AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Army on me - Beatrice Delteria (Debts and payments)
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Army on me - Beatrice Delteria (Debts and payments)
El combate fue un aspecto contradictorio en todo momento. La aparición del otro impidiéndole llegar a su objetivo fue el inicial motivo para meterse en una espiral de locura insana y violenta. ¿El resultado? Ambos quedaron malheridos y Jared no entiende cómo es que un sujeto así tiene tanta habilidad. Lo agarró desprevenido, distraído. Eso quiere creer. Puede ser real o no, el resultado no deja de ser éste donde tiene tres heridas. La del costado derecho es la mayor. La otra en el rostro y la del brazo son insignificantes. Debe volver a casa y a eso se obliga.
La realidad se desdibuja a cada paso. Las calles son transformadas en manchones borroneados de colores indescifrables. Cada paso que da es agotador. Lo que le mantiene en pie es la férrea voluntad, el willpower que todos poseen y pocos utilizan. Los labios resecos se van agrietando con el recorrer de las manecillas del reloj. El aire es dificultoso de aspirar, mantener y desechar. Todo el sistema corpóreo está en shock. Poco es lo que durará como continúe así. Debe llegar antes.
Debe...
El costado derecho se resiente, un gruñido emana de la garganta masculina. Los ojos se achican, la visión es más dificultosa. El pecho se expande con una bocanada de aire aspirada con velocidad vía bucal. El labio inferior tiembla, mandando una corretada de electricidad por todo su ser. No puede desmayarse. El entrenamiento en The League sale a flote. La compostura se recobra. El caminar erguido vuelve. Aprieta los párpados, labios incluidos. Está a punto de desfallecer, sacando fuerzas de flaqueza logra adentrarse por un jardín bastante agradable y cuidado.
Dolor...
Cada parte de sí es electrocutada, quemada, lascerada, untada en sal. El paso se pierde un poco, se mueve como si ebrio estuviera. La herida del costado cobra factura una vez más. El cobro por sí mismo es caro llevándose gran parte de su propia conciencia. Una rodilla al piso. Una mano la acompaña estampándose en la tierra, dejando una marca ensuciando los guantes de por sí rojizos por la sangre. El combate fue cruel y violento. A pesar de ello, su cabeza no deja de recordar que perdió. No lo mató.
El otro tampoco se fue ileso, no es algo a considerar. No lo mató. Es lo que se le graba en la mente a fuego y hierro antes de perder la conciencia cayendo con un golpe seco y pesado al piso. Logra darse la vuelta y quedar boca arriba, observando a las estrellas. El cielo despejado. Al menos no lloverá. Es un extraño regocijo el que siente desde lo profundo de sus entrañas y luego sonríe antes de perder el último ápice de su mente y realidad. No morirá como él.
La realidad se desdibuja a cada paso. Las calles son transformadas en manchones borroneados de colores indescifrables. Cada paso que da es agotador. Lo que le mantiene en pie es la férrea voluntad, el willpower que todos poseen y pocos utilizan. Los labios resecos se van agrietando con el recorrer de las manecillas del reloj. El aire es dificultoso de aspirar, mantener y desechar. Todo el sistema corpóreo está en shock. Poco es lo que durará como continúe así. Debe llegar antes.
Debe...
El costado derecho se resiente, un gruñido emana de la garganta masculina. Los ojos se achican, la visión es más dificultosa. El pecho se expande con una bocanada de aire aspirada con velocidad vía bucal. El labio inferior tiembla, mandando una corretada de electricidad por todo su ser. No puede desmayarse. El entrenamiento en The League sale a flote. La compostura se recobra. El caminar erguido vuelve. Aprieta los párpados, labios incluidos. Está a punto de desfallecer, sacando fuerzas de flaqueza logra adentrarse por un jardín bastante agradable y cuidado.
Dolor...
Cada parte de sí es electrocutada, quemada, lascerada, untada en sal. El paso se pierde un poco, se mueve como si ebrio estuviera. La herida del costado cobra factura una vez más. El cobro por sí mismo es caro llevándose gran parte de su propia conciencia. Una rodilla al piso. Una mano la acompaña estampándose en la tierra, dejando una marca ensuciando los guantes de por sí rojizos por la sangre. El combate fue cruel y violento. A pesar de ello, su cabeza no deja de recordar que perdió. No lo mató.
El otro tampoco se fue ileso, no es algo a considerar. No lo mató. Es lo que se le graba en la mente a fuego y hierro antes de perder la conciencia cayendo con un golpe seco y pesado al piso. Logra darse la vuelta y quedar boca arriba, observando a las estrellas. El cielo despejado. Al menos no lloverá. Es un extraño regocijo el que siente desde lo profundo de sus entrañas y luego sonríe antes de perder el último ápice de su mente y realidad. No morirá como él.
Jared Riverwind- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 24
Fecha de inscripción : 26/09/2016
Re: Army on me - Beatrice Delteria (Debts and payments)
- ¡Me marcho ya Elisabeth!- dijo en la puerta, con la mano en el pomo, avisando de su partida al ama de llaves.
Llevaba despierta desde bien entrada la mañana, se había despertado con el primer rayo de sol y había comenzado a preparar lo necesario para la subasta que se celebraría en dos días, el que había sido consejero de su padre había acudido para ayudarla a catalogar los instrumentos y las pinturas que habían comenzado, poco después, a llevarse hacia el club donde celebrarían la subasta. Debía ser de las pocas mujeres afortunadas en todo París que, sin ser señorita de malas compañías, podía entrar en un club de caballeros, aunque la mirasen mal.
Debía salir a comprobar que hubieran llegado todos los objetos en perfecto estado, era eso lo que se dirigía a hacer en el momento en el que abrió la puerta. Salió con una inusual sonrisa, le gustaba estar ocupada, pero en cuanto abrió la puerta vio en la entrada, en el jardín, a alguien tirado en la hierva. Se cubrió la boca, asustada, evitando soltar un grito.
Corrió al encuentro del cuerpo y se apresuró a sacar un espejo para comprobar que se empañaba, el hombre respiraba, estaba herido, pero respiraba. Alterada, se quitó la capa para asegurarse de que el cuerpo del hombre no se enfriaba y llamó sin separarse de él al servicio de dentro de la casa.
- ¡Señora Marie!.- pasaron varios segundos- ¡Señora Marie!- repitió para que la mujer saliera. Al ver lo mismo que Bea la mujer quedó en shock, parecía incapaz de moverse.- Corra, haga llamar a un médico, que venga de forma urgente y que Letto venga y me ayude a trasladar al hombre a un cuarto.- ordenó comprobando aun las heridas del hombre
- Pe... pero... señorita y si..- titubeó la mujer.
- ¡He dicho que lo haga Señora Marie, es la única vez que le mando una orden, acátela!- dijo nerviosa mientras la mujer corría al interior de la casa.
No era del tipo de personas que daba ordenes, pero ya había visto a su padre muerto, no iba a ver morir a nadie más, no mientras ella pudiera evitarlo, y mucho menos frente a ella, si estaba en su mano, haría lo que fuera para ayudar.
- Hey, tranquilo, pronto llegará el doctor.- prometió por si el hombre la escuchaba.
No tardaron en llegar Letto y el señor Cubrick, que con la ayuda de Beatrice trasladaron al hombre a un dormitorio de la primera planta, bastante ornamentado como toda la casa, y rápidamente llamaron al doctor que acudiría al instante. Con palanganas de agua caliente y trapos limpios, mientras Letto iba a llamar al consejero de su padre para que fuera el quien se encargase del trabajo que ella debía realizar. Comenzó a lavar las heridas visibles del hombre, esperando que no fueran demasiado graves.
- Aguante por favor.- suplicó asustada mientras limpiaba una herida en el costado con sus manos temblorosas, que podía ver gracias a que el Señor Cubrick le había quitado la camisa al herido.
Llevaba despierta desde bien entrada la mañana, se había despertado con el primer rayo de sol y había comenzado a preparar lo necesario para la subasta que se celebraría en dos días, el que había sido consejero de su padre había acudido para ayudarla a catalogar los instrumentos y las pinturas que habían comenzado, poco después, a llevarse hacia el club donde celebrarían la subasta. Debía ser de las pocas mujeres afortunadas en todo París que, sin ser señorita de malas compañías, podía entrar en un club de caballeros, aunque la mirasen mal.
Debía salir a comprobar que hubieran llegado todos los objetos en perfecto estado, era eso lo que se dirigía a hacer en el momento en el que abrió la puerta. Salió con una inusual sonrisa, le gustaba estar ocupada, pero en cuanto abrió la puerta vio en la entrada, en el jardín, a alguien tirado en la hierva. Se cubrió la boca, asustada, evitando soltar un grito.
Corrió al encuentro del cuerpo y se apresuró a sacar un espejo para comprobar que se empañaba, el hombre respiraba, estaba herido, pero respiraba. Alterada, se quitó la capa para asegurarse de que el cuerpo del hombre no se enfriaba y llamó sin separarse de él al servicio de dentro de la casa.
- ¡Señora Marie!.- pasaron varios segundos- ¡Señora Marie!- repitió para que la mujer saliera. Al ver lo mismo que Bea la mujer quedó en shock, parecía incapaz de moverse.- Corra, haga llamar a un médico, que venga de forma urgente y que Letto venga y me ayude a trasladar al hombre a un cuarto.- ordenó comprobando aun las heridas del hombre
- Pe... pero... señorita y si..- titubeó la mujer.
- ¡He dicho que lo haga Señora Marie, es la única vez que le mando una orden, acátela!- dijo nerviosa mientras la mujer corría al interior de la casa.
No era del tipo de personas que daba ordenes, pero ya había visto a su padre muerto, no iba a ver morir a nadie más, no mientras ella pudiera evitarlo, y mucho menos frente a ella, si estaba en su mano, haría lo que fuera para ayudar.
- Hey, tranquilo, pronto llegará el doctor.- prometió por si el hombre la escuchaba.
No tardaron en llegar Letto y el señor Cubrick, que con la ayuda de Beatrice trasladaron al hombre a un dormitorio de la primera planta, bastante ornamentado como toda la casa, y rápidamente llamaron al doctor que acudiría al instante. Con palanganas de agua caliente y trapos limpios, mientras Letto iba a llamar al consejero de su padre para que fuera el quien se encargase del trabajo que ella debía realizar. Comenzó a lavar las heridas visibles del hombre, esperando que no fueran demasiado graves.
- Aguante por favor.- suplicó asustada mientras limpiaba una herida en el costado con sus manos temblorosas, que podía ver gracias a que el Señor Cubrick le había quitado la camisa al herido.
Beatrice Delteria- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 16/04/2015
Localización : París/Francia
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Re: Army on me - Beatrice Delteria (Debts and payments)
Inmerso en sueños y pesadillas, el inconsciente atrapa gran parte de los aspectos más retorcidos y escalofriantes del pasado tras el hecho de que quizá no vuelva a despertar. ¿Cómo podría hacerlo si la sangre tiñe de rojo el verde del pasto y la herida sin atender atrapa toda la frialdad de la mañana untándola en el cuerpo provocando una heladez contínua y arrogante incapaz de separarse de su ser por un instante? Sabe en lo profundo, que quedarse dormido no es más que la antesala de un viaje hacia el otro mundo del que no hay ticket de vuelta. No debe hacerlo, mas su cuerpo es incapaz de escuchar las verdades por lo que al contacto de las pestañas con el rostro dejando la oscuridad a merced de su existencia, sólo encuentra un desespero que se refleja en su mente.
Recuerdos de lugares remotos, la fortaleza al pie de la montaña es cálida en comparación de la tormenta que hay afuera de sus muros. Las antorchas brindan calefacción y luz simultáneas. Los guardias están apostados en lugares estratégicos prestos a responder en caso de ser necesario. La organización del lugar dista de ser propia de la época, es mucho más avanzada y los hombres son más de los que a simple vista parecen. Eso sin contar con los que están en entrenamiento. Los ya liberados y a quienes se les ha entregado un nuevo nombre y su cargo, van y vienen. The League está extendiendo su dominio por el continente asiático, mas va por otros lugares como Europa.
La fiebre aumenta al paso del tiempo, los recuerdos se conglomeran en su mente creando nuevas realidades que se funden con el presente. En su voz adolorida e impregnada por la incesante fiebre, llamaba a su padre, a su hermano menor y sobre todo, a su primer mentor. El lenguaje era indescifrable, extraño para los europeos. Nadie sabrá lo que al final significaban sus palabras. La promesa irrefutable de cumplir con su promesa. Con su misión.
Su cuerpo entrenado para estos menesteres aunado a una capacidad de recuperación sobrenatural debido a su naturaleza cambiaformas, hizo que en poco la fiebre cediera y el paciente se recuperase ante la satisfacción aunada a la preocupación de un doctor que lo miraba intrigado. Cuando los ojos pardos de Jared vislumbraron de nuevo la luz, se encontró en un lugar por completo ajeno. Se levanta con un impulso propio de la adrenalina recorriendo sus venas a toda potencia, la cabeza gira a la derecha y a la izquierda intentando comprender lo acontecido.
Los muebles europeos le hacen consciente de que no está en donde debiera. En la fortaleza. Si no más bien en un lugar donde es vulnerable y eso no le agrada en lo más mínimo. Se pone en pie con un salto, buscando sus cosas con velocidad, deseando salir de ahí. Las partes más íntimas del hombre están cubiertas por un viejo pantalón que no es de su talla, como cumplen con su propósito de mantener el decoro, se abstiene de desprenderse de ellos hasta en tanto no encuentre algo más que usar.
Debe encontrar sus pertenencias rápido, antes de que alguien llegue. Y es el movimiento de la perilla de la puerta el que lo pone en guardia, alcanzando al menos la distancia propia para ejecutar un ataque en caso de ser necesario. La pantera está acorralada, lo que significa que correrá sangre.
Recuerdos de lugares remotos, la fortaleza al pie de la montaña es cálida en comparación de la tormenta que hay afuera de sus muros. Las antorchas brindan calefacción y luz simultáneas. Los guardias están apostados en lugares estratégicos prestos a responder en caso de ser necesario. La organización del lugar dista de ser propia de la época, es mucho más avanzada y los hombres son más de los que a simple vista parecen. Eso sin contar con los que están en entrenamiento. Los ya liberados y a quienes se les ha entregado un nuevo nombre y su cargo, van y vienen. The League está extendiendo su dominio por el continente asiático, mas va por otros lugares como Europa.
La fiebre aumenta al paso del tiempo, los recuerdos se conglomeran en su mente creando nuevas realidades que se funden con el presente. En su voz adolorida e impregnada por la incesante fiebre, llamaba a su padre, a su hermano menor y sobre todo, a su primer mentor. El lenguaje era indescifrable, extraño para los europeos. Nadie sabrá lo que al final significaban sus palabras. La promesa irrefutable de cumplir con su promesa. Con su misión.
Su cuerpo entrenado para estos menesteres aunado a una capacidad de recuperación sobrenatural debido a su naturaleza cambiaformas, hizo que en poco la fiebre cediera y el paciente se recuperase ante la satisfacción aunada a la preocupación de un doctor que lo miraba intrigado. Cuando los ojos pardos de Jared vislumbraron de nuevo la luz, se encontró en un lugar por completo ajeno. Se levanta con un impulso propio de la adrenalina recorriendo sus venas a toda potencia, la cabeza gira a la derecha y a la izquierda intentando comprender lo acontecido.
Los muebles europeos le hacen consciente de que no está en donde debiera. En la fortaleza. Si no más bien en un lugar donde es vulnerable y eso no le agrada en lo más mínimo. Se pone en pie con un salto, buscando sus cosas con velocidad, deseando salir de ahí. Las partes más íntimas del hombre están cubiertas por un viejo pantalón que no es de su talla, como cumplen con su propósito de mantener el decoro, se abstiene de desprenderse de ellos hasta en tanto no encuentre algo más que usar.
Debe encontrar sus pertenencias rápido, antes de que alguien llegue. Y es el movimiento de la perilla de la puerta el que lo pone en guardia, alcanzando al menos la distancia propia para ejecutar un ataque en caso de ser necesario. La pantera está acorralada, lo que significa que correrá sangre.
Jared Riverwind- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 24
Fecha de inscripción : 26/09/2016
Re: Army on me - Beatrice Delteria (Debts and payments)
La fiebre le había subido con rapidez, y Bea, sin separarse de su lado, la había estado tratando de bajar con paños mojados en agua helada, incluso cuando las manos habían enrojecido del frío y su fina piel comenzaba a cuartearse. Poco le importó, hasta que e doctor no llegó, apresurado, no se movió de su lado, limpiando las heridas, la sangre e intentando bajarle la temperatura.
El Coronel Tapioca, viejo doctor retirado del ejercito español, se dedicaba, tras retirarse por una fea herida en la pierna, a París, donde desde su llegada había trabajado de médico. El carruaje aparcó delante de casa y el doctor se apresuró a entrar con su particular cojera para, al instante, apartar a Bea y comenzar su trabajo. Con un rápido triaje decidió que debía coser su herida.
Bea, incapaz de apartar la mirada, se pegó a la pared más alejada del amplio cuarto y se mordió el labio mientras arrugaba su vestido con sus manos. Tragó saliva, no quería apartar la mirada, desde que supo que su padre había muerto se negaba a alejar la mirada cuando veía sufrimiento, no iba a dejar que nadie en su presencia muriera, y por ello no podía salir de la sala, sería ir contra sus principios, por poco que le gustase ver a alguien sufrir.
Miró directamente al hombre, probablemente no queria que estuviera ahí, ella, al menos, no querría que la viera un desconocido en ese estado, pero, mientras el no estuviera despierto, no se alejaría, debía aprender a mirar fijamente a aquello que más miedo le daba. Si debía ayudar, estaría cerca, aunque, por suerte, no hizo falta, si no temía que habría molestado más que otra cosa.
Cuando el doctor acabó, la mandó salir con él del cuarto y le dio las instrucciones del tratamiento, la herida no parecía ser grave, pero si lo había sido la perdida de sangre, debía beber en cantidad y tomar muchas proteinas además de limpiarse la herida y cambiarse las vendas una vez al día, tomando calmantes para el dolor, con eso, pronto estaría cerrada. Beatrice asintió y le pagó las medicinas y los servicios mientras sus empleados preparaban algo de comida, y aseaban el cuarto quitando la toalla manchada de sangre de debajo del herido.
Cuando estuvo listo, fue ella misma quien tomó la bandeja y abrió la puerta del cuarto entrando de espaldas para, al girar con el pie, dar de cara con el hombre, aun herido, levantado y con aspecto asustado. Lo entendía, era aterrador despertar en un lugar desconocido. Ella lo sabía mejor que nadie, el día que despertó en ese pequeño y oscuro cuarto con olor a humedad... respiró hondo dejando la bandeja sobre una mesa redonda del cuarto y abrió la puerta, alejandose para que le hombre viera que podía irse si gustaba, mientras, sobre todo, mantenía la calma.
- Me alegro de que se haya despertado.- sonrió tranquila.- Me llamo Beatrice Delteria, está en mi casa, lo he encontrado tirado en la entrada, herido, pero el doctor ya lo ha tratado, se pondrá bien.- dijo con frases cortas y claras, sin dar más información de la necesaria, esperando que se tranquilizase.
El Coronel Tapioca, viejo doctor retirado del ejercito español, se dedicaba, tras retirarse por una fea herida en la pierna, a París, donde desde su llegada había trabajado de médico. El carruaje aparcó delante de casa y el doctor se apresuró a entrar con su particular cojera para, al instante, apartar a Bea y comenzar su trabajo. Con un rápido triaje decidió que debía coser su herida.
Bea, incapaz de apartar la mirada, se pegó a la pared más alejada del amplio cuarto y se mordió el labio mientras arrugaba su vestido con sus manos. Tragó saliva, no quería apartar la mirada, desde que supo que su padre había muerto se negaba a alejar la mirada cuando veía sufrimiento, no iba a dejar que nadie en su presencia muriera, y por ello no podía salir de la sala, sería ir contra sus principios, por poco que le gustase ver a alguien sufrir.
Miró directamente al hombre, probablemente no queria que estuviera ahí, ella, al menos, no querría que la viera un desconocido en ese estado, pero, mientras el no estuviera despierto, no se alejaría, debía aprender a mirar fijamente a aquello que más miedo le daba. Si debía ayudar, estaría cerca, aunque, por suerte, no hizo falta, si no temía que habría molestado más que otra cosa.
Cuando el doctor acabó, la mandó salir con él del cuarto y le dio las instrucciones del tratamiento, la herida no parecía ser grave, pero si lo había sido la perdida de sangre, debía beber en cantidad y tomar muchas proteinas además de limpiarse la herida y cambiarse las vendas una vez al día, tomando calmantes para el dolor, con eso, pronto estaría cerrada. Beatrice asintió y le pagó las medicinas y los servicios mientras sus empleados preparaban algo de comida, y aseaban el cuarto quitando la toalla manchada de sangre de debajo del herido.
Cuando estuvo listo, fue ella misma quien tomó la bandeja y abrió la puerta del cuarto entrando de espaldas para, al girar con el pie, dar de cara con el hombre, aun herido, levantado y con aspecto asustado. Lo entendía, era aterrador despertar en un lugar desconocido. Ella lo sabía mejor que nadie, el día que despertó en ese pequeño y oscuro cuarto con olor a humedad... respiró hondo dejando la bandeja sobre una mesa redonda del cuarto y abrió la puerta, alejandose para que le hombre viera que podía irse si gustaba, mientras, sobre todo, mantenía la calma.
- Me alegro de que se haya despertado.- sonrió tranquila.- Me llamo Beatrice Delteria, está en mi casa, lo he encontrado tirado en la entrada, herido, pero el doctor ya lo ha tratado, se pondrá bien.- dijo con frases cortas y claras, sin dar más información de la necesaria, esperando que se tranquilizase.
Beatrice Delteria- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 16/04/2015
Localización : París/Francia
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Re: Army on me - Beatrice Delteria (Debts and payments)
Europa, continente en plena decadencia y total corrupción. Ni siquiera los reyes son capaces de contener a las masas bajo los conceptos de la lealtad y compromiso. Los hombres son una parda de idiotas sin ideales ni códigos de honor. Qué decir de las mujeres que se sienten golpeadas por aquéllos que deberían protegerlas en lugar de humillarlas. No es así en The League. El contraste entre las costumbres europeas y con las que Jared creció es enorme. No alcanza a comprender las maneras de este lugar que atañen a toda esta llamada "Europa".
En The League, si bien es cierto que las mujeres no son entrenadas para convertirse en asesinas -al menos no hasta la fecha, algo que podría cambiar en un futuro-, se les enseña toda clase de artes para la defensa del hogar y de la fortaleza. De igual forma, son las que se encargan de mantener todo bajo control. Una organización como en la que Jared nació, necesita orden. Y ellas lo proporcionan. Se les respeta y protege. Son un pilar imprescindible que si es lascerado, fomentará la caída de toda la infraestructura. Su padre lo comprende y hace valer imponiendo castigos ejemplares. Son la fuente de la educación de los más pequeños, las que cuidan de los caídos y los atienden.
No hay forma en que pueda ver a las europeas igual que a las que se encuentran en los Himalaya. Al menos, no hasta este momento.
La figura que abre la puerta y entra cual dueña del lugar, trae en las manos una bandeja que deposita sobre una mesa en la habitación. El acto contínuo de dejar la puerta abierta le llena de intriga. Sus palabras son suaves en esa fémina. Sus ojos no se separan de ella. Le observan con desconfianza, como un gato arisco a quien se le acerca la mano para hacerle no sabe qué. ¿Acaso puede confiar en esta hembra? Un chequeo interno le hace consciente de que sus heridas fueron atendidas de forma correcta. Su metabolismo sobrenatural hace lo suyo curándolo con rapidez.
Fue su fortaleza la que le llevó hasta las inmediaciones de esta residencia, la que le proporcionó la fuerza para aguantar hasta allí. Reconoce su error tácito consistente en que él, de forma silenciosa, pidió una ayuda que ella proporcionó en consecuencia. Se queda callado en tanto su cuerpo pierde lento la postura de ataque. La comida en el plato le recuerda el poco alimento ingerido antes de su misión. Es una costumbre adoptada desde su lugar natal, sobre todo por un posible cambio de su figura humana a la felina. No se queda uno bien cuando el alimento resulta ser mayor del que el estómago animal resiste. Y los vómitos son un signo de debilidad si no se está enfermo.
Una rápida mirada al lugar de forma más atenta, le ubica sus objetos personales. El hacha, el cinturón y las botas están en un lugar al que puede acceder con facilidad. No hay rastros de la ropa. - ¿Por qué me ayudas? ¿Dónde están mis ropas? - son interrogantes que en su voz suenan a demandas. Es parte de su esencia ante los desconocidos. No confiar demasiado en ellos, pueden morder y dejar desmembrado a cualquiera.
En The League, si bien es cierto que las mujeres no son entrenadas para convertirse en asesinas -al menos no hasta la fecha, algo que podría cambiar en un futuro-, se les enseña toda clase de artes para la defensa del hogar y de la fortaleza. De igual forma, son las que se encargan de mantener todo bajo control. Una organización como en la que Jared nació, necesita orden. Y ellas lo proporcionan. Se les respeta y protege. Son un pilar imprescindible que si es lascerado, fomentará la caída de toda la infraestructura. Su padre lo comprende y hace valer imponiendo castigos ejemplares. Son la fuente de la educación de los más pequeños, las que cuidan de los caídos y los atienden.
No hay forma en que pueda ver a las europeas igual que a las que se encuentran en los Himalaya. Al menos, no hasta este momento.
La figura que abre la puerta y entra cual dueña del lugar, trae en las manos una bandeja que deposita sobre una mesa en la habitación. El acto contínuo de dejar la puerta abierta le llena de intriga. Sus palabras son suaves en esa fémina. Sus ojos no se separan de ella. Le observan con desconfianza, como un gato arisco a quien se le acerca la mano para hacerle no sabe qué. ¿Acaso puede confiar en esta hembra? Un chequeo interno le hace consciente de que sus heridas fueron atendidas de forma correcta. Su metabolismo sobrenatural hace lo suyo curándolo con rapidez.
Fue su fortaleza la que le llevó hasta las inmediaciones de esta residencia, la que le proporcionó la fuerza para aguantar hasta allí. Reconoce su error tácito consistente en que él, de forma silenciosa, pidió una ayuda que ella proporcionó en consecuencia. Se queda callado en tanto su cuerpo pierde lento la postura de ataque. La comida en el plato le recuerda el poco alimento ingerido antes de su misión. Es una costumbre adoptada desde su lugar natal, sobre todo por un posible cambio de su figura humana a la felina. No se queda uno bien cuando el alimento resulta ser mayor del que el estómago animal resiste. Y los vómitos son un signo de debilidad si no se está enfermo.
Una rápida mirada al lugar de forma más atenta, le ubica sus objetos personales. El hacha, el cinturón y las botas están en un lugar al que puede acceder con facilidad. No hay rastros de la ropa. - ¿Por qué me ayudas? ¿Dónde están mis ropas? - son interrogantes que en su voz suenan a demandas. Es parte de su esencia ante los desconocidos. No confiar demasiado en ellos, pueden morder y dejar desmembrado a cualquiera.
Jared Riverwind- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 26/09/2016
Re: Army on me - Beatrice Delteria (Debts and payments)
Esperó paciente a que el hombre se relajara, parecía una bestia a punto de saltar al ataque, debía mantenerse tranquila, calmada y con aire pacífico, no era dificil teniendo en cuenta que era una mujer menuda y delgada y que, si el hombre quisiera atacarla, pocas o ninguna oportunidad tendría en su contra, por muy herido que este estuviera.
Se mantuvo pegada a la pared, alejada de él. El miedo era horrible, lo sabía, lo había vivido demasiadas veces en carne propia. Tocó el pelo que le nacía en la nuca, cabizbaja, esa herida era la mayor prueba de terror que había vivido, al menos hasta el día en el que descubrió el mundo sobrenatural. Guardó un suspiro y miró al hombre.
Se sentía reflejada en él, el terror de lo desconocido, la duda reflejada en sus ojos, ¿por qué alguien extraño ayudaría a otra persona? La respuesta para la mayoría de la gente sería extraña, retorcida, si alguien ayudaba a otra persona, era porque quería algo a cambio, tal vez fuera verdad, Bea lo había hecho para no tener que cargar en su consciencia con otra muerte, pero, sobretodo, porque estaba cansada del sufrimiento, del ajeno y del propio, tal vez por eso, cuando el hombre le preguntó, tuvo claro que responder.
- Porque usted necesitaba ayuda.- sonrió con calma alzando la vista para devolverle al hombre una mirada sincera.
No necesitaba palabras bonitas, ni decorar verdades, no necesitaba palabras falsas ni grandilocuentes, la verdad era suficiente, y, de todos modos, nunca se le habían dado bien los discursos, no era la mejor con las palabras, a pesar de todo lo que leía. No, las palabras no eran lo suyo, en realidad, cuanto más hablaba, más metía la pata.
- Su ropa la están lavando, pero puede coger lo que quiera del armario.- afirmó antes de sentarse en una silla alejada de la bandeja.- No le voy a obligar a quedarse, solo le vi herido, me asusté y decidí ayudarle, no me debe nada, fue mi decisión prestar socorro.- afirmó.- el doctor ha dicho que debe descansar un par de días al menos, o la herida se podría abrir de nuevo, además debe comer proteínas, beber mucho líquido y tomar esos calmantes dos veces al día para el dolor.- explicó con calma.
Cada uno formaba su propio código de honor, Bea, al contrario que otros de su clase, era claro, si puedes hacer el bien por alguien, no dudes en hacerlo, aunque no recibas nada a cambio, porque todas las acciones tienen consecuencias, e incluso la más ligera brisa puede acabar por provocar un tornado. Había aprendido que quien siembre vientos, recoge tempestades, ella estaba cansada de recoger tormentas sin sembrar siquiera una brisa, por eso había decidido que plantaría semillas, intentando recoger flores.
- ¿Se encuentra bien?- Le preguntó algo angustiada, hacía a penas una hora había estado sangrando con fuerza.
Se mantuvo pegada a la pared, alejada de él. El miedo era horrible, lo sabía, lo había vivido demasiadas veces en carne propia. Tocó el pelo que le nacía en la nuca, cabizbaja, esa herida era la mayor prueba de terror que había vivido, al menos hasta el día en el que descubrió el mundo sobrenatural. Guardó un suspiro y miró al hombre.
Se sentía reflejada en él, el terror de lo desconocido, la duda reflejada en sus ojos, ¿por qué alguien extraño ayudaría a otra persona? La respuesta para la mayoría de la gente sería extraña, retorcida, si alguien ayudaba a otra persona, era porque quería algo a cambio, tal vez fuera verdad, Bea lo había hecho para no tener que cargar en su consciencia con otra muerte, pero, sobretodo, porque estaba cansada del sufrimiento, del ajeno y del propio, tal vez por eso, cuando el hombre le preguntó, tuvo claro que responder.
- Porque usted necesitaba ayuda.- sonrió con calma alzando la vista para devolverle al hombre una mirada sincera.
No necesitaba palabras bonitas, ni decorar verdades, no necesitaba palabras falsas ni grandilocuentes, la verdad era suficiente, y, de todos modos, nunca se le habían dado bien los discursos, no era la mejor con las palabras, a pesar de todo lo que leía. No, las palabras no eran lo suyo, en realidad, cuanto más hablaba, más metía la pata.
- Su ropa la están lavando, pero puede coger lo que quiera del armario.- afirmó antes de sentarse en una silla alejada de la bandeja.- No le voy a obligar a quedarse, solo le vi herido, me asusté y decidí ayudarle, no me debe nada, fue mi decisión prestar socorro.- afirmó.- el doctor ha dicho que debe descansar un par de días al menos, o la herida se podría abrir de nuevo, además debe comer proteínas, beber mucho líquido y tomar esos calmantes dos veces al día para el dolor.- explicó con calma.
Cada uno formaba su propio código de honor, Bea, al contrario que otros de su clase, era claro, si puedes hacer el bien por alguien, no dudes en hacerlo, aunque no recibas nada a cambio, porque todas las acciones tienen consecuencias, e incluso la más ligera brisa puede acabar por provocar un tornado. Había aprendido que quien siembre vientos, recoge tempestades, ella estaba cansada de recoger tormentas sin sembrar siquiera una brisa, por eso había decidido que plantaría semillas, intentando recoger flores.
- ¿Se encuentra bien?- Le preguntó algo angustiada, hacía a penas una hora había estado sangrando con fuerza.
Beatrice Delteria- Humano Clase Alta
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Re: Army on me - Beatrice Delteria (Debts and payments)
De todas las mujeres en París, tuvo que ser una samaritana la que le ayudara. Está jodido. Más que eso, está perdido. Hay una gran regla en The League que no debe desobedecer: la deuda de gratitud. Cuando alguien te ayuda, debes corresponderle en la misma proporción de sus esfuerzos. Eso significa que le debe la vida. No está bien empezar con el pie izquierdo.
Primero el sujeto que se le atraviesa en la misión, ahora esta mujer que le ayuda a curar sus heridas. Y todo porque al parecer, ella cree en que debió hacerlo. La filosofía del "has el bien sin mirar a quién" le es indiferente, hasta hoy. Está en una gran disyuntiva porque no parece que la mujer, en el lujo en que vive, pueda necesitar de alguien que le cubra las espaldas.
Y quizá por ello mismo, es que debería seguir sus pasos. Féminas tan inocentes son blanco fácil de sujetos atroces. Hay movimientos en ella que denotan miedo, precaución. Los ojos se velan con recuerdos que parecen atormentarla. No es una princesa en un palacio, si no en una torre. Se cruza de brazos frustrado.
Su cabeza se mueve afirmando que ha entendido que deberá esperar a que su ropa se seque al menos, para poder irse. Por inercia, su cuerpo se orienta hacia el ropero para abrirlo y observar qué prendas pudieran ser de utilidad. Sobre todo, las que le vengan bien. Es un hombre de estatura mayor a la promedio, de complexión gruesa, exento de grasa más no de musculatura.
No cualquier ropa le queda. Elige aún así unos pantalones y una camisa. La calidad de las prendas es mayor a la que está acostumbrado durante sus misiones, no así en la fortaleza donde es hijo del pater familis. Sus movimientos son medidos, ágiles a pesar de sus heridas. Pronto está más decente a la vista. Por supuesto que no le incomodó calzarse la ropa frente a la dama, no cuando ella le ha atendido. - De acuerdo, entonces si no tiene inconveniente, permaneceré en este lugar los dos días que ha dicho el médico - es otra regla implícita de The League. Los heridos permanecen en la fortaleza hasta que sus heridas sanen.
Desobedecer a la mujer que le atiende es imposible. Acatar las medidas que se le indiquen es parte de su entrenamiento. Se va acercando a la fémina con paso seguro, denotando que sabe quién es a diferencia de otros que no saben ni siquiera a dónde van. Se queda frente a ella observándola - de acuerdo a mi educación, usted me ha salvado la vida, así que le debo un favor. Mientras estoy convaleciente, verificaré las medidas de seguridad de su hogar y después de eso, me marcharé - es el inicio de un proceso largo y tedioso para lograr que la mujer esté sana y salva - con sus acciones, ha ganado mi protección. Sólo hasta que pueda devolverle el favor, estaré a su lado ¿Comprende? - su voz es calma más sus ojos están repletos de incertidumbres y preguntas no formuladas.
Primero el sujeto que se le atraviesa en la misión, ahora esta mujer que le ayuda a curar sus heridas. Y todo porque al parecer, ella cree en que debió hacerlo. La filosofía del "has el bien sin mirar a quién" le es indiferente, hasta hoy. Está en una gran disyuntiva porque no parece que la mujer, en el lujo en que vive, pueda necesitar de alguien que le cubra las espaldas.
Y quizá por ello mismo, es que debería seguir sus pasos. Féminas tan inocentes son blanco fácil de sujetos atroces. Hay movimientos en ella que denotan miedo, precaución. Los ojos se velan con recuerdos que parecen atormentarla. No es una princesa en un palacio, si no en una torre. Se cruza de brazos frustrado.
Su cabeza se mueve afirmando que ha entendido que deberá esperar a que su ropa se seque al menos, para poder irse. Por inercia, su cuerpo se orienta hacia el ropero para abrirlo y observar qué prendas pudieran ser de utilidad. Sobre todo, las que le vengan bien. Es un hombre de estatura mayor a la promedio, de complexión gruesa, exento de grasa más no de musculatura.
No cualquier ropa le queda. Elige aún así unos pantalones y una camisa. La calidad de las prendas es mayor a la que está acostumbrado durante sus misiones, no así en la fortaleza donde es hijo del pater familis. Sus movimientos son medidos, ágiles a pesar de sus heridas. Pronto está más decente a la vista. Por supuesto que no le incomodó calzarse la ropa frente a la dama, no cuando ella le ha atendido. - De acuerdo, entonces si no tiene inconveniente, permaneceré en este lugar los dos días que ha dicho el médico - es otra regla implícita de The League. Los heridos permanecen en la fortaleza hasta que sus heridas sanen.
Desobedecer a la mujer que le atiende es imposible. Acatar las medidas que se le indiquen es parte de su entrenamiento. Se va acercando a la fémina con paso seguro, denotando que sabe quién es a diferencia de otros que no saben ni siquiera a dónde van. Se queda frente a ella observándola - de acuerdo a mi educación, usted me ha salvado la vida, así que le debo un favor. Mientras estoy convaleciente, verificaré las medidas de seguridad de su hogar y después de eso, me marcharé - es el inicio de un proceso largo y tedioso para lograr que la mujer esté sana y salva - con sus acciones, ha ganado mi protección. Sólo hasta que pueda devolverle el favor, estaré a su lado ¿Comprende? - su voz es calma más sus ojos están repletos de incertidumbres y preguntas no formuladas.
Última edición por Jared Riverwind el Sáb Oct 08, 2016 1:51 pm, editado 1 vez
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Re: Army on me - Beatrice Delteria (Debts and payments)
El hombre parecía un animal enjaulado que, a medida que la escuchaba, iba calmándose y preocupándose a la par, Bea no sabía hacia donde tirar, los animales enjaulados son peligrosos. Al menos parecía entender que no podía quedarse con los calzones y fue al armario a coger ropa. La chica, avergonzada, se giró hacia la pared para dejar intimidad al hombre, la bastante para que se cambiara, al menos.
No debía ser fácil, herido, extranjero, o eso le parecía a ella, y solo, en un lugar donde no se conocía a nadie y para colmo con una extraña curando sus heridas, no, definitivamente, no era la situación más agradable del mundo. Ella había sido extranjera muchas veces en su vida. La primera vez que llegó a Francia, con sus modales ingleses algo estirados, hasta su secuestro, tras la muerte de su padre, en Venecia, y, nuevamente, en París, más sola que la primera vez, ya que su padre ya no estaba con ella. Si estaba en su mano, lo ayudaría.
Escuchó nuevamente la voz del hombre y se giró cuando estaba ya abotonándose la camisa. Asintió ante lo que le dijo, no le importaba que se quedase el tiempo que necesitara para recuperarse, lo dicho por el doctor era lo mínimo que debía hacer, si se movía mucho tal vez las heridas se abrieran, aunque debía reconocer que, para acabar de ser cosido, tenía una soltura de movimientos digna de un bailarín.
- Claro, el tiempo que necesite.- afirmó.
Sin embargo, tras eso, sin darle opción a la joven a diferir, afirmó que, mientras estuviera allí, sería su guardián, revisaría la seguridad de la casa, y se mantendría junto a ella hasta que pudiera salvarle la vida. Bea no acababa de entenderlo, ¿por qué quería hacer eso? Ella solo había hecho lo que habría hecho cualquiera, no le parecía correcto dejar a una persona desangrandose en su puerta, por mucho que no la conociera, las vidas eran importantes, ella lo había aprendido de forma dolorosa, pero lo había aprendido.
No volvería a dar nada por sentado, no después de perder a su padre del modo que lo hizo, tal vez si hubiera hecho más por el, ayudado más en su trabajo, tal vez el hombre seguiría vivo y podría verlo bajar las escaleras con su puro en la mano pidiendo un té cargado para mantenerse despierto. Las formas del hombre la confundían, nunca había visto a nadie hablar de deudas de vida más que en los libros.
- Pero... ¿qué está diciendo?- preguntó sin entender.- No me debe nada, solo quiero que se recupere, lo demás es secundario.- dijo con seguridad.- No lo he ayudado para conseguir un guardaespaldas. No iba a dejarlo desangrarse en mi puerta, no habría estado bien, necesitaba ayuda, se la di y no me debe nada.- intentó explicar con tranquilidad esperando que él lo entendiese.
Se sentó en una silla de la mesa y, de las dos tazas que había llevado en la bandeja, tomó una y sirvió café, tendiendo la taza llena y humeante al hombre esperó a que la cogiera.
- Siéntese a comer algo, por favor, debe tener hambre después de haber perdido tanta sangre.- suspiró, ¿habría comprendido que no le debía nada?
No debía ser fácil, herido, extranjero, o eso le parecía a ella, y solo, en un lugar donde no se conocía a nadie y para colmo con una extraña curando sus heridas, no, definitivamente, no era la situación más agradable del mundo. Ella había sido extranjera muchas veces en su vida. La primera vez que llegó a Francia, con sus modales ingleses algo estirados, hasta su secuestro, tras la muerte de su padre, en Venecia, y, nuevamente, en París, más sola que la primera vez, ya que su padre ya no estaba con ella. Si estaba en su mano, lo ayudaría.
Escuchó nuevamente la voz del hombre y se giró cuando estaba ya abotonándose la camisa. Asintió ante lo que le dijo, no le importaba que se quedase el tiempo que necesitara para recuperarse, lo dicho por el doctor era lo mínimo que debía hacer, si se movía mucho tal vez las heridas se abrieran, aunque debía reconocer que, para acabar de ser cosido, tenía una soltura de movimientos digna de un bailarín.
- Claro, el tiempo que necesite.- afirmó.
Sin embargo, tras eso, sin darle opción a la joven a diferir, afirmó que, mientras estuviera allí, sería su guardián, revisaría la seguridad de la casa, y se mantendría junto a ella hasta que pudiera salvarle la vida. Bea no acababa de entenderlo, ¿por qué quería hacer eso? Ella solo había hecho lo que habría hecho cualquiera, no le parecía correcto dejar a una persona desangrandose en su puerta, por mucho que no la conociera, las vidas eran importantes, ella lo había aprendido de forma dolorosa, pero lo había aprendido.
No volvería a dar nada por sentado, no después de perder a su padre del modo que lo hizo, tal vez si hubiera hecho más por el, ayudado más en su trabajo, tal vez el hombre seguiría vivo y podría verlo bajar las escaleras con su puro en la mano pidiendo un té cargado para mantenerse despierto. Las formas del hombre la confundían, nunca había visto a nadie hablar de deudas de vida más que en los libros.
- Pero... ¿qué está diciendo?- preguntó sin entender.- No me debe nada, solo quiero que se recupere, lo demás es secundario.- dijo con seguridad.- No lo he ayudado para conseguir un guardaespaldas. No iba a dejarlo desangrarse en mi puerta, no habría estado bien, necesitaba ayuda, se la di y no me debe nada.- intentó explicar con tranquilidad esperando que él lo entendiese.
Se sentó en una silla de la mesa y, de las dos tazas que había llevado en la bandeja, tomó una y sirvió café, tendiendo la taza llena y humeante al hombre esperó a que la cogiera.
- Siéntese a comer algo, por favor, debe tener hambre después de haber perdido tanta sangre.- suspiró, ¿habría comprendido que no le debía nada?
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Re: Army on me - Beatrice Delteria (Debts and payments)
Mujeres europeas. Negar que son hermosas y sus facciones más exóticas a lo que está acostumbrado con esos cabellos rubios o los ojos de color tan vibrante como claros, sería una estupidez. Tienen esos espontáneos movimientos que pueden tacharse de seductores y hay algo que todas tienen, algo por lo que se mantiene alejado de ellas: son cabezonas como cabras de monte. No atienden a palabras, ni a gritos, se tiene que usar la fuerza y atarlas de un lazo para que al menos, puedan estarse quietas en un lugar.
Y ésta, la tal Beatrice, es igual.
Se arma de paciencia en tanto ella habla y habla y habla. Por un momento, se lleva la mano al oído derecho introduciendo un dedo y agitándolo para destaparse el orificio auditivo porque siente que lo tiene demasiado lleno de mierda. Ni siquiera se permite pensar que tiene cerilla acumulada puesto que se lava a la perfección el cuerpo cada mañana. Gajes de ser oriental y no un cerdo europeo. Por un momento, desearía tapones de cera. Así al menos no tendría que escuchar toda su palabrería de "lo hice por buena católica".
Sus pulmones exhalan un aire comprimido en su pecho por un largo instante. La mujer toma asiento en la mesa, de formas propias de una educación superior a la de la plebe. Le ofrece un café tras servirlo invitándole a acompañarla y comer. "Quien te alimenta y cuida, deberá ser recompensado con tu espada y tu existencia". Las enseñanzas de The League continúan en su cabeza, son imposibles de borrar por más que ella se empeñe en hacerlo. Debe cambiar la estrategia, por lo que le agradece a su manera. La silla es movida hacia atrás y él se acomoda en ella.
Los ojos del hombre se posan en la mujer, en su rostro y sobre todo, en el espejo de su alma cristalino y bañado de recuerdos tristes al parecer. El café es llevado a sus labios. Prefiere el té oriental, más ésto servirá. Está acostumbrándose a este brebaje que dista de ser benéfico para su cuerpo. Al segundo trago, baja la taza acomodándola sobre el platito y se queda callado eligiendo las palabras antes de hacerlas emerger en el aire, deseando que entren en los oídos de la fémina y se mantengan ahí. Lo cual puede ser toda una proeza.
- De donde vengo, no existen los malagradecidos. En mi cultura, quien te ayuda a recobrar tu fuerza tras el encuentro con la muerte y te permite luchar y vencerla, es alguien de valía y a quien debes honrar con tu espada y tu ser. No hacerlo es caer en desgracia y ser visto como un paria para tus hermanos. Y jamás he dado muestras de deshonra para mis congéneres - da otro sorbo al café esperando su respuesta. Que entienda lo que sus palabras y su sentimiento apremia. Largarse de ahí sin darle algo a cambio, le haría perder honor. Y él jamás lo permitirá.
Y ésta, la tal Beatrice, es igual.
Se arma de paciencia en tanto ella habla y habla y habla. Por un momento, se lleva la mano al oído derecho introduciendo un dedo y agitándolo para destaparse el orificio auditivo porque siente que lo tiene demasiado lleno de mierda. Ni siquiera se permite pensar que tiene cerilla acumulada puesto que se lava a la perfección el cuerpo cada mañana. Gajes de ser oriental y no un cerdo europeo. Por un momento, desearía tapones de cera. Así al menos no tendría que escuchar toda su palabrería de "lo hice por buena católica".
Sus pulmones exhalan un aire comprimido en su pecho por un largo instante. La mujer toma asiento en la mesa, de formas propias de una educación superior a la de la plebe. Le ofrece un café tras servirlo invitándole a acompañarla y comer. "Quien te alimenta y cuida, deberá ser recompensado con tu espada y tu existencia". Las enseñanzas de The League continúan en su cabeza, son imposibles de borrar por más que ella se empeñe en hacerlo. Debe cambiar la estrategia, por lo que le agradece a su manera. La silla es movida hacia atrás y él se acomoda en ella.
Los ojos del hombre se posan en la mujer, en su rostro y sobre todo, en el espejo de su alma cristalino y bañado de recuerdos tristes al parecer. El café es llevado a sus labios. Prefiere el té oriental, más ésto servirá. Está acostumbrándose a este brebaje que dista de ser benéfico para su cuerpo. Al segundo trago, baja la taza acomodándola sobre el platito y se queda callado eligiendo las palabras antes de hacerlas emerger en el aire, deseando que entren en los oídos de la fémina y se mantengan ahí. Lo cual puede ser toda una proeza.
- De donde vengo, no existen los malagradecidos. En mi cultura, quien te ayuda a recobrar tu fuerza tras el encuentro con la muerte y te permite luchar y vencerla, es alguien de valía y a quien debes honrar con tu espada y tu ser. No hacerlo es caer en desgracia y ser visto como un paria para tus hermanos. Y jamás he dado muestras de deshonra para mis congéneres - da otro sorbo al café esperando su respuesta. Que entienda lo que sus palabras y su sentimiento apremia. Largarse de ahí sin darle algo a cambio, le haría perder honor. Y él jamás lo permitirá.
Jared Riverwind- Cambiante Clase Alta
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Re: Army on me - Beatrice Delteria (Debts and payments)
No podía negar que entendía su punto de vista, si no devolvía el favor, sería caridad, si lo devolvía, no. Ella tampoco querría no devolver una deuda, era demasiado orgullosa para aceptar ciertas cosas, por ejemplo, nunca le era sencillo aceptar un regalo, por eso, muchos de sus conocidos, habían dejado de hacer se los en los cumpleaños, aunque estuviera fuera de protocolo, no le gustaban los regalos por compromiso, para ella eran convenciones sociales estúpidas que obligaban a devolverlos y aceptarlos con una sonrisa falsa.
Con un suspiro, asintió y tomó su taza para, tras ponerse una cucharada más de azúcar y un poco de leche, dar un sorbo, reflexionando con cuidado como hacerle entender, al hombre, su propio punto de vista, no iba a rechazar que le devolviera el favor, no entendiendo que sería algo que los deshonraría, el orgullo era algo muy importante, mantenía a la gente en pie, perderlo era de las peores desgracias que podían pasarle a alguien, al menos, eso pensaba ella. Una persona podía ser muy rica, o muy buena, pero si no tenía creencias, no tenía orgullo, no tenía nada.
- Hagamos un trato.- propuso con calma dejando su taza sobre el plato.- Yo le dejo devolver el favor, puede hacer lo que quiera para devolverlo, pero, a cambio, debe permanecer en total reposo y siguiendo las instrucciones del médico los dos días que he mencionado.- levantó la vista para observar al nombre, podía ser cabezona, pero era razonable.
Le acercó la sopa que había traído, había perdido mucha sangre, debía estar hambriento. En realidad, no entendía demasiado como podía estar ya moviéndose con tal facilidad después de como lo había encontrado en la puerta de su casa, pensaba que iba a morir, pero no, después de todo, parecía moverse con la libertad de un bailarín. Eso la hacía replantearse quien sería ese hombre, no podía ser un humano normal y corriente, como ella, debía ser algo más. ¿Un hombre lobo tal vez?
No lo tenía claro, cuando un vampiro perdía sangre entraba en un estado frenético y la habría atacado, los hombres lobo, igual, ¿habría, acaso, más criaturas? La cabeza empezaba a darle vueltas, demasiadas preguntas, demasiados enigmas, las posibilidades de que su padre hubiera sido asesinado por alguien y no por algo aumentaban, pero no podía dejarse vacilar frente a un hombre que parecía imponer tanto, él tenía sus creencias, ella las suyas, y debía defenderlas.
Con un suspiro, asintió y tomó su taza para, tras ponerse una cucharada más de azúcar y un poco de leche, dar un sorbo, reflexionando con cuidado como hacerle entender, al hombre, su propio punto de vista, no iba a rechazar que le devolviera el favor, no entendiendo que sería algo que los deshonraría, el orgullo era algo muy importante, mantenía a la gente en pie, perderlo era de las peores desgracias que podían pasarle a alguien, al menos, eso pensaba ella. Una persona podía ser muy rica, o muy buena, pero si no tenía creencias, no tenía orgullo, no tenía nada.
- Hagamos un trato.- propuso con calma dejando su taza sobre el plato.- Yo le dejo devolver el favor, puede hacer lo que quiera para devolverlo, pero, a cambio, debe permanecer en total reposo y siguiendo las instrucciones del médico los dos días que he mencionado.- levantó la vista para observar al nombre, podía ser cabezona, pero era razonable.
Le acercó la sopa que había traído, había perdido mucha sangre, debía estar hambriento. En realidad, no entendía demasiado como podía estar ya moviéndose con tal facilidad después de como lo había encontrado en la puerta de su casa, pensaba que iba a morir, pero no, después de todo, parecía moverse con la libertad de un bailarín. Eso la hacía replantearse quien sería ese hombre, no podía ser un humano normal y corriente, como ella, debía ser algo más. ¿Un hombre lobo tal vez?
No lo tenía claro, cuando un vampiro perdía sangre entraba en un estado frenético y la habría atacado, los hombres lobo, igual, ¿habría, acaso, más criaturas? La cabeza empezaba a darle vueltas, demasiadas preguntas, demasiados enigmas, las posibilidades de que su padre hubiera sido asesinado por alguien y no por algo aumentaban, pero no podía dejarse vacilar frente a un hombre que parecía imponer tanto, él tenía sus creencias, ella las suyas, y debía defenderlas.
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Re: Army on me - Beatrice Delteria (Debts and payments)
Mujeres. Todas son parte del ecosistema humano y necesarias para la reproducción. Hasta ahí, es aceptable. Lo que no, es cuando empiezan a abrir la mente y decidir que tienen libertades, albedríos y pueden actuar como lo desean. Ahí es donde está el problema mayor para todos los hombres que como Jared, buscan estar controlados y calmados. La paciencia es un don y por más que su padre le indique que debe cultivarlo con esta contraparte, Jared no está tan de acuerdo en ello. En ocasiones, esos finos cuellos deberían ser tomados por las toscas manos masculinas y de un giro, ser llevados al límite hasta escuchar el típico sonido del crujir.
Desde que la castaña ha dicho "hagamos un trato", el cambiaformas está pensando que buscará zafarse de lo que él necesita. En cambio, ella parece más coherente y habla de que Jared podrá hacer todo lo que quiera con tal de que se quede quieto dos días y haga todo lo que el médico indique. La taza de café es llevada desde la mesa hasta sus labios para darle un buen trago en tanto mantiene el tipo. No va a reír a carcajadas frente a ella, así que el silencio y el rictus serio es lo que le devuelve.
Es perfecto. En su mente, ya está pensando en todo lo que deberá hacer para que la casa sea un lugar seguro para ella y que nadie se atreva a introducirse en su territorio para dañarla. Toma la sopa que le acerca, la cuchara se introduce en el cálido caldo del que emerge un olor bueno que le despierta el apetito. Con cuidado, da una primera probada asintiendo con la cabeza ante su sabor. Sí, es delicioso. Las enseñanzas de etiqueta en los últimos dos años, le permiten dejar la servilleta de tela sobre sus piernas, sentarse con decencia y comer con movimientos adecuos para el estatus social de la fémina.
Durante un momento, los orbes se posan sobre los de la fémina. La curiosidad mató al gato, dice el refrán y Jared si bien, no es un gato, en ocasiones como ésta, se deja tocar por ellos. Se limpia los labios antes de tamborilear con los dedos la mesa y enunciar - ¿Qué le preocupa? ¿Sucede algo? - le llamaba la atención que ella se mantenga así, tan seria y taciturna como si los recuerdos le gobernaran la mente y eso le pasara factura a su corazón. Parece triste y que su padre le perdone. Jared no tiene paciencia para las lágrimas.
Desde que la castaña ha dicho "hagamos un trato", el cambiaformas está pensando que buscará zafarse de lo que él necesita. En cambio, ella parece más coherente y habla de que Jared podrá hacer todo lo que quiera con tal de que se quede quieto dos días y haga todo lo que el médico indique. La taza de café es llevada desde la mesa hasta sus labios para darle un buen trago en tanto mantiene el tipo. No va a reír a carcajadas frente a ella, así que el silencio y el rictus serio es lo que le devuelve.
Es perfecto. En su mente, ya está pensando en todo lo que deberá hacer para que la casa sea un lugar seguro para ella y que nadie se atreva a introducirse en su territorio para dañarla. Toma la sopa que le acerca, la cuchara se introduce en el cálido caldo del que emerge un olor bueno que le despierta el apetito. Con cuidado, da una primera probada asintiendo con la cabeza ante su sabor. Sí, es delicioso. Las enseñanzas de etiqueta en los últimos dos años, le permiten dejar la servilleta de tela sobre sus piernas, sentarse con decencia y comer con movimientos adecuos para el estatus social de la fémina.
Durante un momento, los orbes se posan sobre los de la fémina. La curiosidad mató al gato, dice el refrán y Jared si bien, no es un gato, en ocasiones como ésta, se deja tocar por ellos. Se limpia los labios antes de tamborilear con los dedos la mesa y enunciar - ¿Qué le preocupa? ¿Sucede algo? - le llamaba la atención que ella se mantenga así, tan seria y taciturna como si los recuerdos le gobernaran la mente y eso le pasara factura a su corazón. Parece triste y que su padre le perdone. Jared no tiene paciencia para las lágrimas.
Jared Riverwind- Cambiante Clase Alta
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Re: Army on me - Beatrice Delteria (Debts and payments)
Le vio dar la primera cucharada y sonrió satisfecha, al menos estaba comiendo. No pensaba que fuera una persona de clase baja que se hubiera metido en una pelea callejera, no, sus modales, sus palabras y su acento lo delataban como alguien con cierta cultura y nivel, además parecía sentirse cómodo con las ropas que había tomado del armario.
Respiró hondo antes de responder a la pregunta del hombre, ¿si sucedía algo? No, realmente no pasaba nada en especial, simplemente quería saber, quería saber tantas cosas que las preguntas le nublaban la vista. Pero el caso era formularlas sin acabar estampada contra la pared por un desconocido que medía el doble que ella, pesaba cuatro veces más y parecía buen luchador.
Abrió la boca, dudosa, despejando su mente, dio un nuevo sorbo de su té y sonrió de medio lado, no podía preguntar simplemente, ese hombre no parecía tener a gracia que ella diera opiniones, y aunque no quería enfadarle, era lo más entretenido que le había sucedido en días, ya que no parecía estar muy débil, podría intentar bromear.
- No eres solo humano, ¿verdad?- esperó su reacción.- Hay lobos, vampiros, fantasmas, y quien sabe qué más, ¿tu... qué eres?.
Después de todo no era estúpida, ni iba a hacerse la tonta, aunque eso solía ser más beneficioso en la mayoría de los casos. No por ser mujer iba a ser menos que nadie, no por que los demás pensaran que debía guardar silencio iba a hacerlo, no porque creyeran que quien destacaba se pensaba mejor, no, estaba cansada de guardar silencio, de ser la idiota que se mantenía en segundo plano, de agachar la cabeza por el mero hecho de destacar o de que la felicitasen.
No iba a volver a dejarse amedrentar, no iba a permitir que la pisotearan, no iba a callarse, si alguien quería dejar de verla de un modo, que fuera la otra persona quien se esforzase por mejorar, pero estaba cansada de callar.
No pensaba que el hombre que había recogido fuera de ese modo, en realidad, pero la frustración acumulada le borboteaba en la mente y no era algo que pudiera expresar con facilidad, todos le decían que debía hacer y que no, todos le pedían que callase y tragara, después de todo, ¿quien era ella? Nadie, solo una mujer. Pero una mujer con ideas claras, con sueños y que se había decidido, ser buena no quería decir ser idiota, no callaría, no más, y esa pregunta era el principio.
Respiró hondo antes de responder a la pregunta del hombre, ¿si sucedía algo? No, realmente no pasaba nada en especial, simplemente quería saber, quería saber tantas cosas que las preguntas le nublaban la vista. Pero el caso era formularlas sin acabar estampada contra la pared por un desconocido que medía el doble que ella, pesaba cuatro veces más y parecía buen luchador.
Abrió la boca, dudosa, despejando su mente, dio un nuevo sorbo de su té y sonrió de medio lado, no podía preguntar simplemente, ese hombre no parecía tener a gracia que ella diera opiniones, y aunque no quería enfadarle, era lo más entretenido que le había sucedido en días, ya que no parecía estar muy débil, podría intentar bromear.
- No eres solo humano, ¿verdad?- esperó su reacción.- Hay lobos, vampiros, fantasmas, y quien sabe qué más, ¿tu... qué eres?.
Después de todo no era estúpida, ni iba a hacerse la tonta, aunque eso solía ser más beneficioso en la mayoría de los casos. No por ser mujer iba a ser menos que nadie, no por que los demás pensaran que debía guardar silencio iba a hacerlo, no porque creyeran que quien destacaba se pensaba mejor, no, estaba cansada de guardar silencio, de ser la idiota que se mantenía en segundo plano, de agachar la cabeza por el mero hecho de destacar o de que la felicitasen.
No iba a volver a dejarse amedrentar, no iba a permitir que la pisotearan, no iba a callarse, si alguien quería dejar de verla de un modo, que fuera la otra persona quien se esforzase por mejorar, pero estaba cansada de callar.
No pensaba que el hombre que había recogido fuera de ese modo, en realidad, pero la frustración acumulada le borboteaba en la mente y no era algo que pudiera expresar con facilidad, todos le decían que debía hacer y que no, todos le pedían que callase y tragara, después de todo, ¿quien era ella? Nadie, solo una mujer. Pero una mujer con ideas claras, con sueños y que se había decidido, ser buena no quería decir ser idiota, no callaría, no más, y esa pregunta era el principio.
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Re: Army on me - Beatrice Delteria (Debts and payments)
Duda, ese pequeño instante en el que ella se mantiene pensativa es suficiente para notar lo nerviosa que ahora se ha puesto, como si buscara las palabras para lograr enunciar algo que, al parecer, no le gustará a Jared. ¿El qué? Es la incógnita que tendrá pronta respuesta. El cambiaformas se recarga con tranquilidad contra el respaldo de la silla comprobando al mismo tiempo su aguante. Su complexión es pesada, en parte por la altura y la otra, por el ejercicio hecho a diario durante más de 70 años ya. ¿Tan viejo está?
Por un momento se pregunta si esta mujer sabe a quién tiene frente a sí. Eleva el brazo hacia atrás para comprobar el hombro que aún duele. Un pequeño crujido resuena en la instancia al tiempo que ella lanza la pregunta sin siquiera tener una coraza para protegerla de lo que pudiera ser una respuesta explosiva. Así que sabe de lobos, vampiros, fantasmas y... se sonríe con cierta malicia. "Y quién sabe qué más".
Se pasa la lengua por los dientes frontales emitiendo un rechinido que llama la atención sobre su dentadura firme y blanca. Las manos se unen tras la nuca entrelazando los dedos, alargando la figura, haciendo que la camisa se estire al máximo casi al punto del quiebre. La tela es bastante buena y lo demuestra aguantando la presión. Jared fija sus ojos sobre la otra, inexpresivos y distantes. ¿Podría confiar en una fémina como ésta? Le debe la vida, se recuerda con cierta molestia, así que lo menos que podría hacer por ella es decirle la verdad.
Ambas manos golpean la mesa haciendo temblar la porcelana acomodada sobre la superficie de la madera al tiempo que él va elevándose hasta que puede agazaparse haciendo uso de sus manos apostadas a ambos lados del plato de sopa. La observa fijo, duro, serio. La temperatura de la habitación podría bajar si es que ella tiene un ápice de miedo ante lo desconocido. No pareciera que Jared estuviera en la mejor posición de ser amable o amigable. Sólo hay rudeza y distanciamiento.
- No. No soy humano. ¿Qué va a hacer con esta respuesta, señorita Delteria? - su acento extranjero se marca más con estas palabras. Es intencional, quiere ver qué hace la otra al respecto. La está probando al tiempo que, cual felino que es, avanza un par de palmos más hacia ella, manos en la mesa, los hombros ondulándose como una pantera en tanto sus ojos siguen clavados en los suyos, impidiéndole sin emitir palabra alguna, el escape.
Por un momento se pregunta si esta mujer sabe a quién tiene frente a sí. Eleva el brazo hacia atrás para comprobar el hombro que aún duele. Un pequeño crujido resuena en la instancia al tiempo que ella lanza la pregunta sin siquiera tener una coraza para protegerla de lo que pudiera ser una respuesta explosiva. Así que sabe de lobos, vampiros, fantasmas y... se sonríe con cierta malicia. "Y quién sabe qué más".
Se pasa la lengua por los dientes frontales emitiendo un rechinido que llama la atención sobre su dentadura firme y blanca. Las manos se unen tras la nuca entrelazando los dedos, alargando la figura, haciendo que la camisa se estire al máximo casi al punto del quiebre. La tela es bastante buena y lo demuestra aguantando la presión. Jared fija sus ojos sobre la otra, inexpresivos y distantes. ¿Podría confiar en una fémina como ésta? Le debe la vida, se recuerda con cierta molestia, así que lo menos que podría hacer por ella es decirle la verdad.
Ambas manos golpean la mesa haciendo temblar la porcelana acomodada sobre la superficie de la madera al tiempo que él va elevándose hasta que puede agazaparse haciendo uso de sus manos apostadas a ambos lados del plato de sopa. La observa fijo, duro, serio. La temperatura de la habitación podría bajar si es que ella tiene un ápice de miedo ante lo desconocido. No pareciera que Jared estuviera en la mejor posición de ser amable o amigable. Sólo hay rudeza y distanciamiento.
- No. No soy humano. ¿Qué va a hacer con esta respuesta, señorita Delteria? - su acento extranjero se marca más con estas palabras. Es intencional, quiere ver qué hace la otra al respecto. La está probando al tiempo que, cual felino que es, avanza un par de palmos más hacia ella, manos en la mesa, los hombros ondulándose como una pantera en tanto sus ojos siguen clavados en los suyos, impidiéndole sin emitir palabra alguna, el escape.
Jared Riverwind- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 24
Fecha de inscripción : 26/09/2016
Re: Army on me - Beatrice Delteria (Debts and payments)
Lo observó, parecía tranquilo, pero el parecía era la palabra clave, pues se levantó de golpe para exigirle una respuesta sobre que haría si le decía la verdad. Por un instante Bea permaneció inmovil. No se dejaría amedrentar, no en su propia casa, no tras la decisión que había tomado.
Estaba harta, harta de ser la última en decidir y saber incluso dentro de las paredes de su hogar. Cansada de que por el mero hecho de no ser fuerte fisicamente se la cosiderase inferior, la mayor fuerza no siempre residía en los musculos, eso era algo que había llegaso a aprender con el tiempo, y su fuerza, aunque menos visible, la hacía más peligrosa que a cualquier otra persona.
Era fuerte de mentalidad y corazón, no se dejaba amedrentar por los obstáculos y, aunque podía dudar, no dejaba que esto la hiciera perder tiempo. Por eso, siguiendo el juego que parecía querer iniciar el hombre frente a ella, se levantó de golpe imitando su movimiento y cara a cara, creciendose a pesar de la diferencia de altura, habló.
- Depende, ¿qué haría usted si dijera algo?.- se había puesto tan seria que le costaba mantenerlo, la risa quería escapar, pero la controló y solo sonrio tranquila cuando pasaron unos instantes de tenso silencio.- De todos modos, no tengo planeado decir nada, no soy chismosa y de poco me valdría, me tomarían por loca, era mera curiosidad. Además- lo miró tomando asiento para dar un sorbo a su taza de té.- no he dicho que no sea usted humano, simplemente es humano, y algo más.- explicó llevandose la taza a los labios.
Estaba harta, harta de ser la última en decidir y saber incluso dentro de las paredes de su hogar. Cansada de que por el mero hecho de no ser fuerte fisicamente se la cosiderase inferior, la mayor fuerza no siempre residía en los musculos, eso era algo que había llegaso a aprender con el tiempo, y su fuerza, aunque menos visible, la hacía más peligrosa que a cualquier otra persona.
Era fuerte de mentalidad y corazón, no se dejaba amedrentar por los obstáculos y, aunque podía dudar, no dejaba que esto la hiciera perder tiempo. Por eso, siguiendo el juego que parecía querer iniciar el hombre frente a ella, se levantó de golpe imitando su movimiento y cara a cara, creciendose a pesar de la diferencia de altura, habló.
- Depende, ¿qué haría usted si dijera algo?.- se había puesto tan seria que le costaba mantenerlo, la risa quería escapar, pero la controló y solo sonrio tranquila cuando pasaron unos instantes de tenso silencio.- De todos modos, no tengo planeado decir nada, no soy chismosa y de poco me valdría, me tomarían por loca, era mera curiosidad. Además- lo miró tomando asiento para dar un sorbo a su taza de té.- no he dicho que no sea usted humano, simplemente es humano, y algo más.- explicó llevandose la taza a los labios.
Beatrice Delteria- Humano Clase Alta
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