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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Christel Achenbach Jue Dic 01, 2016 11:29 pm

"Nel mezzo del cammin di nostra vita,
mi ritrovai per una selva oscura,
ché La diritta a través de la era Smarrita.
"
La Divina Comedia - Dante Alighieri

De haberse tratado de un convento de clausura, ni Christel ni las demás religiosas tendrían contacto con el exterior. Si bien se cuidaba de no expresarlo en voz alta, no estaba a favor de la reclusión de las monjas. Consideraba que la tarea que tenían no era meramente contemplativa, tenían una obligación social con la obra de Dios. El convento tenía una pequeña parroquia, sin demasiados lujos, pero que todas se encargaban de mantener en buenas condiciones. Algunos bancos de madera distribuidos en dos filas, un altar de mármol, un Cristo crucificado detrás, y al costado derecho una Virgen María, que con sus brazos abiertos y su manto celeste, le ofrecía cobijo a todo aquel que la observase. Christel le oraba mucho a la madre de Jesús, quizá porque sentía que la comprendía y que sería la única que podría interceder por su perdón ante el Padre. Si era que merecía tal beneficio…

Hacía varios días que una sensación que no podía poner en palabras le recorría el cuerpo. Un vacío en el estómago se complementaba con opresión en el pecho. No podía conciliar el sueño, y a pesar de sus intentos por mantener la calma, estaba constantemente con el pulso acelerado. Oraba para que Dios le llevase tranquilidad a su ser, pero parecía que Él se había vuelto sordo, o ella muda. Christel intentaba no pensar en tempestades, pero intuía que algo malo se avecinaba. Se lo atribuía a las presiones que tenía por parte del Santo Oficio. No se resignaban a que ella no formaría parte de la Inquisición, y que tampoco convertiría su convento en un hervidero de espías o en un refugio de criaturas extrañas, mucho menos en un centro clandestino de torturas. La paz de sus subordinadas y sus tareas sociales eran la prioridad, y de ceder, todo lo que hacían con los pobres y enfermos, se vería coartado.

La tarde caía, y las religiosas ya se habían retirado a sus aposentos a descansar. El invierno se acercaba, aunque las velas que iluminaban el pequeño templo, templaban el ambiente. A Christel le agradaba quedarse algunos minutos para acomodar las flores y dejar todo acondicionado para el día siguiente. La actividad comenzaba de madrugada, todas debían presentarse a las cinco de la mañana para la primera oración, luego desayunaban, limpiaban sus habitaciones y se retiraban a hacer las tareas designadas.

Dio un pequeño brinco cuando una de las novicias entró sin demasiado cuidado. Los ojos de la Superiora le transmitieron una reprimenda a la muchacha, que inmediatamente se disculpó con una leve reverencia.

Madre —estaba visiblemente nerviosa. —Un hombre la busca.

¿No dijo cuál es el motivo? —preguntó, al tiempo que arrancaba un jazmín que se había oscurecido.

Sólo dijo que es urgente. Que no puede esperar hasta mañana —retorcía sus dedos.

Acompáñalo hasta aquí, por favor —había recubierto la preocupación con su cotidiana severidad, que se transmitía a través de su mirada, del tono de su voz y de toda su actitud corporal. Christel parecía imposible de quebrar.

La novicia salió a paso rápido, dejando a la prusiana con el corazón en un puño. Supo que la respuesta a sus presentimientos estaba pronta a llegar. Inspiró profundo varias veces, y exhaló sonoramente, pero parecía que nada llevaría estabilidad a su ánimo. Nuevamente, la puerta del costado –que conectaba con el convento- se abrió, e ingresó la muchacha, acompañada de un caballero. Era un hombre entrado en años, pero que mantenía su porte regio. La jovencita se retiró rápidamente. Christel estudió al inesperado visitante. A pesar de que ella era una mujer alta, el hombre le sacaba una cabeza. Inmediatamente, entendió que aquella visita tenía que ver con su familia, esa que visitaría al mes siguiente.

Buenas noches —lo saludó con un leve asentimiento de cabeza. —Sor Achenbach —se presentó, como mera formalidad. —Espero que no lo moleste que lo reciba aquí, estoy terminando con unas tareas, y regresar a mi despacho me retrasaría —la escasa luz de las velas, le otorgaba cierto tinte siniestro a la situación.


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Mensaje por Akiva Alfvén Lun Ene 23, 2017 9:30 pm


“Life calls the tune, we dance.”
― John Galsworthy


Se despertó tarde, pasaba de medio día, y definitivamente esa no era la casa que estaba rentando en París. Se sentó en la orilla de la cama y notó su desnudez, además de la jaqueca que lo estaba atacando. No había bebido demasiado la noche anterior, pero… pero algo más debió provocarla. Miró por sobre su hombro y vio la razón. Dos mujeres, jóvenes, hermosas y de buena posición, dormían enredadas en las sábanas. Rio para sí mismo y se puso de pie. Se vistió rápido y antes de salir, una de ella lo alcanzó.

Le preguntó si se verían después y Akiva le mintió, le dijo que sí. No era raro que tuviera amantes, pero no planeaba quedarse mucho en la ciudad. Es más, ese mismo día había agendado finalmente ir al encuentro de Christel von Achenbach, y si todo salía bien, terminaría con el asunto pronto y regresaría a Berlín. Aunque, no quería aceptarlo, pero una parte de él le decía que quizá no todo fuera tan sencillo, había algo extraño en todo el asunto de esa familia, algo que evidentemente no sabía. Esa misma parte de él lo había obligado a llevar consigo su más preciada posesión: un oboe. Como si supiera de antemano que no regresaría tan pronto a casa.

Al llegar al apartamento en el que se estaba quedando, se bañó, comió algo, tomó los documentos de su cliente y salió. Ya era tarde, consideró ir al día siguiente, pero no podía postergarlo más. Asistió aún cuando ni se había anunciad, mucho menos había concretado una cita.

En el convento —un sitio que seguía considerando demasiado ajeno a sí mismo— lo recibió una novicia. Le sonrió con ese gesto suyo, no le importaba que la chica estuviera a punto de consagrarse a Dios. Ella, al cabo de unos minutos regresó a por él y lo codujo hasta la capilla del complejo de edificios que era el claustro. No dejaba de admirar todo a su alrededor, el arte sacro, la arquitectura, incluso los jardines cuidados con esmero por las monjas. Fue dejado en la puerta e ingresó a la nave. Sus pasos haciendo eco, rebotando por las paredes de piedra.

Un placer —sonrió cuando la mujer se presentó. No se la imaginaba así, a decir verdad. Ni el hábito la hacía lucir menos hermosa de lo que era, se sintió profundamente consternado. Algo blasfemo, a pesar de que Akiva no era el más respetuoso de esos temas—. Ningún problema Sor Achenbach —le sonó rarísimo llamarla así, a pesar del lugar, de la ropa, de todo.

Quisiera ir al grano —porque comenzaba a sentirse incómodo—, oh, claro, no me he presentado, mi nombre es Akiva Alfvén, abogado. De hecho, el abogado de su familia desde hace bastante —desde que Arendt había muerto y él se había hecho con su cartera de clientes.

De debajo del brazo sacó el expediente de los von Achenbach. Miró a su alrededor y tomó asiento en una de las bancas largas de la capilla. Descansó los documentos en sus rodillas y buscó uno en especial. Al fin lo tuvo en la mano y lo extendió a ella.

Lamento mucho la muerte de su padre —supuso que ya estaría enterada, sino, estaba cometiendo una grave imprudencia—. Sé que es difícil comenzar este tipo de trámites cuando aún se está de luto, sin embargo, créame que entre antes mejor comencemos, será más fácil para todos —era un discurso aprendido de memoria. No era la primera vez que tenía que hablar con los hijos de hombres que han muerto y han legado una fortuna.


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Mensaje por Christel Achenbach Sáb Mar 25, 2017 9:53 pm

Se había preparado para aquella noticia. O eso había creído. Durante todos esos años alejada de su familia, había creído que la muerte de sus padres no le supondría ni un momento de dolor. Christel pudo sentir el sonido de su alma resquebrajándose como un vidrio. Era un sonido agudo pero punzante, que le aturdió. No pudo seguir escuchando lo que el abogado le decía. Debió aferrarse al respaldar de uno de los bancos, pero fue de forma tan disimulada, que podría parecer un gesto como cualquier otro. Tomó asiento junto a él, con los papeles en la mano que estaba libre. El piso bajo sus pies, de pronto, le pareció arena movediza, un gusto amargo en la boca le revolvió el estómago, y una necesidad imperiosa de llorar amenazó con quebrarle la voluntad. Pero se mantuvo erguida, aunque no sería capaz de ocultar la palidez mortuoria de su rostro. Había comenzado a transpirar frío…

Disculpe. Permítame un instante para recuperarme de la noticia —ella, que nunca necesitaba un momento para su propio bienestar, de pronto, tuvo que rogar por un poco de silencio. Su padre. El hombre al que había adorado y le había quitado a su hijo, al que tenía pensado interrogar en unos pocos días, se había llevado su mayor secreto a la tumba. —Realmente no estaba enterada — ¿debía estarlo? ¿Hacía cuánto tiempo que había ocurrido y nadie se había comunicado con ella? A pesar de los años transcurridos, dieciséis en total, seguía siendo una paria para los von Achenbach.

Disculpe las preguntas. ¿Hace cuánto ocurrió? ¿De qué murió? ¿Mi…madre se encuentra bien? —le costaba llamarla de esa forma. Aquella mujer también había sido cómplice de la desaparición de Bastian. Sin embargo, no pudo evitar pensar en ella. Seguramente ya era una mujer lo suficientemente grande como para tener problemas de salud.

Los papeles en sus manos le parecieron demasiado pesados, pero su vista recayó en ellos. La declaratoria de herederos de Frederik von Achenbach. Si el abogado estaba allí, buscándola, significaba que su padre no la había sacado de su testamento. Christel había pensado que sí, que desde el momento que se enteró que llevaba un bastardo en su vientre, sería desheredada, por eso se había dedicado a juntar un poco de dinero que tener para su ancianidad. No porque gustase del lujo, sino porque no soportaba vivir en la miseria. A pesar de los votos de pobreza, no lograría acostumbrarse a ser, en el futuro, una anciana sucia. Menos, vivir en algún convento rodeada de monjas jóvenes e inexpertas, que la tratarían con poca pericia y con cierto asco. Ella misma lo veía con sus propios ojos, y sabía lo que no quería para su vejez.

Disculpe por quitarle tiempo. Lo más conveniente es que no entremos en detalles, de los que luego me enteraré de alguna u otra forma —allí estaba, recuperando la compostura y la frialdad de siempre, aunque con el corazón roto. —Dígame qué necesita de mí, en qué puedo ser de utilidad, para que podamos finiquitar éste trámite lo más pronto posible. Será lo mejor para usted y para mí. No malgastemos la poca disponibilidad que ambos, por obvias razones, debemos tener —Christel, lo único que deseaba, era salir corriente de allí y encerrarse en sus aposentos. También quería gritarle a su padre, preguntarle tantas cosas… Pero nada sería posible. Tampoco podría viajar, ya no tenía sentido. Si su propia madre no le había escrito, era porque no quería saber nada con la ramera de su hija. Aquellas habían sido las palabras de Lastenia, ¿o de Frederik? Quizá de ambos. El pasado se sucedió ante sus ojos, de forma confusa y aterradora.


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Mensaje por Akiva Alfvén Lun Abr 17, 2017 8:57 pm


“No one loves the messenger who brings bad news.”
― Sophocles, Antigone


El abogado no despegó la mirada de la mujer. Más allá de la primera impresión, de esa herejía suya de considerarla atractiva, hubo algo más, como si quisiera descifrar en sus actos qué pasaba por su cabeza. Por un momento la vio demasiado entera, probablemente ya estaría enterada, después de todo, estaba nombrada en el testamento. Quizá demasiado, demasiado estoica, pero quién era él para juzgar cómo la gente debía reaccionar ante la muerte de alguien. Él se había vuelto loco ante la noticia de la muerte de Maike, su prometida, aunque ésta se hubiera quedado en la tierra con esa media vida maldita. Fue a buscar otro documento que necesitaba entre todos los que llevaba, cuando Sor Achenbach volvió a hablar. Entonces levantó el rostro, ella no lo veía, estaba concentrada en el papel aquel.

Oh, lo siento, creí que… —a pesar de todo, de esa vida libertina que seguramente la mujer frente a él desaprobaría, Akiva no era un hombre malo, era un sujeto con tantos defectos como virtudes y se le podía juzgar por sus errores, que eran muchos, o enaltecerlo por sus logros, que eran bastantes también. Carraspeó.

Supuse mal, que ya estaría enterada. De haber sabido, no habría sido tan abrupto —continuó con voz calmada, que se fundía con las sombras de la capilla. Después, guardó silencio, no respondió de inmediato a las preguntas. Se quedó sopesando sus posibilidades, creyó que ya no había modo de enmendar su error. Algo que rara vez sentía lo atenazó: culpa. Se sintió culpable de haber soltado tremenda noticia a la mujer.

Sólo necesito su firma al final de ese documento —señaló con la mirada—, y de este —se refería al que ahora sostenía él—. Pero le recomiendo quedárselos y leerlos detenidamente. Son cláusulas muy peculiares y poseen algunas condiciones, si su decisión es no aceptarlas, no firme —su meta inicial era la de hacerla firmar y eso bastaba, no le importaban las implicaciones, sin embargo, algo había cambiado en esos pocos minutos y no la iba a obligar. No pasaba nada con quedarse unos días más en París, aguardando a que la mujer se decidiera.

Y aunque habló en tono estrictamente profesional, ese no era el Akiva común. Claro, eso ella no lo sabía, y eso le ayudaba. Porque, si fuera como siempre, defendería hasta el final los intereses de sus clientes, aunque éstos fueran tan inquietantes como los de Frederik von Achenbach. Entonces se tomó el atrevimiento de estirar la mano y tomar por la muñeca la de la religiosa.

Sor Achenbach, lo lamento. Su padre murió tranquilo en su cama, si eso le inquietaba. Su madre está muy mal de salud. Parecía… parecía que su padre estaba consciente que su momento estaba por llegar, porque hizo cambios unas semanas antes, un mes a lo mucho, yo lo ayudé, claro. Originalmente usted no estaba nombrada, pero… bueno, aquí estamos ahora, ¿no? —Rio con amargura y la soltó—. Sé que no es de mi incumbencia, yo trabajé con su padre desde hace muchos años, y si le soy sincero, no sabía que tenía una hija, nunca la había mencionado, hasta el cambio del testamento, pero créame cuando le digo que hizo esto —golpeó los papeles con un dedo —velando por el mejor de sus intereses. Léalo con calma, me estoy quedando en un apartamento del centro —hasta el final de los documentos, tenía unas hojas en blanco, sacó un bolígrafo fuente y ahí escribió una dirección. Dobló el papel y se lo extendió a la mujer.

Cuando se sienta lista, esa es la dirección, estaré esperando una respuesta para llevármela. No se sienta presionada, por favor —habló con un tono casi cómplice. No sabía los detalles de lo que había pasado en esa familia, pero tantos años de lidiar con los secretos de hombres poderosos le habían enseñado que todos los linajes de alcurnia tenía cosas que ocultar. Esta no tenía por qué ser la excepción.


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Mensaje por Christel Achenbach Mar Abr 25, 2017 11:59 pm

Continuaba confundida. No sabía cómo sentirse. Y eso, para Christel Achenbach, era una novedad. Era la clase de mujer que siempre sabía qué hacer, en qué momento, por qué y cómo. Nunca dudaba, nunca le temblaba el pulso. Por ello, se sintió nuevamente esa jovencita desvalida, que llegó al convento habiendo dejado un hijo atrás, en la noche y bajo la lluvia. Así de triste había sido aquel momento, y así de triste era el actual. Porque no iba a negar que la tristeza era lo que la tenía tiesa, fría y pálida como una estatua de mármol. Por momentos, conectaba con el mundo real y lograba acomodarse en su postura de constante dignidad, con aquellos aires de superioridad que tanto la caracterizaban. Pero por otros, sólo podía sentir lástima de sí misma, una mujer adulta de treinta años, que no tenía ni la más remota idea de cómo debía reaccionar ante la muerte de su progenitor, ese que le había arrebatado lo más preciado. ¿Valía la pena recordar aquella tragedia? Nunca más podría hablarlo con él, no podrían sanarse, ni siquiera odiarse. Frederik ya no existía, formaba parte del polvo.

El contacto del abogado la regresó por completo. Su mirada se fijó en la muñeca, rodeada por los dedos largos y pulcros de Alfvén. No recordaba cuándo había sido la última vez que un hombre le había tocado la piel, y la sensación le pareció estremecedora. El corazón se le aceleró, y agradeció íntimamente que él la soltara. No debía reaccionar de aquella manera, y le atribuyó su lamentable impulso al momento de dolor. El letrado era el único que, de alguna manera, conocía su historia. Esa historia que ella no lograba quitarse de encima y que, ahora, se había extinto. Porque con la muerte del patriarca von Achenbach, se terminaba todo. Ya no podía reclamarle a un cadáver por no haber sido un hombre y haberse convertido en un verdugo cobarde. Y, a pesar de todo, sintió alivio cuando le dijo que su muerte había sido tranquila. La religiosa no lo consideraba merecedor de tal privilegio, pero si Dios lo había querido de esa forma, era lo perfecto, lo correcto.

Le agradezco su comprensión. La valoro, además —su voz, de tintes graves, ya no tenía el temblor de minutos atrás. Ya estaba más firme, pero no como siempre. —Prefiero leer todo en la tranquilidad de mis aposentos, y luego contactarlo para ponernos de acuerdo —tomó el papelito que le entregó y lo apretó, no supo por qué. —Usted sabe que hice votos de pobreza, y si bien no sé qué ha dejado él para mí, cualquier bien material será rechazado —y tampoco quería nada de su familia.

Lamento oír eso de mi madre. Pero ella está bien cuidada, siempre se ha encontrado rodeada de doncellas, dudo que eso haya cambiado con los años —la mujer siempre había sido dependiente de sus empleados. No sabía hacer nada por sí misma.

Es usted un buen hombre, me sorprende que haya trabajado junto a un hombre como mi padre. Él jamás se caracterizó por rodearse de personas de bien —todos habían sido cómplices de la desaparición de Bastian. Nadie, nunca, la había buscado para decirle la verdad. —Quizá su virtud es la ignorancia. No haber sabido de mí. No es una historia muy grata, podrá imaginar —estaba verborrágica, como nunca. Una sonrisa irónica le opacó aún más el rostro.

¿Sería tan amable de decirme cuándo debe recibir la contestación? Tengo muchas ocupaciones, aunque intentaré darle prioridad a esto, para no retrasar su regreso —lo mejor, siempre, era finiquitar los asuntos lo más pronto posible. Pero debía pensar. Algo le decía que en esos papeles habría más respuestas de las que podía imaginar.


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Mensaje por Akiva Alfvén Dom Mayo 28, 2017 4:22 am


A veces creía que esa era su única posición en el mundo. Parado desde arriba, en un dintel o una cima, y sólo bajaba a dar malas noticias. Un ave negra, de malagüero. Aunque, si lo analizaba, esa era sólo la consecuencia de su profesión; no sólo eso, sino de elegir los clientes que se daba el lujo de escoger, hombres ricos con historias ocultas. Había tenido que anunciarle a viudas que sus maridos muertos tenían amantes y habían repartido sus fortunas entre ambas. Había anunciado a hijos que sus padres no eran sus padres, y no tenían derecho a nada. Había pronunciado las palabras más aciagas para aquellos que no estaban acostumbrados, esos que más tenían. Esa era su posición en el mundo.

Observó con detenimiento a la religiosa. Quiso saber qué demonios había sucedido en esa familia. Quien seguramente sabía algo era Arendt, su mentor, pero como Frederik von Achenbach, estaba seis pies bajo tierra ya. Porque Diethelm había sido el abogado original de la familia, y él sólo había heredado a sus clientes. Supuso que ahora la única poseedora de la verdad era ella, y él no tendría acceso. Y aunque la duda le quitara el sueño por algunas noches, podría vivir con ello.

Se puso de pie y escuchó lo que ella tenía que decirle. Abrió la boca más de una vez, pero no logró articular palabras. La dejó terminar. Aquel discurso sólo plantó más dudas, mismas que sabía, desde ya, no tendrían respuestas. Quizá era lo mejor, como ella había dicho. Ser un ignorante en un asunto tan complicado, y tan complaciente a la vez.

Tome el tiempo que necesite, Sor Achenbach. Gozo de algunos días más, podría alargarlo a semanas, si usted considera que necesita más días —sonrió amable. ¿Desde cuando Alfvén era tan accesible y dadivoso? Es que este caso se salía más y más de las convenciones a las que estaba acostumbrado, y actuaba en consecuencia. Suspiró—. Espero su respuesta entonces. Lo siento mucho —ya ni sabía a qué decía aquello. A todo, tal vez.

Se movió en lateral para salir de la banca larga de la capilla y marcharse. Pero pareció dudarlo, y se detuvo.

No es de mi incumbencia, pero tal vez no sea mala idea que vaya a ver a su madre. Parecía preocupada por usted la última vez que hablé con ella, tras la muerte de su padre. Y respecto a la herencia, siempre puede donarla. Trabajo con un par de lugares que aceptarían tan generoso donativo. Aunque a su congregación le vendría bien también. Usted decide. Ha sido un placer. Sabe dónde encontrarme —y esta vez sí, dio media vuelta y se encaminó a la salida de la capilla.

Sólo para detenerse una vez más. Al girarse, la vio y quiso agregar algo más, pero no supo el qué. Sólo asintió con la cabeza, no era una despedida. Era más una invitación. ¿A qué? Ni él lo sabía todavía. Tal vez pronto iba a averiguarlo.

Creyó que esa misma noche iba a partir a Berlín, pero ya lo dicen, si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes. Ahora le restaba esperar, por fortuna, encontraba París muy estimulante. Podría ir a algún antro a olvidarse de las mil preguntas que Christel Achenbach despertaba en él.


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Mensaje por Christel Achenbach Dom Nov 12, 2017 11:30 pm

Aquel hombre, tan cálido, resultó ser una verdadera bendición. Imaginaba que el día que recibiera aquella noticia, aparecería aquel viejo abogado de la familia, almidonado y oliendo a antigüedad, que le comunicaría todo con la frialdad que los caracterizaba, misma que poseía su ya difunto padre. Sin embargo, apareció un caballero, que le permitió darle un plazo a su dolor teñido de confusión, para poder acomodar un poco su vida tras aquel cimbronazo. Y sí, le gustase o no, lo era, y debía soportarlo, como a tantas otras cosas que le habían tocado en suerte. Entendió que Dios estaba queriendo decirle algo, que ya nada volvería a ser como antes, que no había cabida para sus padecimientos. Tenía las riendas en las manos, y era solamente su decisión si tomarlas o no. ¿Qué haría con todas las respuestas? ¿Sería capaz de soportarlas?

—Permítame agradecerle una vez más tanta comprensión. Es un momento difícil, y que usted tenga esta consideración conmigo, es algo, repito, que no terminaré nunca de valorar. Dios lo guarde —y el tono habitual de Christel se suavizó con cada palabra que emitía. Detestaba decirlo, pero estaba conmovida por todo el rumbo que habían tomado los acontecimientos.

Le hubiera gustado pedirle que no se fuera, que se quedase allí y la acompañase durante la lectura. Toda una novedad para una mujer autosuficiente e independiente como Christel. Pero lo despidió con una reverencia. Tamaña sorpresa se llevó cuando él se detuvo y le hizo aquella sugerencia. En ningún momento pensó en regresar a su madre, aquella mujer cruel que la escuchó llorar y clamar por su hijo, y no fue capaz de decirle lo que había sido de él. No era más noble que su padre, solo porque este estuviese muerto y ella aún continuara con vida.

—Reitero… Mi madre se encuentra muy bien acompañada. Ha logrado sobrevivir sin mí todos estos años, continuará haciéndolo. Son muchas las personas que la quieren y cuidan —hubo sequedad y hasta cierto desprecio en su voz, y se detestó a sí misma por no poder disimularlo. —Pero le agradezco su consejo. Evaluaré la situación tras la lectura de la misiva —y, a pesar del intento que hizo por hablar con más suavidad, no lo consiguió. Ahora quería estar sola, que nadie la molestase y, al mismo tiempo, aquella sensación de querer continuar acompañada por aquel portador de malas noticias se acentuó.

Lo observó alejarse y pararse, una vez más. Ella lo miró con total desconcierto, y contuvo la respiración por un instante. Hacía demasiados años que un hombre no le quitaba el aliento. No supo qué fue lo que ocurrió en ese instante, lo miró con emoción, como a una revelación. Y se sintió aquella chiquilla que pensó había dejado atrás. Se instó a no hablarle, mas no pudo contenerse.

— ¿Necesita algo más? —y la voz le salió en un hilo, como si se tratase de una nena desprotegida que busca excusas para no quedarse sola en la oscuridad de su habitación.


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Christel Achenbach
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