Una tarde de lluvia [Privado]

por **Lev Kanin** Mar Nov 29, 2016 2:13 pm

Era mi primer día libre como jardinero en la casa de Agarwaen, donde había solicitado este trabajo hacía varias semanas. Tiempo que sin duda había pasado de lo más entretenido en esa casa de locos donde cada uno tenía sus propios secretos.
Quizás fuese extraño que un hechicero como yo terminase encargándose del mantenimiento de las caballerizas y el jardín de una enorme mansión, pero lo cierto era que adoraba trabajar al aire libre, sin tener que preocuparme de horarios o clientes a los que atender.

Era un hombre tranquilo, tal vez demasiado introvertido, aunque si mi receptor me daba conversación, no tenía problema en mostrarme sociable y afectuoso. Era ese pasado que quería olvidar y por el que había viajado durante meses hasta llegar a París lo que me había convertido en una persona desconfiada.

Pasé casi toda la mañana ayudando a Kaia, una de las cazadoras que vivía en la mansión, con la compra en el mercado, y entre paseos y tenderetes llegó la hora de comer sin que apenas me diese cuenta.
Por la tarde decidí que para aprovechar las horas que me quedaban de mi día ocioso, pasearía por las calles del centro de la ciudad; esas que apenas había visitado desde mi nuevo empleo. Y así tomando mi montura dejé los bosques a mi espalda y azucé al caballo hacia el centro de la ciudad.

Sonreí al ver el portón de madera noble del hostal que había sido mi hogar durante semanas, y casi sin darme cuenta terminé encaminando mis pasos hacia esa cafetería donde desayunaba todas las mañanas y donde servían unos cafés dignos de ser premiados.

Una ligera llovizna comenzó a caer justo en el momento en que alcanzaba la puerta del local, y aunque era capaz de controlar los imprevistos del tiempo, me agradaba sobremanera esa sensación de calma que solo la lluvia era capaz de darme.
A pesar de la confusión de la camarera tras hacerle mi pedido y comunicarle donde tomaría asiento, decidí ocupar un sillón en la terraza, donde algunas mesas estaban dispuestas debajo de un toldo color carmesí y blanco que me recordaba los típicos de los restaurantes italianos.
Sonreí a la camarera cuando me trajo mi café caliente, y me acomodé mientras observaba distraído la lluvia caer, sin percatarme de que no estaba solo.