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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Invitado Dom Oct 16, 2016 10:59 pm

¿Cómo era eso sobre la felicidad? ¿No existe y solo hay momentos felices? Sí, podía ser algo por el estilo. Pues claramente algo no estaba funcionando bien en las semanas siguientes de haber tenido una gran, inmensa e innegable satisfacción. Recordaba con dulzura como la pena de un Nicolás acongojado me había salvado, rompiendo ese gran orgullo para hundirse en mi carne. La capacidad innata que había recolectado a través de los años para obtener lo que quería no era ninguna broma, había conseguido que el violinista del diablo, el hombre más deseado de esas zonas, me amara solo a mí. ¡Y ahora no volteaba a mirarme ni aunque caminara desnudo con la brillante piel perlada a su disposición! ¿Acaso no era una mala broma? Hasta la reina de Francia podía estar celosa de mis ojos radiantes y la palidez que llevaba a todos lados. Los efectos de los polvos y los dulces perfumes no me hacían nada malo y en los días siguientes no había dejado de usar jabones y los más suaves camisones para pasearme por frente del poco hablador señor que rondaba por la casa. Al final mis cabellos habían vuelto a un rojizo apabullante y flameante, había pensado en dejarlo negro para pasar desapercibido, ¿de quién era la culpa de haber tenido que ir al color vibrante? ¡De Nicolás por supuesto! Había desquiciado tanto mi vanidad que terminó por obligarme a lucir exageradamente como años atrás. ¿Cuánto podía llegar a durar mi paciencia? Hacía mucho no la probaba pero sin duda se estaba acabando.

Simplemente perdí la cuenta. El día llegó y el demonio vestido de seda se despertó pateando las puertas del gran salón en donde el pájaro se escondía. — ¿Cuánto tiempo vas a esperar para hablarme? ¡Acaso ese violín es más suave que yo? ¡Nicolás! — Irritado, mis colmillos hubiesen salido a relucir de haberlos tenido, sin embargo solo daba la apariencia de un humano normal que estaba a punto de colapsar de la molestia. Golpeé la puerta hasta que noté, con vergüenza, que no tenía llave. ¡Por supuesto que no! Nunca permitiría que cierre con llave en la casa, ¿qué tanto me había perdido en el espacio tiempo? La abrí con fervor, dando pasos duros contra el suelo, con los brazos cruzados por la cintura como si intentara protegerme al mismo tiempo que atacaba. ¿Dónde estaba mirando ese hombre? Grité enfurecido, agudo y tajante hasta quedar frente a él. ¿Otra vez con el violín? ¿Acaso había vuelto al infortunio de la música como una salida a su dolor? ¿No era yo el único que podía arreglarlo desde hacía años? — ¡Estoy cansado de esperar! ¿Acaso no ves que te estoy girando alrededor para que me digas lo hermoso que estoy para ti? Cada vez que se esconde el sol escucho el sonido de tu violín y dentro de poco será como un ataque psicológico a mi mente. — Miraba el violín con desquicio, con obvios deseos de rompérselo en pedazos. Había escupido todo lo que tenía que decir con esa tosquedad e irritabilidad de siempre. Dos segundos más tarde me arrepentía de la mitad y como no sabía cómo proceder terminaba por irme desamparado. Con los puños apretados y los ojos lagrimosos efectivamente me volteé para salir de la sala con el mismo odio con el que había entrado. Mofando por lo bajo, odiando y diciendo todos los tipos de groserías que conocía, pero claramente sin dejar que él las escuchara. ¡Aunque hubiese querido que lo haga! Se las merecía, ¿acaso estaba engañándome con alguien? No, era imposible, podía reconocer los olores con tanta precisión que ante la mera extrañeza podía derrumbarle una casa entera. — ¡Me aburro acá dentro! ¡Y encima solo! ¡Pareces una estatua! ¡Para eso pártase a la mitad! ¡Ah! — Rechinaba como un caballo podía hacerlo y antes de salir por la puerta me vi caminando en círculos, ¿cuándo había empezado a hacer eso? Claramente no tenía consciencia de mis propios actos y movía los dedos con locura sobre mis mejillas, intentaba cerciorarme que estuviesen tan suaves como la harina de maíz. “¿Estoy perfecto no es así? ¿Son mis colmillos acaso los que hacen falta?” Las lágrimas no terminaban de salir, la preocupación era tan inmensa por mi apariencia, por sus bellos ojos color celeste que deseaba que me miraran intensamente. Con sus naturales cabellos rubios, sus vidriosos faroles, unos labios delgados y largos. ¡Era tan diferente a mí! Tan ridículamente extraño que avivaba mis deseos como una flor que nace en un pantano feo y roñoso. Al final no me detuve, seguí caminando, siguiendo mis propios pasos, tratando de encontrar otra cosa para decirle que no fuesen solo groserías de mal calibre.
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Mensaje por Nicolás D' Lenfent Dom Oct 23, 2016 1:50 pm

Mi nombre es Nicolás, pero pronto dejará de serlo, solía adorar a una muñequilla en cuerpo y alma, en las buenas y en las malas, inundarlo de tristezas y alegrías, más daño sobre todas las cosas, me afané en convertirlo en mi propiedad; lo tome como se me dio la gana, lo vestí como más me placía, lo encarcele solo en mis deseos, en mis peticiones, y en mis locuras, le advertí que no iba a ser un amor como lo esperaba, que en vez de decir “te amo” se convertiría en simplemente “Si tu existes, yo existo”

Mi ambición me llevó al estado en el que me encuentro, encerrado en el salón de música, aferrándome a la madera pulida de lo que fue un hermoso violín, deje que se inundara de mi dolor, de mi lamento, de los dolorosos momentos fugaces, epifanías que implorando clemencia me llevan hasta aquí, he tocado durante noches seguidas, postrado en el diván, yaciendo como un títere al cual solo mueven de mis hilos para que toque, refugiado en la oscuridad, una extensa umbra que predomina; no hay luces, ni destellos que cambien, pero si cierro los ojos, solo puedo ver sombras que me observan silenciosamente, mientras mis manos tratan de gritar dolor y sangre entre las notas, pensando en solo volver a atraer un rostro, he olvidado cómo luce, cómo es que lo he dejado de mirar, ¡ya no me atrevo a estar frente a él! poco a poco deje de ver su rostro, perdí sus rasgos, perdí su sonrisa, poco a poco deje de contemplar. Y ahora, solo sigo con la imaginación, plasmando en mi mente: estoy arrancándole la ropa violentamente, ese cuerpo que me alimenta con sus crujientes huesos y los cuales son hechos añicos frente a mis ojos, y filosas garras destrozándolo todo. A pesar de que mis ojos cerrados no pueden ver más, y si los abro solo veo uno, el de la oscuridad. En, ¿qué me he convertido? A pesar de mi añoranza por mi amado, no deseo poder ver más, permanecer cegado bajo esta penumbra, refugiarme en la miseria de las sombras como algunas veces lo deseaba.

Y ante unas patadas en la puerta, me volví un monstruo, aumente el tono de las notas, no quería perder el rastro de él sabiendo que era quien interrumpe en este momento. Parece que me burlo ante sus reproches, sus quejas, reía porque disfrutaba tenerlo y escucharlo al mismo tiempo. Sus gritos me excitaban que me hacen levantarme del diván, con agilidad aprendí a notar las cosas en su lugar, demasiado tiempo en saber que perdería la vista, me dedique a estudiar los lugares, a memorizar los movimientos que ejercía para que pasara desapercibido, jamás le conté nada, y jamás quiero que se entere que su cielo ha dejado de contemplarlo.  

Meneando la cabeza, interpretando los ruidos externos de la música, pasos, gritos, vibraciones, y más la intensificación de la energía, el perfume que me invade las fosas nasales, lo tengo cerca y no me atrevo a abrir los ojos, prosigo con la melodía, combinando mis emociones con las ajenas, respondiendo a su ira, molestia y desesperación. Pero el olor a unas saladas lágrimas, y el timbre de su chillona voz me obligaron a detenerme, abriendo los ojos, más que con uno en negro mire claramente donde él no estaba. Callado, deje que muriera mi música, silencie al violín, quería tocarlo, por lo que se me cayeron de las manos; el arco seguido del instrumento. Avanzando, chocando con los pies con estos, los pateo pero me doy cuenta que no está a mi alcance, no quise estirar las manos, me limite solo a dirigirme con el oído, con el olfato, persiguiendo sus esencias…

—No saques conclusiones por tu cuenta, nunca has sido más que estos artefactos, o de todo aquello que se encuentre en este lugar.—me detuve, moviendo la cabeza de un lado a otro con lentitud, —Ven, acércate…—ordene, pedí con la confusión de no percibir su ubicación…—Sabes que si no soy yo quien va hacia ti, tu deber es venir, ¿porque has demorado tanto? —,me golpean sus palabras, el que me encare de su belleza y yo que ya no pueda más apreciarla.— ¿Y qué hay de mí? ¿Debo ser yo quien te busque? Hubo noches enteras en la que padecí tu presencia, te largaste y a pesar de ello, seguí buscando, pero tú, te cansas solo por no atreverte a venir hasta aquí. ¡Esperas porque quieres! —eleve mi voz, molesto, repudiando el hecho de que no lo veía. Contagiándome de ira. — Te he estado dando música, llamando con ella, diciendo tantas cosas, y me dices que es un ataque para ti… ¡Malcriado egoísta!, —grite, con la afectación en mi voz, negando, tragando la rabia que siento por mí mismo. A sabiendas que es mi culpa, porque lo he acostumbrado a tenerlo siempre, a jugar con él. Y ahora, ni uno ni lo otro hago. Y no podía permitir que pensara de aquella manera, no era él, no tiene culpa alguna, sino, ¿cómo debía explicarle que ya no podre atesorarlo como tanto quiere? …—Sin importar qué, siempre eres hermoso a mi vista, estas hecho a mi querer—.

Ejercí unos pasos más, alzando la falange donde pude tocarlo, sentí su pierna, ascendiendo, buscando, palmando su cadera hasta envolver mi brazo en su espalda, lo atraigo, y con la otra mano, subía por todo su cuerpo, palpando su pecho, su mentón, sus labios, delineando estos con mis dedos que me acerque poco a poco, posando un beso entre sus labios y la nariz, que baje un poco, y le bese la carnosidad. Lo necesito, ya no puedo callarlo, me estoy refugiando en ilusiones que si sigo de esta manera, lo perderé.
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Mensaje por Invitado Miér Nov 30, 2016 10:11 am

Hacía bastante tiempo había olvidado como era sentir una presión artificial en el pecho, como si se contrajera hasta hacerlo una bola de mugre y tristeza. Sí, así estaba pasando con el pequeño corazón muerto que estaba a un lado de mi cuerpo, bombeando sangre cuando el elixir caliente entraba a mi garganta. ¡Pero Nicolás obligaba a que todo se detenga dentro de mí! Y mis ojos como dos hermosas avellanas lo buscaban desesperadamente, en cada rincón del mundo entero. Enfermizo. Así era el amor que había creado entre ambos, doloroso, tenebroso y amargo. Las uñas como púas salían de mis falanges al verle tocar tan ansiosamente ese violín. ¿Cómo podía hacer para convertirme en un trozo de madera? Respetaba su música, él respetaba la mía. ¡Es que nadie le quitaba su lugar, mas él si me lo estaba arrebatando a mí! Lo salado y metálico de mis lágrimas se escapaba por cada esquina de los parpados como si quisiera acarrear un mar eterno con ellas. Ocultando los quejidos involuntarios que se querían entremezclar con el aire. Un gemido mínimo y mi miraba iba directa a la suya. Un miedo algo penoso se apareció al ver soltar sus “armas” era quizá más peligroso sin ellas. — Mrgh. ¡No quiero acercarme! ¡¿E-eh?! — La furia se resquebrajaba un poco y una pena anhelante se apuntaba a mis mejillas, era como un animal, una mascota que a la mínima caricia se ponía mansa. Al final no tardé más de dos segundos en saltar a su cuerpo, envolviendo las largas y flacas piernas alrededor de su pecho y los brazos sobre su cabeza, parecía querer engullirlo de un solo bocado.

Palabras irracionales salieron en ese instante, las largaba y no se entendían, se mezclaban con el sollozo lastimoso. ¡Y aún así quería lastimarlo y herirlo con mis garras! Las horas se hacían más eternas sin las caricias de sus manos en mi cabello, él lo sabía, ¿por qué no lo hacía entonces? Para mi infortunio, darme cuenta de lo que iba más allá de mi inteligencia era lo suficientemente complicado como para pasarlo desapercibido. — ¡Claro que sí! Tienes que venir a mí cada tanto, buscar mi piel y acariciarla. ¿Acaso no soy lo suficientemente obvio cuando quiero que me toques? — Claro que lo era, paseaba semidesnudo, canturreando como un diminuto pájaro que aseguraba la mañana. Emanando el dulce aroma de la vainilla y el durazno, dulce e intenso. Mis labios se escondieron en su cuello, sintiéndole un poco más, esa piel seca y fría, sus venas que sobresalían y el encanto de la muerte que era su aura escamosa y maldita. — ¡Mrghhh! ¡No me digas así! Siempre usas la música para encerrarte. ¿Por qué me culpas si yo solo te amo mucho? — Brinqué hacía arriba, apretando más las piernas sobre su cintura, dejando salir ese llanto en llamas como el de un gato acorralado, temblando, con miedo. ¡Siempre le tenía miedo! El masoquismo vivo en mi interior disfrutaba el terror de sentir las manos del violinista en mi cuerpo, capaz de romperme hasta con la mirada, sin contar sus dedos y la inmensidad de su irracional ira cuando todo lo plasmaba. — M-mentira, ¿cómo puedes decir eso si no me miras? ¿Te enojo acaso? No lo hagas, no te enojes conmigo, castígame si quieres, pero no te enojes. — Susurraba suave, sintiendo entonces ese toque desprevenido del vampiro de cabellos claros y suaves, mis manos se levantaron entonces hacia su cabellera, hundiendo las yemas hasta tocar la piel. Me hallaba tembloroso, parecía que toda esa angustia acumulada quisiera salir en cascada hacia algún lado. Me retorcí entonces por sus dedos, mis labios hinchados por el llanto cruel que me obligaba a dar se quedaron temblando igual que una hoja que quería caerse. — Eres tan malo conmigo, ¿te odias? ¿Te odias tanto que me necesitas y no me buscas? Yo necesito que juegues conmigo, no me puedes dejar solo nunca. No puedo aburrirte, si lo hago me tendré que sacar el corazón y dártelo en la mano, mi amor. — El susurro suave e invicto recorría esos labios que pronto se habían acercado, parecían no estar acomodándose a la medida, así que con cuidado busqué sus mejillas, dejándolas en ángulo y alzando una mano para sacar los cabellos de su rostro que pudieran haber quedado. Su ojo oscuro se movía perdido, así mismo pasaba con el otro, que descontroladamente intentaba mirarme, pero no lo hacía. ¡Lo sabía porque sus ojos siempre se ponían de un brillo intenso! No pude evitar sollozar sobre sus labios, dejando caer penosamente las lágrimas, buscando que cayeran sobre la piel ajena. ¡Que se derramaran dentro para que sintiera el dolor que escocía en mi interior! — ¿Me quieres decir algo? Tócame más por favor, hunde los dedos en mi carne. — Rogar era poco en comparación con la laguna de necesidad que chorreaba sobre el violinista, apretando con las piernas su cuerpo, intentando enrollarlo como alguna especie de víbora. No quería salir de él, sabía que si lo hacía indudablemente caería en un llanto roto y desalineado. En una pena demasiado dolorosa para poder aguantarla. ¿Los vampiros no podían morir, no? ¿Ni de amor, ni de tristeza? No estaba seguro, porque mi pecho latía para querer partirse.
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Mensaje por Nicolás D' Lenfent Miér Nov 30, 2016 4:50 pm

Se rehúsa la muñequilla en los mandatos de su autor, yo quien lo ha convertido en lo que es y ahora, ya ni me obedece, me niega su cercanía, si supiera que su autor ya no ve más, ¿Que es lo que haría?... Mientras lo tocaba, me aferraba a lo que podía tener a mi alcance, sus labios jamás pierden ese afrodisiaco que me altera; un incontrolable deseo poseen que morderlos con la misma carnosidad no bastaba, ansiaba más, que no fuesen sólo las lenguas tocándose, enredándose una con la otra, jugando a cuál es la más exquisita en recorrer la boca. ¡Era más que eso! Poniendo firme mis pies, pues con su brinco le sostuve de sus piernas, presionando sus redondas nalgas en muestra de una tremenda necesidad. Orillado a aspirar su perfume, hundiendo mi nariz en su vientre, presionando aún más, tan afectado me hallo que a una simple palabra podía caer en un llanto aterrador. Y todo por no poder deleitarlo, ¡Ah! como me encantaba desnudarlo con la mirada mientras lo iba besando y acariciando. Morbosear sus segmentos y hacerlo mío. Todo eso es lo que me afligía, ya no poder más gozar de sus gestos; el dolor, el placer, la alegría que le otorgó, ninguna de esas evocaciones podré disfrutar de él. Justo como ahora, ¿qué expresión lleva? ¿Cómo es que luce para llamar mi atención? Sí así de pervertido lucía o que arma me esconde para que cayera una vez más a sus encantos.

Las notorias esencias eran frescas, esa vainilla que nunca olvida, pues en una noche de confesión, el decirle que la vinilla era mi preferente, jamás dejó de usarlo desde ese entonces. Y recién bañado estaba, buscando atención que presione con fuerzas mis ojos, llamando al sentimiento de culpa, al fin el llanto que una vez se había ido, volvió en ese momento, lamentando manchar su ropa de sangre, tragándome la maldita decepción de mí mismo, comprendiendo al fin en que animal me he convertido; el seguir deseando las sombras pero llevándome lo que amo. ¡A esto me rehusaba! ¡Por esto es que no acudí a su encuentro! Evitar esta decepción, este engaño.

Negando una y otra vez, alzando mi mirada, pero era inútil querer verlo, nada, absolutamente nada veía, ni su sombra, ni su finura al menos, nada. Solo me limitaba a reaccionar a sus movimientos, en cuanto sus labios los percibí en mi cuello, ladee un poco mi cabeza. —Lo haré, iré a buscarte para hacerte el amor, bañarnos juntos, dormir juntos, no había conocido a una persona que deseara tanto que le tocara, —solté una pequeña, inofensiva y ligera sonrisa, muy a pesar de que estuviese horroroso por mis lágrimas. Queriendo animarlo, alegrarlo con los viejos tiempos, aquellos donde nos conocimos por primera vez. — No te culpo, sabes que cuando interpreto mi música, estas tu presente, ¿por qué no lo entiendes? ¿Quieres que te lo explique? —. Cuando una vez más salto, presionando mi cadera, palme sus piernas, buscando la manera de que se soltara, descendiendo, de esa manera podía tocarlo. —, shhh —lo silencie, acercando al mismo instante mis labios contra los suyos, si, no quería enterar de mi traición, debía seguir adorándolo, ser una vez más un amante. Que en perfecta posición, lo bese, un corto beso, seguido de otro, tomando una de sus manos al encontrarla, y la dirigí a mi entrepierna, a que me tocara, me provocara, presionándome con esta una y otra vez, abandonando para subir por su pecho en dirección a su mentón, conocía cada parte de su cuerpo, que no fue difícil al ya tenerlo cerca, bajando ese mentón, haciendo que abriera la boca. — Te estoy mirando...— Mentira, pero a medida del resultado, porque mi pupila se desplegaba sosegada a un punto.

— Si, me odio, me desdeño por no haberte tenido estos días, estas noches, me enfurezco por haber suplantado tu cuerpo por ese violín. ¡Quiero castigarte! Pero creo que ya fue suficiente con el tiempo de ausencia. ¿Y tú, tomarás represalia? — calle, acercándome a esa boca, lamiéndola en cuanto creía que estaría abierta. Si descargar todo quería, necesitaba que fuese en esa boca, mostrarle cuan perjudicado resultaba no tenerlo. Estando muy en lo cierto, ¿cómo decirle que si me odio por no decirle lo que en realidad estaba pasando? , — nunca me has aburrido, y nunca lo harás, si soy malo es porque no quiero hacerte sufrir, y no de manera que no sea placentera. —Volví a callar, dando otra lamida. —Estamos juntos, me perteneces por el resto de la eternidad como yo a ti. —saque la lengua, colocando la extremidad de esta en su boca, adentrando poco a poco. Sí, quería decirle tantas cosas, pero no era el momento, no debía ser cruel en ese encuentro después de todo.

Pero mi piel se humedece, esta vez no fueron mis lágrimas, fueron las de él, que le tome de sus caderas, hincándome, presionándole para que me acompañara, en silencio, a pesar de que me inunda de una tristeza, sentándole sobre mis piernas, besando, lamiendo su cuello, mordiendo en los que mis falanges le retiran las prendas. — Hagamos el amor, y después hablamos, por favor...—le pedí, quería una prórroga para pensar si decirle o no. Mientras llegaba el final, lo fui recostando, apoyando mi mano en su espalda en lo que con la lengua lamia la línea que dividía su cuerpo, hasta llegar a su obligó, circulando el área, chupando y succionando este en lo que descifró la abertura de su pantalón y el poder retirarlo. Tantas veces el hacerlo mío ayudó para que no fuese tan desconocido todo. Saliendo victorioso ante su desnudez, acariciándolo como si de la primera vez se tratara y con mi boca me apoye, capturando el sabor de sus piernas, hurgando cada parte, presentandome ante él con esta nueva máscara.
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Mensaje por Invitado Vie Dic 30, 2016 10:41 am

Podía sentir sus dedos, los pedacitos de piel que estaban hundidos, líneas de vida le llamaban las gitanas. Yo solo podía estar seguro de que me encantaba sentir esa textura, saborearla contra mi propia dermis hasta enloquecer. ¿Qué es lo que estaba pasando? Sí, había algo raro, algo diferente en toda esa miseria que me tragaba. Sus toques parecían desesperados, buscando escarbar igual que lo hace un depredador cuando se le escapa la comida. Jadeé, dulcemente, con una suavidad casi celestial y me enredé en tanto estiraba la espalda hasta arquearme hacia un lado hermosamente. Era una flor que estaba floreciendo por el riego, en donde él era el agua y yo el tallo. Sonreí abiertamente y besé sus labios, no me importaba perder la razón si lo hacía por él. Eso pensaba ilusamente: ya había perdido la razón desde hacía mucho tiempo. Era debido a que me torturaba la conciencia al no buscarme. ¿Acaso estaba esperando que le rogara por una mirada? Me trastornaba de odio de solo pensarlo. ¿¡Cuántos eran los que podían llegar a soñar conmigo!? No tenía idea, pero en mi cabeza, muchos. Me miraban en las calles, ¿no es cierto? Lo hacían, él también lo había hecho. Lo había envenenado, sin importar que luego me tragué mi propia cola. Yo me negaba, por completo, a haber perdido mi encanto.

Segundos más tarde vi sus lágrimas caer y temblé como una maldita mariposa siendo azotada por un monzón. Mis ojos se abrieron con fuerzas y se secó todo mi odio, invadiéndose de terror y autoflajelo. ¿Qué debía hacer? ¿Qué le había hecho? ¿Qué se hace cuando alguien llora? Nunca me lo había preguntado. Él siempre era el fuerte, pero ahora estaba débil, deprimido y parecía ser un trapo viejo que se caía entre los suelos abrazándome iracundamente. Le envolví tal cual si mi vida pendiera de eso, con piernas y brazos, hundiendo la cabeza para buscar sus besos una vez más, intentando encontrarme con su mirada. — ¿Cómo podría estar presente en tú música? Es lo único que es más hermoso que yo. No puedo creerme tan bueno, tengo límites, ¿sabías? Seguro que no, pero te juro que los tengo. — Bromeé entre risas, mirando esa preciosa sonrisa ajena para lamer los bordes de ésta, mimando los labios con la punta de la lengua, buscando las ramificaciones de sus venas para llegar a sus ojos y chuponearlos hasta dejarlos limpios, como un gatito bañando a su compañero. Dejé salir un suspiro y negué. Algo seguía pasando y él no me lo decía. ¿Por qué razón Nicolás podría llegar a llorar? No era cualquier demonio, no era un cuervo común y corriente, sus lágrimas eran oscuras y se trataba de reliquias por lo poco que se encontraban. No eran celos, no eran pensamientos de enojo o represión. Tenía que ser una digna pesadumbre. — Cuando tú me miras, siempre tiemblo de miedo. Ahora solo estoy temblando de placer por tenerte a mi lado. — Aseguré alzando mi mano y apoyando el índice en su mejilla, viajando con éste hasta su cien y luego bordeando su quijada hasta salir desde el medio de sus labios. Moví mis caderas con cuidado, apoyando con deseo la pelvis sobre la ajena, untándola para calmar mi incandescente deseo frustrado. Lo decía de esa forma porque no pasaría, no quería hacer el amor con un Nicolás triste. Sería como arrancarle un pedazo de orgullo. — Nunca me podría cansar de tus castigos. ¿Yo? Algún día me gustaría clavarte una estaca en cada mano para así dejarte colgado en mi pared y tenerte todo un día entero para mí. — Dejé salir el susurro agudo e hilachudo, ronroneando en su piel, mordisqueándola hasta que un tirón en mi columna terminó por hacerme temblar y busqué sus ojos, aún sentía que no me veía. ¡Era porque no me estaba afligiendo el terror de su mirada! Aun así me sentí derretir entre sus dedos y me alcé para acapararlo todo, mirándole en tanto apoyaba las manos sobre sus hombros y apoyaba las rodillas en sus muslos. Lamí mis labios y asentí unas cuantas veces, como si aprobara su accionar.

Supe entonces que había una obviedad que se me estaba salteando, noté su flagelo y la combinación de palabras fue la indicada para saber que algo estaba ocurriendo en las profundidades del violinista. Mis ojos como almendras se achicaron hasta hacerse una línea curva y sospechosa. Él no decía nada al respecto, apreté los labios volviéndolos una recta y me dejé caer. Hasta que pronto y con violencia, tomé su cuello hundiendo las garras a los lados, sintiendo cada cuerda vocal del inmortal sobre mis palmas. — ¿Acaso ya no me amas? ¿Qué es lo que me quieres decir que estás esperando luego de hacerlo? ¿¡Me quieres calmar con palabras bonitas para luego desecharme!? — Enloquecido y desnudo por completo, pues había esperado a que lo haga para agarrarlo, tomé su hombro y lo acerqué bruscamente, desquiciado a puntos inimaginables, mi rostro de querubín se deformó hasta sentirse completamente lleno de rabia y golpeé con la mano libre su hombro hasta sentir que ya no me daban los brazos. — ¡No! ¡NO! ¡NO! ¡¿Qué te hice?! ¿¡Qué!? ¡Ah! — Inentendibles eran cada uno de los gritos que largaba, parecía que se me estuviese quebrando la voz, porque en algún momento dejé de escucharme y me apuné por completo, temblaba mientras golpeaba, delirante, frenéticamente y así mismo llorando más y más. No tenían fin las lágrimas que estaban escapándose de cada uno de mis ojos. Como si en verdad me hubiesen tirado a la basura.
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Ciego que no se deja ver [Nicolás] Empty Re: Ciego que no se deja ver [Nicolás]

Mensaje por Nicolás D' Lenfent Jue Ene 12, 2017 3:37 pm

En esta ocasión no hay demencia alguna que pueda identificarse en mis acciones, no, todo se hallaba en mi supremo juicio, donde mis emociones se incrementaron a un hermoso caos; siempre aquel que se convertía en mi único alimento me provocaba, logrando que lo desee tanto hasta en sus estúpidos berrinches, orillándome a acariciarlo con exaltación, el calor tomado por mi música comenzaba a envolverme, acrecentando hasta arder, poco a poco, con el tacto ajeno, con sus quejidos sonoros que me inundan mis tímpanos y los entretiene, siguiendo el recorrido de sus finuras cuando se retuerce, se mueve de una manera atrayente para mis manos, continuando con cada línea de esas curvas, acompasando lo amatorio con mis carnosos labios. Lo imaginaba, lo tenía en mi pensamiento; su desnudez, sus facciones, sus gestos, cobrando lo que creí que estaba perdiendo. Regocijándome en un potente estado en que todas ¡todas las benditas evocaciones las sentía! Esa fuerte culpa que me arrasa al sufrimiento, la congoja que se va mezclando con el placer, y la complacencia acudiendo a una hilaridad, activando un círculo vicioso afectivo, sin perder el rumbo de este, congregándome a una euforia física, emocional y hasta amatoria.

— No eres tú quien decide eso, eres mi musa, eres tú ese violín ¡mi violín!, mi ánima, y mis límites se pierden en cada cuerda de mi fiel instrumento. Eres la creación de todo lo que poseo, eres tú quien exterioriza mi yo. O si no, dime, ¿cómo es qué cargas con tanto imperecedero, este amor?

Juguetón es así como lo idolatro, que sea mi travesía, mi tormento, y mis alegrías, entregándome a sus necesidades, e instruyendo las mías, empapándome de su fragancia, despertando mis instintos con su ternura, su peculiar manera de tocarme, de hacerme querer más y más sin que haya límite, sin que sea satisfecho, lo culpo por ser todo aquello que jamás me llena, me vuelve un vicioso de todo lo que representa. Negándome a sus palabras, el miedo, ¿qué es el miedo para nosotros? Jamás había pensado en ello hasta que lo escuche de su boca. Y fue que comprendí, el no tenerlo es mi único miedo, tan irreal, pero convincente, no temo al dolor porque gusto de él, no temo por la muerte verdadera porque es lo que ansío, pero, temo por su ausencia, porque es el que equilibra estas emociones, es el dueño de estas que no se imagina de ello. Ascendió como dueño de mis sentires sin reconocerlo, porque es el único que descubrió como mantenerme sin cambiar nada de mi perfecta y maravillosa ruina en la que me sitúo. — Entonces, es tiempo de castigar y no perdonar, quiero que lo hagas cuando llegue el momento en que quieras desaparecer de mí, clávame pero no por un solo instante, sino el resto de mi existencia hasta que me diseque, hasta que sea un cadáver, un deforme rastro que no pueda ir tras de ti. — Nos entendemos, nos conocemos, eso es lo que tememos. Más aproveche para convertir esa debilidad en una fortaleza, inundándome de su tacto, su lengua, y su aliento, retomando su peso, hasta que la fuerza en la que sostuvo de mi cuello, la presión brutal que me hizo gemir repentinamente, resaltando las muertas venas tras tornarse oscuras, entre abrí la boca que solo agache la cabeza, sin mirar nada, dejando que esa obstrucción recorriera en mi cuerpo el gratificante pesar. Ya no pude hacer nada, más que sonreír, siento tratado como un títere. Dejando que su rabia me tocara, que su enojo, que su fuerza la liberara contra mí, manteniéndome firme para resistir cada golpe, en silencio. Queriendo escucharlo, para después, ser quien ataque con mi cariño, con mi elegancia para devorarlo, que siguiera golpeándome mientras desciendo de su pecho, yendo a su entrepierna, cual araña con sus patas se retuerce cuando es descubierta. — Pedí que me dieras tu cuerpo, y eso haré, después, te diré todo lo que quieras, más no empieces a sacar conclusiones por tu cuenta. — susurré, enfatizando que estaba erróneo, ¿por qué siempre tenía que pensar primeramente en dejarlo? ¿Por qué? Será, ¿que lo está pidiendo fervientemente que así sea? Negué, siempre con la enfermiza adoración a su templo. Mostrada cuando me apodere de su miembro, costándome llegar a él, pero resulte triunfador en hallarlo, por lo que mi boca lo presiono a modo de mortificación por ausentarse en ella por noches seguidas, querer convertir su llanto doloroso a una satisfacción carnal, que su enfado se apaciguara o quizás se elevará para así volver a hacer el amor sádicamente, era la manera de alimentarnos después de todo. Que mis colmillos rasguñaron su tronco, estirando el cuero tras ir mamando de este, con un ritmo obsceno, escuchándose el aire al liberarse de los vaivenes, el chuparlo, adentrarlo hasta que mi garganta tocara su extremidad, una y otra vez, repetidas veces, sujetando sus piernas que las eleve a mi espalda, dándole la oportunidad de que se desatara, que me aprisionara con ellas sobre el cuello, siendo mi barbilla la que se presione contra sus dídimos, masajeándolos cuando me encontraba con su miembro hasta el fondo de mi boca.

Llegando el momento de sujetarlo con las manos con fuerza, como si de una trampa para cortárselo se tratara. — ¿Crees que pidiéndote hacer el amor, te dejare? ¿Qué teniéndote como te tengo, mi amor se ha acabado? Dime algo Hero, ¿por qué siempre sacas esa conclusión de que te abandonaré? No son palabras bonitas, es así como está pasando, entiéndelo, no pienso irme, ni mucho menos dejarte, pedí tenerte, ¿te cuesta tanto entregarte?, — si afectado le replique tras la presión, prosiguiendo al siguiente paso, masturbe con rapidez su glande, manteniendo abierta mi boca para cuando segregara, paseando mi uña de la falange libre por su entrepierna, ascendiendo hasta su pecho en brevedad. — córrete mi amor, aliméntame, y después de que me sientas en tu interior, te diré el motivo de mi encierro, de la fobia que me está naciendo con lo que callo, y con tu cercanía después de todo —, ansiaba saborear su esencia, calmar al menos cada angustia en las que encandilaban mis sentimientos. Queriendo que me quitara toda la vestimenta, las sentía pesadas, como cadenas que lograban asfixiarme, deteniéndome para no decirle la verdad, el mantener ese secreto, más grite por último, sonando como un ruego. — Solo hazlo.
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Ciego que no se deja ver [Nicolás] Empty Re: Ciego que no se deja ver [Nicolás]

Mensaje por Invitado Dom Feb 19, 2017 11:15 pm

La voz de Nicolás llegaba clara, ineludible como desde hacía años ocurría, tal cual si estuviese dentro de mi cerebro. Me pregunté si todas las personas del mundo lo oían con la misma parsimonia irresistible que yo. Seguramente era su esencia que estaba más allá de discusión, parecía que el mundo se sublevaba a su alrededor y con ello mismo yo me derretía entre sus manos. Estaba -con una simpleza absoluta- incapaz de moverme o de dar voz a mis sentimientos, entre horrorizado y cegado de placer a sus caricias que se alzaban como frenéticos gemidos. A mi entorno, perfectamente limpio y acomodado, se hallaba la presión del aire contra mi piel. Se lanzaban los sentimientos contra las paredes, muriendo antes del final de la puerta. Por momentos una risa se escapó de mis labios, carnosos y voluptuosos deseaban sus besos como si fuese la sangre misma para vivir. Una y otra vez veía en él imágenes fugaces y difuminadas sobre nuestro pasado, solo para luego caer como un lingote de oro en el mar negro. Parecía perder la carrera contra mi mente, chocando contra una realidad que en gran parte no estaba dispuesto a asumir. — ¿Cómo crees que puedo desaparecer de ti? Ya estoy hundido y pegado a tu columna. Si me arrancas seguro que me matas y me llevo un pedazo de hueso conmigo. Ya sabes, me gustan los huesos. — Bromeé en tanto pasaba la lengua por su piel, Nicolás parecía hecho con llamas, incluso cuando estaba frío por fuera empezaba a quemarme demencialmente. Cerré mis ojos un segundo más y me volví hacia su frente, clavando los dedos en la roca que era su rostro, parecía que algo lloraba dentro de él y a su vez ardía en mi pecho como un volcán.

Él estaba ante mí, abrazándome dulcemente, me hacía el amor y provocaba que me retorciera igual que lo hacía una flor cuando es bañada por la lluvia. Me dirigí aturdido, subyugado por su afecto, sintiendo su mirada vacía como una adoración sobre mi templo. La sonrisa iba y venía en mi perfil, me cerraba a mi locura con tanta violencia que mi corazón no se callaba y empezaba a palpitar con la misma fuerza que un humano. El mal sembrado daba frutos en su agonía y mi placer se inclinaba cada vez más en la perfección. No acallé ni un solo segundo el llanto, pues éste estaba rompiendo las pequeñas aberturas y separaciones hasta hacerlas arena. ¿Por qué era de esa forma? ¿Por qué me jactaba en dañarlo más cuando le veía sufriendo? Mis piernas se estiraron cerrando los dedos en una curvatura anhelante, estirando a su vez la cintura y la cadera hasta formar un hermoso arco y mantener un jadeo sonoro, pero lo suficientemente milagroso para no romper el hechizo de la perfección. Negué algunas veces, su frente tocaba la mía de a ratos y con odio y miedo me dejé temblar hasta llegar al momento en el que todo se volvió tan diminuto que perdí por completo la idea que tenía en mi mente. Sus dedos viajaron por lugares que había olvidado de disfrutar y mis piernas se cerraron contra su mano con un cuasi terror, la salpicadura ya se hacía presente hasta que mi miseria se transformó en imágenes de puro deseo. Casi no reconocía la sensación que tenía, su boca dejaba sin carrera a mis pensamientos, nada tenía importancia en ese punto y fuese lo que fuese a suceder ya había sido tarde para pararlo. — ¿Acaso no sabes que esa es la nueva moda? Hacer el amor para luego abandonar a las personas. No tengo fe en haberte enamorado lo suficiente. Y tu cerebro funciona tan mal que quizá quieras dejarme por pensar que no me gustas, ah pero tu rostro es tan bonito, no importa tu ojo, con los míos alcanza para ambos. Aunque son muy oscuros, si te combinara yo te daría el mío. — Alcanzaba a decir bastante partido en pedazos, alzando los brazos para agarrarle un poco en un acto de desesperación total. Subía a su cuerpo con la misma energía que antes, jadeando muy rápida aunque a su vez espléndidamente, como si fuese una pintura hecha al oleo la que se generaba. Quería tocarlo, pasar mis dedos por su belleza, lastimosamente estaba demasiado concentrado en mi mismo, claro que era culpa del otro, que empezaba a revolucionar mis placeres hasta que sus dedos pasando por el medio de mi miembro se apretaron y fruncí el rostro hasta resquebrajarlo un poco y en un chirrido que quiso anularse terminé por correrme. Mis garras se habían aferrado con fuerzas a él y un espasmo casi tierno se dejó sentir y busqué abrazarle un poco más, ascendiendo hasta que pude agarrarle y subir su rostro contra el mío, mis labios se posaron contra su mejilla y luego su nariz. — No puedes tener fobias, yo nunca te lo permití. Déjame tenerte dentro hasta que te olvides de esas cosas malas. ¿Acaso crees que por alguna razón deseo que me dejes? No, nada de eso, solo temo tu ausencia, ¡ah! Ya la sufrí una vez y no volveré a pasar por lo mismo. — Anuncié con fiereza y sin pensarlo mucho más me alcé para subirme a sus piernas y desesperadamente hundí su miembro en mi interior, apenas me había preparado para su intromisión, pero eso no importaba en ese momento. ¡Debía tenerlo en mí, como una muestra de que todo eso era mío, de que lo amaba en tantos pedazos como fuese posible! Me apreté tanto que pronto hubo un quiebre y me agité sobre sus caderas, abrazando su cuello, negando varias veces ante la convicción –ahora sumamente certera- de que iba a enterarme de algo malo, malísimo, pronto. Quizá no era su abandono, no obstante, ¿quién decía que no sería algo peor que eso? Por las dudas no debía perder el momento de buscar mi placer en toda su extremidad, aplastándola con mis paredes hasta tenerla firme por dentro.
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Ciego que no se deja ver [Nicolás] Empty Re: Ciego que no se deja ver [Nicolás]

Mensaje por Nicolás D' Lenfent Dom Mar 12, 2017 9:07 pm

Candente; llevándome al desastre ante un claroscuro e incierto desenlace, gemidos que se unen para crear esa oda que jamás finalizará ante la discrepancia de un poder amatorio, amándolo con fervor, la necesidad de su templo se incrementa, adorando la manera en la que masturbo ese miembro ¡ya mío!, que lo trato como bien se cómo le place, hundiéndome en su tronco, mi mano aprisionando su dureza esta, es tan exquisito ver la miseria paseándose descaradamente entre nosotros, los problemas que se empeñan en sabotear nuestra relación hace que el sentimiento enloquezca,  y que por más que anhele su bien estar, mi mente, mis acciones, mi yo en realidad no procesa esa palabra, justo en este momento, entre su lengua, sus caricias, su fuerza en tomarme, y en su horrorosa pero sensual forma de provocarme con sus curvas, afectos que percibo, aunque no lo pudiera mirar, refutaba mi mente en imaginarlo, excitándome con su llanto pues era música asociada para llevar el ritmo con mi boca y después con mi mano para brindarle un placer inmensurable. Era una befa presumir de felicidad, de su calor que me hizo olvidar la bella soledad, aun no puedo explicar en qué momento llegué a convertir esa escena en algo concupiscente, de modo que el orgasmo se presentaba, lamiendo la extremidad de su falo, negando con la cabeza para solo ser un movimiento certero para masajear sus dídimos, hasta que ahí lo obtuve, lo que aclame, demande y ansié con fervor; su esencia. Capturando, acariciándole con la lengua para arrebatarle cada gota, tragando, siendo un festín para quien durante noches no ha probado ni una pizca de sangre. Gimiendo, el sabor emanado era apropiado para alguien tan enfermo, dando una última chupada ya que me sujetó, mi compañero ansioso, abuse al ir soltando quejidos y, exponiendo mis colmillos, al expresar el dolor forjado en mi carne contra esas garras, reconozco que estoy cara a cara, desviando este para tomar sus labios, pero inútil en el intento, medio  sonreí no tuve otra alternativa, más desprendí una lamida para ubicarme en su rostro.

— A partir de esa ocasión, el dejarte, jamás ha pasado por mi cabeza de nuevo, o tal vez sí, pero jamás le he hecho caso, hago todo lo contrario, quiero tenerte, no solo el hacerte el amor, sino otras cosas que compartir, deberías tener la certeza que me enamoraste, si no, ya habrías muerto…Mi amor, siempre me he creído horroroso, pero sigues empeñado en verme como una belleza extraordinaria, y jamás, te extraería tu belleza para mí beneficio. Prefiero tenerte radiante, sacrificaría mi físico con tal de que jamás caigas en la fealdad.

En casi susurros me dirigí, ya estaba perdido, que fue una impresión que su cuerpo se alzara, posándose en mi dotado falo, sujetándolo de los costados, apretujándole, detonado sus huesos, regocijándome de su peso, de sus movimientos, y de ser cubierto mi hombría por su interior, una humedad, una calentura, y la presión forjada, me orillaron a agitarme, un ritmo vehemente, arrojando el aliento por la boca, e imposibilitado para replicas, eso se necesitaba para estar enamorado, contiene todas mis pasiones y anhelos, sentirme vivo o muerto, que sea el dolor y depresión que me motive a entregarme, que sea mi alegría y satisfacción que me haga reconfortar esa unión, más allá de todo, necesito de él, porque por más que me hunda en la miseria él me acompañará con mares de lágrimas calladas. Que mientras dirija mi mano a continuar con la masturbación en su miembro, y el cabalgar al mismo tiempo, pensando el qué dirá, y a su vez, que esté pendiente de lo que diré, no podrá desligarse aun cuando sea lo único que desee... Así que aproveche, indefenso lo tome, alzando las rodillas para que le sirvieran de sostén para continuar meneándose, deslizando mis labios por su cuello, mordiendo con tal de tatuarle.

— ¿Estarías a mi lado pase lo que pase? Una vez creí que escapaste por haber sido atacado por la inquisición, y esta vez, algo natural se apoderó de mí. Temo a que te marches, el saber que ya no puedo verte, que ni con un ojo podré deleitar más a mi precioso querubín. Y que no acaba todo ahí, que hay algo más que jamás comprenderé, puedo olvidar de nuevo quién soy, y por ende a quien le pertenezco, lo he descubierto tras sentir su presencia. Lo conoces, sabes de quien hablo, eres sabedor de lo que es capaz y de lo que puede hacer conmigo.

Incruste los colmillos en su yugular, callando, irguiéndome, aventando su templo contra el suelo, pegando mi pecho al ajeno, sin haber movido la posición, resultó ágil a la hora de las embestidas, contrayendo mis nalgas tras el empuje, tomando, soltando y volviendo al mismo los labios en su mentón, asemejándose a una mordida dada tantas veces, depositando la seguridad en la falange que se encarga de manipular el miembro de mi amante que no le soltare, así por mucho que se oponga si es el caso en su reacción. ¡Así de  perverso soy! Pero estoy dispuesto a hacer lo que sea con tal de que no haya un adiós, o un sufrimiento total.

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