AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Seven sins. [Privado]
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Seven sins. [Privado]
Las luces del atardecer me pegaron en la espalda cuando dejé mi montura a los pies de la Gran Catedral. Notre Dame me observaba impertérrita, ajena al mundo que le rodeaba, tan regia como si hubiera existido desde el principio de los tiempos.
Por supuesto, yo no solía frecuentar los lugares de culto tradicionales, pero ésta vez acudía a la catedral por un asunto especial. De todos era sabido ue los hechiceros no adorábamos a un Dios como tal. Adorábamos a la naturaleza o a los creadores de ciertos elementos primigenios que algunas culturas, unas más acertadamente que otras, habían decidido bautizar como dioses.
Al ser un hechicero dual, dos disciplinas mágicas se conjuntaban en mi ser, por lo que podía elegir qué lado desarrollar. Por ejemplo, mi lado elemental obedecía a los designios de Freya, pero no le debíamos pleitesía. Simplemente éramos más afines a sus elementos, a la naturaleza, al poder de los astros y la luna sobre las mareas.
Mi lado de mentalista en cambio, el lado que había decidido potenciar, obedecía a los poderes creados por la deidad que los nórdicos decidieron designar como Loki, o los antiguos como la diosa Maia, portadora de iusiones y de engaños mentales.
No sabía por qué me había puesto a pensar en todo esto, supuse que la catedral favorecía el pensamiento espiritual.
El frío otoñal había llegado antes que nunca y eso que estaba acostumbrado al frío de Berlín. Entré por los enormes portones de la catedral y me dirigí al lugar de reunión que había fijado con mi viejo conocido. Entré en una de las capillas privadas del lugar y me quité la gabardina, dejándola doblada en uno de los bancos. Llevaba unos pantalones de traje negro a juego con los zapatos y la camisa, que me arremangué hasta la mitad del antebrazo. Me desaté el segundo botón para que se apreciara el crucifijo de plata que me había puesto para la ocasión y que por supuesto, no siginificaba nada para mí. Pero eso no importaba, ya que la persona a la que iba a ver esta noche no conocía mi ocupación ni mis tendencias religiosas.
Me crucé de brazos esperando mientras observaba el santo en particular al que estaba dedicado aquel pequeño espacio. Para mí, eran todos iguales.
Por supuesto, yo no solía frecuentar los lugares de culto tradicionales, pero ésta vez acudía a la catedral por un asunto especial. De todos era sabido ue los hechiceros no adorábamos a un Dios como tal. Adorábamos a la naturaleza o a los creadores de ciertos elementos primigenios que algunas culturas, unas más acertadamente que otras, habían decidido bautizar como dioses.
Al ser un hechicero dual, dos disciplinas mágicas se conjuntaban en mi ser, por lo que podía elegir qué lado desarrollar. Por ejemplo, mi lado elemental obedecía a los designios de Freya, pero no le debíamos pleitesía. Simplemente éramos más afines a sus elementos, a la naturaleza, al poder de los astros y la luna sobre las mareas.
Mi lado de mentalista en cambio, el lado que había decidido potenciar, obedecía a los poderes creados por la deidad que los nórdicos decidieron designar como Loki, o los antiguos como la diosa Maia, portadora de iusiones y de engaños mentales.
No sabía por qué me había puesto a pensar en todo esto, supuse que la catedral favorecía el pensamiento espiritual.
El frío otoñal había llegado antes que nunca y eso que estaba acostumbrado al frío de Berlín. Entré por los enormes portones de la catedral y me dirigí al lugar de reunión que había fijado con mi viejo conocido. Entré en una de las capillas privadas del lugar y me quité la gabardina, dejándola doblada en uno de los bancos. Llevaba unos pantalones de traje negro a juego con los zapatos y la camisa, que me arremangué hasta la mitad del antebrazo. Me desaté el segundo botón para que se apreciara el crucifijo de plata que me había puesto para la ocasión y que por supuesto, no siginificaba nada para mí. Pero eso no importaba, ya que la persona a la que iba a ver esta noche no conocía mi ocupación ni mis tendencias religiosas.
Me crucé de brazos esperando mientras observaba el santo en particular al que estaba dedicado aquel pequeño espacio. Para mí, eran todos iguales.
Stein Ackerman- Hechicero Clase Media
- Mensajes : 114
Fecha de inscripción : 01/11/2016
Re: Seven sins. [Privado]
Había decidido ir caminando, así, si se arrepentía a última hora de aquel encuentro siempre podía volverse. Y es que no le convencía para nada la decisión que se había obligado a tomar. Volver a ver a ese hombre era volverse a encontrar de cara con algunas sombras, cosas que ya había olvidado. Cosas que se suponía que guardaría en su mente para siempre y nadie sabría jamás, quedarían enterradas bajo un montón de polvo.
Caminando con las manos en los bolsillos observó sus zapatos marrones. Para ser un hombre que podría darse todo tipo de caprichos y lucir las mejores galas, era bastante simple vistiendo, con pantalón negro ceñido, los típicos de la época, camisa blanca y abrigo le bastaba. Estaba pensativo, mucho, y es que no entendía aquella urgencia de su viejo…conocido por reunirse con él de nuevo. Se supone que no se volverían a ver.
Tomó aire y observo la fachada de la catedral. Lo que no terminaba de entender tampoco es porque había elegido ese lugar como sitio de reunión, es verdad que daba posibilidad a un ambiente más privado, pero aquel lugar era un lugar sagrado y hace tres años Stein no parecía ser un hombre de fe. O quizás no lo manifestaba tan abiertamente como él. Quizás lo que en verdad le molestaba era que aquel hombre había traído confusión a su vida hace unos años y encontrarse con en él en una capilla era sumamente extraño.
Avanzó, se adentró en la iglesia, se santiguo haciendo una reverencia a la vez y siguió avanzando hasta una de las capillas, la acordada en la carta que Carleigh le había enviado a el otro hombre hace una semana. Una vez dentro cerró la puerta y su mirada se clavó en el hombre que ya parecía haberse acomodado, estaba de espaldas a él contemplando a Santo Tomas pero cuando se giró Carleigh se fijó inmediatamente en la cruz de su cuello, bastante parecida a la que él llevaba, aunque escondida bajo las ropas. — Nunca te creí un hombre de fe...— lo observó mientras despacio avanzaba hacia él, manteniendo las distancias que siempre procuraba mantener. —¿Qué haces en París? — el pelirrojo solía ser bastante directo. No le agradaba no conocer las intenciones de la persona que tenía delante.
Se cruzo de brazos sin retirarse ni siquiera el abrigo, y es que esperaba que aquel encuentro no durase demasiado. Ni siquiera había mencionado a su mujer donde se iba, había salido de su casa sin dar explicaciones, aunque dada su posicion tampoco tenía porque darlas. Solo Dios era el que debía pedirle las explicaciones que considerase pertinente.
Caminando con las manos en los bolsillos observó sus zapatos marrones. Para ser un hombre que podría darse todo tipo de caprichos y lucir las mejores galas, era bastante simple vistiendo, con pantalón negro ceñido, los típicos de la época, camisa blanca y abrigo le bastaba. Estaba pensativo, mucho, y es que no entendía aquella urgencia de su viejo…conocido por reunirse con él de nuevo. Se supone que no se volverían a ver.
Tomó aire y observo la fachada de la catedral. Lo que no terminaba de entender tampoco es porque había elegido ese lugar como sitio de reunión, es verdad que daba posibilidad a un ambiente más privado, pero aquel lugar era un lugar sagrado y hace tres años Stein no parecía ser un hombre de fe. O quizás no lo manifestaba tan abiertamente como él. Quizás lo que en verdad le molestaba era que aquel hombre había traído confusión a su vida hace unos años y encontrarse con en él en una capilla era sumamente extraño.
Avanzó, se adentró en la iglesia, se santiguo haciendo una reverencia a la vez y siguió avanzando hasta una de las capillas, la acordada en la carta que Carleigh le había enviado a el otro hombre hace una semana. Una vez dentro cerró la puerta y su mirada se clavó en el hombre que ya parecía haberse acomodado, estaba de espaldas a él contemplando a Santo Tomas pero cuando se giró Carleigh se fijó inmediatamente en la cruz de su cuello, bastante parecida a la que él llevaba, aunque escondida bajo las ropas. — Nunca te creí un hombre de fe...— lo observó mientras despacio avanzaba hacia él, manteniendo las distancias que siempre procuraba mantener. —¿Qué haces en París? — el pelirrojo solía ser bastante directo. No le agradaba no conocer las intenciones de la persona que tenía delante.
Se cruzo de brazos sin retirarse ni siquiera el abrigo, y es que esperaba que aquel encuentro no durase demasiado. Ni siquiera había mencionado a su mujer donde se iba, había salido de su casa sin dar explicaciones, aunque dada su posicion tampoco tenía porque darlas. Solo Dios era el que debía pedirle las explicaciones que considerase pertinente.
Carleigh Altdorfer- Condenado/Licántropo/Realeza
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Fecha de inscripción : 15/11/2016
Re: Seven sins. [Privado]
Sonreí de forma macabra cuando oí su voz, pero antes de girarme compuse un gesto inocente aunque serio, bastante sereno. Observé a mi viejo aliado. Había mejorado tras aquellos años, se le veía con más porte, más seguro en sus pasos... aunque con la misma cara de perro. Carleigh Altdorfer era uno de los hombres más reprimidos que había conocido en toda mi vida. Era hechicero y como tal, podía notar su aura y la oscuridad de los demonios que guardaba en su interior. ¿Cómo sería aquel hombre cuando daba rienda suelta a su verdadero yo? La curiosidad me mordió levemente, pero me centré enseguida. Estaba allí por un motivo. Ante su directa pregunta, le dediqué una sonrisa fanfarrona.
- ¿A qué tanta prisa, camarada? Los años te han tratado bien, eso me alegra. A ver, deja que te vea.
Me acerqué a él y sacudí un poco las solapas de su abrigo, para empezar a caminar a su alrededor. Sabía que al pelirrojo no le gustaba el contacto, pero me encontraba aburrido y siempre era interesante sacar de sus casillas a las personas tan encasilladsa en su forma de vida. Sus verdaderas personalidades siempre eran fascinantes y para alguien como yo, que apenas albergaba sentimientos que no fueran rabia, odio, excitación o regocijo ante el sufrimiento ajeno, suponían todo un entretenimiento.
Por supuesto, Carleigh no sabía que yo era un hechicero, o hubiera intentado cazarme hacía mucho tiempo. Pero yo sí que sabía de su naturaleza animal, su aura violácea con toques chispeantes le delataba. A su comentario sobre la fe, le dirigí una enigmática sonrisa y con una mirada intensa de mis ojos color zafiro repuse suavemente:
- Bueno, lo que creemos puede cambiar de un momento a otro. Las apariencias siempre engañan, ¿no crees?- me paré a observar un retablo y hablé de espaldas a él. - Y enhorabuena por esa preciosa hija que tienes, por cierto. - sabía perfectamente que le inquietaría ese comentario, pero ese era mi objetivo. Sonreí de manera siniestra de nuevo de espaldas a él, esperando algún comentario furibundo por su parte.
- ¿A qué tanta prisa, camarada? Los años te han tratado bien, eso me alegra. A ver, deja que te vea.
Me acerqué a él y sacudí un poco las solapas de su abrigo, para empezar a caminar a su alrededor. Sabía que al pelirrojo no le gustaba el contacto, pero me encontraba aburrido y siempre era interesante sacar de sus casillas a las personas tan encasilladsa en su forma de vida. Sus verdaderas personalidades siempre eran fascinantes y para alguien como yo, que apenas albergaba sentimientos que no fueran rabia, odio, excitación o regocijo ante el sufrimiento ajeno, suponían todo un entretenimiento.
Por supuesto, Carleigh no sabía que yo era un hechicero, o hubiera intentado cazarme hacía mucho tiempo. Pero yo sí que sabía de su naturaleza animal, su aura violácea con toques chispeantes le delataba. A su comentario sobre la fe, le dirigí una enigmática sonrisa y con una mirada intensa de mis ojos color zafiro repuse suavemente:
- Bueno, lo que creemos puede cambiar de un momento a otro. Las apariencias siempre engañan, ¿no crees?- me paré a observar un retablo y hablé de espaldas a él. - Y enhorabuena por esa preciosa hija que tienes, por cierto. - sabía perfectamente que le inquietaría ese comentario, pero ese era mi objetivo. Sonreí de manera siniestra de nuevo de espaldas a él, esperando algún comentario furibundo por su parte.
Stein Ackerman- Hechicero Clase Media
- Mensajes : 114
Fecha de inscripción : 01/11/2016
Re: Seven sins. [Privado]
No pudo evitar analizar los cambios que había sufrido el hombre en aquellos últimos tres años. Su memoria fotográfica le daba una imagen exacta del Stein de hace unos años, comparando cada detalle, como si aquello fuese un examen riguroso. Y no debería estar haciendo ese examen, lo mismo daba lo que hubiese cambiado. Espera… ¿ver el qué? Se tensó inmediatamente cuando le vio acercarse, no le gustaba que superasen su espacio personal sin consentimiento, y las únicas autorizadas para eso eran su mujer y su hija. Apartó la vista y carraspeó, esperando que se apartase cuanto antes. La violencia era algo que reprimía sobre todas las cosas, porque esa violencia podía desencadenar el resto de demonios y entonces todo sería caos.
—No vuelvas a hacer eso Ackerman—elegir su apellido para llamarlo no era al azar, quería mostrar que aquello era una situación que le desagradaba, y que su relación no iba más allá de la cordialidad y los negocios.
Conservó la postura, podía con aquello, fuese lo que fuese que estuviese haciendo aquel hombre no iba a poder con su paciencia que tanto había trabajado. Así que cuando al fin se alejó y la conversación fue retomada, pudo mirarlo a los ojos, el gris se cruzó con el zafiro y ya no pudo apartar la mirada de ahí.
—Mis creencias son firmes, no cambian. —espetó con claridad y seriedad. No sabía a qué se refería con que siempre podían cambiar, no tenía ningún sentido aquello, la gente no iba cambiando de religión en religión así porque así. A pesar de eso iba a darle la razón sobre lo segundo, las apariencias engañaban y mucho, aunque se quedó unos segundos pensando si eso iba con segundas intenciones, si había algo oculto tras las palabras. Estaba dándole demasiadas vueltas. El asunto es que cuando iba a contestar, él lo interrumpió, atreviéndose a mencionar a su hija sin siquiera mirarle a la cara.
Avanzó con paso firme colocándose tras de él. —No sé cómo has conseguido esa información, pero déjame decirte algo Stein…No vuelvas a mencionarla — todo su cuerpo se había tensado al pensar que alguien podía hacer daño a la luz de sus ojos. A lo único bueno que había salido de él, lo único que no estaba podrido y manchado por la oscuridad que inundaba su alma. Tuvo que apartarse porque casi le dieron ganas de golpearle, solo por atreverse a hablar de ella. Y si, solo le había felicitado, pero las felicitaciones venían de parte de familia y amigos, no de alguien a quien no veía desde hace tres años.
Volvió a cruzar sus brazos y tomo aire. —Te he hecho una pregunta antes, ¿Qué haces en París?... Podría haber decidido no venir a esta reunión, pero lo he hecho, se suponía que nuestra cooperación acabo en Berlín, así que lo preguntare una vez y solo una… ¿Qué quieres de mí? — porque sinceramente, no había nada que Carleigh pudiera querer de él…¿no?...Nada.
—No vuelvas a hacer eso Ackerman—elegir su apellido para llamarlo no era al azar, quería mostrar que aquello era una situación que le desagradaba, y que su relación no iba más allá de la cordialidad y los negocios.
Conservó la postura, podía con aquello, fuese lo que fuese que estuviese haciendo aquel hombre no iba a poder con su paciencia que tanto había trabajado. Así que cuando al fin se alejó y la conversación fue retomada, pudo mirarlo a los ojos, el gris se cruzó con el zafiro y ya no pudo apartar la mirada de ahí.
—Mis creencias son firmes, no cambian. —espetó con claridad y seriedad. No sabía a qué se refería con que siempre podían cambiar, no tenía ningún sentido aquello, la gente no iba cambiando de religión en religión así porque así. A pesar de eso iba a darle la razón sobre lo segundo, las apariencias engañaban y mucho, aunque se quedó unos segundos pensando si eso iba con segundas intenciones, si había algo oculto tras las palabras. Estaba dándole demasiadas vueltas. El asunto es que cuando iba a contestar, él lo interrumpió, atreviéndose a mencionar a su hija sin siquiera mirarle a la cara.
Avanzó con paso firme colocándose tras de él. —No sé cómo has conseguido esa información, pero déjame decirte algo Stein…No vuelvas a mencionarla — todo su cuerpo se había tensado al pensar que alguien podía hacer daño a la luz de sus ojos. A lo único bueno que había salido de él, lo único que no estaba podrido y manchado por la oscuridad que inundaba su alma. Tuvo que apartarse porque casi le dieron ganas de golpearle, solo por atreverse a hablar de ella. Y si, solo le había felicitado, pero las felicitaciones venían de parte de familia y amigos, no de alguien a quien no veía desde hace tres años.
Volvió a cruzar sus brazos y tomo aire. —Te he hecho una pregunta antes, ¿Qué haces en París?... Podría haber decidido no venir a esta reunión, pero lo he hecho, se suponía que nuestra cooperación acabo en Berlín, así que lo preguntare una vez y solo una… ¿Qué quieres de mí? — porque sinceramente, no había nada que Carleigh pudiera querer de él…¿no?...Nada.
Carleigh Altdorfer- Condenado/Licántropo/Realeza
- Mensajes : 29
Fecha de inscripción : 15/11/2016
Re: Seven sins. [Privado]
Solté una ligera carcajada y levanté un poco las manos en señal de rendición cuando me giré hacia él por el comentario de su hija. Su agresividad no me servía de nada, y como no podía utilizar el Dominatem con él por lo lobuno de su naturaleza, tendría que hacerlo por la vía larga. Convenciéndole. Empecé rodeando sutilmente a Carleigh con mi halo mágico de atracción, lo que aumentaba mi labia y mi magnetismo, ya de por sí impecables. Sonreí de medio lado y dije:
- Me lo comentó el conde Rüder, originario de Berlín, que curiosamente es mi tierra, así que harías bien en ralajarte o te dará una embolia, y este no es el sitio idóneo para hacerte el boca a boca.- le contesté eso sólo para ver su reacción, me divertía ver cómoo le cambiaba la cara por segundos.
Se había puesto detrás de mí y al girarme, quedamos frente a frente. Fijé mis ojos en los suyos, grises como amanecer lluvioso y llenos de secretos. Comencé a hablar sin apartar la mirada.
- Bien, lo que quiero de ti, mi viejo amigo, es... una orden de búsqueda y captura. Contra la bruja Elora Paine, viuda de Buisson.
Observé su tensión muscular, sus movimientos, la velocidad a la que parecían pasar sus pensamientos guiados por la tensión de su mandíbula. Le desagradaba este encuentro, pero a mí me daba lo mismo. Sólo pensaba en mi objetivo.
- El por qué la delato sólo es cuestión mía. Es inteligente y hay que encontrar pruebas contra ella, pero estoy seguro de que eres un tipo listo y las... "encontrarás".
Volví a acercarme un poco a su figura, de altura parecida a la mía pero mucho menos ancho de espaldas, y le dirigí una penetrante mirada.
- Y recuerda que no deberías negarte... - le dirigí una mirada siniestra y amenazadora. Le dediqué una sonrisa macabra - ¿Qué querrías a cambio? ¿Que te enseñara a dominar esos demonios que sé que te corroen por dentro? No hace falta que lo escondas tanto, Carleigh, puedo verlo absolutamente... - me acerqué hasta estar a centímetros de su cara - TODO - me alejé un paso de él. - sobre ti. ¿Sabe la pequeña Elaine que su padre es un licántropo?
Me crucé de brazos hacia el Inquisidor con una encantadora sonrisa, conocedor de que tenía la sartén por el mango y de que no le serviría de nada ponerse como una fiera contra mí.
- Me lo comentó el conde Rüder, originario de Berlín, que curiosamente es mi tierra, así que harías bien en ralajarte o te dará una embolia, y este no es el sitio idóneo para hacerte el boca a boca.- le contesté eso sólo para ver su reacción, me divertía ver cómoo le cambiaba la cara por segundos.
Se había puesto detrás de mí y al girarme, quedamos frente a frente. Fijé mis ojos en los suyos, grises como amanecer lluvioso y llenos de secretos. Comencé a hablar sin apartar la mirada.
- Bien, lo que quiero de ti, mi viejo amigo, es... una orden de búsqueda y captura. Contra la bruja Elora Paine, viuda de Buisson.
Observé su tensión muscular, sus movimientos, la velocidad a la que parecían pasar sus pensamientos guiados por la tensión de su mandíbula. Le desagradaba este encuentro, pero a mí me daba lo mismo. Sólo pensaba en mi objetivo.
- El por qué la delato sólo es cuestión mía. Es inteligente y hay que encontrar pruebas contra ella, pero estoy seguro de que eres un tipo listo y las... "encontrarás".
Volví a acercarme un poco a su figura, de altura parecida a la mía pero mucho menos ancho de espaldas, y le dirigí una penetrante mirada.
- Y recuerda que no deberías negarte... - le dirigí una mirada siniestra y amenazadora. Le dediqué una sonrisa macabra - ¿Qué querrías a cambio? ¿Que te enseñara a dominar esos demonios que sé que te corroen por dentro? No hace falta que lo escondas tanto, Carleigh, puedo verlo absolutamente... - me acerqué hasta estar a centímetros de su cara - TODO - me alejé un paso de él. - sobre ti. ¿Sabe la pequeña Elaine que su padre es un licántropo?
Me crucé de brazos hacia el Inquisidor con una encantadora sonrisa, conocedor de que tenía la sartén por el mango y de que no le serviría de nada ponerse como una fiera contra mí.
Stein Ackerman- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 01/11/2016
Re: Seven sins. [Privado]
No sabría describir muy bien que ocurrio a continuacion, se sintió bastante extraño, confuso, como si alguno de sus muros internos hubiese caído sin autorización previa. No es que de pronto el hombre con el que se encontraba le resultase más agradable y simpatico, pero como que sus palabras pesaban más sobre él, haciendose paso en su mente.
La cara de Carleigh fue todo un poema cuando comento lo del boca a boca. No, eso si que no. ¿Acaso estaba jugando con él o algo parecido?...La tension era cada vez más palpable, incluso el corazon le latía más rápido debido a la fusion de emociones que deseaban salir, sobretodo rabia. Claro, el conde, el hombre más cotilla de todo el país. Eso le cuadraba, ni siquiera se planteo que le estuviese mintiendo, acepto aquello con total naturalidad.
Aguanto su mirada, aunque le costó por alguna razon que no entendía, o no quería entender. Normalmente aguantar miradas era el pan diario de Carleigh. Pero esas palabras, gustaron mucho menos y encajaron mucho menos en su mente, surgieron muchas preguntas. Entre ellas quería saber el motivo por el cual necesitaba que atraparan a esa bruja. Carleigh no iba a incriminar a nadie, no pensaba a hacer algo así, ¿por que iba a hacer eso?...¿Y porque no dejaba de llamarle amigo?...
— Quiero saber tus motivos...Y deja de llamarme amigo —se movio un poco en el sitio, intentando destensarse. Su mirada por un momento bajo desde los ojos azules del hombre, a su cruz plateada, estaría bien tocarla, eso quizás le hacia reaccionar y entender porque se estaba sumergiendo en un estado de confusion, porque estaba tan alterado. La plata le haria reaccionar. Pero entonces le vio acercarse y elevo su mirada.
Aquellas palabras le hicieron dejar atrás el desconcierto, su cambio de actitud derrumbo la confusion. Cuando hablo de sus demonios a punto estuvo de sacar el revolver que llevaba guardado bajo el abrigo, en su espalda. Y de nuevo, su idea arrojada a un oscuro pozo sin fondo ni luz. Su hija volvio a aparecer en la conversacion. Sin saber casi como había pasado, estaba agarrando del cuello al hombre, sus dedos presionaban su piel mientras lo observaba fijamente. Le había dicho que no lo volviese a hacer, le había dicho que no mencionase a su hija.
¿Por qué había hablado de sus demonios?...Y esa forma de hablar que tenía le aturdía. Lo soltó y se dio la vuelta, elevando la vista al techo de la capilla. — ¿Por qué no buscas otro inquisidor?...Alguno estaría encantado de inculpar a una hechicera...Y no harían preguntas, ¿por qué vuelves aquí y me pides a mi que haga esto? —con la ultima pregunta se había girado a verlo. — Sabes que te matare si te acercas a mi hija —lo señalo con el dedo índice de su mano derecha. Mataría a cualquiera que tratase de apartar de su lado a la unica persona que de verdad quería.
Tomó aire y cerró los ojos. — Quiero respuestas Ackerman, sino, no hare nada...
La cara de Carleigh fue todo un poema cuando comento lo del boca a boca. No, eso si que no. ¿Acaso estaba jugando con él o algo parecido?...La tension era cada vez más palpable, incluso el corazon le latía más rápido debido a la fusion de emociones que deseaban salir, sobretodo rabia. Claro, el conde, el hombre más cotilla de todo el país. Eso le cuadraba, ni siquiera se planteo que le estuviese mintiendo, acepto aquello con total naturalidad.
Aguanto su mirada, aunque le costó por alguna razon que no entendía, o no quería entender. Normalmente aguantar miradas era el pan diario de Carleigh. Pero esas palabras, gustaron mucho menos y encajaron mucho menos en su mente, surgieron muchas preguntas. Entre ellas quería saber el motivo por el cual necesitaba que atraparan a esa bruja. Carleigh no iba a incriminar a nadie, no pensaba a hacer algo así, ¿por que iba a hacer eso?...¿Y porque no dejaba de llamarle amigo?...
— Quiero saber tus motivos...Y deja de llamarme amigo —se movio un poco en el sitio, intentando destensarse. Su mirada por un momento bajo desde los ojos azules del hombre, a su cruz plateada, estaría bien tocarla, eso quizás le hacia reaccionar y entender porque se estaba sumergiendo en un estado de confusion, porque estaba tan alterado. La plata le haria reaccionar. Pero entonces le vio acercarse y elevo su mirada.
Aquellas palabras le hicieron dejar atrás el desconcierto, su cambio de actitud derrumbo la confusion. Cuando hablo de sus demonios a punto estuvo de sacar el revolver que llevaba guardado bajo el abrigo, en su espalda. Y de nuevo, su idea arrojada a un oscuro pozo sin fondo ni luz. Su hija volvio a aparecer en la conversacion. Sin saber casi como había pasado, estaba agarrando del cuello al hombre, sus dedos presionaban su piel mientras lo observaba fijamente. Le había dicho que no lo volviese a hacer, le había dicho que no mencionase a su hija.
¿Por qué había hablado de sus demonios?...Y esa forma de hablar que tenía le aturdía. Lo soltó y se dio la vuelta, elevando la vista al techo de la capilla. — ¿Por qué no buscas otro inquisidor?...Alguno estaría encantado de inculpar a una hechicera...Y no harían preguntas, ¿por qué vuelves aquí y me pides a mi que haga esto? —con la ultima pregunta se había girado a verlo. — Sabes que te matare si te acercas a mi hija —lo señalo con el dedo índice de su mano derecha. Mataría a cualquiera que tratase de apartar de su lado a la unica persona que de verdad quería.
Tomó aire y cerró los ojos. — Quiero respuestas Ackerman, sino, no hare nada...
Carleigh Altdorfer- Condenado/Licántropo/Realeza
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Fecha de inscripción : 15/11/2016
Re: Seven sins. [Privado]
Todo este tema me estaba entreteniendo más de lo que esperaba. El Inquisidor estaba realmente enfadado, lo que me provocó una sonrisa de triunfo. Aquel hombre guardaba muchos secretos y algo me decía que el resultado de aquellos enigmas era oscuro y poderoso, lo que me agradaba en gran medida. Pidió motivos y me agarró del cuello, momento en el que ni siquiera me inmuté, en parte porque me esperaba una reacción parecida. Me soltó y me amenazó con matarme si me acercaba a su hija. Sonreí mientras caminaba a su alrededor lentamente, con las manos cruzadas a la espalda. Me quedé mirando las estatuas antes de decir:
- Oh, no tengo interés alguno en dañar a esa pequeña criatura indefensa. No sé por quién me tomas - le enseñó una hilera de dientes que nada tenía de inocente. Más bien de inquietante. - Pero tú sí tienes interés en protegerla y puedo contribuir a ello. Y más aún... tienes interés en algo que puedo hacer para ayudarte a contener a esos a los que batallas cada día en tu interior. Imagínate. - compuse una mirada soñadora hacia arriba mientras seguía caminando en círculos a su alrededor lentamente. - Poder vivir tu vida sin tener que controlarte a cada segundo, sin tener que castigarte por ello, sintiendo sólo amor por tu mujer y tu chiquilla sin ninguna preocupación interna más allá de los problemas mundanos, tener una vida... normal. - fue entonces cuando clavé mis ojos en él. Sabía que en lo más profundo anhelaba lo que yo le estaba ofreciendo.
Sí, podía haberle ofrecido un simple amuleto protector contra espíritus para su hija y aún así lo hubiera aceptado. Pero me interesaba más de lo que quería reconocer aquel hombre, cuya aura tan torturada y oscura parecía tronar cada vez que mis palabras hacían mella en él. ¿Qué oscuros secretos guardaría en su interior?
La curiosidad, sentimiento extraño en mí, me invadía cada vez que miraba sus ojos grises. Quién sabe, quizás esos demonios y su lealtad podrían serme útiles en el futuro. Me planté entonces enfrente de él y le ofrecí mi mano abierta para que me la estrechara.
- ¿Qué me dices Carleigh, dejamos las preguntas y empezamos con las respuestas? Fue entonces cuando arrojé todo mi potencial de atracción sobre él, mirándole tan intensamente a los ojos que podría haber derretido la pared de piedra si hubiera querido. La propuesta acababa de ser lanzada.
- Oh, no tengo interés alguno en dañar a esa pequeña criatura indefensa. No sé por quién me tomas - le enseñó una hilera de dientes que nada tenía de inocente. Más bien de inquietante. - Pero tú sí tienes interés en protegerla y puedo contribuir a ello. Y más aún... tienes interés en algo que puedo hacer para ayudarte a contener a esos a los que batallas cada día en tu interior. Imagínate. - compuse una mirada soñadora hacia arriba mientras seguía caminando en círculos a su alrededor lentamente. - Poder vivir tu vida sin tener que controlarte a cada segundo, sin tener que castigarte por ello, sintiendo sólo amor por tu mujer y tu chiquilla sin ninguna preocupación interna más allá de los problemas mundanos, tener una vida... normal. - fue entonces cuando clavé mis ojos en él. Sabía que en lo más profundo anhelaba lo que yo le estaba ofreciendo.
Sí, podía haberle ofrecido un simple amuleto protector contra espíritus para su hija y aún así lo hubiera aceptado. Pero me interesaba más de lo que quería reconocer aquel hombre, cuya aura tan torturada y oscura parecía tronar cada vez que mis palabras hacían mella en él. ¿Qué oscuros secretos guardaría en su interior?
La curiosidad, sentimiento extraño en mí, me invadía cada vez que miraba sus ojos grises. Quién sabe, quizás esos demonios y su lealtad podrían serme útiles en el futuro. Me planté entonces enfrente de él y le ofrecí mi mano abierta para que me la estrechara.
- ¿Qué me dices Carleigh, dejamos las preguntas y empezamos con las respuestas? Fue entonces cuando arrojé todo mi potencial de atracción sobre él, mirándole tan intensamente a los ojos que podría haber derretido la pared de piedra si hubiera querido. La propuesta acababa de ser lanzada.
Stein Ackerman- Hechicero Clase Media
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Re: Seven sins. [Privado]
Lo que había en su interior, lo que realmente escondía, solo lo conocía él, no sabía porque Stein tenía esa informacion, quizás calaba muy bien a las personas, pero aunque fuese así realmente no podía ni siquiera llegar a imaginarse lo mucho que se ocultaba del verdadero Carleigh al mundo. Y actualmente, su hija era el unico y principal pilar que sostenía aquella fachada. Si alguien llegase a acabar con aquel pilar, ya no podría controlarse, no podría tener fuerzas para seguir combatiendo el mal en un mundo donde ni siquiera una niña como su hija estaba a salvo. Por eso debía protegerla tan bien, por eso no podía dejar que nada la pasara.
Lo que le ofrecia el hombre iba mucho más alla de sus expectativas, en su interior realmente no creía ni que fuese posible. Eran promesas vacias sin ningun sentido, y sin embargo, ahí estaba, dudando. Había golpeado a hombres por mucho menos. Las palabras de viejo amigo eran atrevidas. Su mente era incapaz de pensar con claridad, necesitaba gritar, gritar para centrarse, pero no podía, no lo iba a hacer, seguía en la casa de Dios, seguía con ese hombre delante suyo ofreciendole un trato.
Y de pronto le tenía de nuevo a excasos centímetros de distancia...Esa dichosa manía por invadir el espacio personal. Notó otra vez esa sensacion de total confusion, de pensamientos que se revelaban que no quería que fuesen revelados. No quería a ese hombre cerca suyo y sin embargo sentía la necesidad de aceptar aquello solo para dejar que él lo ayudase.
Y de un momento a otro, sus manos se unieron, Carleigh sujeto con firmeza la mano del contrario más de lo normal. Sus ojos grises fijos en los de él. — Supongo... —tuvo que carraspear porque su voz fue un susurró, aun sostenía su mano. — Supongo que si... —su voz ya sonó normal, bajo la mirada hacia sus manos y la separo inmediatamente, dejando libre la del otro hombre.
¿Que acababa de hacer?...Una especie de pacto para que de alguna forma sus demonios abandonaran su cuerpo, pero el debería aceptar sus demonios y combatirlos a traves de la oracion, no dejar que otras fuerzas se encargaran de ello. Nervioso tuvo que sentarse en uno de los bancos, apoyo los codos en sus piernas y llevo las manos a su pelo, cerrando los ojos. Algo le presionaba el pecho, necesitaba aire. desabrocho dos botones de la camisa y la cruz de plata salio libre, colgando de su cuello y balanceandose en el aire. Al sentarse recto podían apreciarse las marcas de la plata en el pecho y el cuello. Las cicatrices, esas jamás se irian. — Elora Paine, hechicera...Necesito más detalles, donde vive, su familia... —cogiendo la cruz y cerrando los ojos trato de concentrarse en la parte de aquel asunto que era su trabajo.
Lo que le ofrecia el hombre iba mucho más alla de sus expectativas, en su interior realmente no creía ni que fuese posible. Eran promesas vacias sin ningun sentido, y sin embargo, ahí estaba, dudando. Había golpeado a hombres por mucho menos. Las palabras de viejo amigo eran atrevidas. Su mente era incapaz de pensar con claridad, necesitaba gritar, gritar para centrarse, pero no podía, no lo iba a hacer, seguía en la casa de Dios, seguía con ese hombre delante suyo ofreciendole un trato.
Y de pronto le tenía de nuevo a excasos centímetros de distancia...Esa dichosa manía por invadir el espacio personal. Notó otra vez esa sensacion de total confusion, de pensamientos que se revelaban que no quería que fuesen revelados. No quería a ese hombre cerca suyo y sin embargo sentía la necesidad de aceptar aquello solo para dejar que él lo ayudase.
Y de un momento a otro, sus manos se unieron, Carleigh sujeto con firmeza la mano del contrario más de lo normal. Sus ojos grises fijos en los de él. — Supongo... —tuvo que carraspear porque su voz fue un susurró, aun sostenía su mano. — Supongo que si... —su voz ya sonó normal, bajo la mirada hacia sus manos y la separo inmediatamente, dejando libre la del otro hombre.
¿Que acababa de hacer?...Una especie de pacto para que de alguna forma sus demonios abandonaran su cuerpo, pero el debería aceptar sus demonios y combatirlos a traves de la oracion, no dejar que otras fuerzas se encargaran de ello. Nervioso tuvo que sentarse en uno de los bancos, apoyo los codos en sus piernas y llevo las manos a su pelo, cerrando los ojos. Algo le presionaba el pecho, necesitaba aire. desabrocho dos botones de la camisa y la cruz de plata salio libre, colgando de su cuello y balanceandose en el aire. Al sentarse recto podían apreciarse las marcas de la plata en el pecho y el cuello. Las cicatrices, esas jamás se irian. — Elora Paine, hechicera...Necesito más detalles, donde vive, su familia... —cogiendo la cruz y cerrando los ojos trato de concentrarse en la parte de aquel asunto que era su trabajo.
Carleigh Altdorfer- Condenado/Licántropo/Realeza
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Re: Seven sins. [Privado]
Sonreí de medio lado al ver su confusión y lo nervioso que se estaba poniendo. Me iba a divertir mucho con aquel Inquisidor reprimido y maleable. Podía hacerse el duro, pero lo que le tenía preparado liberaría esos demonios que portaba dentro de una vez por todas, emonios que pensaba usar en mi propio beneficio. Mencionó el nombre de la bruja y sonreí de manera siniestra mientras seguía caminando cerca de él, sin dejar de observar la amalgama de reacciones que deformaban su rostro y la agonía que este hecho parecía producir en él, tan recto y creyente como lo recordaba.
- Vive en la mansión Buisson, en las afueras de París. Sé que podrás idear algo bueno.
Fue entonces cuando observé las cicatrices de su pecho. Conocía su naturaleza y el daño que le causaba llevar esa cruz de plata pegada a la piel. ¿Así que se castigaba? Oh, esto lo ponía mucho más interesante. Internaría a aquel Inquisidor en un mundo de oscuridad, dolor y placer que jamás podría imaginarse, tanto que haría que sus demonios clamaran por sí mismos. Sería entonces cuando reclamaría aquellas fuerzas oscuras y absorbería su poder. Lentamente volví a ponerme enfrente suyo. Lo miré a los ojos y sonreí, mostrando una hilera de dientes que nada tenían de encantadores. Moví la mano sin dejar de mirarle ni un instante, con toda mi aura de atracción en auge sobre su cuerpo y desfiando al gris de sus ojos con mis dos zafiros incrustados. Agarré la cruz de plata y la presioné un momento contra su pecho. Un olor a piel quemada inundó la estancia, pero el Inquisidor parecía acostumbrado a aquel tormento. Entonces, de pronto retiré con fuerza la cruz, arrancándosela del cuello y mostrándosela mientras hablaba lentamente:
- Regla número uno. Los castigos... - le dirigí una intensa mirada. - ... los impongo yo.
Fue entonces cuando me guardé la cruz en el bolsillo de los pantalones. Cogí mi gabardina y pasé de largo junto a él, caminando con paso firme. Antes de salir por la puerta de la capilla dije en voz alta:
- Cuando tengas algo interesante, ven a verme a la posada del Golden Cat. Tendremos entonces nuestra primera sesión...
No alcancé a ver la cara de aquel hombre tan intrigante mientras salía de aquella majestuosa catedral. Pero en mi interior, tenía claro mi objetivo. Todas las bestias debían salir al mundo. Y saldrían, me aseguraría de ello.
- Vive en la mansión Buisson, en las afueras de París. Sé que podrás idear algo bueno.
Fue entonces cuando observé las cicatrices de su pecho. Conocía su naturaleza y el daño que le causaba llevar esa cruz de plata pegada a la piel. ¿Así que se castigaba? Oh, esto lo ponía mucho más interesante. Internaría a aquel Inquisidor en un mundo de oscuridad, dolor y placer que jamás podría imaginarse, tanto que haría que sus demonios clamaran por sí mismos. Sería entonces cuando reclamaría aquellas fuerzas oscuras y absorbería su poder. Lentamente volví a ponerme enfrente suyo. Lo miré a los ojos y sonreí, mostrando una hilera de dientes que nada tenían de encantadores. Moví la mano sin dejar de mirarle ni un instante, con toda mi aura de atracción en auge sobre su cuerpo y desfiando al gris de sus ojos con mis dos zafiros incrustados. Agarré la cruz de plata y la presioné un momento contra su pecho. Un olor a piel quemada inundó la estancia, pero el Inquisidor parecía acostumbrado a aquel tormento. Entonces, de pronto retiré con fuerza la cruz, arrancándosela del cuello y mostrándosela mientras hablaba lentamente:
- Regla número uno. Los castigos... - le dirigí una intensa mirada. - ... los impongo yo.
Fue entonces cuando me guardé la cruz en el bolsillo de los pantalones. Cogí mi gabardina y pasé de largo junto a él, caminando con paso firme. Antes de salir por la puerta de la capilla dije en voz alta:
- Cuando tengas algo interesante, ven a verme a la posada del Golden Cat. Tendremos entonces nuestra primera sesión...
No alcancé a ver la cara de aquel hombre tan intrigante mientras salía de aquella majestuosa catedral. Pero en mi interior, tenía claro mi objetivo. Todas las bestias debían salir al mundo. Y saldrían, me aseguraría de ello.
Stein Ackerman- Hechicero Clase Media
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Re: Seven sins. [Privado]
No pensaba con claridad, y eso lo sabía en su interior, su razonamiento parecia nublarse cada vez más mientras los minutos pasaban en aquella capilla que no parecía estar bajo el cobijo de su señor pues este no le estaba prestando ninguna ayuda. Si hubiese pensado con razonamiento, si su mente se hubiese impuesto por encima de la de aquel hombre, todo habría sido diferente. Carleigh era por norma general un hombre letal y bien entrenado, aquellas tonterías podían haber costado la vida de Stein si lo pensabas bien. Tendría que tener cuidado en que el pelirrojo no tomase en ningun momento el control, puesto que ese podía ser su fin.
El dolor de la plata, había llevado su mano hacia el brazo del hombre para intentar impedir aquello, pero no pudo evitar nada. Sus dedos se clavaron entorno al brazo contrario. Su fuerza de resistencia era semejante a la fuerza que poseía en las manos, pero aquel quemor en su pecho ya lo había sufrido demasiadas veces como para mostrarse extremamente dolorido. Su mirada se mostraba fiera y agonizante alternativamente. Aunque sin duda fue ira lo que se pudo observar cuando le arrebato su cruz. Fueron sus palabras las que le dejaron confuso. Y se alzo del banco, en un intento de hacer lo que debería haber hecho y acabar con eso ahí mismo. Pero solo se quedo mirando como se alejaba, con toda la furia concentrada en sus puños apretados.
Imponer...Nunca nadie le había impuesto nada, y no le gustaba para nada esa sensacion. Las imposiciones eran exacmante lo que de niño desperto sus instintos más salvajes. Y eso no podía volver a pasar. Ni siquiera le dio tiempo de pensar en lo último que dijo antes de irse. Aunque se había grabado en su mente como todo lo que escuchaba, veía o decía. Se había llevado su cruz. Pero esa cruz a fin de cuentas no era más que un simbolo, muy importante, si, pero nada comparado con algunos castigos que acostumbraba a practicar.
La rabia y la desesperacion invadieron todo su cuerpo cuando la confusion y la exposicion a los poderes de aquel hombre desaparecieron.
Sus prioridades estaban claras, en aquellos días tras el encuentro con el hombre había pensado mucho. Había observado a Elora Paine, la hechicera con la que Stein parecía obsesionado, había comprobado que efectivamente tenía poderes pero a pesar de su firme convinccion de llevar a los pecadores al lugar que les corresponde, no podía ordenar una busqueda y captura de alguien que apenas utilizaba sus poderes. No iba a hacerlo, y había ido a esa posada para tomar las riendas de aquella situacion. La última vez aquel hombre le había tomado el pelo, incluso empezaba a sospechar que poseía algun tipo de magia, no iba a dejar que le hiciese lo mismo de nuevo. Dejaria claro quien tenía el control, recuperaría su cruz y se iría de allí.
Claro que quería librarse de sus demonios, quería dejar de ser un monstruo, pero él sabía que era imposible y no iba a aceptar algo así. Apoyado en una esquina recargaba su revolver con balas de plata, no eran necesarias en aquella ocasion, pero siempre le gustaban más. Lo coloco en su espalda sujeto con su pantalon, observó su cinturon con otras armas y comprobo que había traído su cuchillo favorito que guardaba en la parte inferior de la pierna derecha. Con mirada fija al frente avanzo hasta la posada.
Esos sitios eran horribles, miró a su alrededor, un monton de gente desconocida siempre rondando por ahí, y la gente aun así traía allí a sus hijos, fiandose de que no los iban a secuestrar o hacer cosas peores.
— Deseo saber el número de habitacion de Stein Ackerman—fue claro y conciso en su peticion. Paso unos cuantos francos por el mueble de recepcion. Entre otras cosas, había elegido la noche como hora para visitar aquel lugar, porque eso evitaba que lguien lo reconociese, a fin de cuentas era una figura pública, de la realeza, y cuyas acciones estaban seriamente comprometidas. Ser visto entrando en una posada así sería todo un escandalo. — No he estado aquí —lanzo otra moneda al hombre que le había dicho el número de la habitacion y se encamino hacia las escaleras de madera, las cuales subio a paso ligero. Hasta la segunda planta y después busco la puerta indicada, llamo con decision a su puerta y aguardo, con las manos en los bolsillos. Nada más que pudiese entrar iba a ser muy claro, no iba a dar opcion a charlas. Esta vez no.
El dolor de la plata, había llevado su mano hacia el brazo del hombre para intentar impedir aquello, pero no pudo evitar nada. Sus dedos se clavaron entorno al brazo contrario. Su fuerza de resistencia era semejante a la fuerza que poseía en las manos, pero aquel quemor en su pecho ya lo había sufrido demasiadas veces como para mostrarse extremamente dolorido. Su mirada se mostraba fiera y agonizante alternativamente. Aunque sin duda fue ira lo que se pudo observar cuando le arrebato su cruz. Fueron sus palabras las que le dejaron confuso. Y se alzo del banco, en un intento de hacer lo que debería haber hecho y acabar con eso ahí mismo. Pero solo se quedo mirando como se alejaba, con toda la furia concentrada en sus puños apretados.
Imponer...Nunca nadie le había impuesto nada, y no le gustaba para nada esa sensacion. Las imposiciones eran exacmante lo que de niño desperto sus instintos más salvajes. Y eso no podía volver a pasar. Ni siquiera le dio tiempo de pensar en lo último que dijo antes de irse. Aunque se había grabado en su mente como todo lo que escuchaba, veía o decía. Se había llevado su cruz. Pero esa cruz a fin de cuentas no era más que un simbolo, muy importante, si, pero nada comparado con algunos castigos que acostumbraba a practicar.
La rabia y la desesperacion invadieron todo su cuerpo cuando la confusion y la exposicion a los poderes de aquel hombre desaparecieron.
Una semana y tres días después
Posada Golden Cat
11:00 PM
Posada Golden Cat
11:00 PM
Sus prioridades estaban claras, en aquellos días tras el encuentro con el hombre había pensado mucho. Había observado a Elora Paine, la hechicera con la que Stein parecía obsesionado, había comprobado que efectivamente tenía poderes pero a pesar de su firme convinccion de llevar a los pecadores al lugar que les corresponde, no podía ordenar una busqueda y captura de alguien que apenas utilizaba sus poderes. No iba a hacerlo, y había ido a esa posada para tomar las riendas de aquella situacion. La última vez aquel hombre le había tomado el pelo, incluso empezaba a sospechar que poseía algun tipo de magia, no iba a dejar que le hiciese lo mismo de nuevo. Dejaria claro quien tenía el control, recuperaría su cruz y se iría de allí.
Claro que quería librarse de sus demonios, quería dejar de ser un monstruo, pero él sabía que era imposible y no iba a aceptar algo así. Apoyado en una esquina recargaba su revolver con balas de plata, no eran necesarias en aquella ocasion, pero siempre le gustaban más. Lo coloco en su espalda sujeto con su pantalon, observó su cinturon con otras armas y comprobo que había traído su cuchillo favorito que guardaba en la parte inferior de la pierna derecha. Con mirada fija al frente avanzo hasta la posada.
Esos sitios eran horribles, miró a su alrededor, un monton de gente desconocida siempre rondando por ahí, y la gente aun así traía allí a sus hijos, fiandose de que no los iban a secuestrar o hacer cosas peores.
— Deseo saber el número de habitacion de Stein Ackerman—fue claro y conciso en su peticion. Paso unos cuantos francos por el mueble de recepcion. Entre otras cosas, había elegido la noche como hora para visitar aquel lugar, porque eso evitaba que lguien lo reconociese, a fin de cuentas era una figura pública, de la realeza, y cuyas acciones estaban seriamente comprometidas. Ser visto entrando en una posada así sería todo un escandalo. — No he estado aquí —lanzo otra moneda al hombre que le había dicho el número de la habitacion y se encamino hacia las escaleras de madera, las cuales subio a paso ligero. Hasta la segunda planta y después busco la puerta indicada, llamo con decision a su puerta y aguardo, con las manos en los bolsillos. Nada más que pudiese entrar iba a ser muy claro, no iba a dar opcion a charlas. Esta vez no.
Carleigh Altdorfer- Condenado/Licántropo/Realeza
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Re: Seven sins. [Privado]
Escuché los pasos del Inquisidor subiendo las escaleras. Supe que era él por la decisión con la que andaba, como si en realidad él tuviera el control de la situación en la que parecía vivir. Esa semana la había dedicado a indagar sobre el pelirrojo, tan misterioso e intrigante como quería parecer, ya que investigar sobre mi hermana o su brujita me habrían expuesto más de lo que me convenía, así que le dejaría aquel trabajo al religioso. Me había resultado demasiado sencillo pasarme por la mansión Altdorfer y leer los recuerdos del ama de llaves, para hacerle olvidar después mi fugaz visita. La señora además me había contado, bajo el influjo de Dominatem, la vida y las relaciones de tan recto Inquisidor, así como el rumor de los castigos que parecía autoinfligirse en pos de su virtud y rectitud moral. Aquello me divertía. No había conocido personalmente ningún hombre que se castigara de esas maneras por su dios y me intrigaba aquello que quería esconderle al mundo. Estaba claro que era un licántropo, mi lectura de auras me lo dijo la primera vez que lo vi, pero estaba casi seguro de que escondía mucho más de lo que suponía transformarse en un lobo en luna llena. Secretos mucho más oscuros. Y yo iba a desvelarlos. De todos modos, nadie había dicho que no pudiera divertirme un poco dentro de mi misión.
Una sonrisa torcida apareció en mi cara según escuchaba acercarse los pasos del Inquisidor. Llamó a la puerta y esperó. Me froté las manos. Sabía que el pelirrojo no era estúpido, así que habría venido armado. El mayor inconveniente era que no podía utilizar mi Dominatem sobre él, aunque sí que le afectaba mi aura de atracción y si quisiera podría ver algún recuerdo en su mente que recordara vívidamente, aunque tampoco podría explorar su cabeza con libertad por esta misma razón. Las criaturas no humanas escapaban al funcionamiento mental normal, por lo que los mentalistas teníamos que ingeniárnoslas para convencerlos según nuestros intereses. Pero yo no era cualquier mentalista.
Era Stein Ackerman, poderoso y un hechicero dual, lo que me permitía también realizar hechizos elementales forjados con la energía de la naturaleza y que constituía una tapadera perfecta para ocultar mis truquitos mentales. Después de todo; ¿Qué peligro podía suponer un hechicero que hiciera crecer plantas, moviera el agua y el viento o pudiera encender fuego? Poco a simple vista.
Le había dado unas cuantas vueltas a cómo sacar al religioso de su al parecer férreo autocontrol, aunque tenía a mi favor que muchos de mis comentarios le sacaban de sus casillas. Justo lo que pretendía. Parecía un obseso del control, lo que utilizaría a mi favor. Veríamos cómo podría ir desarrollando la "terapia". Iba vestido con unos pantalones negros que me caían sensualmente en la cintura y una camisa a juego abierta del todo, lo que dejaba al descubierto mis abdominales. No llevaba zapatos, mis pies descalzos recorrieron el suelo de madera hasta la puerta. Me revolví un poco el pelo y me froté la cara, así parecería que su visita me había despertado y potenciaría su sensación de superioridad. Eso, potenciado a las armas que seguro portaría consigo, le harían caer en mi trampa de lleno. Había dejado su cruz en el escritorio de la habitación, justo en la pared contraria a la puerta, por lo que lo vería en cuanto la abriera. Sonreí macabramente un momento antes de abrir la puerta lo suficiente para que observara mi figura.
Le miré con el ceño fruncido, como un viajero al que acabaran de despertar.
- ¿Pero te crees que son horas de venir? Espero que me traigas algo bueno. - paladeé la última palabra mientras le daba un repaso con los ojos, principalmente para incomodarlo mientras rodeaba al hombre con mi aura de atracción. Abrí la puerta del todo y le invité a pasar con un ademán y mis ojos azul hielo observando los suyoss fijamente. - Pasa, no te quedes ahí. Ah, creo que olvidaste tu cruz, la tienes en la mesa.
Un pensamiento cruzó mi mente:
"La fiesta acaba de empezar."
Una sonrisa torcida apareció en mi cara según escuchaba acercarse los pasos del Inquisidor. Llamó a la puerta y esperó. Me froté las manos. Sabía que el pelirrojo no era estúpido, así que habría venido armado. El mayor inconveniente era que no podía utilizar mi Dominatem sobre él, aunque sí que le afectaba mi aura de atracción y si quisiera podría ver algún recuerdo en su mente que recordara vívidamente, aunque tampoco podría explorar su cabeza con libertad por esta misma razón. Las criaturas no humanas escapaban al funcionamiento mental normal, por lo que los mentalistas teníamos que ingeniárnoslas para convencerlos según nuestros intereses. Pero yo no era cualquier mentalista.
Era Stein Ackerman, poderoso y un hechicero dual, lo que me permitía también realizar hechizos elementales forjados con la energía de la naturaleza y que constituía una tapadera perfecta para ocultar mis truquitos mentales. Después de todo; ¿Qué peligro podía suponer un hechicero que hiciera crecer plantas, moviera el agua y el viento o pudiera encender fuego? Poco a simple vista.
Le había dado unas cuantas vueltas a cómo sacar al religioso de su al parecer férreo autocontrol, aunque tenía a mi favor que muchos de mis comentarios le sacaban de sus casillas. Justo lo que pretendía. Parecía un obseso del control, lo que utilizaría a mi favor. Veríamos cómo podría ir desarrollando la "terapia". Iba vestido con unos pantalones negros que me caían sensualmente en la cintura y una camisa a juego abierta del todo, lo que dejaba al descubierto mis abdominales. No llevaba zapatos, mis pies descalzos recorrieron el suelo de madera hasta la puerta. Me revolví un poco el pelo y me froté la cara, así parecería que su visita me había despertado y potenciaría su sensación de superioridad. Eso, potenciado a las armas que seguro portaría consigo, le harían caer en mi trampa de lleno. Había dejado su cruz en el escritorio de la habitación, justo en la pared contraria a la puerta, por lo que lo vería en cuanto la abriera. Sonreí macabramente un momento antes de abrir la puerta lo suficiente para que observara mi figura.
Le miré con el ceño fruncido, como un viajero al que acabaran de despertar.
- ¿Pero te crees que son horas de venir? Espero que me traigas algo bueno. - paladeé la última palabra mientras le daba un repaso con los ojos, principalmente para incomodarlo mientras rodeaba al hombre con mi aura de atracción. Abrí la puerta del todo y le invité a pasar con un ademán y mis ojos azul hielo observando los suyoss fijamente. - Pasa, no te quedes ahí. Ah, creo que olvidaste tu cruz, la tienes en la mesa.
Un pensamiento cruzó mi mente:
"La fiesta acaba de empezar."
Stein Ackerman- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 01/11/2016
Re: Seven sins. [Privado]
La puerta se abrio y tras el un hombre a medio vestir, respiro lo más tranquilo que pudo, ese hombre siempre tenía que estar llamando la atencion, por unos segundos si que capturo su atencion, su mirada examino de forma discreta su indumentaria y su cuerpo, pero luego, como si de algo prohibido se tratase se obligo a mirarle a la cara. Rodando los ojos suspiro de forma pesada ante sus palabras.
— No es tan tarde —y no lo era, no para alguien que trabajaba mayormente de noche y que cuando no lo hacia sus horas de sueño resultaban mínimas. Antes de que mencionase la cruz él pudo verla, echando un vistazo a aquella habitacion. Brillaba posada encima de aquella mesa. Por unos segundos el hombre de alguna forma había logrado de nuevo distraerlo, confundirlor, pero era tal su seguridad aquella noche que en cuanto volvio en si apartó de un empujon al hombre y entro a recuperar lo que era suyo, en cuanto poso sus manos sobre ella, se sintió mejor. Respiro hondo, a pesar del calor que sintió en su piel. La coloco en su cuello despacio, sabía que iba a doler cuando tocase su piel, tantos dias sin ella. Abrio un poco su ropa y la dejo caer tras ellas. Ahora todo estaba en su sitio.
— Bien una vez que he recuperado lo que quería, debemos hablar —su voz seria, firme y fria anticipaba lo que iba a venir. Coloco sus manos hacia atrás y por unos segundos se distrajo de nuevo mirando la habitacion. El poco espacio que había alli le recordaba a la mazmorra en la que se encerraba en las noches de luna llena. Volvió la vista al moreno. — He observado a la mujer que dijiste, y a pesar que no sigue la fe de mi señor, no voy a castigarla ni voy a poner ninguna orden para que la capturen. — carraspeo y camino dos pasos volviendo las manos hacia adelante. — Soy inquisidor y sirvo a Dios, pero no condenare a nadie de forma injusta... —cuanta mentira habia en sus palabras, la mascara, el disfraz de Carleigh le permitía ocultar no solo sus deseos más oscuros, si no sus errores más violentos. Condenar era algo que formaba parte de su pasado también, sin justicia de por medio, sin dios, y sin leyes. El autentico Carleigh condenaba por antojo. Trago saliva y se quedo mirando al hechicero, como intentando trasmitir la misma seguridad en su mirada que en sus palabras, pero ya sabes lo que dicen, los ojos son los espejos del alma. Y actuar y hablar era relativamente fácil para él, pero cuando se trataba de ocultar lo que había tras su mirada, era mucho más dificil.
— No es tan tarde —y no lo era, no para alguien que trabajaba mayormente de noche y que cuando no lo hacia sus horas de sueño resultaban mínimas. Antes de que mencionase la cruz él pudo verla, echando un vistazo a aquella habitacion. Brillaba posada encima de aquella mesa. Por unos segundos el hombre de alguna forma había logrado de nuevo distraerlo, confundirlor, pero era tal su seguridad aquella noche que en cuanto volvio en si apartó de un empujon al hombre y entro a recuperar lo que era suyo, en cuanto poso sus manos sobre ella, se sintió mejor. Respiro hondo, a pesar del calor que sintió en su piel. La coloco en su cuello despacio, sabía que iba a doler cuando tocase su piel, tantos dias sin ella. Abrio un poco su ropa y la dejo caer tras ellas. Ahora todo estaba en su sitio.
— Bien una vez que he recuperado lo que quería, debemos hablar —su voz seria, firme y fria anticipaba lo que iba a venir. Coloco sus manos hacia atrás y por unos segundos se distrajo de nuevo mirando la habitacion. El poco espacio que había alli le recordaba a la mazmorra en la que se encerraba en las noches de luna llena. Volvió la vista al moreno. — He observado a la mujer que dijiste, y a pesar que no sigue la fe de mi señor, no voy a castigarla ni voy a poner ninguna orden para que la capturen. — carraspeo y camino dos pasos volviendo las manos hacia adelante. — Soy inquisidor y sirvo a Dios, pero no condenare a nadie de forma injusta... —cuanta mentira habia en sus palabras, la mascara, el disfraz de Carleigh le permitía ocultar no solo sus deseos más oscuros, si no sus errores más violentos. Condenar era algo que formaba parte de su pasado también, sin justicia de por medio, sin dios, y sin leyes. El autentico Carleigh condenaba por antojo. Trago saliva y se quedo mirando al hechicero, como intentando trasmitir la misma seguridad en su mirada que en sus palabras, pero ya sabes lo que dicen, los ojos son los espejos del alma. Y actuar y hablar era relativamente fácil para él, pero cuando se trataba de ocultar lo que había tras su mirada, era mucho más dificil.
Carleigh Altdorfer- Condenado/Licántropo/Realeza
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Fecha de inscripción : 15/11/2016
Re: Seven sins. [Privado]
Observé con una sonrisa torcida la rapidez y desesperación con el que el controlado y recto Inquisidor cogió la cruz de plata. Pude oír el chisporroteo del metal contra la piel y su expresión torturada y a la vez acostumbrada a aquel tormento. Fascinante.
Mi sonrisa se congeló cuando escuché que no iba a delatar a la bruja amante de mi hermana. Mi plan se estaba yendo a pique por los deseos de un Inquisidor reprimido. Me enfurecí. Tuve ganas de envolverlo en llamas con uno de mis hechizos. De latigarle la espalda hasta arrancarle la piel a tiras... pero me pasé la mano por la cara, controlándome. No serviría de nada que lloviera mi ira sobre él, ya que necesitaba a la Inquisición para esto y era el que tenía más a mano. Pero me había cabreado viniendo con las manos vacías y eso era algo que tendría que pagar.
Me crucé de brazos y chasqueé la lengua cerrando la puerta tras de mí. Mi aura de atracción llenó la estancia mientras paseaba de un lado al otro como un león enjaulado, mirando al suelo y contando mentalmente hasta diez para no matar a ese bastardo pelirrojo.
- ¿Me está diciendo, señor Altdorfer... - mis ojos amenazaban con ponerse en blanco, lo que significaría que vertería sobre él el primer hechizo destructivo que se me viniera a la mente y conociéndome, sería Piro, con el que se quemaría vivo al inflamar cada una de sus células. - ... qué viene a molestarme con las manos vacías? Creía que teníamos un trato.- Chasqueé los dedos invocando al viento y el Inquisidor salió disparado hacia la pared de enfrente, quedándose pegado a ella por una fuerte ráfaga de aire. Me acerqué y le quité la pistola y el cuchillo, lanzándolos por la ventana, que seguidamente cerré. Lo senté en una silla antes de que pudiera decir nada y susurré: Gaia.
Era un hechicero mentalista, pero sabía unos cuantos truquitos elementales al ser un dual. El hechizo Gaia hizo que dos gruesas enredaderas llenas de espinas surgieran del suelo y rodearan las muñecas de Carleigh, atándolo a los reposabrazos de la silla y provocándole dolor a cualquier movimiento brusco. Surgieron otras dos más que le agarraron las piernas. Otra rama, más gruesa pero sin espinas, rodeó su cuerpo, atándolo completamente a la silla y sin dejarle más margen de movimiento que de cuello para arriba. Paré entonces el hechizo de viento y me coloqué frente a él con una sonrisa macabra en la cara.
- Sí, Carleigh, me has cabreado. Soy un hechicero, como puedes comprobar. Y no uno cualquiera, así que déjame que te explique un poco de qué va este asunto, porque creo que no nos hemos... entendido bien. Quizás no me he explicado con claridad. - Me apreté el puente de la nariz y cambié la cara, sonriéndole de manera siniestra y divertida. - Tú me ayudas y yo te ayudo, en eso quedamos. Quizás necesites una prueba de que puedo desatar tus demonios. Entonces lo verás todo más claro.
La habitación era tan pequeña que mi aura de atracción le envolvía por completo. Me quité la camisa arrojándola al suelo y dejando ver mi cuerpo, bien formado y musculoso, fruto del entrenamiento de artes marciales que practicaba todos los días. Cogí un cuchillo de plata que tenía en el cajón de la mesilla y comencé a juguetear con él mientras susurraba: Insonatem.
La habitación se insonorizó al instante.
- Bien, ahora no pueden oírnos, querido amigo, así que comencemos la sesión. - Le miré, su expresión, mezclada con mi rabia, estaban empezando a emocionarme. - ¿Algo que objetar?
Mi sonrisa se congeló cuando escuché que no iba a delatar a la bruja amante de mi hermana. Mi plan se estaba yendo a pique por los deseos de un Inquisidor reprimido. Me enfurecí. Tuve ganas de envolverlo en llamas con uno de mis hechizos. De latigarle la espalda hasta arrancarle la piel a tiras... pero me pasé la mano por la cara, controlándome. No serviría de nada que lloviera mi ira sobre él, ya que necesitaba a la Inquisición para esto y era el que tenía más a mano. Pero me había cabreado viniendo con las manos vacías y eso era algo que tendría que pagar.
Me crucé de brazos y chasqueé la lengua cerrando la puerta tras de mí. Mi aura de atracción llenó la estancia mientras paseaba de un lado al otro como un león enjaulado, mirando al suelo y contando mentalmente hasta diez para no matar a ese bastardo pelirrojo.
- ¿Me está diciendo, señor Altdorfer... - mis ojos amenazaban con ponerse en blanco, lo que significaría que vertería sobre él el primer hechizo destructivo que se me viniera a la mente y conociéndome, sería Piro, con el que se quemaría vivo al inflamar cada una de sus células. - ... qué viene a molestarme con las manos vacías? Creía que teníamos un trato.- Chasqueé los dedos invocando al viento y el Inquisidor salió disparado hacia la pared de enfrente, quedándose pegado a ella por una fuerte ráfaga de aire. Me acerqué y le quité la pistola y el cuchillo, lanzándolos por la ventana, que seguidamente cerré. Lo senté en una silla antes de que pudiera decir nada y susurré: Gaia.
Era un hechicero mentalista, pero sabía unos cuantos truquitos elementales al ser un dual. El hechizo Gaia hizo que dos gruesas enredaderas llenas de espinas surgieran del suelo y rodearan las muñecas de Carleigh, atándolo a los reposabrazos de la silla y provocándole dolor a cualquier movimiento brusco. Surgieron otras dos más que le agarraron las piernas. Otra rama, más gruesa pero sin espinas, rodeó su cuerpo, atándolo completamente a la silla y sin dejarle más margen de movimiento que de cuello para arriba. Paré entonces el hechizo de viento y me coloqué frente a él con una sonrisa macabra en la cara.
- Sí, Carleigh, me has cabreado. Soy un hechicero, como puedes comprobar. Y no uno cualquiera, así que déjame que te explique un poco de qué va este asunto, porque creo que no nos hemos... entendido bien. Quizás no me he explicado con claridad. - Me apreté el puente de la nariz y cambié la cara, sonriéndole de manera siniestra y divertida. - Tú me ayudas y yo te ayudo, en eso quedamos. Quizás necesites una prueba de que puedo desatar tus demonios. Entonces lo verás todo más claro.
La habitación era tan pequeña que mi aura de atracción le envolvía por completo. Me quité la camisa arrojándola al suelo y dejando ver mi cuerpo, bien formado y musculoso, fruto del entrenamiento de artes marciales que practicaba todos los días. Cogí un cuchillo de plata que tenía en el cajón de la mesilla y comencé a juguetear con él mientras susurraba: Insonatem.
La habitación se insonorizó al instante.
- Bien, ahora no pueden oírnos, querido amigo, así que comencemos la sesión. - Le miré, su expresión, mezclada con mi rabia, estaban empezando a emocionarme. - ¿Algo que objetar?
Stein Ackerman- Hechicero Clase Media
- Mensajes : 114
Fecha de inscripción : 01/11/2016
Re: Seven sins. [Privado]
Al haber descartado la opcion de hechiceria aquello le pillo desprebenido, pero casi que aquel golpe no supuso ni una ligera molestia, quizás era por su alta resistencia al dolor físico o quizás porque había estado pensando durante más de una semana que la confusion de su mente era su culpa, y no, debía haber sido algun truco de aquel hechicero. Cuando le arrebtao sus armas se sintió más molesto que por el hecho de haber sido arrojado a una pared. Las balas de plata no eran ninguna tontería, y aunque un hombre como él podía disponer de las armas que quisiera, le fastidiaba, no era un derrochador, o eso intentaba al menos.
— No lo hagas... —murmuró al ver como se acercaba a al ventana. Pero vio sus armas volar a traves de ella y tuvo que respirar de forma relajada un par de veces. Le había engañado por completo, se suponía que era un inquisidor, tenía que haberse dado cuenta, tenía que haber detenido aquello hace tres años. Si hubiese acabado con todo entonces, ahora no estaría metido en ese lio. Totalmente manipulado por el moreno quedo sentado en la silla.
Unas raíces espinosas surgieron para inmovilizarlo de manos y pies, el dolor fue intento en el primer movimiento del pelirrojo, que frustrado siguio intentando deshacerse de aquel agarre, notaba la sangre brotar con cada movimiento de manos, aguantando el dolor apretaba los labios para no gritar. Aquello no era más que un entrenamiento cualquiera, como muchos que había tenido, pero le molestaba que fuese ese embaucador el que le hubiese puesto en esa posicion.
No hacia falta que aclarase lo obvio, sus palabras solo consiguieron cansarle, el seguía intentando romper aquellas raíces, quizás la sangre servía para poder liberarse, pero estaba equivocado. La actuacion y el poder del moreno volvieron a distraerle, observó como se quitaba la camisa, e intento apartar la mirada, pero no sabía porque tenía la necesidad de mirar, algo le movía a ello y seguro que él estaba detras de ello. No podía sentirse atraído por él, no podía permitir aquello, logro apartar la mirada de él con mucha fuerza de voluntad y esfuerzo entrenado, a la vez que causaba más heridas en sus manos, ya sin saber si lo hacia para liberarse o a proposito como castigo en aquella situacion.
Tomó aire cuando le volvió a mirar, ante su pregunta. Vio que ahora tenía un cuchillo, de plata, sabí que lo era sin ni siquiera pararse a observarlo mucho. — ¿Crees que voy a cumplir las ordenes de un hechicero?...¿Acaso crees que unas raíces y un cuchillo me dan miedo? —negó con la cabeza, de forma seria, volvio a apartar la vista, así era más facil no sentirse confundido. Por ultima vez intento liberar sus manos y al no conseguirlo solto un grito que era mitad gruñido mitad grito. Agacho su cabeza, su respiracion y sus latidos habían dejado de ser normales. Durante un minuto entero permanecio asi sin moverse.
— Aun puedes resctificar, puedes desatarse, dejarme salir de aquí y nos olvidaremos de que nos conocimos alguna vez... —hablo aun sin moverse, su voz sonaba más profunda y grave de lo normal, tenía los ojos cerrados y se podía escuchar alguna gota de sangre cayendo al suelo de madera desde sus muñecas.
— No lo hagas... —murmuró al ver como se acercaba a al ventana. Pero vio sus armas volar a traves de ella y tuvo que respirar de forma relajada un par de veces. Le había engañado por completo, se suponía que era un inquisidor, tenía que haberse dado cuenta, tenía que haber detenido aquello hace tres años. Si hubiese acabado con todo entonces, ahora no estaría metido en ese lio. Totalmente manipulado por el moreno quedo sentado en la silla.
Unas raíces espinosas surgieron para inmovilizarlo de manos y pies, el dolor fue intento en el primer movimiento del pelirrojo, que frustrado siguio intentando deshacerse de aquel agarre, notaba la sangre brotar con cada movimiento de manos, aguantando el dolor apretaba los labios para no gritar. Aquello no era más que un entrenamiento cualquiera, como muchos que había tenido, pero le molestaba que fuese ese embaucador el que le hubiese puesto en esa posicion.
No hacia falta que aclarase lo obvio, sus palabras solo consiguieron cansarle, el seguía intentando romper aquellas raíces, quizás la sangre servía para poder liberarse, pero estaba equivocado. La actuacion y el poder del moreno volvieron a distraerle, observó como se quitaba la camisa, e intento apartar la mirada, pero no sabía porque tenía la necesidad de mirar, algo le movía a ello y seguro que él estaba detras de ello. No podía sentirse atraído por él, no podía permitir aquello, logro apartar la mirada de él con mucha fuerza de voluntad y esfuerzo entrenado, a la vez que causaba más heridas en sus manos, ya sin saber si lo hacia para liberarse o a proposito como castigo en aquella situacion.
Tomó aire cuando le volvió a mirar, ante su pregunta. Vio que ahora tenía un cuchillo, de plata, sabí que lo era sin ni siquiera pararse a observarlo mucho. — ¿Crees que voy a cumplir las ordenes de un hechicero?...¿Acaso crees que unas raíces y un cuchillo me dan miedo? —negó con la cabeza, de forma seria, volvio a apartar la vista, así era más facil no sentirse confundido. Por ultima vez intento liberar sus manos y al no conseguirlo solto un grito que era mitad gruñido mitad grito. Agacho su cabeza, su respiracion y sus latidos habían dejado de ser normales. Durante un minuto entero permanecio asi sin moverse.
— Aun puedes resctificar, puedes desatarse, dejarme salir de aquí y nos olvidaremos de que nos conocimos alguna vez... —hablo aun sin moverse, su voz sonaba más profunda y grave de lo normal, tenía los ojos cerrados y se podía escuchar alguna gota de sangre cayendo al suelo de madera desde sus muñecas.
Carleigh Altdorfer- Condenado/Licántropo/Realeza
- Mensajes : 29
Fecha de inscripción : 15/11/2016
Re: Seven sins. [Privado]
Observé cómo el pelirrojo intentaba liberarse de sus ataduras. Las gotas de sangre caían por doquier, salpicando la sila y el suelo de alrededor. Jugueteé con el cuchillo mientras me soltaba toda aquella perorata de que no cumpliría las órdenes de un hechicero. Pero giré la cabeza cuando escuché el cambio en el tono de su voz. Sí, eso era lo que quería. Las raíces que le aprisionaban estaban reforzadas por un hechizo de metalurgia, por lo que le sería complicado soltarse aunque se transformara en lobo. Chasqueé la lengua y sonreí de manera macabra, el asunto empezaba a ponerse interesante.
- A tu pregunta, querido Carleigh, te diré que no, no te soltaré. No lo haré hasta estar seguro de que entiendes que aquí... - Rodeé la silla y me coloqué detrás, agarrándole del pelo del cogote y pegando un tirón para obligarlo a mirarme. - los castigos los impongo yo. - Le solté y seguí andando en círculos alrededor de él. - Comencemos con la sesión, querido, dejemos atrás el orgullo... y vayamos al grano. ¿Por qué escondes esa parte tan oscura de ti? ¿Acaso mamaíta te pegaba con el cinturón?
Tenía varias bazas para sacar los instintos más oscuros de Carleigh, que se basaban en los sentimientos más primarios del ser humano. Ira y placer. Empezaría con la ira... pero quién sabe si tendría que tirar del as en la manga.
- Vamos, escúpelo todo, Carleigh. Céntrate, olvídate de tu vida. Desata eso que tienes ahí guardado.
- A tu pregunta, querido Carleigh, te diré que no, no te soltaré. No lo haré hasta estar seguro de que entiendes que aquí... - Rodeé la silla y me coloqué detrás, agarrándole del pelo del cogote y pegando un tirón para obligarlo a mirarme. - los castigos los impongo yo. - Le solté y seguí andando en círculos alrededor de él. - Comencemos con la sesión, querido, dejemos atrás el orgullo... y vayamos al grano. ¿Por qué escondes esa parte tan oscura de ti? ¿Acaso mamaíta te pegaba con el cinturón?
Tenía varias bazas para sacar los instintos más oscuros de Carleigh, que se basaban en los sentimientos más primarios del ser humano. Ira y placer. Empezaría con la ira... pero quién sabe si tendría que tirar del as en la manga.
- Vamos, escúpelo todo, Carleigh. Céntrate, olvídate de tu vida. Desata eso que tienes ahí guardado.
Stein Ackerman- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 01/11/2016
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