Vårt hjem (Moira)

Lobbo y yo llevábamos casi toda la mañana fuera, había quedado con una mujer que conocía bien París y que amablemente a cambio de una pequeña suma de dinero nos mostraría las mejores casas de los barrios mas ricos, los mas elegantes, los mas seguros.

La mujer no dejaba de parlotear indicándonos con el dedo cada una de las mansiones que podríamos visitar de la calle principal de París. No quería cortarla, peor la verdad eso no era exactamente lo que yo buscaba, odiaba el bullicio del centro, y para que mentir prefería una zona algo mas discreta, alejada y con bastantes jardines para que Lobbo pudiera corretear por ellos, divertirse con sus primas.

Damon me había dicho que había una zona en las afueras bastante tranquila, que estaba lo suficientemente habitada para no parecer unos huraños, pero que en ella podríamos a su vez gozar de esa discreción que al menos en mi caso y en parte también en el suyo, nos resultaba fundamental.

Después de visitar varias de las casas del centro, mis expectativas se confirmaron, puede que la zona fuera perfecta para esos pomposos ricos, pero sin duda no para nosotros, así que me limité a pedirle que me enseñará alguna casa de las de las afueras. Pronto la zona que Damon me había comentado salio a colación, así que emprendimos el camino en carro hacia el lugar señalado.
Nada mas llegar entendí que había visto Damon allí, todo rodeado de bosques, se erguían varias mansiones similares, con grandes patios, jardines por doquier.

Sonreí de medio lado acariciando la cabeza de Lobbo que lloriqueaba creo que echando de menos tanto a Moira como a yo. No pude evitarlo, al entrar en una de esas mansiones supe que la comprara, era perfecta para nosotros, quizás un poco grande, pero necesitaríamos servicio para ayudar a Moira, no solo con Lobbo si no también con la casa, el jardín y demás.
Sabia que le gustaría, así que, fruto de mi impulsividad, la compré.

Las llaves me fueron entregadas en el acto y tras hacer papeles con sus dueños en el banco central de París la casa quedo registrada a mi nombre.

Lobbo y yo emprendimos el camino hacia lo que seria nuestra ultima noche en el hostal, ahora solo tenia que enseñársela a Moira y esperar que le gustara tanto como a mi, que pudiera hacer de ella su hogar, amueblarla a su gusto, y como no, contratar el servicio que necesitaríamos para mantenerla.

Abrí la puerta de la habitación con una sonrisa infantil en mi rostro, esa que tiene el niño que ha cometido una locura.
-Quiero enseñarte algo -apunté mirando su precioso rostro.
En ningún momento confesé que había comprado la casa, supuse que seria mas sincera si creía que aun tenia la opción de elegir.
Ademas Lobbo me guardaría el secreto.

Escuché a Lobbo despertarse poco después de que su padre y yo nos hubiésemos dormido, extenuados tras disfrutar de nuevo de la pasión que nos envolvía, de ese amor incondicional que nos orillaba al otro, que nos empujaba a desearnos a cada segundo, que nos tentaba a dejarnos llevar por nuestros besos, por nuestras caricias que nos envolvían en una nube.

Sonreí de medio lado sin abrir los ojos cuando me percaté de que Reidar se había levantado para ocuparse del pequeño, obsequiándome así con unas horas más de descanso, que aunque eran pocas, con la actividad que llevábamos últimamente eran más que necesarias. No recuerdo en qué momento volví a dormirme, ni siquiera me percaté del sonido de la puerta al cerrarse. Horas después me desperté totalmente recuperada del cansancio, pero echando de menos ver a mi marido a mi lado en el lecho al despertar. Abracé su almohada aspirando su olor, evocando con él el sonido de su voz susurrándome al oído palabras prometedoras de un futuro juntos.

Me lavé los dientes y me aseé un poco, esperando su regreso. Sintiéndome sola en aquella habitación donde me faltaba lo más importante en mi vida; donde me faltaba quien me daba sustento, quien me era más necesario que el respirar y quien no se hizo de rogar mucho, pues poco después del medio día apareció con el pequeño quillan en brazos y la mejor de sus sonrisas en los labios. Una sonrisa capaz de mover montañas, de vaciar océanos; una sonrisa capaz de hacer latir a mi corazón de nuevo. ¿Cómo era posible que los quisiese tanto? ¿Qué me fuese tan necesaria su compañía? ¿Qué una vida sin ellos fuese inconcebible?

Sonreí mimosa acercándome a ellos, y cogiendo en brazos a Lobbo que se lanzó prácticamente hacia mí cuando estuve cerca; riendo y cogiéndome el pelo. Al parecer el pequeño también me había echado de menos a mí.

-¿Y me lo vas a enseñar con Lobbo despierto?- bromeé dándole un profundo beso para recibirlo como se merecía. Esa sonrisa tan picara que se dibujaba en su perfecto rostro me decía que algo tramaba, pero viniendo de él, seguro que me gustaría.

Su beso fue acogido por mis labios mientras mi hijo en medio de nosotros aplaudía contento por volver a los brazos de Moira y dejar así los míos.
Sonreí contra la boca de aquella mujer que al parecer no solo me había robado la razón en un par de días si no que había logrado el mismo efecto en Lobbo.

-Lleva toda la mañana lloriqueando -confesé mirando al enano de reojo -mira ahora el cachorro que contento esta.

Le guiñé el ojo antes de volver a atrapar su boca con la mía, atravesando lentamente sus labios para alcanzar su lengua y enredarme en ella voraz, sediento de cada resquicio de su sabor.
-¿vamos entonces? Estoy seguro de que la casa te gustará, que sera exactamente lo que tenias en mente. Ademas se que mi hermano iba a comprar la suya en ese lugar, lo que supongo nos facilitara mucho las cosas.

Mi alegría era evidente, mis ojos relampagueaban frente a los suyos consciente de que aunque no lo decía la casa ya nos pertenecía, que ella podría disfrutar decorándola, creando un hogar para los tres, nuestro refugio de calma cuando la tempestad azotara nuestras vidas.
Ese lugar donde de un modo u otro, por mal que hubiera ido el día, nos encontraríamos, nos miraríamos a los ojos y sabríamos que todo va bien aunque no lo parezca.

Miré la habitación del hostal consciente de que seria la ultima vez que ese lecho acogería nuestros cuerpo, antes de cerrar la puerta tras de mi.
Pronto estuvimos camino de esa zona de casas residenciales que lejos de ser urbanas se mezclaban con el salvajismo del bosque ofreciendo a los ojos una imagen casi idílica, al menos para mi.

Tras una hora a caballo y con el pequeño Lobbo dormido contra el pecho de Moira desmontamos frente a lo que seria nuestra casa, nuestro hogar allí en París.
Busqué su mirada, esperando vislumbrar en ella algún gesto que delatará su opinión, sobre la zona, la fachada, el enorme Jardín que pronto se abriría paso frente a nosotros cuando introduje la llave y el portón se abrió.

Lleno de lirios blancos y rodeados de hermosas flores silvestres de alegres colores y extasiantes colores, se vislumbraba un jardín digno de unos reyes, con un camino embaldosado en su centro para el paso de las monturas, carros y el nuestro propio.
-Tendríamos que contratar bastante servicio -le aseguré mirandola fijamente

Reidar se separó solo unos segundos de mis labios para confesarme lo que el pequeño me había echado de menos, y por ende, que a él también le había pasado lo mismo aunque no fuese capaz de reconocerlo. Sonreí con dulzura frente a su boca, deseando decirle que a mí también se me había hecho la mañana eterna, que cada segundo que pasaba alejado de mí era más doloroso que la peor de las torturas.

Nuestras bocas se buscaron de nuevo, recuperando el tiempo perdido, no solo por aquellas horas que habíamos estado separados, sino por todos los años que habíamos estado esperando un amor como ese, un amor que había arrasado con todo a su paso, y que había unido nuestros destinos para siempre. Recordé entonces la noche anterior, esa que Reidar era incapaz de conmemorar, esa en la que habíamos cometido la locura de casarnos, y que por el simple hecho de estar ocultándoselo, me hacía sentirme fatal conmigo misma. No debía mentirle, no en algo como aquello, pero sabía que recibir la noticia sería un duro golpe para él; para un lobo alfa que deber tener todo controlado haber cometido semejante estupidez debía de ser un infierno, y la culpable de ello, yo.

Me mordí el labio degustando todavía el sabor de mi marido en él, escuchando como lo que quería que viese era una casa que al parecer había estado buscando toda la mañana, y que le había llamado la atención suficiente como para querer enseñármela. Sonreía pletórico, ilusionado por haber encontrado un hogar para nosotros, porque ¿la habría buscado para compartirla conmigo, verdad?

- Por supuesto que es eso lo que tenía en mente, ¿qué si no?- bromeé ante de darle otro beso y dedicarle la más dulce de mis sonrisas.

Jamás habría soñado con encontrar a un hombre tan maravilloso con el que compartir mi vida, alguien que me amase con tanta intensidad como él lo hacía; no hubiese pensado poder tener una vida plena con un ángel caído del cielo, y que no solo se había ganado mi corazón con creces, sino que día a día, minuto a minutos, era capaz de demostrármelo con hechos. Hablaba en plural, y por el significado de sus palabras comprendí que se refería a nosotros como pareja, a nosotros como futuro; un futuro que en realidad ya habíamos unido, y con esas palabras tan esperanzadoras, pensé que quizás no fuese tan difícil confesarle lo que nuestros sendos anillos señalaban.

Me coloqué bajo la protección de su fuerte brazo mientras salimos de la habitación del hostal, sujetando al pequeño Lobbo entre mis brazos. Parecíamos un feliz matrimonio con su hijo, que decidía salir a pasear poco antes de la cena. En realidad no lo parecíamos, lo éramos, e imagino que el pequeño quillan sería como mi hijo si Reidar no me estrangulaba cuando le confesase lo sucedido.

Tomamos las monturas y nos encaminamos hacía una alejada zona residencial en las afueras de París, donde los árboles no estaban cercados, sino que crecían alrededor de las enormes mansiones que allí se encontraban. El lugar era de ensueño, no tenía nada que ver con aquellos lujosos barrios en los que parecía que todas las casas estuviesen cortadas con el mismo patrón. Aquí la naturaleza era la que gobernaba el lugar, y la sensación de libertad era envolvente.
Le sonreí a Reidar cuando desmonté del caballo con su hijo dormido entre mis brazos; sabía que aquello era importante para él, y sabiendo que mi mirada le diría más que mis palabras, busqué con complicidad la suya, sabiendo del brillo que la acompañaba; ese brillo que le demostraba sin hablar lo feliz que me hacía, lo mucho que había acertado con su elección.

- ¿La has comprado?- pregunté ilusionada con un sonido alegre en mi voz; si tenía las llaves era obvio que ya era suya; me acerqué para darle un suave beso antes de adentrarnos en el precioso jardín donde flores y arbustos decoraban un amplio terreno donde sin duda Lobbo podría corretear sin peligro alguno; donde podríamos pasear tranquilamente por las noches sin necesidad de abandonar nuestro hogar.
"Nuestro hogar", repetí dibujándose una boba sonrisa en mis labios. Busqué a mi marido con la mirada, agradeciendo a las estrellas que hubiesen hecho coincidir nuestros caminos, suspirando por él a cada paso que dábamos por aquel camino de tierra que nos conducía a una enorme casa con la fachada blanca y portones de madera.

- Es preciosa, Reidar.- susurré al entrar al hall de la casa y girar divertida sobre mis talones para poder observar todo con detenimiento. Lobbo se despertó en ese momento, y lo dejé gateando por el suelo, mientras se cogía a mi falda y al pantalón de Reidar tratando de ponerse en pie.- Me encanta casi tanto como me encantas tú.

Me acerqué un poco a él, dándole un profundo beso, sujetando su cintura para poder orillar nuestros cuerpos como llevaba necesitando desde que había llegado al hostal esa tarde. Nuestras lenguas se enredaron sedientas de nuestro sabor, del roce que nos hacía tocar el cielo a dos manos; pero entonces el sentimiento de culpa me abrasó por dentro, golpeando mi pecho y dejándome sin aire. No podía seguir así, no podía seguir ocultándole lo que había sucedido.

- Reidar, amor, tengo que contarte una cosa.- susurré con el miedo patente en mi voz, al tiempo que cogía su mano. Sabía que era lo mejor, que no sería fácil, pero no podía mentirle porque lo amaba; y cuando dos personas se quieren, no se ocultan cosas.- Anoche pasó algo que creo que no recuerdas, y aunque yo también tengo lagunas sobre lo sucedido, reconozco que soy más consciente que tú de lo que pasó.- Busqué su mirada, preocupándome por esa tonalidad ámbar que comenzaba a adquirir. Encontré su anillo en su dedo, y juntando nuestras manos entre medio de los dos, lo giré para que se percatase de él, e incapaz de mirarle a los ojos, proseguí.- Anoche, después de la cena, y con unas botellas de whisky de más, decidimos cometer la mayor de nuestras locuras. Contrajimos matrimonio, junto a Erlend y Adaline, en un claro del bosque, donde un sacerdote ofició  diferentes rituales con los que honró a nuestros dioses. Yo quería habértelo dicho antes, pero no sabía como hacerlo; por eso cuando en la bañera me diste a entender que no recordabas  nada y que todo se había quedado como en un sueño, mi ilusión se desplomó.
Sabes que te quiero, anoche te lo dije en muchas ocasiones, y que pienso que fue una locura, pero necesito que tú también me quieras, que podamos unir nuestros caminos aunque todo se interponga entre nosotros. No te enfades conmigo, por favor.

Levanté la mirada humedecida por las lágrimas, para enfrentarlas a unos ojos totalmente ámbar y cargados de rabia. El pequeño quillan tiraba de mi falda para ser tomado en brazos, supongo que sintiendo el cambio en el aura de su padre, y tratando de evitar que se asustase más de lo debido, lo cogí para apoyarlo sobre mi hombro, donde empezó a chuparlo y morderlo con dedicación.

Moira parecía encantada con la casa algo que me complació en demasía.
Me alegraba saber que no le había parecido demasiado ostentosa, y sin duda el jardín era lo mejor de todo, ese lugar idílico donde mi hijo crecería fuerte y sano, al menos el tiempo que permaneciera en París.
Era el refugio perfecto para nosotros, nuestro pequeño oasis de paz en tiempos de guerra.

Su cuerpo gélido se orillo al mio despertando en mi los mas salvajes instintos, esos que siempre lograba despertar cuando su cuerpo me envolvía, cuando su aliento se fundía con el mio y cuando sus ojos me deleitaban con esa profunda mirada que brillaba distinta al de las mujeres que antes había conocido,

Fue entonces cuando algo cambió en su gesto, cuando sus manos se enlazaron a las mías prometiéndome una confesión que lejos de gustarme parecía iba a enfadarme.
Parecía asustada tensa, y yo en vilo esperé incapaz de entender una palabra lo que escondían sus labios.
Mis ojos se tornaron ámbar cuando me percate de ese anillo que ahora cerca del ajeno parecía decir mas que las mismas palabras.
Anillo que giro con la yema de su dedo continuando con una exposición de los echos que yo no recordaba.

Aparté mi mano con brusquedad de la suya, decepción, rabia y un sinfín de emociones se apoderaban de cada resquicio de mi ser. No porque no la amara, no porque mis sentimientos no crecieran por ella a cada instante si no porque me sentía traicionado.

Ella siempre supo lo importante que para mi eran estas cosas, sabia que yo era un alfa, que me debía a la manada y que esto solo empeoraba la situación que ya existente mi manada atravesaba.
No podía ir y decirles que había incumplido la ley que me había desposado con una vampiro, no podía hacer las cosas como ella las quería, necesitaba marcar mi propio ritmo.
-Siempre has querido ir demasiado deprisa, no has respetado nada de l oque te he pedido, te lo dije, que necesitaba tiempo, que no es que no te quisiera sino que tenia una vida complicada y que ahora mismo no te podía garantizar nada.

Mis ojos cada vez se tronaban mas intensos, tanto como el aura que logro hacer llorar a Lobbo
-¿eso es lo que me has echo? ¿así demuestras lo que me quieres? ¿como confiar en ti? A la primera borrachera me arrastras a un bosque a desposarnos.
Y aun tienes la desfachatez de decir que Adaline y Erlend hicieron lo mismo...
Acaso crees que me importa lo que ellos hicieron, si lo consideran o no un error al despertar por la mañana.

Me di la vuelta incapaz de enfrentar su mirada, todo mi cuerpo temblaba, mas no de frio si no de ira, de rabia.
-¿esto es lo que tu llamas amor? Yo lo llamo obsesión. ¿Como has podido? ¿Acaso no me veías como estaba? Y no me digas que tu también ibas borracha...mírame a los ojos y dime que tu no controlabas, miénteme de nuevo y dime que no sabias que estabas haciendo, que no eras capaz de verme completamente ebrio.

Tomé a Lobbo del suelo sin poder devolverle la mirada y así me dirigí a la puerta de entrada
-No me esperes para cenar mujer-apunté dando un portazo a mis espaldas

No me hacían falta sus palabras para saber lo que Reidar sentía en esos momentos, como ese gesto de odio y rabia al apartar su mano de entre las mías fue suficiente para saber que mi sueño se desvanecía, que con mi sinceridad lo había perdido; como mi futuro a su lado se esfumaba como una nube de humo, y que no podía hacer nada para impedirlo.

Sabía que nuestra boda la noche anterior había sido una locura, una hermosa locura, que quizás al amanecer nos daríamos cuenta de lo que habíamos hecho, quizás nos reiríamos por aquella locura cometida en un momento en que nuestros sentimientos hablaban más que nuestra razón, pero jamás hubiese imaginado que Reidar me acusaría a mí de haberlo empujado a hacerlo, cuando fue él quien quiso casarse, quien me pidió matrimonio en un momento en que su miedo de perderme había sido más fuerte que su razón, más importante que sus responsabilidades como alfa. Ahora consciente de lo que había pasado dejaba claro que su manada siempre estaría por encima mío, que nuestro amor, si es que aún seguí queriéndome después de aquello quedaría relegado a un segundo plano.

Sus palabras se clavaban en mi corazón cual estacas afiladas, hundiéndolas en mi pecho para volver a sacarlas y repetir la operación, me estaba matando solo con su desprecio, y era incapaz de darse cuenta. Su enfado era tal que el pequeño Lobbo se puso a lloriquear en mis brazos y opté por dejarlo de nuevo en el suelo para que pudiese corretear y alejarse de aquella discusión que desde luego nos dejaría destrozados a ambos. Era incapaz de reprocharle nada, no porque pensase que tuviese razón, sino porque no podía respirar; las palabras no me salían en un intento por seguir consciente mientras era consciente de que con mi sinceridad lo había perdido para siempre. ¿De verdad dudaba con que lo amase? ¿Qué se pensaba que ganaba yo con aquello?

-Creo que jamás te he mentido como para que desconfíes de mí, ni siquiera ahora, cuando sabía que mi confesión me traería funestas consecuencias. Es cierto que aunque ebria sabía lo que hacía, y que para mí fue un sueño convertido en realidad cuando me pediste matrimonio. Siento si me dejé llevar por la felicidad del momento, si no fui capaz de decirte que no debíamos casarnos, si por uno segundo actué como una humana con sentimientos que se deja llevar por lo mejor que le ha pasado en la vida, pero pensaba que aunque ebrio, era lo que también deseabas; pensé que me querías, y que como dijiste, lo demás no importaría, que lucharíamos juntos..- susurré llorando al mismo tiempo que sus ojos ámbar se clavaban en los míos, tratando de suplicarle con la mirada que no me abandonase, que podríamos solucionarlo.

Pero no pude decir nada más, pues preso de la rabia más absoluta tomó a su hijo en brazos y con una amenaza que cumpliría con creces cerró la puerta tras de sí, con un estruendo que resonó en toda la casa vacía; tan vacía como me encontraba yo en esos momentos, y que incapaz de soportar más el dolor que mi pecho destrozaba, caí de rodillas al suelo llorando por todo lo que había perdido en apenas unos minutos, como aquella casa, ilusión de una vida plena a su lado, se había convertido en mi muerte en vida.