Can't fight the Moonlight | Privado

por **Christopher Marlowe** Lun Nov 07, 2016 5:26 pm

Can't fight the moonlight

Como el viento se mueve y como éste, muere. Arde en las llamas del olvido y pasea. Pasea con descuido. Piensa en su vida, en aquella que se le escapó, en aquella que él mismo transformó. El tiempo no es buen aliado, crea esclavos que caminen a su lado, a las órdenes de la decadencia, nunca de la mano de la prudencia.
Christopher Marlowe conoce el secreto de la eternidad: la soledad. Amiga incansable, maldición interminable, persigue al escritor y calma su aflicción. Escucha sus pensamientos bajo la luna del dolor.

- Amor mío, no tienes ni idea.

En su cabeza un eco. Alguien a quien ya no tiene respeto. Un fantasma que le tiene sujeto. El escritor de sus besos, dramaturgo de peso.

- ¿¡Y es culpa mía!? ¿Es culpa mía que la historia misma no sepa escribirse? Farsante siempre fuiste. Te aprovechaste de todo lo que yo tenía y lo vendiste como tuyo. ¡Si, de acuerdo! Tal vez los escritos no fueran míos, pero duplicaste mis tácticas y las prostituiste en pos del ciudadano de a pie. Malditos isabelinos, ¿qué sabrían ellos? ¡Si, la historia, la historia! ¿Quién escribe la historia? William Shakespeare, a ti se te prometió el cielo y yaces bajo tierra. Ni siquiera tu espíritu se encuentra liberado, pues tu voz atormenta a los viejos amigos. ¿Y yo? Recuerdo olvidado de una época que no se merece lo que tenía. ¿Y qué ha hecho el tiempo de mi? Se me ha prometido el Infierno y después de tantos años, todavía piso la tierra que a ti te sepulta. Un trato justo, ¿no?

Carcajadas al aire, continúa su paseo. Replica a la nada sin pensar que ya no hay jaleo. A solas en la penumbra del parque, un extraño visitante se percata de su parloteo.

- ¿De qué puedes quejarte? Tantos años chupándome la sangre, en algún momento debía ser mi turno. Un trato justo, sin duda. La inmortalidad no es para todos, corazón.

No, no lo era. William Shakespeare se coronaría en una inmortalidad atemporal mientras que Marlowe... viviría en un olvido colosal.
C'est la vie.

por **Thackery Laine** Vie Dic 02, 2016 3:15 am

En noches donde la demencia y el buen juicio ensordecen los oídos del turbado como símiles atrevidos, se da fallo sobre la marcha necia. Como si fuera hazaña para el miserable, como si fuera el réquiem a la fatalidad que tanto lo acongoja. ¿Podría estar equivocado? Al final, la miseria carga nuestra cruceta, moviendo los hilos del designio, y nos dirige hacia una efímera utopía. Maquinada desde la esperanza, maquillada por un triste inconsciente. Efímera. Así como el encanto inmaculado de las doncellas, así como el estado de embelesamiento. ¡Y sin embargo aquellos encantos sí serían eternos! La perpetuidad de la belleza a cambio del alma, puesto que en su lugar subyacía una sustancia turbia, que me sujetaba a la idea de su sacrificio. Se comprendía indiscutiblemente que el carácter de mi análisis iba más allá de mi tendencia a la meditación. Por consiguiente resultaría insensato lanzarme a la ventura con esos seres; más cuando alguien dependía de mi función como sepultero.
Ciertamente me encontraba de regreso, atravesando el camino del parque, guiado por la mortecina luminiscencia de los faroles, cuando advertí a otro caminante en la penumbra.

Imprudente, se movía sobre las fauces de Érebo sin buscar oyente. Una lengua que evocaba con gran despecho la memoria de una figura muerta, y sin embargo eterna. Isabelino estimado, en mi claustro estudio alguna vez considerado. Resuelto bajo la cautivante dramaturgia, iniciaría de la misma forma a mi hermana sobre Hamlet, con la esperanza que aprendiera también un poco de la lengua inglesa. Y entonces, embebido en el súbito recuerdo de sus lecturas, sobrevino a mi consciencia un fragmento, y lo que alguna vez fue de mi meditación un alimento, ahora se pudría como materia de escarmiento. Acto tercero, escena segunda: «… los deseos y las suertes andan tan al contrario, que fracasa siempre nuestra intención; nuestras ideas son nuestras, pero no lo son sus fines» Inoportuna mi mente respondía, condicionada a los estímulos ofrendados por el portavoz sugestivo. Ah, quien fuera testigo de la difamación. La inflexión de las palabras, ¡el arrebato de su desdicha! Se necesitaban más que simples rudimentos de naturaleza artística, para improvisar semejante discurso. Probablemente fuera la causa de mi insistencia a oírlo. Sería un actor, o un simple borracho. No, un actor borracho tal vez. De lo contrario no se explicaría la estructura de la improvisada elegía. No es la alegría, sino el sentimiento vil de un alma envenenada el que podría declamar con la vehemencia de la que fui testigo, pues, cuando el veneno toma el lugar de la sangre, gobierna con perversidad sobre el juicio, incapaz de dar tregua al desgraciado que bebe para abandonar de manera perecedera el despojos del mortal perjurio. Busca por lo tanto desesperadamente los medios para calmar el ardor. Un impulso primitivo, necesario. Por supuesto, suponiendo que lo anteriormente oído fuera el invento de una gran mente, esto no sería más que una metáfora.

Con precaución acerqué mis pasos hacia el hombre que aún renegaba con el aire, e hice el intento (si es que el volumen de mi voz podía considerarse como tal) de llamarlo. Mas mi pretensión jamás fue completada, al oír brotar de su garganta aquellas carcajadas. El sobresalto había conseguido que abriera mis ojos con ligero espanto, y retrocediera sobre mis pasos, buscando nuevamente el sendero iluminado.
Borracho. Definitivamente borracho.

por **Christopher Marlowe** Sáb Jun 17, 2017 6:33 am

Fue como el fénix que en llamas se consume que el vampiro despertó de la ensoñación en que su coetáneo le había sumido, batiendo sus alas de nuevo. Cenizas a las cenizas, muerte a la vida. No es sencillo intentar comprender la espacialidad de un demonio que duerme de espaldas al día y hace el amor con la noche como le place. Los meses se sucedían en segundos en lo más concurrido de su memoria y los minutos vacíos que dedicaba a rememorar otras épocas se comían parte de su no vida mientras sus ojos viajaban de lado a lado, perdidos en un bucle que nada aportaba, esclavos de la cantidad de idas y venidas que daba el dramaturgo dentro de si para rememorar acá y allá. ¿Podía decirse que había transcurrido una hora entera desde que se plantara en aquel punto exacto del parque y dejara volar su imaginación en silencio, con la boca abierta y su saliva bailando sobre su labio inferior? Quién sabe, más que un reloj de bolsillo. Casi como si su propia existencia se hubiera ausentado durante meses, despertó con un grito sordo de un camastro marcado de nostalgia.

Con torpeza limpió su barbilla de los efectos secundarios de aquella ensoñación tan larga y casi al instante comprendió que no estaba solo. Comprendió que alguien llevaba desde el comienzo de su paseo –el que se sucedía en su cabeza- observando al demonio de cabellos azabache. No sería, sin embargo, la primera vez que algo así sucedía. Los momentos de desvanecimiento parecían ser cada vez más frecuentes e inesperados, y la multitud ignoraba la clase de narcolepsia mental que atacaba a éste a menudo, por lo que resultaba llamativo o intrigante de algún modo. ¿Quién sería esta vez?

- ¿Cuánto tiempo llevo así? –preguntó volviéndose-. Espero no haber maldecido de nuevo a Mefistófeles, pues no gusta de que su nombre sea pronunciado en vano. Y menos por mi. ¡Menudo diablo!

NOTA:

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