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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Lyosha Mar Ago 30, 2016 11:24 pm

Allá, cuando todavía mi espíritu corría joven y libre por los interminables valles de mi tierra natal, solía amar  la lluvia. Recuerdo, con una exactitud febril, el olor a tierra humedecida, el aire endulzado por la primavera, el sabor a sangre fresca en mi boca y oír las pisadas de mis hermanos corriendo detrás. Si cierro los ojos, sin esfuerzo alguno llega a mí el bramido subterráneo de los volcanes,  el vapor elevándose al prístino azul del cielo. Un azul que dolía ver con los ojos muy abiertos.

Hoy la lluvía cae con al gentileza de la estación, pero no estoy allí. El papel cuarteado  de las paredes me recuerda que ahora vivo en una simple caja, escondida y olvidada, en una tierra que no huele a flores cuando llueve, si no a estiércol y decadencia.  Una decadencia que de día llora y de noche canta. Y yo, no puedo sino pertenecer a ese carnaval  lunático, miserable y exótico. Somos las mieles de París, aunque muchos traten de negarlo. No hay excusa que valga a la hora de defender su decencia, porque cuando el sol cae y la ciudad se viste de cortesana, no hay humano o bestia que se le resista ¿Acaso somos todos huérfanos de esta Madama? ¿O es ella quién nos acoge entre sus generosos pechos?
Como sea que funcionara su hechizo, me había otorgado otra víctima, esta vez,  a través de una carta. Dos, en realidad, que descansaban sobre mi tocador. Apreté mi cabello húmedo  con la toalla  y  me senté a releerlas con el mismo interés que cuando llegaron.
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La primera carta era aburrida, normal. Pero la segunda me resultaba tan intrigante ¿cómo pudo enterarse de mí? Debía de estar haciendo un buen trabajo, en un irónico giro de los acontecimientos.  Sin embargo, ninguna de las invitaciones que a menudo recibía hablaban de una forma tan...íntima, de mi situación actual. Olfateé la carta, pero solo pude distinguir el delicioso perfume a tinta y papel  ¡Ah, Lyo! ¿Lo estaré pensando mucho? Bajo mis sábanas hay tantos secretos  ¿Era de esperarse que se quedaran todos escondidos? Uno se había escapado y llegó a las manos equivocadas, o correctas ¿Quién soy yo para cuestionarlo? Si la Madama así lo quería, así debo yo comportarme. Después de todo, en esta obra  solo juego un papel menor.

-Asmodeo de Hashmoda- dije en voz baja. Qué valiente, me había dado su nombre completo ¿Acaso sabía el escándalo que podría causarle? ¿El dinero que podría exprimirle? Ante mí se extendía una verdadera muestra de audacia o de legítima imbecilidad. Suspiré dejando la misiva sobre mi cama. Si me quería allí a las siete y media, debía apresurarme.

-


El coche me dejó diez minutos antes frente a la puerta del hotel. Nunca antes había entrado al des Arenes. Crucé el vestíbulo conteniendo mi fascinación por el fulgor que me rodeaba.  Las molduras, las lámparas colgando del techo, las gemas brillando en los cuellos de las damas. Todo relucía tan potente y tan falso, como cuentas de vidrio en la mano de un pequeño ladrón.

Un recepcionista me preguntó si podía ayudarme en algo. Le mostré la carta que mantenía guardada en el bolsillo interior de mi frac, y me condujo con una sonrisa hasta la mesa reservada. Claro que fue la sellada la carta que le mostré. No pude evitar traer ambas, quemarla habría sido un desperdicio.
En aquel lugar desbordaba el lujo como pocas veces había visto ¿Qué clase de señor requiere mis características físicas, raras y específicas? Admito que algo curioso estaba por conocerlo, como quién sabe que se está exponiendo a un peligro inherente o una decepción colosal. Ah, la línea entre las cosas es tan fina ¿qué soy yo allí, un bollo de barro entre diamantes? ¿u otra falsificación más?
Pasaba suavemente mis dedos sobre la finísima tela del mantel cuando sentí que algo me observaba. Alcé la cabeza sobresaltado por la fuerte presencia. Y allí lo vi. Sus ojos sombríos me traspasaron como una bala de plata atravesándome el pecho. Hasta del otro lado del salón su aura me dejó sin aliento. Pequeño gato indefenso, me sentí acorralado frente a su irremediable naturaleza. Como un pesado juicio, caí en la cuenta de porqué mi remitente no había vacilado en develarme su nombre. Porque no cabía ninguna duda, él era mi anfitrión. Y la noche ni siquiera había comenzado.

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Mensaje por Asmodeo Mar Sep 13, 2016 10:55 am

La relevancia en un tumultuoso mundo humano era poca cosa para la poesía que mi existencia embarcaba. ¡No podía tolerar toda esa estupidez que mis ojos veían en la actualidad de la tierra! La indignación por un Nicolás enamorado de una lacra chiquita e inútil, viajando por un mar que no tenía el suficiente dolor para hacerlo feliz. ¿Qué acaso la vida misma había dudado de mí haciéndolo inmortal? ¿No era mejor cambiar a un cuerpo latente una y otra vez? Los suspiros se habían erradicado en mi muerta alma para mi despertar. Los deseos que se habían enterrado con mi silencio ahora se agitaban y por supuesto que el verdadero demonio quería hacer pie en todo ese mundo. Cinco meses habían pasado desde mi sucesión al trono. Ahora era un auténtico “rey” para las masas. Claro que para mí se trataba de un juego, podía irme y volver cuando quisiera. Los soberanos de más abajo, algunos incluso sobrenaturales estaban en contra de todas mis palabras. Pero, ¿cómo resistirse a mis habladurías si era el pueblo el que me aclamaba? Eso mismo pasaba ahora en París, en donde la visión largamente escalonada en todos los rincones se había hecho de peculiar encanto. Pequeños y maleables jóvenes de cabello rubio y largo eran mi perdición. Quería escuchar el llanto de uno más. Y aún así ninguno lograba llegar a lo que con Nicolás había encontrado ¿Podría conseguir escuchar las plegarias de felicidad al recibir mi dolor alguna vez más? ¡No lo sabía! Tenía miedo, un terror ancestral de que rechazaran todas las magulladuras que tenía para dar.

Y entonces lo di por sentado, mi comportamiento tenía que ser maleable esa vez, encontrar el punto correcto para que el sufrir sea un real agradecimiento. Experimenté la audacia de ser un sigiloso fantasma observando el panorama y cuando la debilidad se hizo fuerte, actué sin esperar más.
Hallé una perfección tan rota que dobló mis sentidos.

La gran casona en donde mi querido vástago femenino me esperaba rogando mi toque quedaría sola por un tiempo. No tenía tiempo para perder cuando otra gema plateada me estaba esperando. Regodeándome en el hotel más pomposo de la ciudad de la noche fue que esperé a aquella adorada y próxima reliquia. Por supuesto que mi apariencia estaba impecable como siempre. Acababa de cenar gustosamente a las recepcionistas, dejándolas vivas y encantadas para el próximo servicio. Literalmente las había manipulado cuidadosamente para que sean dulces esclavas para mis propósitos, acudiendo a los servicios de ambos con extrema sumisión. Desde tiempos inmemoriales no podía aguantar esos errores tan humanos en las pestes que no me interesaban. Por supuesto que ni una gota de sangre manchaba mi traje, no podía desperdiciar cuando se trataba de alimentos. Aunque debía decir que la sangre de vampiro siempre era mejor. Mantenía un vivo y turgente canibalismo.
Fueron minutos claves cuando sentí el dulcísimo aroma, esa especie, ¿¡esa especie podía ser fuerte para aguantar mis plegarias!? Mis dos manos se alzaron vistosamente a los costados, como si estuviese mostrándole que no tenía armas, o quizá estaba mostrando las mismas. Como siempre la sonrisa me inundaba ante el inminente grado de peligrosidad que podía tener, su encantadora belleza era como un abismo que se enterraba justo frente a mí. Y al final no pude aguantar a levantarme. ¿Qué tenían que ver los despampanantes adornos en el lugar? Pues nada. Nada me importaba menos que lo que podíamos tener alrededor. — ¿Por qué ese rostro amargado? Si la noche recién empieza y aún no tenemos ni una conversación. ¿No has cenado, no es cierto? — Apuntando a la carta, esperé a que el joven se sentara, cautelosamente parado para luego sentarme a su lado, no en frente, nunca me gustaba hablar con tanta lejanía. ¡Ah! Es que ese mundo no era otro que el mío. Y alcé una mano para abrir el menú, observando los manjares que poco me interesaban. Rápidamente señalé un licor espeso de menta y otro de chocolate. Dejándole el mínimo espacio para que eligiera lo sólido y cualquier otra cosa que así quisiera. Eso era algo que no había averiguado, pero, ¿por qué no aprender ahora? — Que alegría más estupenda que vinieras, parece que esperabas otra cosa. ¿No importa, no? — Aludí ante el irrelevante hecho –para mí- de que me mantuviera en el mismo largo sillón que estaba de ese lado. Y volví a dedicarle otra sonrisa a dientes cerrados, contando con la amabilidad y el terror que solo alguien como yo, libre y encerrado a la vez, podía dar.
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Mensaje por Lyosha Sáb Sep 24, 2016 3:49 pm

Tomé asiento en el lujoso sillón, y mi anfitrión se sentó a mi lado. Un ligero escalofrío erizó mi piel. Su cercanía era perturbadora, no como un hechizo, si no como una amenaza. Su aura oscura exhibía una sensualidad  propia de las criaturas malignas. No había sentido antes la seducción de la oscuridad tan cerca, pero ahora podía hacerme una idea de porqué tantos humanos claudicaban antes las poderosas fuerzas de los no muertos ¿Cuántos años tendría? ¿Miles quizás? La inmortalidad  vista en primera persona era imponente, cegadora. Pensé en los siglos que tendría, si los tenía, y si yo era otra víctima más en su larga lista de asesinatos. Sí, me había enfrentado con vampiros antes, pero jamás alguno de ellos me quiso en su habitación.

Nuestras naturalezas eran contradictorias per se. No creería jamás ningún rastro de inocencia al invitarme. Los vampiros tenían extrañas, inusuales maneras de obrar, y este parecía uno afín a esos preceptos tácitos que los de su raza parecían acatar. Evidentemente, mis cualidades específicas estaban ligadas a uno de sus caprichos – tomaré lo mismo que él pida- le indiqué al  mozo alcanzándole la carta, sin despegar la vista de los ojos pardos escrutándome. Seguramente estarían descifrando cada una de mis reacciones, los de su clase tienen esa habilidad para traspasar a los demás como si fueran un cristal. Sonreí sutilmente al acercarme unos centímetros más. Nunca importaba cuando era un cliente. No cuando había aprendido a leer qué buscaban detrás de sus máscaras hipócritas. Más que nunca me sentí el bufón del carnaval bailando para un emperador desnudo cuya mano podría hacer que mis cascabeles rodaran por el suelo junto con mi cabeza – Suelo obligarme a mí mismo a nunca esperar nada, así la emoción del momento  sobrepasa  mis expectativas – pensé en la carta guardada en el bolsillo del abrigo que entregué al entrar- pero debo admitir que no, no lo esperaba- crucé mi pierna por sobre la otra y apoyé ambas manos sobre mi regazo. Domar semejante bestia iba a requerir todas mis habilidades, suponiendo que esa fuera la razón por la cual me encontraba compartiendo una cena con él- Debo preguntar, y es que mi curiosidad puede más que otra cosa- reflexioné descuidadamente, llevándome el índice al mentón, como abstraído- ¿mis pensamientos están seguros con usted, señor Asmodeo?- le dije clavándole la mirada, esta vez serio. Me atreví a utilizar su nombre de pila. Si fuera un humano simple y lleno de reproche por llevar a un prostituto a un restaurante, las formalidades lo hubieran sido todo. Pero nuestra situación era diferente, ambos éramos diferentes y sabíamos que lo que nos rodeaba –las joyas, las maneras, la falsa moral-  era  solamente una excusa. No me importaban sus razones, o la tragedia personal que lo impulsaba a buscar la compañía de un cualquiera como yo porque era certero que me vería sin ropa antes de que la noche llegara a su fin, pero había otra desnudez que no podría ni quería mostrarle, y era la de mi mente. Sí él deseaba que fuera un juego, tenía que dejarme jugar.
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Mensaje por Asmodeo Miér Sep 28, 2016 9:17 pm

Sus pensamientos, si así lo hubiese querido, eran claramente visibles para mi persona. En realidad, amaba y odiaba ese don tanto como lo hacía con el dolor, sufrimiento y la poesía misma. Sin embargo podía controlarlo perfectamente, podía dejar jugar a mis presas tanto como así mi cordura me lo permitiera. Anulando mi capacidad para meterme en su mente y actuar tan normal como un humano corriente. Es decir, uno de demasiados años para ser contados, pero era mejor que nada. Así que apoyé mi codo sobre la mesa, dejando recaer mi mejilla en el puño, en lo que alzaba mis cejas como si la pregunta fuese de mi desagrado. — Pueden estar seguros –tus pensamientos- si así lo quieres. Un plato de cada uno, no sé qué es sabroso de ésta carta. — Proseguí para hablarle al mozo, simplemente no tenía la menor idea de qué podían consumir los humanos, el joven tenía una parte animal y aun así comía lo mismo que cualquier hermoso ser viviente. Algo que estaba fuera de mis conocimientos generales y que por supuesto tampoco me importaba demasiado conocer. Le volví a sonreír, ahora de lado y encontrando la hermosa gracia del aroma a papel viejo en sus ropas. ¿Entonces sí había esperado algo? ¿Qué? Podía saberlo mirándolo a los ojos no obstante, no había cosa más aburrida que conocerlo todo antes de preguntarlo. — ¿No te gusta nada en especial que me haces pedir a mí por ti? Podrías elegir lo que quisieras. ¿O es acaso que estás intentando probar mi paciencia? — Mi voz era por sobre todo, algo meramente encantador y dulce, como la voz del diablo. Susurrante y anhelante, desesperada por una atención estrambótica e inusual. Le vi cuando se acurrucaba en sí mismo, cruzando sus piernas y manteniéndose en el lugar. ¡Ah! Qué flameante belleza y aroma podía largar alguien así de vivo. Quizá con demasiados toques anteriores para mi exquisito gusto, mas no podía andar con prejuicios siendo que en años no había vuelto a encontrar a alguien de mi agrado.

— ¿Qué me tienes que ocultar que no te gusta que lea esa preciosa mente tuya? No importa, lo que tienes que saber es que no suele gustarme compartir. Así que quiero comprarte entero. Vendrás conmigo al Sacro Imperio Romano Germánico luego de un mes aquí. — Después de todo, seguía siendo un Rey y aunque mantenía a mis subordinados haciendo el trabajo bajo el dominio de sus mentes, me agradaba controlar todo lo que pasaba a mí alrededor. Era un juego que me iba a durar poco y del cual quizá el cambiante nunca se enteraría. No podía admitir y quizá jamás lo haría, que era un manipulador con una mente retorcida y fuera de lo habitual. Y la belleza sintiendo dolor era la forma más abstracta de arte en mis sentidos. Alcé una mano para tocar la punta de sus cabellos largos y me acerqué a olerlos, había conocido su aroma desde antes, pero ahora lo recordaría con una esencia más espesa. Si aquel muchacho realmente no quería que su mente y cuerpo fuese manipulado, entonces estaba esperando por verlo comportarse y hacerme ver una verdadera perfección cuando sus lágrimas se escaparan en algún momento.

Al final la cena llegó a la mesa. Apenas entraban los platos dejando un espacio para los platos individuales, en mi lugar solo había un vaso macizo, usado usualmente para whisky, en mi caso se dejaron caer los licores y al terminar dos hielos. — Tu muñeca por favor. — Me giré, dándole unos momentos la espalda al rubio en tanto tomaba la muñeca de la señorita que nos servía, cortando apenas la piel para dejar caer líneas de sangre al vaso. Beber directo de la piel era algo que hacía solo cuando sentía algo especial por el humano. Sacudí apenas la herida y mordiendo mi dedo dejé caer algo de sangre que en la brevedad curaría el tajo hecho a la muchacha que desde el inicio había sido deshabilitada de sus pensamientos para seguir mis órdenes. Operar la memoria era de uso externo para mí. — No, no te haré algo así. ¿Cómo podría si son tus expresiones tan antipáticas lo que me causa tanta diversión? Como te dije en la carta, resolvamos tus peticiones salariales. Cena, seguro tienes hambre. — Magullé en un susurro anhelante, como si quererlo ver escoger la comida fuese alguna clase de ritual sexual para mí. Nada era más erróneo que eso, aunque sí lo disfrutaría, la humanidad tenía esos placeres en masticar y sentir placer por el mero hecho de alimentarse con cosas ya muertas. Suspiré, dándome un momento de paz cuando me volqué a beber un trago.
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Mensaje por Lyosha Sáb Oct 08, 2016 1:28 am

Lo cierto es que lo dejaba elegir porque es propio juzgar a los hombres por sus acciones que por  la caligrafía de una pretensiosa carta. La opulencia de este…este ser, era increíble. Vi desfilar los costosos platos hasta nuestra mesa. La porcelana era tan exquisita como la comida en ella. Jamás había cenado con tanto lujo. Dejé sus palabras susurrantes flotaran en el aire por un momento y me dediqué a elegir que plato de todas aquellas exquisiteces debería probar primero. No era una cuestión de desafiar su paciencia, era de tantear el terreno. Tomé su palabra de que no  leería mi mente. A nadie le gustaban las personas obvias.

Elegí un muslo de pavo bañado en una salsa dorada. Con delicadeza tomé la servilleta de suave tela y luego de acomodarla correctamente, corté con suavidad un trozo y me lo llevé a la boca. La carne se derritió en mi boca como mantequilla ¡Que delicia! Me permití unos segundos antes de limpiarme los labios y tomar un sorbo de vino – Viena, Praga, Venecia, Florencia– comenté buscando con  los ojos mi siguiente manjar, dejando de lado el pavo- El sacro Imperio Romano- Sentí como me clavaba la mirada de nuevo – Muchos hombres me han ofrecido esas ciudades, y sus promesas no llegaron a la mañana. Pero usted ya no es un hombre ¿verdad? – Observé a la mujer que todavía seguía a nuestro lado, atontada. Creer en las palabras de un vampiro sería casi como rezarle al Demonio ¿Pero si no creía en el Diablo, que  pasaría? Tomé lo que parecía ser un budín de verduras- Claro, me era muy difícil acompañarlos cuando estaba encadenado a un cuarto, si es que alguno de ellos estuviera diciendo la verdad – Curioso ¿Qué acaso ahora me consideraba libre? – No puedo imaginarme tener mi propia jaula en Roma- Los cambiantes no soportamos el cautiverio ¿acaso será cierto que los vampiros duermen en ataúdes? La imagen de la plena oscuridad y la falta de oxígeno me cerró el estómago. Me volví a su lado para chocarme con la expresión de su rostro. Quizás me había excedido, pero que bello rostro,  su piel trigueña resplandecía a la luz de las lámparas. En otras circunstancias estaría deseoso de acostarme con él, si no supiera que estaría yendo a la cama con un cadáver ¡Daba igual! Lo haría de una u otra manera.

Dejé el trozo de budín pinchado en el tenedor y lo apoyé sobre el plato. Sabía que era de mala educación pero había cosas más importantes que la banal etiqueta. Me limpié las manos con la servilleta y la dejé al descuido sobre la mesa, en señal de que probablemente no volvería  probar bocado- Disculpe Asmodeo, que le pregunte, pero usted me ha llamado por mis cualidades específicas, y aun no entiendo a cuáles se refiere. Me aclara que no le gusta compartir, pero mi oficio me ha llevado a conocer a casi medio París ¿por qué alguien como usted, que según veo puede tener todo lo que guste, se interesa en adueñarse de alguien como yo? ¿No soy acaso muy...vulgar?- Le pregunté con el mismo tono de voz que usaba con conmigo, vacío de inocencia. Con esto quería decirle que no dudaba de su palabra, pero necesitaba garantías, no solo monetarias ¿Qué beneficio encontraría al someterme de nuevo a un caprichoso amo y señor? Este vampiro pretendía más que sexo ¿por qué?
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Mensaje por Asmodeo Mar Oct 25, 2016 8:50 am

¿Qué es la finura y la hermosura de un plato de cristal si no se trata del simple hecho de que se rompe? ¡Sí! El cristal se rompe hermosamente y por eso es tan valorado. La fina porcelana que vale muchos francos es especial por su fragilidad y delicadeza. De ese modo me gustaba todo, tan delicado y con miedos que enerve la muerta sangre que llevaba estancada en mis venas. Que avivara mi corazón sin palpitaciones, eso era lo que el estilizado joven casi podía provocar, aunque le faltaba algo, ¿lágrimas? Sí, eso es lo que necesitaba para satisfacerme. Por el momento el movimiento de su boca degustando la comida era suficientemente entretenido, podía escuchar cada bocado y como su lengua gustaba tan humanamente que me excitaba pensarlo. Mi rostro así mismo tenía una sonrisa de lo más divertida posible, mirándole como un arqueólogo en unas catacumbas. Calculando que tanto podría llevarme agotar los límites de mi tolerancia, ¿acaso un demonio debía retener sus inquietudes? La tristeza de Nicolás me abrumaba, era una cascarón vacío relleno de una mente pura de un corazón estúpido. No podía permitirme que me pasara nada parecido y fue cuando comentó su pasado que alcé un momento el rostro, mirándole de reojo pues me encontraba ya en pos de servirme la cena. Encantadoramente fue que sonreí, sin hacer alusión a una emoción en particular, aunque por supuesto que era la de desagrado. — Que patético resuena encadenar con la solidez de un acero. ¿No crees que la belleza de la libertad está en el miedo a tomarla? — Moví entonces el vaso, curioso ante su explicación: una jaula. Un cuervo sin alas, un gato sin patas. Las cosas a medias simplemente no eran para mí.

— Roma te gustará más de lo que me gusta a mí. Su sol es incandescente por las mañanas, pero sin humedad, y se siente a través de las paredes, sus noches son frías como el hielo. Será un mes allí, no quiero estar solo. Ya estuve unos siglos dormido y es aburrido. — Despertar había sido una tortura y los años siguientes habían sido peores. Recién poco tiempo atrás había sentido diversión, aún recordaba la facilidad con la que había tomado el trono del imperio. La antigüedad que me había llevado a escalar los puestos como una divinidad. Lo que no sabían era que los quería llevar a la más terrorífica guerra para sembrar el caos. Luego no tenía más pretensiones que darle el trono a otro, no me importaba el dinero, tampoco la política, simplemente me gustaba el cuantitativo poder. Aunque eso no es algo que el joven felino tuviese que saber, era más divertido verlo sembrar la duda en cada situación. Con los labios habiendo terminado de saborear la sangre mezclada con licor, el color en mi rostro se dejó tomar un poco más intenso y busqué curiosamente los ojos que me observaban, alzando las cejas con la misma curiosidad con la que él comía: bocado a bocado. — Me gustan los animales, en especial las aves, los cuervos negros. Pero no puedo volver a tener uno así, quiero algo igual y diferente. Que no se rompa. Como un gato blanco, más fuerte, más intimidante. Eres perfecto para el caso, lo demás no importa, que cosas absurdas escucho. Sin el tiempo no existiríamos, sin el pasado el tocar el presente sería imposible. Lo que significa es que me resulta irrelevante tu anterioridad si ahora te acotas a mis deseos. — Para ese entonces había dejado de mirarlo, por el contrario miraba al vacío que había delante de mí, como si estuviese planificando los pasos igual que un barco desembocando en un tornado. Estiré mi cuello a un lado, habiendo dejado el vaso y acerqué la palma de mi mano sobre sus cabellos, bajando hasta la delgadez de su nuca hasta atraerla y girarme para verle. — Tus delicadas y extrañas dudas solo alteran mis deseos y divierten mi aburrimiento. ¿Acaso no soy lo suficientemente sincero como para que pongas los palos en tu propia rueda? ¿Haz cenado bien? — Si había algo que jamás decía eran mentiras, sino que contaba los hechos con las metáforas más cuidadosas que podía hacer. Solo que eso era en casos de privacidad, en ese lugar, inmundo y contaminado por humanos, solo podía querer llevar al fin y al cabo, para luego poder tomar riendas y encontrar la satisfacción de mi vista. Pues ver era uno de los placeres más exquisitos que un demonio podía tener. — ¿Quieres postre? Sería prudente responder a mis inquietudes Lyosha, para que sepas los lugares atiborrados de gente son de mi disgusto. Simplemente tomé las precauciones de no asustarte. Los de las cadenas no se tomarían esa molestia. ¿No? —
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Mensaje por Lyosha Vie Nov 18, 2016 3:15 pm

Sus dedos en mi nuca me generaron un escalofrío, mezcla de terror y placer. La sensación recorrió mi columna entera y me descolocó igual que sus palabras ¿Si la belleza de la libertad no radicaba en el miedo a tomarla? Sentí que mi corazón se encogía patéticamente, como una flor echada al fuego. Desvié mi mirada, porque no soportaba verlo a los ojos después de palabras como esas.  
Quizás se debía a que faltó a su promesa o que la eternidad que cargaba le había otorgado una mente más aguda que el resto. O simplemente, los tipos que me tiraba cada noche eran unos idiotas. Pero si había algo peor que sentirme tan definido en un comentario casual, era que su mano sobre mí ejercía un magnetismo particular. Usualmente, nunca me interesaba quién tocara mi cuerpo, hombres o mujeres, me daban igual sus caricias pudorosas, indiscretas, llenas de culpa o de insolente dominación.  Pero aquella mano que se cernía sobre mi cuello lo hacía de una forma tan suave y maliciosa, que me dio un acceso de repentino miedo el descubrir que no tenía ningún arma contra él, excepto lo que veía en mí y mi forma de ser. Su vil inteligencia me había acorralado y de improviso solo hubo en mí las imágenes que evoqué antes de salir a tomar el coche. Mi hogar, las montañas, el olor a hierba. La belleza de la libertad está en el miedo a tomarla.  El diablo sabía cómo expresarse ¿Es esta una treta para convencerme de su existencia?

Sin darme cuenta me había llevado el índice a los labios, hundido en una mirada vacua, gesto que hacía solo cuando estaba sumido en mis pensamientos. Solo cuando me paralizaba la marea de recuerdos imborrables y dolorosos.  Cuando me di cuenta y volví a mi lugar, él seguía mirándome,  esperando mi respuesta  ¿Qué podía yo decirle? Yo era un cristal su lado, o así me sentía aunque él lo ignoraba. Y esperaba que lo ignorase, porque las mujerzuelas no podemos tener otra expresión que no sea la de gozo por lo prohibido, lo bajo, lo profano. Nadie quiere a las personas obvias ni a las putas avispadas. Entrelacé la punta de mis dedos con los suyos, mi rubio cabello entremedio, acariciándolos delicadamente. Ronroneé  restregando mi mejilla contra su antebrazo, un pequeño truco que en las épocas de burdel me brindaba  mejores clientes – Claro que no, no lo harían- junté valor para fijarme en sus ojos oscuros, un poco más brillantes después de que la sangre humana los reanimara- Usted debe ser el único. Roma suena hermosa ¿Por qué no? Lo haré – murmuré con el tono más lujurioso que pude poner - Parece un caballero de palabra, señor Asmodeo Hashmoda, y le agradezco todos los recaudos que tomó para mi comodidad- Estábamos muy cerca pero me acurruqué  sobre el mullido sillón para enfrentar nuestros rostros. Una distancia más que confidencial. Podría besarlo si quisiera, pero años de experiencia me enseñaron que se desea intensamente lo que no se da con facilidad- Con gusto lo acompañaré ¿Le parece si charlamos mis condiciones en privado?- Charlemos mis estúpidas peticiones, la exagerada  suma que te exigiré. Hablemos del presente, hablemos en mi idioma si deseas.  Charlemos con tu cuerpo helado encima del mío. A mí no me importa, pero jamás volvamos a hablar de mi pasado…
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Mensaje por Asmodeo Miér Nov 23, 2016 8:26 am

La risa se había escapado resonante desde mis labios, era seca y algo pretenciosa. Lo seguro es que cuando me reía podía ser por dos cosas: o me parecía estúpido e insignificante el sujeto en frente o podía ser que me resultara divertida a montones su presencia. Un extremo o el otro. En ese caso optaba por la segunda. Debido a que sus ojos se aplastaban como una mariposa volando acelerada y su mente parecía irse en algo que él mismo había construido desde hipótesis erradas. Hablar del pasado era algo que a casi nadie le gustaba y aun así él había intentado utilizarlo en mi contra y se había clavado sus propias astillas. Por tanto me dejé reír apoyando por completo la espalda en el sillón mullido, estirando el cuello para disfrutar un momento más del trago. Le solía dejar esa sensación agria a las personas, pero el cambiaformas era una nueva insignia evidentemente.

Alcé los dedos y sin molestarme en sacarlo de su trance me quedé observando y sujetando la punta de las hebras color dorado, pensando en qué clase de poesía podía exprimir para él. — ¿Terminaste de pensar acaso? — Pronto, como el despertar de una mañana, le vi acercarse con una nueva decisión en su rostro. Parecía que irse de naufragio le había sentado bien y no tardé en alzarme para volver a estar rígido a un lado, alzando las cejas una vez más. Asentí para acurrucarlo un poco más desde su cintura y entrecerré los parpados cuando le tuve lo suficientemente a mano. — Una buena elección. Cuidaré de tu suave piel, no tienes que preocuparte. —

Por mi parte, el deseo estaba siempre vivo, año tras año había disfrutado tanto mujeres como hombres y ver sus maneras acomplejadas dibujó una expresión lasciva en toda mi frente. Antes de que terminara de hablar, me embarqué en mis propios movimientos, alzándome para moverme del sillón y esperarlo parado a un lado. Apunté a uno de los pasillos que estaba en el costado donde las otras mesas se formaban a lo lejos. — Está bien, levántate. Tú me dirás las tuyas y yo te diré las mías. No quiero que haya confusiones. — Aclaré con una delicadeza tal que pareció ser un hermoso cuchillo dibujando el contorno curvo de sus mejillas. Para cuando terminé, estaba terminando de pasar los dedos por su barbilla y parte de la oreja. Decidí que así no iba a poder salir y quité ambas manos, volviendo al camino que daba a una serie de habitaciones. Tan cliché como así podía ser, la que había escogido era la última que se veía derecho al pasillo. — Ya dije que no me gusta compartir, ¿no? Es muy importante eso. Y quiero verte transformado, Lyosha. Si eres tan amable, hazlo para mí. — Hablaba susurrante y no tardé en abrir la puerta, esperando a que se metiera primero. No era mi intención dejarlo escapar. Aunque había adornado todo para que el joven pudiera aceptar cada cosa a su manera, no me importaría usar la fuerza si por el contrario llegaba a negarse rotundamente. Para mi suerte, eso no se notaba en absoluto en mis ojos, que por el contrario sonreían con una calma casi exagerada. Cerré la puerta antes de que cualquiera pudiera hablar y me dediqué a sentarme en un sillón unitario que estaba en un costado. Me deposité con los ojos bastante entrecerrados, aparentemente perezosos. — Ya estamos acá, cuéntame tus condiciones. Serás la mascota del Rey del Sacro Imperio, puedes pedir sin miedo. — Acerté entonces a comunicarle las razones por las cuales tenía que volver al territorio. Seguro que sería entretenido ver sus reacciones, aunque para mí no había sido más que unos movimientos entre mentes y gentes. Apoderarme del trono no había sido demasiado complicado en un país donde lo sobrenatural no se veía demasiado. Para su tristeza no tenía nada con lo que distraerme en mis manos, por lo que toda mi atención estaba dirigida a él. La mirada azulina estaba pegada, esperando no solo sus casuales movimientos, sino que también deseaba verlo convertido en el animal que podía ser. Después de todo era parte del propio espectáculo que pensaba comprar. El ansia, voraz e impertinente era una notoriedad, como una especie de obsesión que aunque no se notara existía en mi entorno. Y asimismo existiría en el del muchacho igual que una bella constante con la que tendría que convivir.— Volveremos pronto igualmente, tengo cosas que hacer acá. —
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Mensaje por Lyosha Dom Dic 04, 2016 5:44 pm

Entré a la habitación con cierto cinismo de mi parte. Después de todo ¿se diferenciaban tanto los vampiros y los humanos? La línea seguía borrosa para mí, que me adentraba en la boca del lobo como una ingenua caperucita cubierta de sangre. Sentí la necesitad en su voz de conocer mi forma animal. El ansia. La conocía y la conocía bien ¡Claro que sí!
Había habitaciones privadas dentro de un restaurante, dentro de un hotel. Me pareció tan ridícula la ida ¡tan ridícula! A los humanos les encanta encerrarse, dividirse, clasificarse dentro de cajas de cemento y moralidad. ¿Y este vampiro? Encerrado  en su capricho de ser rey, atado a la demagogia propia de cualquier humano miserable. Terminó de hablar y alcé la vista. Había escuchado su discurso mirando a un punto perdido de la habitación, apoyado en la pared. Por una fracción de segundo lo observé sabiendo que no se diferenciaba en nada a un humano, ni siquiera un poco. Pero no me permití la suficiencia necesaria para salir de mi papel, y convertí mi expresión en la mismísima personificación de la Santa Patrona de las Prostitutas. Dulce, seductora y misericordiosa hacia los hombres en su afán de poseernos como trofeos, aunque sea por unas horas. Y vaya que los perdonábamos ¿Y quién era esa patrona? París, por supuesto
-Nunca me he acostado con un rey antes. Eso le da cierta exclusividad ¿No, Asmodeo?- Murmuré despegándome de la pared y avanzando unos pasos hasta pararme frente a donde reposaba. Se veía aburrido ¿Pero cómo saberlo? Le sonreí mientras deshacía el moño de seda que rodeaba mi cuello- Mis condiciones son simples. Deberé creer más en su palabra que en cualquier papel que pudiera hacerlo firmar ¿Verdad? Después de todo, es la palabra de un rey- De un rey vampiro. Dejé caer la cinta al suelo y comencé a desabotonarme el chaleco ¿Desde cuándo me sentía tan charlatán con un cliente? Quizás era la excitación que me hinchaba como un globo y no permitía que viese las consecuencias de lo que hacía. Pero no las vería ahora, sino cuando fueran ya algo palpable y no solo una promesa vacía, impulsada por mis propios ánimos de redención
-Quiero que se siga pagando la renta del lugar donde me hospedo. No quiero perderlo, ni a mi gata tampoco. No es necesario que su gente la cuide, solo pagarle al pensionista lo necesario- Dejé la prenda en el suelo y seguí con los botones de mi camisa de lino- También, quiero que mi sueldo sea igual que el de cualquier alto funcionario de la corte francesa – Que suma estúpida – y por último…-
Me tomé tiempo para esto. Dejé que la camisa se deslizara por mis hombros hasta quitármela, dejando mi pecho al descubierto. Me desprendí del resto de mi traje, mis zapatos, mis medias, mi pantalón y mi ropa interior. Permanecí desnudo frente suyo, silente, hasta que junté la convicción para seguir hablando – Asmodeo – mi voz sonaba seria, no estaba jugando ahora- Usted puede hacer lo que desee conmigo, para eso me está comprando. Pero mi última petición esta: podrá  utilizar mi cuerpo de la forma que el suyo quiera, pero jamás, bajo ningún concepto, tocará usted al lince. De lo contrario, puedo ya asegurarle que no lo acompañaré esta noche, ni aquí,  ni en su imperio- murmuré antes de cerrar los ojos y dejar a mi verdadero yo salir a la superficie.

La figura del joven se dobló y a una velocidad increíble su piel se transformó en un pelaje blanco y denso. Quimérico y voraz, el  pelo claro engulló las extremidades y las convirtió en garras poderosas y acolchadas. En menos de un pestañeo, en el medio de las ropas desperdigadas por el suelo se alzó un lince boreal de aspecto serio. El felino se sentó sobre sus patas traseras y clavó sus ojos ambarinos en los del vampiro que lo observaba desde el sillón. Su cola corta y moteada se abanicaba suavemente al compás de su imperceptible respiración.
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Mensaje por Asmodeo Mar Dic 27, 2016 8:06 pm

Disfruté su inocencia, sus palabras toscas y su mirada que emanaba como un fuego sus pesares. Podía oler su orgullo y deseé verlo humillado, lamer y besar sus lágrimas como si fuesen alguna especie de reliquia perfecta. Él no comprendía mi propia voluntad: No era un hombre lo que estaba frente a él, no era deseo físico tampoco lo que requería, aunque éste fuese una especie de detonante. Claro que le haría perder en el placer, todo era para un fin perfecto; para una anomalía en el mismo mundo. Romper era línea atemporal que separaba al dolor de lo demás. ¡Yo quería sentir sus penas como si fuesen propias! Abrazarle hasta el cansancio, hasta que pasara a desmayarse por tener tanto de mí. Necesitaba domarlo, hacerlo aprender como el menudo animal callejero que era. Despacio, con recompensas y castigos como lo haría cualquier persona. Le sonreí y esperé que se acercara un poco más para acariciar su hermoso rostro, pasando el pulgar por sus labios, tal cual si estuviese examinando una nueva adquisición. Bien, ciertamente era lo que hacía. — La palabra acostarse es muy de burdel, quítala de tu diccionario. Y no, preciosa figura. Lo que me da exclusividad es ser quien soy. No un título de realeza que dejaré cuando termine con el imperio en miseria. — Sus pasos habían sido perfectos, moldeados para atraer, dispuestos a estar altivos en cualquier circunstancia. Era lo que esperaba de él. Estiré un momento los brazos, sujetando el ajeno para acercarlo más, buscando sentarlo sobre una de mis piernas, queriendo ayudarle a desprender los botones que escuetamente cubrían la piel. Me divertía escucharlo, aunque así mismo todo me decía que debía castigarlo, hacerlo llorar hasta el límite aceptable del primer momento. — Las palabras de un vampiro son más leales que las de un Rey. Porque yo soy eterno y un reinado no lo es. ¿Acaso te gusta ser la mascota de un Rey que lo reiteras? — Asentí minuciosamente, pasando una uña por su barbilla y luego por su clavícula, sintiendo la dureza de sus huesos frente a mi fuerza. Pronto le permití alejarse, notando su inexplicable falta de cuidado por todo a su alrededor.

Ladeé la cabeza a un lado y luego al otro y asintiendo a sus exigencias. No eran demasiadas, pero algo hacía ruido en mi interior. Conservar todas sus cosas no me era un problema, sino que la idea de que quisiera volver tan firmemente me hacían enloquecer de una especie de celos abrumadores. Yo lo quería todo, cada parte, cada sustancia que emanara de su ser iba a pertenecerme hasta en lo más recóndito. ¿Tenía que contenerme? Sí, ciertamente debía hacerlo o terminaría por romperlo, hacerlo trizar como me había sucedido con Nicolás, mi hermoso muñeco eterno, se había alejado de mi por miedo, por enloquecer. Esta vez tenía que hacerlo bien. — Está bien, sin embargo, ¿por qué no traes a tu gata contigo? Se sentirá triste sin su dueño, ¿no lo crees? Desconozco ese monto, pequeño. Lo buscaré para ti luego. — Asentí una vez más y sentí como su aura comenzaba a cambiar con esmero, sí, estaba por convertirse en un animal y eso encendía cada parte de mi cuerpo, enloqueciéndome hasta puntos inimaginables. Mis ojos se prendieron con una carnalidad casi bestial y apenas llegué a escuchar un atisbo de sus palabras. ¿Me estaba negando al animal? Casi escuché mi risa saliendo de mis labios. Para su suerte no sucedió y simplemente me quedé deleitando las curvas del lince. Apoyé mi mejilla contra mi puño y mis ojos se encendieron. Tenía que responderle, pero poco a poco, con calma recordé que había hecho hacer un hermoso traje para su esencia. Quería verlo, una y otra vez cambiando, siendo dominado por su propio deseo. — ¿No podré tocarlo? Muy bien, no serás tocado aunque deseo que estés así junto a mí. Ser Rey y vampiro es aburrido. En cada reunión sé exactamente lo que quieren que diga, quiero un hermoso animal a mi lado, imponente y salvaje como lo eres tú. Mis condiciones son esas, vivirás bajo mi lecho y nunca nadie verá tu humanidad, porque esa será solo mía. — Me levanté entonces de mi lugar y sin mirarlo fui a un maletín lo suficientemente grande para que ocupara parte de una mesa. No tenía intenciones de ir en contra de sus deseos, pero mucho menos iría en contra de los propios. ¿De qué servía un hermoso siervo si no era para mostrarme frente a los demás? Un lince disfrazado de ciervo era lo que buscaba. Así como sonaba, un vasallo que fuese peligroso ante todos y que estuviera a mis pies aunque fuese en apariencia. Dejé escapar una leve sonrisa y entonces tomé con cuidado el collar que había pedido para él, no había inicial ni nada que aclamara pertenencia, sino que se trataba de una belleza de artesanía que comenzaba en el cuello y caía hasta sus hombros y pecho. Era uno de los adornos que usaban los hombres arriba de las ropas en el imperio, solo que menos refinado y dispuesto para estar contra su piel. Lo mostré al animal y tomándome mi tiempo me dispuse a abrirlo. — Acércate en la forma que quieras para ver cómo te queda. Sin duda quedará perfecto contra tu piel pálida. — Perfectamente contraria a la propia que era más bien mestiza y tostada. Esperé a un lado, sujetando la joyería opaca y siniestra, de un oro blanco con adornos en negro. No era nada convencional y tampoco daba la apariencia de caro, aunque estaba perfilado lo suficiente para ser una increíble artesanía, seguía pareciendo salvaje a la vista. Sin duda estaba hecha para ser puesta sobre él. — Me gustaría que lo llevaras puesto siempre frente a mí, si te gusta. —
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Mensaje por Lyosha Lun Ene 16, 2017 9:19 pm

El animal se acercó unos pasos, prudente, sin emitir ningún sonido. Sus fosas nasales se contraían y dilataban en busca de un olor extraño, peligroso. El olor de la plata. Pareció no distinguirlo en la joya que le sostenían enfrente y se dio la vuelta majestuosamente dándole la espalda. Al cabo de unos segundos volvía a ser el joven delgado y rubio de momentos atrás.

Tardé unos segundos en despejarme, desligarme lo suficiente de mi animal interior. Me encontraba de rodillas en el suelo, como un humano simulando caminar en cuatro patas.  Me giré en esa misma posición y me acerqué hacia él contoneándome como un felino. No podía despegar mis ojos de aquella monstruosa joya ¿Qué manos enfermas entregaron su alma para esculpir ese collar maldito? En mi mente el collar tenía vida propia y estaba destinado a acabar con la mía apenas lo apoyara en mi pecho. Y así sucesivamente con todos sus dueños ¿Cuántos serían, cuantos como yo ha asesinado este vampiro con delirios de monarca? Otra vez mi mente divaga y es algo que no puedo permitirme. Alcé la vista y me encontré con la suya, un abismo. Su aura fluctuaba, se retorcía y vibraba al compás de una perversión que no conocía antes. De alguna forma esto me obligó a hablar y en susurro trémulo le dije – Es hermosa...y brutal- me incorporé lentamente hasta estar a su altura, sin dejar de mirarlo - Una joya perfecta para un animal ¿La ha diseñado usted?- sonreí cómplice mientras tomaba sus manos y las guiaba para calzarme el collar sobre los hombros, incitándolo a no abandonar mi cuerpo al terminar de acomodarlo. A pesar que el  me causara escalofrios. Todo en su confección era espeluznante.

El metal pálido erizó mi piel apenas la tocó. Ambos sabíamos que estaba pasando. Yo sabía, oh y el también, que este regalo no era otra cosa más que una cadena de la que él podría tirar cuanto quisiera. Yo, contradictoriamente, me dejaba acogotar por el precio de mi ¿libertad? Otra vez, otra vez pensando ¡Para qué! Me concentré en alejar mis pensamientos de su mente, podría leerlos cuando quisiera, que estúpido pensar que no lo haría. Este juego se estaba volviendo cada vez más peligroso- Acepto sus condiciones – murmuré entrelazando mis dedos con los suyos y llevándolos a mi cuello, como una caricia suave y mortal. Me compraba para ser su mascota, y su mascota real sería, sentado a su lado mientras su reguero de sangre se extendía. Nada diferente a ciertos hombres poderosos que acudían a mi habitación. ¿Por qué ocultarlo? Deseo que me toque, ansío que ponga una de sus letales garras sobre mí. Sentía que mi interior se desmoronaría si no lo hacía cuanto antes. La vibración de su aura turbaba la mía y vulneraba mis barreras, si es que no las derribó cuando lo encontré esperándome  arriba, en nuestra mesa.  De pronto todas mis condiciones quedaron pulverizadas a la nada ¿Importaban de verdad? ¿Servirían de algo?
Me pegué a su pecho, sintiendo la tela de su traje rozar mi cuerpo desnudo -¿Me queda bien, majestad?- pregunté, nuestras bocas milimétricamente separadas. Un leve olor a sangre se escapaba de su aliento y yo me hice la idea de por qué los vampiros son tan temidos, más que las otras bestias que pueblan París  ¿Qué es peor que una criatura en cuyas pesadillas te hunde sin que puedas siquiera objetarlo? Por favor, que todo esto terminara rápido, antes de que me dé cuenta lo que he hecho. ¿Quedará algo de mí para cuando acabe con su imperio?
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Mensaje por Asmodeo Sáb Ene 28, 2017 10:01 pm

La palabra empleada por el aprobado felino hizo que la sonrisa se acongojara contra mis labios. Era exacta, ‘brutal’ era el sentido preciso que necesitaba escuchar. Él mismo era de ese modo, extremadamente poderoso con solo darle un vistazo, ¿acaso no se daba cuenta que su irremediable belleza era mucho más irresistible que el veneno más frutal?

La joya parecía querer hundirse y tatuarse en su piel como si tuviese vida propia. ¡Estaban hechos el uno para el otro! La curvatura de mis labios se dibujó más profundamente y me imaginé que las preguntas mentales del muchacho podrían ser de una lista interminable, igual que las mías. Realmente no había sido el primero con quien había intentado semejante conexión. ¡Pero ni una sola vez se habían asimilado a su frenética mente! Sin contar con el ave de alas negras que rezumaba dolorosamente. Aun así todas las historias eran recordadas con hermosura, ¿qué era de un vampiro… de un eterno, sin sus recuerdos? Como un polvoriento libro que de lo único que se nutre es de nuevas palabras en su testamento. Toqué con enérgico cuidado el metal que caía, le hacía juego perfectamente, era masculino y a la vez notaba un resplandeciente sentido de propiedad. El joven no había respondiendo del todo mis preguntas, tampoco mis consejos, con lo cual quedaba desorbitado. ¿Se trataba tal vez de que su solo acto era lo suficientemente alevoso para increpar a las hazañas? Asentí para mí mismo, moviendo la cabeza como si tuviese una especie de hipnosis lenta pero duradera. — Sí, aunque por supuesto el artesano se lleva su mérito y quien lo luce será el mayor elegido. Algunas veces son como las estrellas, vienen con su propio cielo. Estoy seguro que no le podría quedar así a otro más. — Comentaba sinuoso en tanto me cercioraba de acariciar su piel cuidadosamente, donde antes estaba el animal solo había un humano. Era lo que anhelaba y ya se lo había dicho: solo para mí la persona, la carne; el resto que vieran una amenaza prepotente y feroz a mi lado. Fueron segundos después, cuando sus yemas y palmas me desearon con obvia razón, que me separé lentamente, estirando la mano hasta dejarla suspendida en el aire. Apoyé pronto uno de mis codos sobre la mano que me envolvía la cintura, igual que una de las estatuas de época, lo evaluaba en cada maravilloso movimiento, con la mano curveada palpando mi barbilla. Memorizaba la desnudez que nunca antes había visto entera, simplemente no le había dado importancia. — Muy bien, la gente se entiende hablando. ¿No te parece? —

Permití que me obligara de alguna manera a pasar las garras por su cuello y le sonreí con clara diversión, el joven muchacho estaba apeteciendo desesperadamente estar en su zona de confort. Era lamentable que buscara ser roto rápidamente, ¿qué tanto me quería hacer tentar como para caer en el gran sacrilegio de beberle la sangre y matarlo descuidadamente? ¡¿Acaso no se daba cuenta que deseaba que viviera para mí, girando a mi alrededor como un foco eterno de atención?! — El deseo es un pecado que no estoy dispuesto a tocar cuando la contradicción es ahogarse en un charco de sangre. Por supuesto que te queda bien y por supuesto no se sabe cuál de los dos vale más. Ahora que ya hemos terminado, será mejor que te pongas la ropa para esconder tu piel. — Apunté con el deseo a raja tabla, pasando la yema del pulgar y el anular alrededor de sus labios, casi como si intentara quitar algo de allí. Quizá trataba de borrar la necesidad de su rostro e implantarla con otra sensación, mucho más dolorosa y frágil que la que veía ahora. Sí, estaba sellado que era mío, pero faltaba lo más importante y en esos años nada se me olvidaba. — Sabes que todavía no eres mío, cuando consiga saber el monto que dijiste te haré llegar un contrato. En caso que no tengas objeciones al respecto lo firmarás y vendrás a la residencia de Paris para terminar el asunto. Claro que de ser posible, sería mejor que te decidieras rápido y por supuesto que si no usas tu cuerpo en éstos días sería mucho más agradable, para mí. — Le miré, con un obvio pensamiento, no me importaba qué tantas veces había sido usado, yo lo deseaba como una eminencia. Tenía que estar puro, perfecto y delicioso frente a mí. Lo que suponía que no me agradaría ver marcas ajenas. En ese soplo recordé que era la manera de sobrevivir del cambiante y que quizá no podría cumplir mis expectativas. Fruncí el entrecejo y antes de siquiera pensarlo saqué unos cuantos francos de oro que habían empezado a circular hacia no demasiado tiempo por Francia. Era una tragedia tan grande, lo tenía allí frente a mis ojos, casi contra mis manos y frotando mi piel aparentemente excitado y aun así no era mío. ¿Y cómo podía acariciar algo que no me pertenecía y que tampoco tenía permitido romper? Trágico y totalmente real. Decidí que era hora entonces de dejarlo marchar de ese cuento silencioso y esperarlo en las noches siguientes, momentos en los que esperaba poder hallar a lo largo de días o meses, su hermoso llanto empedernido. — No leo tu mente y se nota que tu jaula de acero te quiere obligar a hacer cosas. Pero te voy a sacar de ese acero inmundo y te haré ir a un cielo que será más brillante y arrollador. — Uno en donde nunca jamás podrías escapar a menos que con eso terminara perdiendo una parte de sí.
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Mensaje por Lyosha Vie Mar 03, 2017 6:35 pm

Dejé escapar un suspiro de resignación cuando se alejó de mi boca sin otra cosa que una caricia. Tenerlo cerca era muy peligroso, como una fogata en una noche helada. Su falso calor podría engañarme y acabaría lanzándome a las llamas, como estuvo a punto de suceder.

Le gustaba mucho hablar, quizás demasiado, incluso cuando ya había accedido a todo lo que me pidió. Pero me acostumbraría a eso. A los hombres les encantaba hablarme antes de acostarse conmigo. Mi sonrisa complaciente se había esfumado al exigir que me vista de nuevo –Es usted muy considerado– susurré como quien no quiere la cosa mientras le daba la espalda y comenzaba a recoger la ropa del suelo. Me vestí en pocos minutos. Cuando volví a darme la vuelta hacia él vi que me extendía unos cuantos francos. No pude evitar reírme discretamente. Lo observé a los ojos, cautivado y en el fondo, asustado. Sabía que se estaba refiriendo  mi sangre y a sus ansias por probarla. Eso me ayudó a calmar mi impaciencia por terminar el trabajo cuanto antes. Me quité el collar y lo coloqué suavemente sobre las monedas que ofrecía, procurando dejarle una caricia en el dorso de la mano. ¿Pagarme para no acostarme con nadie? Eso era nuevo para mí – Es curioso- exclamé mientras me abotonaba con maestría la camisa– Creo que es de mala suerte recibir dinero sin causa. Gracias Asmodeo, pero puedo esperar su contrato sin problemas el tiempo que necesite-

Aquello no era del todo cierto, pero no me permitiría deberle nada.  Le sonreí coqueta, estúpidamente al tiempo que terminaba de enlazar mi moño de raso. Falsa inocencia bajo el manto de la perversión, el mismo juego de siempre, solo que más peligroso, más hipócrita. Prometía quitarme de mi jaula, llevarme a un “cielo brillante y arrollador” ¡Oh Santa María de las putas, dame  paciencia y un poco más de cerebro para lidiar con esta alma atormentada! Otro salvador, otro héroe de la interminable epopeya patética que me perseguía cada noche. Humano o vampiro, sexo era sexo. Soledad es soledad y una mascota…ni siquiera hay que explicar la metáfora.
Aún descalzo me acerqué y me puse de puntas de pie para dar esa sensación de infantil picardía que tanto le gustaba a los hombres, y le susurré, como cualquier jovenzuela  contándole un secreto pervertido a una confidente – Mientras me dé la llave, Majestad, puede llevarme adonde quiera- Y me volví para calzarme. Era difícil fingir con alguien que se daba cuenta de toda la farsa ¿Pero quién no? Solo que los demás eran bastante conscientes de seguirla sin inmutarse, sin aniquilar la magia del engaño -¿Me retiro, entonces?- le pregunté golpeando suavemente el talón para terminar de acomodar el zapato.  La expresión de su rostro era tan compleja, tan poco convencional. Desvié la vista hacia la puerta mientras esperaba su respuesta. Ah, qué difícil   es fingir con alguien que no sigue el juego.
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Mensaje por Asmodeo Vie Mar 31, 2017 8:56 am

¿Qué era en verdad la diversión? ¿Por qué por una fracción de segundo creí sentir algo como eso? ¿A qué se refería el diccionario cuando hablaba de pasión y deseo? ¿Qué tanta mentira tenía por dentro o por fuera? ¿En dónde más o en donde menos? Las preguntas comenzaban a burbujear incontrolablemente en mi cerebro. Lyosha flotaba como una pluma dentro de mis cuatro paredes y estaba emocionado por saber si podría convertirse en un estilete de emperador o si prendería fuego su figura hasta desaparecer. ¡Qué tristeza magnificente sería si simplemente caía al suelo sin vida! Claro estaba que no me lo podía permitir, después de todo había ido hacia él con mis propios medios lo que significaba que de alguna manera él terminó moviendo alguna cosa muerta dentro de mí. ¿Era la desfachatez lo que me daba esa diversión que exponía mi sonrisa? No lo supe, pero casi dejé escapar la risa ante sus palabras, como si lo hubiese indignado sin darme cuenta, tal parecía que tenía un punto débil que era su orgullo. — ¿Mala suerte? ¿Esta es tu manera de decirme que me debo apurar? Bastante astuto, supongo. — Asentí más a regañadientes que otra cosa. Era evidente que la sola idea de que me pudiese manipular -aunque sea por una diminuta cosa- no me agradaba en absoluto, ¿qué era un demonio sin su libre albedrío para hacer el mal? Mis ojos se quedaron clavados en los ajenos, curiosos por cómo se levantaba, se acercaba y se volvía a alejar. Una ruleta que provocó que cruzara mis brazos lentamente sobre mi cintura, estirando la espalda y a su vez el cuello.

Que emocionante destino hubiese sido el del joven si un milenio atrás lo hubiese conocido. Qué clase de cosas podrían haberle sucedido por su descaro, cuanto placer podría haber sacado de él hasta dejarlo seco y cansado, eran preguntas que no tenían respuesta. Los años anteriores habían quedado una tumba como el recordatorio eterno de que los vivos podían romperse. — Sí, puedes retirarte entonces. No juegues demasiado, sería una lástima que te metas en mi boca antes de lo planeado. — Un suspiro casi dulce se formó, sujeté el cuello del cambiante cuando sus piernas se estaban encogiendo hacia el suelo y lo mantuve así, para que haga equilibrio por un poco más de tiempo. Después de todo seguía siendo un felino, ellos eran expertos en eso, se me ocurrió que alguna vez podría probar cuánto aguantaba en puntillas. Me quedé observando esa retorcida femineidad en su apariencia y físico masculino. Y así tal cual, me conformé con la visión y permití que fuese al suelo, moviendo una mano para incentivarlo a que se fuera. El hambre se había acumulado en mi paladar y al no poder cumplir mis caprichos el baño de sangre sería inevitable y sin escapatoria. — No olvides lo que hablamos, hay un carruaje en la puerta, puedes usarlo para irte si quieres. — Esa línea seguía manteniéndose, entre las órdenes fijas y el consenso mutuo. Estaba deseoso por hacerle perder ese límite marcado y volverlo un círculo vicioso de agonía y placer.
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Mensaje por Lyosha Sáb Abr 15, 2017 11:39 pm

El monsieur teme morderme a la primera ¿debería, acaso, temerle de igual manera? Parte si y parte no, mi entrenamiento milenario no me permitía discernir entre la ficción y el verdadero temor que inspiraba mi nuevo, sin estrenar, cliente. Sonreí lacónicamente antes de abrir la puerta y apoyarme en ella brevemente, en un dejo de infantil curiosidad - No me olvidaré de usted, Asmodeo- suspiré dentro de mi juego de gato y ratón, plenamente consciente de que el anhelo que desprendía su mirada sería la única cuerda donde podría devolverle los tirones de mi sucedánea correa – Espero su carta, tómese el tiempo que necesite, por favor. Gracias por su amabilidad, prometo recompensarlo- exclamé antes de cerrar la puerta, sin mirar atrás.

Dentro de aquella habitación todavía corría mi estela de erotismo y vulgaridad que usaba para engatusar a los incautos que decidían pagarme una noche. Pero al salir de ella descubrí con cierta incredulidad que me temblaba el pulso. Sentía la puerta vibrar con el peso de su convicción en poseerme. Su maldad, su aura caótica incluso atravesaba las paredes, como el eco de un grito demoníaco. Que clamaba por mí. Aún ebrio de su presencia y de la adrenalina que corría por mis venas, me encaminé a la salida y tomé el coche preparado para mi vuelta.  El cochero sabía mi dirección, así que al apenas subir al vehículo, este emprendió su traqueteo por las calles lodosas hasta internarse en el barrio de mala muerte donde tenía mi guarida.  Al bajar rechazó la propina de una manera tan vacía y desinteresada que temí…¿Este también era uno de sus esclavos?

Subí las escaleras como un rayo y los cristales de las ventanas temblaron bajo el portazo con el que me encerré en mi refugio de hambre y desesperación. La fría humedad de los días de lluvia carcomía las paredes y la chimenea se encontraba apagada, puesto que no esperaban mi vuelta. No habían pasado más que una o dos horas, pero para mí los minutos habían transcurrido como gotas de cera derritiéndose lenta, tortuosamente al calor de la llama. ¿Y Asmodeo, qué papel jugaría en el drama de mi vida? ¿Me derretiría con sus palabras, con sus juegos mentales, con su egolatría desmedida?  Su rostro moreno, sus ojos penetrantes y sus ademanes, elegantes y extrañamente oníricos, se revolvían en mi mente  en el más psicótico de los caleidoscopios. De pronto el peso de mis acciones sobrepasó el de mi inconciencia y me derrumbó junta a las cenizas  heladas. El moho de los rincones crecía, crecía y crecía cubriéndome por completo. Espero pudrirme con él, con esta habitación y el sinfín de falsas confesiones de amor enfermo, de perfumes baratos, ojalá me pudriera junto con la promesa suicida de encadenarme al ser más oscuro que encontré vagando en el espiral sin sentido que a los estúpidos nos encanta llamar Existencia. Por qué si no fue para eso, para ver mi fin bajo unas manos que no fueran las mías, bajo una voluntad que no dudara en acabarme ¿por qué lo había hecho?

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