AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El primer día del resto de mi vida {Micky Vanier}
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El primer día del resto de mi vida {Micky Vanier}
El vestido le quedaba como un guante. ¡Se sentía tan maravillosa con él puesto! El escote cuadrado dejaba a la vista los huesos de las clavículas y la parte superior del pecho, realzado por el corsé que llevaba debajo. Era algo atrevido, pero no podía dejar pasar la oportunidad de estrenarlo. Su padrastro le había dicho que tendrían un invitado, pero no había especificado más. Al llegar a su habitación, encontró sobre la cama un gran paquete envuelto con una bonita tela clara. Al abrirlo se dio de bruces con aquella maravilla de color azul marino. No veía el momento de probárselo, pero, antes de nada, debía darse un baño. Sus doncellas ya lo tenían listo, como si supieran la prisa que le corría.
Se lavó el pelo y lo enjuagó con agua de flores, que, además de darle un rico aroma ayudaba a desenredar la larga melena. Las mujeres le ayudaron a ceñirse el corsé y a ponerse las enaguas. No tardó en llegarle el turno al vestido, tan suave y delicado como una flor. Estaba desenredándose el cabello cuando su madre, Clara, entró en el dormitorio.
—Deja que te vea con él puesto —le pidió la mujer mientras se sentaba en el borde de la cama.
Yvette se levantó del taburete del tocador y dio una vuelta completa frente a ella. Aunque el vestido no tenía una falda voluminosa, si giraba con fuerza se levantaba con el vuelo. Estaba decorado con infinidad de cenefas y abalorios que realzaban la figura de la muchacha. No era una prenda para el día a día, ni siquiera para alguna fiesta de gala. La joven no entendía el porqué de aquella exuberancia, pero estaba encantada con él.
—Es precioso, madre. El más bonito que he visto. —Su cara era pura felicidad.
Su madre se acercó a ella y la llevó hasta el taburete donde había estado sentada. Ella se sentó tras Yvette y siguió peinando la melena, ya seca y suave. La conversación que mantuvieron mientras peinaba a su hija fue vana y de poco interés. El tiempo, algún chismorreo, nuevos matrimonios entre sus allegados… Hablaban de todo y de nada a la vez. El recogido iba tomando forma poco a poco, dejándole la cara libre de cualquier mechón, salvo por alguno más rebelde que siempre se escapaba. En conjunto, le daba un aspecto juvenil y elegante a su rostro todavía joven y terso. Con un gesto de la mano, la madre despachó a la servidumbre que seguía vagando por la habitación. Yvette lo vio todo desde el reflejo del espejo, esperando lo que su madre tuviera que decir. Porque sabía que algo iba a decir. Pasaron unos minutos durante los que ninguna habló. Una esperaba y la otra no sabía cómo empezar.
—Yvette, hija… —comenzó sin mirarla a los ojos—. Arnaud te habrá contado que hoy tenemos un invitado durante la cena. —Desvió la mirada al espejo, donde la joven la captó. Asintió, dando pie a que siguiera—. Es un hombre que viene a conocerte. Cariño —se sentó en el taburete de nuevo, la barriga empezaba a pesarle— eres toda una mujer, y ya es hora de que formes tu propia familia.
El rostro de la joven hechicera palideció. De todas las opciones que le habían cruzado la mente ninguna había sido esa. Sintió una especie de sofoco que intentó aliviar con un abanico. Se miró el cuerpo y fue entonces cuando entendió el sentido de toda aquella vestimenta. Querían que diera una buena impresión. Miró a su madre con miedo. ¿Vivir fuera de aquella casa?
—¿Por qué no lo he sabido hasta ahora? —dijo con un hilo de voz—. ¿Mi opinión al respecto no era importante?
Clara se mordió el labio inferior. Debía haber imaginado esa reacción, y no la que su mente ilusa creía que iba a presenciar. No le dio tiempo a contestar, ya que escucharon la puerta abrirse en el piso inferior y dos voces de hombre que se saludaban. Yvette respiraba de manera entrecortada cogiendo todo el aire que podía. Intentó adivinar el aspecto de su invitado por la voz, pero era imposible.
—¿Cómo es? —preguntó a su madre.
La mujer sonrió.
—Te gustará, te lo prometo. No hubiera aceptado la propuesta de Arnaud de haber sido al contrario.
Dejó el abanico en el tocador y se sujetó del brazo de su madre. Bajaron juntas las escaleras y llegaron hasta el salón, donde ambos hombres habían empezado a charlar con un vaso de licor en la mano. Yvette tomó aire profundamente en el umbral de la puerta y lo soltó cuando escuchó su nombre en boca de Arnaud.
—Yvette, acércate, por favor.
Con la mirada gacha, la joven obedeció. Se acercó hasta los dos varones, a los cuales se había sumado su madre. Levantó la mirada cuando sintió que Clara le cogía la mano. Se encontró primero con la de ella y después giró la cabeza para cruzarse con la de su invitado.
Se lavó el pelo y lo enjuagó con agua de flores, que, además de darle un rico aroma ayudaba a desenredar la larga melena. Las mujeres le ayudaron a ceñirse el corsé y a ponerse las enaguas. No tardó en llegarle el turno al vestido, tan suave y delicado como una flor. Estaba desenredándose el cabello cuando su madre, Clara, entró en el dormitorio.
—Deja que te vea con él puesto —le pidió la mujer mientras se sentaba en el borde de la cama.
Yvette se levantó del taburete del tocador y dio una vuelta completa frente a ella. Aunque el vestido no tenía una falda voluminosa, si giraba con fuerza se levantaba con el vuelo. Estaba decorado con infinidad de cenefas y abalorios que realzaban la figura de la muchacha. No era una prenda para el día a día, ni siquiera para alguna fiesta de gala. La joven no entendía el porqué de aquella exuberancia, pero estaba encantada con él.
—Es precioso, madre. El más bonito que he visto. —Su cara era pura felicidad.
Su madre se acercó a ella y la llevó hasta el taburete donde había estado sentada. Ella se sentó tras Yvette y siguió peinando la melena, ya seca y suave. La conversación que mantuvieron mientras peinaba a su hija fue vana y de poco interés. El tiempo, algún chismorreo, nuevos matrimonios entre sus allegados… Hablaban de todo y de nada a la vez. El recogido iba tomando forma poco a poco, dejándole la cara libre de cualquier mechón, salvo por alguno más rebelde que siempre se escapaba. En conjunto, le daba un aspecto juvenil y elegante a su rostro todavía joven y terso. Con un gesto de la mano, la madre despachó a la servidumbre que seguía vagando por la habitación. Yvette lo vio todo desde el reflejo del espejo, esperando lo que su madre tuviera que decir. Porque sabía que algo iba a decir. Pasaron unos minutos durante los que ninguna habló. Una esperaba y la otra no sabía cómo empezar.
—Yvette, hija… —comenzó sin mirarla a los ojos—. Arnaud te habrá contado que hoy tenemos un invitado durante la cena. —Desvió la mirada al espejo, donde la joven la captó. Asintió, dando pie a que siguiera—. Es un hombre que viene a conocerte. Cariño —se sentó en el taburete de nuevo, la barriga empezaba a pesarle— eres toda una mujer, y ya es hora de que formes tu propia familia.
El rostro de la joven hechicera palideció. De todas las opciones que le habían cruzado la mente ninguna había sido esa. Sintió una especie de sofoco que intentó aliviar con un abanico. Se miró el cuerpo y fue entonces cuando entendió el sentido de toda aquella vestimenta. Querían que diera una buena impresión. Miró a su madre con miedo. ¿Vivir fuera de aquella casa?
—¿Por qué no lo he sabido hasta ahora? —dijo con un hilo de voz—. ¿Mi opinión al respecto no era importante?
Clara se mordió el labio inferior. Debía haber imaginado esa reacción, y no la que su mente ilusa creía que iba a presenciar. No le dio tiempo a contestar, ya que escucharon la puerta abrirse en el piso inferior y dos voces de hombre que se saludaban. Yvette respiraba de manera entrecortada cogiendo todo el aire que podía. Intentó adivinar el aspecto de su invitado por la voz, pero era imposible.
—¿Cómo es? —preguntó a su madre.
La mujer sonrió.
—Te gustará, te lo prometo. No hubiera aceptado la propuesta de Arnaud de haber sido al contrario.
Dejó el abanico en el tocador y se sujetó del brazo de su madre. Bajaron juntas las escaleras y llegaron hasta el salón, donde ambos hombres habían empezado a charlar con un vaso de licor en la mano. Yvette tomó aire profundamente en el umbral de la puerta y lo soltó cuando escuchó su nombre en boca de Arnaud.
—Yvette, acércate, por favor.
Con la mirada gacha, la joven obedeció. Se acercó hasta los dos varones, a los cuales se había sumado su madre. Levantó la mirada cuando sintió que Clara le cogía la mano. Se encontró primero con la de ella y después giró la cabeza para cruzarse con la de su invitado.
Yvette Béranger- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 96
Fecha de inscripción : 17/07/2016
Re: El primer día del resto de mi vida {Micky Vanier}
La noche anterior no había podido conciliar el sueño, se la había pasado pensando en ella. El cuadro con su retrato que había encontrado hace un par de meses y que se postraba en el salón principal de la mansión colgaba ahora en una de las paredes de su habitación. Había pensado que si lograba regresar a esta casa con una esposa en su mano a ella le resultaría extraño ser recibida en su nuevo hogar por el retrato de su hermana, fue por ello que esa noche había llevado el cuadro hasta la habitación más alejada de la casa, donde dormía desde que había regresado. Hace tan sólo un mes estaba recibiendo la carta que lo había llevado hasta este momento. La carta era de uno de los hombres que aún vivían en aquellas tierras a las que antes habría llamado hogar y que habían pertenecido a su padre, en ella explicaba que habían sido visitados por alguien que alegaba ir en nombre de la corona y que exigía encontrarse con la persona a quien estas tierras le pertenecían. Aquel pobre hombre no pudo hacer otra cosa más que mentir. El señor Vanier se encuentra fuera pero regresará pronto, les dijo.
Toda esa noche recordó las conversaciones que tenía con Daniella una y otra vez sobre lo que sería su vida una vez ella se convirtiera en una mujer. Ambos sabían que llegado el momento ella sería prometida con alguien conveniente. La forma en cómo debían ser las cosas no era el tema de sus conversaciones, su educación los había llevado a aceptarlo, lo que a ella le preocupaba toda vez que sabía de algún familiar o amigo siendo prometido era no llegar a amar al hombre que fuera elegido para ella. Cualquier hombre llegaría a amarte, era lo único que Alexandre podía decirle. Eso y la promesa de siempre estar ahí para ella, eran el único consuelo que su hermana menor podía encontrar ante la incertidumbre de su destino. Paro Alexandre era completamente diferente, él sí que había podido elegir a quién amar anqué ahora hubiese deseado no haber tenido esa oportunidad pues la mujer que había amado había sido la misma que destruyera su vida hace unos años y la misma que era ahora dueña de la mujer a quien realmente amaba.
Cualquier hombre. Esas eran las palabras que retumbaban con más fuerza dentro de su cabeza.
— Su transporte ha legado, señor –uno de los sirvientes de la casa le interrumpía para informarle que el carruaje que lo transportaría había llegado. — Gracias. Estaré ahí en unos minutos –le respondió a través de la puerta que permanecía cerrada— El señor Arnaud ha venido personalmente –insistió el sirviente — Hazle saber que no demoraré –contestó con cierta irritación y al no escuchar respuesta del otro lado supo que se encontraba solo de nuevo.
¿Qué estaba haciendo? Fue lo último que se preguntó antes de salir de la habitación después de unos minutos. Cerró la puerta con llave y colocó esta alrededor de su cuello. No pudo responder a su pregunta cuando se encontró a si mismo frente a quien era el otro artífice de lo que sería su nueva vida.
— Perdona, Arnaud –se disculpó al verle justo al pie de la puerta —, tenía algunas cosas que atender –le dijo con la mejor sonrisa que pudo improvisar — No te preocupes, Alexandre, entiendo, un Ducado no puede ser un asunto fácil de atender –supo de la ansiedad en su voz casi al momento de oírle decir la primer palabra. Si tan sólo supiera la verdad, pensó.
El camino a la mansión de Arnaud era relativamente corto aun cuando a él le había parecido eterno. Imagino que así sería como Daniella se comportaría el día que conociere a su esposo. Para él no era lo mismo por supuesto. A él no le preocupaba el aspecto de Yvette, la hijastra de Arnaud comprometida ahora a su familia, tampoco le interesaba la opinión que ella tendía de él, siquiera si lograrían llevarse bien. Lo único que a él le interesaba era regresar a casa de su mano y con ello la esperanza de no perder lo único que quedaba de su familia. Después de todo debía procurar que cuando Daniella regresará con él fuera su hogar donde la recibiera.
Nada de lo que hacía era para él, nada de lo que estaba a punto de hacer sería tampoco para ella, su nueva esposa. Eso lo supo mientras miraba por primera vez a Yvette, supo que entre todo, quien más sufriría por sus acciones iba a ser ella, lo más difícil fue entonces mirarle a los ojos una vez que estos se encontraron.
— Eres más hermosa de lo que pensé – le dijo, a ella, a su nueva esposa, mientras le tomaba de la mano, condenándose a sí mismo y a ella con una sonrisa en los labios y un puñal en la otra mano.
Toda esa noche recordó las conversaciones que tenía con Daniella una y otra vez sobre lo que sería su vida una vez ella se convirtiera en una mujer. Ambos sabían que llegado el momento ella sería prometida con alguien conveniente. La forma en cómo debían ser las cosas no era el tema de sus conversaciones, su educación los había llevado a aceptarlo, lo que a ella le preocupaba toda vez que sabía de algún familiar o amigo siendo prometido era no llegar a amar al hombre que fuera elegido para ella. Cualquier hombre llegaría a amarte, era lo único que Alexandre podía decirle. Eso y la promesa de siempre estar ahí para ella, eran el único consuelo que su hermana menor podía encontrar ante la incertidumbre de su destino. Paro Alexandre era completamente diferente, él sí que había podido elegir a quién amar anqué ahora hubiese deseado no haber tenido esa oportunidad pues la mujer que había amado había sido la misma que destruyera su vida hace unos años y la misma que era ahora dueña de la mujer a quien realmente amaba.
Cualquier hombre. Esas eran las palabras que retumbaban con más fuerza dentro de su cabeza.
— Su transporte ha legado, señor –uno de los sirvientes de la casa le interrumpía para informarle que el carruaje que lo transportaría había llegado. — Gracias. Estaré ahí en unos minutos –le respondió a través de la puerta que permanecía cerrada— El señor Arnaud ha venido personalmente –insistió el sirviente — Hazle saber que no demoraré –contestó con cierta irritación y al no escuchar respuesta del otro lado supo que se encontraba solo de nuevo.
¿Qué estaba haciendo? Fue lo último que se preguntó antes de salir de la habitación después de unos minutos. Cerró la puerta con llave y colocó esta alrededor de su cuello. No pudo responder a su pregunta cuando se encontró a si mismo frente a quien era el otro artífice de lo que sería su nueva vida.
— Perdona, Arnaud –se disculpó al verle justo al pie de la puerta —, tenía algunas cosas que atender –le dijo con la mejor sonrisa que pudo improvisar — No te preocupes, Alexandre, entiendo, un Ducado no puede ser un asunto fácil de atender –supo de la ansiedad en su voz casi al momento de oírle decir la primer palabra. Si tan sólo supiera la verdad, pensó.
El camino a la mansión de Arnaud era relativamente corto aun cuando a él le había parecido eterno. Imagino que así sería como Daniella se comportaría el día que conociere a su esposo. Para él no era lo mismo por supuesto. A él no le preocupaba el aspecto de Yvette, la hijastra de Arnaud comprometida ahora a su familia, tampoco le interesaba la opinión que ella tendía de él, siquiera si lograrían llevarse bien. Lo único que a él le interesaba era regresar a casa de su mano y con ello la esperanza de no perder lo único que quedaba de su familia. Después de todo debía procurar que cuando Daniella regresará con él fuera su hogar donde la recibiera.
Nada de lo que hacía era para él, nada de lo que estaba a punto de hacer sería tampoco para ella, su nueva esposa. Eso lo supo mientras miraba por primera vez a Yvette, supo que entre todo, quien más sufriría por sus acciones iba a ser ella, lo más difícil fue entonces mirarle a los ojos una vez que estos se encontraron.
— Eres más hermosa de lo que pensé – le dijo, a ella, a su nueva esposa, mientras le tomaba de la mano, condenándose a sí mismo y a ella con una sonrisa en los labios y un puñal en la otra mano.
Micky Vanier- Esclavo de Sangre/Clase Alta
- Mensajes : 88
Fecha de inscripción : 05/05/2013
Re: El primer día del resto de mi vida {Micky Vanier}
Largos segundos fueron los que pasaron hasta que él habló, o así se lo pareció a Yvette. No recordaba la última vez que había sentido tanto miedo y tanta vergüenza al mismo tiempo. No entendía los motivos por los que le habían mantenido aquella cena en secreto hasta ese momento, porque sabía que aquello no había surgido de la noche a la mañana. Un compromiso de ese tipo llevaba días de negociaciones, peticiones y, sobre todo, reflexiones sobre si todo ello merecía la pena. Además, no creía que Arnaud hubiera perdido la oportunidad de escuchar otras ofertas entre las cuales elegir; le conocía lo suficiente como para saber de su ambición y, aunque ella no fuera su hija natural, era la de su esposa. Se beneficiaba igual del matrimonio de la joven, porque lo que era de Clara, era de él. Hasta cierto punto, le tranquilizó saber que su madre había tenido voz en aquella decisión. Sabía que habría mirado más por el hombre que por lo que tenía que ofrecer, aunque tampoco era una santa. Quería a alguien digno para su hija, como todas las madres, y eso, a veces, hacía que dejaran muy de lado otras características mucho más humanas.
—Gracias —le contestó con una sonrisa amable, que no sincera.
En algo no se había equivocado Clara; Alexandre le gustaba, al menos su rostro. Era un hombre atractivo, no había duda, pero de esos había visto muchos en París. Que tuviera buen porte no significaba que fuera buen esposo, y eso era lo que más preocupaba a Yvette. Agachó la cabeza y se dio de bruces con aquel vestido que tan hermoso le había parecido hacía menos de una hora. Se miró de arriba a abajo y se sintió ridícula con él, pero más tonta había sido por no sospechar nada al respecto.
Oía la voz de Arnaud parlotear sin cesar y decidió mirarle para aparentar que seguía la conversación, aunque no hacía falta ser muy audaz para darse cuenta de que no era así. Ella, que siempre había sido la primera en unirse a una conversación, era la más callada de todos. Su madre intentó hacerla hablar en un par de ocasiones, sin éxito. Todas las preguntas las contestaba con monosílabos, si no lo hacía con gestos, y no mantenía la mirada de nadie durante más de dos segundos.
—¿Sabes que Alexandre posee un ducado? —dijo Arnaud, visiblemente emocionado.
—No —contestó, mirando a su futuro esposo—. No sabía nada.
Con que aquello era lo que le había gustado tanto de él a su padrastro. Era, sin duda, una oportunidad de oro, tanto para ella como para la familia. Siguió observándole durante unos minutos más, pensando en cómo sería su vida a partir de ese momento, junto a él. Quizá estaba a tiempo de echarse atrás, podía no haber nada acordado y aquello sólo fuera una toma de contacto. Aunque, pensándolo fríamente, si Alexandre no era el elegido no tardarían en llegar más pretendientes, y si él era duque los demás no serían menos. La veda se había abierto para ella.
Fue Arnaud de nuevo quien llamó su atención haciendo un gesto con la mano, invitándoles a pasar al comedor. Yvette dejó que se adelantaran los dos hombres y ella los siguió junto a su madre. Clara le preguntó su opinión con los ojos, dedicándole una mirada ansiosa que parecía más una disculpa que una petición. La joven hechicera le devolvió una sonrisa y, quedándose rezagada, entró la última en el comedor. Nada más ver la mesa se dio cuenta de que la disposición de las sillas tampoco había sido algo casual. Arnaud se sentó presidiéndola y Clara frente a él, justo al otro lado, mientras que a la joven pareja le dejaron dos sitios, uno junto al otro. Yvette eligió la silla más cercana a su madre, se sentía más segura de esa forma.
Su actitud no cambió demasiado. Completamente abstraída de la conversación, veía pasar a toda la servidumbre con carritos llenos de platos, cubiertos y vasos; otros, sin embargo, servían el vino sin dejar que las copas se vaciaran en ningún momento.
—Mademoiselle —la voz de la mujer que servía el primer plato la sacó de su trance.
Dando un respingo, quitó la servilleta de en medio y dejó que sirvieran la sopa, aunque había perdido el apetito hacía rato.
—Gracias —le contestó con una sonrisa amable, que no sincera.
En algo no se había equivocado Clara; Alexandre le gustaba, al menos su rostro. Era un hombre atractivo, no había duda, pero de esos había visto muchos en París. Que tuviera buen porte no significaba que fuera buen esposo, y eso era lo que más preocupaba a Yvette. Agachó la cabeza y se dio de bruces con aquel vestido que tan hermoso le había parecido hacía menos de una hora. Se miró de arriba a abajo y se sintió ridícula con él, pero más tonta había sido por no sospechar nada al respecto.
Oía la voz de Arnaud parlotear sin cesar y decidió mirarle para aparentar que seguía la conversación, aunque no hacía falta ser muy audaz para darse cuenta de que no era así. Ella, que siempre había sido la primera en unirse a una conversación, era la más callada de todos. Su madre intentó hacerla hablar en un par de ocasiones, sin éxito. Todas las preguntas las contestaba con monosílabos, si no lo hacía con gestos, y no mantenía la mirada de nadie durante más de dos segundos.
—¿Sabes que Alexandre posee un ducado? —dijo Arnaud, visiblemente emocionado.
—No —contestó, mirando a su futuro esposo—. No sabía nada.
Con que aquello era lo que le había gustado tanto de él a su padrastro. Era, sin duda, una oportunidad de oro, tanto para ella como para la familia. Siguió observándole durante unos minutos más, pensando en cómo sería su vida a partir de ese momento, junto a él. Quizá estaba a tiempo de echarse atrás, podía no haber nada acordado y aquello sólo fuera una toma de contacto. Aunque, pensándolo fríamente, si Alexandre no era el elegido no tardarían en llegar más pretendientes, y si él era duque los demás no serían menos. La veda se había abierto para ella.
Fue Arnaud de nuevo quien llamó su atención haciendo un gesto con la mano, invitándoles a pasar al comedor. Yvette dejó que se adelantaran los dos hombres y ella los siguió junto a su madre. Clara le preguntó su opinión con los ojos, dedicándole una mirada ansiosa que parecía más una disculpa que una petición. La joven hechicera le devolvió una sonrisa y, quedándose rezagada, entró la última en el comedor. Nada más ver la mesa se dio cuenta de que la disposición de las sillas tampoco había sido algo casual. Arnaud se sentó presidiéndola y Clara frente a él, justo al otro lado, mientras que a la joven pareja le dejaron dos sitios, uno junto al otro. Yvette eligió la silla más cercana a su madre, se sentía más segura de esa forma.
Su actitud no cambió demasiado. Completamente abstraída de la conversación, veía pasar a toda la servidumbre con carritos llenos de platos, cubiertos y vasos; otros, sin embargo, servían el vino sin dejar que las copas se vaciaran en ningún momento.
—Mademoiselle —la voz de la mujer que servía el primer plato la sacó de su trance.
Dando un respingo, quitó la servilleta de en medio y dejó que sirvieran la sopa, aunque había perdido el apetito hacía rato.
Yvette Béranger- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 96
Fecha de inscripción : 17/07/2016
Re: El primer día del resto de mi vida {Micky Vanier}
Toda la escena le resultaba absurda. Aunque no pudiera recordar cuántas veces había tenido que pasar por la misma situación cada vez que su padre recibía visitas en el ducado sí que recordaba la forma en la que se sentía en cada una de ellas, y es que siempre era lo mismo, para Alexandre la vida de la realeza nunca le acomodó, quizá fue por ello que después de la tragedia de su familia vivir lo más alejado de ese mundo le había resultado de lo más natural. Para su fortuna su vida en el ducado le permitía ahora sobrellevar la situación. Nadie podría, en ese instante, ser una mejor opción para casarse con Yvette que él. Todas y cada una de las palabras que salían de su boca estaban destinadas a hacerle pasar como el mejor postor ante los ojos de Arnaud y los de su madre. Incluso cuando ya antes ese trabajo lo había hecho con creces, esta reunión no era más que, para él y para Arnaud, un mero trámite.
— Creo que podría acostumbrarme a esto – dijo, dirigiéndose a sus anfitriones — Pero qué dices Alexandre, es seguro que en el Ducado tienes muchas más atenciones que aquí, en nuestra humilde mansión – le respondió Arnaud con fingida modestia — No me refería a eso, Arnaud, aunque debo admitir que tus palabras me alagan. Lo que quería decir es que me podría acostumbrar a esto – sus brazos se extendieron entonces a lo largo de la mesa — A una familia – dicho lo último su mirada se desvió hacía Yvette quien había permanecido en silencio desde que se habían sentado a la mesa. — Ese es un lindo pensamiento, Alexandre – respondió Clara — Aunque me hace preguntarme por qué tus padres no han venido contigo, me hubiera gustado mucho conocerlos – y así, como si el comentario de Alexandre no hubiera sido lo suficientemente incomodo la madre de Yvette había olvidado por un momento que Arnaud ya le había contado sobre los padres de Alexandre y de su fatal destino. La mesa se convirtió entonces en un sepulcro, el comentario de Clara no había podido ser más inoportuno pues algo como lo que le había pasado a Alexandre no era ni por asomo lo más indicado para compartir en el primer encuentro con su prometida. Cuando Clara se percató de lo que había hecho gracias al silencio que reinó de improvisto su cara se tornó colorada y sus labios no pudieron más que intentar pronunciar algo. Arnaud tampoco sabía qué hacer, él mismo se había encarado de indicarle a Clara que por ningún motivo le relevará la verdadera historia de Alexandre a Yvette, mucho menos se esperaba que el tema fuese puesto en la mesa como estaba ocurriendo ahora. — Alexandre… debes disculpar a – fue interrumpido por este quien le indicaba que parase con un gesto de su mano — No te preocupes, Arnaud. Deben ser ustedes quien me disculpen. Fui yo quien puso el tema en la mesa – un ligero suspiro y una leve sonrisa escaparon de su boca antes de que se levantará de la mesa — Perdónenme, necesito un minuto. Hay algo que me preocupa, acabo de recordar que necesito arreglar… algo – y sin más se retiró del lugar.
Sus pasos le condujeron entonces a una pequeña habitación con una gran ventana, en realidad fue el primer lugar con una puerta que pudo encontrar. Una vez dentro saco de su bolsillo una pequeña botella con alcohol y bebió de ella hasta el fondo y así como el contenido de la botella entraba en su sistema también todas esas preguntas que le habían abordado antes de legar ahí, la que más hondo le calaba seguía siendo ¿qué estaba haciendo ahí? En ese momento escucho que alguien abría la puerta de otro lado.
— Creo que podría acostumbrarme a esto – dijo, dirigiéndose a sus anfitriones — Pero qué dices Alexandre, es seguro que en el Ducado tienes muchas más atenciones que aquí, en nuestra humilde mansión – le respondió Arnaud con fingida modestia — No me refería a eso, Arnaud, aunque debo admitir que tus palabras me alagan. Lo que quería decir es que me podría acostumbrar a esto – sus brazos se extendieron entonces a lo largo de la mesa — A una familia – dicho lo último su mirada se desvió hacía Yvette quien había permanecido en silencio desde que se habían sentado a la mesa. — Ese es un lindo pensamiento, Alexandre – respondió Clara — Aunque me hace preguntarme por qué tus padres no han venido contigo, me hubiera gustado mucho conocerlos – y así, como si el comentario de Alexandre no hubiera sido lo suficientemente incomodo la madre de Yvette había olvidado por un momento que Arnaud ya le había contado sobre los padres de Alexandre y de su fatal destino. La mesa se convirtió entonces en un sepulcro, el comentario de Clara no había podido ser más inoportuno pues algo como lo que le había pasado a Alexandre no era ni por asomo lo más indicado para compartir en el primer encuentro con su prometida. Cuando Clara se percató de lo que había hecho gracias al silencio que reinó de improvisto su cara se tornó colorada y sus labios no pudieron más que intentar pronunciar algo. Arnaud tampoco sabía qué hacer, él mismo se había encarado de indicarle a Clara que por ningún motivo le relevará la verdadera historia de Alexandre a Yvette, mucho menos se esperaba que el tema fuese puesto en la mesa como estaba ocurriendo ahora. — Alexandre… debes disculpar a – fue interrumpido por este quien le indicaba que parase con un gesto de su mano — No te preocupes, Arnaud. Deben ser ustedes quien me disculpen. Fui yo quien puso el tema en la mesa – un ligero suspiro y una leve sonrisa escaparon de su boca antes de que se levantará de la mesa — Perdónenme, necesito un minuto. Hay algo que me preocupa, acabo de recordar que necesito arreglar… algo – y sin más se retiró del lugar.
Sus pasos le condujeron entonces a una pequeña habitación con una gran ventana, en realidad fue el primer lugar con una puerta que pudo encontrar. Una vez dentro saco de su bolsillo una pequeña botella con alcohol y bebió de ella hasta el fondo y así como el contenido de la botella entraba en su sistema también todas esas preguntas que le habían abordado antes de legar ahí, la que más hondo le calaba seguía siendo ¿qué estaba haciendo ahí? En ese momento escucho que alguien abría la puerta de otro lado.
Micky Vanier- Esclavo de Sangre/Clase Alta
- Mensajes : 88
Fecha de inscripción : 05/05/2013
Re: El primer día del resto de mi vida {Micky Vanier}
La conversación continuaba a su alrededor, pero Yvette estaba tan absorta que apenas escuchaba un murmullo incesante. Se colocó la servilleta sobre las piernas mientras terminaban de servirle la sopa, y en cuanto la tuvo lista, metió la cuchara, llenándola hasta arriba, y se la llevó a la boca. Celia era una excelente cocinera, y la sopa de cebolla era una de sus más exquisitas especialidades, pero en aquella ocasión, a la joven le supo a cenizas. Cerró los ojos un momento y suspiró. Tarde o temprano tenía que llegar el día en el que sus padres la prometieran con algún hombre, pero la joven había sentido ese día muy lejano. También esperaba que la prepararían para recibir al hombre con el que tendría que compartir el resto de su vida, y que no sería una presentación tan fría como había sido aquella. Para Yvette, toda la cena estaba siendo como un sueño, algo que terminaría cuando abriera los ojos, pero cuando lo hizo sólo vio la sopa en el plato.
Volvió a coger el hilo de la conversación cuando escuchó la palabra familia. Levantó la cabeza y sintió que Alexandre la miraba de reojo. Ella llevó los ojos hacia él y se quedó mirándole durante unos segundos. Ligeramente sonrosada, la terminó desviando hacia la sopa de nuevo, manteniendo la concentración en la conversación esta vez. Cuando su madre mencionó a los padres de él, la hechicera pensó en ellos por primera vez. Era extraño que no hubieran venido junto a su hijo a una cena como aquella. No es que Yvette tuviera unas ganas increíbles de conocerlos, pero era algo que debía hacer. Conviviría con ellos de la misma forma que lo haría Alexandre con Clara y Arnaud, así que cuanto antes se hicieran las presentaciones, mejor sería. Tras una cucharada de sopa —de la que se había tomado la mitad— levantó la mirada, curiosa, y miró a su madre, que es la que hablaba en ese momento, y de pronto se hizo el silencio. Fue mirando a cada uno, sin entender bien lo que pasaba. Su madre se había puesto terriblemente colorada, mientras que Arnaud tenía la cara pálida, como si fuera un cadáver. Alexandre, sin embargo, tenía la mirada gacha, igual que ella momentos antes. Estaba claro que el comentario no había gustado, pero no entendía por qué. Ella, de hecho, se preguntaba lo mismo.
—¿Qué ha…? —comenzó a preguntar, pero un gesto de la mano de Arnaud la hizo callar.
¿Por qué se tenía que disculpar su madre? ¿Qué pasaba con sus futuros suegros? A falta de palabras, tragó otra cucharada de sopa. En ese momento su prometido se disculpó y salió del salón. El silencio reinó en la mesa durante un par de minutos. Ambos adultos miraban sus platos de sopa, pero no comían nada. Yvette los miró alternadamente y dejó la cuchara sobre el plato.
—¿Por qué tiene que disculparse? —preguntó en voz baja, puesto que no sabía dónde habría ido Alexandre—. Yo también me pregunto dónde están.
—Déjalo, Yvette —dijo Arnaud, con voz calmada pero autoritaria—. Ya habrá tiempo para eso. —Tragó una cucharada y miró el reloj del comedor—. La sopa se está enfriando. ¿Por qué no vas a buscarle? —le dijo—. Pregúntale si necesita algo. Puede que esté arreglando alguna cosa del ducado. Deberás acostumbrarte a esas cosas.
—Ha dicho que necesitaba un minuto, Arnaud —contestó, tomando otra cucharada de sopa—. Apenas han pasado dos, no tardará en volver.
—Por favor, Yvette.
No hubo más que hablar. Cuando Arnaud quería algo lo quería de inmediato, y ella lo sabía. La muchacha rodó los ojos, quitó la servilleta de sus piernas y la lanzó sobre la mesa, para levantarse de manera tediosa y salir del comedor. Escuchó como ellos hablaban en voz baja, supuso que de su comportamiento. Resopló. Cuanto antes terminara la cena, antes podría volver a la intimidad de su habitación y olvidarse de todo aquello hasta la mañana siguiente. Avanzó por el pasillo hasta que se cruzó con una de las sirvientas, que le indicó la habitación donde estaba Alexandre. Se acercó a la puerta y colocó la mano en el pomo, pero no la abrió de inmediato. No sabía qué decirle, apenas había cruzado dos palabras con él y todavía le daba vergüenza mirarle a los ojos. Con el corazón latiéndole deprisa, abrió la puerta con suavidad y se asomó. La habitación estaba a oscuras, sólo iluminada por la luz de la luna casi llena. Le vio frente a la ventana, de espaldas a ella, y lo primero que pensó fue que los dos tenían una sensación parecida con todo aquello: no le veían ningún sentido.
—Creo que eres el primer hombre que entra aquí —dijo para romper el hielo—. Has elegido el salón privado de mamá. Sólo mujeres, ya sabes —aclaró, entrando en la habitación y cerrando la puerta tras ella. Dio unos pocos pasos hasta que se colocó en el centro de la habitación y se cruzó de brazos—. Arnaud me ha mandado a buscarte, quiere saber si necesitas algo. También está preocupado porque la sopa estará fría para cuando vuelvas, y sabrá a rayos, porque la sopa fría es asquerosa, y tú pensarás que en esta casa se sirve comida de cloaca —dijo cada vez más rápido y casi sin respirar—. Bueno, en realidad, esto último no lo ha dicho. Pero conociéndole, sé que lo piensa. Es importante guardar las apariencias. Sólo hace falta que me mires a mí. —Miró un momento su vestido, tan oportuno para la ocasión, y después hacia él. Se mordió el labio inferior—. No sé qué es lo que ha pasado ahí fuera, pero si algo de lo que ha dicho mi madre te ha molestado, te pido perdón. Estoy segura de que no lo ha hecho a propósito. Ella no es así. —Tragó grueso—. Esto está siendo extraño para ella y para todos, incluso para Arnaud, aunque él no lo admitirá nunca. Estará deseoso de presumir de yerno —y se calló, finalmente. Se sentía como si ya hubiera hablado para lo que quedaba de noche.
Volvió a coger el hilo de la conversación cuando escuchó la palabra familia. Levantó la cabeza y sintió que Alexandre la miraba de reojo. Ella llevó los ojos hacia él y se quedó mirándole durante unos segundos. Ligeramente sonrosada, la terminó desviando hacia la sopa de nuevo, manteniendo la concentración en la conversación esta vez. Cuando su madre mencionó a los padres de él, la hechicera pensó en ellos por primera vez. Era extraño que no hubieran venido junto a su hijo a una cena como aquella. No es que Yvette tuviera unas ganas increíbles de conocerlos, pero era algo que debía hacer. Conviviría con ellos de la misma forma que lo haría Alexandre con Clara y Arnaud, así que cuanto antes se hicieran las presentaciones, mejor sería. Tras una cucharada de sopa —de la que se había tomado la mitad— levantó la mirada, curiosa, y miró a su madre, que es la que hablaba en ese momento, y de pronto se hizo el silencio. Fue mirando a cada uno, sin entender bien lo que pasaba. Su madre se había puesto terriblemente colorada, mientras que Arnaud tenía la cara pálida, como si fuera un cadáver. Alexandre, sin embargo, tenía la mirada gacha, igual que ella momentos antes. Estaba claro que el comentario no había gustado, pero no entendía por qué. Ella, de hecho, se preguntaba lo mismo.
—¿Qué ha…? —comenzó a preguntar, pero un gesto de la mano de Arnaud la hizo callar.
¿Por qué se tenía que disculpar su madre? ¿Qué pasaba con sus futuros suegros? A falta de palabras, tragó otra cucharada de sopa. En ese momento su prometido se disculpó y salió del salón. El silencio reinó en la mesa durante un par de minutos. Ambos adultos miraban sus platos de sopa, pero no comían nada. Yvette los miró alternadamente y dejó la cuchara sobre el plato.
—¿Por qué tiene que disculparse? —preguntó en voz baja, puesto que no sabía dónde habría ido Alexandre—. Yo también me pregunto dónde están.
—Déjalo, Yvette —dijo Arnaud, con voz calmada pero autoritaria—. Ya habrá tiempo para eso. —Tragó una cucharada y miró el reloj del comedor—. La sopa se está enfriando. ¿Por qué no vas a buscarle? —le dijo—. Pregúntale si necesita algo. Puede que esté arreglando alguna cosa del ducado. Deberás acostumbrarte a esas cosas.
—Ha dicho que necesitaba un minuto, Arnaud —contestó, tomando otra cucharada de sopa—. Apenas han pasado dos, no tardará en volver.
—Por favor, Yvette.
No hubo más que hablar. Cuando Arnaud quería algo lo quería de inmediato, y ella lo sabía. La muchacha rodó los ojos, quitó la servilleta de sus piernas y la lanzó sobre la mesa, para levantarse de manera tediosa y salir del comedor. Escuchó como ellos hablaban en voz baja, supuso que de su comportamiento. Resopló. Cuanto antes terminara la cena, antes podría volver a la intimidad de su habitación y olvidarse de todo aquello hasta la mañana siguiente. Avanzó por el pasillo hasta que se cruzó con una de las sirvientas, que le indicó la habitación donde estaba Alexandre. Se acercó a la puerta y colocó la mano en el pomo, pero no la abrió de inmediato. No sabía qué decirle, apenas había cruzado dos palabras con él y todavía le daba vergüenza mirarle a los ojos. Con el corazón latiéndole deprisa, abrió la puerta con suavidad y se asomó. La habitación estaba a oscuras, sólo iluminada por la luz de la luna casi llena. Le vio frente a la ventana, de espaldas a ella, y lo primero que pensó fue que los dos tenían una sensación parecida con todo aquello: no le veían ningún sentido.
—Creo que eres el primer hombre que entra aquí —dijo para romper el hielo—. Has elegido el salón privado de mamá. Sólo mujeres, ya sabes —aclaró, entrando en la habitación y cerrando la puerta tras ella. Dio unos pocos pasos hasta que se colocó en el centro de la habitación y se cruzó de brazos—. Arnaud me ha mandado a buscarte, quiere saber si necesitas algo. También está preocupado porque la sopa estará fría para cuando vuelvas, y sabrá a rayos, porque la sopa fría es asquerosa, y tú pensarás que en esta casa se sirve comida de cloaca —dijo cada vez más rápido y casi sin respirar—. Bueno, en realidad, esto último no lo ha dicho. Pero conociéndole, sé que lo piensa. Es importante guardar las apariencias. Sólo hace falta que me mires a mí. —Miró un momento su vestido, tan oportuno para la ocasión, y después hacia él. Se mordió el labio inferior—. No sé qué es lo que ha pasado ahí fuera, pero si algo de lo que ha dicho mi madre te ha molestado, te pido perdón. Estoy segura de que no lo ha hecho a propósito. Ella no es así. —Tragó grueso—. Esto está siendo extraño para ella y para todos, incluso para Arnaud, aunque él no lo admitirá nunca. Estará deseoso de presumir de yerno —y se calló, finalmente. Se sentía como si ya hubiera hablado para lo que quedaba de noche.
Yvette Béranger- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 17/07/2016
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