~Encuentos a la luz de la Luna~ [Fiorella]

Las reuniones sociales nunca habían sido mi fuerte. De echo, siempre intentaba evitarlas para no tener que estar rodeada de humanos. Para no tener que estar constantemente sintiendo la necesidad de asesinar sólo para poder gozar del preciado líquido que corre por sus venas. Aquel que me da vida cada noche y por el cual me sigo moviendo única y exclusivamente.

El problema era que, aquella baronesa, había comprado varios de mis cuadros. Los vieron cuando fueron expuestos y decidieron que el dinero lo puede comprar todo, hasta la presencia de la pintora de los mismos en su gran fiesta de muestreo. Y allí me encontraba yo. Con una copa de vino aspero en la mano y una leve sonrisa a aquellos que se acercaban alabando una obra que distaban muchisimo de entender.

Si sólo uno de ellos supiera en que momento y bajo que condiciones... más aún que tipo de pintura se había utilizado para su ejecución... no estarían tan felices y maravillados por el arte que salía de mi cabeza y acababa rematado en esos lienzos. Aunque, quien sabe, quizás alguno de ellos fuera conocido de todas aquellas esas personas antes de acabar plasmado en un trozo de tela por los siglos de los siglos. Lo importante, finalmente, no distaba de ser que había recibido una pequeña fortuna por ellos. Y que, dicho dinero, serviría para mantener mi fachada mortal en aquella ciudad, quizás incluso para poder residir en un hogar un poco más acorde a mi nivel social.

- ¿Es usted la artista? - dijo un hombre de mediana edad que portaba un exhuberante bigote que terminaba en dos puntas canosas y que me miraba bajo unas lentes que descansaban en su menuda nariz.

- Así es - le respondí.

El olor al sudor de aquel varón me producía asco y, su presencia, repulsión. Mientras mi sonrisa falsa agradaba su vista, en mi mente sólo podía pensar en abrirle la garganta.

- ¿Estaría dispuesta a realizar un retrato familiar? - me preguntó mientras se apartaba y me mostraba a su familia que, con él, eran cuatro miembros. Una dama de su edad, un niño entorno a los diez años y una joven que acabaría de cumplir la mayoría de edad.

- No soy muy de ese estilo monsieur. Pero quizás pueda hacer una excepción - le contesté mientras volvía a mirar a todos los miembros que componían su unidad familiar.


El aire era fresco fuera y la Luna brillaba en lo alto de un firmamento oscuro y tiznado por las luces de las estrellas que se movían a un paso soporífero y apenas apreciables por el amplio sendero del firmamente.

No soportaba más aquel lugar y había salido al jardín. Al llegar a la zona de la hierba, quité mis zapatos y hundí la planta de mis pies en el frescor verde que cubría metros y metros a mi alrededor. Caminé un poco sin rumbo, perdiéndome entre un laberinto de arbustos y arboles hasta que finalmente, encontré una fuente de la que manaba agua y caía levemente sobre la misma para autoalimentarse.

Me senté en el borde y moví un poco la misma metiendo un par de dedos en el líquido cristalino, ahora negro por la noche.

- Por fin, algo de paz.

El sonido de la noche, el canto de algún que otro buho herrante llamando a la pareja anhelada, al compañero perdido que llenará sus noches de soledad y calmará sus ansias instintivas que la madre naturaleza coloca en cada de uno de ellos con el fin de perpeturar la especie. La luna clamando su posición en el cielo... el olor a la sangre fresca derramándose entre las briznas verdes, ahora oscuras, del jardín donde me encuentro.

Sangre... siempre está presente en aquel lugar donde me encuentre. Un sensación, un aroma que jamás se aleja de mi persona, de mi ser. Todo huele a sangre, todo sabe a sangre, todo me recuerda a la sangre... Desde la muerte, no hay nada que perciba que no lleve mis pensamientos hasta ella. Mi sino, mi destino, mi condena... todo es sangre para un vampiro. Jamás dejará de serlo, de ningún modo.

Cierro los ojos y me imprergno de ese aroma, de ese estado del ser, de esa delicatesem que hace que todo mi cuerpo se estremezca. También siento su presencia, sus pasos que caminan hacia mi. Noto como casi flota, como sus pies son acariciados por la hierba y esta parece apartarse a su paso. Es como yo, busca víctimas, pero supongo que no esperaba encontrarse como un depredador.

—La paz solo la encuentran los muertos, y nosotras no lo estamos, aun.

Escucho el sonido de su voz a mis espaldas, acariciando mi pelo y llegando a mi oído. Es un cortejo, una táctica para hacer caer a su víctima con palabras suaves, atrayentes, incluso sensuales. Dejo caer un poco mi cabeza mostrando mi cuello, dejándo que muerda si es lo que desea aunque dudo que le guste aquello que encuentre más allá de la piel.

- Quizás vos aún os sintais viva... yo disto mucho de estarlo.

Se balancea, baila a mi alrededor para finalmente posarse como una mariposa al lado mio. La miro de soslayo: no me fio. La verdad es que las reuniones con mis semejantes, desde un tiempo a esta parte, habían resultado bastante fructiferas. No obstante, tampoco podía fiarse una persona de lo que ocurre de manera habitual. La vida era lo más imprevisible que existía.

La miro, la observo, me mantengo en silencio, en alerta. Noto su caricia y  me mantengo impávida ante ella, como si no la notara, como si no la sintiera. La muerte no puede tocar a la muerte. Al menos no puede hacer que se inmute lo más mínimo, no puedes matar lo que está muerto ni acariciarlo. Sólo hay materia más allá de la piel y del alma que un día ocupó el recipiente que ahora se mueve gracias a la vida que sustrae de otros seres vivos.

- Juega a estar viva, juega a vivir como lo harías si lo estuviera. Engañate si así lo deseas: Eres tan consciente como yo de que dejaste de respirar hace años - le contesto a su exposición, a su intento de hacerme reaccionar de algún modo - Somos muerte y portamos muerte. La repartimos entre las personas que se acercan a nosotros. En los que, como moscas, se acercan y quedan atrapados por nuestra tela de araña - seguí diciendo mientras mi mirada penetraba en la suya y mi expresión continuaba siendo seria - ¿Deseas probar mi piel? - le pregunté mientras abría mi muñeca y se la ofrecía - Prueba lo que ella oculta si es lo que deseas.

Luego de nuevo intenta provocar una reacción en mi. Invitarme a un encuentro bacanal con poco más que sangre por doquier. Pero.. aquella noche ya había cenado.

- ¿Acaso compartirías el lecho conmigo? le contesté - Alimentarse es tan privado como yacer en un lecho acompañado. Al menos en lo que a mi respecta.

Aquel juego iba a terminar gustándome de seguir así. Sus palabras eran veneno entremezcladas con la seducción de sus movimientos, de su mirada y sus palabras que acariciaban mis oídos en una noche en la que, en un principio, no había deseado compartir. La seguí con los ojos, la estudié intentando conocerla. Pero es imposible conocer a la muerte cuando se cubre de palabras de poesía y camina danzando como si una hoguera le invitara a hacerlo, como si deseara invocar algun ente extinto, algo en mi que ya estaba muerto...

- ¿Cómo se juega a ser algo que no eres? Juego a ser humana todas las noches y, al llegar el alba, vuelvo a ser un cadaver que pereza bajo el influjo de una luz que domina mi existenciai casi más por encima que el hambre con el que amanezco cada ocaso - agradecía su esfuerzo por hacerme emerger de la desesperación, de la apatía y las ganas de respirar ficticiamente una vez más. Era lo que era y no podía cambiarlo de ningún modo - ¿Cómo se juega a sentir cuando no se siente? No se puede recordar algo que por mucho que una vez estuvo ahí, está olvidado. No se puede jugar con el destino a ser algo que no eres. Sólo es un juego y la realidad finalmente vence a la ficción. Somos lobos que intentan vestirse con piel de cordero - seguí diciendo mientras apartaba un poco el cabello de mi rostro que se había aventurado sobre mis labios mecidos por la brisa - Si juegas demasiado a ese juego terminarás creyéndote cordero en vez de lobo.

Tomó mi ofrecimiento, mi sangre. Cuando noté el contacto de su lengua sobre mi piel, todo el vello se me erizó de tal modo que hacía mucho tiempo que no sentía. Mordí mi labio mientras apartaba el rostro avergonzada por aquella actitud completamente involuntaria y extinta. Intenté evitar lo que se pasaba por mi cabeza y me dediqué a escuchar aquello que seguía diciendo.

- Entonces vuestra necesidad no es tal. Sólo teneis ganas de jugar con la comida y matar el tiempo que dista hasta que el sol quiera coronar de nuevo el cielo. Matar por matar no tiene más sentido que comer por comer. No es algo que me llame en demasía la atención - además, su vestimenta, su olor, denotaba otras cosas - Además, diría que ya habeis saciado el hambre esta noche y que alguien habrá dejado un bonito cadavez no muy lejos de aquí ¿Me equivoco? - añadí la evidencia.

Siento sus frías palabras a la vez que su confianza para darme la espalda. Estaba cómoda, estaba en su terreno. Había llevado la conversación hasta donde ella quería y seguramente no me consideraba una amenaza. Al menos eso parecía.

Me levanté invitada por su gesto, por su guiño y me acerqué hasta ella por su espalda. Estiré una mano y acaricié su cuello. El frio de su piel no me sorprendió en demasía. Tomé el pelo y lo aparté agachando mi cabeza hasta quedar lo suficiente de su piel que mis colmillos la perforaran... Su sangre penetró en mi y con ella, la muerte que portaba... una muerte dulce, ligeramente afrutada...

Aparté la cabeza y lamí la herida para limpiar los restos que pudieran quedar en ella.

- Si... quizás lo pruebe... - contesté ligerament embriagada por la sensación.