Juego de sombras [Privado]

Daphne observó a su alrededor, asegurándose de que nadie la siguiera. Había sido entrenada para eso, para percatarse de cualquier detalle que pudiera suponer que alguien seguía sus pasos. De todas formas, prefirió dar un rodeo. Caminar por las calles del centro de París antes de llegar a su destino, para evitar que nadie pudiera seguirla.

Había quedado en reunirse con su maestro y ahí había pasado la noche, aprovechando las horas en las que él podía estar tranquilo para contarle sus avances, que no habían sido, precisamente, muchos. Había aprovechado los primeros rayos de sol para salir sin ser vista, cuando la ciudad apenas comenzaba a despertarse.

Ahora volvería a la catedral, entrenaría un par de horas en la sala de armas hasta que su cuerpo quedara completamente exhausto y consiguiera dormirse nada más llegar a su alcoba. Había acudido a la que durante mucho tiempo fue su casa, a la que seguía considerando como tal, pero no había dormido nada. Eso formaba parte de tener como maestro a un vampiro, que el sueño a él no le afecta y hay que aprovechar las horas nocturnas para poder hablar. Lo echaba de menos, por supuesto que lo hacía. Aunque hablaran de vez en cuando, ahora no era igual. Una vez al mes, puede que menos. Ese era todo el contacto que se podían permitir.

Y la reunión no había ido demasiado bien. La muchacha no esperaba que él la recibiera con los brazos abiertos, que le dijera lo mucho que la echaba de menos, pero esperaba algo más de cariño. ¿No se supone que eso es lo que hacen los padres cuando llevan mucho tiempo sin ver a sus hijos? No lo sabía, nunca había podido experimentarlo de primera mano. Su maestro era todo lo que tenía, la había rescatado y le había proporcionado una educación y una esperanza. Y ahora que necesitaba algo de ella...Le había defraudado. Eso era lo único que había sacado en claro de todas esas horas hablando.

Suspiró y decidió, en ese momento, que quizás lo mejor sería tomar algo antes de entrenar. Hacía horas que no probaba bocado y aunque tenía el estómago cerrado, recordando todas las palabras que el vampiro le había dedicado, no era demasiada buena idea entrenar sin algo de energía. Tenía que darlo todo, no podía permitir que nadie de la Inquisición pensara que era débil y, por lo tanto, prescindible. Necesitaba terminar lo que la había llevado hasta infiltrarse allí. Se lo debía. A su maestro y a ella. Esa era su oportunidad de tener el futuro garantizado. La eternidad como compañera de baile. Sus pasos la llevaron hasta el centro de París, tal vez por inercia o tal vez porque el olor a café y bollos había llamado su atención antes incluso de que ella se diera cuenta.