AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Bodas de Odio | Privado
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Bodas de Odio | Privado
"A tragedy need not have blood and death; it's enough that it all be filled with that majestic sadness that is the pleasure of tragedy."
Jean Racine
Jean Racine
El Sol se erigía sobre el firmamento, alzando la temperatura y enrojeciendo los rostros. El cielo, límpido, se había teñido de un turquesa profundo, y ni una sola nube se atrevía a corromperlo. Era un día perfecto. Así le habían dicho cuando despertó, con los ojos hinchados de tanto llorar y el rostro pálido de miedo. Ese era su estado natural desde hacía varias semanas, cuando la boda se volvía inminente. Odiaba su destino, odiaba a su padre, a sus hermanos, incluso a su madre, también se odiaba a sí misma, a su apellido y, por supuesto, al mundo. Le parecía increíble que un sentimiento tan negro creciera conforme pasaran los segundos. Se había vuelto irritable, todo le molestaba y nada la conformaba, pero mantenía su actitud silenciosa y llevaba la pena en silencio. Se había acostumbrado a la opresión en el pecho, que la acompañaba con cada latido de su corazón. Renegaba de cada maldito día desde su nacimiento, renegaba de su asqueroso presente y de todo lo que ocurría a su alrededor. Se sentía impotente, esclavizada, encadenada y, por sobre todo, desesperanzada. No había luz al final de su túnel.
Su prometido, Benedict Fripp, le parecía arrogante e intransigente. No le costó demasiado identificarlo con los hombres de su familia, percibía en él esas ínfulas de gran señor. Era frío, elegante y guapo, pero distante, demasiado, mucho más de lo que le habría gustado. “Al menos…” pensaba “no notará mi presencia” se consolaba. No quería llamar su atención, no quería, siquiera, que reparara en ella. En las pocas veces que se habían visto, Harper también había mostrado el abismo que los separaba. Cinco meses habían transcurrido entre el compromiso y aquella fatídica jornada, y la misma cantidad de oportunidades habían tenido para conocerse o conversar. A él no le interesaba demasiado ella, y la cambiante tampoco había mostrado predilección por saber de él. El silencio, ciertamente incómodo, había reinado la mayor parte del tiempo, y la muchacha estaba segura que eso no cambiaría. Parecía que el mutismo la había marcado al nacer, pues se había pasado la vida callando todo lo que pensaba y todo lo que sentía. Seguiría siendo así, y se iría del mundo sin pena ni gloria.
— ¿Puedes mostrarte más alegre? Estás por casarte con uno de los mejores partidos, hija —Aghata, su madre, se había dignado a visitarla mientras desayunaba en su habitación.
—No tengo motivos para celebrar, madre —su voz sonó en un susurro, y se sorprendió de su momento de sinceridad.
—No digas eso. Cualquiera querría estar en tu posición. Tu padre y tu hermano concretaron una gran unión para ti. Incluso, mejor que las de tus hermanas —le acomodó un mechón que caía sobre su rostro.
—No insulte mi inteligencia. Todos sabemos que mi matrimonio es para favorecer a la familia, en ningún momento se pensó en mí —continuaba vomitando sus verdades. Era su último día en aquella casa. A la mañana siguiente, despertaría en el lecho nupcial.
—Basta, Harper. No seas ingrata. Ahora levántate, es hora de que comiences a prepararte —la mujer se puso de pie y batió las palmas. Inmediatamente, ingresaron las doncellas, que se llevaron la bandeja con alimentos.
Habían decidido contraer nupcias en París. Los Blackraven no podían trasladarse, ya que llevaban negocios impostergables. Harper se había sentido aliviada, creyendo que se llevaría adelante una boda pequeña e íntima, pero parecía que nadie había querido perderse la unión de dos familias tan poderosas, y todos habían aceptado la invitación. Aghata se había mostrado tan predispuesta para organizar su casamiento, como el de sus otras hijas, que también estaban entusiasmadas y colaboraban en todo lo necesario. El vestido, color marfil, parecía una obra de artesanía; era una confección de brocado blanco, con lineamientos que delineaban su figura, marcando la cintura y levantando el pronunciado escote, con una basquiña prominente para abultar la falda y marcar los efectos de afinar y realzar. El escote, llevaba un minucioso trabajo de bordado de perlas que, en su conjunto, dibujaban una guirnalda de rosas pequeñas. El tocado, al estilo de madame Récamier, llevaba acentuados los bucles en torno al rostro, y finalizaba con una coronilla de flores de azahar, que sostenía un velo espléndido de encaje, que le cubría el rostro y llegaba hasta su vientre.
—Estás preciosa, hija —se asombró Benjamin, cuando la recibió al final de la escalera y le ofreció su brazo. Harper lo tomó, sin hacer comentarios.
El trayecto hacia la iglesia se convirtió en el camino al cadalso. Nadie emitió sonido, y el único sonido que se escuchaba era el de los cascos de los caballos repiqueteando en el empedrado. Habían elegido una elegante parroquia a la zona rural, cercana a una propiedad que los Blackraven habían adquirido hacía poco, y que había sido acondicionada para la celebración. Harper descendió del carruaje a la cinco de la tarde y caminó del brazo de Benjamin sin mirar a los costados. Su futuro marido la esperaba en el altar, tan regio como de costumbre. Cuando el patriarca del clan la entregó a Benedict, la muchacha tuvo un profundo deseo de tomar alguna de sus formas y huir de allí, pero pensó en Lydia y el bebé que estaba por nacer, no podía seguir ayudándolos si no mantenía su posición, y así permitió que su prometido levantara su velo y observara directo a sus ojos repletos de lágrimas. Nunca, en sus treinta y seis años, se sintió tan vulnerable como en aquel momento, y fue lo único que pudo mostrarle a Fripp: debilidad.
Su prometido, Benedict Fripp, le parecía arrogante e intransigente. No le costó demasiado identificarlo con los hombres de su familia, percibía en él esas ínfulas de gran señor. Era frío, elegante y guapo, pero distante, demasiado, mucho más de lo que le habría gustado. “Al menos…” pensaba “no notará mi presencia” se consolaba. No quería llamar su atención, no quería, siquiera, que reparara en ella. En las pocas veces que se habían visto, Harper también había mostrado el abismo que los separaba. Cinco meses habían transcurrido entre el compromiso y aquella fatídica jornada, y la misma cantidad de oportunidades habían tenido para conocerse o conversar. A él no le interesaba demasiado ella, y la cambiante tampoco había mostrado predilección por saber de él. El silencio, ciertamente incómodo, había reinado la mayor parte del tiempo, y la muchacha estaba segura que eso no cambiaría. Parecía que el mutismo la había marcado al nacer, pues se había pasado la vida callando todo lo que pensaba y todo lo que sentía. Seguiría siendo así, y se iría del mundo sin pena ni gloria.
— ¿Puedes mostrarte más alegre? Estás por casarte con uno de los mejores partidos, hija —Aghata, su madre, se había dignado a visitarla mientras desayunaba en su habitación.
—No tengo motivos para celebrar, madre —su voz sonó en un susurro, y se sorprendió de su momento de sinceridad.
—No digas eso. Cualquiera querría estar en tu posición. Tu padre y tu hermano concretaron una gran unión para ti. Incluso, mejor que las de tus hermanas —le acomodó un mechón que caía sobre su rostro.
—No insulte mi inteligencia. Todos sabemos que mi matrimonio es para favorecer a la familia, en ningún momento se pensó en mí —continuaba vomitando sus verdades. Era su último día en aquella casa. A la mañana siguiente, despertaría en el lecho nupcial.
—Basta, Harper. No seas ingrata. Ahora levántate, es hora de que comiences a prepararte —la mujer se puso de pie y batió las palmas. Inmediatamente, ingresaron las doncellas, que se llevaron la bandeja con alimentos.
Habían decidido contraer nupcias en París. Los Blackraven no podían trasladarse, ya que llevaban negocios impostergables. Harper se había sentido aliviada, creyendo que se llevaría adelante una boda pequeña e íntima, pero parecía que nadie había querido perderse la unión de dos familias tan poderosas, y todos habían aceptado la invitación. Aghata se había mostrado tan predispuesta para organizar su casamiento, como el de sus otras hijas, que también estaban entusiasmadas y colaboraban en todo lo necesario. El vestido, color marfil, parecía una obra de artesanía; era una confección de brocado blanco, con lineamientos que delineaban su figura, marcando la cintura y levantando el pronunciado escote, con una basquiña prominente para abultar la falda y marcar los efectos de afinar y realzar. El escote, llevaba un minucioso trabajo de bordado de perlas que, en su conjunto, dibujaban una guirnalda de rosas pequeñas. El tocado, al estilo de madame Récamier, llevaba acentuados los bucles en torno al rostro, y finalizaba con una coronilla de flores de azahar, que sostenía un velo espléndido de encaje, que le cubría el rostro y llegaba hasta su vientre.
—Estás preciosa, hija —se asombró Benjamin, cuando la recibió al final de la escalera y le ofreció su brazo. Harper lo tomó, sin hacer comentarios.
El trayecto hacia la iglesia se convirtió en el camino al cadalso. Nadie emitió sonido, y el único sonido que se escuchaba era el de los cascos de los caballos repiqueteando en el empedrado. Habían elegido una elegante parroquia a la zona rural, cercana a una propiedad que los Blackraven habían adquirido hacía poco, y que había sido acondicionada para la celebración. Harper descendió del carruaje a la cinco de la tarde y caminó del brazo de Benjamin sin mirar a los costados. Su futuro marido la esperaba en el altar, tan regio como de costumbre. Cuando el patriarca del clan la entregó a Benedict, la muchacha tuvo un profundo deseo de tomar alguna de sus formas y huir de allí, pero pensó en Lydia y el bebé que estaba por nacer, no podía seguir ayudándolos si no mantenía su posición, y así permitió que su prometido levantara su velo y observara directo a sus ojos repletos de lágrimas. Nunca, en sus treinta y seis años, se sintió tan vulnerable como en aquel momento, y fue lo único que pudo mostrarle a Fripp: debilidad.
Harper Blackraven- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 40
Fecha de inscripción : 24/08/2015
Re: Bodas de Odio | Privado
“You haven’t healed, I can tell from how cruel you are.”
— Warsan Shire
— Warsan Shire
No hay rey sin una reina. Esas palabras rondaron su cabeza toda la mañana previa a la ceremonia. Su padre, Ernest se las había repetido tanto durante los últimos meses que había comenzado a perder significado, o a significar cosas distintas. Benedict no lo decía con todas sus palabras, pero resultaba evidente su inconformidad. Según palabras de su progenitor, que no se caracterizaba por ser el más cariñoso, suficiente le había ya soportado y consentido. En el fondo, sabía que la llegada de un compromiso había tardado tanto por la muerte Blanche. Como si, dentro de su crueldad, su padre hubiera entendido que necesitaba asimilarlo. Pero el tiempo se había acabado. Toda la arena del reloj había pasado al otro lado. Era momento y no podía postergarlo. Su desagrado se veía en su apatía, en su frialdad, porque, aunque siempre había sido distante, en esta ocasión era algo casi lacerante. El desdén con el que veía a su prometida las pocas veces que se habían visto. Benedict era un caballero, y con ella había sido un patán, y no se arrepentía.
Era un rey, que necesitaba una reina. Su padre, esa misma mañana, había hecho unos comentarios que jamás se atrevería a hacer en público respecto a la susodicha. Benedict sólo lo miró, rio a la fuerza y asintió, sin embargo, algo llevaba de razón. Harper Blackraven era una mujer hermosa, no podía quejarse en ese aspecto. Además, como su madre, víctima de Ernest, esta pobre chica sólo serviría para engendrar hijos, y luego la desecharía. Entre su clan el concepto de «amor» simplemente no existía, y no tenía planeado cambiar eso.
—Hora de irnos —fue Ernest en persona quien se acercó a él, que estaba sentado en la sala de esa casa que rentaban en París, donde la boda se iba a llevar a cabo. Fumaba su pipa y miraba a la nada. Al fin se puso de pie y como salido de ningún sitio, un mozo se acercó con una charola para recibir la cachimba. Lucía impecable, el traje negro hacía resaltar sus ojos de profundo azul como el océano previo a la tormenta.
Sin mediar palabras con su padre, avanzó hasta la puerta donde un carruaje ya los esperaba, pero fue detenido por una de las criadas que había viajado con ellos desde Inglaterra. La misma que se encargaba de ver y cuidar la tumba de Blanche, bajo órdenes de él. Se giró para ver a la mujer y ésta, sin mirarlo a los ojos, pues le tenía tanto miedo como a su patrón, colocó una flor de azahar en la solapa. Benedict tragó grueso, miró sus pétalos blancos, como nieve contrastando con la oscuridad de su traje, y finalmente salió, para abordar el carruaje.
Como debía ser, fue el primero en llegar. Los invitados ya comenzaban a congregarse. Él hubiera deseado una ceremonia más pequeña, y en la propia Inglaterra, pero sin duda esa fecha no tenía nada que ver con sus deseos reales. Todo mundo estaba expectante, pues no todos los días un Fripp unía su vida con un Blackraven. Ambas familias acostumbraban a casarse con personas dignas, pero sin duda esta era la unión que beneficiaba más a ambos lados. Aguardó, sin mirar a la concurrencia. Sólo advirtió que ella había llegado cuando todos se callaron y la música de cuerdas comenzó. No se giró de inmediato (no estaba entusiasmado), sólo lo hizo cuando la sintió cerca, del brazo de su padre a quien Benedict le dedicó una mirada misteriosa. «Trato cerrado» quizá intentaba decirle.
Por fin se dignó a prestar atención a la novia. Lucía espectacular y no podía negarlo. Pero eso ¿qué? No cambiaba nada. Si le hubieran dicho que le iba a servir para una noche, no se quejaba, pero estaba uniendo su vida a esta mujer que probablemente lo detestaba tanto como él a ella. Quitó el velo del rostro y pudo ver sus ojos plagados de lágrimas. Tensó la mandíbula, sintiéndose ofendido por ello. ¿Tan horrible resultaba? Soslayó a un lado, donde su padre lo miraba severo, y se inclinó para besarla en la mejilla.
—No serán las últimas lágrimas que derrames —susurró muy quedo y suave, como una balada, al oído de Harper. Era una promesa, la promesa de hacer de lo que le restaba de vida un infierno. ¿Por qué? Porque toda su vida, Benedict había aprendido que poder era sinónimo de miedo. Que la única manera de interactuar era sometiendo y humillando. Estaba en su sangre Fripp. Y esta pobre mujer, su próxima esposa, había cometido un grave error: mostrarse vulnerable ante él.
Benedict Fripp- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 29
Fecha de inscripción : 31/10/2016
Localización : París
Re: Bodas de Odio | Privado
"Quisiera no tener memoria o convertirme en el piadoso polvo para escapar a la condena de mirarme."
Elena Garro
Elena Garro
El destino ya estaba trazado y no podía hacer nada para remediarlo. Allí estaba, completamente aturdida por las primeras palabras de su futuro marido, arrodillada frente a un Cristo que no la veía, ante la mirada vacua de un sacerdote para el cual era un simple envase, junto al hombre que la enlazaba al horror. En ese momento, más que nunca, comprendía a sus hermanos, que se habían jugado la vida por huir de aquella maldita suerte, y habían perdido. Entendió que ella tampoco ganaba. Que, en realidad, los únicos beneficiados eran los líderes de las familias, cuyos patrimonios se veían visiblemente beneficiados por la unión. Sintió que el propio Benedict estaba condenado, porque ella jamás sería una buena esposa ni llegaría a amarlo, y casi ríe como desquiciada ante la ingenuidad de su pensamiento. No había sentimientos, tampoco los habría jamás. El corazón no tenía ninguna clase de valor. Bastian y Makayla habían sido guiados por sus almas y habían terminado muertos en manos de sus propios familiares. Ella viviría, ¿a costa de qué?
No escuchó la ceremonia. Ninguna de las palabras del cura le llegaron a los oídos, pues se abstrajo por completo y fue libre en su mente por última vez. Sabía que no volvería a serlo nunca más. El matrimonio le cortaba las pocas alas que había logrado desplegar. Recordó el rostro de todos y cada uno de los niños que asistían a la escuela donde era voluntaria, las risas alegres y despreocupadas que le habían entibiado el frío corazón, todo lo que había aprendido de criaturas tan insignificantes… No volvería a verlos, también debía despedirse de Lydia. Tuvo la esperanza de conocer a su sobrino, a ese retoño por el cual su hermano se había sacrificado, pero no lo lograría jamás. Seguirlos reteniendo en Francia era un riesgo demasiado grande, y mucho más si ya no disponía ni de los recursos ni del tiempo para protegerlos. Había jurado hacerlo, y decirles adiós, era de la única manera. Nadie los encontraría. Apretó los nudillos para no seguir llorando. Ansiaba un abrazo de su cuñada, de esos que rechazaba pero a los que había terminado acostumbrándose. La dulzura de esa humana había terminado ablandándola, y las charlas profundas se habían intensificado con el tiempo. De hecho, sólo con Lydia había sido capaz de despreciar todo lo que le pasaba. La joven, con su avanzado estado, le pidió que no terminara como Bastian.
—Sí, acepto —aquellas palabras salieron casi en un susurro, de forma automática, luego de ponerse de pie. No había estado escuchando, y sólo regresó por un instante cuando supo que se acercaba ese momento. Había pronunciado su sentencia de muerte. No había otra explicación al nudo que se le hizo en el estómago tras emitirlas. Supo lo que sentían aquellos que caminaban a la horca, resignados. Nadie los salvaría, lo sabían bien. Y Harper sabía bien que para ella no había salvación. Pudo sentir el regocijo de su familia, que se encontraba tras, ubicada en los primeros asientos.
El contacto de la alianza ingresando en su anular, le congeló la sangre y le quemó la piel. Luego, fue su turno. Vivió la ceremonia como si fuese completamente ajena a ella, como si todo aquello le estuviese pasando a otra persona. Pero no, estaba ocurriéndole y debía afrontarlo. Se instó a mantenerse firme, y logró recuperar la fortaleza que parecía haberla abandonado. Sería siempre una Blackraven, aunque ahora le perteneciese a otro hombre, aunque su apellido, a partir de ese día, sería Fripp. La herencia de los leones legendarios correría siempre por sus venas, debía hacerles honor. Ya había cometido el enorme error de mostrarle su vulnerabilidad a Benedict; la mirada de éste se le había clavado en el alma. No necesitaba mucho más para darse cuenta del Infierno que viviría, y que su ahora marido, era su demonio personal. Se dijo que había vivido todos aquellos años junto a hombres a los que no les tembló el pulso para matar a su hija y a su hermano, que había logrado controlar el miedo, y ahora sería todo igual. El sacerdote los invitó a la sala contigua, donde firmarían los documentos.
—No quiero, no quiero —susurró con desesperación, mientras su mano temblaba antes de plasmar su firma. Benjamin la escuchó, y clavó sus ojos en la nuca de Harper. A ella no le hizo falta darse vuelta para notarlo. Dejó asentado por escrito su consentimiento, y le entregó la pluma a Benedict. —Es tu turno —para matarme, le hubiera gustado agregar.
No escuchó la ceremonia. Ninguna de las palabras del cura le llegaron a los oídos, pues se abstrajo por completo y fue libre en su mente por última vez. Sabía que no volvería a serlo nunca más. El matrimonio le cortaba las pocas alas que había logrado desplegar. Recordó el rostro de todos y cada uno de los niños que asistían a la escuela donde era voluntaria, las risas alegres y despreocupadas que le habían entibiado el frío corazón, todo lo que había aprendido de criaturas tan insignificantes… No volvería a verlos, también debía despedirse de Lydia. Tuvo la esperanza de conocer a su sobrino, a ese retoño por el cual su hermano se había sacrificado, pero no lo lograría jamás. Seguirlos reteniendo en Francia era un riesgo demasiado grande, y mucho más si ya no disponía ni de los recursos ni del tiempo para protegerlos. Había jurado hacerlo, y decirles adiós, era de la única manera. Nadie los encontraría. Apretó los nudillos para no seguir llorando. Ansiaba un abrazo de su cuñada, de esos que rechazaba pero a los que había terminado acostumbrándose. La dulzura de esa humana había terminado ablandándola, y las charlas profundas se habían intensificado con el tiempo. De hecho, sólo con Lydia había sido capaz de despreciar todo lo que le pasaba. La joven, con su avanzado estado, le pidió que no terminara como Bastian.
—Sí, acepto —aquellas palabras salieron casi en un susurro, de forma automática, luego de ponerse de pie. No había estado escuchando, y sólo regresó por un instante cuando supo que se acercaba ese momento. Había pronunciado su sentencia de muerte. No había otra explicación al nudo que se le hizo en el estómago tras emitirlas. Supo lo que sentían aquellos que caminaban a la horca, resignados. Nadie los salvaría, lo sabían bien. Y Harper sabía bien que para ella no había salvación. Pudo sentir el regocijo de su familia, que se encontraba tras, ubicada en los primeros asientos.
El contacto de la alianza ingresando en su anular, le congeló la sangre y le quemó la piel. Luego, fue su turno. Vivió la ceremonia como si fuese completamente ajena a ella, como si todo aquello le estuviese pasando a otra persona. Pero no, estaba ocurriéndole y debía afrontarlo. Se instó a mantenerse firme, y logró recuperar la fortaleza que parecía haberla abandonado. Sería siempre una Blackraven, aunque ahora le perteneciese a otro hombre, aunque su apellido, a partir de ese día, sería Fripp. La herencia de los leones legendarios correría siempre por sus venas, debía hacerles honor. Ya había cometido el enorme error de mostrarle su vulnerabilidad a Benedict; la mirada de éste se le había clavado en el alma. No necesitaba mucho más para darse cuenta del Infierno que viviría, y que su ahora marido, era su demonio personal. Se dijo que había vivido todos aquellos años junto a hombres a los que no les tembló el pulso para matar a su hija y a su hermano, que había logrado controlar el miedo, y ahora sería todo igual. El sacerdote los invitó a la sala contigua, donde firmarían los documentos.
—No quiero, no quiero —susurró con desesperación, mientras su mano temblaba antes de plasmar su firma. Benjamin la escuchó, y clavó sus ojos en la nuca de Harper. A ella no le hizo falta darse vuelta para notarlo. Dejó asentado por escrito su consentimiento, y le entregó la pluma a Benedict. —Es tu turno —para matarme, le hubiera gustado agregar.
Harper Blackraven- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 40
Fecha de inscripción : 24/08/2015
Re: Bodas de Odio | Privado
“When we don't know who to hate, we hate ourselves.”
― Chuck Palahniuk, Invisible Monsters
― Chuck Palahniuk, Invisible Monsters
—Sí, acepto —porque no tenía opción. Porque su padre lo estaba apuntando con una espada para que saltara por la borda. Pero al menos, pensó al tiempo que colocaba la alianza en el dedo de su esposa, y ella hacía lo mismo con él, podría ahora dominarla a ella, y al imperio de su familia. Harper era necesaria, se dijo. Una carga con la que debía lidiar, si quería continuar con su vida, con lo que estaba destinado para él.
Hubo aplausos, pero ni siquiera los escuchó, salió con ella del brazo, un autómata sin voluntad en ese instante, y es que si entraba en sí, probablemente querría matarlos a todos, Ernest incluido y largarse, visitar una última vez la tumba de su hermana, y desaparecer de la vida de todos aquellos que lo conocieron alguna vez. Respiró para controlarse y llegaron al lugar donde sellarían en trato. Porque eso era, un trato, un contrato, un negocio, un intercambio mercantil y sentirse usado de ese modo, sólo logró hacerlo enfadar más.
Oh, Harper… qué tonta eres. ¿Acaso su nueva esposa no recordaba que él, como ella, poseía ese oído fino al que no se le escapaba nada? Escuchó perfectamente la plegaria. La soslayó nada más, pero se dijo internamente que, una vez estando solos, la haría pagar, para eso, faltaba todavía tener que soportar la recepción. Tomó el bolígrafo, y firmó la sentencia de muerte de su mujer.
Se giró sólo para ver a su padre, y al señor Blackraven, esperaba que estuvieran complacidos ahora. Habían arruinado la vida de ambos. Aunque Benedict, al contrario que Harper, no lloraba y no pataleaba, no. Maquinaba ya las maneras en las que le haría pagar, porque claro, no era su culpa, pero alguien debía pagar por aquella humillación. Sonrió entonces, parecía un hombre feliz de haberse casado; la razón real era que ahora, no había obstáculo alguno para poder tomar control de los negocios Fripp.
—Sonríe querida, van a decir que no estás contenta con la unión —se inclinó a un lado y le dijo al oído con inquina.
***
Era una recepción de la que la gente iba a hablar por años. No se escatimó en nada. Claro, para Benedict todo era nuevo, no se había involucrado en absoluto con ningún paso de esa fiesta. No le interesaba. Tenía que estar al lado de Harper todo el tiempo mientras ambos recibían felicitaciones de hombres importantísimos de toda Europa que había viajado, sólo para presenciar esa unión.
—Te escuché —se giró hacia ella, aprovechando un momento de tranquilidad, en el que el desfile de gente había parado un poco—. Antes de firmar, pude escucharte —continuó. Sus ojos azules y felinos parecían capaces de atravesarla como dos espadas de acero recién afilado. Sus fosas nasales se ensancharon también. Se podía palpar el enojo en sus palabras.
—¿Qué esperabas? ¿Qué me conmoviera y te dejara libre? —La tomó de la mano, primero suave, pero luego aplicó bastante más fuerza de la que era necesaria y la jaló hacia sí mismo—. Eres mía, Harper Fripp, espero te quede bien grabado en la cabeza —estaba a nada de perder la compostura. Su voz sonaba tensa. Y es que así era él: todo o nada. No existía un punto medio con él.
Benedict Fripp- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 29
Fecha de inscripción : 31/10/2016
Localización : París
Re: Bodas de Odio | Privado
<<All the world's a stage,
And all the men and women merely players:
They have their exits and their entrances;
And one man in his time plays many parts. >>
William Shakespeare
And all the men and women merely players:
They have their exits and their entrances;
And one man in his time plays many parts. >>
William Shakespeare
Los saludos de los presentes, las sonrisas, las felicitaciones, los rostros, las vestimentas, pasaban frente a los ojos de Harper como la secuencia de una vida que le pertenecía a otra. A una pobre y cobarde desdichada. Pero era su vida, su boda, y sus invitados. O los invitados de las familias Fripp y Blackraven. Durante el tiempo que transcurrieron recibiendo los elogios, la cambiante optó por abstraerse. Sus pensamientos vagaron lejos; en su mente, tomaba una de sus formas y corría por los lejanos bosques, podía sentir el viento acariciándole los bigotes, el pasto húmedo entre sus garras, los aromas de la hierba, de los otros animales, de algún que otro humano. Su imaginación la había ayudado a superar aquel trago amargo. También rememoró las risas frescas de los niños a los que no volvería a ver. Había aprendido de sinceridad en el último año, y eso, gracias a esos pequeños y humildes infantes, que le brindaron sonrisas y palabras amorosas, salidas de su corazón. Allí, en esa fiesta, no había nada de eso. Y quizá, no volvería a tener eso en toda su vida.
Las palabras de Benedict le helaron la sangre por un instante, pero Harper recuperó el temple inmediatamente. Él tampoco quería aquella unión, entonces, ¿por qué se mostraba molesto con ella? Había emitido en voz alta su voluntad, no buscando su compasión, sino porque era la última oportunidad que tenía de manifestarse, así fueran en murmullos que a nadie importarían. Lo que dijo a continuación, fue lo que le paralizó el corazón. <<No soy tuya. Jamás lo seré. >> se consoló, vanamente, mientras soportaba el dolor que él infringía sobre su mano. A pesar de su cuerpo resistente, él no estaba escatimando esfuerzo. Quería lastimarla. Se preguntó por qué la odiaba, por qué había en sus ojos aquel brillo malicioso, por qué quería quebrarla, herirla… Ella no le había hecho daño, estaban en la misma posición. A ninguno le habían dado la opción de replicar. Ingenuamente, por un momento, pensó que debían unir fuerzas para hacer aquello más llevadero.
—Soy tu esposa. Nada más —lo desafió, sin mirarlo, pero con un tono firme en la voz. Ella también daría pelea. Si él quería castigarla por todo eso, no le sería tan fácil. Era una Blackraven, al fin de cuentas. Pensó en Lydia, como toda aquella jornada, y en lo felices que hubieran sido ella y Bastian el día de su boda, si les hubieran permitido vivir su amor.
Los compases del vals comenzaron a sonar. Los concurrentes se abrieron en un círculo alrededor de la pareja recién casada, que debía abrir el baile como buenos anfitriones. Harper quería estar lo más lejos posible de su marido, y todo en aquella ceremonia la lanzaba a sus brazos. El asco de sentir sus manos envolviéndola le provocó un nudo en el estómago, pero prevaleció la educación implantada desde la cuna, y tras una breve reverencia, le permitió a Benedict que la guiara. En una de las vueltas, vio a su madre que le pedía una sonrisa, y ella se la mostró. Sus generosos labios mostraron levemente la blancura de sus dientes. Alzó el rostro para enfrentar el de su cancerbero.
—No sé qué esperas de mí. Pero créeme; no seré la mujer que quieres para ti, como tú no serás el marido que yo quiero para mí —mascullaba, pues la mayoría de los presentes tenían el don sobrenatural de un oído privilegiado. Cuidaría las formas, aunque su padre merecía un escándalo.
Las palabras de Benedict le helaron la sangre por un instante, pero Harper recuperó el temple inmediatamente. Él tampoco quería aquella unión, entonces, ¿por qué se mostraba molesto con ella? Había emitido en voz alta su voluntad, no buscando su compasión, sino porque era la última oportunidad que tenía de manifestarse, así fueran en murmullos que a nadie importarían. Lo que dijo a continuación, fue lo que le paralizó el corazón. <<No soy tuya. Jamás lo seré. >> se consoló, vanamente, mientras soportaba el dolor que él infringía sobre su mano. A pesar de su cuerpo resistente, él no estaba escatimando esfuerzo. Quería lastimarla. Se preguntó por qué la odiaba, por qué había en sus ojos aquel brillo malicioso, por qué quería quebrarla, herirla… Ella no le había hecho daño, estaban en la misma posición. A ninguno le habían dado la opción de replicar. Ingenuamente, por un momento, pensó que debían unir fuerzas para hacer aquello más llevadero.
—Soy tu esposa. Nada más —lo desafió, sin mirarlo, pero con un tono firme en la voz. Ella también daría pelea. Si él quería castigarla por todo eso, no le sería tan fácil. Era una Blackraven, al fin de cuentas. Pensó en Lydia, como toda aquella jornada, y en lo felices que hubieran sido ella y Bastian el día de su boda, si les hubieran permitido vivir su amor.
Los compases del vals comenzaron a sonar. Los concurrentes se abrieron en un círculo alrededor de la pareja recién casada, que debía abrir el baile como buenos anfitriones. Harper quería estar lo más lejos posible de su marido, y todo en aquella ceremonia la lanzaba a sus brazos. El asco de sentir sus manos envolviéndola le provocó un nudo en el estómago, pero prevaleció la educación implantada desde la cuna, y tras una breve reverencia, le permitió a Benedict que la guiara. En una de las vueltas, vio a su madre que le pedía una sonrisa, y ella se la mostró. Sus generosos labios mostraron levemente la blancura de sus dientes. Alzó el rostro para enfrentar el de su cancerbero.
—No sé qué esperas de mí. Pero créeme; no seré la mujer que quieres para ti, como tú no serás el marido que yo quiero para mí —mascullaba, pues la mayoría de los presentes tenían el don sobrenatural de un oído privilegiado. Cuidaría las formas, aunque su padre merecía un escándalo.
Harper Blackraven- Cambiante Clase Alta
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Re: Bodas de Odio | Privado
“People hate as they love, unreasonably.”
― William Makepeace Thackeray
― William Makepeace Thackeray
Apretó, apretó y apretó más mientras pudo. Ella era fuerte, como é, pero aún así, quebraría si seguía infringiendo esa fuerza sobrehumana, a un castigo que no, ella no merecía. Pero ¿qué se supone que hace un verdugo cuando no tiene a quién ejecutar? Liquida al inocente, desde luego. Y la furia de Benedict era mucha, como para no intentarlo. Pensó en huir en algún momento, pero luego pensamientos más terribles y salvajes se apoderaron de su cabeza; matarla mientras dormía, y no mirar atrás. Aunque la senda de sangre fuera muy obvia… sin embargo, había algo, algo muy profundo e idiota que se lo impedía, el orgullo. Por pura soberbia no iba a hacerlo. Por pura arrogancia aguantaría esa vida maldita. Quizá la muerte, la suya, la de ella, la de ambos, resultaría en algo mejor para los dos. Por ese simple pensamiento, no ejecutaría el oscuro plan. No le daría descanso a la mujer, que como él, era una víctima. No se lo daría, aunque eso significara tener que afrontar la vida de casados él también.
Al fin la soltó, a tiempo para cuando el vals inicial dama comienzo y los invitados abrieron paso para que la pareja iniciara con el baile. Todos los rostros eran borrones para él, excepto el de Harper, que a pesar de todo, poseía una belleza tal, que él jamás había visto. Sin embargo, esa hermosura lo hacía odiarla más, si es que eso era posible.
Con habilidad, Benedict la guio por la pista. De vez en cuando veía a Ernest, ese grandísimo hijo de puta que tenía por padre. Un hombre tan cruel, que incluso le había negado el descanso eterno a su propia sangre, dejando a Blanche lejos del mausoleo familiar. Sólo giró el rostro cuando su esposa habló. No expresó emoción alguna y sólo la manipuló en medio de los pasos para que quedara sostenida de su mano, mientras hacía que el fino cuerpo simulara caer al suelo, sin hacerlo. Un paso para cerrar el baile. Cuando la ayudó a erguirse, se acercó a ella, de nuevo; a su oído, y le respondió muy quedo.
—Oh, pero tú qué sabes qué es lo que quiero, Harper. Necesito hijos, y los necesito pronto, ¿de acuerdo? No se qué pretendes, pero no te vas a salir con la tuya —sonrió y la besó en la mejilla, un acto que la concurrencia tomó como señal para aplaudir.
Llevándola de la mano, dejó la pista, y los invitados comenzaron a poblarla para ellos mismos lucir sus mejores pasos. Se dirigían a la mesa principal, pero Benedict la detuvo a la mitad.
—No importa cuánto te lo repitas, Harper Fripp, pero eres más que mi esposa. Eres la mujer que mi padre eligió para engendrar conmigo descendencia. Eres mi prisionera, también, y lo sabes, ¿no es así? Por eso vienes con esta actitud retadora, no te culpo, es lo último de dignidad que te queda —sonrió de lado, fue incisivo, sobre todo al llamarla por su nombre, acompañada por el apellido que ahora él le había otorgado.
Con la gente distraída, fue un poco más descarado a la hora de hablar. Si bien no subió la voz, tampoco susurró de nuevo. La sostuvo por ambos antebrazos y clavó los ojos en los de ella. Quería que viera en aquellas orbes frías, que no había duda alguna en sus palabras. Quería que entendiera cómo se jugaba el juego ahora. Le sonrió luego y la empujó un poco al soltarla. Ese era el hilo conductor que ahora estaba manejando, el de los inevitables hijos, porque todo es acerca de sexo, excepto el sexo… el sexo es acerca del poder.
Benedict Fripp- Cambiante Clase Alta
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Re: Bodas de Odio | Privado
Hijos. Hijos en su vientre. Hijos que él haría germinar en su interior. Hijos que tendrían ese padre, ese horroroso padre, y esa madre que nunca los querría traer al mundo. Hijos condenados al desamor, a dos nefastas familias, que los convertirían en su salvoconducto. Los niños que tendría junto a ese hombre, vendrían a sufrir, tal como ella y sus hermanos. Harper, sabía, tendría que mantenerlos derechos; pensó en lo unidos que habían sido Vincent y Bastian, en su camaradería, y en cómo eso no valió a la hora de que el mayor le quitara la vida al otro. ¿Los seres que traería a ese mundo también tendrían ese triste final? Vio los ojos fríos de Benedict y entendió que sí, que probablemente sus hijos también terminarían matándose los unos a otros. Nada podría salir bien de la unión de un Fripp y una Blackraven.
Se le anegaron los ojos de lágrimas, pero no cayó ninguna. Estaba humillada. ¡Odiaba su apellido de casada! Incluso aún más que al de origen. Ni una mueca de dolor le surcó el rostro, a pesar de que lo sentía. Su, ahora esposo, no escatimaba fuerza a la hora de agarrarla, y los dedos se le clavaron en el antebrazo como tentáculos. Por un momento, desvió la mirada, esperando que nadie los observara detenidamente. Parecía haber llegado esa etapa de la velada en la que el alcohol, la comida y la música, comenzaban a sumir a todos en un estado de cuasi enajenación. Lo agradeció. No hubiera soportado los cotilleos. Harper era cuidadosa de su imagen, así se lo habían enseñado. No le daría motivos a nadie para hablar a sus espaldas, suficiente con las muertes de sus hermanos.
—Te daré hijos, pero no pidas más de mí —agradeció que la hubiera soltado. No soportaba más el contacto con su cuerpo. Hizo un paso hacia atrás, en una clara posición defensiva, que relajó inmediatamente, cuando vio que una mujer entrada en años se acercaba a ellos.
La anciana se despidió, felicitando a los recién casados, augurándoles lo mejor y agradeciendo por la invitación. Harper no tenía idea quién era, pero parecía importante. La cambiante le sonrió por inercia, y se sorprendió a sí misma cuando tomó a Benedict por el brazo, apoyando su mejilla en él. Necesitaba, imperiosamente, que todos creyeran aquella farsa, de que no hubiera dudas de que la unión no era sólo azarosa y contractual, sino que los unía algo más que el dinero que les correspondía como herederos.
—No harás que te tema —lo soltó cuando la señora se alejó lo suficiente. Estaba asqueada. —Podrás conseguir de mí muchas cosas, pero jamás te tendré miedo, Benedict Fripp. No olvides nunca con quién te casaste. No será fácil para mí, pero puedo asegurarte, que tampoco lo será para ti —Harper estaba decidida a hacerle la vida imposible a su marido. Así las consecuencias fueran terribles.
— ¡Queridos! Llegó la hora de irse —la voz de su madre la tomó por sorpresa, obligándola a suavizar la expresión una vez más. —El carruaje está esperándolos afuera —parecía tan feliz…
—Qué pronto —y le fue imposible ocultar la decepción en el rostro. Allí, aunque sea, estaba más protegida, rodeada de todas aquellas personas. No estaba lista, y quizá nunca lo estaría, para estar a solas con Benedict. Le corrió un escalofrío por la columna y, como cada minuto de aquella noche, deseó tomar alguna de sus formas y huir de ahí. Correr hasta que su rastro desapareciera por completo, quizá correr hasta que su corazón estallase. — ¿Está todo listo, madre? —preguntó con frialdad, ya recuperada del estupor inicial. Internamente, rogó que un contratiempo la retuviera ahí.
—Sí, cariño. Pueden ir tranquilos —y una sonrisa amplia, ocultaba la mujer triste y frustrada que era.
Se le anegaron los ojos de lágrimas, pero no cayó ninguna. Estaba humillada. ¡Odiaba su apellido de casada! Incluso aún más que al de origen. Ni una mueca de dolor le surcó el rostro, a pesar de que lo sentía. Su, ahora esposo, no escatimaba fuerza a la hora de agarrarla, y los dedos se le clavaron en el antebrazo como tentáculos. Por un momento, desvió la mirada, esperando que nadie los observara detenidamente. Parecía haber llegado esa etapa de la velada en la que el alcohol, la comida y la música, comenzaban a sumir a todos en un estado de cuasi enajenación. Lo agradeció. No hubiera soportado los cotilleos. Harper era cuidadosa de su imagen, así se lo habían enseñado. No le daría motivos a nadie para hablar a sus espaldas, suficiente con las muertes de sus hermanos.
—Te daré hijos, pero no pidas más de mí —agradeció que la hubiera soltado. No soportaba más el contacto con su cuerpo. Hizo un paso hacia atrás, en una clara posición defensiva, que relajó inmediatamente, cuando vio que una mujer entrada en años se acercaba a ellos.
La anciana se despidió, felicitando a los recién casados, augurándoles lo mejor y agradeciendo por la invitación. Harper no tenía idea quién era, pero parecía importante. La cambiante le sonrió por inercia, y se sorprendió a sí misma cuando tomó a Benedict por el brazo, apoyando su mejilla en él. Necesitaba, imperiosamente, que todos creyeran aquella farsa, de que no hubiera dudas de que la unión no era sólo azarosa y contractual, sino que los unía algo más que el dinero que les correspondía como herederos.
—No harás que te tema —lo soltó cuando la señora se alejó lo suficiente. Estaba asqueada. —Podrás conseguir de mí muchas cosas, pero jamás te tendré miedo, Benedict Fripp. No olvides nunca con quién te casaste. No será fácil para mí, pero puedo asegurarte, que tampoco lo será para ti —Harper estaba decidida a hacerle la vida imposible a su marido. Así las consecuencias fueran terribles.
— ¡Queridos! Llegó la hora de irse —la voz de su madre la tomó por sorpresa, obligándola a suavizar la expresión una vez más. —El carruaje está esperándolos afuera —parecía tan feliz…
—Qué pronto —y le fue imposible ocultar la decepción en el rostro. Allí, aunque sea, estaba más protegida, rodeada de todas aquellas personas. No estaba lista, y quizá nunca lo estaría, para estar a solas con Benedict. Le corrió un escalofrío por la columna y, como cada minuto de aquella noche, deseó tomar alguna de sus formas y huir de ahí. Correr hasta que su rastro desapareciera por completo, quizá correr hasta que su corazón estallase. — ¿Está todo listo, madre? —preguntó con frialdad, ya recuperada del estupor inicial. Internamente, rogó que un contratiempo la retuviera ahí.
—Sí, cariño. Pueden ir tranquilos —y una sonrisa amplia, ocultaba la mujer triste y frustrada que era.
Harper Blackraven- Cambiante Clase Alta
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Re: Bodas de Odio | Privado
Rio y su risa era como veneno. Como ácido que todo lo deshace al contacto. Y luego, dejó una mueca retorcida en el rostro, una sonrisa lacerante que se clavaba con la misma saña con la que lo hacían sus manos como zarpas.
—No pido más de ti, Harper Fripp —había un gozo cruel cada vez que decía su nombre acompañado del nuevo apellido—, no lo hago porque sé que no puedes dar más. No suelo exigirle a las personas más de lo que sé que pueden —se burló y si fue a decir algo más, no pudo, porque fueron interrumpidos.
Era impresionante la capacidad que tenía para mutar. Hace un segundo estaba atormentando a su flamante nueva esposa, y ahora dibujaba un gesto encantador en el rostro apuesto para hablar con la mujer, que no tenía idea de quién era, pero si estaba ahí, en esa boda, seria importante. Incluso tomó la mano de su esposa, la misma con la que se sostuvo de su brazo. Parecía un hombre amable y alegre de ese modo. La gente no lo sabía, ni tenía por qué saberlo, pero si bien Benedict jamás fue el más fácil, con la muerte de Blanche, su melliza, se volvió ese ser que parecía no tener corazón. Una parte de él había muerto con su hermana.
Suspiró aliviado cuando la mujer se hubo retirado, pero no alejó a Harper. Debían aparentar. Los dos. Los dos eran víctimas de sus propias familias. ¿Qué estirpes pueden ser tan crueles como para obligar a sus hijos a la desdicha? Pues las de ellos, ambas parecían cortadas con la misma tijera y empecinadas en la misma desgracia.
—Aprenderás a hacerlo, querida, aprenderás a temerme —le respondió. Odiaba que lo retara así y ella parecía saberlo, porque cada vez lo hacía más, más descaradamente. Una vez más, cuando iba a agregar algo, fueron interrumpidos, esta vez por su suegra. Benedict le dedicó una sonrisa, no una como la que le había dado a su esposa, llena de odio, sino una amable y falsa. Al menos, Harper podía jactarse al decir que con ella, su esposo no era hipócrita, como lo era con el resto.
No supo qué fue, pero al escuchar a la mujer, condenada a un matrimonio sin amor como su hija, como él, como sus padres y como esas dos familias que habían perdido la cordura hace mucho, en lugar de soltar a Harper, la asió con más fuerza. Pero no con intenciones de lastimarla esta vez. Si ambos no se dejaran llevar por el desprecio mutuo y fueran más inteligentes, trabajarían juntos, saldrían de esa juntos. Sin embargo, se antojaba imposible cuando a la ecuación se le sumaba esos enormes egos que se cargaban los dos.
—Ya escuchaste, amor. Podemos ir tranquilos —volteó a ver su Harper, delineó su perfil con las luces del lugar. Bajo otros cielos y otras circunstancias, pensó, pudo haberla considerado hermosa, sentir atracción por ella. Quien sabe, tal vez incluso amor. Pero eso quedaba descartado, ni siquiera era una posibilidad remota.
—Sigan disfrutando, nos retiramos —anunció, sin soltar a Harper un solo momento, y sin herirla tampoco. Era sólo un agarre firme, casi protector. De ese modo salió y el carruaje, como les habían dicho, estaba listo. No volvió a abrir la boca, dejó que el cochero abriera la puerta y ella subiera primero. Él lo hizo después, se sentó frente a su esposa, no cabía a su lado por la grandes enaguas del vestido, y ni ganas tenía de hacerlo. Se dedicó a ignorarla, mientras la diligencia se ponía en marcha.
Benedict Fripp- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 31/10/2016
Localización : París
Re: Bodas de Odio | Privado
El trayecto hacia el carruaje fue eterno, incluso, más eterno que el recorrido a lo largo del pasillo de la iglesia, tomada del brazo de su padre, ese ser sin amor y repleto de ambición. Los pies le pesaron, y se sostuvo de Benedict, no sólo porque él la había asido con posesión, sino porque estaba segura de no querer salir corriendo. Nuevamente, volvió a imaginarse libre y lanzándose a la carrera, pero detrás de ella salían las bestias de las familias y la desmembraban, la arrancaban las entrañas y la dejaban agonizante. Y, si de algo estaba segura, era de que quería vivir. No sabía por qué ni por quién, pero quería continuar. Algo, muy profundo e íntimo, le dictaba que no había cumplido su misión. Había salvado a Lydia, sí. Había logrado que la herencia de Bastian se perpetuara, también. Pero comprendía que no había hecho nada por sí misma, que todo lo que había conseguido, era para los demás. ¿Y ella? No quería irse del mundo sin haber sido, aunque sea un instante, feliz.
Subió, con una puntada atravesándole la garganta. Agradeció lo enorme y majestuoso de su vestido, que ocupaba la totalidad del asiento y la separaba lo suficiente de su marido. Era su marido y debía acostumbrarse a ello. Lo observó unos instantes, y él la ignoró. Suspiró, aliviada. Los caballos comenzaron el ligero traqueteo, y Harper fue relajando su cuerpo a medida que atravesaban el camino. La oscuridad la tranquilizó, especialmente porque Benedict no tenía intenciones de continuar con el diálogo que los había mantenido tensionados a lo largo de la celebración.
La cambiante clavó la vista hacia el exterior. No se veía nada, salgo algunas estrellas en la lejanía. Permitió que las lágrimas siguieran su curso silencioso, amargo y desolador. Ya no era quien creía, ya no era una Blackraven, por mucho que le costase asumirlo. Entendió que le había entregado su identidad a un hombre que parecía despreciarla y ella no sabía por qué. Harper, simplemente, había respondido a sus agresiones verbales con la misma intencionalidad, apagar el fuego con más fuego. Le hubiera gustado comprender sus motivaciones, quizá podrían tener un diálogo ameno e, incluso, una relación cordial. Lo miró de reojo por un instante, y él estaba tan absorto como ella a lo largo de la misa de enlace y, a pesar de que no lo merecía, sintió compasión. Harper se sentía de la misma forma, o quizá parecida…
<<Al menos no perdiste tu libertad. >> pensó con envidia. Ella sí. Debía ser una esposa honrada y respetable, no podía mancillar ni el nombre de su marido ni el de su familia de origen. Y, a pesar de que nadie lo merecía, su sentido del deber le dictaba cumplir con todo lo que le habían enseñado. Estaba adoctrinada, y le dolía no poder ir en contra de eso. Le hubiera gustado ser más como sus hermanos, pero era cobarde, carecía de la valentía y la pasión que habían tenido Bastian y Malayka. Sin embargo, valoraba su vida y creía que aún faltaba mucho por hacer con ella. El carruaje se detuvo y el miedo regresó a Harper; el valor que había acumulado en esos minutos, se desplomó, completamente inservible.
Subió, con una puntada atravesándole la garganta. Agradeció lo enorme y majestuoso de su vestido, que ocupaba la totalidad del asiento y la separaba lo suficiente de su marido. Era su marido y debía acostumbrarse a ello. Lo observó unos instantes, y él la ignoró. Suspiró, aliviada. Los caballos comenzaron el ligero traqueteo, y Harper fue relajando su cuerpo a medida que atravesaban el camino. La oscuridad la tranquilizó, especialmente porque Benedict no tenía intenciones de continuar con el diálogo que los había mantenido tensionados a lo largo de la celebración.
La cambiante clavó la vista hacia el exterior. No se veía nada, salgo algunas estrellas en la lejanía. Permitió que las lágrimas siguieran su curso silencioso, amargo y desolador. Ya no era quien creía, ya no era una Blackraven, por mucho que le costase asumirlo. Entendió que le había entregado su identidad a un hombre que parecía despreciarla y ella no sabía por qué. Harper, simplemente, había respondido a sus agresiones verbales con la misma intencionalidad, apagar el fuego con más fuego. Le hubiera gustado comprender sus motivaciones, quizá podrían tener un diálogo ameno e, incluso, una relación cordial. Lo miró de reojo por un instante, y él estaba tan absorto como ella a lo largo de la misa de enlace y, a pesar de que no lo merecía, sintió compasión. Harper se sentía de la misma forma, o quizá parecida…
<<Al menos no perdiste tu libertad. >> pensó con envidia. Ella sí. Debía ser una esposa honrada y respetable, no podía mancillar ni el nombre de su marido ni el de su familia de origen. Y, a pesar de que nadie lo merecía, su sentido del deber le dictaba cumplir con todo lo que le habían enseñado. Estaba adoctrinada, y le dolía no poder ir en contra de eso. Le hubiera gustado ser más como sus hermanos, pero era cobarde, carecía de la valentía y la pasión que habían tenido Bastian y Malayka. Sin embargo, valoraba su vida y creía que aún faltaba mucho por hacer con ella. El carruaje se detuvo y el miedo regresó a Harper; el valor que había acumulado en esos minutos, se desplomó, completamente inservible.
TEMA FINALIZADO
Harper Blackraven- Cambiante Clase Alta
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