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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Aurora Dormstrang Sáb Oct 23, 2010 2:10 pm

Noche obscura. Sin luna. Ni estrellas, ni nada que llegue a iluminar el camino que se abría delante de ella. Ni un sonido se atrevía a interrumpir el sepulcral silencio que cubría la ciudad. Porque hoy, salían los fantasmas del pasado a deambular por la calle. Hoy, las vidas pasadas se unirían con el presente en un delicado hilo que se romperá rápidamente. Hoy era noche de nostalgia. Noche de recuerdos.
Llevaba un vestido ceñido, rojo fuego como el infierno del cual había salido recientemente. Había dejado las paredes sucias del burdel – su cárcel – para unirse a aquellos que buscan en las sombras un refugio. Es que ese día, no era como cualquier otro. Diferente, tanto como ella se diferenciaba de las demás cortesanas. Pero el mundo seguía girando no importaba que tan diferente ese día se sentía para Aurora. Nadie se detendría a pensar, que en unos pocos minutos, cuando el Dios Cronos, marcase el inicio de una nueva jornada, se cumpliría el aniversario de un nefasto acontecimiento. Dos muertes y una vida hecha trizas. Dos muertes y una mujer que se sumiría en un abismo profundo. Dos muertes innecesarias. ¿Por qué no se habían llevado su vida también?

Recordaba todo a la perfección. Fue en esa misma calle donde su marido, la luz de sus ojos, perdió la vida. Luego, junto con su pequeño hijo, habían corrido unos metros, hasta donde ahora estaba parada. No había podido defenderlo..En un abrir y cerrar de ojos Stefan estaba muerto. Recordaba los gritos, y como había rogado piedad por la vida de su hijo. Pero nada..Ahora su mente le mostraba una imagen confusa. Ella misma huyendo de la chirriante tijera de la parca. Una parca vestida de elegante disfraz y unos ojos electrizantemente feroces. Inolvidables. Sumida en un remolino infrenable de recuerdos punzantes, Aurora cerró los ojos apoyándose contra una húmeda pared. Maldito destino que le había tocado. Ella hubiese dado su propia vida tres mil veces para salvar la de su familia. Pero no. Eso no había sido suficiente. Nada era suficiente para la muerte. Nada alimentaba las ansias de sangre cuando venia por ti. Nada. Se maldecía, se odiaba. Muerte muerte muerte.

Venganza. Si algo existía en su mente. Si algo había mantenido esa llama prendida durante estos años había sido ese único sentimiento. Los hombres se alimentaban de esa palabra, y se impulsaban para cumplir un sangriento objetivo. Ella era igual. No pararía hasta encontrar al asesino de su vida y felicidad. No importaba si fuera el mas fuerte, mas inteligente. No importaba nada. Ni los años que tardaría esa búsqueda, ni el dolor que seguir recordando implicase. Porque ella era fuerte y quedaría de pie en el final. Luego dormiria en las tibias nubes de la eternidad. Será dulce la recompensa una vez ganado el juego. El juego de la muerte. No importaba si ella debía caer tambien.
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Mensaje por Hannes D. Schmitt Sáb Oct 23, 2010 3:42 pm

Vivió encadenado a la miseria por despreciar el arte de amar. Vivió encadenado al fondo del abismo por no querer amar. Vivía encadenado a mi propia condena por ser incapaz de arrepentirse de sus más viles pecados. Así era el dueño de la noche, el amo y señor de los herederos de la noche, la encarnación inmortal de Lucifer y Barrabás. La serpiente que tendió el fruto prohibido a los hombres. Aquél que mató con un pestañeo. Aquél que aparece en tus más mudos sueños, aquellos a quien nadie rebelarás, en donde muchos morían por arder contra su gélida piel, rendidos a sus mortíferos encantos. Hannes sabía lo que hacía a cada momento de su maldita existencia y trataba de sacarle el mayor partido, ya aburrido de toda norma moral, leal, ética o social. Todos para uno y uno para él, filosofía de vida, filosofía de muerte. Eterno vampiro. Eterno cáncer de la sociedad. Los colmillos que succionaban la sangre de la sociedad, reemplazándola por la más amarga pero erótica de las ponzoñas venenosas. Él era el veneno cuyo antídoto aún no había sido creado. Cuyo antídoto aún no había sido traído a los hombres por la mano del todopoderoso. Y es que Hannes no tenía cura.

Su vaga memoria no se esmeró en recordar aquella fatídica noche para una mujer, más de lo más provechosa para el dueño de la noche. Los cascos de su semental blanco golpearon con estridente fuerza las losas del suelo de ese callejón estrecho y poco frecuentado en el que ellos habían hecho acto de presencia tiempo atrás. Tiró de las riendas del animal y este se detuvo relinchando con fuerza, anunciando su llegada a los barrios bajos. - Tranquilo bastardo... - Siseó viperinamente, dejando que la palma de su marmórea mano diera un par de golpes al lateral derecho del cuello del animal nervioso. Sus ojos, plateados y fríos, se posaron en la figura que se erguía al otro lado del callejón. Temeraria mujer. Sabía que lo estaría esperando mientras las campanadas de la catedral anunciaban el cambio de fecha. Las doce en punto. Bienvenidos al segundo peor veintiséis de noviembre de la vida de esa pobre cortesana. La más hermosa de todas. La más codiciada de todas, a su humilde pero imperioso parecer. Un golpe de aire ondeó su corto cabello dorado junto a la oscura crin del animal, cuyas fosas nasales expiraban largas ráfagas de vapor. Hacía frío, y el vampiro no podía sentirlo.

Ese par de irises teñidos de color niebla brillaron serenos pero impasibles como exactamente un año atrás, todo reflejando lo que antaño sucedió. Él, valeroso pero aterrado, trató de impedir como fuera la muerte de su mujer e hijo. Valiente pero ignorante, luego cometió el error de creerse superior a un inmortal. Los humanos, esos sucios y asquerosos muñones de carne, miedo y sangre sólo sabían hacer eso: sentir. Sentirse superiores. Sentirse inferiores. Sentirse enamorados. Sentirse queridos. Sentirse aterrados. Sentirse ofendidos. Eran la verdadera hecatombe de su miserable realidad. Ellos, al contrario que los vampiros, creían que podían avasallar a todo cuanto se les cruzara y se distanciara de la idea que ellos tenían de su propio mundo. De su verdad. ¿Dios? Un cuento para asustar infantes, hacerlos crecer mansos y creyentes. Devotos de una iglesia que alzaba mensualmente el diezmo y vendía parcelas a primera línea de mar en el Edén. Hannes optó por no creer en todo aquello. No amó. Cayó en deshonra del todopoderoso, pero tras ser condenado al exilio de la raza humana, de la calidez y de la vida… logró colocarse por encima de cuantos creyeron subyugarlo.

Uno de ellos, a quién la suerte no sonrió y su -hipotéticamente hablando- buen dios abandonó, pudo ser y fue el marido de esa mujer, cuya sonrisa se esfumó en cuanto los poderosos colmillos del diablo rasgaron limpiamente su yugular. Una carnicería, totalmente. Calles manchadas de tinte carmín. Sollozos ahogados por truenos que los santos lanzaban en un intento de creerse Zeus. Nada pudo impedirlo. Nadie atado a otro nadie es, ha sido o será capaz de vencer los azarosos deseos del destino. Caprichoso destino. Pero era agua pasada, al menos para algunos que no tenían problemas con la soledad, como él. En los ojos de ella, a pesar de la ancha distancia que los separaba, pudo leer el dolor y la desesperación de una pérdida jamás perdonada. No habló, sabía que ella reconocería esa mirada en cuanto se deshiciera de la sarnosa venda metafórica que le impedía ver más allá del pasado. Un búho ululó y Bastardo relinchó de nuevo, envolviendo su figura en una suave humareda de vapor al respirar de un modo tan profundo. Hannes, siguió quieto, cual estatua de cera moldeada por las manos de los más detallistas y perfeccionistas dioses. Cuando uno adquiere la inmortalidad como compañera, pierde el valor y la noción del tiempo; así que simplemente aguardó, sediento y serio.
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Mensaje por Aurora Dormstrang Dom Oct 24, 2010 10:57 am

Casi no quedaba nada de ella. Sus sueños, esos que alguna vez la habían hecho volar alto, tan alto como el cielo le permitían, se había borrado en un pequeño abrir y cerrar de ojos. La sonrisa que ya era común en su rostro, no hizo más que volverse una mueca de desagrado eterno por la vida y sus desventuras. Carecía de sentido común, o una lógica que le permitiese accionar cuerdamente. Suicida. Si. Se había convertido en una mujer que buscaba la muerte entre las esquinas. En cada rincón sus ojos buscaban el destello feroz de la Oz de la parca. Resultaba evidente para ella, que solo así, encontraría ese que tanto buscaba. Que solo regalando su vitalidad a las más crueles situaciones, se haría merecedora de cumplir su objetivo. Incapaz de pensar en otra cosa, todas las noches era la misma rutina. Lo que menos había pensado, era que su deseo se cumpliría esa misma noche. En ese preciso instante.

Creyó escuchar la carroza del diablo que venia a por ella. Pasaría sus días en el infierno por todos sus pecados, y aun así no le importaba en lo absoluto. Nunca había existido mujer alguna tan desligada de su propia vida. El caballo del señor de las tinieblas relinchaba, y entonces se dio cuenta de que estaba más cerca de lo previsto. No era mucha la distancia entre ese diablo elegante y ella. Era el. Lo supo enseguida. No precisó de segundos pensamientos, porque los recuerdos saltaron una vez más en su mente, cuando depositó sus ojos en los del hombre. Una irrefrenable ira la envolvió en un abrazo profundo. Fueron sus gestos de superioridad lo que lo delataron. Sus ojos, todo, todo él. Todo era un vivido recordatorio de aquella noche. Estaban tan cerca, había tenido tanto tiempo para pensar en la venganza y simplemente no pudo accionar. Estaba dura, enmudecida por un repentino escalofrío que congeló su flagelada alma.

¿Qué ocurría? ¿Acaso era el miedo lo que la había convertido en una estatua? Miedo. Miedo. No. Había perdido ese sentimiento hacia ya varios años. No le quedaba nada para perder, por eso sentir miedo no era propio de ella. Solo aquellos que tenían algo que proteger podían llamarse temerosos. Pero ella, que había dejado todo en un pasado turbio no era merecedora de dicho sentimiento. En ese instante deseó que las mil y un desgracias cayeran sobre aquel hombre que todavía la miraba de una manera extraña. Todo lo malo caería sobre el en un ataque que ella misma obraría. ¿Cómo? No tenia idea, porque las palabras se habían borrado de su mente. Lo haría. Esa criatura podía llamarse condenada por haberse metido con Aurora, la implacable. La indomable. La que ya no tenia piedad por nada ni por nadie. No. Y otra vez el relinche que la devolvió a la pesadilla que su realidad era. Sintió esa soga atada a su cuello y vio la única forma de liberarse de la misma. La muerte de aquel diablo. Pero este parecía tan sublime..Como una maldita estatua. Oh..Pero las estatuas están hechas para romperse y quebrajarse en millones de pedazos. Ella sería quien empujase de la estatua para dar el golpe final.

-Eres tú... – un susurro. Su voz apagada, sin vida se escuchó rebotar entre las paredes del callejón. Acercose unos pasos. Las pisadas eran fuertes, precisas, mientras que por dentro, todo su ser se derrumbaba de manera incomprensible. Era la coraza lo único que mantenía esa seriedad imperturbable. El corazón latiéndole cada vez mas rápido, casi al borde de un precipicio invisible, y la respiración acelerada le jugaban en contra. Todo a su alrededor se había enmudecido. Todo creaba más suspenso del que alguien pudiese desear. –Tu..Maldita víbora..Te recuerdo..¿Como osas volver a este lugar luego de todo el daño que has causado?..Considere esta su ultima noche..Porque no escapareis con vida. No una vez que halláis probado la furia de esta cortesana..Preparaos..Escondeos..- Musitó a medida que sus pasos la llevaban peligrosamente a una escasa distancia del diablo. La ira provocaba que su labio inferior temblara catastróficamente. Esta noche era el principio del fin.
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Mensaje por Hannes D. Schmitt Miér Oct 27, 2010 12:20 pm

Su implacable mirada observó el vaivén de los pasos de esa mujer, que rogaba a los cielos la suficiente fortuna como para desmembrar a aquél que apagó su sed a base de rasgar la piel de sus seres queridos. A base de ahogarse en sus grumosos regueros carmín. Cerca. Cerca. Más cerca aún. La mujer parecía haber dejado encerrado en su prostíbulo toda coherencia, toda cordura o toda esperanza. Si no se detenía, la situación podría acabar bien. Digo bien, pero no hablo de que la cabeza de Hannes sea soltada de la mano de su cuerpo, sino más propiamente hablo de la muerte de la mujer. Porque el vampiro era plenamente consciente de que esa dama tenía la mitad del pie en el infierno. El simple hecho de desafiar al dueño de la noche era una sentencia a la más vil de las muertes. ¿Pero qué conllevaría tal muerte si no una reunión con su marido y su hijo? Bastardo se movió ligeramente, entrechocando de nuevo sus cascos contra el amargado suelo humillado día tras día al ser pisoteado por la peor de las escorias de esos suburbios parisiños.

Esos afilados colmillos volvieron a hacer acto de presencia cuando los labios del varón montado a caballo se separaron para decir con voz ronca, dejando que ese par de afiladas armas resplandecieran con la tenue luz de la luna menguante. - Más vale conocer al diablo por viejo que por diablo. No lograrás tal propósito, luego no voy a matarte. Para ti eso sería un resultado satisfactorio y ¿factible? - Dijo, serio como de costumbre, imponente, adulto, maduro, culto pero carente de distinguidos modales. ¿Acaso tratarla de vos la liberaría de la peor de sus suertes? Nada más lejos de la realidad, en consecuencia, no pensaba hacer otra cosa que dirigirse a ella como a una conocida, y bien ya se conocían. O eso podría jurar la hermosa mujer de melena dorada mientras podía obervar como, a modo de deja vú, la gélida y marmórea mano del hombre frotaba la cabeza del indomable animal blanco, dejando que esas hebras oscuras se escabulleran entre sus largos y delgados dedos de pianista.

La acidez que crecía en el interior de su boca indicaba que estaba sediento, cosa que confirmó y corroboró la apertura de sus fosas nasales cuando una brisa nocturna ondeó los cabellos de la cortesana para llevar a la merced del inmortal esa impura esencia sensual. Mentiría si dijera que no deseaba consumar parte de su inmortalidad con ella. Mentiría si dijera que a su parecer no resultaba un excitante trofeo cuya cabellera arrebatar entre jadeos y embestidas. Efectivamente, la filosofía del placer movía todos y cada uno de los músculos de Hannes, mientras que, según había logrado entender, era el arte de la vendetta lo que movía los de ella. Separó esos afilados dedos de la crin del ahora silencioso animal, para disponerse a subirse el doblado de las mangas de la camisa holgada, dejando ver parte de su fibrosa musculatura, demasiado parecida a la piedra en contacto con el cuerpo mortal de los humanos.

- Si venganza buscas, venganza trata de efectuar. Estoy ansioso por ver cómo agotas todas tus fuerzas en tan banal intento. Pero, como soy un gentil inmortal con hipócritas valores morales, me veo obligado a aclararte que, si no lo logras, serás mía para siempre. - Otra nube de vapor expiró de la nariz del caballo, que golpeó con insistencia las losas del suelo con una pezuña, como si tratara de indicar a la mujer que se mantuviera alejada de su amo. El rubio, que antaño había llevado una atractiva melena de camino al altar, la observó impasible. Parpadeó, una sola vez, por puro vicio básicamente. - Es el precio a pagar por la oportunidad, ¿no cree, señorita Dormstrang? - Preguntó docilmente, llamándola por su apellido de soltera, hundiendo el dedo en la llaga del modo más dolorosamente posible. No concedía a menudo tales oportunidades de desatar la ira hacia su persona, pero esa mujer tenía un algo especial que le había empujado a plantear tal pacto. O la muerte, cosa odiosamente improbable, o ella a su merced. No sonrió, mas se encontraba en las puertas del Edén.
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Mensaje por Aurora Dormstrang Miér Oct 27, 2010 3:02 pm

¿Cómo poder explicar sus sentimientos cuando el cuerpo se había congelado en un minuto eterno? Escuchar su voz era como sentir el fuego en carne viva. Parecía casi humano, pero dentro de él, solo había una bestia. Un monstruo sediento de sangre. Un pequeño diablo que sabía jugar al juego de la tortura. Condenado a una vida de soledad, porque la eternidad no era mas que eso. Observar como todo alrededor de uno muere, se pudre y marchita en un eterno caos de locura. Es ver pasar la vida del resto tan rápido que parecen acabadas en un abrir y cerrar de ojos. Ella sabía esto porque el tiempo no pasaba a su alrededor. Congelada en un ferviente deseo, conservada tal y como era desde esa noche obscura. Ni su cuerpo ni su mente cambiaban, solo su alma se desvanecía con cada suspiro, con cada segundo que pasaba.

Apretó la mandíbula en un intento de seguir escuchando. De permanecer coherente, si podía llamarlo así. No. No podía, cordura era aquello que antaño la mantenía con los pies sobre la tierra. Ahora se mantenía en pie solo porque otros hombres la ataban a un sucio lecho cada noche. Lo único que la mantuvo en la realidad eran los incesantes gemidos que escuchaba hasta en sus peores pesadillas. Si hubiera sido por ella, se hubiese dejado hamacar por el vendaval de un sueño adormecido. Se hubiese dejado entumecer en un eterno suspiro lejano. Pero siempre regresaba a la sucia habitación del burdel, donde jugando a fascinar a los clientes, seguía sin poder escapar de lo que la perseguía.

Pero volviendo a lo que acontecía ahora mismo, no pudo evitar sentir un enorme vacío cuando escuchó su ofrecimiento. El monstruo la subestimaba. Lo hacía sin considerar que Aurora podía hacer más de lo que su cuerpo pequeño y frágil anticipaba. Lo que el inmortal no sabía, lo que no tuvo tiempo de adivinar, era que la cortesana se había encargado de guardar bajo su corsé una daga lo suficientemente afilada para cortar hasta el frío silencio que se instaló entre los presentes. Una daga que guardaba con mucho recelo, que suponía un peligro para el vampiro. La cortesana había practicado, en su mente claro estaba, las mil y una manera de terminar con la vida de aquel maldito. Y en su mente, todo parecía más fácil. Ahora dudaba de cómo sacar la daga con suficiente tiempo para que el no le ataque. Pero eran riesgos, y los riesgos se tomaban sin importar nada. Los riesgos eran una parte fundamental de todo esto. Lo entendía y aceptaba.

Y estaba la segunda parte del trato. Aquella que no había previsto. Era vender su alma al diablo. Tentar demasiado un destino que ya de por si, era totalmente inestable viéndolo desde afuera. Pero viéndolo con los ojos de Aurora, era nada más que una oportunidad única. Para ella no existía duda alguna de que acabaría con el. De que podría enterrarlo bajo la húmeda tierra en cuestión de una media hora o quizás mas. Estaba demasiado confiada de si misma para darse cuenta la magnitud de la decisión a tomar. Demasiado cegada por las ansias de venganza. Según ella, si fallaba en esta oportunidad, y sabiendo que el era un ¿Hombre? Diablo de palabra, no le quedaría más que estar a su merced. Pero estando a su merced, podía matarlo también. El no podría vigilarla continuamente, y tarde o temprano, acabaría por matarlo. No importaban los años. Ni el dolor que todo aquello supondría. El caería, y ella disfrutaría de su caída.

Tragando con dificultad, y sintiendo un peso enorme sobre sus pulmones, clavó sus celestes ojos sobre los de el. Con firmeza e insolencia. Sin sentir respeto alguno por aquel que le correspondía la mirada con la misma dureza. Le dolió sentir el dedo sobre la llaga al escuchar su nombre de soltera pronunciado con tanta ligereza, mas no dijo nada. Hablar de más era inútil. Desperdiciar palabras punzantes no iba con ella. – No lo creo, pero no tengo mas que aceptar. Caerás en menos de una hora..y me ocuparé de que así sea. No creáis que podrás poseerme con tanta facilidad. Eres un monstruo y os enviaré de vuelta al infierno que mereces.. – Entonces solo esperó a que aquel que se acomodaba la ropa se dignase a bajar del corcel. Esperó a que se acercase a ella, y cayera en las redes que la cortesana planeaba tejer con increíble habilidad. Ella también podía ser una araña ponzoñosa si se lo proponía.
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Mensaje por Hannes D. Schmitt Miér Oct 27, 2010 3:22 pm

Ella hablaba y hablaba, tratando de defender el poco honor que debía quedarle con absurdas palabras carentes de interés alguno por parte del rubio de penetrantes ojos plateados. Desmontó a Bastardo, que relinchó exhalando una nueva bocanada de vapor deformado y tenebroso. Aterrizó y empezó a acercarse, sumido en un trance que lo abocaba a un lejano recuerdo. Estaba reviviendo internamente la escena acontecida un tierno año atrás. Sus pisadas no llegaban a alzar sonido alguno, de modo que el silencio de esas tristes calles de una durmiente ciudad francesa era total y completo. En la cabeza de esa dantesca figura surgida del infierno, un certero violín dejaba escapar una melodía que lograba condicionar el ritmo de sus pisadas, haciéndolas ciertamente elegantes y casi danzantes. Sus brazos colgaban inertes a ambos lados de su alto y delgado cuerpo, balanceándose a un lado y otro de forma melodiosa y pendular. La suave brisa nocturna acariciaba su pálida figura de peculiar apariencia, ondeando los cordones de nilón de su holgada camisa como si fueran crines de sementales.

La lenta melodía de su cabeza se volvió más veloz y sus pasos no quedaron atrás, convirtiendo su elegante paseo en un visual baile psicóticamente único. Los largos dedos de pianista que adornaban sus inmortales manos se movieron, bailoteando o dirigiendo la orquestra que tocaba la banda sonora de su miserable y condenada existencia. Sí, efectivamente, se regodeaba de la melodía que conformaban las incoherentes amenazas de la fémina. Sus pisadas se alargaron y sus movimientos se volvieron más toscos a medida que ese invisible violín de su cabeza marcaba el destino de sus vacilantes pasos. Sus pupilas se dilataron al ser iluminadas por la tenue luz de la luna menguante. Sus irises color asfalto, color desengaño y color contaminación peinaron la zona de un modo casi desganado, ensimismado en sus mudos pensamientos. Nada estaba planeado. ¿O era al revés y todo estaba planeado al dedillo? La respuesta carecía de interés en ese día, y el siguiente, y el otro. El azar decidía su suerte. ¿O era él el que decidía la suerte del azar? Otra respuesta igual de inteligente o igual de estúpida. Primitva la dualidad entre la locura o la sublimidad que abrazaba todas y cada una de las acciones de Hannes.

"...os enviaré de vuelta al infierno que merecéis..."
Ignorante impertinente. Él era el infierno.

- Hablas demasiado y de cosas que ignoras. ¿Eso es lo que os enseñan a hacer a las prostitutas? - Preguntó solemnemente impertinente, pero elegante. El violín acalló sus reflexiones sigilosas y dejó paso a un rumor que lo incordió. El puente de su larga y perfecta nariz de inmortal se arrugó ligeramente, señal de desagrado. Odiaba el sonido de las susurrantemente chillonas voces de los humanos, totalmente. Efectivamente, miró por encima del hombro de la mujer para ojear un grupo de borrachos que emigraban del burdel a algún bar perdido en alguna esquina de esa durmiente París. Retomó el contacto visual, dejando que en sus grandes pupilas color tormenta ella misma pudiera ver el reflejo de su mirada. Denotaba odio, pero una pequeña porción de miedo, nervios. ¿Qué planeaba? Pronto lo sabría. De calle podría haber impedido cualquier movimiento, anticipándose todo apretándola contra las losas del suelo y desnudándola con fiereza para tomarla y convertir esa escueta velada en una dantesca pesadilla, en un escabroso recuerdo que esa cortesana jamás podría olvidar.
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Mensaje por Aurora Dormstrang Miér Oct 27, 2010 6:43 pm

Es el fin del principio y el principio del fin. Eso que tanto anhelaba está entre mis manos. La venganza. Pero es tan difícil actuar cuando siento aun sus voces en mis oídos. Sus dulces voces que me ruegan que me detenga. Que huya y salve mi vida de un martirio imposible de evitar. Pero no puedo. Me encuentro atada a mi propia suerte y elección. Me convertí en aquello que solía ser, y en un fantasma de aquella muchacha que había renacido de las cenizas. No soy más que un eco difuso de una vida terminada. Soy la prueba viviente, si es esto vida, de que el destino no es mas que un vil y maldito estigma. Somos lo que hacemos, y lo que estoy haciendo ahora mismo puede solo tener dos finales. El primero, el que lograré sin dudarlo, será acabar con este monstruo que se regodea de mi dolor, y el otro, el que no ocurrirá, será finalizar en sus garras…No. La triunfadora sería yo. Esto era por ellos. Por su recuerdo y honor.

Y mientras el se acercaba a ella, creyó ver la vida pasándole rápidamente delante de los ojos. Esto no era más que un simple dejavu de lo que ya había presenciado. Su cuerpo, su instinto le pedía a gritos que corriese y jamás volviese a mencionar tal encuentro. Fue su orgullo en cambio, lo que le impidió obrar con razonamiento, y bloqueó cualquier lucubración coherente que pudiese albergar la desdichada mente de Aurora. En los ojos grises y malditos del vampiro, pudo ver reflejada su propia mirada, y de alguna manera su propia alma. La cual solo era un pequeño retazo de lo que había sido. Su alma se había quebrado en pequeños pedazos no hacía mucho tiempo. Apretó con fuerza las manos, convirtiéndolas en inútiles puños que se mecían con lentitud al costado de su cuerpo. ¿Qué podían hacer unos pequeños y frágiles puños contra los fuertes músculos de esa estatua viviente? Absolutamente nada. Era tan peligrosamente vulnerable que no se daba cuenta de ello. Era tan peligrosamente débil y ciega a la realidad, que su destino parecía sellado a fuego, no importaba lo que ella pensase.

La ira inundaba sus venas y la impotencia repiqueteaba contra todo su ser. Volvió a enmudecerse, sin saber muy bien como actuar. Otra vez, su humanidad la traicionaba, y los latidos apresurados de su corazón delataban lo que tanto quería ocultar: un miedo incipiente que afloraba en su piel. La respuesta a la pregunta que antes se había formulado, fue respondida por un movimiento veloz, impredecible. Abatida por una fuerza previamente conocida, su cuerpo cayó con rapidez contra las frías y sucias baldosas. Ella había dudado de la manera por la cual sacar el arma que se convertiría en su fiel ayudante, y se había replanteado el como accionar frente a la situación. Pero la lujuria del inmortal fue más rápida que la mente de la cortesana. Él le dio una respuesta mucho antes de lo esperado, cuando sus manos rápidas desprendieron la ropa que era su pequeña prisión. Cerró los ojos, buscando con sus manos el puñal que emplearía para el acto. Un grito se ahogó en su garganta. De nada servia gritar, ya que nadie iría en su búsqueda. Era una prostituta. Propiedad de todos y de nadie. ¿Quién arriesgaría su vida defendiendo a una indefendible? Ella había elegido esa vida justamente porque nadie se encariña con las mujeres del pueblo. Y encariñarse con ella, era encariñarse con la muerte misma.

Curiosamente, el puñal que tantas noches y en tantos ratos libres había desperdiciado afilando, obsesivamente, una y otra y otra vez, se encontraba a unos metros por el suelo. Curiosamente, porque parecía que alguien no deseaba que se efectuara su plan. ¿Era acaso esto obra del fantasma de su ser querido? No. El fantasma de Pierre jamás había aparecido frente a ella, y estaba satisfecha de que así fuera. El estaba feliz en aquel edén, al cual Aurora jamás podría llegar. Solo porque ella ardería igual de fuerte que aquel inmortal. Demasiados pecados para una sola mujer. Demasiados pecados para arder más de una eternidad en aquel fuego de la perdición. Estiró una de sus manos, buscando con fuerza el arma. Pero el peso sobre ella era más fuerte de lo que recordaba. ¿Recordar? Mas que un recuerdo era una sucesión de imágenes espantosas una tras otra en su mente. Maldita nostalgia que la envolvía de esa manera. Golpeaba con esos puños cerrados el cuerpo del hombre, como si pudiese herirlo de esa manera. Tan solo un poco mas, y el cuchillo quedaría en sus manos. Luego lo clavaría en su espalda, y si podía en su pecho, y todo su cuerpo. La sangre la cubriría de nuevo, y descasaría al fin, en paz.


Off: Si entendí bien el final de tu post, entonces lo que escribi tendrá sentido. Sinó, solo avisame y lo editaré ^^
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Mensaje por Hannes D. Schmitt Vie Oct 29, 2010 12:00 am

El vago silencio de la mujer respondió sus dudas. Poco a poco, el miedo se iba apoderando de ella, abandonando la inconsciencia que previamente había ocupado tan distinguido lugar. Sabía que no tardarían en flaquear ese par de largas piernas delgadas que en tantas ocasiones se habían abierto a hombres desconocidos con tal de ganar cuatro sestercios sucios y mal vertidos en libidinosos asuntos. Encajó sus miradas del mismo modo que dos pares de labios de dos febrilmente enamorados amantes se encajan en el último de sus encuentros. Sí, tal vez esa cortesana era Julieta. Y él interpretaba a un Romeo fuera de su papel. Un Romeo incapaz de amar. Los Capuleto y los Montesco de nuevo enzarzados en una mortal pelea en la que, por primera vez, los amantes deseaban muerte. Pero no su propia muerte, no deseaban un Edén compartido. Deseaban mandar al infierno a su más enamorado amante. De saber amar, Hannes no habría dudado en depositar sus últimos y más lastimosos intentos en dicha cortesana. Pero eso era una realidad paralela. Una irrealidad paralela, de hecho. Hannes nunca amaría. La viuda nunca perdonaría, pero tampoco cumpliría su venganza. De eso se iba a encargar cuidadosamente el varón de afilados colmillos y pecosa nariz elegantemente puntiaguda.

- ¿Ya no expiran rudas amenazas de tus carnosos labios, Señorita Dormstrang?- Siseó, dejando que la fría brisa de la noche, que correteaba por esos callejones cual jovial infante, llevara tan viles palabras al oído de la mujer. La lengua del aire lamió con insistencia esa oreja, dejando que la cortesana sintiera sus dotes infernales. Su inmortalidad. Impecable inmortalidad. Su voz era la de un ángel caído, pero igual de potente y solemne que la de un Dios. Su rostro el de un ideal de perfección griega, pero su cuerpo parecía moldeado por las manos del célebre Miguel Ángel. No era humano, eso quedaba evidenciado en la elegancia y sutileza de sus actos ya que en un abrir y cerrar de ojos la tuvo a su merced para poseerla. La seda de ese pomposo vestido de cortesana se deslizaba a lado y lado de ese pálido cuerpo bien alimentado. Presentaba un aspecto más que delicioso, tal y como el eterno condenado había supuesto. Belleza humana. Deliciosa criatura parida por un ser imperfecto pero, más allá de su condición humana, bendecida con una hermosura que poco cuestionable dejaba el hecho de si ser cortesana le saldría factible. Cálida y latente belleza humana. Suya. Toda suya. Esa mujer era, había sido y sería suya. Sólo suya.

Esos redondos senos, atrapados tras un tirano corsé, se mostraban agitados ante la insolencia del gentil vampiro que había despedazado ese bonito atuendo en un tosco afán de ver más. La observó tumbada bajo sus garras y en su posesión. Bastardo golpeó con uno de sus cascos el suelo resentido, indicando que quería ver más acción. - Animal caprichoso… - Siseó con desdén el vampiro, teatralmente, mientras observaba su obra maestra rendida bajo su vicio. Estirada en las frías, dolorosas e irregulares losas del suelo. Sus ojos, plateados como la neblina que augura tinieblas, se posaron en los de ella, impasible. Denotaba seriedad, transpiraba seguridad, irradiaba perdición e inspiraba el más oscuro de los pecados. Sus largos dedos, gélidos y duros como el mármol, se amoldaron en torno a esas delgadas muñecas de títere, dominándola a placer. Le puso los brazos como Jesucristo en la cruz, estirados a lado y lado del cuerpo mientras una de sus rodillas presionaba los muslos de la mujer. Estaba totalmente paralizada. Y el vampiro no podía mostrar más indiferencia. Como si no implicara nada más que la ignorancia que muestra una madre ante el berrinche de un niño mimado hasta cierto punto. Y es que Aurora era eso. Un bebé, un infante, un retaco que aún tenía mucho -demasiado- que aprender de esa cruel vida y degenerada existencia.

De soslayo, el inmortal contempló el reflejo plateado de la luna en el puñal. Esa daga. Inútil intento frustrado de arrebatar la vida al demonio. - Insolente mocosa desagradecida. Yo que te liberé de tu desdichado marido… ¿así me lo agradeces? Mereces un par de azotes. - Dio una feroz dentellada frente a su rostro pero siguió impasible ante su reacción, sin sorprenderse de ver que no se asustaba. Era una mujer valiente, y eso le excitaba de sobremanera. Gruñó sin dibujar una sola sonrisa ni mueca semeja, por lo que la mujer no podía adivinar las intenciones del vampiro de hielo. Éste, colocado sobre ella y teniéndola a su disposición, contempló con hambre ese cuerpo. Hambre de hombre, que no sed de vampiro. O tal vez ambas. Esa piel, tersa, perfumada, cuidada y rosada parecía llamar a sus poderosos labios entumecidos para que la dibujaran cual pintor mancha de arte un lienzo blanco. Se inclinó, acuclillado sobre ella a la altura de sus pantorrillas. Ladeó la cabeza y, sin mediar palabra, se recreó en deslizar sus largos brazos delgados por las losas del suelo, forzándola a olvidar la posición de crucifijo para adoptar otro nivel de sumisión al atraparlas con una sola muñeca -a ambas- por encima de su cabeza. Toda su piel bañada en fulgor de luna, se tensó y pudo apreciar cómo esa femenina espalda se arqueaba hacia él. Chasqueó la lengua, ensimismado mientras observaba la semidesnudez de ella. Bendita semidesnudez que le permitía verla en corsé, liguero y bragas de cortesana. Hermosa imagen, eterno recuerdo.
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Mensaje por Aurora Dormstrang Vie Oct 29, 2010 9:20 am

Ignorante. No había sido mas que una ignorante al creerse por un momento, superior al hombre que la manejaba a su merced. Ilusa. Tonta, por pretender herirlo con una simple daga, que ahora quedaba demasiado lejos de su alcance. Por unos instantes, se vio caer en un precipicio oscuro. Pero no podía permitir que el ganara. No. No había esperado tanto tiempo solo para rendirse a la merced del bastardo. No. Ella tenía un único propósito en esta vida, y lo cumpliría no importaba como. Solo que ahora, las ideas estaban un tanto dispersas, y pensar en algo que síguese un corto sentido era demasiado difícil. Luchaba, peleaba contra esas duras manos que la aprisionaban con demasiada simpleza. Y las palabras que el inmortal desgastaba, se clavaban en su mente como cuchillas hirientes, que desangraban su alma. No era miedo lo que sentía, no..Era algo diferente, demasiado complicado de explicar. Era dolor, dolor por no poder cumplir con su promesa. Era ira, hacia ella misma por ser débil, y hacia el, por ser un monstruo.

El se regodeaba de su semidesnudo cuerpo, mientras que a ella poco le importaba lo que el haría con su cuerpo. ¿Qué sería el, mas que otro animal que deseaba saciar su sed carnal? Otro de esos animales conocidos, que eran tristemente familiares para ella. Su mirada ambiciosa, era solo el vago recuerdo de otras tantas miradas. Aunque sin dudas, la de el, era muchísimo mas descarada, superior en varios sentidos. Había adoptado ahora, otra postura mucho más humillante. Las manos sobre su cabeza, fuertemente atadas por invisibles cadenas. Que hacer...Que hacer...La daga había quedado en el olvido, se había dado cuenta de que solo si lograba escapar del agarre, sería capaz de tomar el arma, y clavárselo en el pecho. Aunque ahora también dudaba de la velocidad con la que actuaría...y todo otra vez volvía a desarmarse. Era débil..Maldita sea, era una joven débil. No tenia la fuerza suficiente para hacer nada. Estaba perdida. Pero aquella vil estatua no había actuado todavía, sino que la contemplaba como un depredador observa a su pobre presa. Esto le dio un poco de tiempo para tranquilizarse, serenarse solo por unos escasos segundos y pensar.

Yo que te liberé de tu desdichado marido… ¿así me lo agradeces? Fue allí, cuando sus ojos, llenos de odio, se clavaron en los del hombre. Otra vez se atrevía a mencionarlo. Se atrevía a jugar con su recuerdo, como si el fuese mejor que eso. Como si fuese un dios, que disfruta torturando a sus devotos. Había tomado demasiadas libertades..Ella podía permitir que jugase con su cuerpo, no era más que una carcaza vacía, el dolor sería solo algo que le recordaría que aun estaba con vida. Pero no podía..No debía permitir que el hablase de Pierre con tanta soltura. Siendo incapaz de moverse, no pudo cruzarle la cara de una bofetada, como hubiese deseado. Tuvo que conformarse entonces, con algo más trivial. Aprovechando su cercanía, y siendo ella una experta en ese tipo de cosas, escupió al hombre. Se sintió más fuerte de lo que en realidad era, y volvió a luchar para soltarse. Era imposible, pero lo intentaría. No era valiente, era suicida. Una mortal que en cada acción, solo atraía la sombra acosadora de la muerte. Podía incluso escuchar sus cansinos pasos en la lejanía. Era la parca que se aproximaba, pero no por ella. Sino a por el.

-No os permitiré..Que habléis de él. No eres nadie, para hablar de su recuerdo... – La voz, que pretendía sonar fuerte, la había desenmascarado, sonando entrecortada, y quebrada. Producto de una respiración agitada, y un nerviosismo que cruzaba su cuerpo como un rayo poderoso. Estaba entumecida, no había nada mas a su alrededor mas que los silencios que se producían con demasiada rapidez, y el irregular sonido de su corazón quebrajado. El tiempo se había detenido, y lo que Aurora hubiese jurado fueron horas, en realidad fueron solo segundos, pequeños minutos que se desvanecían. Un fuego comenzaba a subir por su piel. ¿Qué era? No tenia idea, pero seguramente era un adelanto del incendio que acontecería luego. Una catástrofe estaba por ocurrir y ya no podía decir quien de los dos ganaría. –No eres nada.. – Sentenció cruelmente, volviendo a moverse compulsivamente en busca de una salida. Solo ella sola podría liberarse de esto, ella se había metido en tales problemas, y no existía persona alguna, con el poder de liberarla de su condena.
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