AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Lluvia de oro |Privado
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Lluvia de oro |Privado
En Escocia solía llover dos días de cada tres, sobretodo en esta época en que el otoño se imponía en las tierras. Del mismo modo que esto ocurría, los días soleados se debían de disfrutar ya fuera saliendo a pasear, o aprovechando para acudir a los pueblos más cercanos o a Luxemburgo, donde residían los mayores comercios. Danna no solía salirse de los pueblos cercanos a su ducado. Todos los víveres si no salían de sus propias cosechas, campos o granja que mantenían sus sirvientes, hacia llevar lo que necesitase de las casas de comida de los pueblos, para así ayudar en la medida de lo posible al sustento de aquellas humildes familias. Y ahora con la llegada y la estancia de sus más valiosos aliados junto con todo su escolta se había necesitado acudir en alguna que otra ocasión a comprar reservas para el castillo. Esos viajes los había aprovechado para salir al aire fresco, compartir algún que otro encuentro con las demás damas de la realeza escocesa y por encima de todo, deleitarse con los verdes y tan míticos paisajes y campos que la época de lluvias dejaba permanentemente en Escocia. El verde, como así sus propios ojos, era su color favorito. El color de la fertilidad, de la libertad, la tranquilidad y la paz. Mientras este color estuviera permanentemente rociando los campos y las montañas, todo iría bien. Los animales tendrían comida, las ganaderías estarían en abundancia y se mantendría ante todo el orden natural de las cosas; de la vida. Sin guerras, ni constantes disputas, lo único que ahora preocupaba soberanamente a los escoceses era la maligna plaga de los campos a lo que la aristocracia ya había respondido en un intento de detener las muertes que se producían, mientras, algunos eruditos y botánicos buscaban la forma de detener esa inusual plaga. Y estaban cerca de encontrar la solución, pues aún había esperanza y mientras abundasen todavía los campos sanos y los caracoles, todo estaría bien.
— ¡Mamá, mamá, mira este! —Ante el grito de la pequeña la duquesa acudió rápidamente y con una sonrisa al ver que su hija había encontrado un caracol que por lo mínimo hacia como cuatro de ellos normales, sonrío. Nunca había visto caracoles de ese tamaño, tampoco su hija. — Déjalo aquí para que sea feliz y pueda tener su familia. Si todos pudiesen ser tan grandes como él, ¿no crees, que serían más bonitos? —Le contestó con una sonrisa, siendo la misma contestada tras un asentimiento de dejar aquel animal dónde se encontraba. Sería un desperdicio que un caracol similar terminara desapareciendo sin poder dar a luz a nuevos caracoles que en un futuro pudieran ser como él y estaba segura que su hija en cierta forma, con lo inteligente que era lo había entendido. Tomando de la mano a Diana, la licantropa la llevó por entre el bosque, sorteando los caminos sabiendo donde podrían encontrar más vegetación y por ende, más animales. Por el paseo llegaron a ver algún que otro conejo que al verlas se escondía y para alegría de la pequeña, llegaron a ver como un rebaño de ciervos cruzaba una de las praderas frente a sus ojos. En el ducado se solían ver pequeños rebaños de los mismos a raíz de que desde hacía años mandase la misma duquesa a construir un bebedor para los animales del bosque, en el que también se les dejaba forraje, pero la pequeña jamás había visto ciervos de tan cerca y por unos minutos viendo como corrían por la pradera, ambas se olvidaron de los caracoles y de la insistente lluvia que no hacía más que caer frente a sus ojos, helando sus cuerpos. Quien era esa persona tirada y herida sobre el pasto? Se preguntó instantes antes de acudir en su ayuda, sin saber que con quien se encontraria en ese momento, podía cambiar el transcurso de su reinado por siempre.
— ¡Mamá, mamá, mira este! —Ante el grito de la pequeña la duquesa acudió rápidamente y con una sonrisa al ver que su hija había encontrado un caracol que por lo mínimo hacia como cuatro de ellos normales, sonrío. Nunca había visto caracoles de ese tamaño, tampoco su hija. — Déjalo aquí para que sea feliz y pueda tener su familia. Si todos pudiesen ser tan grandes como él, ¿no crees, que serían más bonitos? —Le contestó con una sonrisa, siendo la misma contestada tras un asentimiento de dejar aquel animal dónde se encontraba. Sería un desperdicio que un caracol similar terminara desapareciendo sin poder dar a luz a nuevos caracoles que en un futuro pudieran ser como él y estaba segura que su hija en cierta forma, con lo inteligente que era lo había entendido. Tomando de la mano a Diana, la licantropa la llevó por entre el bosque, sorteando los caminos sabiendo donde podrían encontrar más vegetación y por ende, más animales. Por el paseo llegaron a ver algún que otro conejo que al verlas se escondía y para alegría de la pequeña, llegaron a ver como un rebaño de ciervos cruzaba una de las praderas frente a sus ojos. En el ducado se solían ver pequeños rebaños de los mismos a raíz de que desde hacía años mandase la misma duquesa a construir un bebedor para los animales del bosque, en el que también se les dejaba forraje, pero la pequeña jamás había visto ciervos de tan cerca y por unos minutos viendo como corrían por la pradera, ambas se olvidaron de los caracoles y de la insistente lluvia que no hacía más que caer frente a sus ojos, helando sus cuerpos. Quien era esa persona tirada y herida sobre el pasto? Se preguntó instantes antes de acudir en su ayuda, sin saber que con quien se encontraria en ese momento, podía cambiar el transcurso de su reinado por siempre.
Danna Dianceht- Licántropo/Realeza
- Mensajes : 592
Fecha de inscripción : 27/05/2013
Edad : 32
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