Tabernas, alcohol y sirenas, mala combinación. (Antigone)

Continué inspeccionando las estrellas, supuse que esta noche se había convertido en una inesperada pausa que me alejaba del desorden y la maraña que usualmente era mi vida, algo que provocó que sonriera de medio lado. ¿A quién engañaba? Los dos éramos forajidos, era lo que había aprendido acerca de él, ya me parecía demasiado pícaro cuando abandonamos la taberna y aún así deseé que me acompañara. Embaucar a un rico resultaba fácil, me quedaba con su dinero y me olvidaba de su rostro. El guerrero resultaba peligroso para mi porque leía mis líneas con más eficacia que otros y porque disfrutaba de su compañía.

-Es un trato, en este caso tú provees el barco. Ya correrá por mi cuenta el minimizar los desperfectos para no tener que gastar demasiado en ello.- Giré sobre mi costado para observarlo y extendí mi brazo para pasar mi mano despacio sobre su musculoso torso.

Sonreí cuando finalmente me reveló su nombre, escuchando las palabras que afirmaban que mi único interés sería él al acabar la misión. –Tienes bastante seguridad en ti mismo.- Me eché a reír y alcé una ceja cuando hablo de poseer un barco para nosotros, uno en el cual nuestros hijos corrieran de proa a popa y cuyas aventuras fuesen una extensión de las nuestras. Sus palabras provocaron que mi sonrisa ladeada permaneciera en mis labios. -¿Y qué serían esos hijos? ¿Guerreros? ¿Contrabandistas? ¿Conquistadores ¿Piratas?-

Tiró de mi cintura para acercarnos de nuevo y volver a enredar nuestros cuerpos desnudos por lo que me acomodé sentándome en sus piernas. Era la primera vez que un hombre me proponía compartir una vida en el mar, y tenía que admitir que la idea me resultaba bastante atractiva, idílica, especialmente si él compartía mi mismo amor por los viajes y la aventura pero parecía demasiado bueno para considerar que podría hacerse realidad. -¿Crees que dos almas nómadas serían capaces de hacer algo así? Unir sus destinos, ¿ser fiel el uno al otro?- El vaho húmedo y cálido de mis labios entreabiertos contra los suyos le tentaban a meditar la respuesta mientras mis manos vagaban libremente sobre su cuerpo.

-Soy Antigone.- respondí, hundiendo mis dedos en su pelo mojado. Mi boca se encontró con la suya, mordisqueó sus carnosos labios, orillándole a entreabrirlos, a que volviera a encontrar mi lengua en una nueva batalla que convertía el deseo compartido en nuestro único botín de esta noche. -Recuerda tú también mi nombre porque no me olvidarás con facilidad.-

Sonreí, ladeando mi cabeza para darle acceso a mi cuello, sentía el calor de su abrazo, sus dedos entrelazando los mechones de mi cabello dorado mientras sus besos recorrían mi piel. Mis terminaciones nerviosas se electrizaban con el roce de nuestros cuerpos aún mojados, mis sentidos capturando su esencia y su olor a mar. Separé un poco mis piernas bajo el roce de su mástil, un suave contoneo de mis caderas perpetuaron el deseo bajo las caricias de sus manos. Volví a atrapar su boca y le besé con ardor, saboreando su lengua para recordarle hasta que nos volviésemos a ver.

-Dime cuando y adonde guerrero.- Mis ojos brillaron al despedirme, al observar sus ojos pardos. Pensé que bien podría ser cierto, que fueran las correrías de nuestros hijos las que nos acompañaran en nuestras aventuras en nuestro propio barco, uno en el cual mis redes le cobijasen y mi canto le mantuviera a mi lado cada noche. Hasta la más escéptica de las sirenas podía soñar a veces…