La melodía de la noche [Eric]

Miré su rostro por un instante. Antes de que su último aliento escapara de sus labios. Sus ojos se tornaron grises y sin vida. Los labios de aquella mujer se tiñeron de rojo. Pasmada observé como el cuerpo caía inerte al suelo. Creando un río de agua roja que nacía de su cuelo y moría en la fría calle.La mujer sonrió de forma maliciosa. Sus ojos refulgieron a la luz de la luna. Aquella mujer, con los cabellos rojos como el fuego pasó a mi lado. pude reconocerme en ella.En sus cabellos rojos y ondulados que el viento mecía, en su vestido andrajoso, en su rostro desprovisto de dulzura. Era yo misma. Corrí hacía el cuerpo tan deprisa como pude, con los ojos inyectados de ira.

Desperté en la oscuridad del mausoleo. Con los ojos vidriosos y aquella imagen de mi misma. Posé mi mano en la frente, una capa de sudor frío recorría la piel de mi rostro. Me incorporé de aquel lecho improvisado y busqué a tientas el macuto de mi ropa. Me vestí precipitadamente, con aquel vestido de colores otoñales que tanto apreciaba y los zapatos regalo de mi antiguo compañero. El estuche del violín parecía esperarme al lado de la puerta del mausoleo. Me dirigí hasta él y lo aferré con fuerzas. Antes de desaparecer por la puerta del mausoleo eché una ultima mirada al interior. Salí.

La noche era cálida, las estrellas podían distinguirse sobre mi cabeza con facilidad, eran millones de luces incalmables, respiré profundamente y me encaminé hacía un pequeño orificio que había construido en una de las partes del muro del cementerio por el cual podía entrar y salir sin ser vista. No sube en realidad lo que me llevó a alejarme de tan cálido lugar. Pero mis pies andaban mientras que mi corazón, aún agitado por el susto del sueño intentaba calmarse. ¿Qué mejor lugar para calmarse que el lago?

El lago había sido sin duda donde días antes había encontrado la paz, su belleza había sido la inspiración de una de mis más maravillosas melodías. Y ahora que mi corazón estaba colmado de pánico debía hacer lo mismo. Di rodeos por las calles, de vez en cuando encontrándome con cortesanas bajo una luz mortecina. Otras veces encontrándome a hombres borrachos.París de día era mucho más bello.

Llegué al lago y miles de sensaciones recorrieron mi cuerpo y mi mente. Sentí la calidez del día anterior recorrer mi cuerpo. La felicidad que me había robado la razón. La tristeza del recordar. El miedo de de un futuro incierto.

Estaba todo tranquilo, en las aguas negras del lago la luna se reflejaba como si de un espejo se tratase. El viento mecía las ramas de los árboles que había al rededor . No pude evitar sonreír en medio de aquella soledad fría y oscura. Dejé el viejo estuche con el violín en el suelo, y me acuclillé en su lado. Mis manos pálidas abrieron el estuche y cogieron el violín y el arco como si se tratase de un tesoro demasiado valioso. Apoyé el violín en mi cuello. Miré por unos instantes el cielo. Mis dedos comenzaron a deslizarse por las cuerdas y el arco las raspaba. Creando una melodía nunca antes escrita. Llena de dolor y de sentimientos contrapuestos. Dejé de tocar por unos instantes, pensativa. De nuevo comencé a tocar en la oscuridad, mirando el reflejo de la luna sobre la superficie del lago.

Me había decidido por fin a salir un rato del sótano del sanatorio. Necesitaba distraerme aunque fuera solo un instante, necesitaba pintar, aunque fuera el paisaje más frío e invernal.
Las fuerzas escaseaban, y hasta levantarme del suelo donde solía dormir fue una complicada labor. Tomando mi cuadernillo y mis pinturas, salí como siempre de aquel lugar tan silencioso a mis oídos.
La noche acababa de caer, y la luna brillaba con poca fuerza, para alegría de mis cansados ojos. Me estiré bostezando al salir del sanatorio como si acabase de levantarme de un largo sueño, pero estaba claro que dormir era un riesgo que ya no tomaba.
Sacudí mis ropas antes de comenzar a caminar por las cercanías del sanatorio. ¿Donde podía irme a pintar? La laguna me parecía un buen sitio.
Caminé pues con un extraño sentimiento de felicidad. Felicidad engañosa, porque aquello no podía ser llamado felicidad, pero para alguien que vive sumido en un infierno, cualquier deje de alegría u otro sentimiento que no sea la propia tristeza, parece el mismísimo paraíso.
Intenté no pensar demasiado en aquella extraña felicidad, pues no quería que el miedo la matase con facilidad. Si lo pensaba, sabía que encontraría una razón de peso para acabar con ella.
¿Pero cómo luchar contra el solo hecho de pensar si era lícito en una mente como la mía?
Comenzaron entonces las preguntas absurdas, buscando la respuesta más adecuada a aquella sensación. ¿La noche hermosa? ¿La fría brisa que acariciaba mi rostro? No, ninguna de aquellas simples y banales razones podría ser el motivo de mi felicidad.
Admítelo, Eric, sabes que esta felicidad es solo la antecesora a una visión.
Me detuve de pronto cerrando los ojos con fuerza y estremeciéndome. Era justo aquello lo que no deseaba oír, justo lo que tanto temía escuchar.
Adiós a aquel estado de felicidad, bienvenido de nuevo el miedo. ¿Qué sería el causante aquella noche de una visión? Sabía ya que mi mente iba a torturarme, solo quedaba esperar. Porque no se podía hacer nada más, absolutamente nada.
Suspiré sintiendo un leve mareo y continué mi camino hacia la laguna.
Fueron varios los minutos que tardé en llegar al lugar, unos minutos que se me hicieron demasiado largos cuando el miedo me invadía poco a poco y se apoderaba de mí.
Sentir la suave brisa y escuchar el leve movimiento del agua me produjo una sensación de calma interior que me asustó un momento y me agradó otro más largo. Cerré los ojos disfrutando de aquel frío que parecía cortar mi cara.
Se escuchaba de fondo el sonido de un violín siendo acariciado con suavidad por su correspondiente arco, un sonido tan armonioso que un cosquilleo interior me invadió. ¿Qué era aquel sonido tan familiar?
Abrí los ojos buscando con la mirada al autor de tal sonido, percatándome de que la laguna estaba prácticamente vacía. ¿De donde procedía entonces aquel sonido?

La melodía nacía de mis más ocultos sentimientos, las notas eran transportadas por el aire hasta el más recóndito de los lugares de aquella laguna solitaria. Una leve brisa revolvió mis cabellos mientras la música seguía saliendo de mi interior sin cesar. El violín era como una prolongación de mi cuerpo, mis sentimientos se extendían a través de las melodías tocadas y se deban a conocer a la gente mediante notas y ritmos. Pero era muy poca la gente que podía descifrar lo que sentía con tan solo escucharme tocar. Nadie se fijaba en los sentimientos ocultos bajo el manto de la melodía.Terminé la melodía, dejando la última nota en el aire.

Todos aquellos pensamientos que me habían desvelado habían desaparecido dejando en mi interior de nuevo aquella paz que perdía constantemente. Sonreí satisfecha de mi nueva creación aun que posiblemente nunca la volviera a tocar, yo era así, tocaba, componía, aun que nadie me escuchara y nadie valorara el esfuerzo. Sin embargo, yo me sentía libre, la música era mi vía de escape de aquella realidad lacerante. Dejé el violín y el arco en el estuche, pero no lo erré, me senté a su lado admirando sus formas color bajo la luz mortecina de la luna. Acaricié la superficie del violín, como si se tratase de un cuerpo. Muchas imagenes se amontonaron en mi cabeza. Imagenes que me hacían pasar de la felicidad a la tristezas, momentos vividos y de los que no podía desprenderme. La cara de la monja, siempre sonriente, con su mirada cálida y sus palabras dulces. La sonrisa pícara de Calé y su comportamiento adolescente. Los cálidos besos de Emhyr, el misterio que envolvía a su persona. Aquella noche en el mausoleo en que temí por mi vida a manos de aquel ser inmortal...Aquel último pensamiento hizo que mi corazón se aceleraba de nuevo y que mis ojos se quedaran mirando un punto fijo entre la hierba que envolvía el lago y las hojas. Sentí un escalofrío recorriendo mi espalda. Las manos frías de aquella mujer sus ojos rojos. La sentí más viva que nunca.

Grité de pura frustración, el sentimiento de ira estaba empezando a crecer poco a poco en mi interior. Odiaba aquellos seres que quitaban la vida de seres inocentes, pero al mismo tiempo les admiraba. Tenían todo aquello que se podía desear, poder, fuerza, belleza, inteligencia, vida eterna...

Me levanté y me dirigí a la orilla de la laguna, arrodillándome e inclinando mi cabeza, mis manos se hundieron en las oscuras aguas para después emerger de ellas y mojar mi rostro. Haber ido allí me había calmado por unos instantes, pero no servía de nada. Veía como las vidas de todos acababan en manos de aquellos seres.Y yo ya no solo robaba para pasar la noche bajo un techo. Yo también robaba sus vida. ¿Todo por qué? Eso era lo que no sabía.Me incorporé e iba a dirigirme de nuevo hacia el violín, cuando una figura comenzó a hacerse visible antes mis ojos. No podía distinguir bien de quien se trataba, solo aquel bulto en medio de la oscuridad. Sentí al principio curiosidad, después indiferencia, vergüenza por si me había escuchado y miedo. Alejándome del lago iba acercándome cada vez más a aquella figura. Movida por la curiosidad. ¿Qué haría alguien a aquellas horas en aquel lugar? ¿Quizás estuviera buscando lo mismo que yo?

-Bonnuit monsieur- dije cuando pude distinguir que se trataba de un hombre. Pero siempre manteniendo una distancia prudencial.

Aquella melodía continuó sonando durante un rato, uno que se me hizo extremadamente placentero. Era como revivir una parte de mí que había estado muerta hasta aquel momento. Como si aquel violín pudiera amansar el dolor de mi mente, de mi cuerpo, de mi frío y muerto corazón. ¿Qué era aquella familiar sensación que comenzaba a atormentarme con miles de dudas?
Cerré los ojos deleitándome con aquella melodía tan extraña. Un violín, aquella tenía que ser la clave de todo, el instrumento con el que aquella melodía era interpretada.



-Caduto.- susurré con voz dolorosa, sin atreverme a abrir los ojos para no perder aquella imagen, tan bella y dolorosa.

El dolor se apoderó rapidamente de mi, invandiéndome para acabar con mis fuerzas, logrando que por un momento casi llegara a perder el equilibrio.
La necesitas, Eric, ya no puedes alargar más esto. Ya no, necesitas sangre... ahora

-Bonnuit monsieur- escuché que decía una voz femenina a mi lado.
Ladeé la cabeza muy lentamente para observar a la joven que se alzaba a mi lado. ¿Quién demonios era? Apreté los dientes ante todo el dolor que estaba acabando conmigo rapidamente, como un fuego que quemaba una casa y lo dejaba todo reducido a cenizas.
Posé mi mano en su hombro y la empujé friamente contra el suelo para agacharme hacia ella y tirar de su pelo, levantando su cabeza con intención de morder su cuello.
Se habían acabado mis fuerzas, y otra vez mi mente tomaba el control, sacando al monstruo que se ocultaba en el último rincón de mi mente. Ya no iba a continuar luchando contra mi propia mente, solo podía luchar contra mi dolor, y tenía la fórumla perfecta para acabar con él: la sangre.

Observé a aquel hombre, se trataba de un caballero de unos treinta años, altos y con unos brazos que hacía gala a una fuerza que seguro poseía. Su cara era ovalada y sus finos labios se dibujaban en ella de un color rosado, su piel era blanca como la tiza.Vestía de un modo pulcro y portaba un cuaderno y pinturas, supuse que era un pintor que se encontraba allí por el mismo motivo que yo había estado. No obtuve respuesta alguna a mi saludo, me pregunté para qué servía la educación en el mundo, si muy poca gente la tenía. Quedé allí, mirando de hito en hito a aquel hombre que parecía ajeno al mundo que le rodeaba.

El silencio pesaba. El miedo irracional que comencé a sentir se podía palpar. EL chico abrió sus ojos, pude vislumbrar en ellos la misma mirada que noches atrás en aquella mujer desnuda en el mausoleo. el miedo paralizó mis músculos y mi mirada se centro en aquel sujeto. No pasaron a penas tres segundos.

Sentí como mi cuerpo golpeaba con fuerza el suelo. Grité de dolor, de pánico. Todos mis pensamientos de centraron en una persona, mientras mi cuerpo se retorcía para intentar escparse de la presa que el hombre había hecho sobre mi. Mis manos se poyaron en su rostro, intentando sin resultado apartarlo de mi. Pataleé indefensa ante aquel monstruo de la noche. ¿Por qué alguien deseaba ser como aquel ser? ¿Placer era lo que sintió él? ¿Placer? ¿Placer y no miedo? Mi cuerpo temblaba. Vi como cada uno de mis pensamientos de desvanecían , como el pasaje cambiaba a la total oscuridad mientras luchaba por mi vida.

-¡SUÉLTAME!-grité sin saber ya que hacer, sentí como mi cuello se estiraba, aquel ser había aferrado mi cabellera con una fuerza brutal. Miré de reojo su boca, la cual estaba muy cerca de mi cuello. Su dentadura resplandecía bajo la luz de la luna. Grité aún más fuerte, mi corazón latía descontrolado, sabiendo que iba a morir en breve. Mis ojos derramaron lágrimas de amargura.Susurré el nombre de mi amado, entre lagrímas y forcejeos. Mi vida pensé que se terminaba. Pero esos segundos se estaban prolongando demasiado, o al menos eso me parecía a mi.

Aquella maldita niña comenzó a gritar, ensordeciendo mis oídos con una notable molestia. Habría tapado su boca de no haber sido por sus instentes forcejeos.
-¡SUÉLTAME!.- gritó con fuerza cerca de una de mis orejas.
La solté aburrido de sus malditos gritos y me levanté mirándola con desprecio. No tenía fuerzas para aguantar sus gritos, mis oídos estaban a punto de estallarme y mi cabeza dolía demasiado como para seguir aguantándolos.
Alcé una de mis manos hasta mi frente para masajear con debilidad mi frente, notando un ligero mareo invadiéndome. Necesitaba sangre, pero no estaba dispuesta a malgastar mis fuerzas en una niñata cuya sangre sería asquerosamente dulce. La miré con desprecio entrecerrando los ojos.
-Lárgate, maldita cría.- murmuré friamente entre dientes.
Me alejé un par de pasos para recoger mi cuadernillo y pinturas, topándome por el camino con el estuche de un violín. Un enorme vacío me inundó, como si el universo hubiera dejado de girar y todo se hubiera detenido de pronto. Como si ya no existiera aire que respirar y el fin del mundo estuviera a punto de llegar.
Me agaché para tomar el violín que allí dentro estaba y lo observé con detenimiento. Cada cuerda, cada parte de aquel instrumento aumentaba aquel vacío. Cerré los ojos dolorosamente y lo destrocé con mis propias manos. Y ni siquiera eso pudo cesar el dolor que sentía en aquel instante... ni siquiera podía olvidar el calor del abrazo de Flavio, de su mirada chocando con la mía, de su sonrisa a mi lado. Grité de puro dolor, alzando la vista al cielo maldiciendo una y otra vez al cielo y a las divinidades que allí pudieran encontrarse.

Dejé de sentir aquella presión. El miedo dejó paso a la perplejidad cuando el se separó de mi, poniéndose en pie. Me dejaba ir. Yo en vez de correr hacía ninguna parte me quedé allí mirándole de hito en hito sin saber como reaccionar, mientras que en mi cabeza la pregunta "¿Por qué?" me martilleaba la cabeza y hacía que mi mirada siguiese cada uno de sus movimientos. Sus ojos parecían haber visto algo nuevo, como si por casualidad hubiera sido conocedor de algo que ignoraba hasta ese momento. Tragué saliva cuando pasó por mi lado encaminado hacia algún lugar tras de mi.

No me atreví ha volverme. El silencio se había apoderado de la laguna y una sensación de bienestar me invadió. Ignoraba el por qué me había dejado con vida, sin ni siquiera haber hincado aquellos pulcros colmillos en mi cuello. Pero me alegraba de estar a salvo.Volví a suspirar, levantándome del suelo , buscando mi violín con la mirada. Antes de que pudiese encontrarlo el sonido de un golpe resonó en mi cabeza, mis ojos se abrieron de par en par y me volví hacía el inmortal. Comprobé muy a mi pesar que el violín que tanto me importaba, mi tesoro material, lo único con valor que poseía, había acabado en mil pedazos bajo uno de sus golpes. Sabía que nada podía hacer ya, que el violín que me pertenecía lo había perdido sin remedio alguno.

Mis ojos perdieron todo el brillo que hacía unos momentos poseían al tocar sus cuerdas, al rozarles con el arco y cuando la melodía embriagaba mi ser. Se inundaron de lágrimas de odio y tristeza al mismo tiempo. Corrí hasta allí cogiendo la voluta que había volado por los aires, lo demás era todo astilla.

-¿Por qué?- pregunté entre lágrimas dirigiéndome a aquel hombre despiadado. Le maté con la mirada. Aun que ignoraba si ahora de verdad me esperaba a mi la muerte o la respuesta a mi pregunta. Aun que aquel "¿Por qué?" tenía demasiadas interpretaciones. Una de ella por ejemplo hubiera sido "¿Por qué no te he matado? o ¿Por qué lo he destrozado?

De mis manos resbaló aquella parte del violín, cayendo al suelo con un sonido sordo. Habían hecho algo peor que matarme, pero esta vez si debía morir en manos de un inmortal por no haber huido cuando tuve la oportunidad al manos lucharía por mi vida. Levanté los bajos del vestido, sacando de aquellos pololos viejos y sucios la daga que siempre llevaba conmigo. Y sosteniendola en la mano derecha. Su filo resplandecía, pero yo sabía que aquello no iba a ser de mucha ayuda. Incluso cuando estuve la primera noche en el mausoleo aquella daga se había clavado en el estómago de uno de aquellos seres y si no llega a ser por el fuego...¿Fuego? ¿Y de dónde iba a sacar yo el fuego?Sacudí la cabeza, estaba perdida, el apego que sentía por el violín había sido mi perdición y ya no había vuelta atrás.

-¿Por qué lo has hecho?-volví a preguntar con un tono de voz casi inaudible, quebrado por las lágrimas que resbalaban de mis ojos por la perdida del violín

Habría cogido los pedazos de aquel violín para clavarlos en mi pecho uno a uno, dejándome desangrar, tal y como lo hacía mi corazón, que parecía romperse en tantos pedazos como el violín. Podía sentir el tacto de los cabellos de Flavio sobre mis labios, podía sentir su sonrisa inudándome, podía sentir su brazo calmando mi frío eterno.
¿Por qué?, preguntaba aquella cría. Qué iba a entender ella, que podía entender ella de lo que era aquel dolor. Dirigí mi mirada a la suya, entrecerrando los ojos con frialdad, esperando que aquello lo asustara y se largase de una vez. No quería oír los gritos desesperados de nadie cuando yo mismo estaba destrozado. ¿Creía que el dolor de perder su violín me importaba? ¿Se creía que su dolor me importaba? Ya había hecho suficiente dejándola vivir, perdía el tiempo haciendo preguntas a las que jamás recibiría respuesta.
-¿Por qué lo has hecho?.- volvió a preguntar, agotando mi paciencia.
-Y a ti que te importa.- respondí apretando los dientes. -Lárgate ya, no te he matado, ¿no? ¿Qué más quieres? ¿Que te cuente mi vida y vayamos juntos a comprar un nuevo violín? Lárgate si no quieres agotar de verdad mi paciencia.
Apoyé una mano en su hombro para empujarla con suavidad y alejarla de mí mientras cerraba los ojos agotado. Maldita sea, sentía que me desvanecería de un momento a otro. ¿Tan fuerte podía ser el dolor que me producían los recuerdos de Flavio? ¿Tan doloroso podía ser ver su sonrisa? ¿Tanta falta podía llegar a hacerme? Me mordí el labio inferior cerrando los ojos con más fuerza, luchando contra aquellas horrorosas ganas de llorar. Quise gritar de dolor, quise deshacerme de todo aquello de alguna manera, ¿pero cómo? Si Flavio inundaba cada parte de mi ser, volviéndome dependiente de su recuerdo, haciéndome necesitar una y otra vez el poder recordarle.

Sentí su mano nivea empujarme hacía atrás. Perpleja le miré sin saber muy bien porque se comportaba de esa manera. Había pasado de ser una bestia con ansía de sangre a semejarse a un niño indefenso y plagado de dudas y ante éstas mostrar violencia y desear la soledad. Sentí que algo atormentaba su ser eterno. No hice caso a sus palabras de advertencia, solo escuchaba en mi mente el sonido de aquel violín al romperse, la melodía que había tocado momentos atrás, la felicidad que un objeto como aquel me proporcionaba. Felicidad que ya no iba a obtener por ese medio.

-No pretendo ir a comprar a otro violín.-me incliné y comencé a recoger cada astilla de madera de lo que antes había sido un instrumento.-Tampoco quiero me cuentes nada. ¿Qué podía interesarme de un monstruo como tu? Nada, absolutamente nada. Aún así tu gestos y tu mirada cuentan lo que con el silencio matas. No hay que ser muy inteligente para ver que tu vida es miserable y que te atormentan tus recuerdos. - no hablé con intención de ofender, ni de dañarle pues era consciente del peligro que suponía. Simplemente reflejé la verdad, la realidad que él hacía ver.

Metí todas las partes que había podido recuperar del violín y las metí de nuevo en su funda.Guardando también en el estuche la daga que llevaba en la mano. Aquel ser creó en mi un sentimiento de pena. La muerte no era el peor de los finales. Vivir eternamente si, solo había que fijarse en aquel hombre.

-Te agradezco mucho que hayas roto algo tan importante para mi. Debes estar satisfecho, ahora puede que te sientas un poco mejor al saber que la vida de alguien se a vuelto miserable gracias a ti.

Me dispuse a irme, sin embargo la benevolencia se apoderó de mi y me quedé allí, esperando una respuesta a mis preguntas no formuladas, incluso conociendo el peligro que aquello suponía.

Desquiciado por la presencia de aquella maldita cría, la miré fijamente esperando que se largase de una vez, pero allí seguía: estática y sin moverse. ¿Estaba jugando conmigo? Porque no estaba para juegos en aquel momento.
-No pretendo ir a comprar a otro violín..- dijo inclinándose a recoger los restos de su violín. Suspiré poniendo los ojos en blanco, ¿se creía en serio que me interesaba oirla? -Tampoco quiero me cuentes nada. ¿Qué podía interesarme de un monstruo como tu? Nada, absolutamente nada. Aún así tu gestos y tu mirada cuentan lo que con el silencio matas. No hay que ser muy inteligente para ver que tu vida es miserable y que te atormentan tus recuerdos. - Apreté los dientes ante sus palabras. ¿Miserable? ¿Atormentado por mis recuerdos? ¡¿Quién se creía ella para juzgar lo que sentía?! -Te agradezco mucho que hayas roto algo tan importante para mi. Debes estar satisfecho, ahora puede que te sientas un poco mejor al saber que la vida de alguien se a vuelto miserable gracias a ti.
Agarré su cabello con fuerza, tirando de él con ira apretando la mandíbula mientras mi labio superior se arqueaba debido al sentimiento que me invadía. Alcé su cabeza para poder mirarla a los ojos.
-¿Quién te crees para llamarme miserable? ¿Sabes algo de mi vida? ¿Me conoces?.- solté su cabello empujándola. -Te dije que te largaras... ¡no te mato y te atreves a juzgarme!.- sin darme apenas cuenta estaba gritando. -No sabes nada... ¡NADA!.- continué diciendo mientras la empujaba haciendo que cayese al suelo. -No te atrevas a decir que me atormentan mis recuerdos... no te atrevas a nombrarlos. No te atrevas a pronunciar ni una sola palabra más si no quieres que acabe contigo
Aplasté el estuche de su violín con un fuerte pisotón y sonreí friamente clavando mis ojos en los suyos.
-Largo. O juro que no tendré piedad esta vez
Bajé la mirada hasta el estuche de su violín y un extraño sentimiento de vacío me inundó. Otra vez, otra vez aquella visión, Flavio, el estuche de su violín, Angelo. Llevé una mano a mi cabeza desesperado por el dolor y tiré de mi cabello con fuerza, ahogando un grito de debilidad. Cuando bajé la mano desde mi pelo, ésta comenzó a temblar delante de mis ojos. ¿Temblores? Aquello era completamente nuevo. Y otra vez. Otra vez se repetía la imagen de Flavio en mi cabeza, aquella vez pude sentir el calor de su abrazo y cómo su sonrisa me llenaba. Murmuré su nombre llevando la mano que tenía enfrente a mi rostro hasta mi mejilla, para clavarme las uñas y arañar con fuerza mi cara. Basta, basta, basta, le supliqué a mi mente.