Una botella de Ron [Privado]

Aquella fría mañana de primavera todos nos habíamos levantado al alba para comenzar cuanto antes con nuestras tareas cotidianas, disfrutando unos más que otros del desayuno que con dedicación yo había preparado.
Apenas hacía dos días que habíamos atracado nuestro barco, en el puerto de París, siguiendo hasta allí el rastro de nuestro príncipe Agarwaen y cuya búsqueda nos había sido encomendada.

Llevábamos más de un mes navegando, un largo y desesperante mes en el que  cinco hombres en un mismo barco rodeado de agua por todas partes podía sacar de quicio a cualquiera.
Poseidón, el patrón y dueño del navío donde nos encontrábamos, el humano y cazador  al que yo acompañaba y que conocía desde niño, estaba más insoportable de lo normal. Se quejaba de todo, del temporal, del largo viaje, de las comidas que con tanto esmero  yo preparaba y de las que solo recibía quejas. Harto estaba de no poder perderme por los bosques, o por el bullicio de las calles, o entre las piernas de una bella dama; sí, esto era lo que más había echado de menos durante la travesía.

Leonidas y Seth, otros dos cazadores que nos acompañaban, habían salido en busca de Agarwaen hacía casi dos días, y todavía no habían regresado. No sabíamos si el rastro seguido hasta allí sería el correcto, de modo que tendríamos que llenar las despensas del barco y prepararnos para seguir la siguiente pista si no dábamos con él o para volver hasta Mikonos si lo encontrábamos. En cualquier caso, aquella mañana me tocaría ir al mercado para cargar el barco con comida y botellas de ron; sobre todo botellas de ron si queríamos continuar todos ilesos después de esta misión tan desesperante.

Salí gruñendo del barco, dejando a Poseidón con la palabra en la boca ya que parecía tener de nuevo ganas de gresca y yo pocas ganas de discutir en esos momentos. Él se iba a acercar al centro de la ciudad, a buscar no sé que maderas para arreglar no sé cuantos y Gatto, el cambiante que acompañaba a Leonidas, se había quedado al cuidado del barco. Imaginaba que sería él quien ayudaría a Poseidón en arreglar el mástil roto.

Tardé un par de horas andando hasta llegar a aquel lugar donde una infinidad de olores se entremezclaban; el olor a especias, a verduras recién recolectadas de los regadíos cercanos, el delicioso olor a bosque  de...una preciosa mujer de cabellos dorados y ojos verdes que se encontraba cerca de mi posición, y que negociaba con un mercader por el precio de varios sacos de patatas; giró su rostro hacía mí, cruzándose durante unos segundos nuestras miradas, un segundo en el que con una tímida sonrisa me dio a entender que se había percatado de mi presencia, para después continuar con su conversación con aquel hombre orondo al que pareció convencer con su oferta, pues le entregó una bolsa de cuero negro y estrecharon sus manos.

Sonreí de medio lado al pensar que quizás podría acabar con mi tensión acumulada durante todo el viaje si sabía jugar mis cartas con esa dama que había conseguido llamar mi atención, más cuando estaba a punto de llegar a su posición, ésta se giro lanzándome una fugar y cálida mirada, antes de marcharse y perderse entre el gentío. ¿Debería tratar de alcanzarla?