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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Annabel Hemingway Lun Ago 22, 2016 9:50 pm

Recuerdo del primer mensaje :

Hay sucesos en la vida que te marcan de una forma u otra como nunca esperaste, que tuercen aquel destino que ya tenías ideado en tu mente, cuando te habías forjado un propósito y sabías bien adonde te dirigías. Un suceso que marca tu vida de forma trascendente, aunque creas que podrás seguir adelante, de repente te percatas de que su consecuencia ha puesto todas tus perspectivas patas arriba, cambiándote todo lo que dabas por sentado y que ahora ese destino tan tuyo se entrelaza con el de alguien más, regalándote aquello que nunca esperaste y que defenderías incluso a costa de tu propia vida...



Abrí los ojos para que un dolor punzante en mi cabeza me diera la bienvenida a la realidad, parpadeando de inmediato para concentrar mi mirada en un solo punto pues los objetos danzaban a mi alrededor en pares. Asunto nada agradable era el ver doble y por un momento ni siquiera recordar donde exactamente me encontraba o por qué estaba en el suelo, a la vez que me percataba de como algo pegajoso se pegaba a la piel de mi cabeza.

La sensación me indujo a alzar mis dedos y tocar esa zona notando inmediatamente como estos se mostraban teñidos de rojo, evidenciando mi propia sangre que resbalaba de una cortada en mi frente. La visión carmesí trajo todo de vuelta a mi memoria en cuestión de segundos, no era yo la única que había caído por lo que con rapidez miré a mi alrededor antes de percatarme del movimiento a mi derecha y de la respiración agitada de aquel que se encontraba a escasos centímetros de distancia.

Estiré mi brazo, agarré una roca y girando con rapidez la utilicé para golpearlo, escuchando la maldición que escapó de su boca mientras me levantaba y echaba a correr. Mis largas y ágiles piernas me dirigían con la rapidez del viento a través del verde follaje mientras mi corazón latía con prisa desmedida, en una alocada carrera para dejar atrás a aquel que me había sorprendido aprovechándose de que al ser uno de mi especie yo no hubiese intuido que representaba algún riesgo para mi.

Lo había presentido mientras recorría el bosque, siendo fácil la manera en que el olor de un licántropo había alcanzado mis fosas nasales. Asunto nada raro, el encontrarme con una criatura así en las inmediaciones, teniendo en cuenta la simbiosis que todos nosotros sentíamos con la naturaleza y la llamada irresistible a la que tarde o temprano cedíamos para internarnos en ella, siguiendo aquel llamado de nuestras entrañas o de la propia luna a la cual nunca podía resistirme cuando con su influjo plateado me llamaba en las noches en que brillaba majestuosamente; siguiendo su trayectoria en un ciclo que tarde o temprano nos mostraría una luna llena que acarrearía consigo el despertar de nuestro lado más siniestro.

Sin embargo ahora me encontraba corriendo, atravesando el bosque con toda la velocidad de la que era capaz, protegiendo aquello que importaba más que yo misma y por lo que haría cualquier cosa hasta llegar a un claro, adonde sin percatarme tropecé con un tronco caído mientras lanzaba un improperio y sentía como tironeaban de mi para alzarme.

Me agarré furiosamente del tronco, debatiéndome en aquel agarre antes de sentirme volteada para que así clavase mirada en mi oponente, cuya vestidura indicaba a las claras que se trataba de algún tipo de cazador, a pesar de que su aura me indicaba que era uno de los míos. Lo observé furiosa y comencé a forcejear, rasguñándolo y mordiéndolo en el brazo con todas mis fuerzas hasta oírlo gritar. -¡Basta! ¡No sabes con quien te has metido!-

Lo observé con odio nada disimulado, con mi cabello alborotado, mi respiración acelerada y mi orgullo de licántropa a flor de piel. No me había percatado de que la cadena dorada que llevaba al cuello sobresalía ahora en la parte superior de mi vestido, brillando bajo el sol que iluminaba el dije sobre el cual él posó unos momentos su mirada. Sorprendido por lo que veía se detuvo pero no por ello me dejó ir.

Con rapidez sacó unas cuerdas para atar mis brazos y pies y luego tuvo la desfachatez de alzarme sobre su hombro para echar a andar mientras yo veía el mundo de cabeza y lo maldecía observando como el cielo quedaba bajo mis pies y el pasto verde sobre mi. Sé que anduvimos así un buen trecho hasta que finalmente el paisaje comenzó a cambiar para adentrarnos en una vereda que nos llevaba hasta una propiedad disimulada entre el espeso follaje.

-¿Adonde diablos me llevas?-  Mi frente dolía, palpitando enardecida y otra vez sentía aquel líquido pegajoso sobre ella, mi mirada comenzó a oscurecerse mientras el lobo continuaba caminando, adentrándose en lo que parecía ser un jardín con flores salvajes. -Déjame ir... no entiendes, no se trata de mi...- mi voz se volvía pastosa y mi angustia aumentaba a niveles insospechados, pero nada de ello significaba nada porque de la garganta de aquel salvaje solo escuchaba un gruñido, por lo que a pesar de luchar contra la pesadez que me embargaba esta finalmente me venció. No pude ya mantener mis párpados abiertos y fui finalmente presa de la oscuridad...
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Mensaje por Agarwaen Jue Sep 22, 2016 6:54 am

Antes de que la visión se me nublara por completo y la tierra amortiguara mi caída hacia la oscuridad mas inmediata, la vi, con los ojos ámbar emerger entre la profundidad del bosque cuchillo en mano lanzándose contra el de su propia especie para defenderme a mi, su enemigo, un cazador.
La primera vez que salvo mi vida, ambos eramos solo eso, humanos, dos completos desconocidos, pero hoy, hoy, la verdad se evidenciaba frente a sus ojos, y aun así, me elegía a mi y no a su raza, ni a su condición.

Mi sueño fue dulce, arropado, cálido, solo una punzada abrasadora corto mi respiración sacándome por unos instantes del trance para de nuevo verla a ella, entre visiones en penumbra acariciando mi rostro, apartando mi pelo empapado en sudor.
El resto de nuevo fue oscuridad, aun así, sentía escalofríos, estaba helado, y a la vez ardiendo mi cuerpo se perlaba contra un cuerpo cálido, que se esmeraba por mantener tibio el mio.

Dormí durante horas, hasta que la noche había alcanzado el punto mas álgido, ahí abrí los ojos frente a la mirada expectante de Annabel, su rostro parecía preocupado, algo que me forzó a sonreír de medio lado ,como de costumbre escudándome en las bromas para restar importancia a lo pasado.
-Empiezo a pensar que me traes mala suerte, es la segunda vez que salgo contigo y la segunda que has de salvar mi vida. ¿Que me pasara con el vino de nuestra tercera cita? Me atragantaré con el corcho al abrirlo?

Mis bromas no parecían hacerle ninguna gracia, era consciente de que había estado a punto de morir, y que de así haber sido esa tercera cita no se hubiera producido.
Alcé mi cuerpo para quedar a escasos centímetros de su boca.
Aun estaba temblando, supongo que por la fiebre que me había producido esa herida mal curada y mi falta de descanso.
-estas preciosa -apunté jugando mi siguiente baza.
Cuando el humor no funciona ,esta nunca falla. Presione despacio sus labios contra los míos, dejando que lentamente se entreabrieran para dar paso a mi lengua que ávida cruzo el precipicio de su boca para enredarse con su lengua.

Jadeé al recordar aquel sabor a fruta madura que ahora rememoraba la manzana del arroyo. Nuestro momento de intimidad, con ella cabalgando a horcajadas sobre mi duro falo, que ahora parecía recobrar todo el vigor que por ende le faltaba a mi cuerpo.

Mi mano acaparó su nuca atrayendola con ganas hacia mi, saboreando con ese profundo beso cada resquicio de su ser, mostrandole lo mucho que la había echado de menos, y cediendo en parte al corazón que en ese precios instante embotaba mi razón.

-no te he olvidado -confesé creo que bajando las defensas que de normal me imponía, puede que por el cansancio, por la fiebre, porque estaba machacado, débil, agotado o simplemente porque necesitaba que lo supiera, que por una vez escuchar toda la verdad escapar de mis labios.

Fue un ruido en la parte mas profunda de la gruta lo que me apartó de sus labios buscándola con la mirada mientras llevaba mi dedo contra la boca para indicarla que guardara silencio.
Ladeé la cabeza tratando de escuchar lo que posiblemente la loba que frente a mi estaba oía a la perfección.
Eran pasos, rápidos que parecían ir de un sitio a otro.
Me puse en pie con dificultad, sacando la daga de mi bota caminando con toda la firmeza que me fue posible hacia el interior de esa gruta, la visión se me nublaba por el dolor a cada paso, mas si había algo allí, no auguraba nada bueno, tenia que proteger a Annabel ,aunque ella había demostrado por ende, que se bastaba ella sólita.

Una sombra, acuclillada tras unos viejos maderos centro mi atención y con rapidez me abalance contra ella cogiéndola del cuello daga en mano.

El llanto de una niña, de unos seis años exploto frente a mi agarre, estaba aterrada, mi vista se centro en ella, apartando el frio acero de su cuello.
Me arrodille frente a ella sin dirigirle palabra, mientras buscaba desesperado una herida, una marca que surcara su pequeño cuerpo, esa que la condenaba a la licantropia, la que la convertía en un enemigo.

No tardé en ver la cicatriz de un mordisco reciente, ahora solo me faltaba una cosa por descubrir, aunque la verdad carecía de importancia.
Si era una de las niñas perdidas de la ladea, o por ende era la hija de esa pareja de licantropos que se alimentaba de otros pequeños y que posiblemente había echo de ese lugar su coto de caza.

La niña gruñía contra mi rostro, asalvajada, tratando de escapar de mi agarre.
-Lo siento -susurré alzando la daga dispuesto a darle firme sepultura.
Si era una de las niñas perdidas, y la entregaba, sabia que llevaría a esa aldea sin medios y llena de tradiciones a un fin mucho peor, en la primera luna llena mataría a sus padres, mataría a sus hermanos y a todo lo que se pusiera en su camino, hasta que los aldeanos la mataran a palos.

Si era hija de esos caníbales, tendría sus costumbres adquiridas, no habría redención ni vuelta atrás para su alma y dejarla crecer era privar de vida a otros muchos humanos.
Ese era mi sino, tomar decisiones que me arrastraban al infierno, esperaba que mi alma no se consumiera con estos actos antes de tiempo.
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Mensaje por Annabel Hemingway Jue Sep 29, 2016 6:03 am

Pasé algunas horas velando el sueño de Agarwaen, acercándome a él tanto como me fue posible, procurando que el calor de mi cuerpo alejase sus escalofríos, y observándolo dormir por ratos y en otros regalarme su azul mirada que cuando se encontraba con la mía provocaba que acariciara su rostro, que procurase confortarlo con mi presencia, mientras aguardaba a que recuperase las fuerzas con el descanso. Únicamente me alejaba momentáneamente de él para tomar una cantimplora y vertir agua sobre un trozo de manta limpia que colocaba sobre su frente; de vez en cuando pasándola suavemente por su cuello y su pecho descubierto, procurando de esa forma alejar la fiebre que se empeñaba en quedarse.

Me inquietaba verlo así y que no despertase del todo aún y lo único que me sosegaba era sentir su respiración bajo la palma de mi mano. Si no despertaba pronto tendría que dejarlo aunque no lo quisiese, e ir a la aldea en busca del shaman para que procurase el remedio necesario para él porque de ninguna manera iba a dejarlo partir de este mundo, ya fuera que permaneciese a mi lado o no. Lo único que me importaba era que volviese en si y que pronto estuviese en pie, luchando como lo que era, un guerrero.

Respiré profundamente cuando le vi abrir nuevamente los ojos, esta vez por un período más prolongado y regalarme una media sonrisa que iluminó su apuesto rostro a pesar de la evidente fatiga. Arqueé una ceja cuando lanzó una broma con respecto a nuestros encuentros y su condición durante ellos. -Shhh, como bromeas así.- lo regañé, llevando mi dedo a sus labios. No se imaginaba la enormidad del alivio que sentía al escucharlo hablar y al comprender que seguía aferrado a este mundo y que seguía en el.

Permanecí inmóvil cuando se alzó sobre sus codos acercando su rostro al mio, deteniéndose a escasos centímetros y haciendo un comentario que me hizo sonreír de lado. Cerré los ojos cuando se acercó más, su aliento envolvió cálidamente a mis labios que se volvieron trémulos y expectantes, y que cedieron a la presión de los suyos abriéndose para que mi lengua recibiera a la suya de forma lenta, recordando aquel sabor a él, aquel que llevaba en mi recuerdo y que únicamente había probado hace ya tantos meses.

Supongo que era el hecho de saberle herido, el saber que pudo haber muerto, lo que nuevamente abría paso entre mis barreras y me permitía olvidarme de ellas, acogiéndole a él, simplemente a él, sin títulos o definiciones, simplemente era el hombre que despertaba tanto en mi. Lleve mis manos a sus mejillas para que no se apartase ni un ápice y disfruté de un beso profundo que compartimos con puro sentimiento, con sabor a manzana, a agua fresca del arroyo y sobretodo a él.

No te he olvidado, me dijo. Sonreí de lado al oir aquello, al percatarme de que compartíamos un momento en el que no tenían que haber pretenciones ni disimulos, en el que simplemente el corazón mandaba.

Iba a responderle cuando un ruido llamó la atención de ambos, provenía del interior de la gruta. De inmediato me tensé por completo ante la posibilidad de que hubiese otro licántropo en aquel grupo y que sin percatarnos nos estuviese haciendo compañía. Me incorporé junto a él, consciente de que de nada valdría haberle dicho que me dejara revisar a mi en su lugar y caminamos en pos de lo que habitaba en las profundidades oscuras.

El sonido de pasos me sorprendió al ser ligeros, para nada similares a los de un licántropo hecho y derecho, y llevar un ritmo corto pero veloz. Fruncí el cejo anticipándome a lo que estábamos a punto de ver y para nada contribuyó a serenarme el hecho de que Agarwaen completamente alerta, a pesar de la fiebre, rápidamente atrapase al pequeño ser y lo alzase en vilo.

Era una niña. Mi mente lo procesó con rapidez, llegando a conclusiones nada alegres al respecto. -¡Espera!- Rauda me interpuse entre la pequeña y el cazador, llevando mi mano hasta él para detener el cuchillo que había alzado en el aire. -No lo hagas.- Me coloqué frente a la pequeña, no podía permitir que  la matara.

-Es cierto que ha sido mordida, pero es pequeña y puede aprender a controlarse.- Suavicé el agarré de la muñeca masculina sin dejar de mirarlo a los ojos. -Tiene la ventaja de la juventud y con un buen guía podría aprender el valor de la vida humana.- Comprendía por qué deseaba acabar con ella. No escapaba a mi raciocinio el entender que era un juego de azar el dejarla vivir sin saber como la habían criado. Se le veía salvaje y no dejaba de gruñir, pero era una niña y era precisamente debido al regalo que el propio Agarwaen me había dado sin saberlo, por lo que debía al menos intentarlo.

-Tú proteges vidas humanas y yo ya he acabado con dos de los míos, pero al menos intentémoslo con ella.- Aparté mi mirada de él para voltear y dirigirme hacia la pequeña que me miraba con ojos desafiantes y me enseñaba los dientes.

Sin amilanarme me arrodillé frente a ella. -Anda pequeña, ¿puedes olerme? Soy una loba, como tú.- Me acerqué lentamente, gruñó pero luego abrió los ojos enormes, creo, percatándose con sorpresa de que era igual que ella.

-No te haremos daño.- Me acerqué lo suficiente y se acercó con cautela, oliendo mi pelo y pasando sus pequeñas manos por el. La toqué con lentitud y la alcé en brazos, no opuso resistencia. -Creo que podemos darle una oportunidad antes de decidir otra cosa.- Enlacé mis ojos con los de Agarwaen en muda súplica. -Si la niña no tiene remedio, yo misma me encargaré de terminar lo que acabo de interrumpir.-

Me acerqué a él y tomé su mano, acariciándola suavemente. -Comprendo lo que sientes con respecto a los licántropos, lo que acabamos de ver en la aldea, pero comprende también lo que siento con respecto a ellos. Cada uno de nosotros es diferente como lo son tú y cada cazador, como lo es cada ser humano.-
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Mensaje por Agarwaen Vie Sep 30, 2016 4:23 am

Allí estaba ella, fuerte, con sus ojos ámbar interceptando mi mano, esa que dispuesta ha hacer justicia pretendía terminar con la vida de un ser, que como sus padres causaría grandes daños.

Bajé la mano despacio, incapaz de mantenerla en alto ,estaba mareado, frustrado. Mis ojso se clavaban en esos ojos que ahora no eran pardos, que me mostraban su naturaleza y que defendían a ultranza a aquella niña que como ella era una bestia.

Su mano acaricio la mía, con el puñal en el centro y nuestros alientos se encontraron lentamente mientras contra mis labios suplicaba que no lo hiciera, que le diera una oportunidad. Quizás la misma que esperaba que le diera a ella.
Cerré los ojos posando mi frente ardiendo y perlada en sudor sobre la ajena, con los labios entreabiertos por el cansancio, labios que quedaron acunados por su boca que despacio parecía ansiar tomarlos.
-Εγώ πρόκειται να τρελαίνομαι -susurré contra su boca en mi propio idioma antes de que mi mano lentamente se posara en su nuca atrayendola contra mis labios.
Sentí aquella presión cálida, como su boca se abría frente a la mía dejando que mi lengua acariciara sus labios tímidamente
Su mano sobre mi pecho, aun tratando de mantenerme lejos de esa niña me prodigaba suaves caricias.
Mi pecho, que subía y bajaba alterado no solo por la tensión de dar muerte a una menor, si no por el mero echo de poder mantenerme sobre los pies, poco a poco iba cediendo a su embriagador olor, a su dedos ávidos y pronto sentí el quemazón que esa mujer ardiente como el ron provocaba en cada resquicio de mi cuerpo.

Sus palabras envolventes lograron o almenos por le momento hacerme entrar en razón, y cuando vió que el peligro había pasado, me dejó.
Abrí los ojos añorando su cuerpo, mientras contemplaba sus pasos seguros hacia esa pequeña que no hacia mas que gruñir como si de un animal acorralado y herido se tratará.
-¿has matado a los dos? -le pregunté tratando de mostrar cierta indiferencia, una que ahora mismo no sentía -no quiero problemas, que te sigan para recuperar a su hija.
Trataba de velar por su seguridad, pero era incapaz de demostrar en aquel instante sentimiento alguno en mi voz.

Ella interaccionaba con la niña, tratando de hacerla comprender que ella a diferencia mía no era su enemiga, que la ayudaría y la niña se aferro a esa idea con una caricia. Dejándose alzar en brazos frente a mi mirada perdida.
Ambas se acercaron a mi, escuche lo que Annabel me decía, sabia que me estaba pidiendo que le perdonara la vida, que la dejara ocuparse de una de su especie ¿acaso tenia elección? ¿acaso podía ahora alzar el cuchillo y arrancarle el corazón cuando ella en sus brazos la sostenía mientras esta hundía su cabeza en el pelo aferrándose con ello a la vida.

Guardé el cuchillo de nuevo mientras esta sonrió acariciando mi mano, creo que agradeciendo mi gesto y tratando de convencerme de que como en todo, había hombres buenos y malos.
Guardé silencio, creo que incapaz de discutir en ese momento, en mis ojos aun estaba la imagen de aquel pequeño de la aldea, la de esas mujeres lavando su pequeño cuerpo, y no pude evitar odiar a lo que ella llevaba en brazos sabiendo que había comido de la carne de mi carne, de mi raza, que ella era una bestia y yo el cazador que las cazaba.

Aparte mi mano de un golpe seco, dejado llevar por la frustración que me seguía. Tambaleándome, introduciéndome ahora si, en lo que era el final de aquella gruta, un pequeño recodo para buscar lo que bien sabia que hallaría en esa cueva, el resto de cuerpos desmembrados, huesos, cráneos.
No tarde en encontrarlo, al fondo, cubierto por trapos ensangrentados, para conservar la carne putrefacta que se iba descomponiendo en el acto.
Incapaz de mirar a Annabel que varios metros mas allá acariciaba la espalda de la niña, cogí una de las mantas y coloque todos aquellos restos humanos, mientras le sudor bañaba mi rostro por el esfuerzo inhumano de mantenerme en pie para seguir luchando.
No pude evitar sentir arcadas cuando la carne llena de gusanos se deshacían entre mis manos, cuando aquel olor a podrido invadía mi olfato.
No quería que Annabel lo viera, así que traté de darme prisa, aquella imagen era una de esas que te roba le sueño noche y día.

Maldije a la luna llena, a los licantropos y a mi por no haber llegado antes, cuando esos pequeños aun seguían con vida.
Sabia que seria una mazazo para la aldea que aun albergaban esperanzas, pero la realidad se imponía frente a mis ojos y darles sepultura a su modo, ayudaría a cerrar las heridas.

Con aquella manta cerrada por unas cuerdas a modo de saco salí hacia el exterior de la cueva.
Mis ojos se hundieron en los de la loba, que me miraba en completo silencio.
-Volveré a la aldea ...-dije entre jadeos, estaba francamente agotado -he de dejar que lloren a sus muertos.


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Mensaje por Annabel Hemingway Jue Oct 06, 2016 10:36 pm

Agarwaen apartó su mano con dureza y sin decir nada se alejó hacia el interior de la gruta. Yo le seguí en silencio con la mirada. Parecía que ese era nuestro sino, acercarnos y tener un momento preciado de intimidad en el que únicamente él y yo importábamos para luego volver a la realidad y separarnos debido a lo que éramos y a nuestras convicciones. A la mejor pesaban demasiado y siempre pesarían, él era un cazador implacable que no se la pensaba dos veces antes de eliminar a un sobrenatural y yo era una licántropa, una más de esos monstruos de pesadilla subyugados por la luna llena y de esencia salvaje, depredadora e irrefenable.

Observé a la pequeña en mis brazos y la tranquilicé con sonrisas y palabras suaves. Al parecer Agarwaen le alteraba porque no desprendía sus ojos de él y no fue hasta que se perdió en el interior de la gruta que sentí su liviano cuerpo relajarse entre mis brazos. Quizás no era hija de la pareja, quizás era una niña de la aldea, cosa que rogué que fuera verdad, porque la pequeña no respondía aún mis preguntas, sólo se limitaba a jugar con mi cabello y a enlazar sus manitas con las mías. ¿Cómo podía no darle una oportunidad si para mi no era un monstruo, si no tan sólo una niña?

A los pocos minutos escuché los pasos masculinos y a mi nariz llegó un olor fétido proveniente de una manta atada con cuerdas que él venía arrastrando detrás suyo. El olor a podredumbre y carne descompuesta era tan fuerte que tuve que salir con celeridad de la gruta. Intenté reponerme y coloqué a la niña un momento sobre el suelo. -Te acompañaré.- indiqué, acercándome a él e inclinándome para ayudarle a atar las cuerdas a la montura.

Me enderecé al terminar y toqué su frente suavemente, aún hervía. –Será mejor que nos apresuremos y que te atiendan en la aldea.- dije con preocupación, manteniendo mi rostro cerca del suyo, queriendo decirle tantas cosas que no se animaban a escapar de mi garganta, pero únicamente hurgué en sus ojos preguntándome si podía leer los míos, leer entre líneas, comprender lo que sentía.

Me acerqué a mi caballo y ayudé a subir a la pequeña para luego hacerlo yo. Pronto emprendimos el regreso a la aldea. -No lo sé.- comenté, cuando mi caballo galopó a buen trote cerca del suyo. -No sé si la licántropa vive o no. La herí y pienso que bien podría haber muerto pero se adentró en el bosque. Pude haberla seguido pero… tenía otra prioridad…-

Observé los árboles a mi alrededor que se mecían lentamente por el viento y en corto tiempo regresamos a la aldea. Un grupo de hombres y mujeres se acercaron ansiosos y esperanzados pero pronto la realidad de la carga que arrastraba el córcel provocó que varias mujeres emitieran diversos gritos de dolor.

Abracé instintivamente a la niña y tras bajar del caballo me ocupé de mantenerla cerca. Su ropa cubría la mordida así que no di mayores explicaciones. Agarwaen descendía exhausto de su corcel por lo que me acerqué a él con rapidez para que se apoyara en mi y busqué con la mirada al shaman, a quien le pedí que le atendiese lo antes posible.

El hombre se percató de la urgencia y nos encaminó a una choza mientras un grupo de aldeanos se hacía cargo de recoger los restos humanos que habíamos traído con nosotros. Nadie acudió a reclamar a la niña, lo cual me causó desasosiego, tenía la esperanza de que los padres estuvieran entre ellos, lo cual facilitaría la educación que la pequeña necesitaría.

Observé como el shaman y un par de mujeres se encargaban de Agarwaen, encaminándole a un camastro y comenzaban a traer algunas hierbas y menjurjes con las que le trataron rápidamente. A mí me pidieron que saliera, por lo que con reticencia lo hice y caminé un poco con la niña de la mano, deteniéndonos frente a una pira adonde estaban quemando a los restos. La visión me sobrecogió y un frío helado me recorrió. Finalmente lágrimas descendieron de mis ojos, lloré a los muertos, a los familiares de aquellas familias que se lamentaban alrededor del fuego, lloré de rabia y de frustración por la manera en que los niños habían muerto y luego dejé de hacerlo, pasando las manos por mis mejillas.

Un par de mujeres vinieron a buscarme y me indicaron que podía regresar con el cazador. Presionando la mano de la niña entré en volandas en la choza. -¡Agarwaen!- lo contemplé sentado sobre el camastro, ya vendado y con una camisa nueva encima. -Quería asegurarme de que estuvieras bien.- dije, observándolo con inquietud y cerciorándome de que en realidad así fuera. Quería acercarme a él pero todo lo acontecido me lo impedía, sentía que no tenía derecho a hacerlo. -Han incinerado los restos… las familias están destrozadas pero también agradecidas. Al parecer el haberles encontrado y poder realizar los ritos apropiados les trae consuelo…- Me imaginé que regresaría a casa ahora y que yo debería partir también con la niña, pues no quería exponer a nadie.

Clavé mi mirada en sus ojos azul cielo antes de volver a hablar, debatiéndome en expresar lo que tenía anclado en mi pecho.

-Por Dios, ódiame si quieres por ser una licántropa, maldíceme mil veces por ser otra hija de la luna, pero eso no va a cambiar el alivio que siento porque sigas vivo.- Di un par de pasos hacia él y acercándome ansiosamente, acuné su rostro entre mis manos y colisioné fervientemente contra sus labios.
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Mensaje por Agarwaen Vie Oct 07, 2016 3:59 am

Annabel me ayudo a atar las cuerdas a mi montura, esa que hoy arrastraría la muerte a su paso, esa que llevaría a la aldea la mas absoluta tristeza y que forzaría a llorar a sus niños durante muchas lunas.

Mis ojos se centraron en los pardos de esa loba que fuerte se alzaba frente a mi. Su mano se posó en mi frente con suavidad, la sentí fría, suave y una parte de mi solo deseaba dejarse caer contra ella, hundir mi cabeza entre su pelo y que mi cuerpo venciera sobre el suyo para besadla, para acariciarla y para encontrar un poco de sosiego y descanso contra su tibia piel.
No hice nada de eso, no solo porque la muerte estaba presente, si no porque mi orgullo me mantenía recto frente a esa hija de la luna que ya había salvado mi vida en dos ocasiones.
La amaba, eso era un echo, creo que la quise desde la primera vez que la vi.
Nunca dejé de pensar en ella, nunca la saqué de mi cabeza, solo logré hacerla a un lado y seguir con mi vida.
Ojala pudiera leer en mis ojos todo lo que mi silencio callaba ¿como pedirle que se quedara? Decirle que quería intentarlo con ella, cuando yo no intentaba nunca nada. Me moría, o algo peor incluso me sucedía.
Mi vida estaba sometida a una guerra final que me enfrentaría con el mismo demonio, ese que veía en sueños, ese que en ocasiones parecía doblegar mi voluntad.
No podía pedirle que se quedará ¿pero podría encontrar fuerzas para pedirle que se marchara?

Subimos de nuevo sobre las monturas y juntos cabalgamos a buen paso hacia la aldea, la niña estaba tensa por mi presencia, lo percibía.
Annabel, preocupada por mis claros gestos de dolor y por el sudor perlado que goteaba por mi frente y que me empecinaba en secar una y otra vez con la manga, no me quitaba ojo de encima.
Ni las sonrisas que le dedique tratando de aparentar estar bien fueron suficientes para convencerla y en cuanto llegamos a la ladea, suplicó al chaman que se encargaran de mi.

Lamente los gritos de esas madres, el dolor en los ojos de esos padres, lamenté que fueran cadáveres lo que les traía y no a sus pequeños con vida.
No podía ni imaginar el dolor que ahora mismo sentían, no podía ni imaginar lo que era criar a un hijo para que un día te lo arrebataran, te despojaran de su pequeño cuerpo unos malnacidos.

El Chaman tiró de mi ayudado por dos mujeres, mi mirada estaba perdida en esos cuerpos que yo mismo había metido en esa manta con mis manos.
Mi abatimiento nada tenia que ver con las heridas si no con la masacre vista y vivida.
Mas pronto como quien lleva a un espectro que esta mas en otro mundo que en este, me tumbaron sobre un lecho afanándose dos de las mujeres en sanar cada una de mis abiertas heridas.
Trajeron unos frascos con ciertos ungüentos que escocían cuando entraron en el interior de mi carne abierta, mas no emití quejido alguno, no mas de un siseo, estaba agotado, pero no merecía que mis lamentos se unieran a los de esas madres de fuera, no pues los había traído muertos.
Fue entonces cuando el chaman destapó mi hombro para poder vendar el resto.
Sentí como los ojos de los tres se centraban en esa carne oscurecida que seguía avanzando inescrutablemente camino a mi corazón.
Vi el pánico en sus ojos, ni siquiera se atrevieron a tocarla para tratar sanarla o limpiarla, se limitaron a vendarla y llamar de nuevo a la loba para que me acompañara en mi regreso a casa.

Sonreí ligeramente cuando sentado sobre aquel lecho improvisado vi entrar a Annabel, sin duda mi aspecto había mejorado mucho gracias a sus cuidados, algo que alivió el gesto de la mujer que tenia frente a mi.
Escuché sus palabras de consuelo, esas en las que trataba de hacerme ver, que aunque no había traído sus cuerpos con vida, dar sepultura a los inertes también les hacia mucho bien.
Quería de nuevo abrazarla, necesitaba tocarla, sentirme por una vez acunado contra su pecho, recibir una caricia, un beso.
Mas no lo pedí quizás porque era incapaz de hacerlo, de expresar nada que fuera mas allá del sexo.
Fue entonces cuando oí sus palabras, esas que me invitaban a odiarla, esas que suplicaban que la maldijera.
Negué con la cabeza cuando su boca colisiono con la mía.
Sus manos acunaron mi rostro con suavidad al tiempo que mi boca se abrió para recibirla.
Lengua que deslice para saquear la ajena, para paladear aquel sabor a fruta fresca.
Abrí las piernas dándole su lugar, ese que chocaba contra mi pecho mientras mi mano se hundía en su nuca para atraerla mucho mas.
-Te necesito -nunca había dicho nada mas sincero que eso, y no estaba seguro de atreverme a volver a repetirlo, mas eso escapo de entre mis labios mientras jadeaba sediento de ella, de cada resquicio de su piel, de volver a encontrarnos por primera vez.

En ese momento volvió el Chaman, que un poco avergonzado por la intromisión, pareció llamar a Annabel para comentarle algo, intuí que sobre mi cuidado pues le dio algunos frascos que contenían el mismo ungüento que me había sido aplicado.
Ademas vi que el rostro de ella cambiaba cuando este aproximándose a su oído le susurró algunas palabras.

Poco después volvió a mi lado, algo pasaba, podía leerlo en sus orbes castaños, esos que ahora parecían guardar silencio abriendo un abismo entre ambos.
Tiré de su cintura para devorar de nuevo su boca, acariciar su piel que contra mis dedos parecía arder.
-¿a que tienes miedo Annabel?

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Mensaje por Annabel Hemingway Jue Oct 20, 2016 1:09 am

Agarwaen aceptó mi acercamiento y sus labios se fundieron con los míos en un beso necesitado y pasional; nuestras lenguas danzaron acariciándose y reconociendo profundamente aquel sabor a manzana, a arroyo, a él, mientras mis dedos se negaban a abandonar aquel rostro que necesitaba ver y tocar una vez más.

No quería más que sentirlo, mantenerlo cerca mio, me percataba al fin de que necesitaba de él, más de lo que yo misma me atrevía a decir o a pensar. Sonreí con mi frente contra la suya cuando escuché lo que escapó de sus labios, no esperaba escucharle decir algo así. No estaba hecha para esto, para amar de nuevo, no sabía cómo expresarlo, pero en ese momento me percaté de que no importaba realmente, solo quería más tiempo con él, todo el que pudiera tener. -También te necesito.- admití contra su boca, sin abandonar sus tibios labios aunque fue la voz del shaman detrás nuestro la que finalmente me obligó a separarme de él a desgana.

Me acerqué al hombre santo que me entregó algunos ungüentos para el cazador, me dio indicaciones acerca de cómo aplicarlos y luego susurró algunas palabras en mi oído a las que respondí con rapidez y del mismo modo. Tornáronse mis ojos ámbar un momento mientras ambos nos sopesábamos y luego él salió de la choza.

Observé rápidamente a la pequeña que acompañándonos aún, se había echado a dormir sobre otro de los camastros y regresé junto al cazador. Sus labios reclamaron los míos de nuevo, su cuerpo le dio la bienvenida al mio, y me acomodé frente a él, hundiendo mis dedos en su pelo mientras mi boca respondía con voracidad a su beso, tornándose este largo y profundo.

-El shaman sabe que la niña es una licántropo…- respondí mientras recuperaba el aliento.  -Se ha ofrecido a cuidarla a cambio de que vaya a buscar a su madre.- Hundí mi mirada en la azul cielo, eso no era todo lo que el shamán sabía, el hombre podía ver auras  y había percibido mucho más de lo que en este momento mis labios podían pronunciar. -Tengo que ir tras ella o el pueblo no estará a salvo, regresará y más niños desaparecerán. Sé que querrás acompañarme pero debes recuperarte y puedo manejarme sola, lo sabes.-

Procuré calmar mi respiración ajetreada y llevé los dedos hasta sus labios para callar cualquier protesta. -Pero regresaré a ti después de que la encuentre, de que me cerciore de que está muerta o de que termine lo que empecé.- Volví a encontrar sus labios y me perdí en ellos, dejándonos caer a ambos sobre el camastro, respirando roncamente al sentir su aliento sobre el mío, al escuchar con facilidad los latidos en su pecho.

-Te buscaré porque te quiero.- confesé finalmente, tras un momentáneo silencio, utilizando al fin esas dos palabras que hasta ahora no había podido pronunciar. -Escúchame bien Agarwaen, te quiero.- repetí, con el cejo fruncido observando sus orbes azules, porque esas no eran palabras que usara a la ligera, no las pronunciaría si no estuviera convencida de lo que sentía por él y requería un esfuerzo enorme para mi despojarme de mis barreras y confesarle que lo quería. Más mis palabras estaban cargadas de verdad, únicamente él había logrado traer un oasis a la oscuridad de mis días, y solo él me hacía pensar en un mañana a su lado cuando hace poco no preveía tal posibilidad.

Mantuve mi mirada en su apuesto rostro, aún se veía agotado por la fiebre pero sus pozos azules me miraban con intensidad. -Ya sé donde vives, iré allá cuando regrese del bosque y me contarás todo aquello que querías decirme temprano.- Hice una pausa, tomando una decisión en ese momento. -Yo también te contaré algo que espero te haga feliz.-

Me levanté, dispuesta a salir de la choza, aunque el espacio entre nosotros me pareció demasiado tortuoso. No quería marcharme, no quería dejarlo, pero él aún debía recuperarse y el tiempo apremiaba. Me acerqué de nuevo a él y toqué una de las dos cadenas que llevaba al cuello, una en la que llevaba el medallón que él me había regalado y la otra la retiré y la coloqué en su mano, enseñándole a la vez el dije.

-Úsala, la tengo desde que hace un par de años. Es un talismán inglés de protección.- expliqué presionando suavemente su mano. -Son las alas y la espada del arcángel San Miguel, el patrón de los más grandes guerreros, encerradas en un círculo protector. Quiero que tú lo lleves.-  Tras decir eso besé sus labios con fervor una última vez, intentando alejar cualquier inquietud que me orillara a creer que no le vería nuevamente y me levanté dirigiéndome a la salida. -Ya lo sabes, cazador, regresaré a ti, así que más te vale creerlo.-  


El dije del talismán de San Miguel:
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