Noches de Champagne y sorpresas [Joe Black +18]

Las noches de París nunca eran monótonas, normalmente estaban aderezadas de bailes, fastuosidad y desenfreno oculto en las alcobas recónditas de aquella mansión en la que se celebrara la fiesta. Todas estas emociones estaban reservada para la clase alta y la nobleza de la ciudad francesa... Aún recordaba los nervios y la inquietud de vivir mi primera fiesta en la sociedad parisina, la emoción de llevar vestidos nuevos dignos de las princesas de los cuentos infantiles, los nervios al entrar en aquel salón inmenso lleno de gente y la inquietud porque alguien, a poder ser de buen porte y apariencia, te sacara a bailar una de las numerosas piezas que se tocarían hasta rozar el alba.

Esos años de primeras emociones habían quedado ya atrás y ahora, los bailes de sociedad no eran sino rutina para mí; una rutina exquisitamente deliciosa en ocasiones, sobre todo en aquellas en las que mi padre no estaba presente. Pero también un baile de sociedad podía tornarse en odioso si mi padre decidía que sería la velada perfecta para exponerme como un trozo de carne en venta delante de cada uno de los jóvenes con una buena fortuna o posición nobiliaria... En estas noches, sólo podía esperar que algunos de los pretendientes fueran galantes y me alegraran la vista, para así enfundarme la máscara de atrevimiento y coquetear, flirtear, bailar o incluso insinuarme a todos ellos para sacar de quicio a mi padre y destrozar todos aquellos planes que él había confeccionado como la araña que teje su red para atrapar a su presa.

No sabía bien si esa noche sería un acierto o un fracaso pero, como de costumbre, me atavié con mis mejores galas. Un vestido color crema que realzara mi cuerpo pero que no fuera ni atrevido en exceso ni comedido para hacer pensar que era una beata parisina que se escandaliza con un tobillo descubierto. Y mi cabello, recogido en una trenza adornada con pequeñas flores frescas y algún que otro mechón suelto. Comprobé mi aspecto en el espejo del recibidor antes de salir hacia la fiesta y me di a mi misma el visto bueno. La suerte estaba echada y sólo el destino decidiría si sería una noche para el recuerdo o para el olvido.

Dicen que la suerte es caprichosa y nos dispone el porvenir, y que venga como venga lo tenemos que asumir... Y mi  porvenir aquella noche estaba resultando de lo más odioso. Ni una cara conocida en aquel baile, nadie con quién reír o hablar sobre temas interesantes, sólo mujeres discutiendo sobre temas banales y compitiendo por ver quién resultaba tener menos cerebro de entre todas ellas. Resoplé bebiendo de mi tercera copa de champagne mientras deslizaba mis ojos por la compañía masculina de la sala. ¿Acaso era tanto pedir alguien interesante en aquella fiesta?

- Si me disculpan Mademoiselles me temo que saldré al balcón a tomar el aire y contemplar los jazmines de la Contesse de La Croix- me levanté olvidando mi abanico en la butaca y caminé lentamente hasta llegar al balcón. Arranqué con suavidad una de las flores de jazmín que colgaban de la fachada e inhalé su dulce aroma embriagador. - Mmm sin duda las flores son mejor compañía que cualquiera de ahí dentro

Apenas hacia unas noches que había entrado ensangrentado por las puertas de esta ciudad que ahora se me antojaba un mundo lleno de posibilidades. Después de mis siglos de encierro debía codearme con la alta aristocracia, ese era el modo de alcanzar el estatus deseado. Si algo sabia era que el nuevo mundo no se conquistaba desde el campo de batalla, eso parecía que tendría que quedar relegado a una mera diversión para mí. En este mundo que se abría flamante frente a mis ojos,  los reyes  desde sus tronos ejercían todo el poder y se llevaban las glorias que los valientes guerreros  espada en mano les proporcionaban  dejándose la piel y la sangre en los campos de batalla.
Las épocas de los honorables guerreros había terminado y ahora mi único propósito era llegar a ser rey, mas tarde me plantearía convertirme en el rey de reyes, el mundo seria mío...pero para eso teníamos que empezar por el principio.
Vestido con mis mejores, galas, bueno, no necesariamente mías, si no de un pobre incauto al que se las arrebate tras dejarlo seco en el callejón trasero, me acerque a la puerta donde los escoltas tomaban las invitaciones.
Sonreí tendiéndoles mi invitación, o al menos ahora lo era y con un gesto de indiferencia volví a tomarla esperando que anunciaran mi noble apellido.
No pudo salir mejor la cosa pues en cuestión de minutos me adentre en aquel baile donde las doncellas bailaban radiantes cogidas de los brazos de pingüinos sin estilo, ni arte.
Contemple, mejor dicho analicé copa de champagne en  mano como actuaban aquellos sires, los movimientos de sus bailes, cada gesto, cada detalle empapándome de una sociedad infesta.
Bien, estaba preparado para entrar en acción, ahora solo tenía que localizar a mi victima perfecta. Gorda, fea, baja…fui descartando una a una a cada mujer de aquel Baile, al fin y al cabo si a mis planes le añadíamos la diversión de la lujuria, sin duda me sabrían infinitamente mejor.
Y allí estaba devorando una copa de champagne tras otra, sus mejillas ya adquirían un tono rosado sobre una piel delicadamente suave, un pelo castaño oscuro trenzado a un lado caía salvaje sobre su hombro derecho. Entreabrí mis labios consciente del deseo que en ese instante me invadía y mis ganas ciegas de poseerla sin más sobre aquella mesa, despojarla de tan deseable indumentaria y forzarla mientras sus gritos acallaban la música del aburrido baile hasta hacerla gemir de placer.
¡Vale no! Esa no era la actitud, tome sendas copas de tan espumoso líquido y la seguí a través del ventanal que nos llevaba a un balcón adornado de hermosas flores que surcaban el lugar dotándolo de un olor  y color abrumador en mi opinión.
Donde estaban las cadenas de una buena mazmorra, y el olor a sangre sobre ellas, imagine a la dama desnuda, atada en ellas con mis labios surcando su deseable cuerpo, casi jadee al llegar a frente a ella.
¡Vale no! Volvemos a las flores, una picara sonrisa, y pose segura antes de acercarme a tan bella criatura.
-Madame, no he podido evitar fijarme en vos, veo no encontráis placer en este baile, debe de ser porque aun no me habéis conocido –susurré con una sonrisa de medio lado –¿una copa? –pregunte tendiéndosela con suavidad y rozando su mano al dársela.

Sin duda, podría considerarme como una mujer que se sobresaltaba fácilmente. No esperaba que alguien siguiera mis pasos hasta el balcón. Sin duda la fiesta no es que fuera de las mejores de París, pero tampoco el balcón solía ser uno de los sitios que cualquiera elegía para desinhibirse de aquel ambiente. Pegué un pequeño brinco al escuchar aquella voz penetrante en mi espalda, sí, eso debía de reconocerlo aunque me avergonzara.

Tomé aire y me mordí levemente mi labio inferior. ¿Sería el dueño de aquella voz penetrante, ronca y con cierto tono de... deseo oculto tan interesante como lo imaginaba en mi mente? Giré lentamente mi cuerpo jugueteando con aquella pequeña flor en mis dedos y lentamente fui alzando la mirada por aquel caballero analizando cada uno de sus detalles.

Atlético, bien vestido pero, sin embargo se notaba que el traje no era a medida, le quedaba bien pero no se lo habían hecho a él en concreto. Bien, por ahora quizá podríamos descartar que mi padre le hubiera mandado para cortejarme y venderme como un pedazo de carne al mejor postor. Sonreí levemente y continué con mi análisis. Hombros anchos, mandíbula marcada y... sonrisa socarrona, confiante de que podría derretir a una mujer con tan sólo levantar una de aquellas comisuras ¿Querría o jugar conmigo?¿Perdería yo aquel juego? Sólo el destino decidiría aquello.

Sus ojos eran mi próximo destino, penetrantes, llenos de secretos y con algo que no sabría decir muy bien qué era pero... Debía reconocer que había sentido lo mismo al conocer a algunos de los miembros de la sociedad parisina. Una vez terminado mi análisis le miré directamente a los ojos y pensé unos segundos en qué debía contestar - ¿Y quién os dice Monsieur que su compañía o el simple hecho de conocerle harán que la balanza de esta velada se incline hacia una noche inolvidable en lugar de una velada tediosa y llena de gente sin personalidad ni cerebro?- Coloqué la delicada flor de jazmín entre un mechón de mis trenzados cabellos y acepté la copa que me ofrecía. Mis ojos se cerraron lentamente mientras paladeaba aquel licor de dioses que los franceses habíamos inventado.

Adoraba las burbujas y esa sensación excitante que provocaban en tu paladar; sin ser casi consciente de ello mis dedos se deslizaron hasta la comisura de mis labios de sólo pensar en las burbujas. - Perdonadme Monsieur, pero es que sin ninguna duda, este Champagne es por ahora lo único que vale la pena en esta... ¿En serio podríamos llamarla fiesta?- Una carcajada suave se escapó de entre mis labios mientras mis ojos buscaban al lacayo más cercano al que dar mi copa vacía.

Tras esta rutinaria acción volví al lado de Joe y le hice una delicada reverencia mirándole a los ojos - Mademoiselle Cèline Dampierre aunque quizá alguien ya se ha encargado de deciros quién soy si tenéis la suficiente fortuna y posición social. Si es así os aconsejo que os vayáis por donde habéis venido porque perdéis el tiempo

Sus ojos se alzaban lentamente analizando cada parte de mi cuerpo mientras yo copa en mano y sonrisa ladeada la dejaba hacer.
Permitirle deleitarse era una de mis partes favoritas de la conquista, pues sin duda me facilitaría las puertas de su corazón, ¿había dicho corazón? Me refería a su entrepierna.
No tardaron nuestros ojos en cruzarse, los suyos, almendrados y negros, brillantes posiblemente por el champagne de mas que la dama llevada por el aburrimiento había ingerido de mas y seguía tomando.
Su frase, intentando jugar al gato y al ratón conmigo me convirtió en el depredador que soy y por un momento mis ojos brillaron casi oscureciendo frente a sus hermosos orbes.
Observé sus movimientos, seductores, atrevidos mientras sin despegar sus ojos de los míos recolocaba una flor entre su trenzado cabello.
-Porque conmigo todo es inolvidable -susurré acercando mis labios a su oído, rozándolo con mi aliento antes de separarme ligeramente de ella.
Tomo la copa y se la bebió frente a mis ojos llevando después su mano coqueta a sus labios por le cosquilleo que las burbujas producían en ellos , relamí los míos concentrándome en su carnosa boca.
No tardo en decirme su nombre, Céline, así como ha invitarme muy amable a irme por donde había venido, mas en el fondo era consciente de que algo no cambiaba en estos siglos de encierro, las mujeres cuando decían vete significaba quédate, cuando decían para, solían decir mas fuerte. Y un no siempre era un si.
Sonreí pícaramente ignorando sus palabras no así a su mirada que suplicaba que le hiciera algo oscuro que la sacara de aquella frustrarte monotonía.
Acerque mi cuerpo al suyo muy despacio, casi arrinconándola contra la hermosa baranda de piedra blanca de aquel floral balcón.
La sentí retroceder tras cada uno de mis pasos, mas no parecía asustada, me atrevería a decir que todo lo contrario.
-Vera mi señora, me debato entre dos cosas y no se cual me apetece mas en este instante...-susurré casi rozando sus labios con los míos -si tomarla en ese jardín que hay tras vos lejos de miradas indiscretas o hacerlo aquí mismo bajo la mirada de los invitados ¿Qué pensáis , mi señora? -musité dilatando mis pupilas frente a sus ojos.
Entreabrí mis labios dejando que nuestras respiraciones se encontraran, salvajes, antes de posar mis férreos brazos a cada lado de la baranda dejando así su cuerpo encerrado en ellos sin mas escapatoria que la de mi boca.
-Aun no me he presentado -susurre cuando parecía que la iba a besar -Joe, Joe black.

Sin ser dueña de mi propio cuerpo, mis piernas fueron retrocediendo lentamente hasta la frontera de la barandilla, teniendo ante mí aquel férreo muro que era el cincelado cuerpo de aquel caballero. Yo misma, tonta cervatilla de la vida, me había labrado mi propia trampa, trampa de ojos profundos y sonrisa ladina... Normalmente era yo la que conseguía poner nerviosa al género masculino con mis coqueteos y mis siguientes comentarios cortantes e incluso insultantes.

Pobre tonta que sin si quiera imaginarlo ahora era presa de un experto cazador... -Yo... yo...-farfullé entre torpes intentos por decir algo coherente y sensato mientras me perdía en aquella mirada y labios... Una risotada más fuerte que otra me hizo, por suerte, salir de aquel embrujo y romperlo apartando mis ojos de los suyos - ¿Acaso he errado tanto con mi vestimenta de esta noche monsieur Black?- Alcé mi mano para apartar con la menor brusquedad posible su rostro del mío e interponer entre nosotros un poco de cordura y alguna que otra barrera física.- Me temo que las prostitutas a las que tomarías sin vergüenza y arrepentimiento se encuentran en el Moulin Rouge y no en casa de la Contesse y... sí se hallan aquí he de decepcionaros terriblemente- Mis ojos se volvieron socarrones, igual que mi tono de voz y mi sonrisa altiva, con cierto deje enojado. Elevé de nuevo mi mirada hasta la suya, de manera directa y desafiante, al tiempo que deslicé mi mano hasta el comienzo de su entrepierna, en la frontera decorosa de los botones del pantalón.

- He de decepcionaros porque yo no soy de las que se abre de piernas ante el primer hombre con sonrisa socarrona que se me presenta delante con una copa de Champagne francés en la mano así que me temo... - Acerqué mis labios a los suyos como él había hecho tan sólo unos segundos antes - Joe Black...- susurré imitándole con un deje de burla reflejado en mis ojos y en mi dulce voz - Que os habéis equivocado de presa y perdéis el tiempo. Mas no os apenéis, si queréis saciar vuestros apetitos carnales siempre puedo decirle a mi padre que os recomiende un buen burdel en el que encontraréis a mujeres dispuesta a abrir sus piernas ante vos y a muchas cosas más-

Dicho esto, y sin evitar su mirada, fui subiendo lentamente mi mano traviesa, y situada en aquel lugar tan inadecuado hasta su pecho. Pude comprobar que, tal y como había imaginado minutos antes, su cuerpo parecía cincelado en mármol. Músculos fuertes, definidos como si fueran una copia exacta del David de Miguel Ángel y que ahora, por capricho de la naturaleza se encontraban en el cuerpo del joven que tenía ante mi. - Aclarado este pequeño malentendido Monsieur Black, confío en que disfrutaréis de vuestra velada mas yo me temo que iré a caminar por los jardines que habéis mencionado para escapar del tedio- Giré de nuevo mi cuerpo confiando en haber sido lo suficientemente convincente y firme  y elevé mis ojos a aquel majestuoso cielo estrellado que cubría aquellos bellos jardines mientras mis dedos jugaban con el collar de perlas que adornaba mi cuello y mi respiración trataba de no acelerarse al notar aún aquella presencia tras de mi, tan cerca.

Escuché sus palabras afiladas como dagas dejando que su mano recorriera mi cincelado cuerpo muy despacio, sus ojos bailaban a fuego contra los míos, como si aquella mujer temiese dejarse llevar por la situación creada en aquel preciso instante entre nosotros.
Negué con la cabeza sin perder la sonrisa, y solo desvié mis ojos de los ajenos para contemplar la curvatura de sus labios cada vez que se entreabrían.
La dama tomo distancia con la firme promesa de pasear por los jardines y no pude evitar, esta vez si, dejar escapar una carcajada frente a tan pulido comentario. La deje ir con la indiferencia con la que un depredador toma distancia de su presa antes de volver a abalanzarse sobre ella, y con calma tome una nueva copa de champagne subiendo de un ligero salto sobre la barandilla.
Sin duda capte nuevamente la atención de la dama que para ese entonces parecía dispuesta a bajar los recios escalones que separaban la balconada del jardín.
Mire hacia bajo divertido desde luego la caída no era nada desdeñable, di un sorbo de aquella copa lentamente mientras encaminaba mis pasos por el filo de aquella barandilla hacia la dama.
No se describir exactamente que se le pasaba en ese preciso instante por la cabeza pues parecía petrificada.
-Vaya, habláis de lo tediosa que os resultan estas fiestas, pero, ¿aparte de quejaros sabéis hacer otra cosa? -pregunté ladeando ligeramente la cabeza hacia ella mientras seguía caminando sin mirar en donde posaba mis pies -habláis de burdeles a los que posiblemente jamas halláis asistido, de mujeres de fácil acceso de las que solo habéis oído hablar. Fingís saber de todo, mas pobre bella criatura, no sabéis de nada.
Vivís enjaulada en esta pequeña y aburrida jaula de cristal, y no parecéis dispuesta a volar, ni siquiera cuando alguien como yo os abre la puerta de ella.
Sois mansa, como el pequeño pájaro cantor que morirá si aceptara su libertad.
Así que id, pasear por esos jardines y tomar unas flores frescas para vuestro amado padre, posiblemente os entregara a uno de esos aburridos hombres que os volverá a encerrar en otra jaula dorada, eso si, diferente de esta.
Sobre las piernas, no os preocupéis, las abriréis cada noche cuando vuestro captor os lo ordene, porque ahí reside las obligaciones de una dama y pronto le daréis hijos de los que ni siquiera tendréis el derecho de opinar.
Apuré de un trago la copa y la dejé caer al vació, unos segundos después se oye el leve ruido de los cristales estallando contra el suelo, sonrisa picara sin dejar de mirarla.
Mis ojos oscurecen frente a ella antes de tenderle la mano para hacerla subir, una invitación explicita hacia la locura.
-Puedo escribir vuestro futuro en una hoja y me sobra la mitad del papel. La pregunta es ¿os atrevéis a cambiarlo? Tomad mi mano y saltemos al vació...luego ya decidiremos si ir o no a uno de esos afamados burdeles de los que habláis, ser otra por una noche, dejar de buscar escusas, buscar razones.

Creí ganada aquella batalla mas cualquiera con un poco de cabeza sabía que la victoria de una batalla no siempre implicaba la victoria en una guerra y con Joe Black parecía que todas nuestras energías se concentrarían en hacer la guerra más que en dejarlas pasar. Cualquier damisela le habría ignorado y se habría ido, sin más, altiva y casi sin inmutarse. Pero ahí seguía yo, anclada al mármol de la barandilla sin saber por qué no podía mover mis pies. Mi respiración se agitó y un pequeño grito escapó de mis carnosos labios al ver como aquel caballero se subía, copa de champagne en mano, a la baranda. Mi mano viajó hasta mi pecho con el corazón en un mismo puño porque, si había algo que era palpable en ambos, era que quizá habíamos ingerido demasiado champagne hasta la frontera de lo decoroso y mucho más aún si considerábamos que Joe Black parecía querer hacer juegos de equilibrismo en la barandilla.

- Monsieur por favor... bajad de ahí si no queréis decorar las rosas de la Contesse con vuestra sangre- susurré apenas con un hilo de voz tendiéndole mi mano con preocupación. No obstante, cuando aquella obra de la naturaleza caprichosa abrió sus labios,no fue para agradecerme mi preocupación o entrar en razón, todo lo contrario. De aquellos labios comenzaron a salir disparadas como balas de cañón palabras hirientes, socarronas pero de las que él desconocía el alcance hasta mi corazón.

Aquella mano amiga que antes se tendía ante él fue contrayéndose hasta tomar la forma de un puño y yo, llena de furia y rabia contenida, la apreté hasta que mis nudillos tomaron el color de la leche. Me aproximé a él sin apenas pensarlo con la intención de tirarlo yo misma por aquel vacío que separaba el balcón de aquellas rosas con espinas. Por suerte para él y para mi inocente alma en el momento en que casi me abalancé sobre él aprovechando que me daba la espalda, recapacité y le di yo también la espalda haciendo desaparecer con rabia una de las lágrimas de impotencia que corría por mis mejillas.

-Me llamáis necia y previsible monsieur mas os sorprendería la de cosas que desconocéis de mi, mi vida o mis demonios interiores- cada una de mis palabras reflejaba aquella amargura que me perseguía cada noche desde hacía tres años -¿os pensáis acaso que no sé que soy presa de los juegos de mi padre? ¿que toda esta fastuosidad de fiestas no son sino con el objetivo de que los hombres se hinchen de orgullo exhibiéndonos como trofeos o premios para futuros participantes mientras ellos fuman puros y suben a las alcobas a fornicar cumpliendo sus verdaderos deseos? Afirmáis que no se nada de las prostitutas pero descubría a mi padre gozando de los placeres de estas mujeres la misma noche que yo acudí rota por el dolor de la muerte de mi madre, la misma que horas antes murió entre mis brazos.  Decís que no me atrevo a volar libre de mi jaula-

Reí irónicamente girándome de nuevo para mirarle directamente a los ojos. Los míos brillaban con luz propia, con la luz del resentimiento y el dolor que persigue y ennegrece los corazones de la gente. Deshice mis pasos hasta quedar frente a él de nuevo, con la única distancia de la altura, la del suelo y la barandilla - Es muy fácil decir eso para un hombre que puede hacer cuanto se le antoje sin que nadie pueda reprocharle nada, al igual que un hombre libre le dice a un ladrón apresado y condenado a muerte que es un cobarde por no escapar y arriesgar inútilmente su vida por una libertad que jamás podría conseguir. Cobarde sois vos que utilizáis vuestra sonrisa perfecta y ladina para hacer caer en una nueva jaula a todas aquellas mujeres que anhelan aunque sea un único soplo de libertad monsieur, tan culpable sois vos como ellas- La vehemencia se reflejaba en cada una de las palabras que salían disparadas como flechas mortales cubiertas de veneno hacia Joe. - Podríais escribir mi futuro en una hoja de papel y os sobraría espacio,mas necesitaríais varias hojas para poder escribir mi pasado, mi presente y aquello que atormenta mi mente

Admire la pasión con la que defendía sus palabras, equivocadas o no, yo ahí ya no entraba.
Destilaba odio hacia su padre, uno tan profundo como la noche que se cernía estrellada sobre nosotros, quejas, quejas y mas quejas, lloriqueaba por su pasado sin entender que aquello la destruiría en el presente y la haría tan infeliz que convertiría en un infierno su futuro..
Fue entonces cuando hablo de mi, de la facilidad de mi vida y de mis intenciones de encerrar damas en jaulas de cristal, poco me conocía aquella mujer si pensaba así de mi.
No porque mi nobleza destacara en mi persona, si no porque yo a mi paso lo que dejaba era un reguero de cadáveres, mis mazmorras siempre estarían vacías, veia un gasto inútil mantenerlos con vida, ¿para que?
Eso si, las cadenas que pendían de ellas, posiblemente podrían ser testigos de lujuriosos juegos, que acompañarían mas a la libertad que al cautiverio sin duda.
Que sabia ella de encierros o jaulas, yo había sido sometido a uno durante milenios, y acaso me autocompadecia frente a ella.
Mi gesto se tenso, casi como el suyo recordando mi desdicha y mis ojos esta vez si pasaron del azul cielo al negro brillante, para por unos segundos de descontrol tomar un rojizo color sangre.
-¡Bien, si os molesto, me voy! -sugerí sin esperar respuesta dando un paso hacia el inexpugnable vació.
Mi cuerpo quedo en el aire por unos segundos, segundos en los que nuestros ojos se encontraron, sonrisa de medio lado en mis labios, pavor en los suyos.
Y caí, en pie, como si aquel salto no hubiera resultado mas que una ligera proeza para mi, recoloque mi traje, ligeramente arrugado por la caída libre, y tomando una copa de las que portaba un hombre del servicio continué el ligero paseo, ahora si, por aquello jardines perfumados que me envolvian a cada paso.
Aun con la mente fija, en aquella dama que había conocido hacia escasos minutos apure mi copa dejándola reposar en el pie de un pequeño estanque, donde las ranas croaban en aquella noche estrellada.
-¡Demonios!¿que sabrá esa humana de demonios? -musité buscando algo mas de alcohol para ingerir con la mirada.

Normalmente los seres humanos tenemos la debilidad de caer dos veces sobre la misma piedra o, en mi caso, caer de nuevo sobre el error de pensar que una batalla ganada suponía una victoria en la guerra. Mis argumentos eran quejas de niña pequeña sobre sus oídos, quizá más expertos que los míos mas no obstante, él había escuchado todas y cada una de mis palabras sin interrumpirme siquiera, pareciendo incluso tener cierto interés o diversión en escucharlas.

Mi pecho subía y bajaba agitado por tal cúmulo de emociones, las mismas que se reflejaban en los ojos azules de Joe. Algo había vuelto a su mente que hizo que sus ojos cambiaran por completo, trayendo a ellos los demonios de un pasado nada fácil quizá y con ellos un cambio completo de su actitud. La locura se apoderó de sus actos y saltó al mismo abismo y yo, asustada por ser la causante o no de tal delirio pegué un grito temiendo por su vida. Mis ojos clavados sobre los suyos y mi cuerpo abalanzándose peligrosamente hasta el vacío, incrédulo de lo que acaba de ver... ¿Acaso había caído sin ningún rasguño por su propio pie?

Tonta, tonta y mil veces tonta, aquella locura no había sido sino un mero espectáculo para demostrar que él podía tener control sobre mis emociones. Vi su sonrisa socarrona en los labios, labios que devoraban una nueva copa de Champagne como si nada y yo, presa de nuevo del enfado y la impotencia que me causaba el enfadarme sin saber por qué, le di la espalda volviendo al salón de baile.

Divisé a lo lejos mi abanico, olvidado en el mismo lugar en el que momentos antes yacía mi cuerpo, muerto de aburrimiento. Caminé hacia aquel lugar y cogí entre mis manos tan delicado artículo. Al girarme observé como mi padre se acercaba a mi hablando entre risotadas con un joven petulante. Me giré de pronto dándoles la espalda y deseando que no me hubieran visto mirándoles; bufé, exhausta de aquel juego del gato del ratón, agarré mi abanico y fui directa a mi padre.

- Perdéis el tiempo padre, jamás pasaría un sólo minuto con este...- di un repaso a aquel joven con una mueca de disgusto en el rostro -Individuo, he encontrado una compañía más interesante e irreverente en esta velada.

Volví sobre mis pasos sin darle tiempo a rechistar o a impedirme abandonar aquel lugar. Volví al balcón y bajé lentamente por las escaleras ¿Qué dirección tomar? Sin duda, los jardines por los que había desaparecido Joe estaban descartados así que mis pies me llevaron hacia un rincón recóndito de la mansión, el pequeño y extravagante lago que la Contesse había exigido a su marido. Miré a ambos lados constatando que no había nadie, los ruidos de la fiesta quedaban muy lejos así que ¿por qué no disfrutar un poco al menos de esa noche?.

Deshice la trenza que aprisionaba mis cabellos y los dejé volar libres, al compás y antojo del viento. Me senté en la hierba, deshice a mis piernas del tedio de las medias y los zapatos y, tras sentir el frescor de la verde hierba bajo mis pies, corrí arremangando mi vestido hasta la orilla del lago. La noche era la mejor cómplice de mis secretos y de aquellos retazos de libertad, mas era inútil borrar esa sonrisa socarrona de mi mente, maldito Joe Black.

Aquella dama, terca y borde había logrado hacerme enfadar, acaso se creía que por una sonrisa y dos instantes se conoce a una persona, o aun mejor a un inmortal milenario como yo.
Deje escapar una carcajada ante mis propias reflexiones y por suerte, encontré otro de esos sirvientes que botella de champagne en mano rellenaban las copas.
Lo mire fijamente y de un tirón seco le quite la botella, dejando la copa servida en las manos.
-Gracias -musite dándole la espalda y dejandole con un palmo de narices, suerte tuvo, pues mi sed crecía en mi interior casi tanto o mas como mi enfado.
Camine por los jardines dando profundos tragos de la botella que se vaciaba a marchas agigantadas mientras iba aflojando la pajarita de mi cuello hasta deshacerla y dejarla caer al suelo, afloje el primer botón de la camisa, sintiendome ligeramente liberado y tras este un segundo.
La chaqueta fue de lo segundo que me quite, y subí las mangas de la camisa medio ahogado, por ultimo los zapatos dejando que mis pies tocaran la suave hierba bajo ellos.
Estaba tan enfurecido por los recuerdos del pasado que sentía que iba a explotar allí mismo, confuso tensé el gesto, estaba a punto de dejarme ir, de girar sobre mis pies y tomas a aquel desgraciado sirviente y no solo arrebatarle la botella si no la vida, necesitaba sangre, y la necesitaba ya.
Mis ojos se oscurecieron tomando un tono brillante acercándose al rojo, y mi respiración se agito entrecortada dando así paso a la bestia.
Un nuevo trago no aplaco mi necesidad, todo lo contrario la intensifico con mas fuerza.
Llegue a una zona alejada de la fiesta, una especie de lago ridículo y minúsculo, que nada tenia que ver con los de verdad.
Di un nuevo trago a aquella botella como si así lograse algo y motivado por la frustración la estampe finamente contra un árbol haciéndola mil añicos.
Fue ahí cuando me percate de que no estaba solo, desvié mis ojos hacia aquel olor conocido, la dama Celine, con sus pies en el agua admiraba aquel desbordante ataque de ira que mi persona acababa de dedicarle.
-¡vaya! -sugerí con indiferencia, mas en realidad esa mujer me provocaba de todo menos eso -parece que habéis aceptado mi paseo por los jardines y os habéis preparado para la ocasión.
La mire haciendo un gesto con la cabeza, al ver que las medias y los zapatos reposaban sobre la húmeda hierba.
Admire ahora si, su belleza natural, como su oscuro cabello, libre ondeaba al viento enmarcando un rostro casi dotado de una perfección sobrenatural.
-Aun jugando a sentiros libre enclaustrada en un palacio -apunte, creo que con ganas de hacerla enfadar -¿vais a enumerarme nuevas quejas, a llorar por vuestra triste vida en manos de un padre que se acuesta con putas y os quiere desposar con un cretino?¿ O pensáis hacer algo para cambiarlo?¿que tipo de mujer sois?
Mis ojos brillaron frente a los suyos, por el deseo irrefrenable que sentía en ese preciso instante y mis pasos sin casi darse cuenta se hundieron en el agua hasta quedar nuevamente frente a ella.

La paz y tranquilidad de aquel retiro al lago pronto se vieron perturbadas por aquella presencia. Para ser francos, debía reconocer que no había escuchado a Joe acercarse a mi destino, mas si que había notado como repentinamente mi piel se erizaba y de nuevo... de nuevo volvía a sentir aquella extraña y perturbante sensación que invadía mi piel y mis huesos cuando le tenia cerca.

No obstante, esta sensación se volvió patente al escuchar el choque de una pobre botella contra uno de los arboles. Sin duda Joe Black era un caballero enérgico, colérico en ocasiones y, aparentemente, pasional. -Desde luego si pone la misma pasión en todo como lo hace en enfadarse..- Sacudí ligeramente mi rostro desechando aquellos indecorosos y apetecibles pensamientos de mi mente. Del mismo modo que había hecho con mi cuerpo, giré mi cuerpo para observar aquel espectáculo que era Joe Black. Al parecer, teníamos más cosas en común de las que en un principio pensaba, él como yo, se había desecho de las ataduras de su pajarita, chaqueta, zapatos y... parte de su camisa. Caminaba con furia, directo hacia mi sin siquiera ser consciente de ello, o eso era al menos lo que yo pensaba.

El alcohol parecía haber hecho mella en su carácter y en su forma de actuar y, para qué negarlo. El alcohol también había hecho cierta mella en mi, mis mejillas sin duda se encontrarían sonrosadas por sus efectos y mis ojos con las pupilas brillantes y dilatadas. Escuché todos y cada uno de sus reproches sin entreabrir siquiera los labios, dejándole acabar y ¿para qué negarlo? para hacerle rabiar un poco pues, estaba claro que estaba deseando que me quejara y cayera de nuevo en su trampa.

Frente a frente de nuevo, con las olas como barrera de nuestros cuerpos y nuestras piernas; el bajo de nuestras ropas empapadas por las olas. Ambos libres y salvajes, lejos de las fastuosidades de la fiesta,de la charlatanería y las buenas formas. Mis ojos antes perdidos en el horizonte se fijaron sobre los suyos,mirándole directamente, sin pudores o rodeos.

Salvé la distancia entre ambos y percibí cierto asombro en su persona gracias al cambio casi imperceptible en el rictus de su sonrisa. Había sido un día duro y mi encuentro con él no había hecho sino encender la mecha de aquella mezcla explosiva. Deslicé mi dedo índice hasta sus labios haciéndole callar - ¿Y vos vais a callaros y besarme ya? ¿O voy a tener que seguir aguantando otra sarta de palabrería quejandoos de mi y mi carácter?- Mis dedos descendieron lentamente por su cuello hasta el comienzo de su pecho, esperando impaciente una respuesta de aquellos labios.

Discusiones, aquello había caracterizado nuestra noche hasta ese preciso instante en que su dedo rozo mis labios, los entreabrí preso del embrujo de sus ojos cuando esta me mando guardar silencio para acto y seguido provocarme nuevamente con su afilada lengua.
Aquello era una invitación al deseo y yo pensaba dejarme arrastrar hasta el mismísimo infierno colgado de sus piernas aquella noche.
Mi mano se poso en su nuca con la posesividad de los amantes y mis labios aun sellados por su dedo acortaron las distancias que unían nuestras bocas.
Su respiración chocaba con la humedad de mis labios, entrecortando el viento contra mi boca ahora abierta por el deseo.
Jadeamos uno frente al otro, con los labios apenas rozándose en ese tira y afloja del deseo donde nuestros alientos entremezclados suplicaban que diéramos el primer paso.
Sin poder contener el deseo cruce el precipicio de sus labios adentrándome en su boca para enredar nuestras lenguas hasta formar una sola.

Mi mano buscaba su pierna, alzándose junto a su falda, piel tan suave como una caricia, hundía mis dedos en ella dejándome llevar por una lujuria desmedida, roce su muslo y lleve mi mano hacia el interior de este, tan caliente que podía abrasar las yemas de mis dedos sobre su piel.
Mis labios descendieron por su mandíbula, perfilándola entre jadeos y entrecortadas respiraciones, dientes que arrastre por su cuello, necesitado, ardiente, muerto de ganas de ella.
Miso ojos tan oscuros como la noche, adquirieron un tono rojizo cuando mis dedos tocaron sus humedecidas bragas, mas ahí no se detuvieron las hice a un lado y jadee alzando ligeramente los ojos buscando su reacción, no quería perderme ni el mas mínimo detalle de aquella maravillosa criatura.
Fue entonces y solo entonces, cuando nuestros ojos se cruzaron el momento en el que introduje dos de mis dedos en ella.
Jadee abriendo los labios al sentirlos en su interior, mojándose a su paso, atrapados por el calor de su sexo.
-Estas muy mojada -gemí alzando mi cara para encontrarme con la suya a escasos centímetros. De nuevo empezaba el juego de la seducción -¿tanto lo deseabais? -susurré contra su boca moviéndolos tan despacio que podía sentir como la dama movía las caderas en su búsqueda, necesitaba mas, lo notaba y mi excitación frente a la suya aumentaba.
Mi virilidad pugnaba a gritos por ser liberada, estaba tan excitado como ella
-¿quieres mas? -susurre empezando a mover mis dedos mas rápido, dentro y fuera una y otra vez.

Una chispa que había incendiado todo mi mundo, aquello había sido Joe para mi esa noche. Debía reconocer que no habíamos empezado con buen pie, ambos quejándonos el uno del otro y... cuando clavaba mi mirada sobre la suya aún sabía bien si matarle o ahogarle con mis besos.

Cada roce y cada palabra nos habían conducido a aquel momento, a perdernos en los labios del otro sin remedio y sin remordimientos. Su lengua era hábil, experta de otras bocas y mis labios se rendían ante aquel torrente que eran los suyos. Clavé mis uñas en su pecho semidesnudo al sentir sus manos descender por mi vestido para, a continuación adentrarse en aquel terreno peligroso que eran mis piernas y... seguidamente mi entrepierna.

Un jadeo escapó de mis labios al tiempo que mis uñas se clavaban sobre su piel en un intento de controlar aquel torrente de deseo que fluía por mis venas y por nuestros cuerpos cuando él, hábilmente introdujo dos de sus dedos en mi interior. Y en aquel preciso instante, nuestras miradas se cruzaron, presas ambas del mismo deseo y la misma desesperación de ser una sola carne.

La tregua del deseo sólo concedio unos minutos a ese juego del cazador y la presa que a él tanto parecía gustarle. Elevé una de mis cejas con aire divertido - Creo Joe... que no soy la única aquí que está excitada, muy excitada si me permites añadir...- susurré frente a sus labios, reprimiendo más y más jadeos que ansiaban salir de mis labios al notar como sus dedos adquirían un ritmo frenético dentro de mi.

Sí, tanto lo deseaba y sí quería más. Quería más desde el mismo instante en que me llevó la contraria, quería más desde que mis ojos se cruzaron con los suyos, quería más desde que me había amenazado con tomarme frente a todos. Quería más, pero estaba segura de que no era la única.

Solté una leve carcajada y me alejé tan sólo un poco de él, lentamente y le di la espalda. Bajé uno de los tirantes de mi vestido, lentamente, permitiendo que se recreara en ello y que sintiera desesperación por arrancarme la misma ropa; una vez mi hombro quedó al desnudo giré mi rostro, mordiendo mis labios y clavando mi mirada en la suya - ¿Y tú? ¿Quieres más... Joe Black?-

De nuevo una suave y ligera risa escapó de mis labios y el viento, respondió con su particular risa alborotando mis cabellos y dándome así un aire más salvaje,más sensual. Quería poner al límite su cordura, hacerle desear cada centímetro de mi cuerpo, cada beso que escapara de mis labios, pero sobre todo, quería que me lo rogara para así convertirme por una vez en la cazadora y él en mi presa.

- Si deseas más, sólo has de tomarlo... antes de que cambie de opinión-

Sus uñas se hundieron en mi piel mientras sus labios entreabiertos dejaban escapar el aire emitiendo pequeños jadeos, casi tan seguidos como los incendiarios movimientos de mis dedos.
Para ese entonces estaba tan mojada que sentía mis dedos resbalar calientes en su interior hundiéndolo mas y mas.
-Así pequeña -susurré observando completamente empalmado cada una de sus gestas.
Fue entonces cuando se apartó dejando su flujo en mis manos y mis ganas presas de su cuerpo.
Sonreí con la picardía que solo un depredador entiende en el juego de la seducción y la mire fijamente mientras se movía todavía empapada alejándose de mi.
Sus ojos me buscaban y sus piernas me ansiaban, aquello lo sabia, lo olía. Sus ojos aun fijos en los míos querían jugar conmigo, quería enloquecerme y lo estaba consiguiendo.
Mas mi próximo movimiento era un jaque al rey y lo sabia, alce mi mano y lleve mis dedos a la boca deslizándolos por mis labios, note como su boca se abría, casi gimió de placer cuando imitando el gesto que hacia unos segundo había ocasionado en su interior, los introduje en mi boca lamiéndolos con deseo.
-Delicioso -susurré con los ojos oscurecidos.
Fue entonces cuando se giro dándome la espalda, sonreí consciente de lo sumamente excitados que ambos nos encontramos, y lentamente bajo su tirante, tan lentamente lo hizo que creí que me abalanzaría sobre ella y despedazaría ese vestido en el acto.
Mas me contuve, si no seria ella quien ganaría y a mi no me gustaba perder jamás.
- ¿Y tú? ¿Quieres más... Joe Black?- preguntó dejando su hombro al descubierto frente a mis ojos.
Acaso no era obvio, a ella, cada parte de su cuerpo, pensaba tomar hasta el ultimo resquicio de su ser y hacerlo mío, solo mío.
Mis ojos ahora rojos me delataron, me ardían las ganas y mi virilidad me empujaba a penetrarla embistiéndola como la bestia que era.

La brisa se alzo, moviendo su oscura melena y con ella mi cuerpo que de nuevo se pego al ajeno.
-Si deseas más, sólo has de tomarlo... antes de que cambie de opinión- ordenó tomando el mando.
¿ Claro que quería mas? Lo quería todo, gruñí contra su piel sintiéndome perdido y de un tirón brusco saje el vestido lanzándolo al suelo. Estaba descontrolado y ya poco me importaba si ganaba yo o ella, ahora solo necesitaba entrar, metérsela hasta el fondo y oírla jadear con cada una de mis embestidas...
Mas iríamos poco a poco, me deje caer de rodillas, alzando la vista nuevamente, sonrisa lasciva antes de llevar mi boca directa a su sexo.
Hundí mi lengua entre sus labios, despacio, casi tanto como ella había bajado ese maldito tirante, estaba tan mojada que mi boca se humedecía a su paso
-¡Vaya, vaya, parece que tu vagina me esperaba! -susurré contra su su piel.

Creí morir al verle llevarse los dedos mojados de mi misma a los labios... Abrí los míos dejando escapar un jadeo mudo y traté de concentrarme en nuestro juego si caer rendida de rodillas a sus pies... tal y como él desearía que hiciera.

El juego siguió y cuando nuestros ojos se cruzaron de nuevo, casi por casualidad, necesitándose los unos a los otros... me quedé extrañada ¿Acaso se habían vuelto de color rojo? No, aquello era imposible, mi imaginación debía haberme jugado una mala pasada entre los delirios que aquel hombre de cuerpo perfecto provocaba... y nublaba cada uno de mis sentidos hasta llegar a imaginar que sus ojos habían cambiado de color.

Se aproximó a mi y rasgó mi vestido de arriba a abajo, dejándome por única prenda mi blanca desnudez. En un primer momento pensé en cubrirme el cuerpo avergonzada de los defectos que él pudiera ver... Pero segundos después, cuando se arrodilló ante mi para enterrar sus labios en mi entrepierna con la misma lentitud con la que minutos antes yo bajaba el tirante de mi inexistente vestido. ¡Cielos! ¿Habría sufrido él tanto con aquella tortuosa espera como lo estaba haciendo ahora yo?

Enterré mis dedos entre sus rebeldes cabellos,ansiando sentirle de una vez por todas, que me hiciera suya con la luna como único testigo de nuestros juegos de caza, juegos de placer. Le miré a los ojos y me arrodillé quedando a su altura,sintiendo el agua mojar mis torneadas piernas.

Con mis manos aún enterradas en su cabellos, tiré de ellos haciendo que me mirara a los ojos directamente.- Ese vestido me costó una fortuna y tardó un año entero en llegar desde Florencia y... ¿pretendéis ahora que retorne desnuda a casa y vos intacto? me temo que no- Una sonrisa ladeada y sensual se apoderó de mis labios y mis manos se soltaron de sus cabellos para posarse en su pecho y empujarle hacia atrás haciéndole caer sobre la hierba.

Me senté a horcajadas sobre él y arranqué su camisa para observar mejor aquel torso perfecto... Pase mis uñas sobre él y deposité un pequeño mordisco justo en el lugar en el que comenzaban sus pantalones. - Creo que también deberíamos deshacernos de esto ¿no?- susurré mirando descaradamente su entrepierna Hay algo que pugna por salir desesperadamente y... tanta presión no puede ser buena- Tiré de nuevo abriendo sus pantalones con fuerza, viendo orgullosa como saltaban los botones que los mantenían cerrados. Pegué mi cuerpo al suyo y acerqué mis labios a su oído para susurrarle - Así mucho mejor ¿no creéis?-

No me dejo por mucho tiempo saborearla, estaba impaciente, sus jadeos eran tan seguidos casi como los míos que se ahogaban una y otra vez en su sexo.
Fue entonces cuando se arrodillo frente a mi, nuevamente nuestros labios se encontraron de frente y nuestros ojos bailaron al sol de la luna.
-¿Vestido? ¿Os preocupa el vestido? -bromeé muerto de ganas antes de ser empujado contra la húmeda hierba.
Claro que no era el vestido, lo que quería, era a mi, lo notaba por cada roce de su piel como se erizaba frente a mis caricias, como clavaba las uñas en mi pecho, jadeé, aquella mujer era una explosión sexual para mis sentidos. Abrió la camisa dejando al descubierto mi torso, mas yo no podía dejar de mirar sus pechos descubiertos, tersos, que se movían con cada una de nuestras acciones.
Mi falo pedía guerra, estaba tan duro que sentía iba a explotar, agradecí que fuera liberado alzándome ligeramente y tomando con mis manos uno de sus pechos que lleve contra mis labios, lamiéndolo, mordiendo con suavidad, su pezón se endureció contra mi boca.

Su espalda se arqueaba entre mis manos acercando y separando de mi boca aquello turgentes pechos
-Te voy a follar -susurré contra su piel con la voz ronca.
Lo reconocía, no podía mas, si alguno de los dos estaba ganado aquel pulso era ella, que con sus caderas trazaba círculos sobre mi polla recta invitándome a entrar.
La gire, poniéndola a cuatro patas, sus ojos me buscaron impaciente, como si adivinaran mi siguiente movimiento, restregué mis dedos una vez mas por su húmedo sexo antes de acercar a la entrada de su vagina mi miembro mientras lo masturbaba con delicadeza.
La mire, quería que me lo suplicara, quería que deseara que la embistiera con la misma fuerza con al que quería hacerlo yo.
Sus caderas me buscaron nuevamente, sonreí antes de meterla de un golpe seco en su interior. Estaba tan caliente que mi falo quedo cubierto al completo por su humedad mientras sus paredes lo atrapaban entre cada movimiento, muy despacio entraba y sacaba todo mi miembro de ella.
Lleve mi mano a su clítoris dispuesto a estimularlo con mis dedos mientras el ritmo empezaba a aumentar y con el, mis gemidos contra su espalda

Mi cuerpo reaccionaba ante cada una de sus caricias, sus besos y sus mordiscos. Poco me importaba ya si este juego entre nosotros lo ganaba él o si lo hacía yo, la única certeza que tenía era que quería, deseaba, ansiaba y necesitaba sentirle dentro de mi, con su cuerpo sudoroso pegado al mío y sus labios gimiendo de placer en mi oido.

- Te voy a follar- dijo él como declaración de intenciones, no pidiendo permiso sino dando por hecho que iba a hacerlo. Y yo ansiaba que lo hiciera ya de una vez, por lo que un gemido impaciente se escapó de mis labios mientras él hacía cosas con mis pechos que ningún otro había hecho antes.

Había estado con algún hombre antes que Joe, pero sin duda alguna, ninguno se le acercaba ni por asomo. Él rebosaba energía y, tal como había imaginado previamente, ese misma pasión que ponía en discutir mis argumentos y en hacerme enfadar, la ponía también en la cama, o en este caso en la hierba. Y yo solamente era consciente de que, sin apenas haber empezado nuestro juego, estaba ya a punto de estallar ante sus simples caricias.

Sin darme tregua, abandonó mis pechos poniéndome de espaldas. Estaba ansioso por probar mi cuerpo y yo lo sabía y su pene era tan sólo la confirmación palpable de este hecho. Cerré los ojos disfrutando de sus caricias y esperando la que pensaba sería una brutal acometida. Acerté, mas mi cuerpo reaccionó como si no lo hubiera esperado.

Un fuerte y largo gemido escapó de entre mis labios y mi espalda se arqueó al sentirle al fin y completamente dentro de mí. Disfruté de aquella sensación deliciosa de sentirme plena y llena de él pero duró poco porque pronto comenzó con su particular danza lenta al principio, frenética con el tiempo.

Giré levemente mi rostro perlado de sudor y mordí mis labios para que él viera el placer reflejado en mi rostro y, para qué negarlo, para comprobar yo lo mismo en el suyo. Moví mis caderas, acompasando mis movimientos con los suyos para que así nuestro placer fuera mayor.

Los gemidos escapaban de mis labios casi sin control y Joe hacia lo propio, gimiendo y gruñendo contra mi cuerpo. Sonreí, era hora de jugar... y Joe era el perfecto compañero de juegos. -¿Eso es todo cuanto sabes hacer Joe Black?-

Sonreí y aproveché una de sus salidas para levantarme y contemplar su desnudez desde aquella perspectiva. Mordí mis labios muerta de deseo y deseosa de hacerle estallar, morir extasiado de placer ante aquel encuentro. Me agaché de nuevo quedando a su altura y, como momentos antes había hecho, le empuje contra la suave y fresca hierba.

No sabía qué tenía aquel hombre que me hacía ansiar tanto tomar el control como ser su particular esclava. Sonreí de medio lado y posé mis manos sobre su pecho, sentándome con lentitud a horcajadas sobre sus piernas. Pegué mi cuerpo al suyo y recorrí con mis labios su cuello pausadamente -¿Qué tal si ahora la que te folla soy yo...?- Elevé mi cadera con suma lentitud y agarré su miembro con una de mis manos, haciéndolo coincidir con la entrada a mi sexo. Sonreí triunfante frente a sus labios sin esperar a su respuesta, clavé mis ojos en los suyos para no perder detalle y, con una desesperante lentitud fui bajando mis caderas, introduciendo su miembro dentro de mí.

Sí, aquella lentitud le haría ansiar más pero también le permitiría sentir cada centímetro de mi interior, magnificando así las sensaciones. Continué con movimientos así durante unos segundos para, a continuación, volver a sacar su miembro lentamente de mi interior.

Sonreí traviesa y, cambiando la rutina anterior lo introduje de golpe en mi interior sin poder evitar el emitir un gemido fuerte y gutural... - Deseo hacerte enloquecer Joe...- dije entre jadeos, con la piel erizada y mi cuerpo extasiado de sentirle al fin dentro de mi.

Cada palabra que salia de su boca invitaba a provocar hasta el mas recóndito deseo lujurioso de mis sentidos.
Mas cuando su coño escapo dejando mi virilidad palpitante al aire gemí rabioso con la boca entreabierta por el deseo.
Mire como jugaba conmigo, como me pedía mas, pero a la vez quería marcar los tiempos de ese mas y de ese cuando.
Deliciosa tortura que olía a ella y sabia a ella, mas aun cuando empujándome nuevamente cabalgo sobre mi tan despacio que sentí que me correría en ese instante.
Mis manos empujaron sus caderas buscando su mojado y caliente interior mientras mi cabeza se hundía entre sus pechos mordiéndolos ya sin ningún tipo de control.
Voltee a la dama cuando el ritmo que llevaban sus caderas al chocar con las mías marcaba el principio del fin de ese juego y yo como ella ansiaba mas, mucho mas.

Me puse en pie con los ojos tan oscuros como la noche y de un golpe seco tire de su brazo alzándola con brío y montandola sobre mi, mi polla se metió en ese coño mojado resbalando con virulencia y el choque de nuestras caderas ahora resulto incendiario.
Gruñí de placer sintiendo como su cuerpo se arqueaba salvaje entre mis manos y su cabeza se lanzaba atrás con los labios completamente abiertos emitiendo jadeos cada vez mas y mas seguidos.
-Así pequeña -susurré sintiendo como sus paredes vibraban atrapando mi falo, sus piernas se enredaban con fuerza en mi culo y sus pechos rebotaban frente a mis ojos con cada embestida.
-No puedo mas -gruñí apagando mi gemido en su cuello cuando sentí como mi virilidad se sacudía salvaje en su interior llenándola de mis.

Busque con mi mano el apoyo de un tronco cercano y allí con la respiración agitada y abrazado a la dama trate de recobrar la compostura, fue entonces cuando mis labios la buscaron ,enredando nuestras respiraciones entrecortadas al unisono.
-¿Siempre eres así? -pregunte divertido apartándome tan solo un segundo de su boca antes de volver a tomarla.

Éxtasis. Aquello era lo que alcanzaría de un momento a otro junto a aquel hombre. Poco importaba si yo trataba hacerle enloquecer, pues él sin yo esperarlo siempre conseguía dar la vuelta a la situación y con ello sorprenderme. Si yo me proponía volverle loco de placer, él lo hacía pero al hacerlo, yo misma me veía cada vez más cerca del orgasmo con cada uno de sus gemidos. Por el contrario, cuando él tomaba el control sentía que cada fibra nerviosa de mi cuerpo se electrificaba con el roce de sus piel, sus labios, o incluso sus dientes.Lujuria en estado puro, eso era lo que me hacía ser y sentir Joe cuando estaba cerca, con su sola presencia.

Mis pensamientos se vieron interrumpidos de golpe por aquel tirón. De nuevo volvía a ser presa de su embrujo, de sus brazos y de su miembro. Gemí contra sus labios y, con cada embestida, sentí que el éxtasis estaba más y más cerca. Mis piernas rodearon su cintura,ansiando que entre nuestros cuerpos desnudos no existiera el más mínimo espacio.

Y al fín ahí estaba, el culmen de aquel placer y deseo que llevaba embriagándome toda la noche. De mis labios escapó un fuerte gemido, o un gruñido o un jadeo, poco importaba ya porque estaba muriendo de puro placer entre sus brazos.- ¡Oh Dios Joe!-

Mi respiración por entonces acelerada fue calmándose poco y, mis uñas, clavadas sobre su ancha y musculosa espalda, fueron deshaciendo aquel abrazo. Mis caderas no obstante, siguieron ancladas a sus piernas,moviéndose con intensidad esperando el momento en el que él estallara como yo. No tardó en ocurrir y fue tan salvaje que su mano tuvo que apoyarse sobre un tronco para no caer ambos sobre la hierba y hacernos daño.

El mismo momento en el que él estalló y me llenó de toda su virilidad y toda su fuerza, fue un momento indescriptible, lleno de sensaciones. Y yo, con los ojos cerrados sentí como casi volvía enloquecer entre sus brazos, por el simple hecho de aquel violento placer que él acababa de experimentar. Era su presa y no me importaba serlo, me gustaba serlo.

Su voz, profunda y gutural por los ecos del deseo, interrumpió mis pensamientos. Sus labios buscaron de nuevo los míos con la avidez con la que los niños pequeños devoraban los dulces cuando al fin se los concedían. -Me gustaría decir que sí, que soy siempre igual de ardiente y excitante pero... he de reconocer que lo que has visto esta noche... sólo me ha pasado contigo el desatarme de esta manera...- bajé mi rostro, eluyendo su mirada y sintiendo como poco a poco mis mejillas se tornaban sonrosadas. Seguro que después de haber sido una pantera con él, se burlaría de ver ante él a un cervatillo asustado y avergonzado -Desatas mis instintos más bajos y... no he conocido a ningún hombre que ponga tanta pasión en hacer disfrutar a una mujer al margen de hacerlo él mismo... ¡Dios Joe! ¡Si con sólo rozar tus labios con mis pechos pensé que enloquecería ahí mismo!- reí de nuevo, aún más sonrojada y esperando su carcajada o su comentario sarcástico por mi inexperiencia.

Suspiré y posé mi rostro sobre su hombro mientras mis dedos traviesos y, sin saber bien qué hacer se enredaban en su cuerpo, recorriéndolo centímetro a centímetro, ansiosos de saberse de memoria cada músculo y cada recoveco de aquel cuerpo cincelado por los mismos ángeles.-Perdóname, debes pensar que soy una tonta por lo que acabo de decirte y... seguro que antes habías experimentados placeres iguales o mejores pero... Como vaticinaste al principio de la noche... Has sido único Joe Black y dudo mucho que ya pueda disfrutar con algún otro hombre sin compararlo con esta noche-

De nuevo mi risa fresca invadió la oscura noche y mis labios besaron su cuello lentamente, ansiando que aquel momento no acabara jamás para no separarme de aquellos brazos y aquellos labios que llevaban mi alma al precipicio de la locura. Elevé mi mirada, clavándola en la suya y, a riesgo de estropear aquel momento pregunté ¿Y tú?¿Cómo es Joe Black?

Ahora sus mejillas adquirían aquel tono rosado de la vergüenza, y su timidez, desbordada por la lujuria tan solo hacia unos segundos, hacia acto de presencia frente a mi, su seguridad parecía esfumarse y con ella aquel juego de caza del que tanto había disfrutado.
Sus dedos aun se enredaban en mi cuerpo, traviesos mostrándome el resquicio de lo que fue, y de lo que ya no era.
Sonreí admirando sus labios, aquel cuerpo perfecto, cada curva cincelada por el infierno y puesta allí en la tierra para mi placer.
Relamí mis labios aun con sus sabor en ellos mientras escuchaba sus palabras llevando mis dos dedos a mi nariz sin apartar mis ojos de los ajenos.
Si, era una provocación porque eso ansiaba, seguir provocándola hasta hacerla nuevamente enloquecer.

-Desatas mis instintos más bajos y... no he conocido a ningún hombre que ponga tanta pasión en hacer disfrutar a una mujer al margen de hacerlo él mismo... ¡Dios Joe! ¡Si con sólo rozar tus labios con mis pechos pensé que enloquecería ahí mismo!-

-Tal y como lo describe mi señora parece que en su jaula de cristal no había entrado ningún hombre hasta ahora- Apunte con la soberbia propia de mi inmortal raza.
Deslice mis dedos entre sus cabellos oscuros, tan despacio como ella bajo hace un tiempo ese tirante.

-Perdóname, debes pensar que soy una tonta por lo que acabo de decirte y... seguro que antes habías experimentados placeres iguales o mejores pero... Como vaticinaste al principio de la noche... Has sido único Joe Black y dudo mucho que ya pueda disfrutar con algún otro hombre sin compararlo con esta noche

Escuche como me piropeaba una y otra vez, y no mentiré me gustaba que destacara por encima de cualquier cosa mi hombría. Por supuesto que no podría compararme con ningún otro, porque yo era único, diferente a todo lo que había conocido y conocería, yo era Joe Black.

-La pregunta es ¿cuan dispuesta esta a escapar de esa jaula y sumirse en la perdición del infierno?
Quizás no fuera capaz de comprender el punto de verdad de mis palabras, que las considerara la soberbia de un loco, de un fanfarrón y si, yo era todas esas cosas y mucho mas, yo era el demonio que andaba inmortal sobre la tierra y ahora libre quería jugar con ella hasta matarla ..aun no sabia si solo de placer, pero ansiaba por morderla, probar su sangre, llevarla al limite entre lo real y lo imposible.

Sus labios se apoderaban de mi cuello, despacio, ardiente todavía e mi, y yo simplemente me dejaba hacer, no era muy propenso a mimar a las damas tras el acto, creo que mi incapacidad de sentir en esos casos hacia gala de presencia en mi y la frialdad que acontecía mis actos.
Deseaba saber de mi, y no se lo prohibiría, mas para hacerlo tendría que jugar a mi juego.
-¿Estas dispuesta a venderme tu alma? -pregunté arrastrando las palabras llevando mis labios hacia los suyos con suavidad mas sin tocarlos.
Mi aliento golpeo sus labios húmedos y de nuevo sentí como su cuerpo se humedecia frente al mio.
-¿quiero llevarte al infierno? -susurré estirando mi lengua y lamiendo sus labios de forma provocadora.