Nature Morte | Privado

por **Luis Felipe de Castilla** Vie Dic 23, 2016 2:09 pm

Admirables se elevaban las lápidas a lo largo y ancho de la escena, prendidas a la suavidad de la tierra, en sus fachadas se mostraban numerosos nombres cincelados, un sinfín de fechas y dedicatorias a aquellos que se habían adentrado en el otro mundo, afortunados que habían vislumbrado la luz que acoge a todo ser que abandona el seno mortal. Se descascarillaban por la humedad, teñidas únicamente con manchas negras que aparecen por el descuido. El cielo se decoloraba entre las nubes que se paseaban rollizas, coqueteando en momentos con el viento febril que soplaba un perfume siniestro, acarreaba humedad y nostalgia, se sentía una gravidez incontenible en la atmosfera. La escena se aletargaba conforme las horas morían. Suspiró.

Basile había hecho una pausa en su andar nocturno, el que acostumbraba realizar cada vez que los demonios de su pasado le atormentaban. El incesante ondeo de su capa oscura serpenteaba sobre el césped y la hojarasca del camposanto. Porque a pesar de ser un mal nacido que había descargado su ira en contra de su propia sangre tenía el porte digno de un monarca. Posó sus orbes lustrosos sobre el cielo mortecino, vio un sinfín de aves pasar de un extremo a otro, sus cánticos herían la tranquilidad que arrullaba a las criaturas que moraban en los matorrales crecidos. Reparó en un par de visitantes que se aproximaban lentamente a su alrededor posar ofrendas coloridas, de momento los recuerdos de antaño penetraron de lleno en sus pensamientos.

Aquellos mortales eran afortunados al recibir una sepultura digna, sencilla pero digna, sus párpados caían de una forma fría, casi mecánica, sumido en estos laberintos evocó los momentos previos al asesinato de los suyos. Cuando bajo la presión de sus propias manos tanto sus padres como su gemelo sucumbieron a la tiranía de una bestia herida. Habían pasado ya muchos años desde esa noche y sin embargo las imágenes apenas visibles pasaban por sus ojos, se desprendían de lo más profundo de su interior. Pero la intención del hechicero nunca había sido que le trataran con condescendencia por tales vivencias, al contrario, parecía estar orgulloso de portar muerte y desolación en su camino.

Tomó asiento sobre el césped recargando su peso sobre el tallo áspero de un árbol que se levantaba a sus espaldas. Fijó sus ojos en la bóveda nuevamente, desde ese ángulo, las ramas secas parecían rasgar la textura de terciopelo que se cernía sobre una noche más en la capital, una noche fría y desoladora. El tiempo se había suspendido solo para él a pesar de que a su alrededor la rutina transcurría de lo más habitual. Giró ligeramente su cuerpo hacia la izquierda, un par más de tumbas ausentes de flores o cuidados. Los pensamientos del hechicero fueron turbados ligeramente por lo que parecía ser una mirada que venía de otro lugar, apenas se giró al lado contrario para ubicar de dónde provenía dicha irrupción ¿Quién osaba de forma descarada obstaculizar en su soledad? El único espacio que realmente podía reclamar como suyo.