Je vous vois[Privado] +18

Recuerdo del primer mensaje :

Hacía semanas que no coincidía con Hoör Cannif por ningún sitio. “Demasiado tiempo”, pensó para sí misma. Sentada en el sillón donde aquella tarde le recibió, revivió la escena como si fuese lo más real ante sus ojos. ¿Si le echaba en falta? No lo admitiría pero sí. La casa Cavey, seguía en un inquietante silencio, uno sin gritos por parte de Valeria…pues  seguía cansada, agotada de esos acontecimientos. Le abrumaba revivir la partida de su mano derecha, la petición de matrimonio, los negocios de su padre y aquel testamento maldito en donde Abbey Appleby lo compartía todo con ella, su hermana… la que nunca conoció.

Había bebido bastante, más de media botella de whisky y aún así, no le afectaba lo más mínimo. Sus orbes esmeraldas, fijas en el fuego  de la chimenea…volvieron a perderse. No recibía visitas, solo dejaba que el tiempo pasase…como si con eso se arreglase todo. Un nuevo trago al whisky, los hielos chocaron entre sí…devolviéndole a la realidad. El tiempo pasaba despacio, sin prisa… le pesaba tanta espera pero ¿qué esperaba? Él no regresaría jamás, lo tenía claro pero y ¿Hoör? Se marchó en busca de su tesoro más preciado pero dudaba que terminase volviendo a su casa…menos después de lo ocurrido, Valeria no se lo merecía, le echaba terriblemente de menos. Sobre todo, discutir… para terminar arreglándolo de ciertas maneras.

-Y para que luego digan que el alcohol te hace olvidar -chasqueó la lengua, tambaleándose. Decidió finalmente dejarle a su aire, fuese feliz…encontrase lo que buscaba, aquella espada. La promesa de que regresaría la mantenía en vilo, imposible no asomarse a la ventana de su despacho, donde se veían las caballerizas y su corcel blanco…seguía sin estar allí, resguardada.

-Maldito noruego. Vuelve - maldijo por lo bajo, al oír abrirse la puerta. Una joven le avisaba de que su baño estaba listo , ella tan solo asintió, desviando la mirada de nuevo a la ventana -Ya sabes qué hacer si viene visita - la joven iba a reprocharle pero en cuanto aquellas esmeraldas se clavaron en ella no hubo discusión. Volvió a su habitación, desnudándose, dejando la ropa en la cama y sumergirse en aquella agua caliente, le sentaba de maravilla un baño y más cuando estaba ofuscada y cabreada.

Apoyada con los brazos en el borde de la bañera, ojos cerrados…meditaba. Aún le quedaban muchos tratos que tratar y no solo eso, también emendar… pero ¿cómo? Ahora todo su peso lo llevaba sobre sus hombros, su condena por dejar a un hombre libre…por haber nacido en la cuna de la familia Cavey,.

-La señorita está en su habitación me dijo que le avisara cuando llegase -ya era el momento de encontrarse...

Demasiado tiempo, demasiada espera. Lo había extrañado, echado de menos y no solo eso. Ya nada sería igual después de aquella improvisada noche, en la que los rayos del sol no habían dejado de sorprenderlos entre las sabanas. Se propuso volverlo loco, extasiado por ella, no pensase en otra cosa que no fuesen sus cuerpos enredados entregándoselo todo. Estaba allí y no iba a dejarle marchar, no aún, no cuando necesitaba volver a sentirle suyo.
 
La locura dio paso al desenfreno, no podía controlarse, necesitaba aún más y aquel juego que ella misma comenzó, cada vez se volvía mucho más intenso y prohibido. Nunca antes experimentó aquel delicioso placer, como sus labios podían trasportarle a un placer extremo, conocer el punto exacto donde terminar perdiéndose hasta estallar tantas veces como había dicho su nombre durante toda esa noche.
 
Su sustento no era otro que aferrarse al cabello ajeno, moviéndose como el cuerpo le pedía y al mismo tiempo buscarle hasta encontrarlo. No iba a ser la única que estallase y viese las estrellas, quería probarlo al fin, conocer su sabor…conocerlo de un modo más intimo. No dejó de moverse hasta que ambos estallaron, culminando aquel momento único y especial, el reencuentro que esperaba no tener que volver a experimentar solo el hecho de verle cada maldito día y odiarle por todo lo que comenzaba a  nacer. Todo a su tiempo, sin prisa…
 
-No sabía que se podía jugar de otras maneras -rió contra sus labios, sus mejillas un tanto sonrojadas por el esfuerzo, aún sabía a él , a los dos. Besó sus labios muy despacio, acariciando su mejilla con los dedos -Te oigo y aún me parece imposible…que me quieras, a mí. A Valeria Cavey - entrecerró los ojos, mirándole a los ojos, totalmente perdida, atrapada por su mirada.
 
Se dejó vencer sobre él, haciendo ella de sabana, no hizo falta decir nada más. sus dedos se enredaron en su cabello, sonriendo y tener que cerrar los ojos, se había emocionado por ese simple gesto. No dijo nada, tampoco que le correspondía pero esa sonrisa amplia, el verde oscuro de su mirada, no incitaba otra cosa que no fuese a que ella sentía lo mismo.
 
-Es de noche aún, duerme. Estaré aquí cuando despiertes -apenas fue un susurro, apoyó la cabeza en su pecho…para tan solo oír el sonido de su corazón, latir aún desbocado. Fue un simple gesto pero fue en el modo que lo abrazó contra sí , perdiéndose en su olor, en silencio… como si no hiciese falta decir nada…le bastaba solo ese instante esa cercanía para imaginar sus sospechas y le odió , le hacía sentir y ella, ella… no sabía cómo afrontarlo, aún así, se lo demostraba a su manera y de ¿qué mejor forma que susurrar, un tarareo? Un tarareo parecido al de una nana…la única canción que se sabía.
 
Era diferente, se sentía distinta y perdida , solo pudo encontrarse cuando ambos, se fundieron en aquel silencioso abrazo.

Sonreí de medio lado al sentir su cuerpo ceder extenuado sobre el mio ¿como podía parecerle imposible que la quisiera? Lo imposible era no hacerlo.
Ella no se daba cuenta de lo que veían mis ojos, lejos de esa mujer de carácter ferrero, altiva, desafiante y fría como el hielo, su mascara preferida.
Estaba una mujer pasional, llena de cicatrices que no se apreciaban a simple vista, pero que en la profundidad de sus esmeraldas mostraban los jirones de un alma oscura como la mía.
Ella solo era una niña asustada, una que tuvo que crecer sin afecto, sin caricias y sin besos. Sabia lo que era eso, no podía culparla de la dificultad que tenia por abrí su corazón ¿acaso no la tenia yo?

Ambos eramos muy parecidos, orgullosos, desafiantes y cargados de tormentas. Frente a ella mil mascaras, frente a mi los escudos, pero cuando colisionaban nuestros cuerpos, no había mascaras, ni escudos solo la verdad, nosotros.

Siempre le dije que la necesitaba, era cierto, mas nunca confesé el por qué. Tampoco me lo preguntó, así que me limite como otras muchas cosas a guardármelo para mi. Ella, junto a Skadi, habían visto mi oscuridad, habían mirado de frente a la bestia. Valeria seguia ahí, no había salido corriendo.
No era un hombre fácil, no poseía autocontrol, era demasiado intrépido, temerario, no era le hombre que cualquier mujer puede querer al lado.
Por no hablar de mi posesividad con ella, algo que no lograba controlar, nunca la sentí con otra, pero ella, me arrastraba al infierno de los celos y yo ardía por dentro.

Sin embargo nosotros encajábamos como dos piezas perfectas, como si de un modo u otro hubiéramos estado echos para ensamblar en esta vida llena de dificultad.
La necesitaba porque sin ella no podía respirar, imaginar una vida sin su piel rozando la mía era la peor tortura.
No la quería porque la necesitaba, la necesitaba porque la quería.

Mis dedos surcaron la piel de su espalda, su columna vertebral, memoricé cada curva con una amplia sonrisa, eso era la felicidad y ella me la había regalado sin pedir a cambio nada mas que este abrazo que nos fundía en uno, que nos orillaba a entendernos, a anhelarlos y a desearnos.

Mis ojos se cerraban, estaba agotado, el viaje, la noche velando su sueño y sus palabras, me invitaban a un descanso cálido, sumergido entre sus brazos.
Inútil seguir pestañeando cuando aquello era el mayor remanso de paz jamas encontrado.
Esto era lo que en la guerra se llamaba la paz del guerrero, piel con piel todas las heridas cierran.

Mi mano cayó inerte sobre su espalda, casi pude sentir su sonrisa amplia sobre mi pecho y eso dibujo una en mis labios, sincera, cargada de verdades.
-Solo unos minutos -susurré ya incapaz de abrir los ojos
No había escudos, solo un hombre completamente enamorado.
Si hoy alguien me preguntara que es el amor, la respuesta seria fácil Valeria Cavey.

Así caí en los brazos de Morfeo, acunado entre los de mi amada, sustentado por sus labios, acariciado por sus manos y como único testigo los rayos de sol que entraban por el postigo.