Tren hacia la libertad - Flashback

por **Melodie Aissaguer** Sáb Sep 17, 2016 6:39 pm

Apenas depositar la propina en la mano del muchacho encargado de guardar el equipaje, se subió con presteza al tren, aún faltaban minutos para que el expreso de media noche dejara la estación de París, rumbo a Florencia. Se había vestido discreta, parecía una mujer de clase alta, pero muy sencilla en su vestimenta. Nadie que la conociera podría siquiera imaginar que Kristy Bradbury, la dama inglesa, casada con un empresario y abogado exitoso, ademas de patán. Muerto a puñaladas, en el burdel, donde apenas unas noches atrás, fuera emboscados por un asesino a sueldo, y pensar en ello le devolvía la tranquilidad. Si le preguntaran en aquel momento, ¿teme por su vida? no, ella hubiera respondido sin dudarlo, - ¡no!- Lo había temido antes, cuando Erwan aún vivía, cuando llegaba a la mansión bebido, con olor a perfume de otras mujeres, las amantes, o las prostitutas. Entrando a su habitación vociferando su derecho de hombre y la falta imperdonable de no darle aún un heredero. Era en esas noches, de violaciones, tortura y degradación, en las que había suplicado al cielo por su vida. ¿alguien se había condolido de ella? no, ni sus propios padres. Su padre porque tenia tantos negocios con su rico y bien posicionado yerno, que no deseaba malquistar la relación, por un problema de alcoba - ¿Es que no entiendes que aquí, quien está en falta eres tú? - solía decirle su madre - ¿como crees que haces quedar a tu esposo? te lo diré, como un poco hombre, que no puede preñar a su mujer -, mientras su padre aportaba su parecer, sin ningún atisbo de compasión - y a nosotros nos cuelgas el estigma de ser los padres de una estéril, una mujer que no sirve para lo que el creador te ha dado la vida -, aquellas palabras, tenían un gusto acre en la garganta de la joven, la habían despreciado, no solo una vez, sino cientos, ¿debía entonces informar a sus padres que tras la muerte de su marido todo pasaba a sus manos y que era libre? no, porque sería entrar nuevamente en una jaula, su padre la vendería nuevamente, o la mantenía bajo su dominio, sin la posibilidad de encontrar a un hombre que la amara de verdad.

Sentada en los vagones destinados a la clase alta, se acomodo en éstos, intentando hundirse en ellos y desaparecer de ser posible. No podía contener las lagrimas, a lo que corrió las cortinas, impidiendo que curioso alguno viera su rostro bañado en lagrimas. Tampoco permitió que algun otro pasajero compartiera su cubículo, pagando al encargado, los boletos necesarios para poder viajar cómodamente, tanto en el vagón de lectura, como en los camarotes de lujo y en el sector de privados del que contaba el vagón comedor. No deseaba encontrarse a nadie, llevaba una fina gasa bordada lo suficientemente tupida para que nadie pudiera reconocerla, y por el color de su vestido, dieron por sentado que se trataba de una viuda, que por el luto, no deseaba ser molestada. Corrió con mucho cuidado la cortina para poder observar por última vez, aquella ciudad, en la que pensó convertir sus sueños en realidad, pero que solo fue testigo de un tormento, el mismo que había tenido nombre y apellido, muriendo en su propia ley, entre las sabanas de raso de una prostituta. Claro, para todos los respetables vínculos que había formado su familia, su marido había muerto heroicamente en la India, defendiendo como Mariscal, las colonias de su majestad el rey de Inglaterra, agradable mentira que intentaba, ya en un momento inútil, aliviar el dolor de una viuda que había sido burlada y despreciada por éste, día a día, año a año.

El silbido del tren, le indicó que ya todo terminaba, que debía dejar el pasado atrás, que ningún hombre volvería a lastimara, que su infierno había terminado y que pronto, dejaría de existir como Kristy Bradbury, para ser una joven heredera italiana, Ciara Conti, pensar en ello, logró que sus lagrimas dejaran de caer, haciendo que una suave pero creciente sonrisa se expandiera en su rostro, - nunca mas, Kristy... nunca mas... Ciara - susurró mientras el tren se ponía en marcha.

por **Melodie Aissaguer** Dom Nov 27, 2016 6:39 pm

El tren continuó su marcha, mientras el suave movimiento del vagón, hacían que la joven viuda, cayera en un sopor, que logró hacer cerrar sus ojos. La inconciencia se hizo presente, dormida, soñó, que se encontraba nuevamente en los verdes campos de Inglaterra, cuando aún no había conocido a quien sería su esposo, su carcelero, el verdugo que cada día, le demostró que su vida no era otra cosa que una propiedad comprada por él a sus padres. Más en ese momento, contemplando el cielo celeste, apenas salpicado por pequeñas nubes blancas, como vellones de lana, recién esquilada de ovejas, sentía una paz tan grande, que solo podía dejarse llevar por el sonido de una gaita, o las notas que surgían de un arpa, como si se encontrara en alguno de aquellos reinos de hadas y céfiros, de duendes y personajes mitológicos.

Sus pasos la fueron llevando por un camino, en el que se encontró con un hombre sentado sobre una gran roca, contemplando el paisaje, sus cabellos negros, sedosos, su barba tupida, y el color de aquellos ojos, provocaron un vuelco en su corazón, ¿Quién era ese hombre que la contemplaba, con la seguridad de alguien que sabe que puede confiar en el otro? En aquel sueño ella le sonrió, y él extendía sus manos, para hacerla subir hasta donde se encontraba, al lograr llegar a su lado, la abrazaba, protector, receloso de que alguien pudiera apartarla de su lado. Ella se abrazaba al extraño, como si se tratase de su esposo, sonriendo y besando el pecho por sobre la camisa, oyendo el acompasado corazón, - cuanto te has demorado – se oyó decir, mas no recibió respuesta, solo caricias en sus cabellos y un suave beso en su frente, suspiró y cerró sus ojos, era inmensamente feliz, no necesitaba nada más.

Un movimiento brusco provocado por el tren, la sacó de aquel delicioso sueño, haciendo que de pronto la angustia, la soledad y la tristeza, volvieran a ser sus únicas compañeras. Suspiró tristemente, mientras acomodaba sus cabellos y dejaba que la mirada se perdiera en el cristal, la noche no le permitía ver el paisaje, solo podía contemplar los manchones oscuros que se recortaban en el cielo nocturnal, y la luna que por momentos, lograba traspasar las nubes, - dime astro de la noche… ¿quién es aquel hombre de mirada oscura como el firmamento que te acoge?- no recibió respuesta, más aquel rostro se reflejó nítido en el cristal, la suave sonrisa, la mirada tierna en aquellos orbes negros como el ónix.

por **Melodie Aissaguer** Jue Feb 09, 2017 5:40 pm

Italia la recibía con los brazos abiertos, el amanecer de un nuevo día, de una nueva vida, pintaba en su rostro una sonrisa que hacía muchos años atrás, había desaparecido. El mismo día en que diera el sí, en la abadía, aquella ostentosa construcción en que su familia decidió celebrar una boda, su boda, la que se suponía debía ser la mas bella, pero sobre todo en la que los novios mostraran su amor, el uno por el otro. Ella lo había amado, pues se había enamorado apenas conocerlo. Mas todo lo que él demostró, solo había sido una triste fachada, un cartón pintado que había ocultado, por un exiguo tiempo, al monstruo que en realidad era, su amante esposo.

Recordar aquello, la hizo palidecer, como si en un suspiro, aquel que hiciera de sus vida un infierno, pudiera volver a cobrar venganza. Venganza, porque aunque jamás podría, ni la policía, ni la familia, hacer la conexión entre la abnegada esposa y los asesinos de su marido, ella, lo había entregado. Tal vez no había empuñado el arma, ni pagado para que cortaran de cuajo la vida de aquel infeliz. Pero de alguna manera era parte responsable. Seguramente, esa era una de las razones por las que había decidido fingir su muerte, aunque eso conllevara perder gran parte de los recursos económicos que su difunto marido poseyera. Sonrió con tristeza, pensando que los mas beneficiados en todo ésto, eran sus padre, pues se quedarían con la herencia, - que me importa, ni con todo ese dinero podría sentirme a salvo, solo cortando con mi pasado, con todo aquello que me unía a ese monstruo, podré vivir en paz - caviló, mientras tomaba su bolso y se disponía a bajar del tren.

El calor del sol, suave y acogedor, la cubrió como si de un manto se tratase, sonrió nuevamente, abrazándose, frotando sus brazos, con sus manos enguantadas, su sombrero, de espeso tul, impedían que nadie pudiera reconocerla, y eso en cierta forma la aliviaba, ahora solo quería comenzar una nueva vida, conseguir aquellos documentos, que la convirtieran definitivamente en Ciara Conti.

por **Melodie Aissaguer** Jue Jun 01, 2017 9:08 pm

Los primeros días en Roma, fueron de constante zozobra para Ciara, tal vez porque no podía dejar de temer, ¿que pasaría con ella, si alguno de los enemigos de su esposo, la encontraba, o daba con ella en un lugar tan alejado de cualquier persona que la hubiera conocido? ¿a quien acudir en busca de ayuda? todas esas preguntas inundaban su cabeza y su corazón, mientras se mantenía encerrada en una habitación de un hotel ignoto.

En aquel pequeño cuarto,intentó ir cambiando su apariencia, primero, cortó sus cabellos, se vistió de forma totalmente diferente a lo que solía usar y pensó por mucho tiempo el nombre que debería usar de ahora en mas. También, reflexionó mucho, sobre cual debería ser su forma de mantenerse, ya que aunque podría seguir usando parte del dinero heredado, gracias a una cuenta secreta en la que girara una gran parte del dinero que contaba para vivir cuando su esposo aun vivía, no era de esas mujeres que se pasaban la vida sin hacer nada, o simplemente vivían para las reuniones de asociaciones de damas, ocupadas en gastar saliva buscando el bienestar de huérfanos a los que ni miraban a los ojos, cada que se dignaban a concurrir a uno de los tantos orfanatos que existían en París. No definitivamente ella no era una mujer como las de clase alta, necesitaba poder ayudar a los demás, sin sentir que solo podía dar dinero, quería sentir el milagro de ver sonreír a los desamparados, el poder ayudar in situ, a los que necesitaban de una palabra de consuelo, o un cuidado medico. Fue así que tras pasar unas semanas, se dispuso a pedir un puesto como ayudante de enfermería en uno de los hospitales de Roma. Fue allí que por primera vez desde su llegada a la ciudad, dejó el refugio de aquel hotel y se permitió respirar con un poco de mayor tranquilidad.

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