AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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En el ocaso de un nuevo destino (privado)
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En el ocaso de un nuevo destino (privado)
Había caído ya la noche en el sur de París, tan solo la luz de una tenue y difuminada luna alumbraba los pequeños pasos que cada persona daba para no caer. Allí, en medio de los árboles, entre cantos de viento, susurros de hojas y ramas, entre el tacto de una alta hierba silvestre, unas botas se abrían paso hacia un destino que, sin preguntar, se conocía sin paradero. Tan sólo vagaba, caminaba sin rumbo pensando y meditando en su interior todo aquello que le había sucedido tiempo atrás, todo aquello que le había convertido en lo que ahora era, un solitario hechicero de artes oscuras sin perdón de Dios. Miró al frente y vio una ardilla, la cual cayó al suelo, de cabeza, haciendo un pequeño sonido como el abrir de una nuez al ver la silueta del caminante. todo lo que tocaba se hacía yermo y muerto, la neblina que yacía en el suelo, se apartaba a su paso como si le temiese.
Emisario de la muerte me llaman algunos. Juicio del redentor proclaman otros. Monstruo gritan unos cuantos, pero nunca, nadie...
Sus ojos se mojaron en unas pocas lágrimas que acariciaron sus mejillas para acabar cayendo sobre su abrigo. No levantaba la vista, solo miraba al suelo y se ahogaba en sus recuerdos. Apretaba los puños con rabia e ira, con desesperación y firmeza, siempre se había odiado, siempre había odiado a su maestro, siempre había odiado aquella estúpida túnica que lo tapaba cada vez que lo apalizaba. Y ahora, tras todo aquello, después de muchos años, nunca volvió a ser el mismo, nunca volvió a sonreír, ni a sentir alegría, ni felicidad. Solo vacío, un vacío oscuro e intenso, un basto vacío imposible de llenar con nada, careciendo así de sentimiento alguno. Miró a la luna, con despojo, como si la culpara de todo, como si aquella esfera que brillaba en lo alto del manto estrellado fuera la causante de todos sus males. Pero no dijo nada, y caminó, siguió caminando un poco más. Tan solo quería sentir la soledad, la humedad del ambiente, el frío de la muerte.
Nadie me ha llamado jamás persona...
Entonces gritó, gritó fuerte, gritó con todas sus fuerzas hacia sus adentros, inaudible al exterior y palpitante para quien lo pudiese sentir. miró a ambos lados y no obtuvo respuesta a una pregunta que ni él mismo conocía. Metió su mano en el bolsillo y sacó el reloj, aquel pequeño reloj que tanto lo reconfortaba y enfadaba a la vez, aquel pequeño reloj de oro que había quedado solo tras la pérdida de su abuela. Aquel reloj solo marcaba las 12:50, nunca cambiaba, solo marcaba la hora de la ultima vez que la vio, aplastada entre escombros. Entonces se detuvo, se paró en seco y se dirigió a un tocón mustio y marchito, muerto desde hacía ya tiempo, y se sentó.
-No sabéis cuánto me hubiese gustado haberos dicho adiós, haberos dado un último abrazo y haber notado el último aliento de vuestros cálidos besos. Ahora ya no tengo nada, ya no soy nadie, solo un hombre errante en busca de una venganza que nunca podré cumplir, en busca de una lucha que jamás podré ganar. En busca de acabar con la vida de aquello que os hizo faltar. Lo siento, siento haber sido como fui, siento no haber sido un mejor hijo.- Y entonces se derrumbó, cayó sobre sus hombros derrotado y expuesto. sin ser nadie, sin tener nada, solo la soledad de aquel bosque que lo ocultaba, solo la humedad de aquella neblina que lo huía. Ahora solo podía esperar su momento, esperar el momento de resurgir, de cambiar el curso y el sentido de una vida para él vacía. se lo juró a él, se lo juró a sus abuelos, y se lo juró al mar.
Emisario de la muerte me llaman algunos. Juicio del redentor proclaman otros. Monstruo gritan unos cuantos, pero nunca, nadie...
Sus ojos se mojaron en unas pocas lágrimas que acariciaron sus mejillas para acabar cayendo sobre su abrigo. No levantaba la vista, solo miraba al suelo y se ahogaba en sus recuerdos. Apretaba los puños con rabia e ira, con desesperación y firmeza, siempre se había odiado, siempre había odiado a su maestro, siempre había odiado aquella estúpida túnica que lo tapaba cada vez que lo apalizaba. Y ahora, tras todo aquello, después de muchos años, nunca volvió a ser el mismo, nunca volvió a sonreír, ni a sentir alegría, ni felicidad. Solo vacío, un vacío oscuro e intenso, un basto vacío imposible de llenar con nada, careciendo así de sentimiento alguno. Miró a la luna, con despojo, como si la culpara de todo, como si aquella esfera que brillaba en lo alto del manto estrellado fuera la causante de todos sus males. Pero no dijo nada, y caminó, siguió caminando un poco más. Tan solo quería sentir la soledad, la humedad del ambiente, el frío de la muerte.
Nadie me ha llamado jamás persona...
Entonces gritó, gritó fuerte, gritó con todas sus fuerzas hacia sus adentros, inaudible al exterior y palpitante para quien lo pudiese sentir. miró a ambos lados y no obtuvo respuesta a una pregunta que ni él mismo conocía. Metió su mano en el bolsillo y sacó el reloj, aquel pequeño reloj que tanto lo reconfortaba y enfadaba a la vez, aquel pequeño reloj de oro que había quedado solo tras la pérdida de su abuela. Aquel reloj solo marcaba las 12:50, nunca cambiaba, solo marcaba la hora de la ultima vez que la vio, aplastada entre escombros. Entonces se detuvo, se paró en seco y se dirigió a un tocón mustio y marchito, muerto desde hacía ya tiempo, y se sentó.
-No sabéis cuánto me hubiese gustado haberos dicho adiós, haberos dado un último abrazo y haber notado el último aliento de vuestros cálidos besos. Ahora ya no tengo nada, ya no soy nadie, solo un hombre errante en busca de una venganza que nunca podré cumplir, en busca de una lucha que jamás podré ganar. En busca de acabar con la vida de aquello que os hizo faltar. Lo siento, siento haber sido como fui, siento no haber sido un mejor hijo.- Y entonces se derrumbó, cayó sobre sus hombros derrotado y expuesto. sin ser nadie, sin tener nada, solo la soledad de aquel bosque que lo ocultaba, solo la humedad de aquella neblina que lo huía. Ahora solo podía esperar su momento, esperar el momento de resurgir, de cambiar el curso y el sentido de una vida para él vacía. se lo juró a él, se lo juró a sus abuelos, y se lo juró al mar.
Archer V. Dirsak- Hechicero Clase Media
- Mensajes : 16
Fecha de inscripción : 31/08/2016
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Re: En el ocaso de un nuevo destino (privado)
La noche de nuevo caía sobre París, y mi desazón por no haber encontrado enemigo alguno al que abatir en los últimos días me animó a salir de nuevo de caza, a buscar por segunda vez aquellas huellas de lobo en las que noches antes había perdido el rastro. No podía permitir que una presa se escabullese ante mis ojos, y aquella noche estaba decidida a encontrarla, aunque ello supusiese vagar sin un rumbo fijo durante toda la madrugada.
Salí del modesto hostal donde me alojaba, dirigiendo mis pasos hacia aquel bosque cercano donde esperaba encontrar la diversión anhelada. Desviándome en cuanto pude del camino trazado y hundiendo mis botas sobre la húmeda hierba que cedía ante mis pisadas, fruto de una suave llovizna primaveral que había limpiado el polvoriento ambiente de la ciudad durante toda la tarde, dando paso a un aire fresco y esperanzador para aquellos que osábamos salir por la noche a dar un paseo, o en mi caso, a matar sobrenaturales.
No seguía un rumbo fijo por el entresijo de árboles y maleza, donde de por sí era complicado no tropezar o perderse, más esperaba que fuese mi subconsciente que guiase mis pasos al mismo recóndito lugar de noches atrás; a ese pequeño claro del bosque cruzado por un riachuelo donde las huellas se perdían. Mis propios pensamientos mantenían mi mente ocupada, planeando la caza del día siguiente no muy lejos de París. Esa misma tarde había recibido una misiva de un sacerdote de Notre Dame; al fin requerían mis servicios, más era un largo viaje a caballo a una aldea cercana, y lo postergué para el día siguiente.
Al parecer habían encontrado junto a un lago algunos cuerpos desangrados de doncellas vírgenes y la presunción de algún rito satánico les había llevado hacía mí; claro que por la descripción, yo juraría que algún vampiro se lo había pasado en grande la noche anterior.
El silencio me abrazada por todos los costados, el silencio y una fría brisa que provocaba en mí una inquietud a la que no estaba acostumbrada. ¿Por qué no se escuchaba el sonido de los animales nocturnos que normalmente pululan por los bosques en busca de su alimento, acechando a sus presas que por la oscuridad tenían sus capacidades de huidas mermadas?
No estaba sola en aquella zona; algún ser más que no conseguía vislumbrar se hallaba lo suficiente cerca como para que su presencia provocase el silencio en el que yo me sumía. El licantropo dueño de aquellas huellas, pensé; y sin más dilación solté la capa que cubría mi cuerpo para desenfundar una de las katanas que portaba atadas a la espalda.
Caminé con sigilo unos metros, agudizando todos mis sentidos dispuesta a saltar sobre mi presa y beneficiarme del factor sorpresa, hasta que de pronto vi la razón de aquel silencio. La sombra de un hombre que parecía cabizbajo, y que por su porte poco parecía a la de un lobo.
Lo observé con disimulo desde unos matorrales cercanos; estudiando cada uno de sus movimientos y tratando de ver si el color de sus ojos cambiaba en algún momento; pero nada. Al parecer estaba mirando algo sacado de un bolsillo, mientras murmuraba de una forma inaudible. Podía estar casi segura de que no era un lobo, aunque un aura siniestra que no podía percibir rodeaba a aquel ser que sentado en un tronco parecía deprimido. Negué con la cabeza, sabía que no tenía remedio y que mi necesidad de saber me acabaría metiendo en más de un problema, pero no podía evitarlo. Guardé mi katana de nuevo en su funda, dejándola a mano por si las cosas se complicaban, y salí de mi improvisado escondite para acercarme hasta él con pasos tímidos y precavidos.
- Hola.- conseguí decir con un hilo de voz donde mi inseguridad se hacía palpable, buscando de nuevo ese color ámbar en sus ojos que ahora me miraban confundidos.- ¿Estás bien?
En serio, menuda pregunta. Merecía que el lobo me mordiese por tanta estupidez. Me detuve a escasos metros, a una distancia que consideré prudencial en el caso que se lanzase sobre mí y tuviese que hacer uso de la espada.
Salí del modesto hostal donde me alojaba, dirigiendo mis pasos hacia aquel bosque cercano donde esperaba encontrar la diversión anhelada. Desviándome en cuanto pude del camino trazado y hundiendo mis botas sobre la húmeda hierba que cedía ante mis pisadas, fruto de una suave llovizna primaveral que había limpiado el polvoriento ambiente de la ciudad durante toda la tarde, dando paso a un aire fresco y esperanzador para aquellos que osábamos salir por la noche a dar un paseo, o en mi caso, a matar sobrenaturales.
No seguía un rumbo fijo por el entresijo de árboles y maleza, donde de por sí era complicado no tropezar o perderse, más esperaba que fuese mi subconsciente que guiase mis pasos al mismo recóndito lugar de noches atrás; a ese pequeño claro del bosque cruzado por un riachuelo donde las huellas se perdían. Mis propios pensamientos mantenían mi mente ocupada, planeando la caza del día siguiente no muy lejos de París. Esa misma tarde había recibido una misiva de un sacerdote de Notre Dame; al fin requerían mis servicios, más era un largo viaje a caballo a una aldea cercana, y lo postergué para el día siguiente.
Al parecer habían encontrado junto a un lago algunos cuerpos desangrados de doncellas vírgenes y la presunción de algún rito satánico les había llevado hacía mí; claro que por la descripción, yo juraría que algún vampiro se lo había pasado en grande la noche anterior.
El silencio me abrazada por todos los costados, el silencio y una fría brisa que provocaba en mí una inquietud a la que no estaba acostumbrada. ¿Por qué no se escuchaba el sonido de los animales nocturnos que normalmente pululan por los bosques en busca de su alimento, acechando a sus presas que por la oscuridad tenían sus capacidades de huidas mermadas?
No estaba sola en aquella zona; algún ser más que no conseguía vislumbrar se hallaba lo suficiente cerca como para que su presencia provocase el silencio en el que yo me sumía. El licantropo dueño de aquellas huellas, pensé; y sin más dilación solté la capa que cubría mi cuerpo para desenfundar una de las katanas que portaba atadas a la espalda.
Caminé con sigilo unos metros, agudizando todos mis sentidos dispuesta a saltar sobre mi presa y beneficiarme del factor sorpresa, hasta que de pronto vi la razón de aquel silencio. La sombra de un hombre que parecía cabizbajo, y que por su porte poco parecía a la de un lobo.
Lo observé con disimulo desde unos matorrales cercanos; estudiando cada uno de sus movimientos y tratando de ver si el color de sus ojos cambiaba en algún momento; pero nada. Al parecer estaba mirando algo sacado de un bolsillo, mientras murmuraba de una forma inaudible. Podía estar casi segura de que no era un lobo, aunque un aura siniestra que no podía percibir rodeaba a aquel ser que sentado en un tronco parecía deprimido. Negué con la cabeza, sabía que no tenía remedio y que mi necesidad de saber me acabaría metiendo en más de un problema, pero no podía evitarlo. Guardé mi katana de nuevo en su funda, dejándola a mano por si las cosas se complicaban, y salí de mi improvisado escondite para acercarme hasta él con pasos tímidos y precavidos.
- Hola.- conseguí decir con un hilo de voz donde mi inseguridad se hacía palpable, buscando de nuevo ese color ámbar en sus ojos que ahora me miraban confundidos.- ¿Estás bien?
En serio, menuda pregunta. Merecía que el lobo me mordiese por tanta estupidez. Me detuve a escasos metros, a una distancia que consideré prudencial en el caso que se lanzase sobre mí y tuviese que hacer uso de la espada.
Azlyn Kelly- Cazador Clase Baja
- Mensajes : 39
Fecha de inscripción : 01/09/2016
Localización : París
Re: En el ocaso de un nuevo destino (privado)
Ensimismado en sus pensamientos y en lo que lo atormentaba desde hacia ya unos veinte años, no reparo en el inmenso silencio en el que se encontraba imbuido. Ni un solo animal, ni un piar de los pájaros, ni el crujir de las maderas de los árboles mecidos por el viento, ni el suave baile de las hojas en sus copas. Nada, no quedaba nada, todo estaba en un silencio casi sepulcral, donde, quien no acostumbrase a sentirlo, podría caer en algún tipo de stres e intranquilidad por la falta de ruido en tan amplio espectro.
Los últimos grillos habían chirriado hacía ya unos minutos, pero a Archer no le importó en demasía, continuó observando aquel viejo y hermoso reloj que tantos recuerdos, tanto dulces como amargos, le traía. Miró a un lado, y miró a otro, intentando buscar un atisbo de vida, un ápice de complicidad que no le hiciera ser más monstruo de lo que ya se había hecho. Y ahí, entre las ramas de unos árboles medio mustios y angostos, una silueta. No parecía un animal, tampoco una bestia ni un insecto. Un humano, una persona. Lo observaba, fijamente, incluso pareció ver aquella mirada un tanto intimidante, hasta que, segundos después la vio salir de aquella maraña de ramas y hojas, vislumbrando una silueta femenina, vestida con algunos ropajes de cuero, habituales en los cazadores. Aunque lo que realmente la delató fue aquella katana que acababa de guardar, supongo que con la que intentaría matarlo, pensando que podría ser cualquier tipo de criatura.
Su porte era precioso, unos ojos del color se la luz de la luna, sus cabellos dorados le recordaban a los filamentos que utilizaban en su pueblo para las cuerdas de lujo que encargaban los ricos y nobles para sus navíos. Su cuerpo, atlético pero en perfecta armonía con su sensualidad, atrayente sin duda alguna, pero a Archer todo aquello no le llamaba la atención más allá de la primera impresión. Se acercaba cautelosa, no sabría decir si con miedo o con respeto a no saber lo que yo era. Lo que hay que decir es que era valiente, sin duda. Tenía que serlo para acercarse a tal distancia para preguntar sin ni siquiera conocerlo. ¿Qué estaría buscando? ¿Que huellas habría seguido para dar con el? ¿Acaso su rastro de muerte y ofuscación? Quien sabe
-Yo estoy bien señorita, gracias por preguntar. Es solo que a veces necesito dar paseos y desahogarme en el mar de mis recuerdos.- Sus ojos se confinaron en los de ella, perdiéndose en su inmensidad, buscando alguna pista que le dijese las intenciones de la señorita. Pero lo único que pudo deducir fue que era una de esas cazadoras que tanto molestaban a los hechiceros, con sus cacerías sangrientas y ridículas hacia criaturas que, en realidad, no hacen daño alguno más que sobrevivir. Nunca había visto a un cazador que quisiera cazar a un político, o a uno de esos sin vergüenzas que esclavizaban a la gente por su propio beneficio, pero se guardó todo aquello para sí. No sabía hasta que punto llegaría el poder y adiestramiento de la joven. -Veo que has salido a cazar. ¿Que rastro has encontrado? ¿Un perro? ¿Un chupóptero?- Preguntó intentando no sonar sarcástico o amenazador, calmando su voz y aclarando sus ideas. Aquella podía ser una larga noche, sin duda, una muy larga noche.
Los últimos grillos habían chirriado hacía ya unos minutos, pero a Archer no le importó en demasía, continuó observando aquel viejo y hermoso reloj que tantos recuerdos, tanto dulces como amargos, le traía. Miró a un lado, y miró a otro, intentando buscar un atisbo de vida, un ápice de complicidad que no le hiciera ser más monstruo de lo que ya se había hecho. Y ahí, entre las ramas de unos árboles medio mustios y angostos, una silueta. No parecía un animal, tampoco una bestia ni un insecto. Un humano, una persona. Lo observaba, fijamente, incluso pareció ver aquella mirada un tanto intimidante, hasta que, segundos después la vio salir de aquella maraña de ramas y hojas, vislumbrando una silueta femenina, vestida con algunos ropajes de cuero, habituales en los cazadores. Aunque lo que realmente la delató fue aquella katana que acababa de guardar, supongo que con la que intentaría matarlo, pensando que podría ser cualquier tipo de criatura.
Su porte era precioso, unos ojos del color se la luz de la luna, sus cabellos dorados le recordaban a los filamentos que utilizaban en su pueblo para las cuerdas de lujo que encargaban los ricos y nobles para sus navíos. Su cuerpo, atlético pero en perfecta armonía con su sensualidad, atrayente sin duda alguna, pero a Archer todo aquello no le llamaba la atención más allá de la primera impresión. Se acercaba cautelosa, no sabría decir si con miedo o con respeto a no saber lo que yo era. Lo que hay que decir es que era valiente, sin duda. Tenía que serlo para acercarse a tal distancia para preguntar sin ni siquiera conocerlo. ¿Qué estaría buscando? ¿Que huellas habría seguido para dar con el? ¿Acaso su rastro de muerte y ofuscación? Quien sabe
-Yo estoy bien señorita, gracias por preguntar. Es solo que a veces necesito dar paseos y desahogarme en el mar de mis recuerdos.- Sus ojos se confinaron en los de ella, perdiéndose en su inmensidad, buscando alguna pista que le dijese las intenciones de la señorita. Pero lo único que pudo deducir fue que era una de esas cazadoras que tanto molestaban a los hechiceros, con sus cacerías sangrientas y ridículas hacia criaturas que, en realidad, no hacen daño alguno más que sobrevivir. Nunca había visto a un cazador que quisiera cazar a un político, o a uno de esos sin vergüenzas que esclavizaban a la gente por su propio beneficio, pero se guardó todo aquello para sí. No sabía hasta que punto llegaría el poder y adiestramiento de la joven. -Veo que has salido a cazar. ¿Que rastro has encontrado? ¿Un perro? ¿Un chupóptero?- Preguntó intentando no sonar sarcástico o amenazador, calmando su voz y aclarando sus ideas. Aquella podía ser una larga noche, sin duda, una muy larga noche.
Archer V. Dirsak- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 31/08/2016
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Re: En el ocaso de un nuevo destino (privado)
Avancé un par de metros más sin estar muy segura de si había sido buena idea darme a conocer en lugar de salir en dirección contraria cuando había tenido ocasión. Pero ya era tarde para arrepentirse, y lo mejor que podía hacer era terminar con aquello cuanto antes para continuar mi camino.
Escudriñé bien a aquel hombre moreno, porque al menos eso era lo que parecía, con abrigo oscuro y un ánima un tanto lúgubre. Sus preciosos ojos castaños se clavaron en los míos, para luego desviarse hacia el resto de mi ser. ¿Me estaba dando un repaso o solo trataba de descubrir que era yo en realidad?
Claro que visto de ese modo, también él podría pensar que la que le estaba dando un repaso con la mirada era yo, cuando lo único que trataba de averiguar es con quien me estaba enfrentando.
Suspiré despacio tratando de volver a centrarme en mi análisis preliminar, y averiguar de una vez por todas si aquel hombre que me hacía ponerme nerviosa suponía algún peligro o no para mí, o para los demás.
Escuché su curiosa respuesta, más poca información me daba a parte de que tenía un gusto extraño al escoger los lugares por donde pasear, pero en fin, para gustos colores; de hecho, a mí también me gustaba perderme por los bosques cuando quería estar sola. Su tono de voz era pausado, grave; cargado de magnetismo y misterio. Una mezcla envolvente y peligrosa al mismo tiempo.
Pero fue su siguiente comentario y pregunta lo que me hizo desconfiar, y fruncir el cejo. ¿Cómo era posible que supiese que yo era cazadora y de la existencia de vampiros y lobos que designó con otros apelativos menos cariñosos? No todos los mortales sabían lo que eran los cazadores, y mucho menos, conocía la existencia de los otros seres. Comprobé que el pañuelo azul oscuro que llevaba atado al cuello siguiese tapando las dos heridas circulares que todavía podían percibirse después de que aquel vampiro me atacase noches antes en un callejón; quizás aquello era lo que le había puesto sobre aviso.
La situación se escapaba de las manos por momentos, y solo se me ocurrió dejar pasar el tema como si no supiese de que hablaba. A los locos siempre se les da la razón, y a los desconocidos curiosos, pues también. Había aprendido a desconfiar de todo el mundo, y de los hombres más todavía.
- ¿De caza? Está muy oscuro para salir a cazar,¿ no le parece?.- me acerqué un par de pasos más, acortando la distancia que nos separaba hasta hacerla casi inexistente. Era incapaz de ver su aura, al fin y al cabo era una simple mortal, pero la fuerza que el irradiaba le decía a mi instinto que aunque no fuese un sobrenatural, desde luego tampoco se trataba de un humano corriente.- Permítame que me presente, mi nombre es Azlyn, y también me gusta pasear por el bosque.
Desde luego si se lo creía debería replantearme cambiar de profesión y meterme a actriz. Alargué mi mano a modo de saludo, intentando así redirigir la conversación hacia un terreno más neutral donde su capacidad de deducción sobre mi naturaleza no estuviese por encima de la mía; porque siendo sincera, junto a aquel hombre me sentía perdida.
Escudriñé bien a aquel hombre moreno, porque al menos eso era lo que parecía, con abrigo oscuro y un ánima un tanto lúgubre. Sus preciosos ojos castaños se clavaron en los míos, para luego desviarse hacia el resto de mi ser. ¿Me estaba dando un repaso o solo trataba de descubrir que era yo en realidad?
Claro que visto de ese modo, también él podría pensar que la que le estaba dando un repaso con la mirada era yo, cuando lo único que trataba de averiguar es con quien me estaba enfrentando.
Suspiré despacio tratando de volver a centrarme en mi análisis preliminar, y averiguar de una vez por todas si aquel hombre que me hacía ponerme nerviosa suponía algún peligro o no para mí, o para los demás.
Escuché su curiosa respuesta, más poca información me daba a parte de que tenía un gusto extraño al escoger los lugares por donde pasear, pero en fin, para gustos colores; de hecho, a mí también me gustaba perderme por los bosques cuando quería estar sola. Su tono de voz era pausado, grave; cargado de magnetismo y misterio. Una mezcla envolvente y peligrosa al mismo tiempo.
Pero fue su siguiente comentario y pregunta lo que me hizo desconfiar, y fruncir el cejo. ¿Cómo era posible que supiese que yo era cazadora y de la existencia de vampiros y lobos que designó con otros apelativos menos cariñosos? No todos los mortales sabían lo que eran los cazadores, y mucho menos, conocía la existencia de los otros seres. Comprobé que el pañuelo azul oscuro que llevaba atado al cuello siguiese tapando las dos heridas circulares que todavía podían percibirse después de que aquel vampiro me atacase noches antes en un callejón; quizás aquello era lo que le había puesto sobre aviso.
La situación se escapaba de las manos por momentos, y solo se me ocurrió dejar pasar el tema como si no supiese de que hablaba. A los locos siempre se les da la razón, y a los desconocidos curiosos, pues también. Había aprendido a desconfiar de todo el mundo, y de los hombres más todavía.
- ¿De caza? Está muy oscuro para salir a cazar,¿ no le parece?.- me acerqué un par de pasos más, acortando la distancia que nos separaba hasta hacerla casi inexistente. Era incapaz de ver su aura, al fin y al cabo era una simple mortal, pero la fuerza que el irradiaba le decía a mi instinto que aunque no fuese un sobrenatural, desde luego tampoco se trataba de un humano corriente.- Permítame que me presente, mi nombre es Azlyn, y también me gusta pasear por el bosque.
Desde luego si se lo creía debería replantearme cambiar de profesión y meterme a actriz. Alargué mi mano a modo de saludo, intentando así redirigir la conversación hacia un terreno más neutral donde su capacidad de deducción sobre mi naturaleza no estuviese por encima de la mía; porque siendo sincera, junto a aquel hombre me sentía perdida.
Azlyn Kelly- Cazador Clase Baja
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Fecha de inscripción : 01/09/2016
Localización : París
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