Victorian Vampires
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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Fletcher J. Maciel Dom Ene 14, 2018 12:35 am

¿Por quién vivirías?
¿Por quien morirías?
¿Matarías alguna vez?







Él está obligado a seguir las reglas, los llamados son lejos de suposiciones, reducidos de improvisaciones y poco flexibles. Es lo que es, porque así debe ser. Su labor era así, aunque fuese un movimiento constante de placeres, estaba obligado por fuerzas superiores a seguir órdenes, a obedecer sin recompensas. O así lo dejaba entre ver en cada acto. Muchas veces trabajaba por propia voluntad, a sabiendas de que iba en contra de las normas establecidas por los religiosos. Sentimientos espirituales y creencias de las cuales no era devoto, pero de lo que rescataba una que otra retribución.

Ese pensamiento fue el que dominó su proceder. Años pasaron desde la última vez que habían requerido de sus servicios para un caso tan estimulante, intrigante y provocador. Más bien lo manejaban bajo la caza de un par de seres sobrenaturales paupérrimos, lejos de la apasionante tarea que deseaba de observar, seguir e incluso hacerse cargo. Espía le denominaban, pero bien manejaba artes de todas las facciones para encargarse de su responsabilidad de forma prolija. Fue allí, cuando en medio de su entrenamiento diario, (Mismo que había hecho cada vez más exigente, mucho más severo y detallista, quería saberlo todo, aprender hasta el último e innecesario movimiento) oculto tras un par de paredes escuchó una vez más el nombre de aquella vampiresa que se encontraba en el olvido de los altos mandos “Daphne”. La evocó, recuerdos vivos que llegaron a su mente. Aquella mansión, una mujer moribunda, junto a una noche de luna esplendida cubierta por la neblina más espesa… y por supuesto, ella, aquella fémina que no era la causa de su visita, pero fue quien lo mantuvo entretenido un par de horas en su compañía, deleitado por el manejo de control y terquedad. Pero vaya que mujer más terca.

La naturaleza o lo sobrenatural, lo había creado para esos placeres. Todas las escenas que imaginó en su mente lo hicieron escapar de la rutina e irrumpir en la habitación donde se aconsejaba volver a esa búsqueda — El honor sería mío y el sufrimiento del otro… considero que me pertenece exclusivamente esta tarea — Pronunció, petulante y altivo, sin desviar ni por un ápice de segundos sus orbes de aquel clérigo que sugería dar termino a la bestia que andaba suelta.

Lo hicieron esperar, pero sus susurros comenzaban a quitar la calma de aquel cuarto. Saboreaba la voluptuosidad de un escenario que lo sumergía en ideas repulsivas. Vicioso del dolor ajeno y corrompido por el placer que le generaba el simple hecho de imaginar… que podría acabar al fin con la imagen de aquella vampiresa.
La aprobación de su precipitosa petición jamás llegó, al contrario de aquello, recibió medio sermón sobre la idea de aniquilar personajes  por placer, no se consideraban siquiera existentes en la mentalidad de un condenado perteneciente a la iglesia ¿Le habrán dicho algo más? Lo ignoró. Se fue, bajo la excusa de tener que terminar con sus peticiones del día.




Déjalos, no hablarán — Musitó Fletcher, con voz ronca, algo seca y áspera. Aquel par de vampiros no colaboraban con la información que solicitaban, pero la contrariedad y la poca estabilidad de sus ideas lo llevaron a obviar los pasos de su compañero, quien aún tenía la insistencia de conseguir algo de ellos — ¡Que te detengas, dije! — Ordenó violento, enérgico y furioso.

Rápidamente tomó lugar entre ambos personajes, extendió sus brazos, sujetó sus cuellos y los trizó con tan solo una mano, ambos al mismo tiempo. Sintió los huesos crujir y observó cómo sus cuerpos perdían solidez al caer contra el suelo. Penetró en el asilo estrecho de los placeres, embelesado por el deleite de dar desenlace a un engorroso trámite. Sus orbes se tornaron oscuros, sus colmillos reclamaban por atención, pero bajo su propia experiencia tragó en seco controlando impulsos, cumpliendo lo que se le atribuyó, evitando la imprudencia y obstinación.
Señaló a su compañero que se hiciese cargo del lío, mientras él retomaba sus pasos hasta la inquisición.

Lento y sin apuro aparente inicio su regreso, llevaba tejiendo una idea en mente hace ya un par de horas. Se encargaría el mismo de Daphne. Hacía años que no oía de ella ¿Dos? ¿Tres o cuatro años quizás? El tiempo pasaba y ni por enterado se daba.  Debía tener el gusto de darse el placer de acabar con ella, aunque fuese un pensamiento estúpido, un ideal mágico… magia — Landry — Sentenció, mientras recordaba la última vez que había visto la silueta de aquella fémina por los recónditos lugares de la ciudad. No cometería equivocaciones esta vez, interrumpió el curso de sus pasos para buscar entre sus cercanos más información de la hechicera.

¡Voila! Sus contactos habían hecho su trabajo y el por su parte, tras una rápida visita al sastre de la Santa Inquisición, logró hacer suyo un traje negro de camisa blanca, no llevaba corbata, en sus pies aún se mantenían las botas y su semblante no era el predilecto para un baile de alta sociedad ¿Y que más daba? No pretendía estar allí mucho tiempo, iba con sus ideas claras. Necesitaba a la mujer que lo llevaría a cumplir en fin único de sus placeres.

Algunas veces se dejaba llevar por los prejuicios, por el pensamiento libertino y las apariencias. Los humanos le causaban cierto rechazo, la suavidad de sus vidas, lo cotidiano que llegasen a comportarse y la debilidad, física, emocional y cognoscitiva. Evadió la etiqueta de entrada al baile, y sin  intenciones de indagar, la observó. Como si en el salón estuviesen solos. El aroma que afloraba de su cabello, su esencia única y aquel rostro no podría ser olvidado ni mucho menos confundido. Era espantoso, pues todo indicaba que estaba en perfectas condiciones, asumía que la vampiresa tenía que ver en su buen estado de ánimo.

Pero antes de atacar, antes de faltar a los códigos y torturar a quien no estaba en sus listas; rodeó la pista, observando el terreno, observando su figura, atento, sigiloso, expectante.

Trate de sonreír, hermosa… — Susurró en su oído, marcando con notable intención su abdomen en la espalda de la fémina — ¿Me permite ésta pieza? — La rodeó, como cualquier cazador que rodea a su víctima para verificar que valga la pena lanzar su última bala — Venga — Marcó cierta fuerza contra el contorno de su figura, adoptando una presencia más dominante, pero que a ojos de terceros, se vería solo como un cortejo más.

Reverencio quienes la acompañaban y perdiendo sus pies en medio de otras parejas que se movían acorde las melodías de aquella esplendida noche, éste personaje la presionó tanto así que el gélido suspiro de sus labios rosaba la mejilla tibia de su nueva acompañante — Comprendería su extravío, pero me ofendería el hecho de que no me recuerde… y creo que es mi obligación decirle que a nadie le ha gustado verme ofendido — Sentenció, con voz rígida, pero semblante apacible — La casa donde está su madre es un lugar extraordinario, posiblemente esté allí con un hombre cuya paciencia — Pensó un poco sus palabras — Cuya paciencia es casi efímera… — Tomó la distancia necesaria para quedar de frente a su rostro, casi al filo de rosar su nariz a la ajena — Excite mi curiosidad y dígame… ¿Dónde está Daphne? No quiero juegos ésta vez, fue divertido… pero ahora las decisiones pertenecen a mí, no a una operación que la deja fuera de peligro



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Mensaje por Melissa Landry Lun Ene 15, 2018 12:00 pm

Los tímidos tienen miedo antes del peligro;
los cobardes, durante el mismo;
los valientes, después.

—Jean Paul




Negra era la noche, como oscuras eran sus maquinaciones. Tres años no habían sido suficiente para concluir su entrenamiento, más por lo menos parecía ser aceptable para poder sobrevivir a un baile con la mismísima muerte. Gerald la había entrenado bien. Su magia había avanzado, en ocasiones se encontraba hasta capacitada para seguir a alguien mediante sus visiones. Las pesadillas habían evolucionado a un poder mental más fuerte. Una sólida barrera mental ocultaba su mente de cualquiera que deseara infiltrarse y descubrir que se escondía tras la hechicera. Aquel era ahora su don más preciado a la hora de combatir contra las alimañas sobrenaturales que aprovechándose de ser depredadores, usaban a los humanos como simple carnada y objetos. Nadie en esos años, ningún patético vampiro había podido infiltrarse en sus barreras y quebrarlas. Estoicamente había aguantado y sobrevivido a cada una de las misiones en que su maestro la había enviado. Unas habían sido un juego de niños, otras, sin embargo, habían sido más largas de lo normal, exponiéndola a todo tipo de seres abominables de los que aún en ocasiones no indemne; si había salido victoriosa en todas ellas. Paso a paso, la inocente hechicera se había vuelto más inteligente y diestra en la lucha. Las dagas y los cuchillos eran su predilección, no obstante, la magia era el arma de mayor alcance que poseía.

Tras un año y medio de un constante entrenamiento, había empezado a seguirle en sus cacerías, hasta ser una más y empezar a ir sola contra aquellas bestias que ahora, también la veían a ella como una amenaza. Nunca se habría visto como cazadora y su intención, no era perdurar en esa profesión. Solo había una motivación que la conducía por aquellos caminos que una vez juró jamás tomaría; La venganza. La venganza movía su consciencia y está cada vez era más implacable a la hora de pensar en su víctima perfecta. El inquisidor condenado llamado Fletcher Maciel. Aquel y no otro, sería su baño de sangre. Él era una inquebrantable necesidad, su éxtasis. Él había sido quien con su visita años atrás la había llevado por el principio de su fin. Aquel encuentro, había sido tan peculiar, que a raíz de ello todo su mundo empezó a desquebrajarse. Su madre había fallecido pocos meses después. Tras haberla mantenido años con la sangre de Daphne, habían decidido; había ella tomado la decisión de dejarla ir. Había muerto entre sus brazos, mientras con voz muy débil le había suplicado por más sangre; más de aquel elixir que la unía al mundo de los vivos. Aquellas suplicas; la transformación de un cuerpo lleno de vida al cadáver que dejó inerte en la cama, el ver como sus ojos idénticos a los suyos dejaban de relucir con la vida; la habían traspuesto más de lo que jamás llegaría a confirmar en voz alta. Allí fue cuando inició el fin de todo cuanto conocía. Se quedó sola y durante meses, sola en aquella casa a oscuras espero que aquel maldito asesino volviera y en un acto piadoso se la llevase junto a su madre. ¡No le merecía la pena vivir así! Empero el bastardo nunca volvió y con pesadillas más constante y más tenebrosas, hubo una breve época en que perdió el sentido de quien era y que hacía allí. Daphne, al final también la abandonó. Un día dejó de volver a su hogar y ese día, se repitió por meses. O había sido asesinado por quienes la buscaban, o perseguida por el remordimiento de ver a su única pariente de sangre enloquecer había decidido alejarse y no regresar nunca más. Y conociendo el amor de Daphne por ella, la balanza se inclinó a que Maciel tal y como le había augurado, la había encontrado y asesinado.

Su alma antes impecable, ahora se sumía en una oscuridad perpetua. El cielo no pensaba ya recibirla, ahora era el infierno el que ansiaba su alma. Pero aún no había llegado el momento, se decía a si misma cuando oía como el diablo se acercaba a ella y le ungía a ir con él y abandonar aquella existencia que cada vez se le tornaba más peligrosa. La hechicera siempre pedía más tiempo, aún no era su hora. Algún día caería, pero jamás lo haría sola. Si ella caía, él caería con ella. Era un hecho, su único aliento era perseguirlo hasta dar con él y terminar con su vida; con la vida de ambos. Esta implacable resolución fue la que la llevó a buscar a uno de los mejores cazadores de Francia y ser por un tiempo, su aprendiz. Durante su entrenamiento no supo nada de Maciel, sus pesadillas la habían abandonado al tiempo que intentaba controlar su propio poder. Durante dos años, vivió la calma que procede a la feroz tormenta, y una noche, en cuanto terminó una misión; sus pesadillas volvieron y él, con ellas. En su visión él susurraba su apellido, quizás él no se dio cuenta de nada, más aquel día el destino volvía a unirlos y como si la hubiese convocado; la hechicera se puso también en marcha. Tenía poco tiempo. Cada vez que convocaba su magia, esta le robaba vida. Ese era el grave precio de su progreso y cada vez, ese final se encontraba más cerca.

No fue difícil dejar que la siguiesen. Dejó la protección de Gerald dando por concluida su formación y simplemente tuvo que presentarse de nuevo en sociedad, pasearse por París como si nada nunca hubiese sucedido y todo siguiese igual para que aquellos espías que debían alertar a Maciel de sus movimientos, la encontrasen. Apenas necesitó emplearse a fondo y el inquisidor sin saberlo, ya comía de su mano. ¿Cómo actuaría él cuando supiese de que todo había estado programado por ella? Para alguien tan narcisista como él que asumía que todo lo controlaba, debía de ser un golpe bajo descubrir que al final había sido él que caería en la trampa de ella, y no al revés. La noche en que se daría la velada mágica del reencuentro, era en un baile de sociedad. Aquel evento no había sido creado por ella, aun así, le fue perfecto recibir la invitación en público y pasearse por la ciudad buscando y comprando el vestido de gala que llevaría esa noche. Las alarmas habían sonado y sabiendo de ante mano que aquel bastardo debía de ser ya participe de sus pasos, simplemente dejó que el tiempo pasase y por fin, el palacio al llegar la noche se abrió al público.

Melissa seguida de su comité de amistades, con un largo vestido de gala del color de sus ojos, entró en la sala dispuesta a empezar la función estelar de la noche. Enseguida empezó a entablar conversación con amistades y conocidos de la familia. Los valses iniciaron y a pesar de que aún era temprano para preocuparse, al pasar de los minutos la espera se le antojó interminable. Muchos fueron los hombres que se acercaron a ella con la idea de invitarla a bailar. Todos y cada uno de ellos con cortesía fingida, fueron rechazados sin misericordia. Podía ser la única descendiente de una familia muy adinerada y además, ser soltera, no obstante, no bailaría con cualquiera. Únicamente con el diablo bailaría y en cuanto de pronto una oscura voz la sonsacó de sus pensamientos y la arropó contra su duro y frío cuerpo, una fugaz sonrisa de victoria se postró en sus labios. Te estaba esperando, pensó mientras adaptaba su figura a la masculina y tras una sonrisa a sus compañías, dejó que él la llevase al centro de la pista. Lo miró entonces, y lejos de sentir miedo, solo sintió coraje y de nuevo, aquella extraña sensación que había dejado él en ella a raíz de su despedida. Había algo entre ellos extraño cuando se miraban, era un fuego que ardía y que les hacía pelear sin contemplaciones.

Tensó la mandíbula cuando su gélido suspiro y aliento rozó su piel. Encajó su cabeza en el hombro masculino dando a entender una entrega incondicional al baile que danzaban ahora de forma lenta y al tiempo que sus palabras hicieron eco en su mente, un escalofrió recorrió su espalda. Apretó más su agarre a él y sonriéndole dejó que concluyese su entrada en escena con aquella amenaza velada. Manteniéndole una fiera mirada, suspiró entremezclando su cálido aliento con el del vampiro y de nuevo sonrío. – Seguís siendo el mismo a pesar del paso de los años, y aun así, veo que no os habéis dado cuenta de que vuestra confianza es una mísera visión de ruina y eternos desastres que os hace ver el mundo como queréis verlo, pero no, como lo es realmente. —dejó que aquellas palabras tocaran rozando los labios masculinos para luego, y siguiendo el ritmo del vals y de los que los rodeaban, girar en sus brazos, encarándose de nuevo a él, a milímetros de su boca al regresar a sus brazos. —Siento decirle que sus espías son ineficaces y muy fáciles de dirigir. Ya no hay nadie por quien pueda hacerme daño. Madre hace años dejó esta existencia tras su amable visita, por lo que sugiero que su amigo tenga mucha paciencia y no haga daño a la inocente familia que ahora vive en mi patrimonio. No me haría gracia tener que limpiar los desastres ajenos. —El sonido de la música cambió de ritmo y como si fueran una pareja perfecta, la hechicera lentamente bajó su mirada y acercándose más, hasta sentir su pecho contra el del inquisidor, rodeó con una de sus manos su cintura y ahuecó su cabeza entre el cuello gélido y su hombro. Perfectamente encajó y sonriendo suspiró contra su cuello. No conocía lo que esas sensaciones de fuego contra hielo causaban en el inquisidor, solo esperaba que hicieran mínimamente el mismo estrago en él, que el que provocaba su aliento de contra su tibia piel –Solo estamos usted y yo esta noche. —susurró a su oído en una caricia de sus labios. – ¿Me habéis extrañado, Maciel?— Quizás no estaba bien jugar con la comida, pero por ahora; jugarían.


Última edición por Melissa Landry el Mar Ene 16, 2018 1:22 am, editado 1 vez


"¿Acaso creías que podías bailar con el diablo y no pagar un precio por ello?"
—Anne Rice —


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Mensaje por Fletcher J. Maciel Lun Ene 15, 2018 7:37 pm

No juegues con mi soledad





Había pasado ya un tiempo desde su última visita, la conocía, pero no lo suficiente. La había seguido, pero no el tiempo necesario. Y esta vez, había dado con ella, pero bajo el mando de un disparate.  

Vagaba sus días en solitarios trabajos que llegaban siempre a buen puerto. Azotaba, desmembraba he incluso, se daba en el gusto de levantar juegos o torturas fuera de su labor correspondiente como tal. Doscientos eran los golpes que había recibido en su vida como espía, pero se doblaban o triplicaban las réplicas en respuesta a la torpeza de cruzarse en su camino.  Tenía en cuenta que muchas debilidades podría acarrear este comportamiento, pero ni uno de ellos lo tenía como se encontraba ahora. Dudando. Dudando de sí mismo, cuestionando su actuar o incluso, con un tormento irreversible de no querer haber realizado aquel arrebato de salir sin información previa, tan apresurado. Terco y bruto, remembró las palabras que había oído en algún pasado lejano de labios que no deseaba le siguiesen jodiendo. Frunció sus labios.  ¿Qué sentido tenía, llegar a un encuentro público para llevar a cabo una cacería? ¿Se había limitado al menos a buscar pros y contra de la situación?

Estaba consiente de algo, y de lo que nunca se lamentaría. Era el único, el más idóneo, hábil y dispuesto para tomar entre sus garras la tarea de dar caza a la Vampiresa.  Las palabras de la fémina azotaron sus oídos. Alternó prioridades entre sus comentarios y las voces propias de su cabeza en contradicción de sus dichos.

Por un instante la miró, deleitando su vista en aquel terso rostro juvenil. Años habían pasado, mientras que su mirada seguía intacta. Ésta vez con más petulancia, engreída. Se jactaba de algo, mismo que sabía se enteraría muy pronto… era uno de sus pecados; cotorra, lenguaraz.

Se detuvo allí ¿Cuál era la razón de su contento? Inquirió, entre tanto se habría paso hasta quedar en cancha. El estado de aquella fémina lo puso alerta, la naturaleza de sus actos y la confianza que desperdigó a su costado cerró todo cuestionamiento. Lo estaba esperando. Suspiró sin ser visto, agradeció aquel gesto presumido, su insolencia marcó un error que nuevamente dejó en cabecilla al vampiro; mismo que aprovechaba de calcular de forma mental todas las posibles situaciones a las cuales se había expuesto con su simple presencia. Mas no la ignoró, ni mucho menos cambió su semblante. Seguía ingenuo, creyendo llevar el mando aunque de forma contradictoria, descubrir parte de su plan y no dejarlo entrever, si lo tenía un pie más adelantado. ¿Estaría bajo la mirada vigilante de un tercero? No, lo descartó de inmediato. Estaba entrenado para esquivar ataques sorpresas. De nueva cuenta cayó en su mirada. Sólida, implícita, escondida… incógnita y con restos de infantería.

Observó la escena completa, sin dejar detalle que estuviese lejos de su conocimiento, y nada. Al parecer, simplemente era ella. Era la clave de su propia satisfacción, algo había en ella que la mantenía confiada en que la velada, no sería un real martirio. Pero si algo había aprendido el condenado durante el paso de los años…  era que nada estaba escrito.

Tenemos que ser cuidadosos, Fletcher busca el camino rápido y no es tan fácil como la última vez. Todo su entorno es lo que nos interesa, debemos actuar bajo el anonimato de un ser que siempre esté allí y del que jamás se deba desconfiar. Puede ser uno de los mejores, pero bien sabemos que éste es tu talón de Aquiles, él no podrá ir. No.” El tonsurado había hablado, y esas eran las frases que ignoró pero guardó en su inconsciente como tallado en piedra. Párrocos y capellanes, religiosos y eclesiásticos, todos los mismos, y en unísimo, asumían que para manejar la situación, era necesario cualquier otro, excepto Fletcher.
Pero impetuoso, desobedeció y allí estaba. ¿Estaban en conocimiento de algo que desconocía? Quizás ellos conocían la razón de la satisfacción reflejada en los ojos de la hechicera. Se opuso a todo tipo de contradicciones. Ya estaba allí, y actuaria frente a hechos sorpresivos como los más esperados. No tenía historial de dejar una batalla, no sería ésta la primera vez.

Comprendo que ha de ser una ofensa a sus oídos una mentira como tal, pero para ser sincero, no he seguido sus pasos hace ya un par de años… me resultaba un tanto… — Buscó las palabras precisas para ser lo suficientemente exacto y sincero — Insignificante — Sentenció.

Sentía la calidez de su peso contra su propia anatomía. La presión sobre su cintura era la necesaria como para no dejarla escapar, aunque frente a los hechos lanzados contra el suelo como adivinación de gitanos, ella no escaparía, deseaba estar ahí, y posiblemente, lo llevó a también presentarse como parte de su telaraña — Entenderá que la vida de una joven hechicera junto a su madre moribunda no estaba entre mis listas más ansiadas de labores… dejé aquel tedioso trabajo en manos principiantes y mire, me dejan acá con información falsa, aunque carente de importancia — Confesó, aún un tanto intrigado por la casta pero innecesaria información que había recibido de sus colegas ¡Manga de ignorantes! Pensó, asumiendo que toda labor para ser realizada a la perfección, la debía hacer el mismo — Y con respecto a la muerte de su madre… — Quiso desear ser amable — Bueno, tenía que suceder... una muerte anunciada — finalizó.

Tan caprichosa, tan extraña y aun así, de formas variadas, dejaba a vista de quien no la conociera un gusto refinado de elegancia.

Tomó la suavidad de su mano entre la propia, dejó de lado el encierro que marcaba con sus brazos y la alejó un par de centímetros de él. Extendió el brazo de la fémina por sobre su propia altura y la hizo girar en su propio eje. Las cosas se veían mucho más extraordinarias cuando el juego era con doble jugador. Aún no había visto nada de él, tan solo un esbozo de su palabrería. Gozaba de aquello cuando se trataba de trabajar con mujeres. Se abstenía de golpes, de violencia y  atropellos, o eso quería creer.

Landry… — Murmuró arrastrado hasta la última letra entre su lengua, saboreando aquel apellido lentamente mientras la retomaba entre sus brazos para continuar el ir y venir de aquellas armoniosas notas — ¿Cree que tengo tiempo para extrañar a personajes como usted? — Sujetó con delicadeza el mentón de la joven. Existía aún en sus recuerdos escenas entrecortadas de la última vez que habían intercambiado sitio. Se reflejó en aquella mirada, en esos baches seguros y persistentes. Sonrió, ladeando ligeramente su rostro para regresar a la cercanía que no se le había permitido — ¿Me dirá la razón de su confianza tan desmedida? O me hará creer que esto es cosa del destino y que nos encontramos aquí por mera casualidad — Analizó la reacción ajena y continuó — Pues asumo entenderá que mi estancia es con el único fin de encontrarme con usted, pero no contaba con que me esperase de brazos abiertos y planeando una velada inolvidable — La razón de su seguridad se debía a algo emocionante, y aunque estuviera en las opciones dejarse caer, estaba dispuesto a entrar en la aventura.

Esperaba que cumpliese con sus fantasías. Se había lanzado a la caza sin aprobación, había utilizado recursos escondido de sus autoridades, y a pesar de romper reglas día tras día asumiendo que el castigo sería menor a la recompensa de satisfacción de la que gozaba tras cada encuentro, estaba por enterado que ésta era una de sus mayores agravios. Y ahí se encontraba, esperando que los apetitosos labios de la hechicera dieran razón a lo que deseaba.

Por lo pronto… y asumiendo que algo nos espera ¿Desea continuar disfrutando del baile o pasamos a la parte fogosa del asunto? — A ratos olvidaba su finalidad. Era Daphne por quien estaba allí, pero la seguridad de Melissa lo traía expectante, pero no fuera de foco ni a baja guardia. Se encontraba atento, sus músculos tensos y la mente clara. Era una noche que prometía diversión.


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Mensaje por Melissa Landry Mar Ene 16, 2018 1:15 am

La mujer es un manjar digno de dioses,
cuando no lo cocina el diablo.

—William Shakespeare




En todo plan bien dispuesto y bien preparado, había salidas de emergencia, por si las cosas no terminaban de funcionar. Aquello es a lo que había estado dedicándose Melissa las últimas semanas, mientras era conocedora de que los espías del inquisidor, se creían tenerla bien vigilada, ella planeaba todo su golpe en la oscuridad de una cabaña abandonada fuera de la ciudad. Aquel era su refugio, y a pesar de la vigilancia que algunos espías mantenían sobre ella, tenía claro en su interior que de haber sido el propio Maciel el encargado de espiarla, en estos momentos ya estaría quien sabe si muerta o bajo su mando. Aquel iba a ser el primer error del condenado y para ella; el as más grande que tenía bajo la manga. Lo que alguien quiere, algo le cuesta, siempre le había dicho su madre que jamás estuvo de acuerdo en que su familia se acomodase bajo la protección de Daphne. Era cierto, y a ella quizás le costaría mucho más de lo indecible aquella cacería, sin embargo, no había nada más que ansiara que tenerlo a su merced. El miedo, la incertidumbre de cuando se vieron por primera vez, se lo haría ver pero aún sería peor, porque deseaba saber el paradero de Daphne, y como la hubiese matado, ella misma se encargaría del bastardo.

Allí estaban ambos. Unidos en un lento baile, coqueteando a ojos de terceros, y combatiendo, reconociéndose a ojos propios. No obstante, cada cabeza estaba enfocada en cosas distintas. Mientras la joven repasaba su plan en silencio, el joven parecía encontrarse consumido por una insana curiosidad hacia ella y sus movimientos. El duro entrenamiento había valido la pena, sin duda alguna. La joven callada, no contestó a sus nuevas palabras, tragó saliva cuando este tocó el tema de su madre y hasta se sorprendió de no que destilase veneno en aquel momento contra ella. Lo miró, y en ningún momento perdió aquella mirada confiada. Estaba todo tan preparado, que todo iba según sus planes. Deseaba replicarle cada una de sus andares incluso, lo que aún debía mantener la calma. No era aún momento de convertirlo en una bestia rabiosa. Aún no.  Cuando la hizo girar sobre su eje, volteó para él, únicamente para él y sonriendo volvió a deslizarse entre sus brazos. En sus planes no se encontraba el hecho de que pudiese disfrutar bailando en su compañía, y en verdad, lo hacía. Era estimulante bailar con él sabiendo que prontamente jugarían con fuego y quizás, con algún que otro cuchillo. Sonrío para sí y mirándole divertida negó cada una de sus palabras. Ella debía de ser importante para él, pues sino no habría vuelto él a por ella y hubiera dejado que cualquier otro fuera quienes la capturasen y la matasen, si es que esas eran las órdenes de la iglesia que seguían. Seguramente el único fallo; gran fallo del inquisidor había sido auto convencerse a sí misma de la poca importancia de encargase personalmente de saber de ella y su paradero. Si hubiese sido él, habría sido todo muy distinto, más lo que no podía negar era que le pareciese insignificante. Era importante para él, y ella que era conocedora de la peligrosa afirmación, por ahora iba por delante de él.

Ay, Maciel… —suspiró con la vista alzada hacia él y negó divertida. —Podéis negaros todo lo que queráis, más yo sé que sin mi estaríais aburrido, sin ninguna ocupación tan estimulante como la actual. —Murmuró ella — Me extrañáis y ¿sabéis porque lo sé? Por qué de ser tan insignificante como me tildáis, habríais dejado ir a cualquier otro en vuestro lugar. No os habríais molestado en venir, ni en ensuciaros las manos… y ahora miraros. Estáis aquí y parece que solo. ¿No son muestras suficientes estas?—ladeó el rostro y satisfecha bajó la mirada a la fina línea de sus labios. Quería ver su reacción de primera mano.—No os oquivoqueís, mi apellido no es casualidad. —le confirmó sin más palabras a sus dichos. Con aquello decía todo y decía nada. Lo estaba contrariando y era consciente de ello, más que ello, se regocijaba de su actuar. El más fuerte era siempre el que mantenía el control, el que se mantenía sereno cuando otros enloquecían. —No tengáis tanta prisa, sois un buen bailarín, no os lo toméis a mal, pero mis informes dicen que sois el mejor. — sonrío, como quien acaba de mover una pieza en un ajedrez y está a poco de dar jaque al rey. —Demostradme que lo sois, concededme un baile inolvidable y luego si queréis fuego; fuego os daré. —Notó enseguida la leve sonrisa del inmortal, de engreído, por supuesto y aprovechando que empezaban el siguiente vals, sin esperar respuesta de su parte, se alejó de él y de sus manos unos pasos atrás, donde las féminas del baile se preparaban frente a la línea de hombros que los esperaban.

Enseguida el condenado se colocó frente a ella y sus ojos coincidieron, que todo lo demás dejó de importar. De pie frente a ella se encontraba el hombre más hermoso que había visto en su vida.  El pelo negro, corto, brillaba como las plumas de un cuervo y destacaba su piel pálida y los ojos tan oscuros que parecían pozos interminables. Estos ahora brillaban por las velas del salón, destacando su mirada divertida mientras la miraba. Era como si solo estuvieran ellos dos solos en aquel elegante salón o como, si de alguna forma, hubiese leído sus pensamientos y se regocijara de ellos. Anteriormente de cerca, no había sido consciente del magnetismo que traía consigo hasta ahora, más ahora estaba estupefacta. En efecto, no había cambiado. Seguía siendo el mismo hombre oscuro y tenebroso que había conocido, solo que ahora ella también había cambiado y lo que antes le parecía horriblemente espantoso, ahora lo consideraba bello. Antes había sido una hechicera criada y nacida en luz, ahora las sombras la consumían y no había nada más tentador que un guerrero de sombras o un cazador de ellas. Y él, en ese preciso momento, parecía; era un cazador.

Sin dejar que aquella confianza en ella se hiciera añicos por la impresión de ver al vampiro, sonrío dulcemente cuando todas las damas se inclinaron ante sus bailarines en una reverencia. Ellos hicieron lo mismo y tras las presentaciones, la música lentamente empezó a sonar, uniendo a todas las parejas del salón. Melissa lentamente acudió a él, sin prisas… haciéndolo esperar. Tomó la mano que este le ofrecía y como si estuvieran midiéndose uno al otro, empezaron a voltear sus figuras en torno el uno del otro, sin apartar ni un instante las miradas. Cuando las manos masculinas finalmente la acercaron por la cintura a él, mansamente acudió apretándose contra su duro cuerpo en lo que él, tomaba la iniciativa del vals y llevaba a ambos por todos los rincones de aquel gran salón. Cuando las vueltas las debían hacer rápido y era él quien la guiaba con mano experta, ella solo podía reír de la sensación y al detenerse de nuevo contra el pecho masculino jadeaba presa de aquella mirada oscura con que él la miraba. Daba miedo, más también, era fascinación lo que sentía. No estaba bailando con cualquier condenado, sabía lo suficiente de él como para saber que estaba bailando de la mano del diablo y lejos de querer separarse, sentía lo contrario. Hacía tiempo no se sentía tan viva, como en esa noche.

Más pronto de lo que deseó, la música empezó a sonar más lenta hasta concluir con sus últimos compases. Se detuvieron. Uno frente al otro. Aún la mano gélida del vampiro la apretaba contra él, impidiéndole cualquier escape y movimiento en falso y aquello le estaba bien. Quizás nunca lo admitiría, no obstante, la sensación de su fría piel acariciando la suya, no era un sentimiento del que quisiera deshacerse. No tan rápido al menos. Tocó el piano sus últimas teclas y antes de que este diera por finalizado el grandioso vals que habían compartido, sabiendo bien a que riesgos debería de hacer frente tras sus movimientos, dejó que sus impulsos afloraran. Acercó peligrosamente más su rostro a su tez. El aliento de ella chocaba contra sus fríos labios. Los ojos oscuros del inmortal parecieron llenarse de un brillo… suficientemente letal, para que la hechicera diese un paso atrás. Claramente no su intención, pues antes de que Fletcher pudiese hablar, sus cálidos labios se apretaron contra los de él. Abrió sus labios a los de él y le acarició con la lengua. El sabor de él era intoxicante y no quería ni pensar, que debía ser para un vampiro ser besado por unos labios que al contrario de los de él, estaban llenos de vida. Se quedaron un instante así. quizás más. Ella jadeó de placer y cerró los ojos disfrutando del ligero contacto. Era extraño, se sentía tan bien... Tan bien, que por unos segundos se mente perdió el hilo de su actuación y simplemente disfrutó de una forma que jamás creyó disfrutar. A los minutos, cuando él empezó a desear más de ella, cuando el calor subió entre ambos, se obligó fuertemente a romper el beso, tras lo cúal se alejó con una mirada encendida y divertida. Cientos de miradas los observaban y cuchicheaban alrededor de ellos. Ahora todas las féminas del lugar se habían fijado en el condenado. ¿Quién no querría que un desconocido la besara de esa forma? Ahora él era el centro de atención y la habían visto con ella. Acababa de romper magistralmente la idea, si es que la tenía, de salir con ella sin que nadie se diese cuenta. —Jaque mate —le dijo alejándose un paso de él e inclinándose en una ligera reverencia. Ahí empezaba el verdadero juego de aquella noche. Primer acto; enloquecerlo.


"¿Acaso creías que podías bailar con el diablo y no pagar un precio por ello?"
—Anne Rice —


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Mensaje por Fletcher J. Maciel Miér Ene 17, 2018 12:29 am

¿Enojar a la lluvia que trae la marea?



Nada fue descuidado, desde ese instante en que reducía la incógnita de los actos de la fémina, toda actividad era registrada en su memoria. Lograba sentir la armonía del lugar. Muy pocas veces se dejaba influenciar por las vibras, de hecho, detestaba hacerlo. Consideraba que entrenar su cuerpo a diario, lo hacía distinto a los demás. Creía que abusar de aquellos dotes con los que contaba, lo marcaban una línea más débil, más dependiente, menos exclusivo y agrupado en un montón de personajes que solo “vivían” de los agasajos con los que habían sido premiados. Notó expresamente como nadie sobrepasaba los límites de la normalidad.

Tan solo ellos, que se ahogaban en un mar de luces oscuras que rodeaban sus anatomías. Cada uno vigilante del otro, prisionero, víctima o castigador, usaban ambos lados, mientras la melodía aún hacía de las suyas en medio de ese baile. Su rostro se llenaba de engaños, contradicción deliciosa que comenzó a tomarle gusto, pues se podría declarar fascinado ante la idea de un rostro angelical ocultando ideas fatídicas.

El castaño no estropeó la facilidad con la cual, la voz suave de aquella mujer le replicaba insistentemente sus creencias como afirmaciones. La dejó. La dejó por ese momento, aquella palabrería le causaba gracia, y deseaba disfrutar al menos por un par de minutos una diversión autentica ¿Extrañarla? Se preguntó a sí mismo, cuestionando por menos de un segundo la idea de caer en mortales necesidades que había dejado de sentir hace ya varias décadas atrás — Niña ingenua — Musitó, como si aquella supiese lo que pasaba por su cabeza para entender el porqué de aquel comentario.

Había pasado demasiado tiempo desde aquella vez que recordó extrañar a alguien, muchísimo más desde la última ocasión en que había sentido. Borró todo aquello de su memoria, no hubo familia antes de él, no hubo lazos, ni relaciones. Estaba él, con una venganza que carcomía todo otro tipo de sentimiento como para perder tiempo atesorado en lamentaciones. Desde ahí, desde esa herida abierta y latente, fulminó los ojos de la fémina, sí que era ingenua, quizás no se había relacionado con su vampiresa lo suficiente como para saber, que gran parte de los sobrenaturales como él, perdían todo tipo de recepción a sentimientos banales, hecho que agradecía, odiaba ser dependiente, detestaba esa huella, esa impresión de debilidad no iba de la mano junto al condenado.
La examinó por un tris en ese estado, comenzando a puntualizar su cháchara… resultaba ser que parte de lo que mencionaba no era del todo incoherente, aunque  no llenaría de elogios los oídos ajenos por eso. Era real, cuatro palabras de todo lo que adornó aquel monologo resultaba ser completamente adecuado al porque se encontraba él allí y no otro “Sin mi estaríais aburrido” gran acierto.  Abrió sus labios, pero bajo la meditación de que aquella discusión robaría parte del encuentro, decidió omitir comentarios.

Era el momento de ponerse en acción, los juegos de etiqueta, bailes de sociedad y cortesía lo comenzaban a colmar. La noche era joven y planeaba disfrutar de ésta con toda lo que conllevaba una velada de caza. Más aún, si su presa parecía poner fuertes garras al ataque ¿Qué mejor? Pensó, pues su repentino (Aunque fuese después de tres o cuatro años)  cambio de actitud producía un apetito insaciable en el vampiro. Ansiaba saber que traía bajo sus manos.

Pero como era de esperar, la bribona tenía otro destino, otro que él ya había decidido denegar de forma tajante y que no logró evitar — ¿Qué es lo que intentas? —Alcanzó a murmurar, sintiendo como cual gelatina se escabullía entre los dedos para forma línea con un grupo más de bellas damas de clase privilegiada ¿Qué pretendía que hiciese? Frunció su entrecejo, todo comenzaba ya a tornarse un tanto molesto para las intenciones con las cuales había llegado a ese sitio. Estaba harto de juegos, y la necesitaba a solas. Su mente viajaba en formas de salir de allí, con ella a boca tapada y sin llamar la atención, pero era imposible.
Impetuoso, irritado y lleno de cólera, dispuso sus últimas gotas de paciencia en no hacer una escena desmedida en medio de tanta muchedumbre. Era el último de sus juegos, y se lo haría saber muy pronto.

Se alejó a paso lento. No descuidó su mirada ni por un milisegundo. Si de tener necesidades biológicas de demostrar su exasperación dependiese, estaba seguro de que su sangre ardería por las venas de sus brazos, sentirían calor en su rostro y el palpitar de su ahora muerto corazón estaría disparado por la adrenalina de desear hacer algo que por el momento se le prohibía ¡Y demonios como detestaba tener tan cerca algo tan prohibido! Esa mujer comenzaba a formar parte de aquella debilidad que detestaba… haberla tenido tan cerca y no poder llevar a cabo sus ideas más nauseabundas, lo cabreó. Y no se reprimió tan sólo por los presentes, si no por las represalias que traerían consigo un acto acalorado, estaba totalmente seguro de que en ese preciso instante lo estarían buscando, y la primera opción de encuentro sería cerca del personaje más cercano a Daphne. Aquella mujer de cabellos largos no sabía que terreno pisaba, no lo ponía en peligro a él, se ponía en peligro a sí misma y de paso, tan solo lo metería en problemas.

Una reverencia marcó el inicio del vals. La sujetó entre sus brazos, presa del agarre que no demostró por completo su ira; su cintura cautiva de su brazo, su mano entrelazada a la propia, y mientras sus pasos se daban pie entre las esquinas del salón, notó como en cada giro recordaba las luchas interminables que había tenido para llegar hasta donde se encontraba. Cada giro era más rápido que el anterior, y su deseo de tenerla a solas aumentaba. Una vuelta más, sus dedos se hundían en la curva de sus espalda, sentía el vientre de la hechicera tan pegada a su abdomen que el calor que emanaba aquella mujer lo arropaba a la perfección. Los remolinos se llevaban a la perfección, de forma prolija, extensos y sofocantes, jamás había sentido el calor de un humano tan cerca de su anatomía, había perdido el gusto de jugar con la comida ya servida en el plato. Un último giro y sin perder contacto de aquellos baches claros, sintió una corriente eléctrica apoderarse de cada parte de su anatomía, hasta del sitio más recóndito de éste. La rapidez de la situación lo hizo divagar en ideas tan alocadas como fueras de control, parecía ser que tomar cordura no se le estaba haciendo fácil. Se veía por momentos admirando la valentía de aquella muchacha, mientras que al otro segundo detestaba hasta el movimiento que hacía su cabello con una pequeña brisa que se colaba en el salón. La melodía se detuvo, mientras que el agarre parecía intensificarse. Era el momento preciso, el instante más apreciado por el inquisidor, sacarla de allí, fuese como fuese… a rastras, callada o aturdida.

Y si él se consideraba un ser rápido, aquella se ganaba puntos por aceleración; Simplemente sintió el calor de sus labios, y ni tonto, ni rezagado dejaría pasar ese momento. Su mano sin limitaciones de fuerzas se apoderó de su rostro, acunando parte de su mentón y mejilla, saboreó sus labios casi con la necesidad de guardar aquel sabor para un recuerdo futuro, entreabrió estos marcando rápidamente un contacto de su lengua a la ajena, cálida, húmeda y apetitosa. Solo satán sabía en qué juego se había adentrado. Mantuvo la coordinación perfecta de caricias, aquellos labios se devoraban como si buscasen propiedad de los ajenos. Disfrutaba aquel momento, en un contradictorio instante dónde tan solo recordar el nombre de la mujer le causaba cólera. Aquel contacto se hizo un poco más agresivo, dominante y necesitado, sin dejar de ser un roce acalorado y encendido, paradójico momento que se interpuso por el reclamo de la fémina en medio de un gemido. Error.

Solía ser un hombre de principios, mantenía sus ideas claras y no buscaba caminos fáciles, pero aquello se derrumbó frente a la mirada masiva que se depositó en ambos personajes. No fue necesario oír la burla de su parte. Aquello había sido un golpe bajo, un juego sucio. Dedicó la peor de sus sonrisas a la fémina, dejó caer una de sus rodillas contra el suelo, hacía reverencia y mientras extendía su mano para atraer la ajena hasta el roce de sus labios, marcó un sonoro, educado y cautivador beso sobre el dorso de esta — Fue un honor — Sentenció, fulminando su mirada en lo que tan solo parecía el romper con sus códigos. No abusar de sus poderes.

Dejó un desconsuelo en el interior de la mujer, tortura que comenzaría a propagarse mientras más lejano de éste se encontrase. Angustia que subiría de nivel, daño que iniciaría en la boca de su estómago y se propagaría como un calvario permanente, un tormento que no la dejaría en paz. Provocar dolor físico por medio de la mente era un lujo que se había dado de perfeccionar por muchos años, y que había dejado de utilizar tan solo por no sentir el placer de provocarlo a puño y sudor, pero… ¿Dejar al descubierto a un inquisidor? Mala jugada.

Le guiño un ojo, no se sentía orgulloso de iniciar el juego de esa forma, pero suponía que entendería a lo que se refería con aquello. Se puso de pie, besó su mejilla y marcó sus pasos a lo que parecía salir del salón, tan solo que en lugar de usar la puerta principal, usó la que daba al subterráneo de éste.


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Mensaje por Melissa Landry Miér Ene 17, 2018 3:41 am

¿Acaso creías que podías bailar con el diablo
y no pagar un precio por ello?

Anne Rice





Durante esos años de duro entrenamiento, ahora más que nunca recordaba las palabras de su maestro, quien continuamente le urgía tenerlo todo previsto y preparado. Cualquier desviación del plan podría comportar un error y aquel, seguidamente la muerte. Había sido muy concienzuda. Su enemigo era un inquisidor, pero no cualquiera. Según lo que había podido recolectar de información sobre él, era espía y como a tal le enviaban a perseguir licántropos y cambiantes, que eran los mas difícil de seguir. Había intentado conocerlo más a fondo antes de lanzarse a esta misión suicida en la que ambos debían terminar muertos, más aquel era muy huidizo y de los pocos informes que llegó a hacerse de él, no hubo nada realmente interesante con lo que contar ventaja. Únicamente contaba con la gran ventaja de haberlo atraído a sus garras, ¿pero y ahora? El escenario lo había escogido ella y él, como un oso con la miel, había entrado a hacer su papel.

En el baile la hechicera tuvo su primer gran error, y uno, que más tarde pagaría con creces. La impulsividad por el juego la hizo olvidar las consecuencias que pudieran tener sus actos. La gelitud ajena contra el contraste de su cuerpo calido, a pesar de desear negarlo, hizo estragos en ella. Jamás pensó poder tener esos sentimientos. Normalmente, desde pequeña, nunca se había acercado mucho a la gente por miedo a que luego ella tuviera premoniciones con ellos. La premonición necesitaba primero cercanía y conocimiento de la persona, por ello; siempre se mantenía alejada. Sin embargo, esta vez no era su lógica quien la dominaba, sino su espíritu y cuerpo que la impulsaban cada vez más cerca del vampiro, hasta probar el sabor de su boca. Cuando él la rodeó con fuerza contra él, no sintió ningún deseo de alejarse. Si no hubiese sido por su consciencia que le recordó el motivo por él cual había accedido a besarle primero, se hubiese entregado a él sin vacilaciones ni reservas. Era irónico, que ahora justo cuando había accedido a morir por una buena causa, la vida le sorprendiera. Nunca se había sentido tan viva hasta estar allí, en sus brazos. Y aunque jamás lo admitiría, ese beso había sido una magnifica despedida.

Demasiado pronto llegó el inmenso error y no tardó mucho tampoco en darse cuenta del agravio sufrido al inquisidor. Un espía debía pasar desapercibido y al romper magistralmente su plan de escapar en silencio y sin alboroto, había roto las reglas del juego; si es que alguna vez las hubo. Estremeciéndose su piel al ser su palma besada dulcemente, presintió que algo muy malo estaba por ocurrir. La mirada oscura del vampiro se había adueñado de las tinieblas; del infierno mismo mientras la miraba.  —El honor fue mío. —le devolvió la contestación aturdida por la maldad que se cocía en sus orbes oscuros y dejándose arrastrar con su mano de nuevo frente de él, jamás, ni en sus mas tétricas pesadillas adivinó lo que estaba por venirle. Iba a ser castigada por sus actos y así enseguida la hizo participe de su gran secreto.

Cuando sintió sus labios posarse en su calida mejilla en un suave beso de despedida, sintió como sus entrañas protestaban y algo en ella sufría un vuelco a medida que aquellos fríos labios se separaban de ella. Por unos eternos segundos su mirada fue de puro terror y conocimiento al toparse con la oscura mirada del inquisidor. Su plan siempre había tenido la carta perdedora. Una gran grieta en su guión, y es que en ningún momento había esperado que él tuviese aquel poder raro entre los de su especie. Infligir dolor mediante la mente era uno de los dones más poderosos, y del que ella poco podía hacer. Solo un igual a él y con ese mismo poder sería un contrincante digno a la magnitud del dolor, ella ahora, en cuestión de segundos mientras él se estuviese alejando de ella, sería lo más parecido a un gorrión aleteando en el suelo sin alas. Lo vio darle la espalda, y maldiciéndolo a voz baja con los dientes apretados por el dolor que empezaba a hacer palpitar su mente, miró a las ventanas sopesando la idea de irse al bosque, donde sus planes debían seguir. Un grito ahogó su garganta cuando sintió como su mente empezaba a sufrir una serie de ataques punzantes, como si el inquisidor estuviera quemándola por dentro, con agujas al rojo vivo. Jadeó y tensando la mandíbula, demasiado orgullosa para dejar que aquel siniestro bastardo pudiese regocijarse en su propio dolor, intentó por todos los medios no dar muestras de ello. El ataque se hizo más intenso, su cuerpo temblaba preso de un dolor que la mantenía atrapada, sin saber que hacer. Su plan perfecto; había fracaso. Ahora era él quien tenía la batuta de la noche.

Enseguida que el vampiro se perdió de vista, el dolor la rompió hasta hacerla caerse de rodillas al suelo, mientras se sujetaba la cabeza. A su alrededor, todos empezaron a preocuparse y a rodearla, agobiándola más. Le faltaba el aire. — ¿Estáis bien señorita?— le preguntó un joven quien la ayudó a levantarse. Asintió intentando quitarle importancia, no obstante, la palidez abrupta de su tez y los temblores que sufría, eran un claro indicativo que si aquel vampiro no se estaba divirtiéndose con ella de esa forma cruel a consciencia en ese momento, los poderes de este eran superiores a lo que jamás ella pudo siquiera ni imaginar.— Solo es un mareo… enseguida me repondré—susurró ahogando un grito de dolor cuando levantándose intentó salir de en medio de esa gente antes de que estos pudieran llamar a un medico, y todo se complicase. ¡Maldito bastardo! Gritó en su mente recorriendo como pudo el camino que él había dado para llegar a los subterráneos. Si su memoria no fallaba, ese poder se acentuaba cuanto mas alejada estuviese del torturador, y decrecía siempre y cuando se más cerca estuviese de él. Siempre y cuando, también, el vampiro no desease castigarla de más. Se detuvo unos segundos en las escaleras, respirando hondo. El dolor había bajado de intensidad ligeramente, aún así, en su mente tenía el vivo recuerdo de las agujas al rojo vivo. Ese era el pago por su inconsciencia de jugar con él. Sujetándose a la barandilla con una mano mientras con la otra se sujetaba la cabeza, lentamente fue bajando hasta llegar al subterráneo.

La zona estaba envuelta en una oscura penumbra. La luz de alguna antorcha alumbraba el largo pasillo, más casi era insuficiente. Gimió rota por el dolor y cayendo de bruces contra el suelo en medio de ese largo pasillo, miró con los ojos abnegados de lagrimas al final de la sala. Ahí estaba él, despreocupado, de espaldas a ella mientras ella sufría a escasos metros de su posición. Hincó su mirada en la nuca del condenado y sus ojos reflejaron tanto el dolor que padecía su cuerpo, como el odio y el rencor que sentía por dentro. Había sido una ingenua y él había tenido siempre razón. Su confianza solo era una visión, había confiado demasiado en su plan, ingenuamente había pensado que podría con alguien como él. Y ahora no podía imaginar como no había caído antes en el pago que tendría que dar por jugar con el diablo. — Parad est-to—Gimió entre dientes sujetándose la cabeza, sintiendo como aún su cuerpo no se recomponía del dolor que aún la rompía por dentro. Se tocó el vientre y acordándose de las armas que poseía bien escondidas en su cuerpo, sintió el deseo de matarlo y así de una, dejar de sufrir. Demasiado pronto para sacar los únicos ases que ahora poseía en la manga. Ahora debía ser más cauta. No debía de tomarla desprevenida otra vez. Esperaría al momento adecuado, ahora por el momento debía conseguir más tiempo y el cese de aquella cruel tortura con la que se estaba vengando de ella. —Por favor. —Masculló sintiéndose sucia por suplicarle. Dioses, que mal sabía cuando te hacían tomar de tu propia medicina. Miró al suelo incapaz de verle la cara de triunfo cuando se diese la vuelta y fuera testigo de primera mano de su tortura y jadeó casi doblándose su cuerpo. Apretó las manos en puños contra el suelo y aterrorizada que pudiese pensar en usar ese poder para siempre hasta tenerla desvalida, antes de que siquiera se diera la vuelta y conocer lo que pensaba hacer con ella, sintiendo el gusto agrio de sus poderes en su boca; a su alrededor, tomó posesión de ellos. Le enviaría un pequeño cincel de lo que su cuerpo mortal sufría. De lo que era ahogarse en lenguas de llamas ardientes. Podía paladear su propio instinto, instándola a protegerse. Y era ahora el momento. Ahora o nunca. — ¡PARAD, OS DIJE!— Gritó. El eco reverberó en las paredes y con la fuerza de aquel grito, la ilusión se hizo cómplice de la hechicera, convirtiendo todo el pasillo en un laberinto en llamas. El segundo acto; había iniciado.


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Mensaje por Fletcher J. Maciel Miér Ene 17, 2018 7:11 pm

Quieres seguir viviendo... aunque te duela.





Reminiscencia fastidiosa, resultado de los actos que jamás debió llevar a cabo, de aquella confianza que depositaba en una menuda mujer que parecía no infundir alerta, o al menos no en un grado lo suficientemente importante. De cierto modo, le causó satisfacción ver lo lejos que podía llegar, siempre agradecía el hecho de ver el peor lado de las personas, para así, cuando la lucha tomaba  distinción, éste se daba el lujo de usar toda su artillería. Fanático de los enfrentamientos por igual, mismas fuerzas, mismas posibilidades de ganar o perder. Aunque en gran parte de las batallas, el victorioso siempre fue él.  

Sucedería algo prohibido, una profecía cumplida por sus más altos mandos “Llegará el día en que te tendrás que ver de frente a una hermosa criatura que ganará tus instintos y te hará bajar la guardia ¿Qué harás en ese momento Maciel?” En aquel momento sus prejuicios se elevaban, contrariado a todos aquellos primerizos en la inquisición, dio contra a esa respuesta para influenciar a los demás a seguir su camino “No soy un humano petulante que bajará la guardia o  que se contradiga frente a una belleza como la que describe. Estoy aquí para aniquilar todo a mi paso” claramente ese discurso jamás lo olvidó, lo grabó hasta en su inconsciente para no perder los estribos. Aunque de creído y presumido tenía todas las aptitudes, hasta esa noche, nadie había logrado hacerlo desconectar su cabeza de la realidad como lo había hecho aquella fémina de elegante vestido. Entre las más jóvenes, era la más bella muchacha, entre las mujeres que había visitado en su vida, ella era la única que contaba con la magia de hacerlo caer. Pedazos de su consiente rogaban por hacerla presa nuevamente de sus brazos, pero gran parte de su energía se iba en la negación de dichos pensamientos. Tenía potencia para bloquear todo lo que le causara distracción, y ella, con su corpulencia, frescura y garra, sería el mayor conflicto que debería olvidar. Luego de aquella velada, claro.

El subterráneo era un sitio acogedoramente tenebroso, mientras su enfurecido semblante se perdía entre los más oscuros pasillos, no entendía como la había dejado tanto tiempo creer que podía jugar con él de forma paralela a la suya. No eran iguales, siquiera se asemejaban en el más mínimo detalle. Duerme con niños y amanecerás mojado, recordó una y mil veces. La oía desde la profundidad, agudizando su oído no para regodearse en sus gritos y quejidos, sino más bien para controlar el veneno que se esparcía por su interior, no le rompería nada, no le dejaría secuelas, ni mucho menos le quitaría alguna facultad física, la quería intacta, para enfrentarla como era debido, como lo merecía. Propagó su propio odio en daño para la anatomía humana, su propia angustia en desconsuelo para su mente, podría hacerlo la noche entera, pero se aburría fácilmente de lugar desde la lejanía. La estaba esperando, debía verla.

Jodido por dentro se hallaba, buscando a ratos razones y motivos en su interior para no arrancarle la cabeza de inmediato. No encontraba excusas para no hacerlo, hasta la imagen de Daphne se difuminaba mientras el fastuoso condenado tronaba sus dedos y los cerraba en puños resistiendo las ganas de subir y acabar con todo aquello en ese mismo instante. Pero se contuvo, ya había llamado demasiado la atención gracias a ella. Llevó su puño cano contra una de las paredes más cercana que tenía, la golpeo un par de veces hasta notar como ésta extremidad se sensibilizaba por unos segundos para regresar nuevamente a su estado natural — ¡Infante, pequeña y tonta infante! — Masculló con recelo, atento a como sus músculos se tensaba con un ruido bastante halagador que se asomaba por las escaleras minutos después de haber estado allí en completa soledad.

Se giró inspeccionando, sintiendo como las fibras de su cuerpo se regocijaban ante el dolor que provocaba en ese escuálido esqueleto, repetía en su interior que no estaba orgulloso de usar sus dotes de aquella manera, pero jugó con el león hasta que éste sacó sus garras. El desolador vacío de sus ojos lanzó una vez más un desgarrador panorama, nada sería suficiente como para que pagase por la actuación en el piso superior. Casi emberrinchado aumento el dolor lo necesario como para invalidar sus pasos en cada escalón que se perdía tras sus pies permitiendo que se acercase a él.
A pesar de estar irritado, le resultaba impresionante su coraje, seres que palabreaban ser mucho más fuertes que ella yacían rápidamente inmóviles contra el suelo con el simple inicio de aquel provocado malestar — Decisión y valentía… y aun así, decidió usar una barata escena ¿Para qué? — Ignoró sus gritos y suplicas, era casi como una dulce melodía que acompañaban sus palabras — Insuficiente como mujer, como hija y como contrincante – Sentenció, justo en el instante dónde su entorno se volvió completamente diferente al lugar donde habían entrado.

Una catástrofe inigualable, se quemaba todo a su alrededor y el cuerpo de la fémina continuaba frente a su mirada en medio de las llamas. Tuvo el instinto primerizo de salvarla, se negó, se negó rotundamente como si dos voces se peleasen eternamente en su cabeza dando cordura a que ella no tenía privilegios por sobre él, podría aprovechar tal situación para deshacerse de ella como ya lo tenía pensando desde un inicio. El calor lo invadió, no lograba pensar de forma racional manteniendo el dolor fijo en la mujer, misma razón que lo obligó sosegar sus actos, estaba limpio, atento, buscando la salida más rápida sin verse consumido por las llamas.

Quemaduras de primer grado en sus brazos, las botas se derretían llevando parte de su piel en aquel calor que había salido de la nada… de la nada. Ilusión.
Se propagaba el fuego por doquier, el dolor, el ardor, la sofocación era tan real como una escena verdadera, sabía que jugaba y esta vez, no la tenía dentro de vista ¿Dónde se encontraba? Las llamas cubrían sus ojos, se mantenían tan alertas a sus movimientos que no podía concretar idea lógica antes de sentir un nuevo chicharrón en sus carnes. Frunció sus labios ante el dolor, completamente soportable, su tolerancia a este tipo de cosas era por sobre la media, y aun así, reconocía que la hechicera lanzaba buenas cartas como obstáculos a su camino.

Se centró tan solo en la reconocible fragancia de la fémina, cruzó las llamas. Era un pasillo estrecho, el calor pausaba sus movimientos, pero resistiendo el hecho de que su piel se cayera a pedazos (Como lo sentía) siguió, con un tipo de quemadura diferente, con un ardor en su interior, instinto, acto y provocación que mantenían en frente un solo nombre: Melissa.
La halló luego de un rato, cuando ya sus ganas de continuar la búsqueda estaban sosegando. Extendió su mano para sujetarla por el cuello y sentir como regresaba a la realidad, intacto, sin un rasguño, más el mental que aún lo perseguía con el olor a carne quemada. La liberó rápidamente de éste encuadre, jugarían con las mismas reglas, o eso tenía en mente. El cuerpo de la fémina se reponía rápidamente del dolor intensificado dentro de sí.

La observó, negando el estado interno de sus pensamientos para silenciados; estaba fascinado. Era imposible que bajo el dolor más punzante, la angustia, la desesperación y la confusión, ésta hubiese tenido las fuerzas de hacerlo caer en una ilusión magistral. La detestaba en ese momento, pero sabía que en más oscuro y sincero pensar,  solo quedaba admiración.

Ponte de pie — Rechinó entre dientes. Le dio la espalda, caminó hasta el fondo del pasillo dejando caer su saco mientras lo hacía. Abrió los primeros botones de su camisa, luego, continuaron los que se cerraban en sus muñecas, para así, con la tela más ligera, arremangarla por sobre su antebrazo. Tronó los huesos de su cuello, los de su espalda y de sus dedos. Extendió sus brazos como cual salvador, como el mismísimo Jesús crucificado y musitó mientras se acercaba — Me hiciste venir aquí… entiendo que tus razones tendrás y dejaré de perder el tiempo — Bajó los brazos, a un par de metros de la fémina — Caí — Asumió ante lo obvio que fue de primera vista, no llegó como factor sorpresa, pues se maquinaba todo por las delicadas manos de la hechicera — Ahora dime… no, enséñame que más me tenías preparado — La retó, vigilante y expectante.


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Mensaje por Melissa Landry Jue Ene 18, 2018 3:29 am

Como una cobra, tu primer golpe debe
sentirse antes que verse.

Anónimo







Anteriormente la hechicera había practicado en innombrables ocasiones su poder de crear ilusiones. Se había pasado mucho tiempo sencillamente observando su entorno al milímetro. Para hacer que sus ilusiones se tornasen más vividas; más reales debía calcarlas al detalle, hasta el punto en no diferenciar si de una ilusión se trataba, o de verdad estaba sucediendo. Había avanzado lo indecible con el estricto entrenamiento al que había sido como invitada de honor, no obstante, nunca en ese tiempo había logrado semejante ilusión. Presa de la necesidad de protegerse, su poder había nacido no solo de la mente, sino también preso del violento remolino de dolor que se acumulaba en su alma. El poder del condenado sin saberlo había sido el fuego que había encendido la mecha. ¡Y que fuego! Cuanto más dolor sentía, más violentas se tornaban las llamas a su alrededor. Una sonrisa escapó de sus labios cuando imaginó el rostro del vampiro ante semejante dilema. El fuego como una segunda piel la arropaba. Sentía su calor, su crepitar. Era tan autentico que podía jurar oler el fuego y las maderas de aquel lugar quemándose.

Tras el impetuoso inicio del fuego, el dolor en ella cedió ligeramente hasta volver en un dolor crónico pero más soportable. Alzando la vista del suelo donde aún se encontraba al fondo, buscó la silueta del vampiro, más este se encontraba totalmente rodeado por su fuego. Con el margen que el vampiro sin saberlo le había permitido al bajar la intensidad del dolor mental que sufría todo su cuerpo, le dio mas fuerza al incendio hasta que las llamas incontrolablemente arrasaron con todo a su paso, incluyéndole a ella. Las violentas llamas que debían de quemar su cuerpo, solo la escondieron a los ojos oscuros del condenado. Por encima de su cabeza se creó un mar de lava y observando en silencio el alcance de su perfecta visión, restó escondida aún sin poderse levantar en su totalidad. Él también era fuerte, coincidió viendo a lo lejos la determinación del vampiro por encontrarla. A pesar de estar sintiendo como su mismo cuerpo se quemaba, misma acción que la hechicera había tenido que soportar de primera mano para luego poder calcarlo en sus ilusiones, una parte de su mente seguía centrada en ella y en el dolor. No tan fuerte como las anteriores veces en que la había dejado sin aliento y al borde de la desesperación, esta vez lo que le impedía el grave malestar era en huir a tiempo mientras su ilusión aún permaneciera. Dejándola sin salida, solo le quedaba una opción; luchar.

Entre las llamas él empezó a caminar en línea recta hacia su dirección. Finalmente, parecía que el vampiro la había encontrado. Melissa intentó moverse a uno de los lados, más el dolor férreamente la tenía permanentemente en el suelo. Jadeó asombrada cuando tras desaparecer la figura oscura del vampiro entre el humo, una mano blanquecina apareció de la nada traspasando con decisión las llamas que la envolvían y protegían. La tomó del cuello, agarrándose a ella como si fuese el ancla en aquella agonía y lentamente, junto con el dolor mental que desaparecía, las llamas fueron extinguiéndose, hasta solo quedar las cenizas. Aún podía sentir el olor a carne quemada, los olores siempre persistían en sus mentes un poco más. Intentando no sonreír, alzó su férrea y dolorida mirada hacia la del vampiro con fuerza. Podía ver en su oscuro iris el recuerdo de las llamas envolviéndolo, y aunque conocía el alcance de sus ilusiones y el dolor que estas podían producir, realmente le importó poco. Él había sido el que había llegado hasta el maldito extremo de hacerle suplicar por la detención de su tortura mental. Es más, aún en su mente recordaba las ultimas palabras del vampiro antes que esté fuese comido por sus llamas. “Insuficiente como mujer, como hija y como contrincante” Había hablado sin conocerla y le había sentenciado antes de tiempo, sin saber claramente, lo que seguidamente le vendría encima. —¿Y ahora, quien es insuficiente? —Le preguntó enfrentándolo nuevamente como si ambos estuviesen al mismo nivel.

Respirando de forma ajetreada, sus claros ojos regresaron lentamente a la normalidad tras sus dichos. Las lagrimas que antes habían surcado sus mejillas, se habían secado y respirando con cierto alivio en cuanto la liberó de su juego mental, lentamente se levantó del suelo hasta quedar nuevamente frente a él. Rápidamente su mente se tranquilizó y volviendo a la normalidad interrogó al vampiro con la mirada mientras este se acomodaba la ropa. Cerrando sus ojos un instante, palpó con su mente la barrera que preparada yacía dormida bajo su piel. Tenía claro que un solo golpe del vampiro, equivalían minimamente diez golpes suyos. Estaba en desventaja, no obstante, sabría defenderse.

Volvió a mirar hacia el frente al mismo tiempo que el joven se acercó nuevamente a ella, hasta quedar a apenas unos pasos de distancia. No dijo nada, con su mirada lo dijo todo. Claro que el inquisidor había caído, y aunque luego, ella había caído también, él había sido el primero en errar. Sonrío y sintiendo sus manos anhelantes del hierro de las armas y de la estaca de madera con la que planeaba matar de una u otra forma al vampiro, negó y río en su dirección. — Tu ataque inicial ha sido contestado, —aclaró preparándose ella también, expectante, preparada para que en cualquier momento hacer gala nuevamente de sus poderes— Lo justo sería que iniciaraís el siguiente ataque, más si deseaís que siga, no tengo ningún problema con ello. — Y antes de que terminase la frase, por unos segundos el suelo tembló y de un momento a otro, las paredes se tiñeron de negro. Y todo a su alrededor desapareció.

La oscuridad era casi inexpugnable. Solo se sentía el ambiente vació y solitario. No había más vida que ellos y desapareciendo la hechicera en esa oscuridad inmediatamente después, dejó nuevamente solo al vampiro en medio de aquella traidora ilusión. En silencio, con su mente conjuró copias idénticas a ella, y las esparció rodeando al vampiro. Guerreras y mágicas. Todas y cada una de ellas olían como ella, se movían como ella y más importante todavía; todas tenían un corazón que latían en consonancia con el de la realidad. Sonriendo ambas, se acercaron un paso más cerca del vampiro, cerrando el circulo a su alrededor. Deseaba enloquecerlo, confundirlo. Que fuese preso de su propia rabia. La única forma de tener ventaja era atacándole cuando no se encontrara fijo en un objetivo concreto. Allí entonces, atacaría. Enseguida y mientras la ilusión empezó a moverse, haciendo que las jovenes empezaran a moverse hacia los lados, la hechicera ocupó el lugar de unas de las copias sin que se notase el cambio. Lo rodeó y fulminó con la mirada, como todas las demás. En ese momento se sentía poderosa. Como una pantera acorralando a su presa, sin embargo habiendo aprendido, no dejó que este sentimiento de poder la hiciera creerse invencible, pues no lo era. Tras unos segundos promoviendo la incerteza ajena y antes de decir nada más o darle siquiera una pequeña pista de quien era la verdadera, todas se lanzaron hacia su `posición en una avalancha de dagas y golpes que fueron a impactar contra él. Las ilusiones al tocarle desaparecían tardando ligeramente unos segundos en diluirse en la nada, afectando así a su ángulo de visión, más la que no iba a desaparecer era la verdadera que con dagas en mano, lanzó una de ellas en su dirección mientras dos de sus copias a la vez se le echaban encima. Y por si esa daga no le diese; seguidamente envió una segunda, y esa si, que por el infierno de sus ojos; alcanzaría su objetivo. Aunque fuese lo último que hiciera.


"¿Acaso creías que podías bailar con el diablo y no pagar un precio por ello?"
—Anne Rice —


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Mensaje por Fletcher J. Maciel Jue Ene 18, 2018 11:58 pm

El cielo no está cerca en un lugar como este.







Sentir de un cierto modo es un sentimiento, y doblegado parcialmente en el dolor que había provocado la hechicera en él, notó como su mentalidad vacía sobre ella iba en un cambio bastante alarmante. Probaba a diario acreditar su entrenamiento con otros personajes de la inquisición, demostraba en repetidas ocasiones que mientras más débil fuese su oponente, más se confiaba en que la batalla sería fácil y se daba el lujo de poder jugar. Amenizaba sus golpes con característicos comentarios solo para distraer la mente de su oponente, le agradaba aquello, no sentir aburrimiento o cansancio era la parte primordial de un encuentro, pues, aunque la pelea se vea ganada, quitarle importancia también era una forma de renunciar y estar dispuesto a perder. El castaño nunca estaba dispuesto a ceder, jamás.

Estos hechos fueron quienes se sobresaltaron cuando la que parecía ser una dulce, tierna y para nada despierta o astuta mujer, usaba todas las cartas que tenía bajo su manga “Extraordinario” pensó, una y mil veces cuando las llamas anteriores o habían hecho sentir preso de un dolor aparentemente real. Asumía sus errores como los ajenos, asumía sus culpas y tropiezos, pero no haber sido aquel, el estar presente aquella noche, se hubiese perdido de tan magnifico desplante y eso sí que no se lo perdonaría, ver la transformación de aquella fémina solo incitaba un “sentimiento” dentro del condenado. Contraatacar como se lo había reprimido ya en un par de ocasiones.  

Merecedor oponente de sus más poderosos dotes, pensó entre tanto buscaba la mirada fija de su contrincante. Esperando a ver que sería lo siguiente, que tendría en mente para ir en contra de su anatomía, o de su cabeza. Ya había descubierto una de sus técnicas, y suponía quedaban otro par de estas. Las ilusiones la manejaba muy bien, pero como todo ser, era susceptible a caer en estas al menos los primeros 20 minutos, antes de buscar lógica a los alrededores y entender, claramente que nada era real, aunque se sintiese en el más tormentoso infierno. . Lo que si sorprendía al inquisidor fue la decisión con la cual marcó aquel escenario en medio de un calvario que a su parecer, podría haber sido peor… no desmerecía los géneros, pero se hace imposible la comparación, pues al cargar la misma cantidad de dolor en sujetos que doblaban su altura y peso, estos se dejaban caer contra el suelo rogando misericordia. He insistía, estaba sorprendido, y excitado, impaciente por descubrir que más tenía para él.

Le había dejado la opción de lanzar su mejor golpe, lo estaba esperando. No evitó sentir un poco de decepción ante la negativa de la fémina, pero estuvo allí deleitando su mirada con la mísera imagen que dejaba de ella en su mente.  La recordaba en el suelo, implorando por no seguir sufriendo y aquello, incendió algo nuevo dentro el vampiro.  El lado frágil de la fémina le atraía tanto como el salvaje. Se hallaba ahí, entre la indecisión de verla rogar o verla luchar. Ambas facetas comenzaban a ser entretenidas a sus ojos, a aquellos baches oscuros que solo esperaban animarse con la figura diminuta que ahora tomaba mayor prestancia, alejándose del suelo, amenazando con una mirada  perniciosa.  

Continuaba allí de pie, expectante, decidió no responder esta vez a sus comentarios, a pesar de dar atención a cada una de las menciones echas, se quedó en silencio, simplemente con la mirada descarada y su cuerpo inerte. Era fácil para él, podría estar horas en una posición sin sentirse incomodo por aquello, gajes del trabajo que ayudaban con estos momentos de esparcimiento y entretención.

Rompió la imagen de estatua con un ligero movimiento de su cuello, el suelo bajo sus pies se movía imitando un desastre natural que podría dar con toda la estructura del palacio sobre sus cuerpos, más nada de aquello sucedió. Ocultó una sonrisa entre sus labios, de nueva cuenta regresaba la mujer que deseaba ver, empoderada y traicionera. Se mantuvo allí, firme y atento, sabía que rápidamente atacaría, pero necesitaba saber el momento exacto para no caer.
Prontamente todo se tornó negro, cada esquina, cada pared, cielo y suelo, nada tenía forma. Se giró en su propio eje para buscar falencias en esa ilusión y no encontró ni una, y como la última ocasión la deshizo con la imagen de su compañera, esta vez se le hizo imposible pues ella no estaba desde el inicio en ese escenario. Cerró los ojos. No necesitaba ver, sus instintos, su olor, su presencia, sus movimientos, todo aquello, generaba un lenguaje no visual o verbal, sino más bien espacial y tan solo con esa mirada inclusiva, tomó posición de ataque. Conocía los ecos necesarios que hacía un movimiento frente a un objeto, reconocía las ondas sonoras como si fuese una caricia, sabía diferenciar entre lo cierto y lo irreal, pero no contaba con la capacidad mental que tenía aquella hechicera de manejar tan a la perfección sus poderes.

Se quedó de frente a una imagen que creía conocer, era ella. Pero prontamente esa figura se duplicó y continuó así hasta rodearlo. No fue capaz de reconocer a la real, y de haberlo hecho, todo habría sido mucho más fácil para ella.

Posición de pelea, buscar sentidos lógicos, detectar a la víctima y atacar. Una a una, marcó el recorrido de su cuerpo para atacar a cada una de ellas, no sin recibir un golpe. Esperaba salir con una que otra marca en su anatomía, pero no derrotado. Sabía que golpe dar a cada una para deshacerse de quienes estaban demás y quedar solo con ella, pero no contaba con que sería un poco más fácil. Al primer roce con una de las chicas Landry, ésta se esfumo al contacto. Bien, suponía que la real no iría de inicio contra pelea, y espero, extendiendo sus puños para desvanecer a toda quien se acercase a su cuerpo para perder solidez en un dos por tres.

Su capacidad de percibir a la real era básica, de todos los años en lucha no había recibido un ataque como tal, mismo acto que lo dejó al desnudo de respuestas maquinadas o dentro de lo normativo de sus actos. Pensó en lo que pudo con el corto tiempo de acción y regresó la lucha de la misma forma en la que se le era atacado. Marcó una ilusión, pero no contra la fémina, mucho menos con su cuerpo o movimientos, sino en sus ojos. Se volvería invisible, impalpable y misterioso. Rápidamente dio un paso al costado cuando dos de las figuras holográficas daban entre ellas para desaparecer. Solo quedó la real, en medio del escenario oscurecido con una daga entre sus dedos. No lo hizo durar más, aquello era lo que buscaba y necesitaba de ella.

Mientras más interesante el encuentro, mejor era la calidad de respuesta del vampiro. Notó sus intenciones de asesinarlo, y desde ese momento dejó de verla como una chiquilla que deseaba enseñar a un desconocido todo lo que sabía. Era un oponente más, y así la trataría. Quitó la daga de su mano, rompió la ilusión que había llevado acabo y sin la capacidad de poder verla por la oscuridad, sintió una satisfacción aún grande.
Sujetó con fuerzas la mano que antes había intentado asesinarlo, tronó un par de huesos que creyó no serían importantes para la hechicera, la aferró con determinación a su cuerpo y enseñando una de sus mejores sonrisas, asumiendo que ella tendría la capacidad de observarle, la arrastró por las dependencias de la nada. Con sus baches oscurecidos, y frente al desconcierto, notó como poco a poco el lugar tomaba forma. Sonrió de nueva cuenta.

Dejó azotar la diminuta figura de la mujer, con la pared que encontró la más propicia, aquella desaliñada e imperfecta que rasgaron la piel de su rostro como la de su hombro – Espectáculo y cena – Relamió sus labios, caminando hacía su anatomía, el olor de su sangre comenzó a provocar estragos, y solo sus victimas sabían que el control que ponía para su sed dependía del estado de animo que cargara.
Su bota se detuvo frente a un golpe en el vientre de la fémina – ¿Asesinarme era una de tus opciones? – Tomó distancia y alzando aquella figura desde sus cabellos la mantuvo de pie todo momento, no la dejaría descansar.

Una vez más y con parte de su antebrazo flageló a la fémina para dar contra la pared, rápidamente la tomó desde el cuello y se inclinó a su rostro – Ataca


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Mensaje por Melissa Landry Vie Ene 19, 2018 3:59 am

No se puede tener miedo a la muerte,
sin antes haber vivido

Anónimo






Sus ilusiones eran infalibes; sus ases más fuertes y potentes. Contra todo oponente, matar o huir, siempre habia correspondido a su habilidad para crear ilusiones como mas reales mejores, escoger cúal de ellas era la mejor alternativa. Eran su seguro de vida. Por ello, cuando el vampiro en medio de la ilusión desapareció, dejando que las dagas que habían volado hacia él desaparecieran entre la bruma oscura, la pilló totalmente desprevenida. Fletcher Maciel no era solo peligroso; era letal. Confundida y en guardia, entendiendo al acto que él también era un hacedor de ilusiones, permaneció alerta. Sus ultimas dos copias de Melissa desaparecieron al chocar entre sí y antes de que estas se diluyeran totalmente bajo sin ningún pre aviso una mano más fuerte que la suyo la inmovilizó bajo su agarre invisible. La daga cayó de su mano y ante su mirada de asombro, el inmortal regresó de entre los invisibles. La enfrentó con unos ojos despiadados y toda ella se estremecio ante el pavor a esos ojos y a aquella frialdad inhumana. Desconcertada, quiso hablar, decir algo. No obstante, cuando abrió la boca lo único que le salio fue un grito espeluznante que rompió la ilusión de la oscuridad de un momento a otro. Le había roto tres dedos de la diestra. Estos colgaban ahora sin vida, inertes. Sus ojos se llenaron de lagrimas y en cuanto el vampiro y ella regresaron a la realidad, de antemano supo, que le esperaba un sufrimiento eterno. Él no parecía ser de aquellos que terminaban rápidamente con sus victimas, si no de los que solo deseaban hacerles gritar hasta romper sus cuerdas vocales.

El primer golpe no tardó en volver a repetirse. En sus manos, poco pudo hacer la hechicera para esquivar la pared con la que se rascó de lleno parte de su cara y contra la que terminó con un hombro abierto. Sintió como su piel ante aquello se rompia, creando un millar de pequeñas gotas de su sangre cayéndole por el rostro y jadeó presa del odio cuando no solo parecía el inquisidor divertirse con su dolor, sino que parecía tener ganas de hacer valer sus colmillos. Una patada nuevamente en su estomago la hizo doblarse por el dolor y siendo alzada por él, restó en silencio ignorando cada una de las preguntas del vampiro. Para ella su respuesta estaba clara. Ella únicamente habia venido por su sangre, por terminar con su vida, para vengarse. Tras el intenso entrenamiento de sus habilidades, habían descubierto ella y su maestro, que alcanzados esta cima de poder, la magia cada vez iría drenando mas vida de la hechicera. Aquel era el costo por sus habilidades traspasadas de generación en generación hasta el ultimo linaje; ella. Mas tarde o temprano, algún día la magia sería demasiado fuerte y extinguiría todo hálito de vida de su cuerpo. Antes de morir así, claramente preferiría morir por una causa, luchar y vencer o caer, era lo único que la había llevado aquella noche a bailar con él. Sin embargo, por unos malditos segundos, se había visto tentada de cambiar el rumbo de su plan. Aquel beso que empezó como un juego, una forma de hacerlo visible al resto del mundo, había hecho que algo en ella se suavizara. Había sentido una calidez inhumana en sus brazos pero a la vez, tan reconfortante, que se había sentido como si la muerte no pudiese pasar a través de ellos. Se había sentido a salvo y necesitada, como nunca antes se había sentido. Al final su lógica se había impuesto y la venganza sustituyo aquel efímero sentimiento al que prefirió no dar importancia. No obstante, la verdad había sido que se había visto rindiéndose a él antes siquiera de empezar a pelearse. Había sido débil, y una parte de ella entendía que el motivo por el que sus ataques no terminasen de salir del todo bien, era por que aún arrastraba aquella debilidad por él. Una parte de ella quería, deseaba matarlo y la otra, contrariamente a ello; lo quería vivo.

De nuevo la flageló, quedándose sin aire de golpe y viendo por unos segundos como se le perdía la vista, restó inmóvil unos segundos en lo que se recuperaba del golpe. Prefería mil veces el dolor mental a aquella brutalidad con la que se ensañaba contra ella. Se removió intentando que soltase su cabello e hincando con fuerza las uñas en las manos heladas del sujeto, se agarró a él. Al contrario que ella, él parecía muy decidido a seguir jugando con ella para luego matarla. Al paso que iba, como siguiera con aquellos golpes, seria sumamente fácil terminar con su mortal vida de un solo movimiento. Una parte de ella, la más vulnerable ante él se quiso rendir, quedarse estática hasta que la paciencia del condenado fuese efímera y terminase con el trabajo que lo había llevado a buscarla. Más la otra, al oírlo retarla a atacarlo, decidió vivir para llevar a cabo su cometido.

Sintió la mirada del inmortal en ella y gruñó, aún no estaba vencida. No deseaba engañarse, no deseaba mentirse con poder ganar cuando la lucha estaba sentenciada desde un buen principio. A fin de cuentas, ella era una mortal mientras él, tenía una eternidad a sus espaldas de experiencias y luchas. Sin embargo, ella tenía la necesidad de ganar y el coraje suficiente para intentarlo.  La venganza era su santo grial y no dejaría que esto se quedase así. En la cúspide del dolor que sentía, aún tuvo el suficiente valor para mirarlo fijamente. Los ojos de él la observaron de cerca con un brillo que la joven no pudo reconocer. Jadeo viéndole y aprovechando aquella letal cercanía que mantenían uno con el rostro del otro, hizo lo único que un animal herido podía hacer; Atacar. Le mordió con saña, aprovechando que los ojos del vampiro se perdieron unos segundos en la sangre de su mejilla que le bajaba hasta el cuello, aprovechó y como una cobra estiró su cuello e hincó con fuerza sus dientes en el cuello masculino. De la fuerza, del miedo y desesperación del que era presa, consiguió traspasar su piel. Sintió su sangre en su boca. Apenas la sintió en su paladar mas de un segundo. Gimió sorprendida por el sabor de esta e inmediatamente cuando Fletcher se la sacudió de encima, la joven sacándose de la manga una de las dagas que aún tenia guardadas y escondidas entre los pliegues de su vestido, cayó a sus pies y antes de que este pudiese moverse, con saña; le clavó la punta filosa en la planta del pie. El grito del vampiro fue colérico y tras ese grito, la contestación de la bruja fue bañarlo en un rio de lava ardiente.

La ilusión de nuevo tomó forma a su alrededor de la nada. Esta vez era una cascada de lava que se precipito por sobre de su figura. Melissa esta vez. se adentró en su propia ilusión y aprovechando el impacto inicial de la lava brotando por su cuerpo golpeó con fuerza con su pierna en su vientre doblándolo al tiempo en que la lava se lo carcomía vivo y lo tiraba al suelo. La lava empezó a ahogarlo en calor, todo a su alrededor era un fuego caótico y dañiño. El efecto no duraría mucho, más duró lo suficiente para que se subiera encima de él y se vieran envueltos en una lucha de puños y golpes. El vampiro pese a estar en un infierno, viendo a Melissa intentó volver a la realidad dejándola sin sentido. Sus manos rodearon su frágil cuello y Melissa negándose a salir de aquel mar de lava, antes de que la perdida de aire pudiese afectarle y detener la ilusión, tomó la última daga que le quedaba y mirándole con fiereza gritó antes de hacer impactar el arma contra la clavícula del vampiro. Por la sorpresa, las manos dejaron de ahogarla y en aquel preciso instante, la mente de la hechicera quebró desatando toda su ira y su angustia. Su dolor y su rabia, contra aquel que para todos sus sentidos era el culpable de su miserable existencia. Empezó a golpearle la cara, como él habia hecho con ella. A cada impacto se oía el impacto de piel contra piel. Habia perdido dos años de su vida entrenándose para matarle, y justo cuando tenia la oportunidad, no había podido. ¡Él era un maldito vampiro! Un bebedor de almas inocentes, un asesino cruel de la naturaleza y aún así, sabiendo todo aquello y odiándolo, al final hubo una parte de su consciencia que detuvo el golpe y lo desvío. Ella nunca sería una asesina como él.

¡MALDITO SEÁIS! ¿POR QUÉ? ¡DECIDME POR QUÉ! — Le gritó enfurecida mientras su mano regresaba a impactar sobre su gélida mejilla. — ¡¿POR QUE TUVISTEIS QUE APARECEROS? ¿POR QUE TUVISTEIS QUE CONOCERME? ¿POR QUÉ HA TENIDO QUE PASARNOS ESTO?— De otro manotazo le giro la cara. Su mano ardía y a cada golpe sus ojos se llenaban de lagrimas de dolor y cruda desesperación. — ME HABÉIS QUITADO TODO. ¡TODO! Y AHORA NO PUEDO MATAROS, ¡NO PUEDO! Y OS ODIO POR ELLO FLETCHER MACIEL! ¡OS ODIO CON TODA MI ALMA! ¡DEBERÍAIS MORIR! Y POR MÁS QUE YO QUIERA, NO PUEDO MATAROS! ¡MALDITO SEAÍS! ¡DEBEÍS MORIR! 

Lé tiró del cabello con la mano sana y con la otra mano, sin importarle el dolor de los dedos rotos y de la muñeca a punto de quebrarse, siguió descargándose a golpes. No podía parar, no podía detener sus actos. A cada golpe, el hueso de su mano más dolía. Ya no sentía los dedos rotos, del abismal dolor que sentía, no sabia cual provenía de donde. Gritó en una ultima bofetada y al golpear la cara del vampiro por ultima vez, un audible ruido a ruptura resonó en la mente de la hechicera. El hueso de su muñeca había colapsado. Se había roto la muñeca y ahora era tal el dolor, que por unos segundos no encontró aire al que llevar a sus pulmones. Miró fijamente a los oscuros ojos del vampiro y se perdió en el reflejo de los propios. Medio rota por fuera y por dentro, no pudo silenciar las lagrimas. El dolor se le hacía insoportable. Gritó y cuando las manos del vampiro la empujaron súbitamente, nada hizo para protegerse. Su cuerpo impactó brutalmente en una de las paredes, colapsándose contra ella. Su espalda ardió y estaba segura de haberse astillado alguna que otra costilla. Lo peor por eso, era el punzante dolor que traspasó su cabeza. Gimió de dolor y llevándose la única mano sana detrás su cabeza, esta regresó empapada en sangre. Atónita, con los ojos llameantes del dolor de ese infierno, miró al vampiro que ya se había levantado. No hacia falta ser muy inteligente para saber que el impacto le había abierto una herida en la cabeza. Sentía su cabello lentamente cubrirse con un ligero rio de su propia sangre. La fuerza se le iba en un abrir y cerrar de ojos por aquella herida y nada, se podía hacer contra eso. Como más sangre perdía, más debilidad padecía. Jadeó y con mucho esfuerzo se levantó apoyándose en la pared. Ahora que estaba gravemente herida, era una presa fácil para el condenado y ella lo sabia. Él también. —¡Venid vamos! ¿A que esperaís? — Lo provocó fuera de si, tentándolo a terminar con su vida de una maldita vez. No tenía miedo a morir, para ello había acudido a sus brazos. Lo que si que no pensaba era dejar de luchar hasta su ultimo aliento. Melissa escupió al suelo restos de su sangre y traspasando con los ojos al vampiro, lo observó en calma mientras su poder defensivo, tomaba el mando de la situación interponiéndose entre ella y él. Aquel sería uno de sus últimos ataques y en posición de lucha, esperó que él atacase primero. No se esperaría la barrera, no se esperaría un obstáculo como aquel en su camino, más cuando terminase por traspasarlo, se la encontraría a ella, negada por lo que le quedaba de vida a rendirse sin combatir a muerte. Por Daphne, por su propia vida; por todos aquellos que habían sido sentenciados y asesinados por el inquisidor frente a ella, iba a luchar hasta las ultimas consecuencias. ¿A muerte? ¡A muerte!


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Mensaje por Fletcher J. Maciel Dom Ene 21, 2018 1:52 pm

Hay una pequeña línea delgada entre
el placer... y el dolor







Es delicioso alimentar cierto tipo de perversidad, más aún si era arrastrado por ella, desde allí nacía la necesidad que albergaba en su interior… de acabar con aquella efigie, pero de la manera más escabrosa  y demente posible. No calmaba sus pasiones, no tenía por qué. Su contrincante fue quien marcó las reglas del juego, él era un mero peón que seguiría los trazos lanzados ¿Quería jugar? Pues manos a la obra.
Había dado un par de golpes, pero no los mejores. Conocía su fuerza, lo desmedido y desalmado que podría llegar a ser, supuso, que junto a la mujer, no necesitaría de las mayores prácticas, pues todo indicaba que solo tenía el poder mental como hechicera pero no las capacidad de defender su templo con roce cuerpo a cuerpo. Punto para el condenado que sabía usar hasta el menor de sus músculos como punto de batalla. No era invencible, pero daba la pelea tan solo como el demonio sabe cómo.

Sintió como el olor metálico de su sangre embriagaba sentidos que creía tener controlados. Manejaba los impulsos, era metódico, y recto, pero como todo ser, tenía falencias. Detestaba reconocerlo, pues en su trabajo, admitir tener un punto débil, es el peor de los castigos a la profesión. Tragó en seco, enfocó mucho más la mirada en lo que necesitaba, el rostro lánguido de la mujer y más aún en aquellos baches claros que lo observaban casi con el mismo desdé que el mismo castaño le dedicaba. No había más allí, simplemente el desprecio de dos personajes que buscaban aniquilar al otro por sobre cualquier otra cosa. Frunció sus labios, entrecerró los ojos y nuevamente el olor de aquel escuálido líquido carmesí lo llamó ¿Qué tenía? Había sentido la necesidad de sangre en el pasado, cuando no tenía la fuerza mental para resistirse, pero ahora, a años de condicionamiento ¿Qué sucedía? ¿Será otro de sus juegos? ¿Estaba en otra ilusión dónde sus habilidades disminuían? No lo sabía, no tenía como saber. Presionó con ahínco su mano alrededor de ese delicado cuello. Sentía su pulso, cada vez más rápido, agitado, pulsando contra la yema de sus dedos, aquello era real… estaba deseando saciar su sed.

Pero las vueltas son efímeras, y se vio entregado al ataque bastante peculiar que daba la mujer. Sus dientes calaban la firme piel del castaño y abriendo una herida, sintió como parte de su esencia se perdía en los labios ajenos ¿Qué demonios? Pensó, retirando con rapidez a la desequilibrada. No sentía dolor, un rasguño así, provocado por una humana, no harían más que una llaga superficial que simplemente sanaría al pasar los minutos. Algo notó y estaba consiente de aquello, estaba desesperada. Conocía a la perfección las medidas que tomaba un personaje desesperado con ansias de poder, aunque tarde cayó en cuenta. Estaba listo para acabar con la monotonía, estaba harto de seguir juegos infantiles y de ser receptor de rasguños, arañazos, golpes junto a hechizos que habría evitado desde el primer minuto con tan solo cortar sus vías de respiración o sanguínea.

Se enderezó, con la idea prolija y el plan armado, hasta que tras ignorar a la desvalida, un punzar descomunal hizo preso su pie. Bajó la mirada, observando como una daga lo atravesaba de un lado hasta otro. Sus ojos se tornaron oscuros, sus músculos se tensaron, cada facción de su rostro había cambiado a la más sepulcral imagen antes enseñada; Gruñó, tan fuerte que en el mismo ahogo fue fugaz para dar con ella, se inclinó, quitando la daga de su pie para tenerla entre su mano como si se tratara de su juguete favorito, y amaba tenerlos cubiertos en sangre — Estás perdida… — Masculló, casi sin abrir sus labios para hablar.
Comenzó a odiarla, un odio tan intenso que se masificaba como un cosquilleo que se apoderaba de todo su cuerpo, detalló su rostro, tan a la perfección para marcar en su memoria la última vez que había intentado manejar la situación por sobre él, pero un acto más fue quien intensifico el hecho y la borró de su mirada. Lluvia de ardiente lava bañó toda su anatomía, un ardor insuperable que nuevamente reabría heridas de la última ilusión que había marcado a fuego vivo en minutos pasados — ¡Venga va ¿así te llevarás la vida? Con malditos escenarios! — Ignoró por completo su dolor, tenía un fin mucho más grande que caer ante las fases de la agonía. La buscó, hasta dar con ella, nuevamente dejó hacer parte de su desagradable cuerpo con la idea de detener aquel calor que una vez más carcomía su piel. Rodeo su cuello con su mano libre, mientras la otra jugaba con la daga que ahora se prendía a lava hirviendo. Deleitado por como la falta de oxígeno la hacía cambiar de color, decidido  que todo terminara allí, el filo caliente del arma rozó parte de la piel de la fémina, sintiendo por fin otro tipo de olor descompuesto que no fuese el suyo bajo las altas temperaturas. El fuego se disminuía y así, en medio del más sorpresivo impacto su mano dejó caer la diminuta figura de la muchacha para detener el puñal contra su hombro. Tomó aire, se giró hacía ella y mientras sus colmillos entraban en juego — ¿Quieres saber por qué? — Su voz parsimoniosa entró a la palestra. Con sumo dolor, y luego de dejarle golpear su rostro a vista y paciencia, se retiró la daga del hombro… sus manos tiritaban, no sabía si por la constante amargura o por el aborrecimiento, no sabía dividir su malestar de su ira, aunque asumía que ambas situaciones llegaban a un mismo final… ella.

¿Estás segura de que quieres saber la razón? — Su mano se cerró en la mejilla de la mujer imitando una de las múltiples cachetadas que estaba recibiendo, aunque al contrario de ella, él la mantuvo allí, presionando su piel como si quisiera extraer algo —POR QUÉ NO TIENES RAZONES PARA ESTE JUEGO INFANTIL ¡NO TIENES LÓGICA! Ni uno de tus malditos tornillos están sujetos a una cabeza pensante… te mueves por las emociones y por idiotas idealizaciones de que tu vida sería mejor sin mi presencia — Desde la presión con su palma, impulsó su cuerpo para azotarla nuevamente contra el piso, había oído perfectamente como los huesos de su mano cedían, y ahora bajo el impulso, también lo hacían un par más de su cuerpo— Pero no asumes que tu maldita vida ya era miserable antes de mi llegada… — La fulminó, desde lejos, admirando como se destruía en llantos — Eres una niñata que no sabe el significado de las cosas que hace… sigues siendo la infante que vi hace un par de años atrás, cuidando un saco de huesos que llamaba madre — Comenzó a caminar lentamente hacia ella — ¿No tienes razón de vivir y prefieres perder la vida en mis manos? ¡GENIAL, ME DOY EL GUSTO! Pero recuerda que tu maldita vida no significa nada, para ti, para Daphne… o para mí, eres un mero trámite con el que debo acabar ¡YA!

A paso lento pero seguro se acercaba más y más, hasta sentir como la punta de su pie malherido se detenía ante un campo que rodeaba a la fémina. Bufó, no esperaba menos — Bien… así lo haremos — Murmuró, retomando posición de lejanía, lanzó una de las dagas que lo habían dañado un par de veces hacía arriba, para detenerla entre su propia mano desde el mango y lanzarla directo al rostro de su objetivo. El arma cayó, sin rosarla, sin tocarla, tan solo dio contra el suelo a lejanías de ella. Reiteró el movimiento, con la siguiente y filosa amiga entre sus dedos. La lanzó, observando como la distancia era menor de su cuerpo. Sonrió. Hizo el mismo juego un par de veces más hasta notar como la barrera caía y se inclinaba hasta ella con la posibilidad de volver a tocar su piel, lanzó la daga directamente. Había dado con ella y el flujo de su sangre comenzó a intensificarse mientras la sed que antes había camuflado ahora era irreversible  — Despídete — Sentenció observando como el artefacto abría el abdomen de la mujer, una línea de ese exquisito carmesí que brotaba.

Sigiloso se mantuvo frente a ella, retomando posición, rompiendo con todos los códigos de lejanía, su palma abierta repasó esa herida con los dedos entre tanto la otra ahorcaba a la fémina con fuerza desde el cuello, alzando poco a poco su anatomía para impedirle tocar el suelo. No tenía permitido respirar, solo sangrar.


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Mensaje por Melissa Landry Lun Ene 22, 2018 4:02 pm

Oh I, I just died in your arms tonight
It must've been something you said
I just died in your arms tonight
Oh I, I just died in your arms tonight
It must've been some kind of kiss
I should've walked away
[...]
I just died in your arms tonight
Tonight

Hidden Citizens






Estás perdida… — Masculló él, casi sin abrir sus labios.

Y el infierno se postró ante sus ojos.

Su cuerpo estaba en llamas, su mente desconcertada y aquel anticipaba ser solo el inicio de la hecatombe de la hechicera. Dolor, golpe, dolor, grito y más dolor. Aquel era el intervalo en que el dolor atacaba al sistema de la humana. Estaba condenada. Desde el inicio de la velada, no había habido otra salida. La muerte había escogido la hechicera y la misma muerte era la que se coronaba en los oscuros ojos del vampiro. De nada le había valido el entrenamiento, con él sencillamente había obtenido las facultades para poder aguantar ciertas rondas contra el condenado. Más allá de aquello, solo había conseguido infundir cierto respeto y admiración; la misma que poco después con la sangre del inmortal derramada, había perdido. Ahora cada palabra, cada bofetada y golpe, solo atendían a una razón. Hacer ver lo débil que era y lo ingenua que había sido por plantarse ante él y buscar un combate a muerte, que ambos contrincantes ya anticipaban su caluroso y escabroso final.

Dolía, claro que dolía. Si cada golpe de ella representaban minimamente diez golpes de él, imaginaros cuanto debía de dolor si el enloquecimiento y sed de sangre, eran ahora sus únicos pilares. No habría perdón, ni consuelo. Melissa no tenía que buscar en sus ojos una posible salida, pues era imposible hallarla. Ahora el fuego nacía del interior del vampiro y como sus filosas palabras que se clavaron como un millar de puñales en su corazón, la única posible salida era la ambición oscura de asesinarla. Sentía frío, mucho frío a su alrededor. Sus últimos segundos de resistencia contra el sanguinario vampiro, se pudieron contar con una mano. Seis veces hicieron falta para que con el juego de armas, este rompiese su barrera, dejándola vulnerable y apetitosa frente a él. De la herida abierta de su cabeza seguía saliendo sangre. Se desangraba, toda su ropa estaba hecha ahora jirones rotos y ensangrentados por su propia sangre. El gemido de inmenso dolor no tardó mucho en llegar. La última daga dibujó en su abdomen una línea de la que empezó a salir a borbotones porciones de su vida. Ya la tenía. Ya era suya. Y solo hizo falta mirar fijamente al vampiro una vez antes de que la ahorcase, para darse cuenta de que completamente e irrevocablemente estaba perdida.

Las manos masculinas la levantaron por el cuello y mientras la ahorcaba muy lentamente, disfrutando del dolor de su victima, con la otra mano le acarició la herida de su abdomen, como si estuviese relamiendose de anticipación por probarla. El pánico entonces, se adueño de su cuerpo e intentando respirar como fuera, pataleó con sus últimas fuerzas. Por unos instantes, sintió sus poderes rodeándola dándole una breve resistencia. Clavando las uñas en los brazos que la alzaban, empezó a boquear desesperada. Necesitaba hablar, deseaba hablarle. Como una sirena cantaba a sus marineros, ella deseaba despedirse. Miró hacia abajo mirándole fijamente y en cuanto presintió lo cerca que estaba de perder el conocimiento, hizo lo único que su mente pudo hacer en ese instante. Llamó a sus ilusiones y en su corazón, con sus últimos latidos reunió todo el poder que aún quedaba en su propio cuerpo y lo disipó al exterior. Por una brevedad, todo su cuerpo se iluminó como una estrella fugaz. Brilló inesperadamente y ante la sorpresa, Fletcher dejó de ahorcarla tan fuerte y la bajó al suelo. Respirando al tocar el suelo y antes de que el condenado terminase decapitándola en cuanto la luz se extinguiera en ella, sintió un deseo irrefrenable de besarle. Quería despedirse del mundo. De aquel mundo que le había dado tantos momentos felices y también, tristes. No obstante, no deseaba terminar ahorcada sin miramientos, con el odio llameando en los ojos de su asesino. Deseaba calidez, cercanía. Volver a sentir como ambos se perdían, aunque únicamente fuese un simple roce. Un casto beso o una húmeda despedida tatuada en sangre y fuego.

Con la decisión tomada, se acercó a sus labios. Respiró contra ellos, calentándolos, haciendo que sintiese cierta calidez antes de que su cuerpo se tornase tan frío, tan inerte como el de él. Primeros los saboreó con solo tocarlos contra los suyos; acariciarlos. La luz que salía de su interior, lentamente con el último halito de vida de la hechicera fue menguando al paso en que el beso se hacía más continuo. Ahora no solo estaban sus labios implicados, sus lenguas se tocaban buscándose, retándose mutuamente. Sonrío con los ojos cerrados demasiado cansada ya para abrirlos, cuando con una de sus manos le acarició la mejilla y sostuvo su rostro cerca de él. La otra mano masculina le apretó la herida de la que perdía a raudales segundos de su vida y su cuerpo, por unos eternos segundos acobijo el femenino, contrastando la suavidad de ella con la dureza de él. Como ángel y demonio, permanecieron enlazados el uno contra el otro. Se olvidó hasta de respirar. No quería separarse de aquellos labios. Iba a morir con la sensación de que su vida no había sido en vano; De que aquella muerte sería lo mas dulce que jamás hubiese soñado, aunque muriera en los labios dañinos del inquisidor.

Despídete —Le dijo.

Os perdono Maciel… —susurró contra su boca cuando la luz en ella se extinguió y apagándose la luz, su alma sufrió un vuelco. Un terrible vuelco. Se iba a ir, ya no había marcha atrás posible. Abrió los labios una vez más para permitirle la entrada a sus pétalos fríos, y guardarse por siempre su sabor, cuando de pronto, un torrente calido de sangre irrumpió en su garganta, obligándola a bebérsela. Intentó apartarse, sorprendida. Aquella sangre no era la propia y aún así, el vampiro siguió besándola. Como si no pasase nada fuera de lo común. Como si solo quisiera besarla. Melissa se entregó en alma a aquel ultimo beso y en cuanto poco a poco sintió como su cuerpo quedaba laxo contra el ajeno, un estruendo y otro vuelco la separaron de sus brazos, terminando chocando contra el suelo perdiendo, ya irremediablemente, toda noción de su vida.

Adiós, se despidió en su mente por siempre de él.

Y junto con las cenizas de aquel incendio, todo acabó.

La llama se extinguió entre sus brazos.


"¿Acaso creías que podías bailar con el diablo y no pagar un precio por ello?"
—Anne Rice —


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