciendo y en la que metía las uñas con saña, para infectársela y llenársela de asqueroso pus. Ante ello, el húngaro hacia lo único que estaba en su mano para poder soportarlo: encomendarse al Altísimo, pedirle paciencia, y pedirle sobre todo tranquilidad, pues para su sorpresa estaba a punto de zarandearla y abofetearla para calmarla, con un insolente afán dominante que le costaba muchísimo controlar.
– Domínate, Imara. – ordenó, con la autoridad que le otorgaba saberse (por fin) su hermano mayor, y decidiendo apartar la confusión de sus pensamientos a un lado para centrarse en ella, que siempre había sido su prioridad y no iba a empezar a dejar de serlo en aquel momento. Así las cosas, Miklós se acercó a ella para impedir que se marchara y rodeó su estrecho cuerpo, que hasta hacía unos instantes había estado siendo utilizado para seducirlo (¡niña desvergonzada…! Malditos Finnegan, que se la habían corrompido para siempre), con el objetivo de tranquilizarla… Y, demonios, porque la echaba de menos. Eso era algo de lo que podía estar seguro. – Volví. Volví pero ya te habían llevado y no habían dejado rastro. Estuve buscándote un tiempo, hasta que me convencí de que no te encontraría, y si lo hubiera hecho… ¿qué? ¿Querías verme morir otra vez, pero esta vez de verdad? Casi muero, Imara. Todavía tengo las cicatrices. Me arrastré fuera de allí como una maldita cucaracha para salvar el pellejo, y sólo los convencí porque creían haberme matado. De haberlos encontrado, créeme cuando te digo que habrían terminado lo que empezaron, y además delante de ti. – Miklós se sinceró de una forma que jamás repetiría con nadie, recordando con claridad meridiana aquella noche que lo había cambiado todo, cuando le habían arrebatado a la única persona que le importaba y lo habían condenado al pesar. Inmediatamente después se dio cuenta de que tal vez Imara siguiera con los Finnegan, pero ya era demasiado tarde para evitar que ella supiera que estaba vivo y pudieran matarlo delante de sus narices; tendrían, los dos, que mantener el secreto y asegurarse de que no se enteraban. Eso o también podría descubrir Imara hasta qué punto los años habían enseñado a Miklós a convertirse en un despiadado asesino, y no solamente en una pantera particularmente fiera y agresiva. – Estoy vivo para ti. Te pertenezco sólo a ti. Al demonio con ellos, con los bastardos que te me robaron, yo soy tuyo y tú eres mía. – blasfemó en húngaro a continuación de tan dulces palabras, de modo que sonaron duras, frías y posesivas. A eso se sumó que la apretó con fuerza contra su cuerpo de acero, y que la giró y, cegado por la ira, la besó en la boca como si fuera su amante, no su hermana.
De todos los errores que el húngaro había cometido, hasta ese momento creía que no encontrarla de nuevo había sido el mayor, pero pronto se daría cuenta de que aquel beso, que le había salido de los rincones más oscuros y depravados de su retorcido corazón, complicaría las cosas hasta tal punto que se acabaría arrepintiendo fuertemente de habérselo dado…
– Domínate, Imara. – ordenó, con la autoridad que le otorgaba saberse (por fin) su hermano mayor, y decidiendo apartar la confusión de sus pensamientos a un lado para centrarse en ella, que siempre había sido su prioridad y no iba a empezar a dejar de serlo en aquel momento. Así las cosas, Miklós se acercó a ella para impedir que se marchara y rodeó su estrecho cuerpo, que hasta hacía unos instantes había estado siendo utilizado para seducirlo (¡niña desvergonzada…! Malditos Finnegan, que se la habían corrompido para siempre), con el objetivo de tranquilizarla… Y, demonios, porque la echaba de menos. Eso era algo de lo que podía estar seguro. – Volví. Volví pero ya te habían llevado y no habían dejado rastro. Estuve buscándote un tiempo, hasta que me convencí de que no te encontraría, y si lo hubiera hecho… ¿qué? ¿Querías verme morir otra vez, pero esta vez de verdad? Casi muero, Imara. Todavía tengo las cicatrices. Me arrastré fuera de allí como una maldita cucaracha para salvar el pellejo, y sólo los convencí porque creían haberme matado. De haberlos encontrado, créeme cuando te digo que habrían terminado lo que empezaron, y además delante de ti. – Miklós se sinceró de una forma que jamás repetiría con nadie, recordando con claridad meridiana aquella noche que lo había cambiado todo, cuando le habían arrebatado a la única persona que le importaba y lo habían condenado al pesar. Inmediatamente después se dio cuenta de que tal vez Imara siguiera con los Finnegan, pero ya era demasiado tarde para evitar que ella supiera que estaba vivo y pudieran matarlo delante de sus narices; tendrían, los dos, que mantener el secreto y asegurarse de que no se enteraban. Eso o también podría descubrir Imara hasta qué punto los años habían enseñado a Miklós a convertirse en un despiadado asesino, y no solamente en una pantera particularmente fiera y agresiva. – Estoy vivo para ti. Te pertenezco sólo a ti. Al demonio con ellos, con los bastardos que te me robaron, yo soy tuyo y tú eres mía. – blasfemó en húngaro a continuación de tan dulces palabras, de modo que sonaron duras, frías y posesivas. A eso se sumó que la apretó con fuerza contra su cuerpo de acero, y que la giró y, cegado por la ira, la besó en la boca como si fuera su amante, no su hermana.
De todos los errores que el húngaro había cometido, hasta ese momento creía que no encontrarla de nuevo había sido el mayor, pero pronto se daría cuenta de que aquel beso, que le había salido de los rincones más oscuros y depravados de su retorcido corazón, complicaría las cosas hasta tal punto que se acabaría arrepintiendo fuertemente de habérselo dado…
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Re: There is no day or why [Miklos]
Aquel hombre esperaba que la cazadora entrara en razón, pero habían pasado años, demasiados como para poder controlar la locura que había alimentado todos los días. ¿Cuántas personas había matado por odiarlos debido al parecido que tenían con su hermano? ¿Cuántos otros habían perdido la vida solo por ser sobrenaturales? No podía contarlos. No tenía idea. ¡Y eso sin contar a los cazadores de su propia sangre familiar que había despellejado hasta hacerse con sus entrañas! Día tras día había implantado la semilla de la venganza en su interior. Resultaba que su venganza: aunque verdadera y eficaz, tenía un objetivo erróneo. No se había tratado de desagraviar la muerte de su hermano, sino que la habían separado y habían hecho que él la perdiera. ¿No era acaso peor de lo que era antes? Si ella lo hubiese sabido se habría pasado años enteros yendo a la casa, esperando por su retorno, por los brazos del hombre que la había criado y el único al que había amado. Para ese entonces, en donde los pensamientos de la joven húngara ya se habían nublado hasta hacerse inentendibles, las lágrimas brotaban hasta el cansancio. Largaba golpes esperando atinar a sus heridas, frustrada y resignada a tener que escucharlo se dejó caer y se removió como una alimaña obligando al muchacho a que la tomara a la fuerza. ¡Que la destrozara de una vez por todas! — ¡No quiero! No me obligues… No quiero pensar. No me dejes pensar más por favor. — Rogaba, Imara rogaba como nunca lo había hecho en su vida mientras evadía la mirada de su hermano. Ahora más segura que nunca de que realmente era él. Escuchaba su voz y le resultaba estúpido haberse dejado engañar por su propio inconsciente. La tonada autoritaria y la fuerza con la que daba cada paso y agarre. La cazadora estaba desmoronándose, hiperventilaba y temblaba: Era una humana, después de toda esa coraza y miedo había solo una simple y mediocre humana que había amado y le habían partido el corazón. Como a cualquier otra chica vulgar de barrio.
Y negó durante todo el tiempo que él hablaba, negó con fuerzas y lanzó su cabeza hacía atrás para darse contra la pared que estaba detrás suyo, abriéndose una herida en la frente. Sus piernas se movieron hasta perder la fuerza y cuando los brazos ajenos la terminaron por envolver se hundió en el hombro ajeno, se frotó como un maldito gato desquiciado y mordió la piel para dejar que sus lágrimas se desperdigaran hasta el cansancio. Luego, cansada como si hubiese corrido a lo largo y ancho de todo París se quedó en silencio y se dejó temblar libremente. No era lo que quería hacer. ¿Cuáles eran las situaciones que se había imaginado en sus sueños? Miles de veces se había visto junto a él nuevamente. Se encontraban en otro mundo y se amaban de maneras nunca posibles, porque en verdad su amor estaba envenenado. Todas esas eran historias que ella se inventaba porque el mundo en el que vivía era una verdadera y magnífica mierda. Nadie ni nada valía la pena frente a ella y todos eran basura podrida. Solo cuando cerraba los ojos se veía en un nuevo lugar. Y ahora no era diferente: había cerrado los ojos contra el pecho ajeno y sentía que la besaba. Sí, lo hacía poderosamente, la adoraba como una diosa en su altar. Uno, dos, tres segundos, quizá un minuto y cuando abrió los ojos sintió lo salado de su hermano en sus labios. Las manos de Imara subieron para tocar el rostro marcado y anguloso y lo apretó para hundir más su lengua, su esencia, lo acababa de perder todo. Hasta la conciencia. — Los maté, los maté a todos los que estaban ese día. Solo queda él, lo dejé para el final… Miklós. — Atinó a decir, con la mirada perdida, cubierta en lágrimas y con parte del maquillaje corrido. Apretaba sus dedos contra el cuello ajeno, acercándose más y más. Sus piernas, como una lagartija, se subieron contra el pecho ajeno. Ella sabía que era flaca, el peso que tenía eran sus músculos marcados en cada parte de su longitud, luego de eso solo huesos y piel. Aferrándose desesperadamente al cambiaformas que estaba de frente a ella, quien la acababa de besar realmente. ¿O había sido un sueño? No. Sentía el metálico sabor entre el sudor, la suciedad y la sangre. El aroma de su cuerpo duro y como sus dientes se giraban hermosamente en el frente. Imara se dejó caer contra él y cerró los ojos desmayándose momentáneamente. Era demasiado para un ser humano. Quizá él lo sabía mejor que ella. Incluso tal vez eso había querido que sucediera. El corazón de la cazadora era fuerte, musculoso y podía soportar los más bajos golpes. Pero se trataba de su único error: No haber podido salvar a su hermano de la muerte. ¿Cómo podía respirar ante eso? Si era lo único que idolatraba. — No me dejes más, no dejes que me roben nunca más. Llévame contigo. — Suplicó entre un sueño desalmado y penoso, parecía no poder levantarse de su demencia, del dolor profundo en el que había caído y que no sabía cómo levantarse de allí. Él la había perdido de vista y a ella nunca se le ocurrió que podría estar vivo, ¿cómo podía ser posible que no notara a su hermano viviendo? Siempre creyó que tenían una conexión, como la de los gemelos. No obstante no era así, ellos eran dos personas diferentes, unidos por solo una sangre.
Y negó durante todo el tiempo que él hablaba, negó con fuerzas y lanzó su cabeza hacía atrás para darse contra la pared que estaba detrás suyo, abriéndose una herida en la frente. Sus piernas se movieron hasta perder la fuerza y cuando los brazos ajenos la terminaron por envolver se hundió en el hombro ajeno, se frotó como un maldito gato desquiciado y mordió la piel para dejar que sus lágrimas se desperdigaran hasta el cansancio. Luego, cansada como si hubiese corrido a lo largo y ancho de todo París se quedó en silencio y se dejó temblar libremente. No era lo que quería hacer. ¿Cuáles eran las situaciones que se había imaginado en sus sueños? Miles de veces se había visto junto a él nuevamente. Se encontraban en otro mundo y se amaban de maneras nunca posibles, porque en verdad su amor estaba envenenado. Todas esas eran historias que ella se inventaba porque el mundo en el que vivía era una verdadera y magnífica mierda. Nadie ni nada valía la pena frente a ella y todos eran basura podrida. Solo cuando cerraba los ojos se veía en un nuevo lugar. Y ahora no era diferente: había cerrado los ojos contra el pecho ajeno y sentía que la besaba. Sí, lo hacía poderosamente, la adoraba como una diosa en su altar. Uno, dos, tres segundos, quizá un minuto y cuando abrió los ojos sintió lo salado de su hermano en sus labios. Las manos de Imara subieron para tocar el rostro marcado y anguloso y lo apretó para hundir más su lengua, su esencia, lo acababa de perder todo. Hasta la conciencia. — Los maté, los maté a todos los que estaban ese día. Solo queda él, lo dejé para el final… Miklós. — Atinó a decir, con la mirada perdida, cubierta en lágrimas y con parte del maquillaje corrido. Apretaba sus dedos contra el cuello ajeno, acercándose más y más. Sus piernas, como una lagartija, se subieron contra el pecho ajeno. Ella sabía que era flaca, el peso que tenía eran sus músculos marcados en cada parte de su longitud, luego de eso solo huesos y piel. Aferrándose desesperadamente al cambiaformas que estaba de frente a ella, quien la acababa de besar realmente. ¿O había sido un sueño? No. Sentía el metálico sabor entre el sudor, la suciedad y la sangre. El aroma de su cuerpo duro y como sus dientes se giraban hermosamente en el frente. Imara se dejó caer contra él y cerró los ojos desmayándose momentáneamente. Era demasiado para un ser humano. Quizá él lo sabía mejor que ella. Incluso tal vez eso había querido que sucediera. El corazón de la cazadora era fuerte, musculoso y podía soportar los más bajos golpes. Pero se trataba de su único error: No haber podido salvar a su hermano de la muerte. ¿Cómo podía respirar ante eso? Si era lo único que idolatraba. — No me dejes más, no dejes que me roben nunca más. Llévame contigo. — Suplicó entre un sueño desalmado y penoso, parecía no poder levantarse de su demencia, del dolor profundo en el que había caído y que no sabía cómo levantarse de allí. Él la había perdido de vista y a ella nunca se le ocurrió que podría estar vivo, ¿cómo podía ser posible que no notara a su hermano viviendo? Siempre creyó que tenían una conexión, como la de los gemelos. No obstante no era así, ellos eran dos personas diferentes, unidos por solo una sangre.
Imara Rákóczi- Cazador Clase Alta
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Re: There is no day or why [Miklos]
Miklós había escuchado tantas veces que el amor era ciego (sobre todo de Eszter antes de seducir a algún ejemplar tan rico como poco agraciado) que le producía risa auténtica, si es que se llegaba a parar a pensar en ello. Él, el húngaro malcarado que lo había perdido todo, no se planteaba que pudiera albergar sentimientos semejantes por nadie que no fuera su Imara, a la que hasta hacía un momento consideraba perdida. La vida, sin embargo, no dejaba de sorprenderlo, y así fue como se encontró en aquel momento con dos bofetadas en la cara de sus creencias en forma de hechos: el primero, que su hermana vivía; el segundo, que verdaderamente el amor debía ser ciego. Nada más que eso podía explicar que la viera bella (¿qué digo bella? ¡Como una maldita diosa!) pese a la debilidad que le invadía los miembros, los temblores, el llanto e incluso la mucosidad asociada a éste, que Miklós conocía de oídas porque llevaba años sin hacer algo tan mundano como llorar. Y no se trataba de un ejercicio de rancia masculinidad, pues el húngaro la desbordaba sin siquiera intentarlo; no, si Miklós no lloraba era porque no sentía lo suficiente para ello: ni más ni menos. Así había sido desde que se la habían robado, a ella que había heredado la misma fuerza de Eszter y que se lo demostraba en cada instante, pese a las lágrimas y el llanto; ella se mostraba resistente mientras se aferraba a su cuerpo como una sanguijuela que buscaba absorberlo entero, sin dejar nada. – Deberías dejármelo a mí, Imara, ¿sabes? O deberíamos hacerlo ambos, porque en el momento en que lo vea, va a lamentar haberte arrancado de mi lado. – amenazó, y si bien sus palabras no eran particularmente agresivas, sí lo era su tono, así como la dureza repentina que se había apoderado de su cuerpo, y que ella notaba, ¡de qué manera!, por la cercanía que lo obligaba a compartir con ella. – No llores, no pienses, simplemente ve a un lugar feliz dentro de tus pensamientos. Estaré a la vuelta, no tienes por qué preocuparte por mí. – aseguró, esta vez en tono pacífico, y la afianzó en sus brazos, más fuertes que en mucho tiempo.
En ese instante, agradeció en silencio haber sido lo suficientemente planificado con su vida los meses anteriores, porque, de lo contrario, no habría tenido dónde caerse muerto y habría caído en la enorme vergüenza de llevarla a la orilla del maldito Sena, debajo de cualquiera de los puentes que lo atravesaban. Por el contrario, Miklós contaba, gracias a las Castiglione (sobre todo a una de ellas... y no necesariamente la que pagaba), con un refugio donde podía acudir a sacarla de allí, a esconderla de todo y de todos los que quisieran quitársela, como si no fuera él el principal responsable de todos los robos que había sufrido Imara, salvo uno. Así, con ella firmemente agarrada, el húngaro se dirigió con la mirada firme y los pasos fuertes, sólidos, a esa casa que jamás llamaría hogar a menos que ella se encontrara allí, como pronto sucedería. Por el camino, aparentemente indiferente a los estímulos de su alrededor (si bien tenía la mayoría de sentidos alerta, por si acaso; Miklós no se relajaba nunca, y mucho menos cuando tenía algo tan valioso como a su amada hermana entre los brazos), le susurraba cosas en húngaro, que iban desde palabras sin sentido a planes y a un resumen de esos años que habían pasado separados, demasiado largos. No entró en demasiados detalles, pues Imara se encontraba aún completamente agitada por las circunstancias y no quería contribuir a que su estado mental y físico empeorara; sí que mencionó, sin embargo, al único amigo que había hecho en ese tiempo, el maldito cambiante perruno. Para sí mismo se guardó el hecho de que su apellido aún no era Rákóczi porque, en fin, ni siquiera él sabía qué opinar respecto a haber encontrado a su padre real... o todo lo real que fuera alguien que solamente había puesto la semilla, y encima de forma completamente accidental. Ese tipo de cosas se las guardaría para cuando ella escuchara y pudiera comprender bien, no para cuando ella se encontraba agitada y necesitada de paz y descanso; consciente de ello, pues, el húngaro se dio prisa para llegar al edificio, aparentemente vulgar, donde esperaba su refugio.
– Ya casi estamos, preciosa. – murmuró, de la misma forma en que podría hablarle a una amante, y ese era precisamente el problema de aquel ansiado reencuentro: ninguno de los dos estaba en sus cabales, confundían cosas que deberían haber estado claras, y tarde o temprano se arrepentirían... él, al menos. Sin embargo, por eso mismo, él se comportaba de forma indiferente al sentido común y absolutamente afectuosa con ella, a la que adoraba tanto, había echado de menos tanto y se alegraba de ver tanto que la introdujo por una portezuela secreta, en la que ni siquiera supo si se había fijado. Conocía los términos del contrato verbal con Aryana Castiglione bien, y eso implicaba no desvelar el secreto de la presencia de Gianna en aquel lugar; por suerte, no estaba cerca la luna llena, y ni siquiera corría el peligro de que los atacara o de que mancillara a su hermana con la bestialidad lupina de la que hacía gala una vez al mes. Con esa tranquilidad, por tanto, pudo dirigirse a través de los pasadizos hacia la habitación donde solía dormir, que era pequeña pero estaba limpia y bien ventilada, con un cómodo lecho en el que apoyó a Imara con la delicadeza propia de alguien que la consideraba más valiosa que cualquier otra cosa del mundo. Algo cierto cuando se trataba de Miklós, dicho sea de paso. – No van a robarte, nadie va a robarte. Este lugar es seguro, está construido a prueba de casi todo, y nadie más que yo conoce su ubicación exacta. – mintió, pero porque sabía que a las Castiglione les sería indiferente el uso que diera Miklós a sus aposentos; además, una mentira piadosa difícilmente podía considerarse como mentira, ¿no? El magyar, al menos, así lo creía; con la certeza de estar haciendo las cosas bien, aunque estuviera profundamente errado, se sentó junto a ella y acarició su cuerpo con las yemas de los dedos, delicado y suave como no lo había sido desde antes de que ella se convirtiera en una mujer. – Demonios, mujer, ¿sabes cuánto te he extrañado? – espetó, rabioso, y con tono bajo, como si gruñera.
¿Cuán felino podía llegar a ser el húngaro en aquel instante...? La respuesta era mucho, sobre todo león, porque finalmente había encontrado a la leona que lo dominaba y controlaba como buena reina de la manada Rákóczi, de la que ambos formaban y formarían parte hasta que la muerte los separase. Y amén.
En ese instante, agradeció en silencio haber sido lo suficientemente planificado con su vida los meses anteriores, porque, de lo contrario, no habría tenido dónde caerse muerto y habría caído en la enorme vergüenza de llevarla a la orilla del maldito Sena, debajo de cualquiera de los puentes que lo atravesaban. Por el contrario, Miklós contaba, gracias a las Castiglione (sobre todo a una de ellas... y no necesariamente la que pagaba), con un refugio donde podía acudir a sacarla de allí, a esconderla de todo y de todos los que quisieran quitársela, como si no fuera él el principal responsable de todos los robos que había sufrido Imara, salvo uno. Así, con ella firmemente agarrada, el húngaro se dirigió con la mirada firme y los pasos fuertes, sólidos, a esa casa que jamás llamaría hogar a menos que ella se encontrara allí, como pronto sucedería. Por el camino, aparentemente indiferente a los estímulos de su alrededor (si bien tenía la mayoría de sentidos alerta, por si acaso; Miklós no se relajaba nunca, y mucho menos cuando tenía algo tan valioso como a su amada hermana entre los brazos), le susurraba cosas en húngaro, que iban desde palabras sin sentido a planes y a un resumen de esos años que habían pasado separados, demasiado largos. No entró en demasiados detalles, pues Imara se encontraba aún completamente agitada por las circunstancias y no quería contribuir a que su estado mental y físico empeorara; sí que mencionó, sin embargo, al único amigo que había hecho en ese tiempo, el maldito cambiante perruno. Para sí mismo se guardó el hecho de que su apellido aún no era Rákóczi porque, en fin, ni siquiera él sabía qué opinar respecto a haber encontrado a su padre real... o todo lo real que fuera alguien que solamente había puesto la semilla, y encima de forma completamente accidental. Ese tipo de cosas se las guardaría para cuando ella escuchara y pudiera comprender bien, no para cuando ella se encontraba agitada y necesitada de paz y descanso; consciente de ello, pues, el húngaro se dio prisa para llegar al edificio, aparentemente vulgar, donde esperaba su refugio.
– Ya casi estamos, preciosa. – murmuró, de la misma forma en que podría hablarle a una amante, y ese era precisamente el problema de aquel ansiado reencuentro: ninguno de los dos estaba en sus cabales, confundían cosas que deberían haber estado claras, y tarde o temprano se arrepentirían... él, al menos. Sin embargo, por eso mismo, él se comportaba de forma indiferente al sentido común y absolutamente afectuosa con ella, a la que adoraba tanto, había echado de menos tanto y se alegraba de ver tanto que la introdujo por una portezuela secreta, en la que ni siquiera supo si se había fijado. Conocía los términos del contrato verbal con Aryana Castiglione bien, y eso implicaba no desvelar el secreto de la presencia de Gianna en aquel lugar; por suerte, no estaba cerca la luna llena, y ni siquiera corría el peligro de que los atacara o de que mancillara a su hermana con la bestialidad lupina de la que hacía gala una vez al mes. Con esa tranquilidad, por tanto, pudo dirigirse a través de los pasadizos hacia la habitación donde solía dormir, que era pequeña pero estaba limpia y bien ventilada, con un cómodo lecho en el que apoyó a Imara con la delicadeza propia de alguien que la consideraba más valiosa que cualquier otra cosa del mundo. Algo cierto cuando se trataba de Miklós, dicho sea de paso. – No van a robarte, nadie va a robarte. Este lugar es seguro, está construido a prueba de casi todo, y nadie más que yo conoce su ubicación exacta. – mintió, pero porque sabía que a las Castiglione les sería indiferente el uso que diera Miklós a sus aposentos; además, una mentira piadosa difícilmente podía considerarse como mentira, ¿no? El magyar, al menos, así lo creía; con la certeza de estar haciendo las cosas bien, aunque estuviera profundamente errado, se sentó junto a ella y acarició su cuerpo con las yemas de los dedos, delicado y suave como no lo había sido desde antes de que ella se convirtiera en una mujer. – Demonios, mujer, ¿sabes cuánto te he extrañado? – espetó, rabioso, y con tono bajo, como si gruñera.
¿Cuán felino podía llegar a ser el húngaro en aquel instante...? La respuesta era mucho, sobre todo león, porque finalmente había encontrado a la leona que lo dominaba y controlaba como buena reina de la manada Rákóczi, de la que ambos formaban y formarían parte hasta que la muerte los separase. Y amén.
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Re: There is no day or why [Miklos]
La mente humana es realmente increíble, puede pasar de un sentimiento a otro, darse vuelta como una maldita tortilla cuando se tocan los límites de la razón. Imara estaba ahí, bailando hermosamente como una flor en el desierto, queriendo quemarse viva para no tener que soportar esa vida de mierda. Sí, era una vida podrida, un desecho, un asco que nadie podía entender en toda su jodida existencia. Demasiados años sin el hombre al que había aprendido a amar en silencio. El hermano que la conquistaba como una hermana y que le rompió el corazón por, justamente, eso mismo. Su belleza retorcida, su sonrisa asimétrica y la dureza de sus pómulos, era la viva imagen de la fuerza. Y todo lo que ella necesitaba en su vida era eso…No. Era a él. ¡Peor aún! Y así la habían abandonado. ¿Acaso él creía que estaba muerta? No, eso era imposible que creyera eso. Lo había hecho porque pensaba que era lo mejor para la pobre humana, de vida mortal, sin ninguna fuerza sobrenatural para subsistir. El pensamiento volvió a romper a Imara con tanta pena que de haber podido se habría arrancado los cabellos de la cabeza. Tenía que contarle, tenía que decirle que había matado a muchos vampiros, que era fuerte y muy poderosa. Podía estar a su lado sin tener vergüenza o al menos quería creer eso, lo necesitaba porque de otro modo ella creía fervientemente que entonces era mejor morirse. — No puedes contra él, yo lo haré por ti, lo hare por nosotros. — Asintió de repente la rubia platinada, agazapándose sobre el cambiaformas de tal manera que podía sentirse la viscosidad de su entrepierna luchando por aguantarse. Claramente no podía terminar de hacerlo al sentir esa vibración dulce de la bragadura ajena. Estaba excitado por ella y eso la enloquecía, pero no sabía si lo había provocado antes o después de que él supiera quien era. ¿Y ese beso? ¿Realmente había sucedido? Era un mareo horrible y totalmente inestable.
¿Dónde se había escondido la cazadora modesta y afanosa que era todos los días de su vida? Probablemente estaba intentando juntar sus pedazos dentro de ese cuerpo porque lo que él estaba llevando entre brazos no era más que un trasto de lágrimas saladas y penas sufridas. Las patas estiradas como la desgraciada viuda negra que era, estaba cubriendo todo el cuerpo del cambiante y los labios se habían quedado pegados en su piel, hundiendo los dedos en los nulos cabellos de su cabeza, subían y bajaban enloquecidamente. Podría haber intentado tenerlo dentro de su cuerpo en todo el camino, sin embargo realmente era su hermano y quería amarlo de una forma excepcional. ¿O había enloquecido y en verdad no era él? Sí, ahí estaba el sonido del idioma húngaro, la dulce poesía que la hacía temblar y reír de a ratos. Por lo que sí, de alguna manera disfrutó el camino que él estaba haciendo. ¿Dónde la llevaba? ¿Qué estaba pasando con el tiempo? ¡Imara simplemente no estaba pensando en su seguridad, en toda la marcha que estaban haciendo! Eran años en los que se había mantenido completamente alerta hasta cuando dormía y ahora… Sí, se estaba dejando guiar por él. Intentó susurrarle quien sabe cuántos “te amo” pero todos se morían antes de escapar de su garganta. Al fin y al cabo seguía chillando tristemente. Y en el segundo que las paredes empezaban a cubrirlos la cazadora abrió los ojos por completo y miró a ambos lados, oliendo un sobrante de extraña humedad, mezclada con un similar a sangre, azufre, como si allí se rompieran huesos. — ¿Dónde estamos? Miklós… Ah, no, no puedo. — Aulló adolorida, su instinto le decía que el lugar era extraño, que probablemente había inminente peligro. Sin embargo, una vez le vio a los ojos nuevamente su mundo se vino abajo y sus lágrimas cayeron sobre la palma de sus manos. Se había sentado en una cama dura y se miraba las palmas con el agua negra por su maquillaje. Mordió sus labios un par de veces y los volvió mucho más rojos que antes, terminándolos por hinchar completamente. Su mente pedía otro beso y se lanzó al cuello ajeno intentando dar con sus labios desesperadamente, como si se tratara de una rata en busca de un pedazo de queso y no de la mismísima Imara tratando de dominar a un hombre. — No me quiero separar de ti… ¿Qué haces tú en París? — Recordando la pregunta que él antes le había hecho, le miró a los ojos, sentía constantemente punzadas de dolor terribles en su pecho, tal cual si todo le avisara que podría haberse ahorrado la pena del tiempo al huir con él en un primer momento. Pues se podría pensar que ella ciertamente amaba la venganza, error, ella amaba muchísimo más a ese hombre que estaba frente a ella. Lo deseaba con tal intensidad que de haber sabido que estaba vivo habría huido con él para que nunca los encontraran. ¡Ahora había más cosas en juego! Y ella no iba a dejar un cabo suelto sin quemar. — No lo sé ¡¿Cómo podría malditamente saberlo si pensé que en este momento estarías siendo pedazos de huesos en la tierra?! ¡Maldita sea! ¡Maldita sea! — Gritó convaleciente y se lanzó a la dura cama para hundir su cabeza en la almohada y antes de pensarlo dos veces se quitó la capa y la remera que tenía, dejando su cuerpo cubierto solo por su pantalón y una ropa interior que cubría escasamente los pequeños pechos. Era como si se quitara un peso de encima, pues lo lanzó directo a la cara de su hermano mayor. — Miklós, por favor. — No se había percatado hasta ese momento que había hablado en el idioma que compartían por sangre todo el camino. Y ahora alzó sus manos, pequeñas, finas pero fuertes y poderosas, como esperando que pasara algo, cualquier cosa con tal de no pensar en la futura venganza o en el lugar extraño en el que habían ido a parar.
¿Dónde se había escondido la cazadora modesta y afanosa que era todos los días de su vida? Probablemente estaba intentando juntar sus pedazos dentro de ese cuerpo porque lo que él estaba llevando entre brazos no era más que un trasto de lágrimas saladas y penas sufridas. Las patas estiradas como la desgraciada viuda negra que era, estaba cubriendo todo el cuerpo del cambiante y los labios se habían quedado pegados en su piel, hundiendo los dedos en los nulos cabellos de su cabeza, subían y bajaban enloquecidamente. Podría haber intentado tenerlo dentro de su cuerpo en todo el camino, sin embargo realmente era su hermano y quería amarlo de una forma excepcional. ¿O había enloquecido y en verdad no era él? Sí, ahí estaba el sonido del idioma húngaro, la dulce poesía que la hacía temblar y reír de a ratos. Por lo que sí, de alguna manera disfrutó el camino que él estaba haciendo. ¿Dónde la llevaba? ¿Qué estaba pasando con el tiempo? ¡Imara simplemente no estaba pensando en su seguridad, en toda la marcha que estaban haciendo! Eran años en los que se había mantenido completamente alerta hasta cuando dormía y ahora… Sí, se estaba dejando guiar por él. Intentó susurrarle quien sabe cuántos “te amo” pero todos se morían antes de escapar de su garganta. Al fin y al cabo seguía chillando tristemente. Y en el segundo que las paredes empezaban a cubrirlos la cazadora abrió los ojos por completo y miró a ambos lados, oliendo un sobrante de extraña humedad, mezclada con un similar a sangre, azufre, como si allí se rompieran huesos. — ¿Dónde estamos? Miklós… Ah, no, no puedo. — Aulló adolorida, su instinto le decía que el lugar era extraño, que probablemente había inminente peligro. Sin embargo, una vez le vio a los ojos nuevamente su mundo se vino abajo y sus lágrimas cayeron sobre la palma de sus manos. Se había sentado en una cama dura y se miraba las palmas con el agua negra por su maquillaje. Mordió sus labios un par de veces y los volvió mucho más rojos que antes, terminándolos por hinchar completamente. Su mente pedía otro beso y se lanzó al cuello ajeno intentando dar con sus labios desesperadamente, como si se tratara de una rata en busca de un pedazo de queso y no de la mismísima Imara tratando de dominar a un hombre. — No me quiero separar de ti… ¿Qué haces tú en París? — Recordando la pregunta que él antes le había hecho, le miró a los ojos, sentía constantemente punzadas de dolor terribles en su pecho, tal cual si todo le avisara que podría haberse ahorrado la pena del tiempo al huir con él en un primer momento. Pues se podría pensar que ella ciertamente amaba la venganza, error, ella amaba muchísimo más a ese hombre que estaba frente a ella. Lo deseaba con tal intensidad que de haber sabido que estaba vivo habría huido con él para que nunca los encontraran. ¡Ahora había más cosas en juego! Y ella no iba a dejar un cabo suelto sin quemar. — No lo sé ¡¿Cómo podría malditamente saberlo si pensé que en este momento estarías siendo pedazos de huesos en la tierra?! ¡Maldita sea! ¡Maldita sea! — Gritó convaleciente y se lanzó a la dura cama para hundir su cabeza en la almohada y antes de pensarlo dos veces se quitó la capa y la remera que tenía, dejando su cuerpo cubierto solo por su pantalón y una ropa interior que cubría escasamente los pequeños pechos. Era como si se quitara un peso de encima, pues lo lanzó directo a la cara de su hermano mayor. — Miklós, por favor. — No se había percatado hasta ese momento que había hablado en el idioma que compartían por sangre todo el camino. Y ahora alzó sus manos, pequeñas, finas pero fuertes y poderosas, como esperando que pasara algo, cualquier cosa con tal de no pensar en la futura venganza o en el lugar extraño en el que habían ido a parar.
Imara Rákóczi- Cazador Clase Alta
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Re: There is no day or why [Miklos]
No quería separarse de él, ¡no quería separarse de él! No le habían dado noticias tan buenas desde hacía… bueno, ni siquiera sabía desde hacía cuánto, eso debería dar buena muestra del tiempo transcurrido desde tan feliz evento. Y aunque se las hubieran dado, cosa probable, él no las habría interpretado como tales porque no tenían que ver con su Imara, la persona en todo el mundo a la que más adoraba, y la única que podía decir que tenía su amor, completamente sin reservas. Hasta tal punto llegaba la falta de reservas entre ambos que cuando Imara intentó besarlo, él no se apartó demasiado, e incluso llegó a ignorar la vocecilla en su cabeza que lo estaba poniendo a caer de un burro porque, francamente, menuda idea sería esa, mala hasta decir basta por octava vez. Sin embargo, Miklós no estaba particularmente católico aquella noche, en el sentido más figurado de la palabra porque en el fondo no dejaba de agradecerle a Dios que se la hubiera devuelta, e ignoraba su sentido común y su razón en pos de ella, de tenerla cerca y de arrimarla, con sus achaques y todo lo que ella quisiera darle. ¡Así de feliz se encontraba el maldito húngaro! Lo cierto es que, probablemente, ni siquiera cuando vivían juntos se había sentido tan pletórico, pero en eso influía que, entonces, él se encargaba de que no les faltara de nada, y además, no se sabía lo que se tenía hasta que no se perdía… Él había necesitado despojarse de todos sus malditos sentimientos como consecuencia de arrancarle el platinado corazón, ella, para darse cuenta de hasta qué punto era importante. Como si todo su comportamiento anterior, incluido ganarse enemigos fuertes simplemente por poder mantenerla como él creía que ella se merecía, no hubiera sido suficiente muestra. Pero ¿quién ha dicho que el húngaro haya sido nunca bueno en lo que a sentir se refiere…?
– Huir. Huir del bastardo que casi me mató, huir de mí mismo y de mis pecados. Pero también cometer otros, ya sabes que nunca he sido el hombre perfecto, aunque tú siempre me lo hayas discutido. – replicó Miklós, ignorando (no deliberadamente esta vez) que, dijera lo que dijese, ella estaba tan cegada de amor que sí lo veía como el hombre perfecto… Un grave error que probablemente les traería problemas más pronto que tarde, pero que de momento no podía solucionarse porque él era ignorante con respecto a su existencia. – No elegí París como primer destino, he estado moviéndome para que él no pudiera encontrarme antes de recobrar mis fuerzas por completo. He viajado por aquí y por allí hasta que me he instalado en París, y pensaba que sería temporal, pero… – dejó la frase sin terminar, pero a esas alturas era evidente que desde que ella había reaparecido en su vida, no pensaba apartarla, ni siquiera si le echaban agua hirviendo para intentarlo. Miklós sabía que desde que la había reconocido, todo iba a cambiar, y aunque no sabía hasta qué punto lo haría (por desgracia, la adivinación del futuro había sido un don gitano que él, como cambiante, no había podido heredar de sus antepasados), no le importaba lo más mínimo. Demonios, ¡como si su vida volvía a ponerse del revés! Él era un superviviente, estaba acostumbrado a batallar contra las circunstancias más adversas que se encontrara, y si el motivo de todos los cambios era que su Imara había vuelto de nuevo a su vida, lo recibiría con los brazos abiertos hasta él, que no se caracterizaba precisamente por su efusividad ni su cariño para con nadie. Para con nadie salvo ella, claro, a la que acogió en sus brazos y comenzó a acariciar de nuevo, porque no había nadie que pudiera decirle cuánto daño estaba haciendo con su cariño a lo inestable del lazo corrupto que existía entre ellos, de forma más o menos consciente por su propia parte.
– Estamos a salvo. La propiedad está en proceso de pertenecerme a cambio de un favor que tengo que hacer, remunerado en la misma medida en que es peligroso. Pero no tienes que preocuparte por mí, tengo la piel dura y hace falta mucho para conseguir hundirme, ya lo sabes. – se permitió sonreír, como si no le hubiera encogido dolorosamente el corazón escucharla sufrir en su testimonio, donde afirmaba que ignoraba que él siguiera vivo… ¡Pero es que casi no lo había estado! ¿No lo comprendía? El orgullo del húngaro, que jamás le había permitido siquiera atisbar que no eran tan pudientes como ella siempre había creído, no podía permitir que ella se enterara de que le había costado casi un milagro recuperarse de su ataque, durante largos meses en los que, patéticamente, además tenía que huir. No quería admitirlo ni siquiera ante sí mismo (únicamente lo haría ante Keath Roggers, probablemente, pero porque era imposible negárselo a quien lo había visto en ese estado), así que mucho menos lo haría ante la mujer a la que se había encomendado desde que la había visto nacer, y a la que protegería, siempre, por encima incluso de sí mismo. Por ello, decidió obviar el sufrimiento y continuar con un tema que doliera menos, aunque literalmente le hubiera dolido cada vez que la licántropa comatosa, durante la luna llena, decidiera salir a jugar con él de una manera tan dura que ni al sadomasoquista húngaro le atraía lo más mínimo. – La cambiaré entera cuando me pertenezca del todo, ya verás. Se parecerá a nuestro hogar en Székszard, tan luminoso y grande como era aquél. No dejo de pensar en el pasado, en volver a darte un hogar y todas y cada una de las cosas que siempre te has merecido simplemente por ser tú y por existir. – afirmó el húngaro, incurriendo en el mismo problema que siempre había tenido con ella: malcriarla en exceso y volverla totalmente dependiente de él, hasta si, ahora, parecía que físicamente ya no lo necesitaba para estar segura.
¿Cuántos errores más serían necesarios para que Miklós finalmente se diera cuenta de que estaba confundiendo aún más a su hermana, sí, pero también a él, que aunque no lo pretendiera era tan preso de la nostalgia y la añoranza como la maldita hembra que tenía delante…?
– Huir. Huir del bastardo que casi me mató, huir de mí mismo y de mis pecados. Pero también cometer otros, ya sabes que nunca he sido el hombre perfecto, aunque tú siempre me lo hayas discutido. – replicó Miklós, ignorando (no deliberadamente esta vez) que, dijera lo que dijese, ella estaba tan cegada de amor que sí lo veía como el hombre perfecto… Un grave error que probablemente les traería problemas más pronto que tarde, pero que de momento no podía solucionarse porque él era ignorante con respecto a su existencia. – No elegí París como primer destino, he estado moviéndome para que él no pudiera encontrarme antes de recobrar mis fuerzas por completo. He viajado por aquí y por allí hasta que me he instalado en París, y pensaba que sería temporal, pero… – dejó la frase sin terminar, pero a esas alturas era evidente que desde que ella había reaparecido en su vida, no pensaba apartarla, ni siquiera si le echaban agua hirviendo para intentarlo. Miklós sabía que desde que la había reconocido, todo iba a cambiar, y aunque no sabía hasta qué punto lo haría (por desgracia, la adivinación del futuro había sido un don gitano que él, como cambiante, no había podido heredar de sus antepasados), no le importaba lo más mínimo. Demonios, ¡como si su vida volvía a ponerse del revés! Él era un superviviente, estaba acostumbrado a batallar contra las circunstancias más adversas que se encontrara, y si el motivo de todos los cambios era que su Imara había vuelto de nuevo a su vida, lo recibiría con los brazos abiertos hasta él, que no se caracterizaba precisamente por su efusividad ni su cariño para con nadie. Para con nadie salvo ella, claro, a la que acogió en sus brazos y comenzó a acariciar de nuevo, porque no había nadie que pudiera decirle cuánto daño estaba haciendo con su cariño a lo inestable del lazo corrupto que existía entre ellos, de forma más o menos consciente por su propia parte.
– Estamos a salvo. La propiedad está en proceso de pertenecerme a cambio de un favor que tengo que hacer, remunerado en la misma medida en que es peligroso. Pero no tienes que preocuparte por mí, tengo la piel dura y hace falta mucho para conseguir hundirme, ya lo sabes. – se permitió sonreír, como si no le hubiera encogido dolorosamente el corazón escucharla sufrir en su testimonio, donde afirmaba que ignoraba que él siguiera vivo… ¡Pero es que casi no lo había estado! ¿No lo comprendía? El orgullo del húngaro, que jamás le había permitido siquiera atisbar que no eran tan pudientes como ella siempre había creído, no podía permitir que ella se enterara de que le había costado casi un milagro recuperarse de su ataque, durante largos meses en los que, patéticamente, además tenía que huir. No quería admitirlo ni siquiera ante sí mismo (únicamente lo haría ante Keath Roggers, probablemente, pero porque era imposible negárselo a quien lo había visto en ese estado), así que mucho menos lo haría ante la mujer a la que se había encomendado desde que la había visto nacer, y a la que protegería, siempre, por encima incluso de sí mismo. Por ello, decidió obviar el sufrimiento y continuar con un tema que doliera menos, aunque literalmente le hubiera dolido cada vez que la licántropa comatosa, durante la luna llena, decidiera salir a jugar con él de una manera tan dura que ni al sadomasoquista húngaro le atraía lo más mínimo. – La cambiaré entera cuando me pertenezca del todo, ya verás. Se parecerá a nuestro hogar en Székszard, tan luminoso y grande como era aquél. No dejo de pensar en el pasado, en volver a darte un hogar y todas y cada una de las cosas que siempre te has merecido simplemente por ser tú y por existir. – afirmó el húngaro, incurriendo en el mismo problema que siempre había tenido con ella: malcriarla en exceso y volverla totalmente dependiente de él, hasta si, ahora, parecía que físicamente ya no lo necesitaba para estar segura.
¿Cuántos errores más serían necesarios para que Miklós finalmente se diera cuenta de que estaba confundiendo aún más a su hermana, sí, pero también a él, que aunque no lo pretendiera era tan preso de la nostalgia y la añoranza como la maldita hembra que tenía delante…?
Invitado- Invitado
Re: There is no day or why [Miklos]
Imara no podía, en absoluto, unir dos palabras para formar una frase. Estaba tan trastornada como nunca en su vida, su mente daba vueltas, la aparición de su hermano era algo para lo cual nunca se preparó. Estaba muerto, ¿no era así? Siquiera había existido una mínima probabilidad de que él estuviese con un hálito de existencia y debido a eso la cazadora pudo encontrarse sobreviviendo a base de la venganza y nunca de la esperanza. ¡Qué pedazo de ridiculez era esa! ¡Qué maldito sentimiento encontrado podía ser! Pues la mentira provocaba un surco cada vez más profundo en su coraza de asesinatos. Y en realidad no podía pensar en qué otra alternativa de subsistencia hubiese estado en su camino de saber que “quizá, tal vez, quién sabe” Miklós vivía. La cuestión es que casi hiperventilaba entre los dos grandes brazos ajenos, acunándose empapada en lágrimas negras. Se hubiese preguntado qué tan fea se veía, pero siquiera eso se le ocurrió. Ahora sí empezaba a recomponerse y le miraba a los ojos, tan verdes como siempre los recordaba, no sabía cómo rayos no se había dado cuenta antes. Claro, cuando uno está seguro de que algo no es posible las alternativas se hacen reales. — Supongo que ahora ya no eres perfecto. Pero yo te perdono, te perdonaría cualquier cosa. — juró segura de lo que decía, anhelante de otro beso, de otra caricia. Alzaba los brazos y se intentaba aprisionar, quería que el cambiaformas fuese una maldita cárcel y suplicaba porque le hicieran pagar por sus delitos allí. Claro que mientras tanto, en lo profundo de Imara, en esa parte que había despertado salvajemente con la muerte de su hermano, seguía preocupada por el lugar donde estaban. Peligroso y para nada seguro.
— ¿Aún no te has recobrado? ¿Qué tienes? Pagare el mejor médico que haya, me gasto la fortuna de los Finnegan cada vez que puedo. — con su cabeza no paraba de afirmar lo que decía y al instante subió las manos para poder pasar cada yema de sus dedos por el rostro ajeno, delineando sus pómulos firmes y luego su cuello, bajando hasta los hombros en donde se quedó un buen rato apoyada. Las caricias de su hermano se volvían cada vez más cuidadosas e Imara no dudó un segundo en frotarse contra los mimos buscando un poco más, regocijándose como si fuese ella la que era un felino y no él –quien efectivamente podía ser un gigante de colmillos-. Era inevitable que Imara temblara. Sus dedos, que desde hacía años tenían infinito pulso, ahora estaban como en un principio de parkinson. ¡Y siquiera podía acercarse a besarlo pues la viuda negra estaba ni más ni menos que tímida y avergonzada! Podría haber sido un chiste para cualquier fantasma que lo escuchara. Y especificaba fantasma porque nadie vivo sabía la realidad de esa mujer. Solo y para siempre, su hermano que hasta hacía unas horas estaba en el grupo de los espíritus para su verdad. — ¿Aquí en París? Está bien, puedo soportar esta ciudad, si es por ti estaré feliz de estar en cualquier lado. ¿De qué estás viviendo Miklós? Tu piel… Está más dura de lo que recuerdo. — la húngara deslizaba la mano por los brazos del cambiante, sucumbía al sentimiento de extrañeza, a las cicatrices que se distinguían fácilmente, a las manchas que tenía en los bordes de la ropa. Tal parecía que él no se había despedido de la violencia jamás, así como ella misma se había metido en ese mundo en donde asesinar era el pan de cada día. Qué ironía, los dos hermanos se valían de matar, como una marca tenebrosa de la cual no eran capaces de escapar. La sonrisa de la malcriada niña se hizo deliberadamente grande y tironeando de su hermano logró recostarse en su pecho, abrazándolo, hundiendo las manos en su trabajada y fuerte espalda, sintiendo cada uno de los surcos de sus músculos sobre sus mejillas. Lo estaba disfrutando más de lo que él podía ser capaz de imaginar. — Me he pasado todo éste tiempo convirtiéndome en la mejor cazadora, una cazadora que caza a los de su misma especie. Es casi cliché, ¿no? Lo sé, siempre me gustó el cliché. — comentó sin negarse a acariciar la piel escamosa del hombre, deslizándose hacia abajo hasta terminar cerca de sus piernas, cerrando los ojos mientras disfrutaba un aroma que era incansable, el de él. Un vacío se formó en su estómago y un segundo después un breve sonido entre hambre y nerviosismo se dejó escuchar y la risa dulce, casi estrafalaria escapó de los labios de la mujer. Alzó la vista, buscando desesperadamente los ojos de su hermano y dejó escapar una mueca algo graciosa. La situación no se podía tornar más ridícula y de ensueños de lo que estaba. — Creo que tengo hambre… No, no sé de qué. — contestó a una pregunta que nunca fue formulada, pero lo hizo con la intención precisa de apretar la piel ajena al mismo tiempo, estaba en dudas de qué es lo que deseaba comer pues ciertamente le vendría bien el cuerpo y la mente del húngaro. Mucho mejor que cualquier otro alimento.
— ¿Aún no te has recobrado? ¿Qué tienes? Pagare el mejor médico que haya, me gasto la fortuna de los Finnegan cada vez que puedo. — con su cabeza no paraba de afirmar lo que decía y al instante subió las manos para poder pasar cada yema de sus dedos por el rostro ajeno, delineando sus pómulos firmes y luego su cuello, bajando hasta los hombros en donde se quedó un buen rato apoyada. Las caricias de su hermano se volvían cada vez más cuidadosas e Imara no dudó un segundo en frotarse contra los mimos buscando un poco más, regocijándose como si fuese ella la que era un felino y no él –quien efectivamente podía ser un gigante de colmillos-. Era inevitable que Imara temblara. Sus dedos, que desde hacía años tenían infinito pulso, ahora estaban como en un principio de parkinson. ¡Y siquiera podía acercarse a besarlo pues la viuda negra estaba ni más ni menos que tímida y avergonzada! Podría haber sido un chiste para cualquier fantasma que lo escuchara. Y especificaba fantasma porque nadie vivo sabía la realidad de esa mujer. Solo y para siempre, su hermano que hasta hacía unas horas estaba en el grupo de los espíritus para su verdad. — ¿Aquí en París? Está bien, puedo soportar esta ciudad, si es por ti estaré feliz de estar en cualquier lado. ¿De qué estás viviendo Miklós? Tu piel… Está más dura de lo que recuerdo. — la húngara deslizaba la mano por los brazos del cambiante, sucumbía al sentimiento de extrañeza, a las cicatrices que se distinguían fácilmente, a las manchas que tenía en los bordes de la ropa. Tal parecía que él no se había despedido de la violencia jamás, así como ella misma se había metido en ese mundo en donde asesinar era el pan de cada día. Qué ironía, los dos hermanos se valían de matar, como una marca tenebrosa de la cual no eran capaces de escapar. La sonrisa de la malcriada niña se hizo deliberadamente grande y tironeando de su hermano logró recostarse en su pecho, abrazándolo, hundiendo las manos en su trabajada y fuerte espalda, sintiendo cada uno de los surcos de sus músculos sobre sus mejillas. Lo estaba disfrutando más de lo que él podía ser capaz de imaginar. — Me he pasado todo éste tiempo convirtiéndome en la mejor cazadora, una cazadora que caza a los de su misma especie. Es casi cliché, ¿no? Lo sé, siempre me gustó el cliché. — comentó sin negarse a acariciar la piel escamosa del hombre, deslizándose hacia abajo hasta terminar cerca de sus piernas, cerrando los ojos mientras disfrutaba un aroma que era incansable, el de él. Un vacío se formó en su estómago y un segundo después un breve sonido entre hambre y nerviosismo se dejó escuchar y la risa dulce, casi estrafalaria escapó de los labios de la mujer. Alzó la vista, buscando desesperadamente los ojos de su hermano y dejó escapar una mueca algo graciosa. La situación no se podía tornar más ridícula y de ensueños de lo que estaba. — Creo que tengo hambre… No, no sé de qué. — contestó a una pregunta que nunca fue formulada, pero lo hizo con la intención precisa de apretar la piel ajena al mismo tiempo, estaba en dudas de qué es lo que deseaba comer pues ciertamente le vendría bien el cuerpo y la mente del húngaro. Mucho mejor que cualquier otro alimento.
Imara Rákóczi- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 22/12/2012
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Re: There is no day or why [Miklos]
A punto estuvo de escapársele una carcajada incrédula cuando su Imara, su queridísima Imara a la cual adoraba por encima de todo y todos, dijo que ya no era perfecto, ¡como si hubiera llegado a serlo alguna vez en su maldita y larga vida! Si no se rió fue porque notó, supo, así de bien la conocía pese al tiempo (y estaba repitiéndose a sí mismo de forma casi obsesiva que así seguía siendo y que nada había cambiado, pese a que sí lo había hecho), que ella lo decía en serio, pero no pudo evitar un leve atisbo de preocupación en su mente al darse cuenta de las implicaciones que esa certeza traía consigo. Si ella lo creía perfecto, sin serlo, ¿cómo demonios habría sido separarse de él...? Y no sólo eso: si ella lo creía perfecto, ¿cómo de dura sería la bofetada de realidad al darse cuenta de que su adorado hermano era de lo peorcito que había parido nunca nadie, especialmente Eszter Rákóczi y especialmente en comparación con ella, con Imara? Porque sí, vale, él podía repetirse a sí mismo por activa y por pasiva que lucharía por convertirse en el hombre que ella merecía que él fuera, desde luego que incluso podía intentarlo, pero ni siquiera cuando se trataba de Imara el húngaro dejaba de ser (del todo) realista, y sabía perfectamente que no lo conseguiría. Estaba demasiado podrido, tan próximo al Infierno que si no se había cruzado ya con Lucifer para que éste, en persona (bueno, o en entidad, no iba a perder el tiempo metiéndose en debates metafísicos consigo mismo cuando se encontraba delante de Imara, ¡ni de broma!), le tendiera una invitación dedicada en exclusiva a Laborc DeGrasso había sido por pura casualidad, no por otra cosa. Por muy creyente que fuera el magyar, hasta él sabía que los milagros eran una maldita excepción, y sobre todo una que no le sucedía a los tipos como él, así que sí, podía intentarlo dentro de sus posibilidades, pero sabía bien que nunca sería el tipo que ella merecía... por triste que le hiciera sentirse eso.
– No tienes por qué perdonarme todo, hay cosas que no deberías tolerarme ni siquiera a mí, por mucho que me aprecies. – la regañó, y por un momento le pareció que volvían a ser los hermanos que casi parecían padre e hija, con él siendo un adulto responsable por única vez en su vida, para sorpresa sin duda de Eszter Rákóczi de haberlo visto. Una lástima que la hubiera diñado antes; tal vez, así habría recuperado la fe en su descendencia, que por otro lado estaba todavía más moralmente retorcida que ella. – Deberías dejar secos a los Finnegan de una vez, ¿qué harían si no fuera por su maldito dinero? Nada. Y no valdrían nada si no pudieran comprar apoyo, porque si es por ellos y gratuitamente, nadie querría saber nada de su estupidez. – sentenció, y aunque hablaba el resentimiento más que él, lo cierto era que razón no le faltaba, pues hasta que no habían conseguido su famosa fortuna no habían sido capaz de atacar a Miklós para recuperar a Imara, como si no hubieran sabido de su existencia desde antes de que atacaran... El magyar sabía, aunque no tuviera pruebas, que lo habían temido, y por eso habían tardado tanto (en términos objetivos, claro. En términos subjetivos, habían tardado poco porque no le habían dado todo el tiempo que deseaba para cuidar de ella) en atacarlos y destruirles las vidas. A ambos. – Yo cazo también, pero al mejor postor. O golpeo, o violento, o lo que me manden hacer, realmente. Es una basura de vida, pero es mejor que podrirse en la inmundicia de la pobreza, y no me ha ido tan mal si he conseguido esta casa. – respondió, encogiéndose de hombros, y al momento se incorporó, rápido y felino como siempre, y especialmente en contraste con la fragilidad de su Imara. – Espera aquí, te prepararé algo de comer. – ofreció, y antes de que ella tuviera tiempo de objetar, él ya se había marchado hacia la cocina.
Qué curioso, ¿no? Para alguien que no dejaba de repetir por activa y por pasiva que se moría de ganas de ver a su hermana, que quería recuperarla y demás promesas que solía hacer, a la mínima de cambio había huido de ella... Como si se avergonzara de todo lo que había pasado porque sabía que era su culpa, y sólo suya.
– No tienes por qué perdonarme todo, hay cosas que no deberías tolerarme ni siquiera a mí, por mucho que me aprecies. – la regañó, y por un momento le pareció que volvían a ser los hermanos que casi parecían padre e hija, con él siendo un adulto responsable por única vez en su vida, para sorpresa sin duda de Eszter Rákóczi de haberlo visto. Una lástima que la hubiera diñado antes; tal vez, así habría recuperado la fe en su descendencia, que por otro lado estaba todavía más moralmente retorcida que ella. – Deberías dejar secos a los Finnegan de una vez, ¿qué harían si no fuera por su maldito dinero? Nada. Y no valdrían nada si no pudieran comprar apoyo, porque si es por ellos y gratuitamente, nadie querría saber nada de su estupidez. – sentenció, y aunque hablaba el resentimiento más que él, lo cierto era que razón no le faltaba, pues hasta que no habían conseguido su famosa fortuna no habían sido capaz de atacar a Miklós para recuperar a Imara, como si no hubieran sabido de su existencia desde antes de que atacaran... El magyar sabía, aunque no tuviera pruebas, que lo habían temido, y por eso habían tardado tanto (en términos objetivos, claro. En términos subjetivos, habían tardado poco porque no le habían dado todo el tiempo que deseaba para cuidar de ella) en atacarlos y destruirles las vidas. A ambos. – Yo cazo también, pero al mejor postor. O golpeo, o violento, o lo que me manden hacer, realmente. Es una basura de vida, pero es mejor que podrirse en la inmundicia de la pobreza, y no me ha ido tan mal si he conseguido esta casa. – respondió, encogiéndose de hombros, y al momento se incorporó, rápido y felino como siempre, y especialmente en contraste con la fragilidad de su Imara. – Espera aquí, te prepararé algo de comer. – ofreció, y antes de que ella tuviera tiempo de objetar, él ya se había marchado hacia la cocina.
Qué curioso, ¿no? Para alguien que no dejaba de repetir por activa y por pasiva que se moría de ganas de ver a su hermana, que quería recuperarla y demás promesas que solía hacer, a la mínima de cambio había huido de ella... Como si se avergonzara de todo lo que había pasado porque sabía que era su culpa, y sólo suya.
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