Atrapada [Privado]

Ya había anochecido y comenzaba la vida nocturna en Paris como lo hacía de costumbre, llenándose de luces blancas que provenían de los faroles que se alzaban en las calles y de las lámparas que se encendían en el centro de la ciudad. No en valde se consideraba a la capital francesa como la ciudad de la luz y supongo que eso era lo que esa noche me maravillaba otra vez mientras trotaba a lo largo de sus calles.

Me gustaba adentrarme en el centro porque me hacía olvidar la oscuridad de los callejones, adonde muchas veces me vi forzada a pasar la noche; aunque últimamente procuraba alejarme de ellos y me inclinaba más a dormir en los parques y las plazas, siempre en mi forma canina. De esa forma podía echarme sobre la verde grama, sentir su cobijo mientras mi pelaje blanco y rojizo se acostumbraba a la temperatura de la noche, podía girar sobre la sábana verde y tenderme boca arriba para olfatear el aire, el aroma de las flores y observar como se presentaría el cielo de una nueva noche, estrellado o no.

Precisamente pensé en regresar a uno de aquellos parques a pasar la noche después de que me desocupara de lo que estaba haciendo. Trotaba ágilmente sobre las aceras y me detenía cuando observaba a alguien comiendo frente a algún puesto de venta de comida. Meneaba la cola con el afán de llamar su atención y de vez en cuando realizaba alguna cabriola sobre dos patas, lo cual parecía divertir a algunos, especialmente a los niños que me regalaban un pequeño bocado de cualquier chuchería que estuviesen consumiendo.

Invariablemente y debido a mi condición de habitante de las calles, esta noche me acosaba otra vez el hambre, habiéndome ya gastado las escasas monedas que guardaba con afán y que utilicé en mi aspecto humano para comprar unas hogazas de pan que racioné durante unos cuantos días, mientras complementaba con las sobras que pudiera conseguir y que ya me había acabado.

Hoy no había tenido mucha suerte, la gente parecía estar demasiado ensimismada en sus asuntos como para prestarme atención por lo que sin percatarme conscientemente de ello ya me había internado en el mercado, rondando el área adonde se exponían los puestos de comida. Inmediatamente llamó mi atención un paquete de salchichas que colgando sobre una exhibición de embutidos me invitaba a acercarme con su aroma.

Rápidamente analicé la situación, habían dos vendedores en ese puesto y bastantes compradores por lo que me moví sigilosamente en las proximidades y cuando vi a ambos voltearse y dar la espalda a las magníficas salchichas que hacían rugir mi estómago, de forma rauda y veloz di un par de saltos y con los dientes las aferré antes de girar para devolverme al suelo cuando un grito inesperado que alcanzó mis oídos me llenó de pánico. -¡Al perro! ¡Atrapad al perro!- gritó alguien anunciando mi posición, lo cual me obligó a lanzarme a la carrera a toda velocidad, corriendo y saltando entre los diversos puestos de comida, lo cual provocó que muchos gritaran y que otros me maldijesen al notar que me pasaba llevando por delante todo lo que estuviera a mi paso.

-¡Atrapad al maldito perro!- Volví a oír y cuando en un momento en el que aún con mi tesoro entre mis dientes volteé a ver sobre mi hombro, sentí un golpe y como una red caía sobre mi. Lancé un quejido lastimero y con mis orejas gachas me vi alzada en esa trampa, zarandeada y posteriormente llevada a rastras hacia quien sabe donde a pesar de que hice todo esfuerzo por aferrarme al suelo con mis uñas.

No podía ver gran cosa a través de la red, estaba aterrada ante la idea de que me llevaran a la perrera, a aquel lugar horrible que me congelaba la sangre, temor que fue creciendo cuando alguien me alzó en el aire y sin contemplaciones me lanzó en una jaula. Hice intento de escapar pero era demasiado tarde, la habían cerrado con llave, me lancé contra la puertecilla desesperadamente en un intento fútil de abrirla y al comprender que no cedería me eché desolada en su interior, gimoteando con sentimiento al comprender que estaba completamente atrapada y sin la menor posibilidad de escapatoria.

Sr. Gafas estaba inusitadamente callado lo cual lograba ponerme más nerviosa. Me observaba sin pestañear y no podía descifrar bien su expresión. ¿Estaba contento? ¿Estaba enojado? ¿Decepcionado? Me importaba mucho como se lo tomara, había sentido temor de lo que pensaría al descubrir que no era un border collie ordinario y bueno… a lo mejor no le agradaba.

No me dijo nada realmente sobre todo lo que le comenté. ¿Estaba bien haberle arreglado la casa? ¿Se enojó porque moví las cosas de lugar? Tantas preguntas y ninguna tenía respuesta. Me quedé muda, entrelazando mis dedos entre mis dos manos y aguardando a que me dijera algo.

Asentí con la cabeza cuando me preguntó si era Solsken. -Eh… si…-  hilvané las palabras cuando exclamó que era una cambiaformas. -Creo que así nos llaman usualmente.- Pocos sabían que era una cambiaformas, no era un secreto que revelara a menudo, al vivir en la calle era más sencillo desplazarme en forma de collie y cuando adquiría la humana tampoco era cuestión de gritarlo a los cuatro vientos.

Enrojecí cuando dijo que lo había engañado. -Créame que no fue con mala intención.- Me apresuré a explicar. -No sabía como decírselo… y además ha sido usted tan generoso…- Dejé escapar el aire pesadamente, como agradecerle lo que había hecho. -Pensé que me llevarían a la perrera y… ese hubiera sido mi fin.- Aún temblaba cuando lo recordaba. -Estaba muerta del susto, y de repente apareció usted y… le debo mi vida. No alcanzaré a agradecerle por lo que hizo por mi.- De verdad para mi era demasiado importante lo que hizo por un collie completamente desconocido y sin ninguna obligación.

Sr. Gafas aún tenía cubierta la boca, lo cual me hizo observarle con curiosidad, se la había tapado al reir. ¿Por qué? ¿Por sus colmillos? Preguntarle al respecto me pareció que sería descarado de mi parte así que me mantuve en silencio.

Finalmente dijo que una taza de café era buena idea, lo cual me hizo sonreir y me llenó de emoción. Me encantaba el café, el olor era algo maravilloso que entraba en tus fosas nasales y te hacía tener pensamientos alegres. Suspiré cuando volteó diciendo que el mismo lo haría. Me preocupaba lo que estaría pensando de mi.

Al cabo de unos minutos lo vi regresar con un par de tazas. -¿Usted toma café señor Gaf…. amo?- Sentía curiosidad al respecto mientras me acercaba hacia ese olor maravilloso y observaba como la taza despedía el humillo. -No debió molestarse en hacerlo, le aseguro que preparo un buen café, si lo desea podría encargarme de tenérselo preparado.- Si no me echaba de la casa… Lo contemplé con mis ojos grandes y oscuros. ¿Me echaría?