AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El comienzo de la travesía
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El comienzo de la travesía
En olvidadas Tierras
Había sido una mañana típica de aquellas regiones de los pirineos, fría como cualquier madrugada de invierno. La nieve tapizaba el suelo que otrora brillara cono una lustrosa alfombra verde, mas ahora el blanco era tan intenso que podría herir las pupilas si el sol intensificaba su resplandor. Apenas el astro rey surcaba su continuo y monótono recorrido por el cielo, cuando un hombre de mediana edad, arrastraba casi literalmente a un pequeño niño, que no llegaba a contar con seis años, por su complexión física, sus cabellos rubios, su piel pálida como el alabastro, era fácil darse cuenta que el mayor, no tenía ningún parentesco con el chiquillo. Esa conclusión, no era consecuencia de sus diferencias físicas, sino en el trato que uno daba al otro, y la sumisión del pequeño. Así podrían haber sido visto millas enteras, caminando entre la nieve, acarreando en un caballo unos atados que podía suponerse, eran lo único que poseían en el mundo. Vitoria había quedado muy lejos y aún el monasterio que tenían por destino, se encontraba a muchas leguas de aquel escabroso camino, - apresura, no puedo perder el tiempo - bramó el hombre, quien parecía un guerrero extraído de alguna novela de edad media. Los ojos azules, fríos como el hielo, se clavaron en los asustados orbes del infante, a la vez que tiraba nuevamente del brazo delgado del pequeño, - no quiero que llores, de nada te servirán gimoteos estúpidos, cuanto mas aprisa nos movamos, menos frío tendrás, y mas rápido llegaremos hasta algún refugio - volvió a sentenciar, girando su rostro al frente del camino, agudizando la mirada, robado encontrar alguna construcción, aunque fuera abandonada y semi destruida, en donde poder hacer descansar a la preciada carga que le habían encargado, - no sea que se muera por el camino y no logre cobrar mi trabajo, que me han pedido que lo traslade con vida... - caviló, mirando al pálido niño por sobre el hombro, - nada dijeron que al dejarlo en el monasterio éste deba sobrevivir mas, con que se les enferme a los monjes, y no a mí, me conformo - concluyó, sonriendo de lado, inspirando aliviado al ver lo que parecía una antigua cabaña, no muy lejos de su camino.
Media hora después, el guerrero, había encendido un escuálido fuego en lo que otrora fuera un hogar. Contempló extasiado las llamas que se alzaban victoriosas, devorando los leños y ramillas que pudiera juntar en los alrededores de la construcción. Se quitó las botas mojadas por la nieve y masajeó sus pies, acomodando las medias de lana en la cercanía del fuego, logrando así que se secaran. Sonrió complacido, disfrutando de aquel pequeño privilegio. Fue entonces que se dio cuenta que el pequeño no estaba a su lado. Giró bruscamente su cuerpo, buscando instintivamente su daga que pendía de su cinto, mas sus ojos encontraron al pequeño, sentado en el piso de piedra, abrazando sus entumecidas piernas, tiritando de frío, pero aterrado de miedo para acercarse al extraño que lo había sacado de su casa, sin que su padre opusiera resistencia, aunque su madre lloraba y gritaba suplicando que le permitieran conservar a su pequeño Iñaki. El guerrero dio y largo suspiro, llevando su mano a los ojos y frotando los parpados con sus dedos, en franca alusión al fastidio que le producía tener que lidiar con críos, - vamos, rapaz, ven, que no te haré nada, siéntate aquí, al lado del fuego, debes secar esos harapos que tienes por vestimenta, o no llegarás al monasterio con vida - le dijo, extendiendo su mano en dirección donde el niño se encontraba.
Iñaki, se acercó, gateando por el suelo helado, temblando de frío y de miedo, ante aquel hombre desconocido, mas al estar cerca de la fuente de calor, todo cobró un mejor cariz, pronto el gigante que le acompañaba como carcelero, le ayudó a quitarse sus humedas ropas y le vistió con unas pieles, unos jubones mas acordes a su tamaño y asó en el fuego unos pequeños animalejos que había cazado en el trayecto hasta aquel lugar. Apenas comió, el sueño le caló el cuerpo, ademas del calor del hogar y de las pieles. El cazador, pronto observó como el niño se quedaba dormido, y a pesar de ser un hombre rudo, carented e salidas paternales, no pudo dejar de acomodar la manta que había preparado para cubrirse y pasar la noche, - vamos, que tú la necesitas mas que yo - dijo susurrando, mientras terminaba de arropar al niños. Frunció el entrecejo cuando observó en el rostro del pequeño, una lagrima que se deslizaba por su rostro, - no está bien lo que hizo tu padre, pero morirse de hambre, tampoco lo está, por lo menos, entre los religiosos, no te faltará un plato de comida, ni un abrigo para cubrirte en invierno - le habló en vos baja, no creía que le estuviera escuchando, pero intentó darle un poco de consuelo, tal vez, hacerle creer que aquellos que creyó por cuatro años que eran sus padres, hacía esto por amor y no por dinero, no podía romperle el corazón a un niño tan pequeño, aunque casi fuera un bárbaro, aunque su corazón estuviera casi tan frío como la noche que caía lentamente en el exterior de la cabaña, no tenía alma para destruir su ínfimo recuerdo de familia. Resopló, acomodándose nuevamente ante el fuego, dedicándose a limpiar las armas de fuego y afilar su daga y la espada que guardaba celoso entre unos paños. absorto en su tarea, dejó que las horas pasaran, pronto dejaría en el monasterio al hijo de aquellos nobles catalanes, ese que se suponía, había nacido muerto.
Flashback | año 1775 | España, Pirineos | invierno
Iñaki Grant- Condenado/Licántropo/Clase Media
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Fecha de inscripción : 16/11/2013
Localización : Paris - Escocia
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