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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Rajmund J. Sikorski Vie Dic 30, 2016 4:21 pm

El cazador y la bestia, frente a frente uno del otro, preguntándose: ¿quién de esos dos es quién? ¿Quién es la bestia, y quién es el cazador? Porque el que solo es hombre lo observa, hacía tiempo que le tenía en la mira, la aversión que surgió en su primer encuentro, en ese instante se triplicó, su cuerpo sufrió una sacudida. Insólito; realmente su cuerpo estaba altivamente agitado, ladeando el rostro con la sangre hirviendo, había matado a golpes a su anterior rival, eran peleas clandestinas en las que había participado. ¿En qué maldito lugar se tuvo que involucrar para que su maldita obsesión se presentará? , si, estaba golpeado, pero no al grado de sangrar, aun necesitaba a una fiera, ese animal que le hiciera lo que Rajmund les estaba haciendo. Cada ronda era vencedor, nadie logró que desee tenerlos en vez de matarlos. Su pago era ese, llevarse a la bestia si resultaba vencedor. Pero, ¿quién se atrevería a llevarle la contraria? Con esos malditos puños, y orejas intimidantes, todo encajaba para que sea el ganador, pues no por su fuerza se mide, sino por la manera en la que ataca los segmentos, de un solo golpazo ya desfiguraba la cara. Y qué excelso momento cuando la sangre se esparcía, manchando la tela de sus nudillos, un tipo vendaje que se había hecho, ya que tan jodido podría ser con el armamento que cargaba en estos. (Anillos pesados de plata, y las púas en estos, tanto en los aros de sus orejas) Todo se valía dentro de este juego, habiendo cualquier tipo de persona de las cuales tienen distintos fines. Unos iban por la plata, otros  para imponer su orgullo, más él, Rajmund iba solo por su presa, al igual que los famosos caza recompensas, que por tratos capturaban.

Que ahora, para llevarse su premio, el último a quien debía derrotar no era menos que Miklós; al que le recuerda que lo odia como a nadie se le puede odiar, el asesinarlo con una brutalidad hasta aplastar sus entrañas, morder y morder hasta que desangre. Le provocaba, sabía que participaba en este tipo de peleas, que es por ello que realmente terminó en ese lugar, arriesgándose. Pero esto era su vida, se las juega con todo, apostando hasta su jodida vida para salirse con la suya. Que el secreto no es el ganar, sino se halla en el transcurso de la pugna. Tal que, lo quería a él, cuyo hombre pelea como un animal salvaje, ya ha visto su manera de combate, le atrae que sea golpeado, le enfurece el hecho de que sea arrasado por su fuerza, que presiona sus puños, moviéndose de un lado a otro, tambaleándose, clavando su mirada a esas pupilas dilatadas, de un profundo negro que se asemeja al odio, recorriéndole el sudor del pecho, todo su cuerpo brillaba, y hacían lucir sus huesos, no poseía un ostentoso músculo, más si lo suficiente para que sus venas resaltaran… —Te dije que vendría a acabarte, heme aquí…

Con una rudeza se dirige ante él, alzando la cabeza al techo donde expone la nuez de Adán hasta la parte de su abdomen, figurándose el paisaje de las bestias, un abismo donde se tortura, eran esas marcas lo que significaban en su piel, la cual de manera abstracta se da vista del rostro de un minotauro, el rey que decide quién es y quien no es bestial. Dando la advertencia de que Miklós lo tendría tarde que temprano en ese mundo. Así, dio el típico saludo al chocar los puños, comenzando la pelea, no era de los que ataca primeramente, esperaba el primer golpe, y así fue como comenzaba a esquivar, se las ingeniaba ya que era más ágil su oponente, lo sabía, (sabe que animal es y por eso lo escogió a él) que de unos movimientos, tiro dos puñetazos directo a los costados. Ya ambos nudillos estaban ensangrentados por sus demás oponentes, una perfecta mezcla que el color carmín, al igual que aquel se hallaba en la misma situación. Herido, derramando sangre que de esta le embelesaba los ojos, sus pupilas decoradas de esa presencia, brillaban después por la impresión en la que deleita esos ajenos segmentos dotados, el cómo se entornan sus músculos, y en la que sus huesos contornean dichos ligamentos. Atractivo lo era todo, la brutalidad en la que sus puños se estampan contra su rostro, le dieron en la cara, alcanzando a esquivar unos, pero no uno,  y el sonido del choque causado, exhalo por la boca con fuerza, ladeando su cabeza de un lado a otro para acomodarla, tronando sus huesos, ardiendo donde el golpe se impactó. ¡Joder! Le estimula el puto dolor, pero se adentra, bajando la cabeza y subiendo la guardia, yendo directo al estómago a tirar directamente, solo fueron tres golpes, controlaba su respiración para que aguante los asaltos, sabe que le llevará mucho con él. Se había proclamado automáticamente su presa después de sentir el primer golpe, el plan es que sea entregado. Él era su trofeo, que los presentes alocados gritaban, pidiendo más, que se golpeen uno a otro, querían su entretenimiento propio, rodeados de todos ellos, escondidos en las viejas calles solitarias, donde uno muere y nadie se mete. Un lugar de mala muerte y por el cual antes merodeaba para después buscar una salida por si los estúpidos traidores se oponen a su destino. Una de dos, que resultara vencedor y que quieran irse todos contra él, o la peor y menos convincente, que terminara muerto por quien estaba persiguiendo. Todo depende del suceso de esa lucha.


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Mensaje por Invitado Mar Ene 03, 2017 5:42 pm

El húngaro llevaba ya tanto tiempo sin visitar sus habituales círculos de peleas con puños, donde el más fuerte es el que vence pero él, el magyar, Miklós, siempre ganaba aunque sólo fuera por el placer que encontraba en el dolor, que casi pensaba que se había domesticado. Como gato, el solo pensamiento de haberse convertido en algo parecido a una mascota le dolía en el alma, en cada maldito ángulo de su identidad y hasta de sus rasgos, que le picaban con las ganas que tenía de echarse al ring hasta olvidarse de sus problemas a golpes. Lo cierto era que aquella había sido la respuesta a cuando lo había pasado particularmente mal, recién llegado a París y necesitado de unas monedas para conseguir algo caliente que echarse al buche; desde entonces, muchas cosas habían cambiado, y él era la primera de ellas... No sin un gesto de desdén por su parte, que consistió en arrugar la nariz y poner cara de auténtico asco, descubrió que se había aburguesado, aceptando un trabajo por un sueldo para una inquisidora que realmente no lo comprendía... aunque no era como si él quisiera ser comprendido. No, Miklós podía ser sumamente complejo, pero si había algo de él que resultaba simple era su masoquismo, que se mezclaba constantemente con su sadismo y lo volvían un maldito adicto al peligro, y alguien que siempre, sin excepción, estaba metido en algún tipo de problemas. La larga temporada de paz que estaba atravesando, en la que incluso se había convertido en un caballero ante los ojos de la sociedad simplemente por el placer a largo plazo de conseguir un medio de vida que implicara cierta seguridad, aunque ni por esas. No, Miklós era alérgico a los valores certeros y sin riesgos, y necesitaba asegurarse de que al menos había posibilidades de que las cosas salieran mal para que se animara a participar: por eso, cuando las cosas parecía que le iban mejor que nunca, decidió volver a esas peleas mugrientas, polvorientas y sangrientas de las que él era tan habitual que todos lo reconocieron en cuanto apareció.

Si bien aquella noche, en concreto, no había luchado desde el primer momento, pudo notar que toda la atención se centró en él en cuanto puso un pie en la casa abandonada donde se celebraban los violentos encuentros; al menos, el luchador que en ese momento estaba ganando lo reconoció, y para Miklós fue como si todos lo hubieran hecho. ¿Cómo podía olvidarse esa cara? No por los rasgos, atractivos pero fríos como el maldito hielo cuando no resultaban enfermizos por la sangre que los manchaba; no, no podía olvidarlo porque lo había atraído por su violencia, y no había nada en sus rasgos que pudiera luchar contra semejante hechizo. Así era: el hombre en cuestión podía ser poco agraciado, lo contrario al tipo de Miklós (¿es que acaso tenía un tipo...? No, que se pareciera a Imara no contaba como tal), un auténtico puerco, que si Miklós lo veía ejerciendo la suficiente violencia no se podía resistir a acercarse, como un maldito mosquito hacia la luz. El hecho de que, además, ya se conocieran porque habían coincidido con anterioridad no hacía sino añadir aún más especias a la mezcla, ya de por sí fuerte, que existía entre ellos, una conexión que no comprendía pero que no por ello era menos real, y casi hasta dolorosa... Pero no, eso aún no, no mientras el magyar se encontrara entre el público, sin unirse a la pelea. Por ello, su cuerpo decidió cumplir sus deseos con rapidez, sin importarle los motivos que su mente intentara imponer con cierta lógica, y antes de darse cuenta se encontraba arrancándose la camisa, utilizando la tela para vendarse los nudillos, descalzándose (y poniendo los zapatos a buen recaudo, porque esos muertos de hambre siempre sentían la tentación de sacar los dedos demasiado largos a pasear con las cosas ajenas) y dirigiéndose hacia el cabecilla de la pelea de aquella noche. Siempre solía ser el mismo, y había reconocido en el húngaro a un rival anterior que daba un buen espectáculo cada vez que participaba, así que lo dejó intervenir sin ningún problema en cuanto el otro, el ganador de aquel momento, derrotó al rival con el que se encontraba.

Mecido por las apuestas del público, las exclamaciones y el olor a humanidad, todo ello una mezcolanza que le recordaba a sus momentos más oscuros, Miklós se dirigió hacia el ring improvisado con la calma de un felino, exactamente lo que él era, aunque probablemente nadie que no fuera él lo supiera. En cuanto llegó, inclinó la cabeza con cierto respeto hacia su rival justo antes de chocar los nudillos, y esa era toda la suavidad que estuvo dispuesto a brindarle al otro, a un rival que se tomó en serio desde el mismo instante en que la pelea dio verdadero comienzo. Así, Miklós se alejó de los sonidos de los espectadores y de nada que no fueran él y el otro (¡qué romántico!), se concentró porque sabía que el tatuado era un rival de su talla, y se preparó para recibir golpes pero, sobre todo, para darlos. ¡Y, Dios santo, qué placer! Él, que era creyente y no solía decir el nombre del altísimo en vano, estaba a punto de exclamarlo, pero la felicidad que sentía por la liberación de sus cadenas y por los golpes que se intercambiaba con el rival no había forma de describirla; por ello, no lo intentaría siquiera. En su lugar, decidió entregarse a la pelea como gustosamente (no tenía ningún problema en admitirlo, nadie había dicho que fuera un creyente del todo consecuente con la fe católica que profesaba) se entregaría a él, dando golpes de formas cada vez menos ortodoxas, pero la gracia que tenía ese tipo de encuentros era, precisamente, que no había reglas... – Vamos, si ni siquiera has empezado, ¿y quieres que te considere un rival? – provocó el húngaro, con un marcadísimo acento que le salía cuando no pensaba en hablar un francés perfecto, y que distrajo al otro lo suficiente para que pudiera acercarse a él por detrás e inmovilizarlo. Como no podía ser de otra manera, su rival intentó defenderse a manotazos, pues Miklós amenazaba con ahogarlo, y cuando uno de esos manotazos le dio en la cara, el húngaro reaccionó como buenamente pudo: dándole un mordisco que seguramente dejaría marca durante varias semanas.

Y así, con ese gesto tan accidental que había nacido del deseo del momento de defenderse, Miklós incendió en el otro un tipo de deseo con el que no contaba... y no precisamente el de terminar de matarlo a golpes, no.
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Mensaje por Rajmund J. Sikorski Sáb Ene 14, 2017 6:35 pm

¿Que si era ameno? Era más que eso, la ferocidad en la que golpea, es exquisitamente como la fuerza se desprende con el dolor, la rabia, y el coraje de los músculos tensados, que sí gozaba de golpear, ¡que jodido regodeo! Hasta en la contraria, que los puños se estampen contra su cuerpo, que el ardor, la pulsación del golpe siguiera, anunciando la euforia de regresarlo y a su vez, recibir otro. Que tan demente y juicioso era ese placer, que por eso, sigue avanzando, no eran débiles los que necesita, no, no iba a cazar a los animales inferiores, iba por ese, por la auténtica fiera, tan peligrosa, ese quien se atreve a mirarlo, a seducirlo sin darse cuenta con su cuerpo torneado, con su bestialidad a la hora de pisar el centro para la pelea. Su típica forma de prepararse, eso quería, ver su auge, su salvajismo, muy propio de un animal que se destroza la vestimenta, no hay tenor de educción, más que modismos callejeros, y el que se vendara con su propia tela, ¡vaya luchador! le interesa que podía hacer con sus nudillos, y aún más, esos pies que ya sentía en los costados, o al menos eso esperaba. Que al estar frente a él, resurgió ese ansia misma por la que padeció con su madre; el querer pegarle, ser él quien la está golpeando, y el morderla con vehemencia, le orillaron a presionar los dientes, apretar con fuerzas los puños, y respondiendo a su inclinación, era la manera de marcar a sus bestias, así las elegía, y es así como inició la maldita conexión del caos, de las agresiones y del bendito mal que causaba el estar cerca. Más dejo que las exhalaciones fluyeran a la hora de soltar los golpazos, llamando a la verdadera sensación de la adrenalina, tocar una mínima parte, así sea con la suavidad en la que se tocaron los puños, no bastaba, necesitaba potencia, la fuerza bruta, su intensidad para permanecer emocionado al ataque. Nadie existía ya en ese círculo, la audiencia ya era nada, solo escucha su respiración, el sonido de los pies al moverse, el choque de los nidillos contra piel, contra músculo. Inyectándose de una agilidad que pudiera perdurar, equilibrando la energía, sin perder los estribos por ser sujetado. Realmente eso quería, una vil trampa para sí mismo, su cuerpo aclamaba la opresión de su oponente, reconocer que grado de peligrosidad se expone. Pero debía esconder sus objetivos, por lo que al principio soltó manotazos, intentando liberarse de los lados que pudiesen ser traicioneros, que con solo un pequeño golpe se sentía amenazado, sus costados fueron primero, en segundo los lados de la cabeza, hasta que el último, fue en el rostro. Eran las reacciones de la opresión, una extenuante alteración que el ser ahorcado, despertaba todo aquello que se encuentre calmo, por lo que ascendieron las manos a sujetar esos brazos que lo inmovilizaron, y ahí. ¡Justo lo que le da vida, le da poder, le da satisfacción total! Una desmesurada mordida, donde se detuvo la sangre precisamente y ya se notaba la marca del daño. Fue el toque que lo despertó, como si pasaran corriente por todo su cuerpo, como si lo electrocutaran para revivirlo, se quejó, girándose a empujones, logrando estar frente a él, cara a cara, donde le dio un rodillazo para liberarse totalmente y saltó dando una patada a su abdomen, que cayera el vil desgraciado, pero no fue todo, ¡oh, claro que no! El despliegue en la que se impulsó para sujetarlo con los muslos en sus costados a la hora que impactara contra el suelo, presionando y sujetándose de este mismo, que comenzó a darle donde podía salir la bestia que necesitaba, (porque ya no podía detenerse, lo quería en toda forma), en la cara, de un lado a otro, en las mejillas el truak se produce, eufóricamente se mueven los puños, presionando las posaderas con firmeza a su pelvis, incitandolo a elevar su furia, hasta que se echó hacia atrás, el instinto le hizo ejecutar una voltereta, levantándose, podía ser letal si permanecía por mucho tiempo en la misma posición, moviéndose de un lado a otro, siendo su turno de atacar, pues parece que la oportunidad la tiene, siendo el primero quien le ha dado mucho trabajo, digno de que le tenga en la mira.

Hasta que ahí es que inicio el mar de sensaciones, ambos ya prendidos, motivados por las agresiones. Inspirado por lo que representa, él es quien le motiva a sangrar y ser desangrado, a golpear y ser golpeado, a morder, ¡ese es su siguiente movimiento! Y ser mordido. — Ya soy tu rival, ¿crees que te meterías aquí, sin serlo? Vamos, deja de hablar y golpéame—. ¿Qué tan afirmativo eran sus palabras? Le exigió, no pidió, no está para pedir, la dureza con la piel que habían estampado sus nudillos cubiertos de anillos le orillaron a abalanzarse y ponerse de rodillas, jugando con los movimientos, pues hizo creer que iría de nuevo a su cara, pero no, fue a su abdomen a donde tiro 3 veces los golpes, y uno que alcanzó a dar en un gancho, sabiendo que podía ser más rápido, pero se las ingeniaba para ir en contra de su visión. Por lo que le sujeto de las piernas al saltar; sus rodillas dobladas, posicionándose para cargarlo, pero fue poco lo que duro aquella preciosa escultura, ya que la cabeza la posó en la parte de su espalda, y cerca del inicio de sus nalgas, levantando sus piernas donde se dejó caer con brusquedad al suelo, chocar con este con el piso era el punto, beneficiándose con los roces, la facilidad de magrear las extremidades, tratando de girarse para sujetar a su contrincante, y doblegando de ambos brazos, al tirarlos hacia atrás, empleando el peso del propio cuerpo a retenerlo, eran menos kilos que el contrario, más la accesibilidad era una cortesía que no iba a desaprovechar. — Ríndete, porque no me iré sin ti—.Sentenció con una grave entonación, demasiado profunda, acudiendo a la maldad tras tirar con más fuerza, esperando el momento en que los dientes sean incrustados en su carne, quería hacerlo, pero si lo ejecutaba, era porque sería vencedor, ya que las consecuencias de que una vez que lo atrape con la boca, es que jamás lo soltara.


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Mensaje por Invitado Mar Ene 24, 2017 4:19 pm

¿Rendirse? La posibilidad ni siquiera se le había pasado por la cabeza antes de que su rival lo sugiriera, y mucho menos lo hizo cuando el otro, Rajmund, lo tentó como lo hacía de tantas maneras que Miklós no quería ni contarlas, consciente de que se distraería y entonces sí que sería derrotado. La lucha estaba siendo salvaje y brutal, pero eso era exactamente lo que el húngaro pretendía, pues si no, ¿qué sentido tenía batallar sin que hubiera reglas? Extraoficialmente, claro estaba; en lo oficial, tenían prohibido matarse porque eso supondría problemas con los gendarmes, y ninguno de ellos pertenecía a la categoría de tipos respetables que pudieran librarse de ser detenidos simplemente por existir. Sin embargo, precisamente por eso a nadie le importaba si al final de la noche había uno más o uno menos, ya que, de ser lo último lo que sucedería, ¡un problema menos para la ciudad de París! Con una cucaracha muerta (y, no nos engañemos: para las clases pudientes tanto Miklós como el hombre al que se estaba enfrentando no eran mucho mejor que roedores de la peor calaña), el resto solamente podía seguir su ejemplo, y por eso, desde fuera, eran indiferentes a lo que sucediera dentro. Los del interior, ya, eran otra historia bien diferente, y mientras hubiera entretenimiento disfrutaban de los asesinatos en las peleas como de los golpes que muchos no recibirían, por cobardes y comodones. Miklós no juzgaba el deseo de ver a otros morir, pues él mismo lo había experimentado y conocía de primera mano, nunca mejor dicho dadas las circunstancias, el morbo de la violencia, de causarla y, en una medida que los demás no comprenderían, de recibirla. Pero eso era precisamente lo que el húngaro sí que juzgaba: todos aquellos que los miraban y que, como apestosos voyeurs, sentían una mínima parte de la satisfacción que a él lo recorría con cada golpe, pero jamás tendrían el valor de unirse a la pelea.

¡Pero, en realidad, tanto mejor! Ni siquiera él podía negar que había cierta intimidad entre el otro y él, una que estaban consiguiendo a base de golpes y de comportarse como dos bestias, a punto de devorarse el uno al otro de la manera más literal y metafórica a un tiempo que fuera posible. Así era: Miklós, aunque no lo demostrara porque realmente quería vencer, se encontraba excitado, y no poco además, como no podía ser de otra manera dado su estado de liberación y exaltación absolutas. Efectivamente, Miklós se encontraba muy próximo a descargar su estado animal por completo sobre el otro, pero no transformándose, sino quedándose a puntito de hacerlo, como si quisiera tentarlo hasta el punto de obligarlo a que lo presionara, y así tuviera una excusa para dejarse llevar y abandonar ese escaso autocontrol que aún mantenía. Ah, si supiera cómo lo conseguía… Pero no, era absolutamente inconsciente, tal vez una reminiscencia de que no se encontraban los dos solos por mucho que hubiera bloqueado de su campo de visión a todos los que apostaban y gritaban mientras los veían y ansiaban ser como ellos. ¿Para qué prestarles atención, cuando podía simplemente ignorárseles y no dejar que distrajeran a uno con sus tonterías…? Así pues, Miklós continuó escuchando las respuesta secas del rival, que ardían contra su piel y le quemaban en la garganta de las ganas que tenía de responder, aunque al principio se limitó a sonreír, sintiendo la sangre en sus labios y goteándole por la barbilla, y a defenderse, rápido, como sólo él sabía. Pudo evitar el mordisco del otro y lo observó un segundo, preparándose para, a continuación, atacarlo en donde tenía la guardia baja: las articulaciones. No le resultó difícil, pues, golpearlo en la parte trasera de las rodillas para inmovilizarlo; en los hombros para, si no desencajárselos del todo, al menos sí lo suficiente para que le doliera ese breve encaje; en las muñecas, para tal vez abrírselas, y debilitarlo de forma lenta pero segura.

– Pues me parece que te vas a quedar con las ganas, porque no pienso rendirme, y mucho menos porque tú lo digas. – replicó Miklós, gruñendo, un sonido mezcla de cómo lo haría un animal y de cómo sonaría en su forma completamente humana (si es que era capaz de dicha forma; Miklós, personalmente, lo dudaba, porque sabía que era demasiado felino para ser totalmente humano) si se encontrara absolutamente excitado. ¿Y acaso no lo estaba? De acuerdo, lo disimulaba, pero la pasión con la que se golpeaban lo hacía desear someter al otro hasta el punto de hundirlo y quebrarlo, de doblarlo por la mitad de placer doloroso del que él era tan bueno en proporcionar con toda la (escasa) generosidad de su corazón negro y podrido, salvo algunos pedazos. Además, así podía distraerse de sus problemas, y lo hacía mirando el rostro sangrante, de ahí que fuera bello, de su rival, golpeándolo ahí y en el resto de la superficie tatuada de su piel hasta que lo tuvo donde lo quería: en el suelo, con el húngaro haciéndole una llave que había aprendido de alguien en alguna parte. ¿Quién llevaba la cuenta de los cientos de influencias diferentes que Miklós había recibido con el tiempo…? En fin, la cuestión era que ahí estaba, tumbado en el suelo con el otro encima, brazos y piernas inmovilizados por las piernas del propio Miklós y los brazos del húngaro inmovilizando su cuello, de forma que le estaba cortando el aliento. Y como si lo alentara (en su cabeza habría jurado que podía oír cómo le pedía que lo hiciera más fuerte, ¿o tal vez fueran sus deseos consiguiendo expresarse…?), Miklós continuó haciéndolo, pues tarde o temprano el polaco perdería la respiración, como Laborc deseaba que lo hiciera. – Has elegido a un rival muy por encima de tus posibilidades. – criticó, profundamente satisfecho, y con el mismo tono del maullido de un gato ante un cuenco de nata fresca.

Con lo que Miklós no contaba, probablemente porque estaba ignorando deliberadamente pensar en ello siquiera, era que por la posición en la que se encontraban, cualquier movimiento del rival podría excitarlo aún más de lo que ya estaba… y, entonces, adiós a la discreción que había logrado mantener hasta aquel instante.
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Mensaje por Rajmund J. Sikorski Mar Feb 14, 2017 8:43 pm


— Difiero de tus afirmaciones, me estas comenzando a conocer, poco a poco descubrirás qué es lo que espero de esta pelea, estoy totalmente seguro que no habría elegido a alguien más mejor que tú, ¿qué te está diciendo mi piel, mi hedor pero sobre todo mis golpes? ¿Crees que matarte es mi cometido, o quitarte un título que ni me interesa? Te dare una pista, solo tú sabrás la respuesta.

Aclarando sus motivos, detonando el sumo interés en esa exuberante pelea, era lo que tanto ansiaba, pero aún, pedía más, nunca es suficiente, no para él, en realidad iba por la bestia, estaba ejecutando las maniobras de combate para provocarle, lo quería todo, tanto que se media en su fuerza, en su temperamento, en la mirada para con él, y sobre todo los roces, las llamativas magreas realizadas para alterarlo, va con todo, juega sucio, lo admite, el combinar los golpes con caricias descaradas, insinuaciones que si no se ha percatado el otro es que, en realidad no sabe nada, más ese no era el caso, sabe las intenciones de este cazador, conoce su juego por lo que le motiva a enredarlo más a este. Excitado porque es respondido a cada uno, no se percata (o quizás sí) de que está cumpliendo las satisfacciones de este animal sediento, como si no hubiese comido por días, un largo periodo en el que sus tripas se retuercen para devorar aquello jugoso que se le presentara, ¿y como no decir que estaba exquisito? Púes su sudor ansia lamer, era plasmado en la propia piel, resbalan los cuerpos después del choque, morderlo, ya no puede demorar más, entre más es la espera para hacerlo, más se elevan las ganas de tenerlo. Rugiendo su pudor, las heridas se hacen notar pero es ventaja de una pasión grotesca, entre más heridas tenga, más placer le brindan, tan loco, pero él no se define de aquella manera, es tan demencial que su juicio lo controla, está al tanto de lo que está ejecutando en ese círculo, la audiencia está poseída, como sí Luzbel los hubiera manipulado para gritar, exigir más sangre, más golpes, y muerte podría ser lo único que esperan, pero tan insolentes, tan crédulos e ignorantes no saben aprovechar este espectáculo; uno con mayor énfasis, con potente actuación que deberían desear hacer lo mismo en vez de esconderse en sus exigencias.

Costandole cada segundo, cada minuto, y ve que está a punto de ver su presa, o su cazador, cualquiera que sea la situación se la juega, así como iba con todo por él, su contrario recalca que no se dejará vencer, (tan fácilmente, porque era hora de que el pelaje y un hocico le amenazaran, esa jodida adrenalina, la gravedad en la que se dejaría vencer seria esa) si, quiere morder, pero al animal, cuyo cuerpo debía transformarse para eso, aceptando que podría ser vencedor y perdedor; la primera por obtener lo que su morbo aguardaba, y la otra, de que en el combate como la ley del más fuerte resultó, no podía ganar aunque diese más del %100, el orden de la naturaleza no le beneficiaba, ese encuentro estuvo desde un principio perdido, a menos de que se niegue a que la multitud le vea. ¿Pero quién de esos bastardos se negaría a un combate de esa magnitud? Al contrario, estarían complacidos de que esté desfigurado, de que solo haya un vencedor. Y fue demostrado cuando su contraparte le hizo caer, dio justo en el blanco, en los tendones de las rodillas, una patada que estiro los brazos, pues no caería solo, se lo llevaría con él, pero sujeto de sus muñecas, sometiendolo quería, no se doblega, no, no lucha, que entre mas fuerza ejerce más le debilitan. Pero aprovecha para acercarse, relamiéndose los labios pues queria lamer su barbilla, su labio sangrante, más es imposible, gime, su boca entreabierta la mantiene, escapandose su aliento, caer a los encantos de su llave, el tener su peso y sobre todo, ahí, en una morbosa posición que le ayudó a elevar su libinidad, insinuándose su falo; erecto, endurecido por su causa, y sus acciones, no había posibilidad de ocultarlo, que relajo los muslos, gozo del ahorcamiento, fluyendo la incosciencia por la falta de aire, no se resiste, quiere hacer creer a su enemigo que ha vencido, pero es lo contrario, pasaron segundos, minutos tal vez. Su piel se torno roja, su rostro casi pálido, resaltando sus venas, pero ahí fue que una vez más, logra safar su pie, al elevar la rodilla usando como ventaja el movimiento ajeno, que de un empujón, como si de una embestida se tratara, le orilló a cambiar de posición, (fue entrenado a base de golpes, estuvo al borde de la muerte un sin fin de veces, que parecía ser otro entrenamiento, su fuerza de resistencia le diferencia, la habilidad por bloquear y atacar le fueron concedidos) por lo que la sorpresa es que se apoderó de su falo, apretando con fuerzas, era su último movimiento, ya no había más, (su cuerpo alterado y con el derramamiento de energía, debia reposar, es el defecto de ser humano, si es que lo catalogan de esa manera) que se escondía en los pechos unidos esa mano, estando tan cerca, como en posición amatoria, y le hizo entrega de la mordida; fuerte, incrustando los dientes, se queja por la droga que le suministra esa acción, acto de insinuación, se entregó a él, él tenía el último asalto, su decisión la dejó en sus manos, pero mientras se decidía, jamás abandonó ese cuello, jamás soltó ese miembro, se aferró como un perro con su hueso al hocico, rabioso de que se lo quitaran, abrazandolo con la otra mano, en ese instante no hubo otra opción más que aceptar el fin de la pelea por esta ocasión, y en ese lugar, porque después, no será siempre igual.


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Mensaje por Invitado Miér Mar 01, 2017 1:41 pm

No, por supuesto que no pensaba que su objetivo fuera matarlo o, peor, superarlo en esa reputación que se había ganado de ser el mejor peleando sucio, pero si no quería eso, ¿qué demonios quería de él? Por eso había preguntado el húngaro al polaco, por eso le hablaba y lo intentaba, aunque sin demasiado entusiasmo, especialmente a medida que se notaba literalmente magreado, y se endurecía al mismo ritmo que lo hacía su mandíbula, cada vez más apretada. ¿Cómo se atrevía a hacerle eso en público, precisamente a él, y sin su permiso explícito? La vena sadomasoquista de Miklós se estaba viendo reflejada en todos sus malditos actos, pero dominaba la que ansiaba provocar y dominar, no la opuesta, de ahí que se sintiera ultrajado y le devolviera los movimientos, visiblemente rabioso, aunque no se diera cuenta de que así era. Estaba demasiado ocupado efectivamente sintiendo como para percibir que lo hacía, ya que, de hacerlo, se habría detenido para reventar de felicidad porque ¡su apatía no era del todo tal, era capaz de no estar muerto por dentro durante, al menos, cinco minutos! Antes de la pelea le habría resultado imposible creérselo, y probablemente después de la pelea estaría muy ocupado con el polaco (aún no sabía cómo, pero oh, qué consciente era de que lo estaría… por sus santas narices que así iba a ser) para pensar en ello, así que ahí tenía una oportunidad perdida, pero al mismo tiempo aprovechada. Qué contradictorio, ¿no? Bueno, se trataba de Miklós, que enredaba absolutamente todo en lo que terminaba metido, incluso al polaco aunque aún no hubieran hecho realmente nada más que refrotarse durante una pelea pública, algo ante lo cual todos estaban haciendo la vista gorda. ¿O es que realmente habían visto algo semejante tantas veces que ya les daba igual? Fuera lo que fuese, aunque tuviesen voyeurs, Miklós se sentía como si estuvieran prácticamente solos, y aunque eso lo tentó a continuar, lo que en realidad hizo, a continuación, fue terminar cuanto antes.

– Qué crecidito estás… Ah, no, no se trata de ti, sólo de lo único que te hace interesante a mis ojos. – provocó, pero en su oído; lo vaciló, pero porque lo estaba buscando, igual que sus manos que, cegadas por el deseo, anhelaban tocarlo aunque lo hicieran dando bandazos y golpes, pues debían mantener las apariencias. ¡Y lo que no eran las apariencias! Las ropas en el cuerpo del otro, quietas y firmes, también habían de quedarse en sus lugares respectivos por el momento, mientras la provocación del húngaro cobraba sentido y el polaco se movía rápido, pero exactamente como Miklós deseaba. ¿Acaso no había sido ese su motivo para decir lo que había dicho…? Tal vez parte de él quisiera lanzarse al vacío, pero era lo suficientemente inteligente para saber que debía hacerlo en la intimidad, donde las sombras pudieran ser sus cómplices, y no rodeados de bestias inmundas que hacían que una pantera como él pareciera lo más humano posible. Así pues, convencido en lo más profundo de que sus ideas y planes eran los correctos, Miklós se empeñó con todas sus fuerzas en acabar la pelea a la que se había lanzado con ganas, pero de la que intentaba arrastrarse como podía, con la lentitud inevitable de querer hacer algo pero que el mundo se ponga en tu contra. Efectivamente, el rival era duro de pelar, y más cuando sentía su mano cerrándose en torno a su miembro palpitante y tan duro como una maldita columna de mármol, pero a testarudo no lo ganaba nadie al Rákóczi, especialmente cuando le daba por demostrar esa vena noble suya, así que se centró, y nada más que a eso se dedicó. ¡Golpes, llaves, patadas, mordiscos y tirones! Todo servía si así conseguía derrotarlo, hundirlo y humillarlo, esto último por tocarlo sin su permiso, pues aunque le hubiera gustado, no le satisfacía tanto verse limitado por un ser como aquel, del que no sabía nada salvo sus intenciones de conquista, vete tú a saber en qué sentido, del cuerpo del otro.

– Ya va siendo hora de que aprendas tu lugar. – bufó, felino como siempre, pero esa molestia pasó desapercibida en cuanto se dedicó a hundirlo, a centrarse en ser mejor, porque para algo era una bestia, ¿no? Daba igual cuánto hubiera entrenado el polaco o cuán bueno fuera en lo que hacía: Miklós, por méritos ajenos y por genética propia, iba a ganar esa pelea, y efectivamente lo hizo, gracias a lo cual se dispersó el círculo a su alrededor y finalmente quedaron solos. Si bien eso de finalmente era un eufemismo, porque al húngaro le pareció que no se habían dado la suficiente prisa, el momento anhelado por él llegó, y cuando lo hizo, pudo cumplir con lo que más lo iba a satisfacer en ese momento: agarrar la cara del otro y estampársela contra el frío suelo, sin más testigos que su mirada fría y certera. A continuación, en cuanto los ojos del otro se le clavaron con claros síntomas de una fuerte contusión como consecuencia del golpe, el húngaro por fin se sintió plenamente satisfecho, y decidió hacer lo segundo que más lo satisfaría de todas las muchas opciones que tenía: atrapar su boca y besarlo. Pero no fue un contacto romántico, sino que la batalla que segundos antes habían estado plantándose el uno al otro con sus cuerpos respectivos pasó a un escenario total y plenamente bucal, con sus dientes chocando y sus lenguas enredándose a un ritmo escabroso, así como ellos eran. Los segundos pasaban en esa espiral de violencia en la que saliva y sangre se mezclaban y se compartían, uniéndolos, y cuando el húngaro decidió terminar el contacto, lo hizo a tiempo de evitar un mordisco, que iba a llegarle por parte del otro de haberle dado apenas un par de segundos más. – Apréndete esto de una vez: no sin mi permiso. Y no lo tienes. – sentenció, tan rabioso como ardiente.

Si Miklós había acudido a pelear por sentir algo, debía admitir que su deseo se había cumplido por encima de sus expectativas; tanto, de hecho, que estaba a punto de querer volver a ser como antes y estar absoluta y completamente anestesiado en lo sentimental, en vez de tan a punto de estallar como con aquel misterioso hombre.
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Mensaje por Rajmund J. Sikorski Lun Mar 20, 2017 9:36 pm

Remunerar; ¡Por supuesto que ansía, grita, se retuerce! por recompensar a aquel que sin desearlo está satisfaciendo sus cometidos, ¿cuánto tuvo que provocar para obtenerlo? ¿Cuánto fue que se arriesgó para seducirlo? Una extravagante obsesión, la mayoría dice que no tentara a la bestia, peor lo hizo, fue en contra de las amenazas, advertencias que ahora era burlesco, fue suficiente pegarle, el dar el mordisco sin siquiera soltarle, se aferra agresivamente, liberado esta y nadie lo supone, se está jactando de placer, el ser despedazado por sus puños, sus rodillas, sus pies, todo, era una sensación inexplicable, una exaltación por destruirse mutuamente, prendido por sus réplicas, alterando la mínima arteria, lo quería todo de él, y lo estaba obteniendo. Más fue triste, ¡oh, claro que le desilusiono! No pudo deleitar aquella fiereza peluda, más en cambio, su fuerza, su salvajismo se aumentó, jamás por aceptación iba a liberar ese falo, claro que no, cuan animal tiene hambre, ganas de permanecer con esa especie de hueso para mordisquear, pero parece que a su oponente le desagrada, fue el sketch que hizo erupcionar el momento, atacado es como entre sus laves y defensas a su cuerpo, el ir donde más le provoca, pues las mordidas fueron la exacta observancia por parte del otro en que se veía afectada y por ende cedería su mano a soltarle, y no se diga del impacto de sus patadas y tirones, el dolor era sumamente gratificante, si pudiese correrse en ese instante ya lo habría hecho más su momento aguardaba. Se cubría cuando era imposible sujetarlo, se removía ante los impulsos y arrebatos tratando de esquivar, haciendo omiso a sus contestaciones, el enfado expuesto le hacía desearlo más, como si lo hiciera a propósito, se está convirtiendo en un imán al cual no se desprendería hasta que su fuerza se acabe.

Su lugar esta donde las bestias habitan, lástima que aún no comprenda la magnitud de ese encuentro,  por qué él, y no otro. Reinando lo que supuso desde el principio, la ley de la naturaleza puede más que una tajante para Rajmund, las palpitaciones, el ardor y la quemazón en las zonas de los golpes aumentaban conforme atizaba, poco a poco la gravedad del asunto daba fin, el en el suelo permanecía, cubriendo (tan descaradamente no podría ser de aquella manera, pues hace reflejos de protección cuando era lo menos que esperaba) los forcejeos eran tremendos, consecuencia de las heridas que comenzaron a tornarse en su piel, en el rostro, exactamente en uno de sus mofletes fue pateado, la hinchazón, el rojo que perdía su tono ante una especie de moretón, violentamente es que decidió acabar con él, que no se percató de que poco a poco quedaban solos, ya era claro quién era el vencedor, más espero a que jamás se detuviera, que sus veracidad recayera en el completamente, ya su cuerpo no se opondría a tan complacientes caricias. ¡Que insinuación tan energúmena! Ahí, fue el punto de correrse, el ser estampado contra el suelo, una lesión que tenía para saborearlo un buen rato, abriéndose la cabeza, derramando sangre de esta que en su vista, se nublo, y en un ojo fue impedimento, la sangre arraso con este, y en su boca sintió ya la ajena, aun podía moverse, pero reposo, sin dejarlo ileso de ese acto, lo atrapo, otorgándole una bienvenida, debía ser acaparador después de todo, succiono su lengua cuando la atrapo, chupando una y otra vez, ensangrentada las bocas, gozando de su paladar y la prolongues grotesca, un ritmo caótico en la que sus falanges se deslizaron a amabas mejillas, incrustando las uñas en esta, impidiendo que se apartara, quería morder, y no desaprovecharía. Más solo quedo relamerse los labios, sosteniendo sus irises, liberando un gesto quejoso y a su vez excitado, palpando el daño en su moflete hasta la cabeza.

— A estas alturas, ¿aún quieres que pida permiso? No hay nadie quien te lo impida, has ganado, lo admito, pero eso no me importa, ahora ya sabes que es lo que quiero. ¿Estás seguro que no tengo tu autorización?

Se trató de incorporar, contrayéndose en las partes golpeadas, logrando estar de pie, pese a que podría caer, pero consciente estaba en que arriesgaba todo, había creído que si perdedor resultaba, seria muerto, y a ese grado no se situó, por lo que esperaba lo peor, y estar vivo, se podría soportar cualquier cosa. Desprendiendo pasos, acercándose a él, tomándolo del cuello bruscamente al tirar del mismo y volver a chocar las bocas, estampándose contra esta, iniciando un beso con un ademan de mordida, pero simplemente se posesiono de uno de sus labios y lo jaloneo, a la mala es que admite las cosas, como por ejemplo su lugar, ¿Cuál era entonces? No se sitúa en un supuesto púes solo con que reciba lo que quiere, le da igual la manera de obtenerlo, sacando ventaja porque era interesante a sus ojos, ¿Qué clase de interés era? ¿Será semejante al suyo? Lo descubrirá, púes no se limita, buscando su lengua, iba a morderla, y así lo hizo, molestarlo hacia, provocarlo ya no hacía falta, iba dirigiendo las manos a sus prendas, desabrochando su pantalón, buscando aquel falo dotado y sobre todo, estar al tanto lo arriesgado que seria, ya que gusta de morder. Abandonando su boca, mordiendo su cuello, cayendo poco a poco, al ponerse de rodillas, no se sentía humillado, ni alguna sensación a esta, iba por su interés, su mano libero aquel falo y es como comenzó a golpearlo, cachetearlo por resistirse tanto, arañándolo porque le palpitan las lesiones, iniciando una masturbación manual dejando que uno de sus dedos golpeara su extremidad, hasta que, lo llevo a su boca, un coronamiento, presionando con más fuerza y así seguir el ritmo, aun cuando sus manos le incitan a desquitarse con sus testículos, no podía quejarse, su boca está ocupada, al menos con movimientos lo haría.


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Mensaje por Invitado Mar Abr 04, 2017 11:10 am

A esas alturas o a cualquiera que se les cruzara en los caminos respectivos, separados sólo en las fantasías del húngaro con momentos menos complicados que los que le tocaba vivir (y especialmente con la bestia parda que lo estaba besando como si quisiera arrancarle la boca), siempre debían pedirle permiso. Siempre, cada maldita vez, no había circunstancia en la que el orgullo del húngaro no se interpusiera en lo demás y no quisiera (no, no quisiera, exigiera) que todo se hiciera de acuerdo a como a él le gustaba y lo permitía, y no de forma distinta. ¿Qué podía hacerle? Suficientes veces le habían intentado burlar la inteligencia, resistiéndose a pedirle el permiso necesario para hacer algo que le atañía a él y nada más que a él, y él se había hartado de esa soberbia que no correspondía a nadie que no tuviera su sangre, su vida y sus circunstancias propias, únicas e irrepetibles. No, sólo Miklós decidía lo que tenía lugar en Miklós, eso por descontado, y el hecho de que al otro le estuviera permitiendo llegar a ese extremo, suponía, era su manera de darle permiso, ¡pero se lo había pedido! Tal vez no con palabras, porque a la vista estaba (más bien al oído, pero bueno, la intención es la que cuenta) que todo lo que salía de la boca del otro era ponzoñoso y estúpido, excepto esos besos que le estaba dando y que solamente podía catalogar como destructivos, igual exactamente que los suyos. Sin embargo, el permiso existía de forma implícita, si bien Laborc se sintió con la necesidad imperiosa, casi tanta como la que sentía por el hombre al que apenas conocía y al que le daba placer golpear (como si fuera el único con quien le sucedía eso, ¡qué más quisiera!), de hablar, tal vez para reafirmarse, o tal vez para remarcar que él era quien dominaba, pues su ego así necesitaba que fuese para darle auténtico placer, habilidades lingüísticas del otro aparte.

– La tienes, pero sólo porque yo te la he dado, y que no se te olvide, porque si tengo que reventarte esa maldita cabeza otra vez para que te entre, lo haré. – espetó, y en su voz no había ni rastro de la indiferencia habitual y permanente que solía empaparla y hasta contaminarla; su voz, con ese acento húngaro tan sensual, se había vuelto ronca, inevitablemente dominada por el placer que sentía, y que no se iba a empeñar en ocultar, en absoluto. Probablemente esa fuera la mayor ventaja que existía en la mentalidad del húngaro, en esa fascinante dicotomía que existía entre la fe con la que se había criado, católica a rabiar, y las tendencias que había descubierto de las formas más impúdicas y casi incestuosas desde que era un crío. Su moral podía ser, en efecto, católica hasta la médula, igual que lo era él, un pecador convencido, especialmente con actos como aquel, de que iba a entrar al Infierno a hombros y por la puerta grande. Sin embargo, Miklós no se avergonzaba de yacer con otros hombres, algo que la Iglesia condenaba con casi la misma intensidad que la naturaleza cambiante del húngaro; Miklós se enorgullecía de ser lo suficientemente abierto, aunque a él le gustara más abrir si se entiende el doble sentido, para saber disfrutar de algo prohibido, que precisamente por eso, tenía todavía más morbo que la situación de por sí. Aunque, si hay que ser sinceros, en defensa del polaco había que decir que el morbo lo derrochaba como Miklós, a veces, la soberbia Rákóczi: bastaba con ver la reacción del miembro de Laborc al verlo ponerse de rodillas delante de él, antes incluso de hacer nada aún más erótico que lo que ya tenían entre manos, para darse cuenta de ello, pero ¿quién llevaba la cuenta? Nadie. ¿Y quién tenía el control? ¡Miklós, por descontado!

Así pues, dominante como siempre, el húngaro cogió la cabeza del otro con rabia y lo obligó a tragarse toda su hombría hasta que la notó chocarse contra la estrechez de la garganta del otro. No se cansó hasta que no sintió las arcadas que el polaco estaba, inevitablemente, experimentando, y solamente entonces lo obligó a mover la cabeza hacia delante y hacia atrás de forma frenética, muchísimo más brutal que lo que una persona normal acostumbraba a hacer en esa situación, pero Miklós nunca había pretendido ser normal... Demonios, ¡si ni siquiera pretendía, la mayor parte del tiempo, ser persona siquiera! Por eso, le daba igual todo salvo su placer, y cuando por fin se corrió (dentro de la boca del otro), no se apartó y volvió a clavársela dentro y profundo hasta que se le endureció de nuevo lo suficiente para presentar más batalla. – Ahora viene cuando me das la espalda y pones el trasero. – ordenó, y nada en su tono daba pie a pensar que se trataba de una sugerencia; aun así, el polaco tal vez se lo tomara como tal, así que Miklós lo apartó, lo empujó y le arrancó, literalmente, los pantalones. Tuvo la ligera deferencia de lamerse la mano y masturbarse un instante, lo suficiente para terminar de humedecer su miembro aún más de lo que ya estaba como consecuencia de la saliva y de su propia semilla; no pensaba tener más gestos amables, y efectivamente así fue: lo empujó hacia delante hasta que puso el trasero en pompa, perfecto para él, y sin más dilación (aunque con sorprendente dilatación) lo penetró, dominándolo desde detrás como si fuera un perro. ¿Y acaso no lo era...? Para Miklós, al menos, sí, y por eso, satisfecho de nuevo, comenzó a montarlo, más despacio que antes, pero igual de furioso que desde que lo había enfrentado por primera vez.

Así era como le gustaba al húngaro, más allá de todas las preocupaciones que pudiera tener en su día a día; así de abandonado, de salvaje, de brutal como realmente era, aunque tuviera que comportarse como si fuera un hombre y no un león furioso, deseoso de morder a todo el mundo por igual.
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Mensaje por Rajmund J. Sikorski Vie Abr 21, 2017 12:06 am

¡Oh! Al fin estaba ahí, lo tenía; sus golpes, sus agresiones, su carne, y aquellos embravecidos y crujientes labios, cada segmento reaccionando efusivamente, siendo burlesco que su cuerpo lo ansié con tanto fervor, la calentura hacía efecto, la aceleración de su respirar y los espasmos del cuerpo, le demostraban cuán afectado está por aquel, al grado de añorar sus advertencias. ¡Si supiera que le place que lo hiciera! Que sea azotado una y otra vez, que sean sus manos que lo estrangulen, le den una adicción imparable a la satisfacción, más el permiso que se jactaba, no representa nada para él, el único cometido es lo que estaba obteniendo, beneficiado en mayor parte, ya que el bañarse de su fuerza, de su coraje, de las maneras en las que su cuerpo es alterado, está fluyendo la excitación hasta por los tímpanos, su voz, su jodida entonación eran afrodisíacos que superan a endurecerse, yendo más allá de un toque, de un arrebato bucal, la felación no es su arma principal, si, como perro rabioso se ameniza, acumulándose una sed por succionar, por mordisquear de vez en cuando los vaivenes le permiten. Era erótica aquella escultura, si pudiesen ser detallados en mármol, sería una magnífica obra, y vaya que la abertura de la boca, debía estar enorgullecido el otro por tremendo trozo de carne, pues, ¿como no estaría hambriento Rajmund? Si todo lo que olfatea, observa, toca y siente, solo es en exclusiva su alucinógeno.

Inclinó un poco la cabeza, era momento de que saboreara un ahogamiento, acomodando la lengua, y desplazando el tronco, motivado con la brutalidad en la que es sujetado, la agilidad del movimiento orillaron a que solo mantuviera abierta la boca, forjando presión cuando la extremidad llegaba a tope, escuchándose los aires perdidos, y las chupadas. La saliva ya cubría todo ese dotado falo, sin cerrar los ojos permanecía, mirando el abdomen del animal. ¡Maldita sea! Tan atrayente, tan deseoso, el morbo es insuperable. Tragándose la saliva acumulada, tornándose rojiza la piel a falta de aliento, el ritmo que marcaba le impedía captar aire, y ahí, se aguantó las ganas de toser, en espera de que le den su leche para premiarlo, y la esencia fue liberada, escurriéndose por la boca, soltando quejidos y presionando los puños por la obstrucción, la sensación es impetuosa, se está estrangulando con el mero placer, entumecidos sus tímpanos, a duras penas alcanzo a escuchar muy bajo, y lejano la indirecta. Impulsado, cae al suelo, al final de la liberación, tosió, recuperándose, relamiéndose los labios y tragó lo que aún resistía en la boca, ese semen era espeso y abundante. Un sabor agrio, doloroso al tragarlo, quedo sensible de la garganta que podía decirse que se lastimó las cuerdas vocales, ya que ronco sonó al querer decir una palabra, por lo que no fue necesario, con las acciones se expresaba. Aclamando el acto brutal, ¡por eso estaba ahí, por aquel instante es que lo cazó además de las mordidas! Que se esconde entre una posición de ruego porque sea penetrado, el dolor; lo es todo en su mundo, las bestialidades son lo que le alimentan dia a dia, no hacía falta que con delicadeza fuese tratado, ¡oh, claro que no!, al contrario, dañado quería ser, penetrado sin piedad para calmar el hambre, desnudado con desespero, porque así es como entre animales se tratan, devorar la carne de un solo mordisco, como vil perra hambrienta, apoya las manos sobre el suelo, en posición de cuatro patas, tras ser embestido, movió el trasero ahogándose un gruñido, esa manera suya de comportarse como animal en la fornicación, echando la cadera hacia atrás, presionando contra su falo para impulsarlo a invadir toda la cavidad, no le importo si sangraba del ano, o que fuese el acto final, se discutirá arqueando la espalda y ejerciendo gestos con dolor gratificante, arañando el suelo, sangrando un poco, deslizando la falange en dirección al propio miembro, el cual emprendió una severa atención; un golpe, una presión porque el estado en el que se halla estallaría de inmediato.

Siguiendo el ritmo de los vaivenes fornidos y precisos, lentos pero lo suficiente para que prosiguiera con el onanismo al mismo ademán de como es penetrado. Más no basta, niega, empujándolo al girarse, ¡ah! Se tatuó en su interior, gateando hacia él, encimándose abriendo las patas al colocar en sus costados, una pierna de cada lado apoderándose del miembro y se penetra de un sentón, montándolo como lo haría un caballo a trote, galopando de vez mientras incrusta las uñas en su pecho, arañando y pellizcando uno de su notorio pezón, mostrando al fin el porque iba tras él. Necesitaba ser golpeado, tomado con crueldad así este muriéndose el maldito, aunque, si, las mordidas son lo que distinguen, por lo que buscaba la manera de que lo hiciera, lo seguía provocando. ¡Así de demente esta! Que la baba se le cae, el falo pide ser humillado.


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Mensaje por Invitado Mar Abr 25, 2017 2:41 pm

Si fuera capaz de razonar con un mínimo de lógica (desde luego, para filosofar no estaba; mucho era pedir que mantuviera la atención centrada en nada que no fuera su placer, pero a veces Miklós era capaz de mucho, y probablemente esa, en concreto, fuera una de tales ocasiones), tal vez se preguntaría si la agresividad que estaba mostrando con el otro era suya o se la debía, precisamente, al polaco. Por un lado, Miklós sabía que era una bestia, y no necesariamente porque solía transformarse en felinos que eran puro músculo y elegancia, así como poseedores de una fuerza abrumadora y completamente sobrehumana, sino porque él era así. Conocía bien los rincones obscuros de su psique, aunque no se detuviera mucho rato en ellos; sabía que estaba enfermo, que era un accidente a punto de suceder, y por mucho que intentara controlarse y comportarse, a veces simplemente no podía aguantar más y se dejaba salir al completo, lo pútrido y malvado incluido. Al mismo tiempo, sabía que por muy dominante que se portara con los hombres en la cama (o en el suelo, o contra la pared, o donde surgiera... apenas tenía preferencias al respecto, ¡si ni siquiera las tenía en cuanto al sexo de su acompañante!), no siempre era tan agresivo, y ahí se encontraba precisamente el quid de la cuestión: el otro lo estaba arrastrando a un punto que, ¡demonios!, disfrutaba sobremanera, pero al mismo tiempo lo preocupaba. O lo preocuparía si fuera capaz de pensar en algo que no fuera montarlo, someterlo como el perro que se le antojaba en aquel momento y que el otro había identificado a la perfección en su posición, una que le facilitaba darse placer a sí mismo, ¡como si el que le daba el húngaro no fuera suficiente!

Más que nunca, el delgado equilibrio entre placer y dolor parecía haber alcanzado un punto álgido en un encuentro a todas luces casual, pero que había derivado de una forma que, al menos por parte del húngaro, no podía esperarse. Tal vez convendría preguntarse si el otro había sospechado que así sería, e incluso si así lo había querido (aunque, honestamente, sólo era necesario mirar a Miklós a la cara para poder desearlo, pues no necesitaba ser guapo como otros para tener el éxito a veces abrumador que tenía), pero eso eran tareas para después. Ante todo, las prioridades claras, y el húngaro sabía que las suyas se encontraban en el trasero del hombre al que le estaba desgarrando de forma lenta pero segura, y sobre todo muy placentera para ambos. ¡Y eso que había tenido el detalle de lubricarse antes...! Si por él fuera, con esa repentina crueldad se lo habría ahorrado y se habría limitado a partirlo en dos sin arrepentirse lo más mínimo, pero por una vez había decidido ser magnánimo dentro de ese arrebato pasional que le había entrado, y así era como había pensado en el otro. ¿Cómo se lo agradeció, por cierto, el polaco...? Cambiando de posición, ¡como si dominar al otro y agarrarlo de la cabeza para tirar más fuerte, más profundo, más hasta el maldito fondo del otro no fuera suficiente para ambos! No, parecía querer mirarlo y que, aunque realmente fuera el húngaro quien estaba dándole al otro (tanto motivos de placer como, literalmente, dándole por el santo culo), al menos dominara los malditos saltos que daba para que las paredes prietas de su interior se friccionaran y frotaran bien contra el falo del magyar, uno que había degustado con anterioridad y con tanta voracidad que casi le había entrado hambre a él mismo. Si tan sólo su actitud pudiera explicarse con tanta facilidad... Pero no, era un dilema hasta para él mismo, quien, no obstante, prefería limitarse a disfrutar y atacar, siempre agresivo, jamás sumiso.

Efectivamente, aunque el otro hubiera montado a Miklós y estuviera dominando, el cambiante tenía bastante mal perder, y su respuesta a la actitud del otro fueron, obviamente, mordiscos, que parecía ser lo que el otro esperaba. Y ante todo debía aclararse que no eran dentelladas cualesquiera, con sus dientes medio torcidos y blancos, sino que las estaba dando con una suerte de cruce con la mandíbula de una pantera, de forma que lo hacía sangrar con cada bocado que le daba, como si quisiera comérselo. ¡Demonios, es lo que deseaba! A él, a ese hombre desconocido al que estaba devorando aunque no llegara a arrancarle piel; se sentía endurecerse a medida que continuaba con sus ataques a la persona del otro, e incluso llegó al punto de tal generosidad que comenzó a masturbar al otro, aun a riesgo de que se le corriera entre los dedos. Había algo salvajemente atrayente en la posibilidad de que su carga terminara resbalándosele por la piel de las manos ásperas, como si así pensara en hidratárselas de la manera más carnal posible; le sabía, sin siquiera haberlo probado, a pecado y a corrupción, y el lado oscuro de Miklós se alimentaba precisamente de eso, así que continuó rápidamente, al mismo ritmo que el otro prácticamente llevaba al botar sobre él. Así pues, obviamente ninguno de los dos aguantaría para siempre, y más pronto que tarde vino el momento en el que los dos, primero Miklós y después el otro, se corrieron, el húngaro en el interior del cuerpo del polaco, de forma que sus fluidos pronto le resbalaron al otro por entre los cachetes, y el polaco en la mano de Miklós, quien, aún preso de ese placer indescriptible, la lamió. Al mismo tiempo, desvió la mirada por el pecho del otro, lleno de marcas de sus mordiscos, y mientras sonreía, utilizó la mano libre para darle un empujón con el que lo tiró al suelo y lo obligó a dejar de albergar su falo en su interior. El tiempo de eso había terminado.

Sin embargo, que el coito hubiera terminado no eliminaba ni lo evidente ni lo que acababa de pasar: Miklós y el polaco, cuya identidad real le importaba lo justo, habían comenzado algo que a saber si alguno de ellos era capaz de frenar antes de que tuviera consecuencias malas para ambos... Peores aún de lo normal en sus comportamientos, quiero decir.
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Mensaje por Rajmund J. Sikorski Jue Mayo 11, 2017 9:11 pm

Erotismo profundo; Allí yace el goce más exquisito sobre su carne, su vigor, su dote, y la manera en la que es poseído, maltratado, cogido con firmeza, y con embestidas alocadas, siendo suculentas para su cavidad, pues resulta que el dolor es la única manera de saciar a Rajmund, apaciguar su hambre con el recelo que lleva contra las bestias, detestando todo de estas, porque ni las garras, ni sus colmillos, ni sus agresiones, o sus alimañas no le son otorgadas, y solo en el acto sexual, en las felaciones, y en el onanismo es la forma en la que son suyas, ¡No es romántico, ni una declaración a estas! Es la cruda tendencia de su ser, tanto como prosigue en el choque de sus posaderas contra la pelvis del otro, subiendo y bajando, saltando como si de eso dependiera su existencia, siendo arrebatos eróticos sus mordidas, aproximándolo a un clímax, que en vez de quejarse, solo calla tras morderse los labios, llegando al grado de sangrarse, rebotando las sensaciones que exclusivamente iban aparejadas de congoja, un mayor goce, que sin duda alguna, terminará por correrse, ya que poco a poco una secreción se avecino a tan salvajada empeñada a causarse con la mano en su miembro, humillándolo como lo está siendo su ano, emprendiendo meneos que ni una puta lograría desarrollar, era un baile que solo entre hombres se llega a conocer pues el secreto es que se conocen, saben de las exigencias que como hombres son libres de ambicionar. Más, alucina nocivamente, el ser mordido, le atrajo la remembranza de cuando mató a su madre por perder el control al deseo, ser dominado por este como justo, lo hacía en ese instante, llegando al orgasmo que entre más apretara los labios, tanto de los de arriba como los de abajo, su quejido se denotaba. Habiendo una combinación entre estos dos, mientras aquel da mordisco, sus uñas se incrustan en su pecho, sosteniéndose de estas para el impulso de los vaivenes, siendo ya el momento, incisivo en su sexo, es llevado a la felación con la mano del animal, y no tardó en correrse después de que fue llenado, esparciéndose el semen entre esos dedos, en su palma, y al echar la cabeza hacia atrás, su pecho alterado, el abdomen entrando y saliendo por la alteración, se siente realmente mojado por la esencia, que siempre estuvo doblegado ante el, arrodillado, inclinado, de cualquier forma.

Sudado, ensangrentado del hocico, de su templo, y vaya, hasta entre sus posaderas que empezaba a escurrirse entre estas el semen del otro, adolorido, pulsando cada herida, morboseando aún el acto en que esa lengua, ese hocico se deleitaba con los propios fluidos, un acto rotundamente ansioso, sediento de tragar de es saliva, y la complicidad en las facetas, ya siendo un hilo irrompible que se enfoca en la rudeza del revoltijo. Hasta que fue aventado, no esperaba más del otro, ya que obtuvo lo que quería, siendo su piel la ardiente memorización de esa dentadura, marcado que cada una, le mantenían endurecido, aún a pesar de quedar sin energías, sin aliento, difícil de retomar la respiración, cayendo por completo al suelo, tomándose su tiempo, ya reaccionaba el cansancio, y el resultado de los noqueos hacia el efecto más severo, queriendo tomar asiento, mirar directo a su cara, pero ahí está lo que más place después de lo carnal, el dolor de lo que estuvo adentro, de lo que hicieron a tu cuerpo, esa sensación gratificante. Tomando el resto de sus prendas, vaya burla, tendría que ir semidesnudo, pero es algo que no le importaba, al contrario, apestaba a él, y al dirigirse, su voz agraviada, con la mirada seria, arrojando un pacto que desde antes de que le cogieran, ya estaba realizado, le advirtió.

— Miklós L. DeGrasso espero que no pienses que esto cambiará el hecho de que voy tras tu cabeza, y por el simple hecho del tipo de bestia que eres, agradece a esa faceta tuya porque es a la que más ansío sobre todas las cosas, por hoy fue suficiente, obtuve más de lo que esperaba, ya que al fin comprendiste mi objetivo. Y entraste a mi juego de cacería sin desearlo, o quizás sí, ya conoces de este estoy seguro. ¡Vaya desenlace!, tan romántica escena en que tenga tu exquisito cuerpo entre mis manos apestando a muerte, ¿crees que sea suficiente para mantenerme inspirado con este incidente? Claro que no, así que prepárate para el próximo encuentro, y esta vez, no serán los puños, ni el cuerpo que te ataque, será algo mucho mejor.



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Mensaje por Invitado Mar Mayo 16, 2017 2:34 pm

No se apartó por asco al acto que acababan de cometer, a los fluidos del otro que los manchaban a ambos o al hecho de que hubiera satisfecho sus necesidades carnales con un hombre; no, Miklós se apartó de Rajmund porque le daba asco verlo si no era en un enfrentamiento, así de simple. Una parte de él, probablemente la felina porque era la más intuitiva de todas (con diferencia), le decía que no era muy buena idea relacionarse con un tipo como él, y aunque Miklós corriera riesgos de ese tipo como estilo de vida, en el fondo era muy consciente de que así era. Había algo en el polaco, probablemente lo mismo que lo había atraído (podía no ser masoquista en la cama, o en donde demonios montara a otros seres, pero sí que lo era en su vida diaria, eso era un hecho), que hablaba de peligro, y el magyar ya tenía suficientes cerca para encima añadir otro... No se lo podía permitir, no si quería seguir diciendo con propiedad que no era realmente un suicida aunque encontrara placer, a veces incluso literalmente, en revolcarse en los peligros más variopintos. La cuestión, entonces, era si realmente quería seguir diciendo que no era suicida, pero probablemente la respuesta siguiera siendo la misma que desde hacía más de medio siglo: no. Miklós valoraba su vida, apreciaba lo que había sido capaz de construir con las circunstancias más adversas oponiéndose a cada una de sus decisiones y de sus desarrollos, y jamás permitiría que nada ni nadie se la quitara a menos que así lo decidiera él, cosa que, por lo pronto, no parecía demasiado próxima a suceder. Así pues, el polaco podía amenazar al magyar en proceso de vestirse y de incorporarse todo lo que quisiera; es más, ¡podía hasta desafiarlo a un duelo formal, como si ambos fueran caballeros, en el mismísimo diario, a la vista de todo el mundo! Podía hacer lo que le viniera en gana y soltar cuanta basura deseara por esa boca que el húngaro había callado hacía apenas un momento, pero las cosas no cambiarían: Miklós no iba a dejarse matar, por desgracia para él y sus pretensiones.

– Si pensara eso es que no has hecho bien absolutamente nada desde que te he molido a golpes, estúpido. ¿Por quién demonios me estás tomando para creerme tan limitado que no entiendo eso? ¿Por un joven romántico que piensa que metértela va a cambiar algo? No me subestimes, no empiezas bien ese enfrentamiento que tanto pareces querer tener conmigo. – advirtió, pero no lo hizo con (particular) acritud, sino que lo hizo con el tono de darle un consejo, con esa posición de superioridad moral que tan poco le pegaba a un pecador como él pero que había adoptado con la certeza de que podía hacerlo, así de simple. Efectivamente, el húngaro jamás había bajado la guardia con él, ni siquiera cuando peleaban aunque hubiera llegado a creérselo en algún momento dado del conflicto, pues ello no entraba dentro de su naturaleza, ni de la humana ni de la felina. Desconfiado como solía ser, y como no se permitía no ser ni siquiera con su familia (ni Imara era la excepción, aunque sólo fuera porque así sabía bien que podría protegerla de cualquier peligro que se la quisiera robar), ni siquiera la laxitud de sus miembros tras el acto que habían realizado ambos le impedía estar en guardia. Bendita fuera su vida anterior, esa que lo había forjado como era, y bendita también lo fuera su maldita naturaleza cambiante, tan odiosa para los religiosos pero tan beneficiosa como él, con los años, había aprendido que podía ser. – Adviérteme todo lo que quieras, polaco, me da absolutamente igual. ¿Romántico, dices? No tengo nada de eso en el cuerpo, y mucho menos para ti, si hemos compartido esto es porque siempre vas a tener una debilidad conmigo, porque sabes que no hay nadie que te dé lo que quieres y te satisface como lo he hecho yo en este momento y este lugar. He entrado en la cacería bien consciente de lo que hacía, así que gracias por tu preocupación, pero preocúpate mejor por estar a la altura, no por mí. Te vendrá bien, créeme. – advirtió, fiero, y esa fue toda la despedida que le dedicó antes de marcharse por donde había venido a seguir con su oleada de vicios varios, pecaminosos y destructivos, pero no lo suficiente.

Sabía que había hecho un enemigo como era consciente de todo lo demás, pero al mismo tiempo era muy consciente de que le importaba tremendamente poco por cómo lo había hecho, ya que si una vez había caído, eso significaba que volvería a hacerlo, y mientras así fuera, Miklós tendría esa ventaja que el pecado le daba más que a casi nadie. Especialmente, más que a Rajmund.
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